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LA AMISTAD NEGATIVA EL PENSAMIENTO DE LA ... - Cruce

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entendida de otro modo que como exigencia de respuesta. Porque Blanchot, como parece a<br />

primera vista, no retrocede ante la petición de su amigo, no se escabulle de ella, sino que, por<br />

el contrario, la acoge sin evasivas. Es cierto que no responde o que responde con su silencio<br />

(«guardé silencio»), pero es más cierto aún que sí responde: responde con la ausencia de<br />

respuesta, poniendo en esa ausencia de respuesta toda su amistad, es decir, el «silencio<br />

común» que los une, tanto antes de la muerte como después de ella. Silencio que cumple una<br />

doble función: por un lado, a través de él comunican los amigos entre sí, sueldan el vínculo de<br />

su amistad; pero, por otro lado, el amigo que queda de este lado de la muerte comunica con la<br />

muerte misma.<br />

Por eso, cuando Blanchot se proponga responder a ese silencio, aunque hable (y no puede<br />

hacer otra cosa), no responde a una petición de hablar, sino al silencio que vino con aquella<br />

habla (Blanchot dice: «debo responder a ese silencio»), respondiendo ante todo a la respuesta<br />

anterior, dando una respuesta a la respuesta y no una respuesta a la pregunta o a la petición.<br />

Recordemos que aquí reinan la pasividad y la desobra, y que por consiguiente la iniciativa le<br />

corresponde a la respuesta. Y esa respuesta se reparte por igual su pertenencia, por un lado, a<br />

quien formula la pregunta y, por otro lado, a quien efectivamente la produjo — sin producirla<br />

(porque guardó silencio). Prosigue así una conversación que no encuentra su límite en la<br />

muerte y que se mantiene literalmente hasta el infinito.<br />

No descuidemos, por fin, la observación más importante —silencio «que soy el único en<br />

recordar»—, cuyo alcance todavía no podemos percibir por completo.<br />

4. «Estoy solo» «Estoy muerto»<br />

No hubiera sido razonable evitar referirse, como se ha hecho, a lo positivo que fue para<br />

ambos el acuerdo que une a dos hombres que se admiran mutuamente. Pero lo insólito de ese<br />

mismo acuerdo quiere que él incluya la parte de trastorno y de excepcionalidad que compone<br />

esa misma unión, donde lo que queda por compartir ya no es simplemente una admiración,<br />

aunque fuere ilimitada, sino algo mucho más extraño y que difícilmente se ofrece a ser<br />

compartido: el silencio, la soledad y la experiencia de la muerte, que cada uno lleva consigo<br />

como algo propio y que entran expresamente en juego en la amistad que los une. Algo que es<br />

en sí mismo intransmisible y que, sin embargo, es puesto ahí, expuesto a la comunidad de<br />

quienes no pueden menos que compartirlo, es decir, comunicarlo, transmitirlo, sin, como<br />

parece obligado hacerlo, renunciar a ello, sin buscar perderlo, sin impedir que sea<br />

precisamente sobre eso mismo sobre lo que descanse su amistad.<br />

«[…] un entendimiento o un acuerdo común, aunque fuere el momentáneo de dos<br />

seres singulares, que rompen con unas pocas palabras la imposibilidad del Decir que el<br />

rasgo único de la experiencia parece contener; su único contenido: ser intransmisible, lo<br />

que se completa así: sólo vale la pena la transmisión de lo intransmisible.» 27<br />

De nuevo nos sale al paso el mismo movimiento que se vuelve obsesivo: la exigencia de lo<br />

intransmisible no es tanto hacer que eso intransmisible no sea transmitido o comprobar que<br />

no lo es, sino hacer que lo sea, porque sólo en esa tesitura, habiendo sido objeto de<br />

27 M. Blanchot, La communauté inavouable, ed. cit., p. 35.

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