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Cuando había transcurrido cerca de un minuto, la capitana de la rubia cabellera, hizo<br />
una seña a sus <strong>com</strong>pañeras, y las mujeres empezaron a respirar de nuevo.<br />
Todas las mujeres sacudieron sus cabelleras, haciendo que cayeran al suelo finos<br />
añicos de cristal finísimo.<br />
Eran trozos de ampollas sutiles de cristal, que habían llevado las mujeres escondidas<br />
entre sus cabellos.<br />
No hay que decir que las ampollas contenían un gas sutil, que al esparcirse producía un<br />
largo y pesadísimo sueño a todo el que lo respiraba.<br />
De todos modos, una notable propiedad de este gas, era que, al cabo de un minuto de<br />
estar mezclado con el aire, se volvía perfecta y <strong>com</strong>pletamente inofensivo e inocuo.<br />
Doc Savage había facilitado este gas, al tiempo que <strong>com</strong>unicaba a las mujeres del<br />
buque de guerra el plan que habían de poner en práctica para vencer a sus enemigos.<br />
Era el mismo gas que Doc había utilizado ya antes ante la puerta de aquel mismo<br />
barco.<br />
El hombre de bronce apareció ahora de improviso. Había penetrado en el barco por la<br />
puerta que quedara abierta luego de entrar las mujeres.<br />
-¡Muy bien, muy bien! ¡Excelente tarea! -dijo dirigiéndose a la hermosa capitana rubia.<br />
La joven se quedó mirando a Doc, que había atravesado la estancia, penetrando en la<br />
puertecilla que conducía al corredor del fondo.<br />
Doc Savage llegó ante una puerta de acero asegurada por medio de una fuerte barra de<br />
hierro. Quitó la barra y abrió la puerta, de par en par.<br />
Una ovación delirante de alegría le acogió.<br />
¡Allí estaban sus cinco ayudantes y amigos, con los tripulantes del desdichado<br />
“Cameronic”...!<br />
Ocupaban un salón inmenso, el mayor del buque, a pesar de lo cual estaban atestados,<br />
ocupando hasta el más pequeño espacio de la estancia. El aire era pesado, hediondo,<br />
irrespirable.<br />
Monk y Renny se adelantaron, rugiendo de alegría. Los otros tres llegaron detrás.<br />
Todos empezaron a hablar a la vez, acribillando a preguntas a Doc Savage.<br />
¡La explicación más tarde, amigos míos! -murmuró Doc brevemente-. Ahora es<br />
preciso que vayamos a apoderarnos del canalla ese de Bruze...!<br />
Todos salieron, pasillo adelante.<br />
Kina la Forge estaba inclinada, con aire inquieto y ansioso, sobre una de las mujeres<br />
que habíanse quedado dormidas a consecuencia del gas.<br />
Doc se volvió, deteniendo a Monk y ordenándole:<br />
-¡Tú, Monk, quédate aquí!<br />
Monk descorazonado ante la idea de no poder asistir a la lucha que se preparaba,<br />
intentó protestar:<br />
-¿Yo? ¡Pero, bueno, Doc escucha...!<br />
-Tú eres un químico -le interrumpió Doc. Y, sacando de un bolsillo varios frasquitos<br />
de pequeño tamaño, se los entregó a su peludo amigo, añadiendo en tono rotundo-: ¡Tú eres<br />
un químico te digo... y podrás, con ayuda de estos frasquitos, volver a la vida y a la salud a<br />
estas pobres mujeres que están bajo la influencia del gas!<br />
-¡Pero, diablo... todo se les pasará en cuanto hayan dormido unas cuantas horas! -<br />
intentó protestar Monk todavía-. ¿No puedo yo ir con vosotros?<br />
-¡No, y mil veces no, hombre! Piensa que necesitamos que quede aquí alguien a bordo<br />
de este buque, para que tome el mando de él, en caso de que nuestros planes fallaran. Y tú<br />
eres quien yo escojo para ello.<br />
Doc Savage guió a sus cuatro amigos a paso vivo. Los cuatro, descansados de sobra<br />
en su largo encierro en el buque mercante, volaban, siguiendo a su jefe.<br />
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