laurence y antonio marqués de sade - GutenScape.com
laurence y antonio marqués de sade - GutenScape.com
laurence y antonio marqués de sade - GutenScape.com
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
– No finjáis más, señora, respon<strong>de</strong> el aya, es inútil que lo hagáis. Todo ha sido<br />
<strong>de</strong>scubierto... Amabais a Urbain, lo citabais en el parque... Lo hicisteis muy feliz... mas ¿qué<br />
momento elegisteis para ello? El mismo en que vuestro esposo acudía, llamado por la carta <strong>de</strong><br />
que me encargasteis, a testimoniaros su amor y <strong>de</strong>voción aprovechando el único día <strong>de</strong> que el<br />
ejercicio <strong>de</strong> las armas le <strong>de</strong>jaba disponer.<br />
– ¿Antonio está aquí?<br />
– Os ha visto, sSeñora, ha sorprendido vuestros culpables amores y ha apuñalado a vuestro<br />
cómplice... Urbain ha muerto. El <strong>de</strong>smayo en que os sumió la vergüenza y la <strong>de</strong>sesperación os<br />
salvó la vida; sólo a esa causa <strong>de</strong>béis el no haber seguido a vuestro amante a la tumba.<br />
– Camille, no te <strong>com</strong>prendo; una atroz confusión reina en mi mente... me siento<br />
enloquecer... Ten piedad <strong>de</strong> mí, Camille... ¿Qué has dicho?... ¿Qué es lo que hice?... ¿De qué<br />
quieres convencerme? . . . Urbain ha muerto... Antonio está aquí... ¡Oh, Camille, ayuda a tu<br />
<strong>de</strong>sventurada ama!...<br />
Y al <strong>de</strong>cir estas palabras, Laurence se <strong>de</strong>svanece.<br />
Apenas ha vuelto a abrir los ojos cuando Charles y Antonio entran en sus aposentos; ella<br />
intenta arrojarse a los pies <strong>de</strong> su marido.<br />
– Deteneos, Señora, le dice fríamente Antonio. Ese gesto que os dictan vuestros<br />
remordimientos, no me enternece en absoluto; no vengo, sin embargo, <strong>com</strong>o un juez<br />
prevenido, a con<strong>de</strong>nar sin haberos escuchado; no me pronunciaré hasta saber <strong>de</strong> vuestros<br />
propios labios cuales son los motivos que pudieron llevaros a la infame acción que sorprendí.<br />
Nada pue<strong>de</strong> <strong>com</strong>pararse con la funesta turbación <strong>de</strong> Laurence ante estas palabras;<br />
<strong>com</strong>pren<strong>de</strong> que ha sido engañada... mas ¿qué <strong>de</strong>cir? ¿Tendrá que <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse <strong>com</strong>o <strong>de</strong>be? Sólo<br />
podría hacerlo revelando las horribles maquinaciones <strong>de</strong> Charles... enfrentando al hijo contra<br />
el padre... ¿Acusarse?... Sería su perdición... y lo que es peor, se tornaría indigna <strong>de</strong> volver a<br />
conquistar algún día el corazón <strong>de</strong> su marido. ¡Oh, funesta situación! Laurence preferiría<br />
morir... Mas <strong>de</strong>be respon<strong>de</strong>r:<br />
– Antonio, dice con tranquilidad, ¿alguna vez, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estamos unidos, visteis en mí<br />
algún indicio <strong>de</strong> que fuera capaz <strong>de</strong> pasar, en un instante, <strong>de</strong> la virtud al crimen?<br />
Antonio. – No se pue<strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la conducta <strong>de</strong> una mujer.<br />
Laurence. – Me sentía orgullosa <strong>de</strong> creerme una excepción; imaginaba que el corazón<br />
don<strong>de</strong> vos reinabais no podía pertenecer a otros.<br />
Charles. – ¡Cuántos ro<strong>de</strong>os!... ¡Qué ingeniosos subterfugios! No se trata <strong>de</strong> saber si el<br />
pecado se <strong>com</strong>etió o no... ¿Acaso po<strong>de</strong>mos dudar <strong>de</strong> lo que hemos visto? Lo que os<br />
preguntamos es cuales fueron los motivos que os impulsaron a tales excesos y no si es verdad<br />
que sois culpable o si cabe la posibilidad <strong>de</strong> que seáis inocente.<br />
– ¡Cuántas razones habría, padre mío, dijo Laurence, para que me tratarais con menos<br />
rigor! Aun suponiendo que fuese pecadora, ¿no os correspon<strong>de</strong> a vos <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme?... ¿No sois<br />
vos quien <strong>de</strong>be apiadarse <strong>de</strong> mí? He permanecido en vuestra casa, en ausencia <strong>de</strong> mi esposo...<br />
¿Quién mejor que vos para creer en la inocencia <strong>de</strong> una mujer... <strong>de</strong> una mujer que hizo <strong>de</strong> su<br />
virtud su único tesoro?... Strozzi, acusadme vos y me sentiré culpable.<br />
– No es necesario que mi padre os acuse, dice Antonio con los ojos brillantes <strong>de</strong> cólera. No<br />
hacen falta testigos ni <strong>de</strong>latores <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que yo he visto.<br />
Laurence. – Entonces, Antonio me cree adúltera... Él se atreve a sospechar <strong>de</strong> la que ama...<br />
<strong>de</strong> quien le jura que hubiese preferido morir a <strong>com</strong>eter el crimen <strong>de</strong> que se la acusa... Y<br />
tendiendo hacia el sus bellos brazos, al tiempo que <strong>de</strong>rramaba un torrente <strong>de</strong> lágrimas... ¿Es<br />
verdad que mi esposo me acusa? ¿Pue<strong>de</strong> creer por un momento que Laurence ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />
adorarlo?<br />
– Traidora, exclama Antonio, rechazando los brazos <strong>de</strong> su mujer. Tu seducción ya no me<br />
conmueve... No creas que vas a <strong>de</strong>sarmarme con esas dulces palabras que antaño constituían<br />
la gloria <strong>de</strong> mis días... Ya no las escucho... No podría hacerlo... Ese licor <strong>de</strong> amor que brota <strong>de</strong><br />
http://www.librodot.<strong>com</strong><br />
14