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Id a Tomás Principios fundamentales del ... - UCCuyo San Luis

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En el estado de naturaleza caída, por el pecado, desapareció toda armonía y el hombre<br />

queda sometido a la lucha de sus facultades, que se rebelan contra la razón, porque el<br />

hombre continuó siendo hombre, con su misma naturaleza y facultades, pero éstas<br />

quedaron afectadas en su funcionamiento, disminuyendo su inclinación natural a su<br />

bien.<br />

También, como consecuencia <strong>del</strong> pecado, la naturaleza humana sufrió la disminución<br />

parcial de las fuerzas naturales con relación a la práctica de la virtud. En este sentido<br />

perdió un «bien de la naturaleza» en cuanto lo es también la inclinación a la virtud, ya<br />

que, «como el hombre está inclinado a la virtud por su propia naturaleza, esa inclinación<br />

es un bien de la naturaleza». Sin embargo, este tercer «bien natural» no se perdió<br />

tampoco, únicamente se debilitó.<br />

«La inclinación natural a la virtud sufrió disminución a causa <strong>del</strong> pecado. Por la repetición de actos<br />

humanos se adquiere cierta inclinación a actos semejantes, y se adquiere inclinación a un extremo, sufre<br />

menoscabo la inclinación hacia su contrario. Como el pecado es contrario a la virtud por el mismo hecho<br />

de pecar se disminuye el bien de la naturaleza, o sea la inclinación a la virtud» (STh I-II, 85, 1 in c.).<br />

La reducción de este bien de la naturaleza, en cuanto inclinación a la virtud, es<br />

comparado por <strong>San</strong>to <strong>Tomás</strong> con una «herida». Al igual que ésta produce la<br />

desorganización en el regular funcionamiento <strong>del</strong> cuerpo sano, el pecado rompe la<br />

armonía en las inclinaciones de las facultades <strong>del</strong> hombre. En este sentido, indica que<br />

«el pecado original es un hábito: disposición desordenada que proviene de la ruptura de la armonía<br />

constitutiva de la justicia original, lo mismo que la enfermedad corporal es una disposición desordenada<br />

<strong>del</strong> cuerpo por la que se rompe la proporción en que consistía la salud. Por eso se llama al pecado original<br />

"enfermedad de la naturaleza"» (STh I-II, 82, 1, in c.).<br />

En el estado de justicia original, explica <strong>San</strong>to <strong>Tomás</strong>, «la razón dominaba las fuerzas<br />

inferiores y, al mismo tiempo, ella estaba sometida a Dios». Por su libertad participada<br />

y, por tanto, no absoluta ni omnímoda, el hombre, aún en este estado de completa<br />

armonía, tenía la posibilidad <strong>del</strong> pecado y es de fe que pecó.<br />

Continúa exponiendo el Aquinate:<br />

«Esta justicia original desapareció por el pecado original, y, como consecuencia lógica, todas esas fuerzas<br />

han quedado disgregadas, perdiendo su inclinación a la virtud. A esa falta de orden respecto <strong>del</strong> fin es a lo<br />

que llamamos herida de la naturaleza» (STh I-II, 85, 3 in c.).<br />

Precisa también nuestro autor sobre esta herida o disminución de la virtud que<br />

«la inclinación a la virtud es un término medio: se funda en la naturaleza como en su raíz y tiende al bien<br />

de la virtud como a su fin. Luego su disminución puede entenderse de dos maneras: primera, por parte de<br />

su raíz, segundo, por su término. Considerando el primer aspecto no cabe disminución, ya que el pecado<br />

no disminuye el ser de la naturaleza. Se da disminución en el segundo aspecto, por cuanto se interponen<br />

impedimentos que obstaculizan llegar al fin» (STh I-II, 85, 2 in c.).<br />

Nunca queda destruida ni la naturaleza ni su inclinación a la virtud o al bien conforme a<br />

la razón, al bien honesto. A esta tesis, sin embargo, el mismo <strong>San</strong>to <strong>Tomás</strong> presenta la<br />

siguiente objeción:<br />

«El bien de la naturaleza que por el pecado se disminuye es la inclinación a la virtud. Pero se dan casos en<br />

que esa disposición ha sido totalmente aniquilada por el pecado, como sucede en los condenados, que son<br />

ya incapaces de volver a la virtud, lo mismo que el ciego es impotente para ver. Luego el pecado puede<br />

destruir totalmente el bien de la naturaleza» (STh I-II, 85, 2 ob. 3).

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