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<strong>Dos</strong> <strong>poéticas</strong> <strong>olvidadas</strong>
<strong>Dos</strong> <strong>poéticas</strong> <strong>olvidadas</strong><br />
Obras de José María Pino Suárez y Joaquín Demetrio Casasús<br />
Prólogo, Vicente Gómez Montero
D. R. © Gobierno del Estado de Tabasco.<br />
Instituto Estatal de Cultura de Tabasco.<br />
Calle Andrés Sánchez Magallanes. Número 1124.<br />
Fraccionamiento Portal del Agua.<br />
Colonia Centro. Código postal 86000.<br />
Villahermosa, Tabasco. México.<br />
Erik Guerrero: responsable de forros.<br />
Antonio Alberto Mora: responsable de interiores.<br />
Consejo editorial<br />
<strong>Dos</strong> <strong>poéticas</strong> olviDaDas.<br />
ISBN: 978-607-7758-23-5.<br />
Primera edición en México, diciembre de 2010.<br />
Norma Cárdenas Zurita, Santiago de la Cruz, Víctor Gerardo Grajeda Vargas, Francis-<br />
co Magaña, Elizabeth Meza García, Margarito Palacios Maldonado, Héctor de Paz, Re-<br />
beca Perales Vela, Leticia Rivera Virgilio, Miguel Ángel Ruiz Magdónel, Geney Torruco.<br />
Reservados todos los derechos. Queda prohibida, total o parcialmente, cualquier forma de reproduc-<br />
ción, distribución, comunicación pública y manipulación de esta obra sin previa autorización del edi-<br />
tor, de acuerdo con lo establecido en el Código Penal en materia de derechos de la propiedad intelectual.<br />
Impreso y hecho en México.
[ 7 ]<br />
Aspiración del olimpo
Comenzaré, con reticencia, con un lugar<br />
común. La Historia la escriben los<br />
vencedores, no los vencidos. Este axioma<br />
que ha pasado de generación en<br />
generación puede querer decir dos cosas.<br />
Una, que los vencedores tienen memoria<br />
larga y excelente para recordar cada uno de los<br />
trances o logros en que se vieron envueltos para<br />
vencer al enemigo. <strong>Dos</strong>, que los vencidos tuvieron<br />
que subordinarse a la narración de los hechos,<br />
a la versión dictada por quienes ganaron<br />
la batalla. En ambos casos, la Historia es quien<br />
queda peor parada porque siempre nos queda<br />
ese tufillo curioso de no saber bien quién ganó,<br />
o perdió, verdaderamente la guerra. Obviamente,<br />
los aliados ganaron la II Guerra Mundial; ob-<br />
9<br />
viamente, los españoles conquistaron a los aztecas;<br />
obviamente, Napoleón perdió en Waterloo.<br />
Pero esa suma de obviedades sólo indica una visión,<br />
una sola coordenada deliberadamente punitiva<br />
contra la Verdad. Yo también puedo darme<br />
el lujo de mayuscular virtudes o defectos.<br />
Quienes vencen escriben la Historia. Más bien,<br />
escriben su historia. Los vencidos deben amoldarse<br />
a entenderla como lo que son, vencidos.<br />
Cuando algún vencido eleva la voz para ofrecer<br />
otro ángulo, es mucho después del acontecimiento<br />
histórico. Analicémoslo con detenimiento.<br />
Pocos ofrecen una versión de los hechos<br />
inmediatamente después del suceso histórico.<br />
Bernal Díaz del Castillo, por ejemplo, escribe<br />
su crónica muchos años después de la conquis-
ta de México, ya pronta a celebrar medio siglo.<br />
Muchos historiadores no se fían de la infalibilidad<br />
de la memoria del soldado metido a cronista.<br />
Tiene más de Tirante el Blanco que de<br />
realidad esta hazaña conquistadora según un<br />
historiador. Entonces, la historia que nos cuenta<br />
el vencedor, al menos en este caso, ya no es<br />
tan confiable como podríamos creer. ¿Qué dejó<br />
en el tintero Bernal? Quizá la apreciación de<br />
algunos de los casos del evento no tendrían, ¿o<br />
sí?, la magnitud narrada por el soldado. Pero ya<br />
estuvo bueno de preámbulo, vamos al detalle.<br />
Los procesos históricos celebrados en 2010, el<br />
bicentenario de la Independencia Nacional así<br />
como el centenario de la Revolución Mexicana<br />
mueven estas reflexiones sobre dos figuras que<br />
vivieron en el mismo periodo histórico, político,<br />
social que se entrevé por los rincones del artilugio.<br />
Ambos fueron abogados prestigiosos, políticos,<br />
humanistas, connotados representantes<br />
de sus respectivos bandos así como tabasqueños<br />
ejemplares. Sin embargo, la figura de<br />
uno resurge más que la del otro por ese prurito<br />
que tienen los vencedores de escribir la Historia.<br />
Es innegable, el movimiento armado que inicia<br />
en 1910, exactamente cien años después del de<br />
1810, venció. Al vencer se instaura la figura de<br />
un presidente hegemónico, que refunda el país<br />
cada seis años, que convence por cualquier medio<br />
de su investidura presidencial. Se instaura<br />
el partido siempre vencedor, formador de cuadros,<br />
de identidades, de líderes, líderes dispuestos<br />
a dejar el poder para que otros grupos, otros<br />
líderes ocupen puestos o curules, porque lo importante<br />
era el partido, con ellos, sin ellos, a pesar<br />
de ellos. Lo que puede parecer una apología<br />
del partido, ése del que les hablo, no es más<br />
que la Historia, ésa que escribieron los vencedores<br />
pontificando su triunfo hasta la exaltación,<br />
hasta el presidencialismo, hasta la histeria.<br />
La Revolución venció. Los revolucionarios<br />
llegaron al Poder determinando quiénes, a veces<br />
sólo quién, deberían compartirlo. Desde finales<br />
de los años veinte hasta el año 2000 hubo<br />
una sola opción en el país emanada de esa<br />
fuerza comenzada en 1910. La horda venció al<br />
ejército, el vulgo llenó los teatros capitalinos,<br />
el sueño de muchos próceres, anteriores y contemporáneos,<br />
se cumplió en la mayoría de sus<br />
postulados. Si debemos enorgullecernos o no,<br />
eso le corresponde discutirlo a otros más sesudos<br />
que un servidor.<br />
10
Actualmente, se desprende un aroma a desdén<br />
del movimiento revolucionario, así como los revolucionarios<br />
desdeñaron todo lo que oliera a<br />
Porfirio y a Porfiriato. La actitud fue ponderar<br />
lo emanado de la gesta de 1810 menospreciando<br />
lo posterior. Qué cosas tiene la vida. Hoy<br />
resultó más comentado el movimiento independentista<br />
que el revolucionario quizá por ese<br />
axioma nombrado desde el inicio de este texto<br />
donde los vencedores escribieron la Historia.<br />
Lo que hicieron los comentaristas de la Revolución<br />
triunfante, hoy lo hacen los comentaristas<br />
del partido en el poder. Llamarlo Justicia Poética<br />
me parece un poco rimbombante pero así<br />
parece ser. De tal modo, vemos surgir nombres<br />
y hechos que en su momento fueron comentados<br />
como baladíes, mero trámite histórico, mera<br />
oportunidad de aparecer los designatarios<br />
de tal o cual instante. Se van relegando las acciones<br />
y nombres del movimiento de 1910, como<br />
de lado, como ignorándolos, como diciendo,<br />
perdón, no me di cuenta. Hoy los revolucionarios<br />
saben qué es que se los “olvide”, “aparte”,<br />
“deje de lado”. Eso sí, siempre con mucha cortesía.<br />
Quiero volver sobre quienes son los referentes<br />
de estas líneas para ir entrando en ma-<br />
11<br />
teria. Uno, es José María Pino Suárez. El otro es<br />
Joaquín Demetrio Casasús.<br />
Ya lo dije más arriba. Ambos fueron políticos<br />
emplazados en bandos distintos más por status<br />
que por nacimiento. Ambos fueron humanistas<br />
de inteligencia deliberadamente fuerte. Ambos<br />
lucharon por causas que consideraron justas,<br />
que pudieron defenderse con el Derecho. Uno<br />
se adentra decidido en las postrimerías del siglo<br />
siendo asesinado cobardemente mientras que<br />
el otro camina por aguas menos hondas que su<br />
paisano. Uno es nombrado embajador en 1905,<br />
el otro muere en los umbrales del movimiento.<br />
Hay un dejo romántico en ambos casos. El<br />
del escritor que se vuelve diplomático, recordemos<br />
a Rubén Darío, al nayarita Amado Nervo.<br />
El del escritor muerto por defender una causa<br />
que considera justa, noble. Recordemos a José<br />
Martí. ¿No ha sido ese el destino de los poetas<br />
desde siempre? El destino de los poetas de la<br />
última mitad del siglo XIX se vuelve armónico<br />
doscientos años después. Además, los dos escribieron<br />
poemas cual aquellos caballeros, castellanos<br />
o guerreros de tiempos medievales donde<br />
la lírica era señal de la educación de un caballero<br />
bien nacido.
Casasús y Pino Suárez, tabasqueños ambos,<br />
contendientes de un hecho que sería parteaguas<br />
mundial, delimitada decisión de un pueblo para<br />
sacudirse las cadenas. Sin embargo, sabemos<br />
de uno toda su carrera política pero del otro sabemos<br />
menos. De uno, sabemos que nació en<br />
Centla, le llamaban Frontera, en 1853 y del otro<br />
que nació en Tenosique en 1869. Nacidos junto<br />
a las aguas no es gratuito que sean vertiginosos<br />
y caudales. Sus vidas están plenas de acontecimientos,<br />
de silencios, de singladuras. Hay<br />
en ellos un ansia de vivir, de encaminarse por<br />
el duro tráfico de la política. Casasús, alumno<br />
y yerno de Ignacio Manuel Altamirano, tuvo el<br />
don de caminar por entre los pasillos, por entre<br />
los accesorios, por entre los documentos del<br />
dictador. Pino Suárez, junto a Madero, muere<br />
acribillado cobardemente, siendo conocido desde<br />
ese instante como el Caballero de la Lealtad.<br />
Hasta en eso se parecen estos ilustres tabasqueños.<br />
Cercanos al poder, nunca fueron quienes<br />
lo detentaron.<br />
Hace muchos años, escuché a un cicisbeo sindical<br />
decir que qué íbamos a hacer si nos abandonaba<br />
el secretario general, agregando que<br />
quien quedase en su lugar se las iba a ver ne-<br />
gras para ocupar su puesto. Vamos a trasladar,<br />
perdón por la ficción, pero siempre me gana, el<br />
mismo comentario en boca de cualquiera de<br />
nuestros dos personajes, quitándole la abyección<br />
y molicie del cicisbeo sindical. Seguramente,<br />
si hubieran prevalecido vivos don Joaquín o<br />
Pino Suárez, habrían tenido el mismo problema.<br />
Excelentes segundos, nunca fueron lo suficientemente<br />
fuertes para ocupar primeros lugares<br />
en el campeonato de la Historia. Pero como<br />
adlátere, uno y otro fueron singulares apoyos.<br />
Pino Suárez vive en Yucatán donde conoce a<br />
Francisco I. Madero. De ahí a reunirse con él<br />
en la capital y acompañarlo hasta su trágico deceso<br />
en 1913, pasarían apenas unos años. Casasús<br />
sale de Tabasco para ser abogado, para vivir<br />
con las comodidades necesarias del tiempo,<br />
para ser embajador en 1905, para regresar y morir<br />
en 1916. Poetas de común linaje, la encendida<br />
poesía pinosuarista y los delicados sonetos<br />
de Casasús se escondieron durante mucho<br />
tiempo siendo los del primero más socorridos<br />
por su talante político que por su eficacia literaria.<br />
Fueron más uso del discurso de políticos<br />
que verdaderamente conocidos o reconocidos.<br />
Aunque debo decir que hay una enorme aspi-<br />
12
ación a decir, a poetizar, a marcar el ritmo de<br />
la poesía de su tiempo donde pone la pluma el<br />
tenosiquense. En sus dos únicos libros, Melancolías<br />
y Procelarias, conocidos gracias a las publicaciones<br />
del Gobierno del Estado de Tabasco,<br />
Pino Suárez lanza la apuesta poética donde<br />
se reflexiona el arte de decir, donde los consejos<br />
de los maestros son guardados con sabia codicia.<br />
No poco le debe el vicepresidente mexicano<br />
a Darío, a Díaz Mirón. Encendidos, sus poemas<br />
seguramente sirvieron para provocar el estruendo<br />
revolucionario. Gerardo Rivera dice de él:<br />
… a partir de ese momento su verbo se va haciendo<br />
más rojo y sólo escribe versos en los que<br />
habla de libertad. Rompe con su antiguo romanticismo<br />
disperso en Melancolías y pide, desde sus<br />
textos, que los demás poetas imiten, que tornen<br />
sus liras en espadas para exigir la libertad de su<br />
pueblo. (Gerardo Rivera, La poesía y los poetas de<br />
Tabasco en la Revolución, Villahermosa, edición<br />
de autor, 1988, pág. 16)<br />
Por otro lado, Casasús expone sus sonetos de<br />
Musa antigua, publicados en 1905 donde los<br />
efluvios de Horacio, de Catulo, de Tibulo se<br />
13<br />
amoldan al sonoro trote castellano para ofrecernos<br />
una de las más vívidas aventuras de la poesía<br />
mexicana. En el soneto In fraganti, el frontereño<br />
demuestra un total conocimiento del verso<br />
latino, ahíto de carácter mitológico. Llamo<br />
la atención sobre el mismo:<br />
En una fuente de argentino lecho<br />
Como cristal resplandeciente y fría,<br />
Que defiende del sol del mediodía<br />
Verde laurel, cual amoroso techo.<br />
Del frío de las aguas a despecho,<br />
Bañábanse con loca algarabía,<br />
Las Ninfas en la fuente cierto día,<br />
Cuando a un Fauno sorprenden en acecho<br />
Y saltan y al correr confusamente,<br />
Van desnudas del Fauno en seguimiento;<br />
Le apresan y tras lucha trabajosa<br />
Con estrépito arrójanle a la fuente.<br />
Mas después, fugitivas como el viento,<br />
Dispersas huyen por la selva umbrosa..
La vida griega, la vida romana empujaron a Joaquín<br />
D. Casasús a elegir entre la arrogancia latina<br />
o la fútil transparencia del sonido. Llamo la<br />
atención sobre el último verso, “dispersas huyen<br />
por la selva umbrosa”. A más del exaltado sonido<br />
de la letra s, espero se haya reconocido el tránsito<br />
de la fuga, del salpicar del agua, del desdén<br />
oficioso de las vocales i, e, a, u, e, o, a, e, a, u, o, a.<br />
Estas referencias a la poesía latina, hasta en el<br />
mismo silabeo, causan en el lector la ilusión de<br />
conocer perfectamente el entorno. La fuente,<br />
el baño de las ninfas, el fauno, el castigo jocoso<br />
al mirón, todo ello se contiene en las catorce<br />
líneas precedentes, todo ello culmina en un<br />
conocimiento, en una total aplicación del arte<br />
de versificar. Por si fuera poco, del verso latino,<br />
nada fácil pero siempre a la vista de los eruditos<br />
del siglo XIX.<br />
Por otro lado, Pino Suárez en su primer libro,<br />
Melancolías, aún recurre al conocimiento de los<br />
poetas románticos, de los poetas que todo joven<br />
debería conocer en aquel tiempo.<br />
Ejemplo:<br />
La blanca luna su fulgor derrama<br />
del opulento alcázar en las ruinas,<br />
14<br />
y murmuran las ondas cristalinas<br />
del arroyuelo, en la mullida grama.<br />
Después, la aurora enciende en roja llama<br />
Febo al radiar sus hebras diamantinas,<br />
y el ave exhala notas argentinas,<br />
entre la verde y florecida rama.<br />
En la montaña que el espacio hiende<br />
la flor se ostenta llena de frescura,<br />
y al juguetear con ella, el agua pura,<br />
suave perfume por el prado extiende…<br />
Y el aliento de Dios, desde la altura,<br />
sobre aquel cuadro majestuoso esplende.<br />
El lector, que es ducho, encontrará que las similitudes,<br />
las referencias literarias y mitológicas<br />
son evidentes. Rubén Darío, por ejemplo. Llamo<br />
la atención sobre un poema de Darío titulado<br />
Responso a Verlaine: “Que púberes canéforas<br />
te ofrenden el Acanto, / que sobre tu sepulcro<br />
no se derrame el llanto…”.<br />
La diferencia es sutil pero incisiva. El soneto de<br />
Casasús vive la escena mientras que el de Pino<br />
Suárez sólo utiliza como apuntalamiento de su
obra la referencia. En Darío, cuando cita a alguno<br />
de los númenes griegos o romanos, hay<br />
un ansia de convencer a través de un lenguaje<br />
común al lector del momento. Pino Suárez conoce,<br />
evidentemente, la poesía del nicaragüense<br />
pero le falta la distinción, el discurso modernista.<br />
Pino Suárez calca el ritmo, las referencias,<br />
el aura envuelta en los poemas del fundador<br />
del Modernismo, carece del fortalecido estro.<br />
Casasús se apoya en Catulo. Pino Suárez en<br />
Darío. No son cualquier cosa. Quizá la crítica<br />
que podemos hacerle a Casasús sería que abusa<br />
de lo que los detractores del poeta Góngora<br />
llamaron la “culta latiniparla”. Es decir, lanzar<br />
a diestro y siniestro nombres y hechos mitológicos<br />
para hermosear el texto, para esbozar una<br />
erudición al mismo tiempo robusta pero falsa.<br />
Extrañamente, Pino Suárez provoca alternadas<br />
pirotecnias verbales cuando leemos su segundo<br />
libro, Procelarias. En él, encontramos al<br />
aguerrido luchador social, al hombre que defiende<br />
con salvas y aplausos la Justicia, nuevamente<br />
las mayúsculas. Sus versos son aves que<br />
se mecen en la borrasca, indómito potro que el freno<br />
tasca, ciclones que barren la hojarasca. Sus estrofas,<br />
sus canciones, son rugidos de fiera, ayes<br />
15<br />
errantes. Muchos años después el poeta norteamericano<br />
Allen Ginsberg comenzaría así su<br />
poema Aullido. Pino Suárez no se anda por las<br />
ramas, lanza su apuesta de entrada, feroz, lograda,<br />
desde el púlpito letal de la demagogia.<br />
¡Y qué daño les hace la demagogia a los poetas!<br />
Pero la suerte está echada. Publicados en 1908,<br />
cuando ya Pino Suárez ha retado públicamente<br />
al gobierno de Yucatán, encabezado por Olegario<br />
Molina, sus versos con valor y cinismo catonianos<br />
nos ofrecen una arista del autor poco<br />
conocida. En una carta de Madero, fechada<br />
en agosto de 1909, se encuentra la recomendación<br />
siguiente:<br />
… no deben tener ninguna esperanza de triunfo<br />
en las próximas elecciones y que, por tal motivo,<br />
lo que conviene es preparar el terreno para<br />
la próxima campaña electoral, haciendo más<br />
compactas nuestras filas y enardeciendo más los<br />
ánimos. (Diego Arenas Guzmán, José María Pino<br />
Suárez, Villahermosa, Gobierno del Estado<br />
de Tabasco, 1985, pág. 20)<br />
O sea, para 1909 Pino Suárez milita ya, con toda<br />
la energía radical de su momento, en la polí-
tica de su estado adoptivo, combatiendo ilustre,<br />
feroz, decidido. Del poeta primero que exageraba<br />
sus canciones imitando al azul Rubén Darío<br />
a este Saulo, henchido de ferocidad agreste,<br />
de ansiosa justicia apenas han transcurrido<br />
cuatro años.<br />
La generación a la que pertenecen estos dos<br />
poetas es de políticos ingeniosos, hábiles, hombres<br />
liberales arropados con los ideales libertarios<br />
que ya habían provocado un consulado,<br />
un triunvirato, un imperio y una república en<br />
Francia. México se solazaba en una derretida<br />
Belle Epoque a la manera del Porfiriato. Hombres<br />
como el ilustre caballero de la Lealtad, como<br />
Mestre Ghigliazza, como Domingo Borrego,<br />
como todos los que apoyaron el movimiento<br />
revolucionario eran además buenos versificadores,<br />
excelentes prosistas, duchos abogados.<br />
¿Por qué esta elite no conquistó las glorias de la<br />
Revolución mexicana sí haciéndolo otros más<br />
hábiles? Habilidad, quizá ésa es la palabra, o la<br />
virtud, no sé. José María Pino Suárez muere el<br />
23 de febrero de 1913. Todos los años ha sido recordado.<br />
Su nombre ha sido inscrito en letras<br />
doradas en casi todos los congresos de nuestro<br />
país. Hoy volvemos a recordarlo porque su obra<br />
política inició una etapa y su obra poética debe<br />
ser revalorada en su justa dimensión.<br />
Joaquín D. Casasús es abogado, mecenas de artistas<br />
y paisanos suyos. Famosa es la anécdota.<br />
Casasús apoya la edición de la Pteridografía del<br />
Sur de México del célebre sabio José N. Rovirosa.<br />
Y la apoya como debe apoyarse a la industria<br />
editorial, con menos palmadas en la espalda y<br />
más efectivo. También es famosa la pretensión<br />
del sabio Rovirosa de dedicarle dicho libro, cosa<br />
que don Joaquín declinó cortésmente. Muchos<br />
amigos, paisanos, parientes suyos se vieron<br />
favorecidos por su bolsillo o por su gestión<br />
pero quizá una de sus glorias en el terreno político<br />
fue el litigio entablado contra el gobierno<br />
de los Estados Unidos de Norteamérica por<br />
el límite del terreno conocido como El Chamizal.<br />
Corresponde a Joaquín D. Casasús, abogado,<br />
tabasqueño ejemplar, hombre de letras además<br />
de poeta de refinada estirpe, haber ganado<br />
la querella contra uno de los gobiernos más<br />
poderosos de la Tierra.<br />
USA aducía que el río Bravo, o Grande del Norte,<br />
era el límite entre ambos países. Casasús demostró,<br />
apoyado en la legalidad, que la frontera<br />
correspondía a la orilla norteamericana del<br />
16
Bravo, que este río es mexicano. Extrañamente,<br />
para el país, para la vida misma, para la Patria,<br />
cuando en 1910 se resuelve gracias a los<br />
alegatos presentados por el abogado en la Convención<br />
de arbitraje del 24 de junio, la batahola<br />
política, los desmanes del Centenario así como<br />
otros sucesos ya narrados en otras páginas, evitaron<br />
que se conociera, y ejerciera, el laudo en<br />
el que se le devolvían jirones del territorio perdido<br />
a nuestro país.<br />
Casasús muere en 1916, en Nueva York. Deja<br />
una obra de la que se nutrieron varias generaciones<br />
de abogados mexicanos, pero también<br />
deja un libro extraño, delicado, melifluo, pleno<br />
de faunos, de ninfas, de dioses, de mitos. En su<br />
poesía encontramos fortalezas y debilidades, la<br />
más evidente es que, quizá por lanzarse a vincular<br />
el latido del ritmo latino olvidó cultivar<br />
su propia voz, una voz que se opacó entre relinchos<br />
de fauno y desnudeces estatuarias. En la<br />
poesía del frontereño se fortalece la pasión por<br />
un mundo que, en el momento en que él escribió<br />
Musa antigua, ya tenía enterrado más de<br />
mil años. Mal haríamos en creer que esto fue<br />
un bache en su obra. Más bien fue la respuesta<br />
a un mundo enajenado entre el boato porfi-<br />
17<br />
riano y el ansia de cambiarlo todo. Ese cambio<br />
comenzó en ese año falaz de 1910.<br />
Por eso es que quise reunirlos ahora en estos<br />
avezados festejos, razón mejor para que Pino<br />
Suárez y Casasús convivan en la muerte lo que<br />
no pudieron convivir en vida. Aunque quizá<br />
podamos referir una última cercanía. El libro<br />
Procelarias está dedicado a Joaquín D. Casasús.<br />
¿Admiración, ajuste de cuentas, zalamería, poner<br />
un pie en el Ypiranga? No lo sabremos. Pero<br />
las frases de la dedicatoria son ejemplo de cualquiera<br />
que se preocupe por su país, por el Estado,<br />
por México. Son además la mejor manera<br />
de describir a ambos autores que han sido verdaderas<br />
raíces dentro de la poesía de Tabasco.<br />
Extraigo esta frase como colofón de estos menesteres.<br />
Dice Pino Suárez:<br />
… estas personas están habituadas a encontrar<br />
en Ud., al corazón abierto a todas las íntimas efusiones<br />
de los nobles afectos y al alma absorta en<br />
las inefables contemplaciones del arte; y en mí,<br />
al altivo despreciador de las alturas, de las que<br />
sólo amo al sol: por los torrentes de luz que envía<br />
sobre todas las lobregueces de la tierra; y al<br />
rayo: porque sabe abatir las elevadas torres eri-
gidas por la ambición nefanda y la necia altanería<br />
de los hombres. (Diego Arenas Guzmán, José<br />
María Pino Suárez, Villahermosa, Gobierno del<br />
Estado de Tabasco, 1985, pág. 93)<br />
Casasús, el corazón abierto y el alma absorta;<br />
Pino Suárez, adorador del sol y del rayo. Poten-<br />
cias vívidas de ese tiempo en que cambió un<br />
país para nacer otro.<br />
18<br />
Vicente Gómez Montero.<br />
Dedico este texto a Lorena, amor por siempre.
MELANCOLÍAS<br />
José María Pino Suárez
[ 21 ]<br />
Melancolías
23<br />
Melancolías<br />
Mérida, 1905<br />
Como un manto de pálidas nieblas<br />
encubriendo el azul de los cielos,<br />
impasibles se ciernen en mi alma<br />
la tristeza, la duda y el tedio.<br />
Ensombrecen mi azul horizonte<br />
y me amargan los dulces recuerdos,<br />
y con su ala fatídica tocan<br />
en mi frente, con roce siniestro.<br />
Y esa eterna nostalgia de mi alma,<br />
y ese vago anhelar de mi pecho,<br />
dan la nota doliente a mis cantos,<br />
se reflejan en todos mis versos...<br />
A la vez altiva interroga<br />
la razón, el porqué de mi anhelo, [...]
y con gesto implacable de esfinge<br />
permanece impiadoso el misterio.<br />
Siendo niño, sentí que la ausencia<br />
de inefables halagos maternos,<br />
como el sol a las flores, faltaban<br />
a mi pobre existencia de enfermo.<br />
Primavera gentil ofrendome<br />
mucha savia después, muchos besos,<br />
y la luz faltó siempre a mis ojos...,<br />
y mis labios quedáronse yertos.<br />
Que el cristal empañado de mi alma<br />
no trasmite la luz de los cielos,<br />
y la oleada fugaz de la dicha<br />
melancólica llega a mi pecho.<br />
Y besando en la frente a mi esposa, [...]<br />
24
y cubriendo a mis hijos de besos,<br />
muchas veces asaltan a mi alma<br />
mil temores y vagos recelos,<br />
al pensar que pudiera infiltrarles<br />
la amargura infinita que llevo;<br />
y suspensa se queda la dicha...,<br />
y anhelante, mi espíritu enfermo...<br />
Como un manto de pálidas nieblas<br />
encubriendo el azul de los cielos,<br />
impasibles se ciernen en mi alma<br />
la tristeza, la duda y el tedio.<br />
Y esa eterna nostalgia de mi alma,<br />
y ese vago anhelar de mi pecho,<br />
dan la nota doliente a mis cantos,<br />
se reflejan en todos mis versos...<br />
25
Cubre al sol negra nube en la mañana<br />
Mérida, 1890<br />
En la muerte del malogrado artista yucateco Juan Gamboa Guzmán<br />
Cubre al sol negra nube en la mañana<br />
y las aves no cantan sus amores;<br />
naturaleza acalla sus rumores,<br />
al clamor funeral de la campana.<br />
El ciclo de la patria no engalana<br />
el iris con sus mágicos colores,<br />
y lágrimas derrama en vez de flores<br />
esta hermosa matrona mexicana.<br />
Mas ¿qué causa tan fúnebre aparato?,<br />
¿por qué el alma de todos se contrista...?<br />
Es que en sublime y místico arrebato,<br />
de inspiración constante en el anhelo,<br />
el numen prestigioso del artista<br />
tendió las alas y elevose al cielo.<br />
26
Cuando recuerdo la feraz llanura<br />
cubierta de verdura<br />
de mi tranquilo y venturoso prado,<br />
y el rumoroso y cristalino río,<br />
que, en loco desvarío,<br />
corre bañando de mi pueblo un lado;<br />
y los hermosos y fugaces días<br />
de gratas alegrías<br />
que allí pasara en mis primeros años,<br />
cuando en el seno del hogar paterno<br />
ni aun soñara el infierno<br />
de los negros y crueles desengaños;<br />
hoy, que mi pecho acongojado y triste<br />
la pena no resiste,<br />
al recordarte llena de poesía,<br />
deja, ¡oh patria!, que eleve el triste canto<br />
que humedecido en llanto<br />
brota inacorde de la lira mía.<br />
27<br />
Nostalgia<br />
Mérida, 1890
Pasaron Moctezuma Ilhuicamina,<br />
Cuauhtémoc y Cortés con sus hazañas,<br />
la indomable ambición de las Españas,<br />
la enamorada, intrépida, Marina.<br />
El águila de Anáhuac, peregrina,<br />
vuelve altiva a posarse en sus montañas;<br />
mas, ¡oh patria infeliz!, huestes extrañas<br />
vienen, después, a pretender tu ruina.<br />
Oponiendo la fuerza a tu derecho,<br />
hollar quieren tu honor republicano;<br />
pero encuentran un héroe en cada pecho,<br />
un Cuauhtémoc en cada mexicano...<br />
Y al dar a Francia la lección severa,<br />
respetó el universo tu bandera.<br />
28<br />
Cinco de mayo<br />
Mérida, 1890
El retrato que al triste peregrino<br />
le dedicaste en hora venturosa,<br />
en sus horas amargas, silenciosa,<br />
contempla mi alma, en éxtasis divino.<br />
Me eleva siempre a la región del arte,<br />
y, al recuerdo de Fidias y de Apeles,<br />
busco en sueños sus mágicos pinceles,<br />
pero en vano...: yo sólo sé cantarte.<br />
Y para ti las notas hoy quisiera<br />
del portentoso Cisne de Sorrento<br />
su lira melodiosa, y que mi acento<br />
se escuchara, al cantarte, por doquiera.<br />
Quisiera un arca de esmeraldas y oro<br />
para guardar tu efigie seductora,<br />
29<br />
Tu retrato<br />
Mérida, 1890<br />
A Rosario<br />
[...]
pero ¡ay! sólo en mi mente soñadora<br />
puede caber tan singular tesoro.<br />
Y al mirar tu retrato en el armario,<br />
que la suerte me diera, despiadada,<br />
una reina de Oriente destronada<br />
me pareces, bellísima Rosario.<br />
Y reír te veo llena de sonrojos<br />
por lo que, acaso, llamarás locura;<br />
yo me inspiro en la lumbre que fulgura<br />
radiante y bella en tus divinos ojos.<br />
Y de mi alma en el íntimo santuario<br />
guardo siempre tu imagen seductora;<br />
sólo mi alma es la digna guardadora<br />
de tu retrato, angelical Rosario.<br />
30
I<br />
Cuando en plácida noche de estío<br />
muestra Febe su disco de plata,<br />
al mirarse la hermosa en el lago,<br />
en las ondas su luz desparrama.<br />
Y si en cielo de amor al fin llegan<br />
a reunirse, dichosas, dos almas,<br />
y se funden en una, en los labios<br />
explosiones de besos estallan.<br />
II<br />
Cuando en lóbrega noche de invierno<br />
la tormenta despliega sus alas,<br />
sobre el mundo se cierne impetuosa<br />
y abre el cielo sus mil cataratas.<br />
Y si en horas de duelo profundo<br />
en la tierra se encuentran dos almas,<br />
la tormenta resuélvese en lluvia,<br />
mas entonces en lluvia de lágrimas.<br />
31<br />
Besos y lágrimas<br />
Mérida, 1890
Besando pasa la risueña falda<br />
de mi pueblo tranquilo y venturoso,<br />
y deslízase, luego, voluptuoso,<br />
por inmensas llanuras de esmeralda.<br />
Sus márgenes adornan en guirnalda<br />
flores mil que fecunda allí el coloso,<br />
copiando en sus cristales, majestuoso,<br />
los colores azul, violeta y gualda.<br />
El cauce que se inclina en la ribera,<br />
préstale sombra grata en el estío,<br />
y el camalote y la gentil palmera<br />
dulces rumores a mi undoso río...<br />
¡Quiera el cielo propicio, cuando muera,<br />
bañen sus aguas el sepulcro mío!...<br />
32<br />
El Usumacinta<br />
Mérida, 1891
Cesó la tempestad, el ronco viento<br />
que azotaba la mar embravecida<br />
y amenazaba aniquilar la vida<br />
con su sordo y horrísono lamento;<br />
el mar airado, atronador, violento,<br />
que en su recia y profunda sacudida<br />
vio la nave en su seno confundida<br />
y del marino el postrimer aliento;<br />
depone la ira, su furor acalla;<br />
el huracán tornose brisa suave,<br />
y a la desierta y arenosa playa<br />
los restos lleva de la hermosa nave...<br />
Mas ¡ay! la paz del hombre que batalla,<br />
empezará donde la vida acabe.<br />
33<br />
Lucha<br />
Mérida, 1891
Cuántas veces en medio del camino,<br />
sin flores y sin luz de la existencia,<br />
bajo el peso fatal de mi sentencia,<br />
me detengo cual triste peregrino.<br />
Cansado de sufrir, la frente inclino,<br />
e, implorando del cielo la clemencia,<br />
pido un ángel bendito de inocencia<br />
que me ayude a luchar con el destino.<br />
Mas vano ha sido mi constante anhelo;<br />
en el mar de mi vida no hay bonanza,<br />
y, si angustiado me dirijo al cielo,<br />
mi suspiro se pierde en lontananza;<br />
sólo guardo en tan hondo desconsuelo<br />
en lo íntimo del alma una esperanza...<br />
34<br />
Esperanza<br />
Mérida, 1891
Cuántas veces en medio a mis dolores,<br />
en la ruda pendiente de la vida,<br />
he vuelto la mirada entristecida<br />
a la tranquila fe de mis mayores;<br />
y cuántas ¡ay! mis trémulos clamores,<br />
al contemplar una ilusión perdida,<br />
hallaron eco en tu alma bendecida,<br />
madre de un Dios, amor de los amores.<br />
Hoy, que la frente marchitada inclino<br />
bajo el peso de tantos desengaños,<br />
como al pie de la palma solitaria<br />
busca abrigo el cansado peregrino,<br />
con el ardor de mis primeros años,<br />
busco tu fe, modulo tu plegaria.<br />
35<br />
Mística<br />
Mérida, 1891
Allá en los bosques de la patria mía,<br />
cabe la sombra fresca y regalada<br />
que los verdes y agrestes platanales<br />
bajo sus frondas guardan;<br />
allá, Carmela, se meció tu cuna,<br />
al beso puro de sus frescas auras,<br />
y al arrullo dulcísimo y sonoro<br />
del sauce y de la palma,<br />
que bordan la ribera<br />
del murmurante y plácido Grijalva.<br />
Y por eso, al nacer, Carmela hermosa,<br />
el arte ya llevabas en el alma,<br />
pues el sol de esa tierra bendecida,<br />
al besar en tu frente nacarada,<br />
te trajo un rayo del Supremo Artista<br />
que iluminó tu alma.<br />
36<br />
En el álbum de Carmela<br />
Mérida, 1891<br />
[...]
Por eso de las teclas de tu piano,<br />
tu numen prodigioso siempre arranca<br />
desgarradores ayes y lamentos,<br />
risas alegres, besos, carcajadas;<br />
los rumores del viento entre las frondas,<br />
y los trinos del ave cuando canta;<br />
los tumbos de la mar embravecida,<br />
el trueno que en los aires se dilata;<br />
y el murmullo tranquilo y voluptuoso<br />
de las ledas corrientes del Grijalva.<br />
Y mi alma, que persigue la belleza<br />
al soñar en el arte, enamorada,<br />
ha soñado también siempre contigo<br />
ungida por la gloria soberana,<br />
y le ha dicho a la musa de los cielos:<br />
¡aquí a la gloria y la belleza, canta!<br />
37
No importa que tu labio pudoroso,<br />
que sólo brota virginal plegaria,<br />
en su inocente y tímido recato<br />
me diga que no amas;<br />
si tus ojos, tan bellos, tan hermosos,<br />
en el lenguaje místico del alma,<br />
han hablado a la mía tantas veces<br />
de amor y de esperanzas.<br />
38<br />
Madrigal<br />
Mérida, 1892
I<br />
En un cielo sereno y esplendente<br />
de rosa, oro y azul,<br />
coronada de luz indeficiente<br />
sonriendo vives tú.<br />
En un páramo incierto y escabroso,<br />
sin una sola flor,<br />
bajo un cielo nublado y tempestuoso,<br />
camino, triste, yo.<br />
II<br />
En esquife, que raudo se abalanza<br />
por océanos de luz,<br />
hacia el puerto feliz de la esperanza,<br />
navegas siempre tú.<br />
En un mar sin riberas, combatida<br />
por el rudo aquilón,<br />
va la nave deshecha, ya perdida,<br />
en que navego yo.<br />
39<br />
Tú y yo<br />
Mérida, 1892<br />
[...]
III<br />
Llevas el sello en la radiosa frente<br />
de eterna juventud;<br />
la vejez no abatió nunca, inclemente,<br />
las almas como tú.<br />
Mientras mi frente, mustia y dolorida,<br />
sin un beso de amor,<br />
se inclina hacia el ocaso de la vida<br />
adonde ruedo yo.<br />
IV<br />
Mas las notas, que en medio a mis dolores<br />
arranco a mi laúd,<br />
vivirán mientras vivan mis amores,<br />
mientras alientes tú.<br />
Y en tanto que te ausentes, mi María,<br />
también de esta región,<br />
te dirán que en la tumba, vida mía,<br />
te adoro siempre yo.<br />
40
Cese tu pena cruel, calma tu duelo;<br />
que tu padre no ha muerto, porque en vano,<br />
al que es esclarecido ciudadano<br />
pretende airado arrebatar el cielo;<br />
y la noche del tiempo, en raudo vuelo,<br />
al cernerse fatídica en lo humano,<br />
no podrá en el recuerdo de ese anciano<br />
del olvido jamás tender el velo.<br />
La sociedad verá que en ti revive,<br />
si sigues de tu padre el alto ejemplo,<br />
el árbol de virtudes que afanoso<br />
cultivara en el mundo; y si él hoy vive<br />
de lo inmortal en el augusto templo,<br />
ahí en sus naves te dará reposo.<br />
41<br />
Cese tu pena cruel, calma tu duelo<br />
Mérida, 1892<br />
A Felipe Ibarra y de Regil en la muerte de su padre
Tu imagen miro bella y pudorosa,<br />
leve, flotando en el azul del cielo,<br />
como nube de gasa en primavera,<br />
o en la alta noche temblador lucero;<br />
te miro como ondina voluptuosa<br />
del lago en el confín lejano y terso,<br />
y te miro cual tímida violeta<br />
entre las flores del jardín ameno;<br />
en la aurora que alegre y sonrosada<br />
lanza en oriente prístinos destellos,<br />
y de la tarde al pálido crepúsculo<br />
en que se envuelve mudo el universo.<br />
42<br />
A ti<br />
Mérida, 1892<br />
[...]
Te contemplo doquiera que la vista<br />
de la pasión en el delirio tiendo,<br />
en mis horas de duelo y de tristeza<br />
y en los de gloria, embriagadores sueños;<br />
y siento muchas veces en mi frente<br />
el beso perfumado de tu aliento,<br />
al oprimir mis sienes abrasadas<br />
con la corona de laurel eterno;<br />
y te siento en el alma, en la conciencia,<br />
rigiendo el corazón y el pensamiento,<br />
y por eso te canto a todas horas,<br />
y por eso palpitas en mis versos.<br />
43
Amo a la rubia pálida y graciosa<br />
cuya mirada es lánguida e inocente,<br />
como el ensueño virginal y riente<br />
de la niñez tranquila y venturosa;<br />
y a la morena esbelta y voluptuosa,<br />
de mirada flamígera y ardiente,<br />
como el beso primero, que candente<br />
deslizamos en labios de una hermosa.<br />
En mis sueños de gloria y poesía,<br />
las he visto acercarse cariñosas<br />
y, entre oleajes de luz y de armonía,<br />
ceñir mi frente de laurel y rosas;<br />
mas si loca pasión mi alma enajena,<br />
¡siempre he soñado en la gentil morena!<br />
44<br />
Rubia y morena<br />
Mérida, 1892
45<br />
Te he llamado al sentir el incendio<br />
Mérida, 1892<br />
A María<br />
Te he llamado al sentir el incendio<br />
de los rayos de un sol tropical,<br />
y me ha dicho que sólo refleja<br />
tu mirada su límpida faz.<br />
Y al mirar a la casta viajera<br />
silenciosa cruzar el azul,<br />
he creído que tú te alejabas<br />
rebujada entre gasas y tul.<br />
Al sentir el perfume que exhalan<br />
los naranjos en flor, y el jazmín,<br />
he aspirado el ambiente, pensando,<br />
que te hallabas muy cerca de mí. [...]
Y al mirar que en la flor del granado<br />
suspiraban las auras de abril,<br />
acerqueme afanoso a besarla<br />
exclamando: ¡su boca es así!<br />
Y si escucho el murmullo de la onda<br />
al jugar con la brisa fugaz,<br />
sueño, niña, que ardiente modulas<br />
tu plegaria con voz celestial.<br />
Y esa voz interior que me dice<br />
que alce siempre mi alma hasta Dios:<br />
esa, pienso también, ángel mío,<br />
que es la voz celestial de tu amor.<br />
46
No intentes asomarte al hondo abismo<br />
que imponente hoy separa nuestras almas;<br />
en él pudiera nuestro amor hundirse<br />
y perderse por siempre la esperanza.<br />
Ni sufras tú, tampoco, los rigores<br />
con que la duda me destroza el alma;<br />
la vida como el mar tiene tormentas,<br />
y en el mar al fin pasan las borrascas.<br />
Hasta el trono de Dios sencilla eleva<br />
la dulce, pura y mística plegaria,<br />
que el que enfrena el océano proceloso<br />
las tempestades de la vida acalla.<br />
Y ámame mucho; con tu amor, mi vida,<br />
saldré triunfante de la duda ingrata;<br />
no sufras, no, que mientras vida aliente,<br />
siempre tuyo seré: espera y ama.<br />
47<br />
Penumbra<br />
Progreso, 1892
Una luna de enero me ha contado<br />
que de amores del sol con una estrella,<br />
nació una noche la creación más bella;<br />
que el fruto de ese amor, niña, eres tú.<br />
Por eso brilla en tu mirada ardiente<br />
de ese sol tropical la lumbre pura,<br />
al par que se refleja la ternura<br />
que la estrella despide con su luz.<br />
Las ondinas me han dicho que una tarde<br />
la brisa jugueteaba con el lago,<br />
y que al sentir su cariñoso halago<br />
diole un beso también..., y fuiste tú.<br />
48<br />
¡Esa eres tú!<br />
Mérida, 1892<br />
[...]
Por eso adornan, niña, tu hermosura,<br />
como efluvios de amor, dulces sonrisas,<br />
que los besos del lago y de las brisas<br />
arrullaron tu cuna entre bambús.<br />
Mas el canto de un ave en la espesura<br />
sorprendí una mañana —a fe de poeta—:<br />
“amó el lirio del valle a la violeta<br />
y una rosa brotó...”, ¡esa eres tú!<br />
Por eso la virtud brilla en tu frente,<br />
y es tu pecho gentil nido de amores;<br />
naciste entre las aves y las flores<br />
y tu patria es el éter, el azul.<br />
49
¡Qué triste es ver de la remota orilla<br />
perderse en lontananza,<br />
el esquife que rápido se aleja<br />
llevándonos el alma!<br />
¡Qué triste es ver el sol en el ocaso<br />
hundirse con sus galas,<br />
mientras al cielo la llorosa tarde<br />
eleva una plegaria!<br />
¡Y qué triste la eterna despedida<br />
del ser a quien se ama,<br />
dejándonos, por siempre, con su ausencia,<br />
sin fe, sin esperanza!<br />
50<br />
Elegías<br />
Mérida, 1892<br />
[...]
Tal vez un día tornará el querido<br />
bajel a nuestras playas,<br />
trayendo entre los pliegues de su lona<br />
el alma de nuestra alma.<br />
El sol que se hunde en el remoto ocaso,<br />
despertará mañana<br />
al himno que natura, en cada día,<br />
le canta enamorada.<br />
Pero el ser que nos dio su despedida<br />
con la última mirada<br />
jamás retornará... ¡Y ni en el cielo,<br />
acaso, nos aguarda!<br />
51
La blanca luna su fulgor derrama<br />
del opulento alcázar en las ruinas,<br />
y murmuran las ondas cristalinas<br />
del arroyuelo, en la mullida grama.<br />
Después, la aurora enciende en roja llama<br />
Febo al radiar sus hebras diamantinas,<br />
y el ave exhala notas argentinas,<br />
entre la verde y florecida rama.<br />
En la montaña que el espacio hiende<br />
la flor se ostenta llena de frescura,<br />
y al juguetear con ella, el aura pura<br />
suave perfume por el prado extiende...<br />
Y el aliento de Dios, desde la altura,<br />
sobre aquel cuadro majestuoso esplende.<br />
52<br />
Amanece<br />
Mérida, 1893
Quisiera ver tu alma convertida<br />
en transparente gota de rocío,<br />
para atraerla al caudaloso río<br />
de mi pasión, fundiéndote en mi vida.<br />
Mas este ideal que en el cerebro anida,<br />
lo desecho al pensar que tu albedrío<br />
violentara quizás, y el amor mío<br />
llorar no quiere su ilusión perdida.<br />
Que el amor, como todo lo grandioso<br />
que palpita del mundo en el concierto,<br />
ha de ser libre para ser hermoso,<br />
y al oprimirle se le encuentra yerto:<br />
sólo mi frente se alza alborozada<br />
al tirano fulgor de tu mirada.<br />
53<br />
Pasión<br />
Mérida, 1893
A ti, el amor, la religión, la diosa<br />
por quien amo esta vida tan ingrata,<br />
hoy tu esclavo te ruega que en tu álbum<br />
pongas su efigie, que la tuya guarda,<br />
y lleva enamorado por doquiera,<br />
palpitante, radiosa, bella y casta,<br />
en el santuario donde sólo habitan<br />
los recuerdos purísimos del alma.<br />
54<br />
Con mi retrato<br />
Mérida, 1893
*Netzahualcóyotl.<br />
55<br />
Felicia: tú eres la beldad criolla<br />
Mérida, 1893<br />
A Felicia<br />
Felicia: tú eres la beldad criolla,<br />
que, al soñar en el arte, ha visto mi alma,<br />
bajo el cielo purísimo de México,<br />
de un águila caudal bajo las alas.<br />
Eres la encarnación de aquella musa<br />
que, escondida en la selva americana,<br />
inspiró las canciones melancólicas<br />
de aquel Poeta-Rey.* Fuiste la maga<br />
que hizo que amara el arte más que el cetro,<br />
y, más que el trono, tu belleza indiana.<br />
Quién sabe cuántas veces te vería<br />
de mirtos y azucenas coronada<br />
a la orilla del lago de Texcoco,<br />
sobre la verde alfombra que sombreaban<br />
la palmera, el bambú y el cocotero;<br />
o en un harem de flores, reclinada,<br />
en el dulce abandono de la siesta,<br />
cual regia dueña, cual gentil sultana,<br />
de aquellas pintorescas soledades<br />
de la que virgen fue, tierra de Anáhuac. [...]
Quién sabe cuántas veces te siguiera,<br />
por los vastos desiertos de la pampa,<br />
volviéndose jadeante a su palacio<br />
sin dar alcance a tu ligera planta;<br />
y quién sabe, también, si tú, propicia,<br />
doliéndote otras veces de sus ansias,<br />
intranquila y medrosa lo esperaste,<br />
al tronco de la ceiba centenaria,<br />
y al fulgor melancólico de Febe<br />
enjugaste piadosa allí sus lágrimas...<br />
. . . . . . .<br />
. . . . . . .<br />
Puedes altiva ser; tu regia estirpe<br />
se revela en las curvas soberanas<br />
de tu belleza criolla, y en tus ojos<br />
hay del genio la ardiente llamarada;<br />
el sello de la dulce poesía<br />
lleva tu frente sonrosada y alba,<br />
y hay arrullos y cánticos de amores<br />
de tu pecho en el ánfora sagrada.<br />
Puedes altiva ser, yo te proclamo<br />
en estas notas íntimas de mi alma,<br />
por tu regia beldad y tu hermosura,<br />
la musa de la tierra mexicana.<br />
56
Cada vez que en tu helénica hermosura<br />
fijos el pensamiento y la mirada,<br />
mi ardiente fantasía<br />
tiende atrevidas las ligeras alas,<br />
y con potente vuelo<br />
me eleva ansioso a la región del alma;<br />
tu imagen seductora,<br />
de los pensiles de tu hermosura patria<br />
a la margen risueña<br />
del undoso y florífero Grijalva,<br />
envuelta entre sus brisas,<br />
contemplo en mi delirio trasportada.<br />
Allí, de pie, como una estatua griega,<br />
cual soñadora maga<br />
ceñida con la blanca vestidura<br />
de Ofelia infortunada,<br />
los cabellos flotantes en mil rizos<br />
sobre la nívea espalda,<br />
rodeada la sien con la corona<br />
de flores que formaran<br />
los genios impalpables de mi río,<br />
57<br />
En el álbum de Leonor<br />
Mérida, 1893<br />
[...]
y desnudos los pies, que, alborozadas<br />
las espumantes ondas,<br />
por besarlos, se acercan y los bañan;<br />
yo te he visto extasiado<br />
como una virgen pálida,<br />
cual la visión que, en poéticos ensueños<br />
de una época lejana,<br />
me forjara en la mente<br />
cuando al arrullo de las frescas auras<br />
y adormecido con sus mil rumores,<br />
en el suave regazo despertara<br />
a las dulces caricias<br />
de la ninfa encantada del Grijalva.<br />
. . . . . . .<br />
. . . . . . .<br />
Así tu imagen palpitante guardo,<br />
así te llevaré siempre en el alma,<br />
cuando al decir adiós a tus hogares,<br />
cuando, al partir para mi dulce patria,<br />
vuelva a surcar, henchido de entusiasmo,<br />
las ondas murmurantes del Grijalva.<br />
58
I<br />
En el rincón obscuro<br />
de la pequeña estancia<br />
ha tiempo gime triste<br />
y abandonada el arpa.<br />
El polvo que la cubre,<br />
las densas telarañas<br />
que forman con sus cuerdas<br />
la más tupida malla,<br />
acusan del olvido<br />
la mano despiadada,<br />
o dicen ¡ay, que el bardo<br />
ya lleva muerta el alma...!<br />
59<br />
La muerte del bardo<br />
Mérida, 1893<br />
[...]
II<br />
Las recias tempestades,<br />
las hórridas borrascas<br />
del mundo, combatieron<br />
su deleznable barca,<br />
y al fin, rota en pedazos,<br />
las ondas irritadas<br />
trajéronla en su seno<br />
a la remota playa.<br />
Y extintas ya las fuerzas,<br />
la frente marchitada,<br />
y en sombras convertida<br />
la luz de la esperanza,<br />
el bardo melancólico<br />
la muerte sólo aguarda<br />
que corte, al fin, piadosa,<br />
sus luchas y sus ansias. [...]<br />
60
III<br />
Mas súbito una noche,<br />
la luna muy callada,<br />
penetra cautelosa<br />
por la desierta estancia,<br />
rasgando la tiniebla<br />
que envuelve, funeraria,<br />
del bardo moribundo<br />
la frente mustia y pálida.<br />
Despierta, se incorpora,<br />
dirige una mirada<br />
al ángulo en que duerme<br />
enmudecida el arpa,<br />
que un rayo de la luna<br />
también iluminara,<br />
y se oye hondo gemido<br />
que de su pecho exhala;<br />
quizá al recuerdo triste<br />
de dicha ya pasada,<br />
y brilla en su pupila<br />
la delatora lágrima. [...]<br />
61
IV<br />
Avanza; entre sus manos,<br />
convulsas y agitadas,<br />
sostiene sollozando<br />
y arrodillado, su arpa.<br />
Sacúdela afanoso,<br />
sus notas ya le arranca,<br />
y al fin, a sus acordes<br />
estremecido canta.<br />
Evocan sus acentos<br />
de amor una balada<br />
que así en noche de luna<br />
temblando levantara<br />
al pie de la alta reja<br />
de altiva castellana;<br />
y al pronunciar el nombre<br />
de la mujer ingrata,<br />
la nota melodiosa<br />
se extingue en su garganta<br />
y rómpense al unísono<br />
las cuerdas de su arpa,<br />
con las amantes fibras<br />
más íntimas de su alma.<br />
62
Si tu álbum es el altar<br />
en que se venera a Amor<br />
y adonde cada viajero<br />
llega, loco de pasión,<br />
a elevar una plegaria<br />
o a entonar una canción,<br />
yo soy el pobre viajero<br />
que, temblando de emoción,<br />
llega con el alma rota<br />
ante el altar del amor,<br />
y en vez de elevar mis preces<br />
o entonar una canción,<br />
al exhalar el gemido<br />
63<br />
En un álbum<br />
Mérida, 1893<br />
[...]
que, cruel, me arranca el dolor,<br />
tan sólo dejo en el ara<br />
deshojada ya, una flor,<br />
que el cierzo del infortunio<br />
en su furia marchitó...<br />
Perdona, graciosa niña,<br />
en nombre de ese tu amor,<br />
que así profane tus creencias,<br />
que aquí cante mi dolor,<br />
y conserva en tus altares<br />
esta deshojada flor,<br />
y conserva en tus memorias<br />
del bardo el último adiós...<br />
64
¡Qué triste lo miro todo<br />
desde que el sol se ocultó;<br />
parece que en un sepulcro<br />
habita mi corazón!<br />
Todo está negro y sombrío<br />
como noche de dolor;<br />
todo vive en el misterio<br />
desde que el sol se ocultó.<br />
En abismos de tristeza<br />
miro hundirse mi pasión,<br />
porque la luz de tus ojos<br />
no me manda su fulgor.<br />
En la rama, solitario,<br />
ya no canta el ruiseñor;<br />
¿dónde está la compañera<br />
que mitigue su aflicción?<br />
65<br />
Tristezas<br />
Mérida, 1893<br />
[...]
Marchita ya y sin perfume,<br />
se muere la pobre flor,<br />
porque el beso de tu aliento<br />
cierzo impuro le robó.<br />
Y la fuente rumorosa<br />
sus cristales enturbió,<br />
desde que no copia en ellos<br />
tu albo rostro encantador.<br />
En el azul horizonte<br />
se alza obscuro nubarrón,<br />
y no brilla ni una estrella<br />
en el cielo de mi amor.<br />
Todo está negro y sombrío<br />
desde que el sol se ocultó;<br />
¿hasta cuándo, vida mía,<br />
volverá a lucir el sol?<br />
66
Adiós, voy a partir, en breves horas<br />
gallarda nave se dará a la vela<br />
y surcará las ondas mugidoras,<br />
como alado corcel que raudo vuela,<br />
llevándome de aquí.<br />
Mañana, que al alzarse en el Oriente<br />
el Astro Rey surgiendo de los mares,<br />
te traiga con sus rayos, dulcemente,<br />
las notas que me arranquen mis pesares,<br />
¡acuérdate de mí!<br />
Que en la noche callada y misteriosa<br />
cuando en las ondas plácidas del río<br />
surja la luna, bella, esplendorosa,<br />
soñando en el amor, dulce bien mío,<br />
¡me acordaré de ti!<br />
67<br />
¡Adiós...!<br />
Mérida, 1894<br />
[...]
Y si al herir la clave de tu piano<br />
brota a raudales toda la poesía<br />
que le arranca tu genio soberano,<br />
acuérdate de mí, gentil María,<br />
¡acuérdate de mí!<br />
Que cuando vague a orillas del torrente,<br />
de la selva escuchando los rumores,<br />
en el éxtasis puro que se siente<br />
de esa vida entre pájaros y flores...,<br />
¡me acordaré de ti!<br />
68
La cámpanula azul y el pardo nido<br />
cobran vida y calor en primavera;<br />
reverdecen los campos y doquiera,<br />
derrama efluvios el abril florido.<br />
Entre las densas nieblas del olvido,<br />
la luz de los recuerdos reverbera;<br />
se torna en realidad vana quimera,<br />
y hastía, al fin, el goce apetecido.<br />
Mas ¡ay! las ilusiones que se alejan,<br />
del árbol de la vida son las hojas<br />
que arranca el huracán todos los años;<br />
son esperanzas muertas que nos dejan,<br />
el sudario de lúgubres congojas<br />
y la tumba de crueles desengaños.<br />
69<br />
Año nuevo<br />
San Juan Bautista, 1894
Yo no te conocí, madre querida;<br />
nunca sintió mi frente de proscrito<br />
ese ósculo de amor santo y bendito<br />
que redimiera mi alma dolorida.<br />
Del infortunio cruel bajo la egida<br />
me hallé desde la cuna, que es un mito<br />
cualquier amor, si falta el infinito<br />
amor de los amores en la vida.<br />
Y cual la débil yedra que rastrea<br />
sin encontrar la encina salvadora<br />
que le sirva de apoyo, así a porfía,<br />
del mundo artero en la mortal pelea,<br />
he invocado tu sombra bienhechora,<br />
he implorado tu auxilio, madre mía.<br />
70<br />
A mi madre<br />
San Juan Bautista, 1895
Un tiempo fui feliz, esplendoroso,<br />
el astro del amor brilló en mi cielo,<br />
y uniendo tu destino a mi destino<br />
nuestras almas ató con lazo eterno.<br />
Y huyeron las tinieblas del espíritu,<br />
la tristeza letal, la duda, el tedio...<br />
Y tendieron al cielo azul y rosa<br />
las blancas ilusiones su alto vuelo.<br />
Más que el murmullo del inquieto lago,<br />
de la brisa fugaz al casto beso,<br />
era grato a mi alma enamorada<br />
del dulce arrullo de tu voz, el eco.<br />
Más hermoso que el iris esplendente<br />
al quebrarse en la ojiva de algún templo,<br />
71<br />
Ausencia<br />
San Juan Bautista, 1895<br />
[...]
era el rayo de luz de tu mirada,<br />
revelación de amor del pensamiento.<br />
Y más suave que el ritmo de la estrofa,<br />
el tímido latir de tu albo seno,<br />
si en deliquio amoroso te adormía<br />
el rugir del volcán dentro mi pecho...<br />
Hoy, que me oculta el cielo de la dicha<br />
la adusta ausencia con sus negras alas,<br />
y con mi pena y mi dolor a solas<br />
no tengo ni el consuelo de las lágrimas;<br />
hoy, que, nublado el astro esplendoroso,<br />
la sombra de la duda envuelve el alma,<br />
y el tedio la devora lentamente<br />
marchitando la flor de la esperanza;<br />
cómo viene el recuerdo inmaculado [...]<br />
72
de aquellas horas de bendita calma,<br />
a crecer mi delirio y mis anhelos<br />
haciendo las que hoy paso aun más amargas.<br />
Y sueño que me arrulla melodiosa<br />
tu dulce voz en la risueña estancia,<br />
pero con ese acento de tristeza<br />
que le imprime la dicha ya pasada;<br />
y que en la luz de tus divinos ojos<br />
lleno de amor mi espíritu se baña,<br />
mas, que esa lumbre tropical y pura,<br />
hoy la distancia y el dolor empañan;<br />
y oigo el latir de tu amoroso pecho<br />
que cortan los suspiros y las lágrimas,<br />
y caigo en esa languidez suprema,<br />
precursora de muerte para el alma.<br />
73
Con angustioso afán, con faz turbada,<br />
languidescente el ademán, severa<br />
y amarga la sonrisa, y por doquiera<br />
volviendo inquieta y mustia la mirada;<br />
evocando la dicha ya pasada,<br />
con la tristeza del que nada espera,<br />
contemplad al poeta en la ribera<br />
dando el último adiós a su adorada.<br />
Enérgica resuena ya, de mando,<br />
la voz del capitán, al fin se alcanza<br />
a ver surgir el ancla balanceando;<br />
treme el vapor y escápase silbando...<br />
Y ve el poeta perderse en lontananza,<br />
con la nave feliz, toda esperanza.<br />
74<br />
La partida<br />
San Juan Bautista, 1895
Ven a mis brazos; mi razón vacila;<br />
me quiero convencer de mi ventura,<br />
enlazando tu mórbida cintura,<br />
bañándome en la luz de tu pupila.<br />
Ven, no temas; acércate tranquila,<br />
que ante el casto rubor de tu ternura,<br />
seré esclavo y no rey de tu hermosura,<br />
seré como Sansón ante Dalila.<br />
Ven a mis brazos, mi gentil Señora;<br />
quiero un beso imprimir sobre tu frente<br />
y al sentir en la mía abrasadora<br />
el de tu boca púdica y ardiente,<br />
olvidar mi tristeza matadora,<br />
y olvidarme del mundo eternamente...<br />
75<br />
Ven...<br />
Frontera de Tabasco, 1896
¿Conque, también, tu generoso brío?<br />
México, 1897<br />
¿Ubi est, oh mors, victoria tua?, en la muerte de José Salazar<br />
¿Conque, también, tu generoso brío<br />
rendirse pudo en la azarosa brega?;<br />
¿con que, al fin, tú también, en la refriega<br />
sucumbiste al dolor, amigo mío?<br />
Y bien, ¡oh muerte!, tu puñal agudo<br />
¿por qué lo esgrimes contra el pecho noble,<br />
contra el que, enhiesto y corpulento roble,<br />
el huracán de la pasión no pudo?<br />
Pudieras, siempre, tu invencible saña<br />
descargar en la frente envilecida<br />
del duro criminal, y envanecida<br />
pasear entonces tu feroz guadaña.<br />
Pero esa es tu misión, frente al problema,<br />
una vez más el pensamiento humano<br />
76<br />
[...]
escudriña las leyes del arcano<br />
en busca del porqué del anatema.<br />
Tú ya lo sabes, cariñoso amigo,<br />
que al dejar las tristezas de esta vida,<br />
has hallado la calma apetecida<br />
de tus virtudes y tu fe al abrigo.<br />
¡Oh pobre luchador!, la dura suerte<br />
llenar no quiso tu ambición de gloria,<br />
mas ya tienes ganada la victoria,<br />
el triunfo de los buenos es la muerte.<br />
Y perdona si aún turba tu reposo<br />
el eco triste del dolor humano:<br />
es la voz del amigo, del hermano,<br />
¡duerme en paz, ni envidiado ni envidioso!<br />
77
Quedó la hoja del árbol suspendida;<br />
acallose el murmullo del torrente;<br />
rodó el sol moribundo en Occidente,<br />
tembló la tierra, enmudeció la vida...<br />
Una nota no más, sola y perdida,<br />
rompió el silencio lúgubre, imponente,<br />
de aquella soledad, indiferente,<br />
como la misma multitud deicida.<br />
¡Oh máter dolorosa!, fue el lamento<br />
que, al pie del árbol de la cruz, de hinojos,<br />
exhalara tu pecho en agonía,<br />
al contemplar que en el postrer aliento<br />
del hijo de tu amor, como en sus ojos,<br />
la excelsa luz del mundo se extinguía.<br />
78<br />
Desolación<br />
Mérida, 1897
¿Y pudiste caer, al fin, herido,<br />
al rudo golpe de alevosa mano...?<br />
¿Y pudo, al fin, el bárbaro tirano<br />
cebar en ti su saña, fementido?<br />
Caíste, luchador..., mas no vencido,<br />
que, al domarse las iras del Hispano,<br />
cantará las victorias del Cubano<br />
con el triunfo de un pueblo redimido.<br />
Mientras tanto, patriota, duerme al peso<br />
de tu gigante gloria conquistada,<br />
al arrullo inmortal del dulce beso.<br />
De la ola que se rompe enamorada<br />
sobre la augusta playa, que, al exceso<br />
de tu pasión, soñaste libertada...<br />
79<br />
¿Y pudiste caer, al fin, herido?<br />
Mérida, 1897<br />
A Antonio Maceo
No me arredra la lucha gigantea<br />
de la batalla de la vida al toque:<br />
del duro hierro al palpitante choque<br />
la excelsa luz del pedernal chispea.<br />
No el embate sufrir en la pelea:<br />
del cincel a los golpes en el bloque,<br />
surge la estatua, y al gentil retoque<br />
del augusto pincel, brota la idea.<br />
No importa, no, que entre la vil escoria<br />
altivo gladiador hunda la frente,<br />
con destellos de luz aún en la mente,<br />
con ensueños de amor aún en el alma;<br />
si, vencido, corónase de gloria<br />
y de mártir conquístase la palma.<br />
80<br />
Gloria victis<br />
México, 1897
No en cascadas brillantes se despeña<br />
tu limpio oleaje de bruñida plata,<br />
ni arrollas cual inmensa catarata<br />
el árbol y el esquife entre la breña.<br />
En la exúbera margen ribereña<br />
tu tranquila corriente se dilata,<br />
como el terso cristal en que retrata<br />
sus mil hechizos la beldad costeña.<br />
Astros y flores llevas en tus ondas,<br />
nostálgica tristeza en tus rumores<br />
y en el susurro de tus verdes frondas,<br />
el eco de la dulce poesía,<br />
que derramara el dios de los amores<br />
allá en el suelo de la patria mía.<br />
81<br />
El Grijalva<br />
México, 1898
Pasó la primavera de mi alma;<br />
estremeciola del otoño el viento<br />
y arrebatole con su antigua pompa<br />
su luz al numen, su cadencia al verso.<br />
Volubles y fugaces golondrinas,<br />
las ilusiones para siempre huyeron<br />
y su nido de amor roto olvidaron<br />
de mi mansión en el ruinoso alero.<br />
Dejad que en medio de la noche horrible,<br />
que ha sorprendido súbito al viajero,<br />
a las puertas doradas se detenga<br />
de vuestro augusto y luminoso templo.<br />
Y allí, sacando de la vieja alforja<br />
el libro de sus pálidos recuerdos,<br />
en el profundo arrobo de su alma<br />
eleve ante el altar un pensamiento.<br />
82<br />
Hoja de álbum<br />
México, 1898
Baluarte de las gentes españolas<br />
y orgullo de las playas colombinas,<br />
en la arena del Golfo te reclinas<br />
al rumor cadencioso de sus olas.<br />
El eco de sentidas barcarolas<br />
te llega entre las ráfagas marinas,<br />
y al tramontar el Astro las colinas<br />
en su púrpura y oro te arrebolas.<br />
¡Oh cuántas veces tras la densa bruma<br />
de ese mar que la ciñe, siempre en calma,<br />
la he mirado perderse cual la espuma,<br />
y, al enviarle mi adiós allá a lo lejos,<br />
le he mandado también toda mi alma<br />
de la tarde a los últimos reflejos!<br />
83<br />
A Campeche<br />
México, 1898
Tus templos y palacios, hoy desiertos,<br />
tus claros timbres sin cesar pregonan,<br />
y tu grandeza y tu renombre abonan<br />
tus dioses idos y tus reyes muertos.<br />
Y de gloria y de honor siempre cubiertos<br />
los hechos de tus héroes se eslabonan,<br />
y el himno triunfador mágico entonan,<br />
de tus bardos ilustres, los conciertos.<br />
Mas, de tu épica historia en los anales,<br />
el sol su lumbre sideral desmaya;<br />
de tus obscuros bosques tropicales<br />
sale, por fin, el errabundo maya,<br />
y de paz y progreso en los umbrales<br />
amor y dicha y esperanzas halla.<br />
84<br />
A Yucatán<br />
Mérida, 1899<br />
Al terminarse la guerra social
¡Oh mi risueño hogar!, playa bendita<br />
en cuya margen pura<br />
se detiene y jamás se precipita<br />
la onda arrolladora y engañosa,<br />
tan llena de amargura,<br />
de la vida intranquila y tormentosa.<br />
¡Oh mi plácido hogar!, ¡mi hogar querido!,<br />
de tiernos corazones,<br />
acerado broquel, caliente nido,<br />
cuyo ramaje con furor azotan<br />
las férvidas pasiones,<br />
y en la brega sus ímpetus agotan.<br />
A tus puertas me postro y te bendigo,<br />
oasis de mi vida,<br />
85<br />
Pax animae<br />
Mérida, 1900<br />
[...]
y en tu inocente y generoso abrigo<br />
santuario de todos los amores,<br />
mi alma enternecida<br />
viene por fin a deshojar sus flores.<br />
No más sueños, ni más locos anhelos<br />
perturbarán sombríos<br />
la majestad augusta de tus cielos.<br />
Desgarrada la veste, llora el alma<br />
sus tristes desvaríos<br />
y en tu seno feliz busca la calma.<br />
De hoy más, en tus serenos horizontes<br />
se esfumarán las brumas<br />
de los enhiestos y escarpados montes;<br />
y veré disiparse en tus riberas, [...]<br />
86
de marinas espumas<br />
que el huracán formó, las cordilleras.<br />
Quiero en tus verdes y floridos campos<br />
descansar sonriente,<br />
y que de amor a los hermosos lampos<br />
se resbale la nave ya impelida<br />
por la mansa corriente<br />
de las serenas ondas de la vida.<br />
Y así vivir; y cuando llegue el día<br />
de dar mi adiós postrero<br />
a lo que fue mi encanto y mi alegría,<br />
en el plácido y dulce arrobamiento<br />
de tu halago sincero<br />
para siempre exhalar mi último aliento.<br />
87
Y bien, ya estás ahí, rasgose el velo<br />
que envolviera tu excelsa fantasía,<br />
cuando en alas del numen perseguía<br />
el eterno ideal, que fue tu anhelo.<br />
Ya bañado en su luz, alzaste el vuelo<br />
a la patria final, que tu poesía<br />
llenó siempre de dulce nostalgía,<br />
y cubrió de crepúsculos tu cielo.<br />
No te sorprenderá nueva alborada<br />
al pie de altiva y suspirada reja,<br />
con el laúd y el alma hecha pedazos,<br />
lanzando tu honda y lastimera queja:<br />
ya pasaste el umbral de tu adorada,<br />
ya duermes de la gloria entre los brazos.<br />
88<br />
Post umbra<br />
Mérida, 1901<br />
A Fernando Juanes G. Gutiérrez<br />
Sacadme de este mundo<br />
de escombros y rüinas,<br />
de horizontes lejanos que se borran,<br />
de fantasmas de amor que se disipan.
Doliente humanidad que acongojada<br />
recorres el calvario de la vida,<br />
no, cual Cristo, de espinas coronada,<br />
ni, de expiación, la túnica ceñida.<br />
Entre la muerta ruina y los escombros<br />
de tu fe, tu esperanza y tus ideales,<br />
claudicante sostienes en los hombros<br />
la cruz de tu miseria y de tus males.<br />
Y en la lucha sin fin por la existencia<br />
a que el ciego destino te condena,<br />
de tu eterno tirano, la conciencia,<br />
sacudes iracunda la cadena;<br />
y aun engañarte logras a ti misma,<br />
virtud fingiendo y practicando el vicio,<br />
89<br />
¿Quo vadis?<br />
Mérida, 1902<br />
[...]
que en la locura que tu mente abisma<br />
vas rodando por hondo precipicio.<br />
Bien hayas, si mirando tu pasado<br />
altiva te revuelves y desdeñas<br />
los jirones del alma que has dejado<br />
por las vanas quimeras con que sueñas.<br />
Bien hayas, si en tus locos devaneos<br />
consigues mitigar cruentos dolores,<br />
y si al saciar impúdicos deseos<br />
olvidas del destino los rigores.<br />
Y así, apurando del placer las heces,<br />
en abyección profunda sumergida,<br />
desprecias de la suerte los reveses<br />
y el carnaval prosigues de la vida.<br />
90
Fuiste como la tímida avecilla<br />
que, de espléndido sol enamorada,<br />
del obscuro dosel de una enramada<br />
alzaba al aire su canción sencilla.<br />
Y tu canto escuchó toda la villa,<br />
y con él para siempre embelesada,<br />
de tu espléndido sol en luz bañada,<br />
te aclamó su Sibila sin mancilla.<br />
Y así tu nombre evocará, bendito,<br />
guardará con cariño tu memoria;<br />
y en la página azul del infinito,<br />
con estrellas de límpidos fulgores,<br />
esculpirá tu inmaculada gloria,<br />
como te amó con todos sus amores.<br />
91<br />
Fuiste como la tímida avecilla<br />
Balancán, Tabasco, 1903<br />
A la grata memoria de la señorita Salomé Marín*<br />
*La señorita Salomé Marín fue hija esclarecida de la villa de Balancán, Tabasco, a la que dio mucho<br />
lustre, al frente de la escuela de niñas, cuya dirección desempeñó muchos años.
[ 93 ]<br />
Postales
Les bijoux<br />
Mérida, 1903<br />
Para la señorita Carmen Cámara Vales, en una tarjeta que llevaba grabadas unas joyas<br />
Qué alhajas de más valor,<br />
ni qué joyas más preciadas,<br />
que tus grandes ojos negros<br />
y tu alma sencilla y blanca;<br />
que si a precio se pusieran<br />
el perfume de tu alma<br />
y las perlas de tu boca<br />
y el fulgor de tu mirada;<br />
pienso que no habría en el mundo<br />
tesoro con qué pagarlas;<br />
ni alhajas de más valor,<br />
ni joyas más estimadas;<br />
pues la gracia que el buen Dios<br />
te puso en la linda cara,<br />
tan sólo, Carmen, refleja<br />
las alburas de tu alma.<br />
95
Violetas y jazmines<br />
Mérida, 1903<br />
Para la señorita Joaquina Millet Heredia, en una tarjeta con un ramo de violetas<br />
Violetas y jazmines<br />
y nardos y azucenas,<br />
para los querubines,<br />
para las niñas buenas.<br />
Que ciñan hoy tu frente<br />
de núbil, y mañana<br />
tapicen blandamente<br />
tu planta soberana;<br />
y el himno del perfume<br />
levanten encendidas,<br />
mirando cual resume<br />
tu solo ser, dos vidas.<br />
96
Me dicen que a la par de tu hermosura<br />
Mérida, 1903<br />
Para la señorita Dolores Molina Figueroa, reina de los Juegos Florales de Mérida<br />
Me dicen que a la par de tu hermosura<br />
brilla, Lola, tu ingenio soberano;<br />
por una reina así, gentil y pura,<br />
yo dejara de ser republicano.<br />
Y pues dicen a un tiempo que tus ojos<br />
son de tu alma clarísimos espejos,<br />
yo quisiera, también, morir de hinojos<br />
del sol de tu mirada a los reflejos.<br />
97
98<br />
De una tarjeta postal<br />
Mérida, 1903<br />
Para Carmelita Molina de Carranza<br />
De una tarjeta postal<br />
al dorso quieres que escriba,<br />
pidiendo a mi musa esquiva<br />
una frase original.<br />
Y pues cuadra a mi altivez,<br />
a tu voluntad me entrego,<br />
y humilde el cuello doblego<br />
poniendo el alma a tus pies.<br />
Y no una frase genial<br />
te enviara por la estafeta,<br />
con alientos de poeta<br />
cantara un himno triunfal.<br />
Mas, de mi numen el sol<br />
extinguió ya sus fulgores,<br />
y no tiene mi alma flores,<br />
ni hay en mi cielo arrebol. [...]
Vaya ese jirón de tul<br />
y extienda sus níveas alas<br />
sobre las brillantes galas<br />
de tu cielo siempre azul.<br />
Llegue al inmenso caudal<br />
de tu dicha, como el beso<br />
que da el aura en su embeleso<br />
de la linfa en el raudal.<br />
Y de tu gloria al amor<br />
viva allí mi pobre estrofa,<br />
donde no sirva de mofa<br />
al mundo artero y traidor.<br />
Y allá va, del triste erial<br />
de mi vida procelaria,<br />
la arranco, es la pasionaria<br />
que te envío a La Industrial.*<br />
*El encantado retiro en que vivió algún tiempo la distinguida familia Carranza-Molina.<br />
99
Rosada aurora de la mañana,<br />
gentil capullo, rosa temprana.<br />
Cómo cantarte pudiera el bardo<br />
que lleva en su alma clavado un dardo;<br />
quien sólo tiene, para su daño,<br />
la nota triste del desengaño.<br />
Venga a tus puertas, venga en buen hora,<br />
el bardo ilustre de harpa sonora;<br />
y del ingenio viertan las flores<br />
ante tus plantas los trovadores,<br />
que así tan sólo tu alma tendría<br />
lo que no puede brindar la mía.<br />
Rosada aurora de la mañana,<br />
gentil capullo, rosa temprana.<br />
100<br />
Rosada aurora de la mañana<br />
Mérida, 1903<br />
Para la señorita Rita Villamil
101<br />
El exótico nombre<br />
Mérida, 1905<br />
A Crisantema<br />
El exótico nombre<br />
de Crisantema<br />
no encuadra con tus gracias<br />
y tu belleza;<br />
que a tu gentil donaire<br />
de yucateca,<br />
hay flores que se igualan<br />
aquí en tu tierra.<br />
Mas decirte una cosa<br />
mi alma desea,<br />
y a tacharla no vayas<br />
de lisonjera: [...]
si es cierto que en el rostro<br />
la gracia llevas,<br />
de claveles y rosas<br />
y de azucenas,<br />
hay en tus ojos negros<br />
luces tan bellas,<br />
y hay en tu alma de artista<br />
tanta pureza,<br />
que llamarte bien puedes<br />
la hermosa estrella,<br />
el ideal y la gloria<br />
de esta tu tierra.<br />
102
PROCELARIAS<br />
José María Pino Suárez<br />
[ 103 ]
[ 105 ]<br />
Dédicace
México<br />
Señor licenciado don Joaquín Demetrio Casasús<br />
Presente<br />
Mi distinguido amigo y coterráneo:<br />
A<br />
riesgo de que me tachen de adulador en<br />
estos buenos tiempos de grosero mercantilismo<br />
y degradante tráfico que alcanzamos,<br />
quiero darme la satisfacción<br />
de dedicar a usted este pequeño volumen,<br />
en la firme confianza de que, al menos entre<br />
las personas que nos conocen, ni usted ni yo<br />
nos sentiremos agobiados por tal suposición.<br />
Digo esto, porque esas personas están habituadas<br />
a encontrar en usted, al corazón abierto a<br />
todas las íntimas efusiones de los nobles afectos<br />
y al alma absorta en las inefables contemplaciones<br />
del arte; y en mí, al altivo despreciador<br />
de las alturas, de las que sólo amo al sol: por los<br />
torrentes de luz que envía sobre todas las lobregueces<br />
de la tierra, y al rayo: porque sabe abatir<br />
107<br />
Mérida, agosto de 1908<br />
las elevadas torres erigidas por la ambición nefanda<br />
y la necia altanería de los hombres.<br />
Dedico a usted este libro, que es como mi profesión<br />
de fe y el público pregón de todos mis<br />
ideales, ignorando si ellos están de acuerdo con<br />
los que usted profesa, pero bien seguro de que<br />
la amplitud de su sano criterio y la sinceridad<br />
de mis convicciones le harán amable mi obra a<br />
usted, a quien después del ilustre Altamirano<br />
debe la juventud mexicana los mayores esfuerzos<br />
en el sentido de una saludable orientación<br />
de sus tendencias literarias.<br />
Acéptelo, porque este libro es libro de amor a la<br />
patria y a la humanidad, en la verdadera concepción<br />
de ambas entidades. La patria: libre, grande,<br />
generosa y fuerte, cubriendo la indigencia
del individuo con el manto protector de leyes<br />
justas, sabias y apropiadas; no el misterioso fetiche<br />
inventado por el despotismo para inmolar<br />
en sus aras los sacrosantos fueros de la libertad<br />
y la conciencia humanas, con la farsa<br />
ridícula de un necio “patriotismo”. La humanidad:<br />
no la comprendida en la campanuda y vacía<br />
frase de que se sirven las diversas sectas al<br />
abrogarse el derecho de velar por ella, convirtiendo<br />
a los hombres en miserables parias de esta<br />
vida y en aterrados expectantes de un “más<br />
allá” desolador y trágico; sino la que expresa el<br />
verdadero concepto humanidad, o sea la fusión<br />
de todas las razas y los pueblos de la tierra, borrando<br />
fronteras, anulando privilegios y suprimiendo<br />
las palabras raza, patria, gobierno, religión,<br />
para confundirse en una sola aspiración<br />
eterna: la felicidad; de esa humanidad engaña-<br />
da, de esa humanidad ultrajada, de esa humanidad<br />
vilipendiada por todos los tiranos de la<br />
tierra, que como el Cristo de la leyenda prosigue<br />
su inmenso Calvario, sin alcanzar jamás el<br />
Tabor de la eterna Justicia, de la eterna Verdad<br />
y de la eterna Belleza.<br />
Acéptelo, también, como el grato homenaje<br />
que quiero rendir a uno de los tabasqueños<br />
que más han contribuido a la gloria del terruño,<br />
de aquel bello jirón de la República que supo<br />
arrullar nuestro primer ensueño con el dulce<br />
murmurio de sus ríos, con el susurro agreste<br />
de sus frondas y con la plácida visión de su<br />
hermosa naturaleza.<br />
De usted, devoto admirador y amigo,<br />
108<br />
José María Pino Suárez.
[ 109 ]<br />
Sonetos
Cual aves que se mecen en la borrasca<br />
y abriendo de sus alas el abanico,<br />
en los revueltos mares hunden el pico<br />
al fragor de los truenos y la nevasca;<br />
como indómito potro que el freno tasca<br />
lanzando roja espuma por el hocico;<br />
así van estos versos, que ahora publico,<br />
barriendo, cual ciclones, seca hojarasca.<br />
Son impotentes grifos, leones rampantes<br />
en campo de ateridas desolaciones,<br />
son “en mares sin playas ondas sonantes”,<br />
y de dormidas razas palpitaciones:<br />
que, rugidos de fiera y ayes errantes<br />
recogí en mis estrofas y en mis canciones.<br />
111<br />
Procelarias<br />
Mérida, agosto, 1908
No más versos de amor y desencanto;<br />
que ni al doliente corazón acallan,<br />
ni esforzados se yerguen y batallan<br />
contra la dura pena y el quebranto.<br />
Broten, de hoy más, en el rebelde canto<br />
las tempestades que en el alma estallan,<br />
y del poder hacia las cumbres vayan<br />
las voces del derecho sacrosanto.<br />
Cuando las multitudes irredentas<br />
se revuelven en potros de tormento,<br />
y, de justicia y de piedad sedientas,<br />
alzan en vano el desgarrado acento,<br />
los ayes de las liras son afrentas:<br />
no lancemos, de hoy más, quejas al viento.<br />
112<br />
Sursum<br />
Mérida, julio 8, 1905<br />
A mi musa
Con la clara videncia del profeta<br />
empapad en fulgores vuestro verso,<br />
y a la conquista audaz del universo<br />
marchad hasta lograr la ansiada meta.<br />
Que no alcanza sus triunfos el atleta<br />
del ocio muelle en el vagar disperso,<br />
ni, en la lucha, rendirse al hado adverso,<br />
puede nunca ser gloria del poeta.<br />
Emprended vuestra ruta luminosa;<br />
escalad las montañas de granito;<br />
cual águila triunfal y poderosa,<br />
ascended hacia el sol; romped el mito,<br />
y descorred a la mirada ansiosa<br />
el cortinaje azul de lo infinito...<br />
113<br />
Hacia el ideal<br />
Mérida, agosto 26, 1905<br />
A los poetas
Combatir contra todos los tiranos<br />
y contra toda imposición injusta,<br />
defender la verdad santa y augusta<br />
y del paria los fueros soberanos.<br />
Sólo a hombres libres extender las manos;<br />
a los serviles: descargar la fusta<br />
de nuestra frase señorial y adusta<br />
con valor y civismo catonianos.<br />
Contra el error y la injusticia alertas,<br />
montar la guardia austera y formidable<br />
del honor y el deber ante las puertas.<br />
Y en el suplicio siempre inacabable<br />
de Tántalo infeliz, dejar abiertas<br />
nuestras alas con rumbo a lo insondable...<br />
114<br />
Alma de lucha<br />
Mérida, agosto 12, 1905<br />
Para Isidro Mendicuti Ponce
Es forzoso luchar; la excelsa cumbre<br />
en viva luz se enciende y reverbera;<br />
mas sólo se alza el águila altanera,<br />
nunca el buey con su tarda mansedumbre.<br />
Atravesad la ignara muchedumbre,<br />
su aullido reprimid de hirsuta fiera,<br />
y del derecho alzando la bandera<br />
redimidla de toda servidumbre.<br />
¿Que es estrecho y muy áspero el camino,<br />
o que se yergue amenazante la ola?<br />
¿Que os acecha el puñal del asesino<br />
o del motín la recia batahola?...<br />
Pues, seguid ascendiendo al Aventino,<br />
¡que ya el sol con sus rayos lo arrebola!<br />
115<br />
Redemptio<br />
Mérida, julio 22, 1905<br />
Para Ignacio Ancona Horruytiner
Hoy, que todo en la Patria se derrumba<br />
con doloroso estruendo de tragedia,<br />
y alardeando de falsa enciclopedia<br />
se insulta a nuestros héroes de altratumba;<br />
que al pavonearse, petulante, zumba<br />
del patriotismo la servil comedia,<br />
y a los hombres de honor sañuda asedia<br />
la calumnia falaz en la penumbra;<br />
desatemos el látigo estallante<br />
del verbo vengador, y enardecidos<br />
levantemos la losa que humillante<br />
pesa sobre este pueblo de vencidos,<br />
y expulsemos del templo, en adelante,<br />
esa piara de cerdos corrompidos.<br />
116<br />
Vindicación<br />
Mérida, julio 29, 1905<br />
Para Fernando Patrón Correa
¡No he de elevar el canto, que sería<br />
nuevo ultraje lanzar a la afrentosa<br />
y dura servidumbre que hoy acosa<br />
la excelsa frente de la patria mía!<br />
Ante la cruel y dura tiranía<br />
de tus dominadores, orgullosa,<br />
prodigaste tu sangre generosa,<br />
y fuiste triunfadora en la porfía.<br />
Mas hoy, que la abyección y el servilismo<br />
de tus hijos son causa de tu llanto;<br />
que de su propia mano el despotismo<br />
te oprime y acibara tu quebranto;<br />
y huérfana de honor y de civismo<br />
rasgas tu seno, ¡oh patria...!, yo no canto.<br />
117<br />
Pro Patria<br />
Mérida, septiembre 15, 1905<br />
Para Manuel Mestre Ghigliazza
Y fue el último grito de protesta,<br />
de aquella usurpación ante el despojo,<br />
el que vibrante de sangriento enojo<br />
cayó del invasor sobre la testa.<br />
Y tras el grito levantose enhiesta<br />
tu frente, plena de valor y arrojo,<br />
y a torrentes corrió el líquido rojo<br />
empurpurando el valle y la floresta.<br />
Sobre la roca del dolor, erguida,<br />
del sol de Anáhuac a la lumbre escasa,<br />
el águila simbólica, prendida,<br />
libró el postrer combate de tu raza...<br />
Y, de entonces, tu raza, entristecida,<br />
peregrinando en servidumbre pasa...<br />
118<br />
A Cuauhtémoc<br />
Mérida, abril, 1907
No eres, ¡oh libertad!, un nombre vano,<br />
ni en vano sirves de pretexto al crimen;<br />
que los que al hombre sin piedad oprimen<br />
el yugo sienten de tu férrea mano.<br />
Y cual las ondas del inmenso océano<br />
las multitudes irredentas gimen,<br />
hasta que sopla el huracán y esgrimen<br />
su brazo vengador contra el tirano.<br />
Y ¡ay! de la raza que aguantó el ultraje<br />
de llevar en la frente pensadora,<br />
de odiosa esclavitud el tatüaje;<br />
como el mar en su furia arrolladora,<br />
la arrasará con su tremendo oleaje<br />
la libertad augusta y redentora.<br />
119<br />
A la libertad<br />
Mérida, agosto, 1907<br />
Para Manuel Irigoyen Lara
¡Oh pueblo de vencidos y de ilotas<br />
que en dura servidumbre te debates;<br />
tú, la carne de todos los combates,<br />
y el vengador de todas las derrotas!<br />
De la historia en las épocas remotas<br />
sufres ya de la suerte los embates,<br />
y a los tiranos sin vigor te abates,<br />
uncido el cuello y las espaldas rotas.<br />
No más, a la vergüenza y al despecho<br />
te entregues, ni a la inútil esperanza;<br />
levanta la cerviz, yergue tu pecho,<br />
y, acicate el dolor de tu pujanza,<br />
sanciona la justicia y el derecho<br />
desde el alto Sinaí de tu venganza.<br />
120<br />
Al pueblo<br />
Mérida, agosto, 1907<br />
Para Justo Cecilio Santa-Anna
Imitando al rabí de Galilea,<br />
blanca flor de martirio se abrió un día,<br />
de tu alma, la encantada celosía<br />
al aura embalsamada de una idea.<br />
Y allá, en lo obscuro de lejana aldea,<br />
de una iglesia en la bóveda sombría,<br />
resonó la celeste melodía<br />
de tu canto de amor, como en Judea.<br />
Más humano que el mártir del Calvario,<br />
hosco empuñaste el vengador acero,<br />
y, al mostrar al odioso victimario<br />
el gesto heroico de tu orgullo fiero,<br />
enseñaste, también, que es necesario<br />
no darse al sacrificio cual cordero.<br />
121<br />
A Hidalgo<br />
Mérida, abril, 1907
En medio de horroroso desconcierto<br />
surgiste como un alba redentora,<br />
y nos guiaste a la cima salvadora<br />
al través del Mar Rojo y el desierto.<br />
Y dictaste magnánimo y experto<br />
las tablas de tu ley benefactora,<br />
y poniendo a la luz la blanca prora<br />
señalaste a la patria rumbo cierto.<br />
Y creíste, señor, en la victoria,<br />
y confiaste, sereno, en la grandeza<br />
futura de tu pueblo; y en la gloria,<br />
transfigurado hundiste la cabeza...<br />
Mas despierta, señor, contempla el caos,<br />
y otra vez di a tu pueblo: ¡levantaos!<br />
122<br />
A Juárez<br />
Mérida, abril, 1907
A un tirano<br />
Mérida, octubre, 1907<br />
Para el excelentísimo señor licenciado don Manuel Estrada Cabrera<br />
Vilipendiaste de la patria el nombre,<br />
y Padre de la Patria te proclamas;<br />
hollaste la República, y te llamas<br />
héroe y caudillo de inmortal renombre.<br />
No hay proditorio crimen que te asombre<br />
si al poder en sus hombros te encaramas,<br />
y cuando el nombre de justicia infamas<br />
te das de justiciero el sobrenombre.<br />
Y todo gime a tu poder opreso,<br />
y cede ante tu afán liberticida;<br />
mas, de tu oprobio y tu baldón al peso,<br />
morir no puede el pensamiento humano;<br />
que al tomar tu registro de partida<br />
con tinta roja escribirá: tirano.<br />
123
Rough-rider y político valiente,<br />
campesino y atleta y estadista,<br />
filósofo avanzado y polemista,<br />
hombre enérgico, sano e independiente.<br />
Si modelo has de ser del Presidente<br />
de la América libre y socialista,<br />
renuncia a tus empresas de conquista<br />
y deja a los nipones el Oriente.<br />
Y si grande has de ser entre los grandes,<br />
no será removiendo los escombros<br />
del Viejo Mundo con tu escuadra blanca;<br />
que aquí, a la altura de los libres Andes,<br />
¡hay empresas más propias de tus hombros,<br />
y tiranos más dignos de tu tranca!*<br />
124<br />
A Roosevelt<br />
Mérida, febrero, 1908<br />
*A los que encuentren antipatriótica esta idea, les diré que yo considero que los fueros de la humanidad<br />
están por encima del patriotismo, cuando este sirve de pretexto a las tiranías.
No temas a la fuerza incontrastable<br />
del japonés heroico y victorioso,<br />
ni te importe el vejamen vergonzoso<br />
que ha de imponer a su altivez culpable.<br />
Ni dobles la cerviz indomeñable<br />
al egoísmo artero y alevoso<br />
de la pérfida Albión, ni ante el coloso<br />
de América te muestres miserable.<br />
No temas al puñal del asesino,<br />
ni al terrible explosivo del sectario<br />
que atormentan tu vida de continuo...<br />
¡Mas depón tu actitud de victimario<br />
de libertad, al resplandor divino,<br />
y humíllate, infeliz: es necesario!<br />
125<br />
Al Czar de Rusia<br />
Mérida, agosto 5, 1905
Tras rudo batallar, al fin ondea,<br />
victorioso, temido y prepotente,<br />
el fúlgido pendón del Sol Naciente,<br />
cual astro que en los cielos parpadea.<br />
La gente americana y europea<br />
vuelve absorta la mirada a Oriente,<br />
y del pueblo amarillo se presiente<br />
el despertar al campo de la idea.<br />
Y nada al brillo de su gloria falta:<br />
si su esfuerzo en la lucha fue temido,<br />
su grandeza en la paz al mundo exalta;<br />
y en vez de los rencores del vencido,<br />
tendrá la gratitud siempre muy alta,<br />
del pueblo moscovita redimido.*<br />
126<br />
Al Japón<br />
Mérida, agosto 31, 1905<br />
*Aludo a la coyuntura que aprovechó el pueblo ruso de conquistarse algunas libertades por medio<br />
de la revolución, y recuerdo la célebre frase de Víctor Hugo: “¿Queréis daros cuenta de lo que<br />
es la Revolución? Llamadle Progreso”.
Al fin, de gloria, espléndida presea,<br />
refulge ya por el lejano Oriente,<br />
el sol de libertad, que, omnipotente,<br />
fecundará los campos de la idea.<br />
La roja bomba y la incendiaria tea<br />
cumplirán la misión que aquel vidente,<br />
como un ensueño acarició, sonriente,<br />
allá, a orillas del Mar de Galilea.<br />
La humanidad, de crímenes preñada,<br />
odia ya a sus mentidos soberanos;<br />
y levanta la enseña ensangrentada,<br />
y se apresta a esgrimir las rojas manos<br />
y a defender su dignidad hollada<br />
por tantos opresores y tiranos.<br />
127<br />
Alba roja<br />
Mérida, julio 15, 1905<br />
Para José D. Sobrino
Ya se fueron los dioses de aquel culto<br />
que incendió con su hoguera mar y tierra,<br />
imponiendo a los hombres paz o guerra,<br />
árbitro audaz de su destino oculto.<br />
Al yacente cadáver insepulto<br />
sólo el tirano con ardor se aferra,<br />
mientras, cobarde, su poder se aterra<br />
del pueblo ante la mofa y el tumulto.<br />
Gastada y rota por su propia herrumbre,<br />
la máquina infernal de la estulticia<br />
se va hundiendo entre lodo y podredumbre:<br />
triunfó la libertad, y al fin se inicia<br />
desde el bajo nivel a la alta cumbre,<br />
el reinado del bien y la justicia.<br />
128<br />
Al fanatismo<br />
Polyuc, 1906<br />
Para Emilio Ibáñez
Tu nombre eterno, en la conciencia humana<br />
su trono erige esplendoroso y fuerte,<br />
y reinas en la vida y en la muerte<br />
con majestad augusta y soberana.<br />
Con loco empeño y diligencia vana<br />
el sectario presume comprenderte,<br />
a su antojo en fetiche te convierte<br />
y audaz dispensa tu justicia arcana.<br />
Ruedan al polvo reyes y naciones<br />
que aclamaron tu gloria y tu grandeza,<br />
ruedan sectas, y ruedan religiones...<br />
E inmutable, la Gran Naturaleza<br />
inflama sin cesar los corazones<br />
en himnos al amor y a la belleza.<br />
129<br />
A Dios<br />
Polyuc, diciembre, 1906
Fanal inmenso en el espacio abierto<br />
que en la obscura conciencia reverbera,<br />
y a cuya luz la humanidad entera<br />
prosigue en marcha hacia seguro puerto.<br />
Accidentado, claudicante, incierto,<br />
del hombre el paso por la vida fuera<br />
si tu voz para siempre enmudeciera<br />
como la eterna esfinge del desierto.<br />
Que al eclipsarse el sol de tu justicia,<br />
la conciencia lanzada al hondo abismo<br />
del error, en horrendo cataclismo<br />
la Humanidad hundiera, y en tu nombre<br />
harían la maldad y la injusticia<br />
la explotación del hombre por el hombre.<br />
130<br />
A la verdad<br />
Polyuc, julio, 1907
Y clavé la mirada en la alta cima<br />
donde tiene el ideal sólido asiento;<br />
y volcó su capullo el pensamiento<br />
en eclosión de luz sobre la rima.<br />
La cruenta lucha que el deber sublima<br />
acometí con vigoroso aliento;<br />
y erguido resistí todo el tormento<br />
de la atracción terrible de la sima.<br />
A la canalla vil y al vulgo necio,<br />
que, cual buitres se alzaron a mi paso,<br />
les tendí el puntapié de mi desprecio;<br />
mas hiriome también, ¡oh dura suerte!,<br />
de la traición de Bruto el arañazo,<br />
y, como César, me entregué a la muerte.<br />
131<br />
En derrota<br />
Polyuc, enero, 1906<br />
Para Carlos R. Menéndez
Vuele a ti mi más alto pensamiento,<br />
llegue hasta ti mi trova más sentida,<br />
a ti, el único aliento de mi vida,<br />
a ti, de mi ilusión primer aliento.<br />
Y así vaya, hasta el último momento,<br />
mi alma a la tuya para siempre unida,<br />
y al decirse la eterna despedida<br />
juntas exhalen su postrer lamento.<br />
Prosigamos la senda; aún tiene flores,<br />
y hay arrullos de amor dentro el ramaje;<br />
de nuestro cielo azul a los fulgores<br />
un bello atardecer guarda el celaje:<br />
que, jamás de la vida el hondo ultraje<br />
obscurecer podrá sus resplandores.<br />
132<br />
A mi esposa<br />
Polyuc, 1906
Venid a mí; que en vuestras frentes lea,<br />
al través del cristal de mi ternura,<br />
la página de gloria que perdura,<br />
cual de mi vida singular presea.<br />
Venid a mí; que en vuestros ojos vea,<br />
tras el azul del cielo en que fulgura<br />
vuestra inocencia candorosa y pura,<br />
de un nuevo sol, el orto que chispea.<br />
Triunfaréis, ¿por qué no? Lleváis impreso<br />
de mi lucha viril el sello fuerte,<br />
y vuestra madre os dio con embeleso<br />
los tesoros de amor que su alma vierte.<br />
Ya triunfé, yo también, sintiendo el beso<br />
de la inmortalidad tras de la muerte.<br />
133<br />
A mis hijos<br />
Polyuc, 1906
134<br />
En plena vida<br />
Polyuc, 1906<br />
Para Manuel Yenro<br />
I<br />
Como el cóndor audaz que libre yerra<br />
en la desierta inmensidad arcana,<br />
busqué la savia fecundante y sana<br />
tras un repliegue oculto de la sierra.<br />
Que, fatigado de vivir en guerra<br />
con la maldad artera, cortesana,<br />
he encontrado la vida, más humana,<br />
en la región salvaje de la tierra.<br />
Nadie, al menos, comete la injusticia<br />
de envidiarme el placer con que respiro<br />
el aire embalsamado; y la delicia<br />
con que las flores columpiarse miro;<br />
ni ha de cortar el viaje a una caricia<br />
que vague en el revuelo de un suspiro... [...]
II<br />
Y no abrigo ambiciones en el pecho<br />
que conturben la calma que al fin hallo;<br />
si el sol me abruma con su ardiente rayo,<br />
me convida al solaz de paja el techo.<br />
Tranquilo sueño bríndame mi lecho<br />
de la luz vesperal en el desmayo;<br />
y al despertar, aguárdame el caballo,<br />
en que el campo recorro satisfecho.<br />
Jamás la frente ensombrecida inclino,<br />
ni me agobian pesares ni temores;<br />
y cuando en el regazo me reclino<br />
al dulce halago de mi Bien Amada,<br />
mirándome en sus ojos soñadores<br />
la plenitud de dicha me anonada.<br />
135
¡Oh la vida fecunda y rumorosa,<br />
llena de sol, perfumes y armonías,<br />
la que inunda de encantos y alegrías<br />
la juventud dorada y bulliciosa!<br />
La que en pleno cenit, dulce y jugosa,<br />
brinda al hombre placeres y energías,<br />
en la tarde autumnal, melancolías,<br />
y la luz del recuerdo, al fin, piadosa.<br />
¡Salve, oh vida fecunda!, tú no eres,<br />
cielo obscuro de angustia y de tristeza,<br />
ni hondo valle de duelo y amargura<br />
en que gimen las cosas y los seres:<br />
alma-luz de la Gran Naturaleza,<br />
en ti su evolución marcha y perdura.<br />
136<br />
A la vida<br />
Polyuc, 1907<br />
Para Alberto Urcelay Martínez
En torrentes de vida te desgranas<br />
desde el solio de luz de lo infinito,<br />
y en el azul, a tu ósculo bendito,<br />
irradian las estrellas soberanas.<br />
Al mirar cómo juegan las fontanas<br />
con el rayo de sol, su favorito,<br />
se sonrojan las cumbres de granito<br />
y se retuercen de pasión las lianas.<br />
Y hay quien ignora que ese ardor fecundo,<br />
que por el orbe entero se rebosa,<br />
es el incendio trágico de un mundo;<br />
como, acaso, en la rima conceptuosa,<br />
no presiente del poeta moribundo<br />
el alma estremecida y tempestuosa.<br />
137<br />
Al sol<br />
Mérida, 1907<br />
Para Delio Moreno Cantón
Aquí estoy junto a ti, Naturaleza;<br />
madre amorosa, en tu regazo amigo,<br />
halló mi pena generoso abrigo<br />
y mi trova de amor su gentileza.<br />
Absorto ante tu idílica grandeza<br />
y en dulce comunión siempre contigo,<br />
fue tu calma solemne fiel testigo<br />
de mi culto hacia el bien y la belleza.<br />
Y gozoso me halló siempre tu aurora,<br />
y abismado en dolor tu dulce ocaso,<br />
¡oh mi novia sutil y embriagadora!,<br />
que, envuelta en galas de esmeralda y raso,<br />
me invitas a soñar mi última hora,<br />
aspirando el perfume de tu abrazo.<br />
138<br />
En el campo<br />
Polyuc, 1906<br />
Para Álvaro Gamboa Ricalde
Es la hora del dolor y la agonía:<br />
del almo sol, como postrer alarde,<br />
el oro empurpurado apenas arde,<br />
y se estremece moribundo el día.<br />
Del violeta en la obscura lejanía<br />
aparece la estrella de la tarde;<br />
la sombra invade al corazón cobarde<br />
y lo anega en mortal melancolía.<br />
Es la hora del dolor y la congoja:<br />
y en tanto que la luz se desvanece,<br />
la voluntad se anula y desparece,<br />
y el espíritu, lacio y sin aliento,<br />
de la inerte materia se despoja<br />
y se sumerge en dulce pensamiento.<br />
139<br />
Melancolía<br />
Polyuc, 1906<br />
Para Luis Rosado Vega
Pudorosa, doblando la cabeza,<br />
versos le pides a mi frente altiva,<br />
y conturbas mi alma pensativa<br />
con tu ademán de lánguida princesa.<br />
Y no es que tu hermosura y gentileza<br />
no prendan en mi pecho, rediviva,<br />
de inspiración la llama fugitiva<br />
que un tiempo consagrara a la belleza.<br />
Mas temo que mi verso, enrojecido<br />
al fragor de mis luchas colosales,<br />
deje escapar el vibrador sonido<br />
con que atruena los mundos siderales,<br />
y no pueda mostrarse a ti rendido,<br />
como alma floración de mis ideales.<br />
140<br />
Tregua<br />
Mérida, agosto 19, 1905<br />
A...
Y es un canto de amor el que me pides,<br />
cuando ya del otoño los fulgores<br />
se prenden en mi cielo, y de mis flores<br />
sólo quedan azules “no me olvides”.<br />
Cuando ya de las justas y las lides<br />
que otro tiempo empeñé por los amores,<br />
sólo guardo recuerdos punzadores<br />
en mi agobiado corazón de Alcides.<br />
Mas tú lo quieres, y en tu gloria fía:<br />
como un rayo de sol radiante y puro,<br />
la bruma de mi gran melancolía<br />
rasgará tu beldad, y a su conjuro,<br />
de mi alma en el rincón triste y obscuro<br />
se alzará triunfadora la poesía.<br />
141<br />
Y es un canto de amor el que me pides<br />
Polyuc, 1907<br />
A Magda
Del incensario de un eterno rito<br />
misterioso divagas en las ondas,<br />
y palpitante irradias en las blondas<br />
cataratas de luz de lo infinito.<br />
Ni muda esfinge ni espantable mito<br />
eres cuando te meces en las rondas<br />
de los pálidos sueños, o en las frondas<br />
violentas y agitadas del delito.<br />
Con Platón y Jesús, el ideal creas,<br />
y con el Dante y Goethe, el universo;<br />
que, extraña fuerza en la creación perdida,<br />
del genio y del titán la frente oreas;<br />
y tus alas de luz prestas al verso<br />
y tu aliento de dios das a la vida.<br />
142<br />
Al amor<br />
Polyuc, 1907<br />
Para Arcadio Zentella júnior
Alientas como el mal, siempre en acecho<br />
del destino del hombre, indescifrable,<br />
y atormentas su vida miserable,<br />
y eres la realidad; y eres el hecho.<br />
El puñal del malvado frente al pecho,<br />
con tu mueca, simulas, espantable,<br />
y tu garra se prende, inexorable,<br />
hasta que sangra el corazón deshecho.<br />
Más que la muerte, tu invencible clava<br />
temida fue; que arrodillada gime<br />
la humanidad, a tu poder esclava.<br />
Y en vano aguarda que propicio seas...<br />
sólo un gesto, ¡oh dolor!, tienes sublime<br />
cuando la vida en convulsiones creas.<br />
143<br />
Al dolor<br />
Polyuc, 1907<br />
Para Adolfo Patrón M.
No eres tú la traidora, la enemiga,<br />
odiada por tiránica y terrible,<br />
que sin descanso mueves la invencible<br />
guadaña segadora, en tu cuadriga.<br />
Tu blanca mano, de infortunio amiga,<br />
los lazos del dolor corta apacible,<br />
y la vida del cardo aborrecible<br />
mata, aunque siegue la dorada espiga.<br />
Te calumnian; tú no eres la traidora<br />
enemiga del hombre, despiadada,<br />
ni tampoco la maga tentadora<br />
que un más allá prometes, de la nada;<br />
tú sólo eres la pálida enlutada<br />
del pobre corazón libertadora.<br />
144<br />
A la muerte<br />
Polyuc, 1907<br />
Para Nicolás Cámara Vales
¡Oh serena región do nuestra mente,<br />
en alas de la excelsa fantasía,<br />
tender el vuelo poderoso ansía<br />
y anegarse en tu luz indeficiente!<br />
¡Oh clara linfa de Castalia fuente!<br />
en que abrevan la dulce poesía,<br />
y el color, y la línea y la harmonía,<br />
y lo inmortal y eterno se presiente.<br />
Cuando tu aliento soberano toca,<br />
se yergue soberano hasta la altura,<br />
y al besar en el bronce o en la roca<br />
el paso de los siglos encadenas;<br />
que, radiante de luz y de hermosura,<br />
vive inmortal con tu prestigio Atenas.<br />
145<br />
Al arte<br />
Mérida, 1907<br />
Para Paula Joutard
No morirá tu culto, mientras viva<br />
el fuego misterioso que enajena<br />
los sentidos, al ver a Anadyomena<br />
surgiendo de las ondas rediviva.<br />
Mientras alcance del perdón la oliva<br />
con su regia hermosura Magdalena,<br />
y el rapto audaz de la divina Helena,<br />
a Troya cueste perecer cautiva.<br />
No morirá tu culto soberano,<br />
mientras, salvando al arte del olvido,<br />
se aduerma, coronado de laureles,<br />
en brazos de Frinea, Praxiteles;<br />
y a tu ara lleve el pensamiento humano,<br />
su última trova y su postrer latido.<br />
146<br />
A la belleza<br />
Mérida, 1907<br />
Para Luis Gutiérrez Suárez
Escuadrones de nubes que el ocaso<br />
vuelca en la tumba trágica del día,<br />
distante y azulada serranía,<br />
que vaga en el confín de un cielo raso.<br />
La parda bruma del olvido acaso<br />
nos oculta la ingrata lejanía,<br />
y aun detrás de entornada celosía<br />
nos tiende la ilusión su dulce lazo.<br />
Y, luz de luna que en las aguas riela,<br />
ígneo meteoro en el azul del cielo,<br />
o blanca y leve y luminosa estela;<br />
así, la vida, en incesante anhelo,<br />
fugaz y tenue y susurrante vuela...<br />
mientras nos hiere sin piedad el duelo.<br />
147<br />
Así, la vida...<br />
Mérida, 1908<br />
Para Narciso Sousa Novelo
No interrumpáis con la mundana pompa<br />
la inmensa calma en que abismarme ansío;<br />
ni intentéis reanimar mi cuerpo frío,<br />
doliente lira o funeraria trompa.<br />
Dejad que el velo de su cárcel rompa,<br />
y callada se inmerja en el vacío<br />
la vida que alentara el pecho mío,<br />
y que el cuerpo en la tierra se corrompa.<br />
No penséis profanar el gran misterio<br />
que vela tras la sombra de la muerte,<br />
y suspira en la calma de la noche,<br />
y vaga en la quietud del cementerio...<br />
Dejad que arrulle a la materia inerte<br />
Naturaleza en su triunfal derroche.<br />
148<br />
Cuando yo muera<br />
Mérida, 1908<br />
Para Urbano Góngora
Atleta y luchador, sereno y fuerte,<br />
hosco el semblante y la cabeza erguida,<br />
voy librando el combate de la vida<br />
de cara al soplo de la adversa suerte.<br />
Y jamás en afrenta se convierte<br />
la queja que de mi alma estremecida<br />
se exhala, alguna vez, entristecida,<br />
mirando a las riberas de la muerte.<br />
Que si en veces lloré alguna derrota,<br />
o el temblor reprimí de mi coraje,<br />
a excelsitud más alta nos levanta,<br />
rodar vencidos, con la espada rota,<br />
rindiendo hasta la muerte vasallaje<br />
del deber ante el ara sacrosanta.<br />
149<br />
Sic sémper<br />
Mérida, 1906<br />
Para Gonzalo Pat y Valle
Gloriosa juventud la que levanta<br />
la frente augusta a la región del cielo,<br />
y del futuro a descorrer el velo<br />
al fin se apresta con segura planta.<br />
Sobre tanto baldón y escoria tanta,<br />
que ha tiempo cubren de la patria el suelo,<br />
¡gloriosa juventud!, levanta el vuelo<br />
y enronquecida tus victorias canta.<br />
No sueñes más en la gentil quimera<br />
que arrullara tu anhelo ardiente y puro;<br />
el triunfo se conquista, no se espera<br />
detrás del grueso y degradante muro:<br />
¡flote, de hoy más, tu victorial bandera,<br />
en los campos de lucha de El Futuro!<br />
150<br />
Gloriosa juventud la que levanta<br />
Mérida, 1907<br />
A los jóvenes fundadores de El Futuro*<br />
*Periódico que no llegó a ver la luz pública por causas que el lector ha de suponer.
Ya del Nuevo al Antiguo Continente<br />
huyó la hermosa libertad que un día<br />
de América expulsó la tiranía<br />
impuesta por las razas de Occidente;<br />
que, enrojecida de rubor la frente<br />
al ver tanta vileza y cobardía,<br />
fue a buscar allá en Rusia y en Turquía<br />
abierto campo a su poder ingente.<br />
Detuvieron las águilas su vuelo<br />
al contemplar nuestra menguada suerte;<br />
y hasta el sol empañó su ardiente rayo,<br />
prefiriendo alumbrar bajo otro cielo,<br />
en vez de la abyección de nuestra muerte,<br />
las densas lobregueces del serrallo.<br />
151<br />
Contrastes*<br />
Mérida, agosto, 1908<br />
*Ya en prensa esta colección de versos, escribí el último soneto al recibir la nueva de haberse dado<br />
la Constitución a Turquía. Esto le faltaba solamente a nuestra libre América: ¡que mientras<br />
por acá se suprimen las Constituciones se firmen en Turquía!
[ 153 ]<br />
Composiciones varias
155<br />
A Mérida<br />
Mérida, primero de enero, 1908<br />
Para el señor don Ricardo Gutiérrez<br />
¿Y es cierto que a un abismo<br />
de duelo y de tristeza<br />
los hados hoy te empujan,<br />
infortunada Emérita?<br />
¿A ti, de altivas razas<br />
legítima heredera,<br />
del grande Tutul Xiu<br />
la encantadora reina,<br />
y luego, en la conquista,<br />
la amada predilecta<br />
de reyes y señores<br />
de la nación ibérica?<br />
¿A ti, cuya alma historia,<br />
fundida en la leyenda,<br />
por noble y por preclara,<br />
por dulce y romancesca,<br />
ha sido inspiradora<br />
de artistas y poetas,<br />
y de alto patriotismo<br />
la más preciada prenda?<br />
¿A ti, de cuyos pechos [...]
ebieron savia nueva<br />
el gran Quintana Roo,<br />
nuestra mejor presea,<br />
el Padre Sanjuanense<br />
y el ínclito Cepeda,<br />
que, cual augusto trípode<br />
en que el honor se asienta,<br />
ardiendo como soles,<br />
la patria historia llenan;<br />
el docto Eligio Ancona<br />
contando tu grandeza,<br />
y el portentoso Obispo<br />
tu gloria sempiterna?<br />
¿De cuyo hermoso cielo<br />
tomara la paleta<br />
de aquel gallardo numen,<br />
orgullo de esta tierra,<br />
los mágicos colores<br />
que vida y gracia dieran<br />
a “Música Celeste”,<br />
“Saraida” la hechicera, [...]<br />
156
y a innúmeras creaciones<br />
de gloria y de belleza?<br />
¿En cuyas noches claras,<br />
al susurrar muy leda<br />
la brisa de los campos,<br />
embalsamada y fresca,<br />
aún se oyen los acordes<br />
de la divina orquesta,<br />
que tocan desde el cielo<br />
José Jacinto Cuevas,<br />
Hoil, y el del piano<br />
soñador y poeta?<br />
¿En cuya fronda alegre<br />
parece que resuenan<br />
las vibradoras notas<br />
de aquella musa homérica,<br />
que fue de Aldana y Pérez<br />
y Alpuche, Ninfa Egeria;<br />
se escuchan las estrofas<br />
pletóricas y enérgicas<br />
de Eucario y los Cisneros, [...]<br />
157
cual gritos de protesta;<br />
del místico Peniche<br />
la concepción inmensa;<br />
los dulces madrigales<br />
del alma siempre escéptica,<br />
del clásico Zorrilla,<br />
filósofo y esteta;<br />
y de Vadillo Argüelles,<br />
la virgiliana endecha;<br />
las delicadas trovas<br />
de aquella musa helena,<br />
que en éxtasis perenne,<br />
y apasionada y tierna,<br />
vivió en estrecho abrazo<br />
con el cantor de Grecia;<br />
y al bardo más fecundo<br />
de nuestra patria escena,<br />
que a Hernán Cortés cantara<br />
y a Garcilaso y Flérida,<br />
soltar desde ultratumba,<br />
como hilo de albas perlas, [...]<br />
158
la gama inagotable<br />
de su canción egregia?...<br />
Y todo aquel pasado<br />
de gloria y de grandeza,<br />
¿será que al fin sucumba<br />
a las ignotas fuerzas<br />
del hado miserable<br />
que asoma ante tus puertas?<br />
¿Será que al fin se eclipse<br />
tu soberana estrella,<br />
de obscuros nubarrones<br />
tras de la sombra densa?<br />
Los fúnebres presagios<br />
que el horizonte pueblan<br />
de trasgos y fantasmas<br />
de ruina y de miseria,<br />
de emigración y duelo,<br />
de llanto y de tristeza,<br />
¿será que al fin se cumplan<br />
con realidad siniestra,<br />
será que los palpemos [...]<br />
159
en magnitud dantesca?...<br />
Y para tanto amago,<br />
para tamaña afrenta,<br />
¿cuál es nuestro delito,<br />
infortunada Emérita?<br />
Si el patriotismo es farsa;<br />
si la virtud comedia;<br />
si vive a infame tráfico<br />
la dignidad sujeta;<br />
si, prostituida, Themis<br />
se desgarró la venda,<br />
y en la balanza augusta<br />
ya sólo el oro pesa;<br />
si del pudor los velos<br />
rasgó la desvergüenza<br />
y hasta el sagrado templo,<br />
que orgullo de Dios era,<br />
ardiendo en ira santa<br />
lo convirtió en pavesas...<br />
El virus de estos males,<br />
que son baldón y mengua [...]<br />
160
de las hispanas razas<br />
y nuestra indiana tierra,<br />
la génesis maldita<br />
de nuestra savia enferma,<br />
que el germen de la muerte<br />
desde la cuna lleva,<br />
cuya diagnosis triste<br />
han hecho hombres de ciencia<br />
llamándola, tan sólo,<br />
enfermedad de la época...,<br />
ese algo misterioso,<br />
que imponderable pesa,<br />
y nuestro yo proscribe<br />
con invencible fuerza:<br />
ni es obra del Destino<br />
fatal y duradera,<br />
ni es obra de la mano<br />
de oculta Providencia.<br />
A par que el intelecto<br />
trabaje la materia,<br />
hagamos un prodigio [...]<br />
161
de voluntad y fuerza,<br />
y al fin, rota en pedazos,<br />
veremos la cadena<br />
de ignotos atavismos<br />
y vicios de otras épocas,<br />
que, a esclavitud y muerte,<br />
hogaño nos condena.<br />
Resurja victoriosa<br />
hinchando nuestras venas,<br />
la roja sangre criolla;<br />
trayendo savia nueva,<br />
colore nuestros rostros<br />
de nuevo la vergüenza,<br />
y vibre en nuestros labios<br />
la frase de protesta,<br />
que fue de nuestros padres<br />
la victorial bandera...<br />
¡Y al fin, rota en pedazos,<br />
veremos la cadena<br />
que a esclavitud y muerte<br />
pesada nos condena!<br />
162
163<br />
¡Oh poeta excelso!<br />
Mérida, 1906<br />
A Peón Contreras<br />
¡Oh poeta excelso!, mi verbo altivo<br />
no miente nunca;<br />
yo sé que dicen que pensativo<br />
te derrumbaste,<br />
y que la vida triste dejaste,<br />
y que tu gloria quedose trunca.<br />
Mas esto cuentan los que no saben<br />
que el alto numen, que el gran artista,<br />
morir muy joven es lo que anhela;<br />
antes que acaben amor y goce,<br />
y que su vista<br />
sólo se pose<br />
sobre las cumbres que invierno hiela;<br />
y su alta frente,<br />
que las auroras iluminaron,<br />
lúgubremente<br />
se incline al peso<br />
de las nevadas, que amontonaron<br />
los huracanes.<br />
Que los poetas, esos titanes<br />
del pensamiento, [...]
sienten horrores por el tormento<br />
de larga vida;<br />
y que el ingenio,<br />
que aplauden siempre las multitudes,<br />
es, ¡ay!, suicida.<br />
Yo fui testigo de tu tristeza;<br />
cual tú sentiste, nadie ha sentido,<br />
que, enamorado de la belleza,<br />
amaste el arte siempre rendido,<br />
y todas, todas tus emociones,<br />
cual tenue el viento pasa y suspira,<br />
así pasaron por tu alma-lira<br />
y resonaron en tus canciones.<br />
¡Oh poeta excelso!, yo fui testigo<br />
de tu amargura,<br />
tuve el orgullo de ser tu amigo<br />
y la honda pena de leer tu anhelo<br />
trasparentado siempre en el cielo<br />
de tu alma pura.<br />
Luchaste en vano con la materia; [...]<br />
164
tu pensamiento<br />
alzaste en alas del sentimiento<br />
a las alturas de los condores;<br />
y suspirando por otros días,<br />
por otro cielo y otros amores,<br />
sólo viviste tus mustios años<br />
haciendo a un lado los desengaños<br />
y recordando tus alegrías.<br />
Pero la ciencia,<br />
siempre acrecida<br />
con los caudales de la experiencia,<br />
cruel te mostraba<br />
que ya la joven savia de antaño<br />
se te alejaba;<br />
que ya la vida,<br />
cansada y lacia, sin los vigores,<br />
que en otro tiempo sus esplendores<br />
te prodigara, sólo restaba<br />
para tu ruina, se alzaba sólo<br />
para tu daño.<br />
165<br />
[...]
Y tú, el divino rey de la rima,<br />
ungido siempre por la victoria;<br />
al verte esclavo de la materia<br />
te horrorizaste,<br />
y envanecido de tu alta gloria,<br />
altivo y triste ya no aceptaste<br />
aquel harapo vil de miseria<br />
con que la vida se te fue encima...<br />
Y erguido y triste fuiste a la historia,<br />
tú, que en el teatro<br />
resucitaste otras edades,<br />
porque la tuya no era tan bella<br />
cual reclamaba tu buena estrella;<br />
que a más de cuatro<br />
generaciones,<br />
con tus leyendas y tus canciones<br />
electrizaste.<br />
¡Tú, a quien la muerte<br />
ha encontrado en la gloria<br />
sereno y fuerte!<br />
166
Morir, y joven...<br />
Mérida, 1908<br />
A la dolorosa memoria del joven estudiante de medicina, don Manuel Batista Pérez<br />
Morir, y joven; cuando todo halago<br />
nos encuentra y nos cerca y nos sonríe;<br />
cuando la vida en el amor se engríe,<br />
y no la inquieta ni un traidor amago.<br />
Cuando en plena y florida primavera,<br />
es el cielo una lluvia de fulgores,<br />
y la tierra una feria de colores,<br />
y la vida una plácida quimera.<br />
Cuando la onda tranquila, azul y plata,<br />
navegamos, de lánguida laguna,<br />
y bañados por un claro de luna<br />
entonamos, de amor, la serenata.<br />
Cuando nuestra alma aún llora, conmovida,<br />
sobre un listón azul o una flor seca;<br />
167<br />
[...]<br />
Morir, y joven; antes que destruya<br />
El tiempo aleve la gentil corona,<br />
Cuando la vida dice aún: soy tuya,<br />
Aunque sepamos bien que nos traiciona.<br />
Gutiérrez Nájera
y en dulce dejo de placer se trueca<br />
el más hondo pesar de nuestra vida.<br />
Morir así; cuando el morir semeja<br />
un crepúsculo suave y pasajero,<br />
envolviendo al nostálgico viajero,<br />
que taciturno y pálido se aleja...<br />
Morir así; cuando era nuestro anhelo<br />
la vida, que, cual novia casquivana,<br />
sonriendo aparece en la ventana<br />
y nos manda un adiós con el pañuelo.<br />
Morir así; cuando la muerte pía<br />
nos sorprende cual plácido beleño,<br />
y al suspirado y pasional ensueño<br />
nos transporta en gloriosa epifanía.<br />
168
169<br />
Bien hayas, tú, que llevas<br />
Mérida, 1907<br />
Al artista de la guitarra Francisco Quevedo<br />
Bien hayas, tú, que llevas<br />
en la gentil mirada<br />
fulguraciones hondas<br />
de dichas ignoradas;<br />
que llevas en la frente<br />
el resplandor de un alba,<br />
de luces apacibles<br />
y de visiones blancas;<br />
y llevas en las manos,<br />
ligeras como alas,<br />
artista peregrino,<br />
tu mágica guitarra.<br />
Que llevas la ventura<br />
por do tranquilo pasas,<br />
emocionando pechos<br />
y arrebatando almas.<br />
Y, nuevo Jesucristo,<br />
cual hostia consagrada,<br />
del arte y de la dicha<br />
la comunión propagas;<br />
y viertes en las hondas [...]
heridas de las almas<br />
el bálsamo divino<br />
de la divina gracia.<br />
Que el mundo de los sueños<br />
con la materia enlazas,<br />
y el universo entero<br />
doblegas a tus plantas,<br />
haciendo a tus antojos<br />
lucir las alboradas<br />
de cabelleras blondas<br />
y de mirar de llamas;<br />
o las profundas noches,<br />
silentes y calladas,<br />
de amor y de misterio<br />
dolientes soberanas;<br />
y al pálido crepúsculo<br />
surgir enamorada<br />
la virgen melancólica,<br />
ensoñadora y casta,<br />
que tiembla y se estremece<br />
y enloquecida vaga,<br />
si escucha entre la sombra [...]<br />
170
fugaz, de la enramada,<br />
del tímido arroyuelo<br />
que plácido resbala,<br />
la encantadora y tierna,<br />
poética balada,<br />
o al ruiseñor romántico<br />
su dulce serenata.<br />
Bien hayas, tú, que pueblas<br />
el alma enamorada<br />
de anhelos y de glorias<br />
y de ilusiones blancas;<br />
que llenas nuestros pechos<br />
de dulces esperanzas<br />
en que el ideal se toca<br />
y en que el dolor naufraga;<br />
y llevas el prodigio<br />
divino de tu alma,<br />
a hacer evocaciones...,<br />
logrando que resurjan,<br />
cual célicas plegarias,<br />
de juventud y gloria<br />
las soñadoras ansias; [...]<br />
171
las dulces emociones<br />
del alma apasionada<br />
y los rumores dulces<br />
de besos y de alas...<br />
Y enciendes en el pecho<br />
la roja llamarada<br />
de amores de otros tiempos,<br />
de dichas no gozadas,<br />
que son las que más surcos<br />
nos dejan en el alma...<br />
Bien hayas, tú, que llevas<br />
en la gentil mirada<br />
fulguraciones hondas<br />
de dichas ignoradas;<br />
que llevas en la frente<br />
el resplandor de un alba<br />
de luces apacibles<br />
y de visiones blancas;<br />
y llevas en las manos,<br />
ligeras como alas,<br />
¡artista peregrino,<br />
tu mágica guitarra!<br />
172
173<br />
A la juventud<br />
Mayo 15, 1908<br />
Para los jóvenes literatos de la Sociedad Lord Byron<br />
Dichosos, ¡oh vosotros!, los que vivís soñando<br />
en ideales de arte y en anhelos de gloria,<br />
y por florida senda penetráis a la historia,<br />
a la belleza augusta y a la virtud cantando.<br />
Que como errantes pájaros de vuelo poderoso<br />
al sol tendéis las alas, llevando en la pupila<br />
fulgores más intensos que los que el sol rutila;<br />
y en el cerebro, empuje de océano proceloso.<br />
Que con la frente erguida miráis la enhiesta cumbre<br />
donde el volcán desata su furia vengadora,<br />
y en donde el rayo prende su luz deslumbradora,<br />
que ciega y que fulmina a ignara muchedumbre.<br />
¡Oh juventud excelsa!, bien haces, cuando, altiva,<br />
los insistentes ojos elevas a la altura: [...]
la luz de los ideales muriente ya fulgura,<br />
y a ti tan sólo toca salvarla rediviva.<br />
Por el dormido campo, que el sol apenas dora,<br />
un hálito de vida vibrante se derrama;<br />
inflámase el cerebro, el corazón se inflama,<br />
y el céfiro murmura: ¡levántate, ya es hora!<br />
Cuando del viejo mundo la faz se convulsiona<br />
al formidable soplo de la pujante idea<br />
que en el derruido muro, sin compasión, golpea,<br />
mirando con deleite que al fin se desmorona;<br />
cuando al romper sus ligas, la humanidad esclava<br />
barriendo el parapeto de viejas tradiciones,<br />
ya no demanda al cielo sus dulces bendiciones<br />
ni teme del infierno la incandecida lava;<br />
no es bien que de estos campos ubérrimos de América, [...]<br />
174
que han sido cuna egregia de libertad un día,<br />
se yerga audaz la sombra de odiosa tiranía,<br />
sin el castigo irónico de alguna estrofa homérica;<br />
no es bien que levantemos idílicas canciones<br />
al rayo de Selene, o al murmurar de un lago,<br />
mientras resuena lúgubre el formidable estrago<br />
que causa de los déspotas las locas ambiciones.<br />
¡Oh juventud excelsa!, el porvenir es tuyo;<br />
será tu gloria inmensa, como es tu poderío;<br />
mas sé, para tu patria, cual caudaloso río<br />
que fecundiza el prado mientras le da su arrullo...<br />
Por el dormido campo, que el sol apenas dora,<br />
un hálito de vida vibrante se derrama;<br />
inflámase el cerebro, el corazón se inflama,<br />
y el céfiro murmura: ¡levántate, ya es hora!<br />
175
Es cual rayo de pálida luna<br />
que en la noche de negros dolores<br />
desparrama sus suaves fulgores<br />
alejando la sombra importuna...<br />
Es cual eco de dulce cadencia<br />
que despierta dormidos anhelos,<br />
y las almas remonta a los cielos<br />
arrobadas en mística creencia;<br />
cual sonrisa que púdica asoma<br />
en los labios, capullo de flores,<br />
de la virgen que sueña en amores;<br />
como arrullo de tierna paloma;<br />
cual perfume de cándido lirio.<br />
Que eres luz y cadencia y perfume,<br />
porque todo en tu ser se resume:<br />
¡blanca aurora y obscuro martirio!<br />
176<br />
Tu belleza<br />
Mérida, 1905<br />
A Pilarcita
Y desafiando al ábrego<br />
se fue la golondrina,<br />
en busca de otro cielo<br />
y en alas de otras brisas;<br />
y se alejó cantando<br />
hacia remotos climas,<br />
en pos de otros amores<br />
y en pos de otras sonrisas...<br />
. . . . . . .<br />
. . . . . . .<br />
Mas dicen que sus lares<br />
jamás, ingrata, olvida;<br />
y cuando el aire aleve<br />
remueve las cenizas<br />
de pálidos recuerdos<br />
y glorias de otros días;<br />
inflámase su pecho,<br />
y anúblase su vista,<br />
y por la tierra amada<br />
con ansiedad suspira...<br />
177<br />
A una ausente<br />
Mérida, 1908
I<br />
Asomaste entre la niebla<br />
de mis sueños juveniles,<br />
y al llegar mis veinte abriles<br />
te rindieron su pasión;<br />
y te sigo inconsolable<br />
al través de lo imposible,<br />
y te esfumas intangible<br />
en el mar de mi dolor.<br />
178<br />
Presentida<br />
Playa de Progreso, 1908<br />
Letra para música de Fermín Pastrana (Uay Cuc)<br />
II<br />
Cuántas veces de la tarde<br />
a los últimos reflejos,<br />
te miré venir de lejos<br />
de una estrella en el fulgor,<br />
o rasgando de la sombra<br />
la tiniebla densa y bruna,<br />
fuiste el rayo de luna<br />
que mi frente iluminó. [...]
III<br />
En la noche tempestuosa<br />
de mi vida errante y sola,<br />
cabalgando sobre una ola,<br />
te miré con estupor;<br />
y mis ansias te siguieron,<br />
cual efímeras gaviotas,<br />
hacia playas muy remotas.<br />
¡Oh mi pálida visión!...<br />
IV<br />
Y presides mis ensueños<br />
y mis vagas inquietudes,<br />
y te llamo, y sólo acudes<br />
a inundarme en tu pasión;<br />
y te sigo, inconsolable,<br />
al través de lo imposible,<br />
y te esfumas intangible<br />
en el mar de mi dolor.<br />
179
En la luz de tus ojos,<br />
niña gentil,<br />
como las mariposas<br />
quiero morir.<br />
Que tu ardiente mirada<br />
con sus fulgores,<br />
disipa la tiniebla<br />
de mis dolores.<br />
Tienes fuego en el alma,<br />
fuego en los ojos,<br />
y un incendio despiden<br />
tus labios rojos.<br />
180<br />
Tropical*<br />
Ribera del Usumacinta, 1908<br />
Letra para música de Cirilo Baqueiro (Chan Cil)<br />
*Dejo impresas en este volumen algunas producciones improvisadas en momentos felices de la<br />
vida; y que, aunque carecen de todo valor literario, he querido conservarlas originales por los recuerdos<br />
que guardan.<br />
[...]
Por eso es que al sentirte<br />
mi corazón,<br />
por ti, niña querida,<br />
muere de amor.<br />
Y como es imposible<br />
que tú me quieras,<br />
le he mandado a mi alma<br />
que por ti muera.<br />
Que es tormento muy hondo<br />
vivir sin ti,<br />
y por eso, mi encanto,<br />
voy a morir.<br />
181
MUSA ANTIGUA<br />
Joaquín Demetrio Casasús<br />
[ 183 ]<br />
A Catalina.<br />
México, Abril 30 de 1904.
[ 185 ]<br />
Poemas
*Anacreonte. Oda XL.<br />
Robaba miel en la ática colmena<br />
Eros sobre el Himeto una mañana,<br />
Cuando una abeja, de su vuelo ufana,<br />
Viene y le pica de ponzoña llena.<br />
El dios herido su dolor no enfrena;<br />
Solloza, el llanto de sus ojos mana<br />
Y con Venus, que hallábase cercana,<br />
Va a presuroso a consolar su pena.<br />
Herido estoy, le dice, madre mía<br />
Y me voy a morir, que una serpiente<br />
Alada me pico con furia impía.<br />
Si así daña una abeja, ¿piensa, hijo,<br />
Cuanto sufrir harás a quienes cruelmente<br />
Tu hieres con tus dardos? Venus dijo.<br />
187<br />
Eros*
*Teócrito. Idilio I.<br />
Demos punto al certamen, Melibeo;<br />
Ya no suene tu flauta, que en la siesta,<br />
Harto ya de vagar por la floresta,<br />
Pan descansa en los brazos de Morfeo.<br />
Y le placen las grutas del Liceo,<br />
Y esta la hora y la guardia es esta<br />
Adonde viene y a dormir se acuesta<br />
Sobre un lecho oloroso de poleo.<br />
Frente a su antro cruzaremos, débil rayo<br />
Del sol alumbra el lóbrego retiro<br />
Del viento basta a despertarlo. Acecha….<br />
¡Que hermosa Ninfa en su regazo estrecha!<br />
188<br />
La siesta de Pan*
*Teócrito. Idilio XIII.<br />
Hilas, el rubio y bello adolescente,<br />
La urna de barro al hombro, se encamina<br />
A un antro donde brota cristalina,<br />
Del sol oculta, rumorosa fuente.<br />
Cuando él, sobre la linfa transparente,<br />
Para llenar su cántaro, se inclina,<br />
Ve asombrado en la arena diamantina<br />
Tres Náyades danzando alegremente.<br />
Se enamoran las tres del joven bello,<br />
Y a él se acercan, lo llaman, una el cuello<br />
La enlaza con los brazos y lo atrae,<br />
Y de las Ninfas en los brazos cae;<br />
Hércules en las playas, entretanto,<br />
Su ausencia llora con acerbo llanto.<br />
189<br />
Hilas*
*Ateneo.<br />
Son las fiestas de Eleusis; y Frinea<br />
De pie en su carro de marfil y de oro,<br />
Flotante los cabellos, el tesoro<br />
De su divina desnudez pasea.<br />
Ella va al mar que en lontananza albea;<br />
Cruza entre el pueblo cual fugaz meteoro,<br />
Y la artística Grecia aplaude en coro<br />
De sus grandes beldades la presea.<br />
Y llega al mar; el carro y los corceles<br />
Abandona del mar junto a la orilla<br />
Y se hunde en él; sorprende al punto Apeles<br />
El cuerpo hermoso que en las ondas brilla,<br />
Y copian de esa humana maravilla,<br />
Venus del mar saliendo, sus pinceles.<br />
190<br />
Frinea*
*Ibi iunta iuga resolvens Cybele leonibus.<br />
Catullus. Carmen LXIII, 76.<br />
Cuando Atis, ya mujer, en la ribera<br />
Del mar de Frigia se lamenta en vano,<br />
Uno de sus leones soberano<br />
Cibeles suelta en rápida carrera;<br />
Ve y castígalo tú, dice; y la fiera<br />
El cuello enarca, y con furor insano<br />
Ruge, salta, destroza, cruza el llano,<br />
Difundiendo el espanto por doquiera.<br />
Atis mira al león, calla y medrosa<br />
Huye hacia el bosque. El cimbalo sonoro<br />
Y el atambor resuenan, de la diosa<br />
Marcha hacia el templo, por la selva, el coro;<br />
Y a Atis llevan en triunfo, delirantes,<br />
Coronadas de hiedra las Bacantes.<br />
191<br />
Atis*
Jamás mujer alguna por su amante<br />
Tan querida en el mundo se creyera,<br />
Cuanto con alma y vida amada fuera<br />
Lesbia por su Catulo en todo instante.<br />
Jamás un hombre fiel guardó constante<br />
Su promesa amorosa, cual sincera<br />
Lo ha sido por mi parte la primera<br />
Promesa que a tus pies juré anhelante.<br />
Mas idas ya mis ilusiones fueron;<br />
Que aunque hoy mudar de condición resuelvas,<br />
Mi bondad y tus culpas nos perdieron;<br />
Pues ya estamos, ¡oh Lesbia! de tal modo,<br />
Que ni puedo estimarte aunque al bien vuelvas,<br />
Ni dejar de quererte aunque hagas todo.<br />
*Ut iam nece bene velle Quetta timi, si optima fias,<br />
Nece desistere amare, omnia si facias.<br />
Catullus, Carmen LXXV<br />
192<br />
A Lesbia*
*Pan deus Arcadice venit,<br />
Virgilius, Égloga X, 26<br />
De los rayos huyendo abrasadores<br />
Del ardoroso sol del mediodía<br />
Cruzaban la boscosa serranía,<br />
Sus cabras custodiando, dos pastores.<br />
Bajo un pino, y oyendo los rumores<br />
De un arroyuelo que a sus pies corría,<br />
Entrambos celebraban a porfía,<br />
Al son de sus avenas, sus amores.<br />
Mas no hubo vencedor, porque pasmados<br />
Quedáronse los dos; sonar oyeron<br />
Dulcísima zampoña, percibieron<br />
Saltar llenos de gozo a sus ganados,<br />
Y que era Pan en su terror creyeron,<br />
Pan, que habita de Arcadia los collados.<br />
193<br />
Pan y los pastores*
*Chromis et Mansyllos in antro<br />
Silenus pueri commo videre iacentem.<br />
Virgilius. Égloga VI, 13.<br />
Custodiando su grey por los alcores,<br />
A Sileno hallan Cromis y Mnasilo,<br />
Dormido y ebrio en su secreto asilo,<br />
Cántaro en mano y con la sien sin flores.<br />
Egle llega y auxilia a los pastores,<br />
Y lo atan entre todos con sigilo;<br />
Mas Sileno despiértase, y “el hilo<br />
Desatadme” les dice con clamores;<br />
“Cumpliré de cantaros la promesa;<br />
A Egle, mi amor un premio le asegura”.<br />
La amenaza al oír, Egle traviesa.<br />
A castigar la ofensa se apresura;<br />
Moras recoge y con su roja tinta<br />
La cara y sienes a Sileno pinta.<br />
194<br />
Sileno*
*Audit in exesa stridorem examinis ulmo.<br />
Ovidius, F, III, 747.<br />
Por los bosques Sileno andaba errante<br />
Y oyó zumbido extraño en sus orejas;<br />
Los ojos levantó, frunció las cejas<br />
Y un panal vio en un olmo no distante.<br />
Beber quiso la miel; creyó arrogante,<br />
Por lo ágil, él con Pan correr parejas<br />
Y sobre su asno alzóse; las abejas<br />
Frente y ojos le pican al instante.<br />
El las sierpes aladas se sacude,<br />
Mas vacila y desplomarse en el cieno;<br />
Con los sátiros, Baco pronto acude,<br />
Y lo alzan; y al mirarse de reojo,<br />
Se ríen contemplando al buen Sileno<br />
Marchar a tientas, dolorido y cojo.<br />
195<br />
Sileno*
*Ecce Rubens rauco Sileni vector asellus<br />
Intempestivos edidit ore sonos.<br />
Ovidius, F. I, 333.<br />
En las báquicas fiestas, Priapo un día<br />
De una Ninfa prendóse; desdeñosa<br />
Ella burló la súplica amorosa<br />
Y él redobló con ansia su porfía.<br />
Al antro do la Ninfa se escondía,<br />
Priapo entró, con marcha cautelosa;<br />
Y ante él vio un cuerpo de alabastro y rosa<br />
Que desnudo, en el césped se extendía.<br />
Inclínase y la besa, y a su seno<br />
Iba ansioso a estrecharla, cuando oyóse<br />
Un rebuzno del asno de Sileno.<br />
La Ninfa de su sueño despertóse,<br />
Y al ver a Priapo de lujuria lleno,<br />
Saltó y al bosque alígera escapóse.<br />
196<br />
Priapo*
Suelta al aire blonda cabellera,<br />
Atalanta, cual flecha voladora,<br />
Corre veloz y la extensión devora<br />
Sin que nadie la alcance en la carrera.<br />
Solo Hipomenes competir espera;<br />
Que de ella en el estadio se enamora,<br />
Y ella ofrece, ¡promesa tentadora!<br />
Ser de aquel que en la lucha la venciera.<br />
Los dos rápidos corren: Atalanta<br />
A Hipomenes prestísima adelanta;<br />
Él las pomas le tira, y ella absorta<br />
Va tras ellas, las coge, el paso acorta….<br />
Él la aventaja, hasta la meta llega,<br />
Y ella vencida al vencedor se entrega.<br />
*Preterita est virgo; duxit sua proemia Victor.<br />
Ovidius, Met. Lib. X, 680.<br />
197<br />
Atalanta*
Donde ahora un pastor indiferente<br />
Trepa ligero con segura planta<br />
Si alguna de sus cabras se adelanta<br />
Al subir del collado la pendiente;<br />
Entre el bosque de olivos, do la frente<br />
Del ameno Lucretil se levanta,<br />
Y mas que el hebreo pura, brota y canta<br />
De aguas salubres cristalina fuente;<br />
Allí Horacio vivió; y allí tendido<br />
A la sombra de un álamo frondoso,<br />
Coronada de rosas la cabeza,<br />
De Asirio nardo con la esencia ungido,<br />
Llenas las copas de Falerno humoso.<br />
Canto el amor y el vino y la belleza.<br />
*Fons eliam rivo dare nomen idoneus uc nec<br />
Frigidior Thracam, nec purior ambiat Hebru.<br />
Horatius Epist. XVI, 12, Lib.<br />
198<br />
A Horacio*
Aunque tronco soy yo de árida encina,<br />
Los dueños de dos predios que se tocan,<br />
Para vivir en paz, cual dios me invocan.<br />
Cuando la mies en su heredad germina,<br />
Entrambos a la gente campesina,<br />
Para mi fiesta celebrar, convocan;<br />
Y me alzan un altar, junto a él colocan<br />
Leños ardiendo y agua cristalina;<br />
Trigo en la llama arrojan por tres veces,<br />
Y dulce miel me ofrendan, vino y flores;<br />
Mas cuando ansían compensar con creces<br />
La paz que mi firmeza les depara,<br />
Un cordero de aquellos labradores<br />
En mi honor riega con su sangre el ara.<br />
*Termine, sive lapis, sive es defossus in agro,<br />
Stipe ab anticues, sic quoque numen habes.<br />
Ovidius, F, II 641.<br />
199<br />
Término*
*Hic vivim mihi caespitem, hic<br />
Vertbenas, pueri, ponite turaque.<br />
Horatius, Carmen XIX, Lib. III.<br />
Venus, que en Chipre reinas, de Cinara<br />
Haz tú que el duro pecho en blanda cera<br />
Para mi bien se torne, o que esta hoguera<br />
Se extinga do en amores me abrasara.<br />
Con vivo césped el altar prepara,<br />
Esclavo; torna ya la Primavera;<br />
Pon aquí incienso y vino; la cordera<br />
De rojo tiña con su sangre el ara.<br />
Yo habré de hacer en tu loor cada año<br />
Un sacrificio igual, y la primicia<br />
Tendrás tú de mis campos, las mejores<br />
Ovejas te daré de mi rebaño;<br />
Mas vence su rigor, séme propicia<br />
¡Oh Venus, madre cruel de los Amores!<br />
200<br />
Mater saeva cupidinum*
* Mollibit aversus Penates/<br />
Farre mio et saliente pica.<br />
Horatius, Carmen XXII, LIb. III<br />
¡Oh Fidile! Si al pie de los altares,<br />
En cada luna nueva, al cielo alzados<br />
Los dos ojos, ofreces ya mezclados<br />
Centeno y sal para aplacar tus lares;<br />
No tus videos y mieses los azares<br />
Temerán del otoño, y preservados<br />
Doquier de malas yerbas, tus ganados<br />
Verás reproducidos a millares.<br />
No han menester los dioses sacrificios<br />
Donde una hostia inocente se inmolara<br />
Para a tus votos ser siempre propicios;<br />
Llegar con manos puras hasta el ara,<br />
Implorar con fervor sus beneficios<br />
Y dar humilde ofrenda, te bastara.<br />
201<br />
A Fidile*
*Bacche, fave vati, dum tua festa cano.<br />
Ovidius, F. III, 614<br />
Las flautas hoy y el címbalo sonoro<br />
Resuenan en tu honor, y las bacantes<br />
Coronadas de hiedra y los danzantes<br />
Sátiros tras de ti marchan en coro.<br />
De tus campos te ofrecen el tesoro<br />
Los labradores de tu culto amantes,<br />
Y de su vid los jugos embriagantes<br />
Y panales de miel color de oro.<br />
Si de las uvas, Baco, el dulce jugo<br />
Tú el primero exprimiste, y si a ti el duelo<br />
Con el del hombre disipar te plugo.<br />
Mis votos oye y mírelos colmados;<br />
Fecundo haz tú para la vid mi suelo<br />
Y no niegues la sombra a mis collados.<br />
202<br />
Liberalia*
*Fruges lustramos et agros.<br />
Tibullus, E. I. Lib. II<br />
Sus dones brinda ya la Primavera;<br />
Los frutos y los campos hoy lustremos,<br />
Y a la tierra y a Ceres consagremos<br />
De las rubias espigas la primera.<br />
Desuncid el arrado; en la pradera<br />
Con pámpanos a Liber coronemos;<br />
Todos al ara en procesión llevemos,<br />
Ya de blanco vestidos, la cordera.<br />
Cuidad de nuestras vidas los racimos,<br />
¡Oh dioses! Preservad nuestros ganados<br />
De lobos carniceros, y que opimos<br />
Frutos lleguen a dar nuestros sembrados;<br />
Puro el pecho ante el ara os lo pedimos;<br />
De olivo los cabellos coronados.<br />
203<br />
Ambarvalia*
*Dulci digne mero non sine floribus<br />
Cras donaberis haedo.<br />
Horatius, Carmen XIII, Lib. III<br />
Ninfas, dejad el agua de la fuente<br />
Y desnudas venid en torno mío;<br />
Mezclad vuestro gracioso vocerío<br />
Al rumor de cristal de la corriente;<br />
Vino verted en la onda transparente;<br />
Guirnaldas arrojad; que incienso pío<br />
Arda sobre el altar y que el gentío<br />
La hostia traiga aquí solemnemente.<br />
Así por verde encina resguardados<br />
Puedan en los calores estivales<br />
A la tropa infantil de mis ganados<br />
Brindar grata frescura tus cristales,<br />
Y que sean de tu agua los rumores,<br />
Más dulces que a la grey a los pastores.<br />
204<br />
Fontanalia*
*Vetus ara multo<br />
Fumat odore.<br />
Horatius, Carmen, XVIII, Lib. III<br />
Vuelve ¡Oh Fauno! Al Lucrétil; por los prados<br />
Ya el coro de las Ninfas se pasea;<br />
Ven, recorre mis campos y que sea<br />
Tu retorno propicio a mis ganados.<br />
Alzan, en honor tuyo, en los collados,<br />
Altares los pastores de la aldea;<br />
Y en los altares el incienso humea,<br />
Ya a recibir las hostias preparados.<br />
Errantes vagan al azar las greyes,<br />
Van ociosos en ronda los pastores,<br />
Del aprisco al calor vence los bueyes<br />
Luciendo todos, en los cuernos, flores,<br />
Y al son del caramillo melodioso<br />
Baila en el campo el labrador dichoso.<br />
205<br />
Faunalia*
A la espalda el carcaj, la cabellera<br />
Intonsa y áurea desplegada al viento,<br />
Cruza Apolo el azul del firmamento,<br />
La cuadriga guiando en su carrera.<br />
Y va el carro avanzando por la esfera<br />
Hacia el zenit con raudo movimiento,<br />
Y lanzan los corceles con su aliento<br />
Llamas y luz de colosal hoguera.<br />
Los corceles en vano el dios retiene,<br />
Cuando van acercándose al Ocaso,<br />
Que rienda no hay que su carrera enfrene;<br />
Mas Tetis le abre a la cuadriga paso<br />
Y el oro que hierve en el crisol semeja<br />
La mar, cuando ella el horizonte deja.<br />
206<br />
Apolo
Ninfas desnudas en la selva hojosa<br />
Discurren por doquier alegremente,<br />
Y en su ronda, se acercan a una fuente<br />
Que mana entre las peñas rumorosa.<br />
Es la hora de la siesta bochornosa,<br />
Y el agua las invita y el ambiente<br />
Para hundir bajo la onda transparente<br />
Sus cuerpos que parecen nieve y rosa.<br />
Y se bañan…. mas vuelan en bandada,<br />
Cual palomas que asustan los milanos,<br />
Cuando a un Sátiro miran en acecho.<br />
De aquellas ninfas una, aprisionada<br />
Queda, al correr, del Sátiro en las manos;<br />
Y la presa él arrastra hasta su lecho.<br />
207<br />
Las ninfas y el Sátiro
En una fuente de argentino lecho<br />
Como cristal resplandeciente y fría,<br />
Que defiende del sol del mediodía<br />
Verde laurel, cual amoroso techo.<br />
Del frío de las aguas a despecho,<br />
Bañábanse con loca algarabía,<br />
Las Ninfas en la fuente cierto día,<br />
Cuando a un Fauno sorprenden en acecho<br />
Y saltan y al correr confusamente,<br />
Van desnudas del Fauno en seguimiento;<br />
Le apresan y tras lucha trabajosa<br />
Con estrépito arrójanle a la fuente.<br />
Mas después, fugitivas como el viento,<br />
Dispersas huyen por la selva umbrosa.<br />
208<br />
In fraganti
El circo esta, como jamás, henchido;<br />
La plebe aguarda de entusiasmo llena,<br />
Y del circo los ámbitos atruena<br />
De las fieras cercanas el rugido.<br />
Y un cristiano aparece; un alarido<br />
El pueblo lanza; hirsuta la melena,<br />
Glaucos los ojos, a la ardiente arena<br />
Salta un león del África. Un gemido.<br />
Escúchase tan solo, y al instante<br />
Del golpe rudo al formidable empuje<br />
Rodar vése al cristiano agonizante.<br />
La roja sangre el entusiasmo excita.<br />
Se alza el león sobre su presa, ruge,<br />
Y el pueblo aplaude y delirante grita.<br />
209<br />
El circo romano
Imagen bienhechora de la muerte,<br />
Dulce sueño tú das grato reposo<br />
Al alma, cuando aflojas generoso<br />
Del lazo de la vida el nudo fuerte.<br />
Por eso nadie a ti puede temerte;<br />
Que así das dichas nuevas al dichoso,<br />
Y de un peso libertas fatigoso<br />
A quien agobia la contraria suerte.<br />
Desdichado o feliz, de su existencia<br />
El bien mayor, el hombre te apellida:<br />
Porque tú, adormeciendo la conciencia,<br />
De la vida el objeto satisface;<br />
Que grata solo así le haces la vida,<br />
Que dulce solo así la muerte le hace.<br />
210<br />
El sueño
La boca que a besar Cloris me ofrece,<br />
Fruto es de estío de dulzura lleno,<br />
Que oculta entre su miel letal veneno;<br />
Quien la llega a besar, muerte padece.<br />
Y es una tentación; roja, parece<br />
Temprana flor cuando devuelve el seno;<br />
Y mientras más el apetito enfreno,<br />
Más el deseo de besarla crece.<br />
Mas, ¿qué mucho morir, si siempre vela<br />
La muerte tras nosotros en acecho<br />
Y por llevarnos a su reino anhela?<br />
Nadie a vida inmortal tuvo derecho;<br />
Pues dame un beso, Cloris; de esta suerte<br />
Como él tan dulce me será la muerte.<br />
211<br />
La boca de Cloris
Son color de oro viejo tus cabellos,<br />
Y como en tus dos ojos, dejan<br />
De oro viejo el color que tienen ellos.<br />
Y áureos por eso son tus ojos bellos,<br />
Y por su luz y su color semejan<br />
<strong>Dos</strong> soles en ocaso, que se alejan<br />
Circundados de vívidos destellos.<br />
Por eso áurea eres tú, y a tu cabeza,<br />
Color de hoja otoñal, esplendoroso<br />
Nimbo, como un encaje, la circunda.<br />
Áurea se mira así naturaleza<br />
Cuando del sol un rayo luminoso<br />
De grana y oro el horizonte inunda.<br />
212<br />
Áurea
Traducciones de Jose M. de Heredia<br />
[ 213 ]
D¨un vil silenciux, le grand cheval aile<br />
Soufflant de sus naseaux elargis l air qui fume,<br />
Les emporte avec un fremissement de plume<br />
A travers la Nuit bleu et l¨ether etoile.<br />
Ils vont. L¨afrique plunge au gouffre flegelle,<br />
Puis l¨asie… un desert…. Le Liban ceint de brume….<br />
Et voici qu¨apparait, toute Blanche d¨ecume,<br />
La mer mysterieuse ou voint sombrer helle<br />
Et vent gonfle ainsi que deux immenses voiles<br />
Les allies qui, Volant d¨etoiles en etoiles,<br />
Aux amants enlaces font un tiede berceau;<br />
Tandis que, Iceilau cielo u palpite leur ombre,<br />
Its voient, irradian du Helier au Verseau,<br />
Leurs Constellation poindre dans l¨azur somber.<br />
214<br />
Le ravissement d’Andromede
El gran caballo alado, con su vuelo silencioso,<br />
Lanzando sus narices un vaho que se esfuma,<br />
Los lleva dulcemente con un temblor de pluma,<br />
Por la azulada noche y el éter luminoso.<br />
Van; sumérgese el África en el abismo undoso,<br />
Asia…. Un desierto…. El Líbano ceñido por la bruma….<br />
Y después aparece, cubierto de alba espuma,<br />
Do Heles naufragó un día, el ponto misterioso.<br />
Cual dos inmensas velas, las alas palpitantes<br />
Hincha el viento, y le forman á aquellos dos amantes<br />
Tibia cuna, volando por célicas regiones;<br />
Y al cielo que refleja sus sombras vagarosas,<br />
La vista levantada, ven sus constelaciones,<br />
Desde Aries al acuario, brotando esplendorosas.<br />
215<br />
El rapto de Andrómeda
La maousse fut pieuse en fermant ses deux mornes;<br />
Car, Dans ce boirs inculte,il chercherait en vain<br />
La vierge qui versait le lait puer et vin<br />
Sur la terre au Beau nom dont il marqua les bornes.<br />
Aujourd¨huil le houblon, le lierre et les viernes<br />
Qui sënroulent autour de ce debris divin,<br />
Ignorant s¨il fut pan, faune, hermes ou silvain<br />
A son front motile tordent leurs vertes cornes,<br />
Vois. Lóblique rayon, le caressant encore,<br />
Dans sa face camuse a mis deux orbes d¨or;<br />
La vigne folle y rit comme une levre rouge;<br />
Et, prestige mobile, un murmure du vent,<br />
Les feuilles, lömbre errante et le soleil qui bouge,<br />
De ce marbre en ruine ont fait Dieu vivant.<br />
216<br />
Sur un marbre brisse
Cuando cerró sus ojos, piadoso el musgo era;<br />
Pues en el bosque inculto en vano buscaría<br />
La virgen que la leche y el vino ayer vertía<br />
Sobre la tierra en donde cual término estuviera.<br />
El cardo, el jaramago, la verde enredadera<br />
Que al divino fragmento se enlazan a porfía,<br />
Sin saber se antes Hermes, Silvano o Pan sería<br />
Su frente mutilada festonan por doquier.<br />
¡Mira! Un oblicuo rayo del sol que lento asoma,<br />
<strong>Dos</strong> globos de oro ha puesto sobre su cara roma;<br />
La vid loca allí ríe como un labio bermejo;<br />
Y del viento el murmullo: ¡prodigio sorprendente!<br />
Las hojas y la sombra, del sol áureo el reflejo,<br />
De aquel mármol en ruina han hecho un dios viviente.<br />
217<br />
A una estatua rota
*Nymphis aug. sacrum.<br />
L´autel git sous la ronce et l´herbe enseveli;<br />
Et la source sans nom qui goutte a goutte tombe<br />
D´un son plaintif emplit la solitaire combe.<br />
C´est la Nymphe qui pleure un eternal oublis.<br />
L´inutile miroir que ne ride aucun pli<br />
A peine est effleure par un vol de colombe<br />
Et la lune, parfois, qui du ciel noir surplombe,<br />
Seule, y reflete encore un visage pali.<br />
De loin en loin, un patre errante s´y desaltere.<br />
Il boit, et sur la dalle anticue du chemin<br />
Verse un peu d eau reste Dans le creux de sa main.<br />
Il a fait, malgre lui, le geste hereditaire,<br />
Et ses deux n´ont pas vu sur le cippe Romaní<br />
Le vase libatoire aupres de la patere.<br />
218<br />
La source*
*Nymphis aug. sacrum.<br />
Oculto el altar yace bajo la hierba ahora,<br />
Y la fuente sin nombre esparce en la pradera,<br />
Al caer gota a gota, su queja lastimera;<br />
Es del valle la Ninfa que eterno olvido llora.<br />
Una paloma, apenas, allí al volar, desflora<br />
Aquel espejo inútil que pliegue alguno altera;<br />
Y alguna vez la luna que en lo alto reverbera<br />
Sola, sobre él retrata su imagen incolora.<br />
Su sed calmar a veces allí a un pastor le place.<br />
Él bebe y del camino sobre la piedra, ufano,<br />
Vierte el agua que aun guarda el hueco de su mano.<br />
El gesto hereditario a pesar suyo él hace;<br />
Pero sin ver que al lado de la pátera, yace<br />
El vaso libatorio sobre el cipo romano.<br />
219<br />
La fuente*
L´Etna murit toujours la pourpre et l´or du vin<br />
Don’t l, Erigone antique enivra Theocrite;<br />
Mais celles dont la grace en ses vers fut ecrite,<br />
Le poete aujourd´hui les chercherait en vain.<br />
Perdant la purete de son profil divin,<br />
Tour a tour Arethuse esclave et favorite<br />
A mele dans sa veine ou le sang grec s´irrite<br />
La fureur sarrasine a Porgueil angevin.<br />
Le temps passe. Tou menurt. Le marbre meme s´use<br />
Agrigente n´est plus qu´une ombre, et Syrecuse<br />
Dort sous le bleu linceul de son ciel indulgent;<br />
Et seul le dur métal que l’amour fit docille<br />
Garde encore en sa fleur, aux medailles d’argent<br />
L´immortelle beaute des vierges de Sicile.<br />
220<br />
Medaille antique
Madura siempre el Etna la púrpura del vino<br />
Con que Erigona antigua a Teócrito embriagaba;<br />
Más esas cuyo encanto en versos celebraba,<br />
Hallar hoy no pudiera el bardo peregrino.<br />
Perdiendo la pureza de su perfil divino<br />
Ha mezclado Aretusa, favorita y esclava,<br />
En sus venas, do sangre de Grecia palpitaba,<br />
El furor sarraceno al orgullo angevino.<br />
Destruye el tiempo todo. El mármol se deshace,<br />
Se ve a Agrigento en ruinas, y Siracusa yace<br />
Bajo la azul mortaja de su indulgente cielo;<br />
Y sólo el metal guarda, vencida su dureza,<br />
De la flor de las vírgenes del Siciliano suelo,<br />
En medallas de plata, la espléndida belleza.<br />
221<br />
Medalla antigua
Aspiración del olimpo [7]<br />
MELANCOLÍAS [19]<br />
Melancolías [21]<br />
Melancolías 23<br />
Cubre al sol negra nube en la mañana 26<br />
Nostalgia 27<br />
Cinco de mayo 28<br />
Tu retrato 29<br />
Besos y lágrimas 31<br />
El Usumacinta 32<br />
Lucha 33<br />
Esperanza 34<br />
Mística 35<br />
En el álbum de Carmela 36<br />
Madrigal 38<br />
Tú y yo 39<br />
Cese tu pena cruel, calma tu duelo 41<br />
A ti 42<br />
Rubia y morena 44<br />
Te he llamado al sentir el incendio 45<br />
Penumbra 47<br />
¡Esa eres tú! 48<br />
Elegías 50<br />
Amanece 52<br />
Pasión 53<br />
Con mi retrato 54<br />
Felicia: tú eres la beldad criolla 55<br />
En el álbum de Leonor 57<br />
La muerte del bardo 59<br />
En un álbum 63<br />
Tristezas 65<br />
¡Adiós...! 67<br />
Año nuevo 69<br />
A mi madre 70<br />
Ausencia 71<br />
La partida 74<br />
ÍNDICE<br />
Ven... 75<br />
¿Conque, también, tu generoso brío? 76<br />
Desolación 78<br />
¿Y pudiste caer, al fin, herido? 79<br />
Gloria victis 80<br />
El Grijalva 81<br />
Hoja de álbum 82<br />
A Campeche 83<br />
A Yucatán 84<br />
Pax animae 85<br />
Post umbra 88<br />
¿Quo vadis? 89<br />
Fuiste como la tímida avecilla 91<br />
Postales [93]<br />
Les bijoux 95<br />
Violetas y jazmines 96<br />
Me dicen que a la par de tu hermosura 97<br />
De una tarjeta postal 98<br />
Rosada aurora de la mañana 100<br />
El exótico nombre 101<br />
PROCELARIAS [103]<br />
Dédicace [105]<br />
Sonetos [109]<br />
Procelarias 111<br />
Sursum 112<br />
Hacia el ideal 113<br />
Alma de lucha 114<br />
Redemptio 115<br />
Vindicación 116<br />
Pro Patria 117<br />
A Cuauhtémoc 118<br />
A la libertad 119<br />
Al pueblo 120<br />
A Hidalgo 121<br />
A Juárez 122<br />
A un tirano 123
A Roosevelt 124<br />
Al Czar de Rusia 125<br />
Al Japón 126<br />
Alba roja 127<br />
Al fanatismo 128<br />
A Dios 129<br />
A la verdad 130<br />
En derrota 131<br />
A mi esposa 132<br />
A mis hijos 133<br />
En plena vida 134<br />
A la vida 136<br />
Al sol 137<br />
En el campo 138<br />
Melancolía 139<br />
Tregua 140<br />
Y es un canto de amor el que me pides 141<br />
Al amor 142<br />
Al dolor 143<br />
A la muerte 144<br />
Al arte 145<br />
A la belleza 146<br />
Así, la vida... 147<br />
Cuando yo muera 148<br />
Sic sémper 149<br />
Gloriosa juventud la que levanta 150<br />
Contrastes 151<br />
Composiciones varias [153]<br />
A Mérida 155<br />
¡Oh poeta excelso! 163<br />
Morir, y joven... 167<br />
Bien hayas, tú, que llevas 169<br />
A la juventud 173<br />
Tu belleza 176<br />
A una ausente 177<br />
Presentida 178<br />
Tropical 180<br />
MUSA ANTIGUA [183]<br />
Poemas [185]<br />
Eros 187<br />
La siesta de Pan 188<br />
Hilas 189<br />
Frinea 190<br />
Atis 191<br />
A Lesbia 192<br />
Pan y los pastores 193<br />
Sileno 194<br />
Sileno 195<br />
Priapo 196<br />
Atalanta 197<br />
A Horacio 198<br />
Término 199<br />
Mater saeva cupidinum 200<br />
A Fidile 201<br />
Liberalia 202<br />
Ambarvalia 203<br />
Fontanalia 204<br />
Faunalia 205<br />
Apolo 206<br />
Las ninfas y el Sátiro 207<br />
In fraganti 208<br />
El circo romano 209<br />
El sueño 210<br />
La boca de Cloris 211<br />
Áurea 212<br />
Traducciones de Jose M. de Heredia [213]<br />
Le ravissement d’Andromede 214<br />
El rapto de Andrómeda 215<br />
Sur un marbre brisse 216<br />
A una estatua rota 217<br />
La source 218<br />
La fuente 219<br />
Medaille antique 220<br />
Medalla antigua 221
Andrés Granier Melo<br />
Gobernador Constitucional del Estado de Tabasco y Presidente Honorario de la Comisión Organizadora para<br />
la conmemoración del Bicentenario de la Independencia Nacional y del Centenario de la Revolución Mexicana<br />
Humberto Mayans Canabal<br />
Secretario de Gobierno y Presidente del Consejo Consultivo de la Comisión<br />
Organizadora del Estado de Tabasco, para la conmemoración del Bicentena-<br />
rio de la Independencia Nacional y del Centenario de la Revolución Mexicana<br />
Norma Cárdenas Zurita<br />
Directora General del Instituto Estatal de Cultura y Vocal Ejecuti-<br />
vo del Consejo Consultivo de la Comisión Organizadora del Esta-<br />
do de Tabasco, para la conmemoración del Bicentenario de la Inde-<br />
pendencia Nacional y del Centenario de la Revolución Mexicana<br />
Vicente Gómez Montero<br />
Director Editorial y de Literatura
Dirección Editorial y de Literatura<br />
Vicente Gómez Montero, Dirección Editorial y de Literatura; Héc-<br />
tor de Paz, Departamento Editorial; Víctor Gerardo Grajeda Vargas,<br />
Coordinación de Literatura; Francisco Magaña, Coordinación de Ta-<br />
lleres Literarios; Roberto Montero Félix, Administración; Antonio<br />
Alberto Mora, Edición y Corrección; Erik Guerrero, Diseño; Elia<br />
Hernández Hernández y Raúl López de la Cruz, Apoyo Técnico.<br />
Este libro se terminó de imprimir el jueves 30 de diciembre de 2010 en los ta-<br />
lleres de Grupo Profesionales Gráficos de México (Programe). Avenida Jardín.<br />
Número 258. Colonia Tlatilco. Delegación Azcapotzalco. México, Distrito Fe-<br />
deral. Código Postal 02860. Teléfonos 5355-7633 y 5355-7839. Extensión 110.