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Homar se acercó a una cabaña miserable. Doc le siguió <strong>com</strong>o una sombra bronceada e<br />
invisible.<br />
El extraño rechinar de una losa se oyó dentro de la cabaña, que era de piedra. Doc miró<br />
al interior. Utilizando una linterna, Homar estaba levantando una losa del suelo.<br />
Luego penetró por la abertura, volviendo a bajar la losa sobre su cabeza.<br />
Doc Savage extrajo entonces a su vez otra linterna de uno de sus bolsillos.<br />
Y el haz de luz iluminó el interior de la cabaña.<br />
Unas gotas de sangre aparecieron en el suelo, bajo el resplandor de la linterna. Y junto<br />
a la trampa de piedra, había cinco largas manchas rojas.<br />
¡Cinco...! ¡Era una huella dactilar en sangre!<br />
Agachándose, Doc las examinó largamente. De pronto, en el interior hediondo de la<br />
cabaña, se oyó un ruido extraño.<br />
Era una nota suave, dulce, apenas perceptible, impresionante, <strong>com</strong>o de algún pájaro<br />
exótico de la jungla, o quizá causado por el viento al penetrar por los intersticios de las ruinas.<br />
De todos modos, resultaba algo pavoroso aquel lugar, pues no parecía venir de ningún<br />
sitio determinado.<br />
Era Doc Savage quien lo había emitido. Este sonido era algo consubstancial e<br />
inseparable de Doc Savage, que lo emitía en momentos de tensión nerviosa o de gran<br />
emoción.<br />
¡La huella dactilar en sangre que aparecía junto a la trampa de piedra, pertenecía a la<br />
mano derecha de Long Tom!<br />
Doc había visto las huellas dactilares de sus cinco ayudantes infinidad de veces, y<br />
podía reconocerlas instantáneamente.<br />
Se aferró a la trampa, a la losa. Esta había chirriado al ser levantada por Homar; pero<br />
ahora giró tan sencillamente, bajo la mano de Doc Savage, que se habría dicho que el gigante<br />
de bronce tenía un poder sobrenatural para hacer que objetos y cosas permanecieran quietos y<br />
silenciosos bajo el influjo de su voluntad.<br />
Unos peldaños fríos y húmedos conducían hacia abajo. Luego venía una especie de<br />
túnel oscuro, de bajo techo. El suelo estaba cubierto del polvillo de los siglos.<br />
Y el ruido sordo de los pasos de Homar sonaba muerto, <strong>com</strong>o los golpes cadenciosos<br />
que se dieran en el parche de un tambor lleno de agua.<br />
Doc Savage avanzó sin producir el menor ruido, sin encender siquiera su linterna,<br />
palpando con sus dedos sensitivos los muros.<br />
Estos eran de argamasa ruda. De vez en cuando, sus manos palpaban pequeños<br />
depósitos de agua retenida en cavidades del muro, filtrada en el curso del tiempo.<br />
Al fin, llegaron a un sitio donde el túnel se bifurcaba en tres ramas. Homar siguió por<br />
la de la derecha. Parecía conocer perfectamente el sitio adonde se dirigía.<br />
Los muros, de pronto, se hicieron sólidos, cambiándose en muros de piedra, en vez de<br />
los de argamasa. Doc pudo darse cuenta que estaban tallados en la roca viva.<br />
Doc Savage extrajo una pequeña cajita de uno de sus bolsillos. La cajita iba llena de un<br />
polvo especial.<br />
A intervalos regulares, el americano iba arrojando al suelo un poco de aquellos polvos.<br />
EL ruido de los pasos de Homar continuaba oyéndose de modo interminable. Era un<br />
ruido muerto, de pies arrastrados, que tenía una nota lúgubre, algo que parecía hablar de<br />
muerte y de tragedia.<br />
El aire era húmedo, pegajoso. Se tenía la sensación de respirar dentro de un baúl<br />
inmenso, que hubiera estado cerrado durante siglos.<br />
Una y otra vez, el túnel se bifurcaba. Y cada pocos metros Doc Savage iba dejando un<br />
poco de sus famosos polvos en el suelo.<br />
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