laurence y antonio marqués de sade - GutenScape.com
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día lo <strong>de</strong>vuelven a mi esposo le diré lo que he sufrido. ¿A quién me dirigiré si me lo llevan ?...<br />
¡Oh, Camille, no me quitéis este tesoro!<br />
Las ór<strong>de</strong>nes eran terminantes y había que cumplirlas; se le arranca por la fuerza ese retrato<br />
y Laurence se <strong>de</strong>svanece. En ese instante Charles osa venir a contemplar a su víctima.<br />
– ¡Pérfida!, exclama sosteniendo entre sus manos el retrato que acaban <strong>de</strong> entregarle. He<br />
aquí lo que cautiva su corazón, lo que le impi<strong>de</strong> rendírseme. Y arrojando la joya lejos <strong>de</strong> sí:<br />
Pero ¡qué digo, ay <strong>de</strong> mí! ¡Qué es lo que hago, Camille! ¿Podré, atormentándola, <strong>de</strong>struir su<br />
rencor?... ¡Cuán bella es... cómo la idolatro!... Abre los ojos Laurence, piensa por un<br />
momento que es tu esposo quien se postra a tus pies; déjame gozar <strong>de</strong> esa ilusión… Camille,<br />
¿por qué no habría yo <strong>de</strong> aprovechar este momento? ¿Quién me lo impi<strong>de</strong>?... No, no; ya que<br />
no logro <strong>de</strong>spertar su amor excitaré aún más su indignación. Ella no sufriría bastante si yo la<br />
obtuviere al amparo <strong>de</strong>l sueño.<br />
Charles se retira; Camille multiplica sus cuidados y logra reanimar a su ama; luego la<br />
abandona a sus pensamientos.<br />
Cuando pasados tres días Laurence ve entrar a Camille, tien<strong>de</strong> sus brazos hacia esa Furia<br />
rogándole que interceda por su muerte.<br />
– ¿Para que quieren conservarme por más tiempo, dice, cuando es evi<strong>de</strong>nte que nunca<br />
consentiré en lo que <strong>de</strong> mí preten<strong>de</strong>n? Que abrevien mis días, os lo suplico, o, renegando por<br />
fin <strong>de</strong> los principios religiosos que hasta ahora me sostuvieron, me mataré yo misma; mi<br />
<strong>de</strong>sgracia es <strong>de</strong>masiado horrenda para que pueda soportarla por más tiempo; <strong>de</strong>cid a Charles,<br />
que tanto se <strong>com</strong>place en hacerme sufrir, que el placer que experimenta está a punto <strong>de</strong><br />
extinguirse, que le suplico me sacrifique los últimos instantes <strong>de</strong> ese placer enviándome ya<br />
mismo a la tumba.<br />
Camille respon<strong>de</strong> con nuevas seducciones; nada hay que ella no intente; <strong>de</strong>spliega ante su<br />
joven ama el elogio más hábil <strong>de</strong>l pecado, pero sin éxito; Laurence insiste en suplicar la<br />
muerte y algunos auxilios religiosos si están dispuestos a concedérselos. Charles, advertido<br />
por Camille, se atreve a volver a ese sitio <strong>de</strong> honor.<br />
– Basta <strong>de</strong> <strong>com</strong>pasión, dice a su víctima, pero sabed que no morirás sola; está aquí tu<br />
indigno esposo y la suerte que a él le espera es la misma que a ti te quitará la vida; su muerte<br />
prece<strong>de</strong>rá a la tuya. ¡Adiós, te queda apenas un instante <strong>de</strong> vida!... Y se retira.<br />
Al quedar a solas, Laurence se entrega a la más espantosa <strong>de</strong>sesperación...<br />
– Esposo amado, exclama, morirás, mi verdugo me lo ha dicho. Pero al menos lo harás<br />
conmigo... tal vez sepas que he sido injustamente acusada; ambos ascen<strong>de</strong>remos hasta los pies<br />
<strong>de</strong> un Dios que sabrá vengarnos; si la felicidad no pudo brillar para nosotros en la tierra, la<br />
encontraremos junto a ese Dios justiciero, favorable siempre a los <strong>de</strong>sventurados... Tú me<br />
amas, Antonio, tú me amas todavía; aún conservo en mi corazón esa última mirada que te<br />
dignaste posar sobre mí cuando te arrancaste <strong>de</strong> entre mis brazos... Te cegaron, te sedujeron,<br />
Antonio; te lo perdono; ¿podría ver tus errores cuando mi alma te evoca? Será pura esa alma,<br />
será digna <strong>de</strong> la tuya. No hubiese podido salvarme al precio <strong>de</strong> un horrible crimen; sólo habría<br />
merecido tu <strong>de</strong>sdén... Mas si es verdad que tu vida es el precio <strong>de</strong>l pecado que <strong>de</strong> mi<br />
preten<strong>de</strong>n... si es verdad que puedo salvarte cediendo... No, tú no lo permitirías, Antonio; la<br />
muerte te espantaría menos que la infi<strong>de</strong>lidad <strong>de</strong> tu Laurence... ¡Ah, renunciemos a estas<br />
terrestres ligaduras que nos tienen cautivos en un mar <strong>de</strong> dolor!... rompámoslas puesto que es<br />
necesario y vamos a morir juntos en brazos <strong>de</strong> la virtud.<br />
La <strong>de</strong>sventurada se arroja por tierra luego <strong>de</strong> su invocación; allí permanece... allí<br />
permanece inanimada hasta que se abre nuevamente la puerta <strong>de</strong> su calabozo.<br />
Mientras tanto había ocurrido un acontecimiento singular. Charles estaba <strong>de</strong>cidido a<br />
<strong>com</strong>eter dos crímenes a la vez: el <strong>de</strong> no esperar más para consumar sus proyectos en la mujer<br />
<strong>de</strong> su hijo, sometiéndola por la fuerza, ya que no podía hacerlo <strong>de</strong> otro modo, y el <strong>de</strong> sepultar<br />
el recuerdo <strong>de</strong> todos sus horrores <strong>de</strong>sembarazándose <strong>de</strong> su segundo cómplice. Envenenó a<br />
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