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laurence y antonio marqués de sade - GutenScape.com

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los ha utilizado”.<br />

Charles, en base a estos funestos principios, da las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l caso; se asegura <strong>de</strong> Camille;<br />

enar<strong>de</strong>ce el celo <strong>de</strong> Urbain, lo alienta con la esperanza <strong>de</strong> más sublimes re<strong>com</strong>pensas, y <strong>de</strong>ja<br />

que Antonio llegue.<br />

El joven esposo, alarmado, acu<strong>de</strong> prontamente; un momento <strong>de</strong> tregua se lo permite; entra<br />

durante la noche a casa <strong>de</strong> Charles y se arroja, sollozante, en sus brazos.<br />

– ¡Cómo es posible, padre mío! ¿Ella traicionarme?... ella, ella, la esposa que adoraba...<br />

Pero ¿estáis seguro? ¿Vuestros ojos no se han equivocado?... ¿Pue<strong>de</strong> ser que la misma<br />

virtud...? ¡Ay, padre mío!...<br />

– Ojalá nunca la hubiese traído yo a esta casa, dice Charles estrechando a Antonio contra<br />

su pecho. El tedio, la soledad... tu ausencia, todas fueron causas para arrastrarla al criminal<br />

pecado que mis ojos han <strong>com</strong>probado <strong>de</strong>masiado bien.<br />

– ¡Ah! no tratéis <strong>de</strong> convencerme, en el estado <strong>de</strong> furor en que me encuentro... No<br />

respon<strong>de</strong>ría quizás <strong>de</strong> su vida… ¡Mas Urbain..., ese monstruo que colmábamos <strong>de</strong><br />

bonda<strong>de</strong>s!... Sobre él caerá mi ira... Dejádmelo, padre mío.<br />

– Cálmate, Antonio... convéncete para estar tranquilo; mas ¿<strong>de</strong> que servirá tu rencor?<br />

– Servirá para vengarme <strong>de</strong> un traidor, para castigar a una pérfida mujer.<br />

– En cuanto a ella, no; me opongo, hijo mío... al menos hasta que estés convencido; tal vez<br />

me he equivocado; no con<strong>de</strong>nes a esa <strong>de</strong>sdichada sin que tus ojos hayan visto su crimen y sin<br />

haber escuchado lo que pueda <strong>de</strong>cir para justificarse. Pasemos la noche en paz, y mañana se<br />

aclarará todo.<br />

– Pero, padre... ¿si la viera ahora? ¿Si fuera a arrojarme a sus pies... o a arrancarle el<br />

corazón?<br />

– Cálmate, Antonio, te lo repito. No tomes ninguna <strong>de</strong>cisión antes <strong>de</strong> haberlo visto todo,<br />

antes <strong>de</strong> escuchar a Laurence.<br />

– ¡Oh, Dios! Estar en la misma casa que ella... pasar una noche cerca <strong>de</strong> ella sin castigarla,<br />

si es culpable... sin gozar <strong>de</strong> sus castos besos si es inocente.<br />

– Hijo <strong>de</strong>sventurado, no puedo permitirte la alternativa que te ofrece tu ciego amor;<br />

probablemente tu esposa es culpable, mas no es el momento <strong>de</strong> vengarte.<br />

– ¡Ah! ¿Llegará para mí el <strong>de</strong> <strong>de</strong>testarla? Laurence, ¿qué se hicieron tus promesas <strong>de</strong><br />

adorarme siempre? ¿Qué te he hecho para que así me ultrajes?... Los laureles tras los cuales<br />

iba... ¿no eran acaso para ti?... Si <strong>de</strong>seaba dar lustre a mi familia, era únicamente para<br />

embellecerte con su gloria... No hubo un solo pensamiento <strong>de</strong> Antonio que no fuera para<br />

Laurence…, ni uno solo <strong>de</strong> sus actos que no estuviera inspirado por ella... Y cuando yo te<br />

idolatraba, cuando toda mi sangre vertida por ti no hubiera bastado ante mis ojos para<br />

probarte mi amor... cuando te <strong>com</strong>paraba a los ángeles <strong>de</strong>l cielo... cuando su celestial felicidad<br />

era la imagen <strong>de</strong> la que esperaba encontrar entre tus brazos... ¡tú me traicionabas tan<br />

vilmente!... ¡Nada hay <strong>com</strong>parable a este horror! Pero... ¿yo, vengarme <strong>de</strong> Laurence?...<br />

suponerla culpable... aunque lo viera no podría creerlo... aunque ella me lo dijera, pensaría<br />

que mis sentidos se equivocan antes que acusarla <strong>de</strong> inconstancia... ¡No, no, sólo yo <strong>de</strong>bo ser<br />

castigado, padre mío!... El puñal <strong>de</strong>be hundirse en mi corazón ¡Oh, Laurence, Laurence! ¿Qué<br />

se hicieron aquellos maravillosos días en que tus juramentos <strong>de</strong> amor se grababan tan bien en<br />

mi alma?... ¿Acaso sólo para engañarme te embellecía el amor al formular esas hermosas<br />

promesas? ¿EI encanto <strong>de</strong> tu voz se acrecentaba para seducirme con mayor falsía? ¡Y todas<br />

tus manifestaciones <strong>de</strong> ternura tenían que transformarse, en mi corazón, en otras tantas<br />

serpientes que lo <strong>de</strong>voran!... Padre..., padre mío... sacadme <strong>de</strong> mi angustia... Es necesario que<br />

yo muera, o que Laurence me sea fiel.<br />

Solamente un alma tan feroz <strong>com</strong>o la <strong>de</strong> Strozzi podía no sentirse <strong>de</strong>sgarrada ante tan<br />

dolorosos acentos; mas los malvados se <strong>com</strong>placen en la contemplación <strong>de</strong> los males que<br />

ocasionan, y cada matiz <strong>de</strong>l dolor en que sumen a sus víctimas constituye para ellos un placer.<br />

http://www.librodot.<strong>com</strong><br />

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