Año Santo de la Cruz - Sinodoiglesiaenasturias.org

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El motivo para rogar la concesión de un Jubileo este año de 2008 es el
centenario de las dos cruces emblemáticas de Oviedo, de la Catedral y de Asturias.
Son éstas la Cruz de los Ángeles, realizada en el año 808, y la Cruz de la Victoria,
confeccionada en el año 908. Veamos brevemente cómo son estas joyas, testigos
sublimes de la grandeza que la cultura, el arte y la fe alcanzaron en la Asturias
naciente.
A. La Cruz de los Ángeles
Es la primera de las bellísimas cruces que nos llegan desde la época de la
monarquía asturiana. Fue donada por Alfonso II a la catedral de San Salvador en el
año 808. Es una cruz griega con brazos iguales, que se van ensanchado desde el
centro. Sus dimensiones son 46,5 centímetros de alto por 45,0 centímetros de
ancho. Su grosor es de 2,5 centímetros y su peso alcanza a 1.768 gramos. Está
constituida por dos piezas de madera de ciprés, cruzadas y ensambladas de modo
que forman en el centro un disco de 8,5 centímetros de diámetro. En cada brazo
aparece excavada una cajita con tapas, para guardar reliquias. La madera ha sido
cubierta por láminas de oro puro, sujetas por clavillos.
La decoración es muy abundante en su cara o anverso, donde toda la
superficie ofrece una tupida filigrana de hilos de oro entre los que aparecen
engastadas 48 piedras finas. Destacan las gemas en el centro del disco y al final de
los brazos. Llama la atención en lo alto del brazo superior una sorprendente ágata
ovalada con una escena de dos figuras conversando. Toda la longitud de los bordes
está enmarcada por una cenefa compuesto por hilos de oro entrelazados. Los
brazos horizontales conservan en su borde inferior tres clavillos, que se supone
eran para colgar las letras Alfa y Omega, principio y fin, que es una forma de
referirse a Dios Creador y Salvador.
En el reverso la decoración es más simple. La placa de oro está lisa, salvo en
el centro y en los extremos de los brazos. Aquí aparecen cuatro piedras rodeadas
por un doble anillo de perlas y piedritas azuladas. En el centro brilla un gran
camafeo ovalado de ágata con el bajorrelieve de un busto femenino, pieza de
elevada finura y perfección. Por los bordes de esta cara corre un hilo de oro
soldado a la placa áurea de la cubierta, es la inscripción latina, que tiene cuatro
partes: la ofrenda del rey; la maldición a quien se atreva a robarla; la fecha de
donación y la invocación que está en todas las cruces de aquella época: “Hoc signo
tuetur pius; hoc signo vincitur inimicus”, o sea “Con este signo se protege el bueno;
con este signo es vencido el enemigo”.
La extremada finura y dificultad de realizar tal joya llevó a pensar que era
imposible que hubiera sido hecha por manos humanas. Esto originó la leyenda de
que Alfonso II la encargó a unos peregrinos que se presentaron como orfebres.
Cuando poco después envió a sus servidores para ver lo que hacían, encontraron la
cruz terminada y envuelta en una gran luz. La conclusión fue que habían sido unos