08.05.2013 Views

Dos poéticas olvidadas

Dos poéticas olvidadas

Dos poéticas olvidadas

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>Dos</strong> <strong>poéticas</strong> <strong>olvidadas</strong>


<strong>Dos</strong> <strong>poéticas</strong> <strong>olvidadas</strong><br />

Obras de José María Pino Suárez y Joaquín Demetrio Casasús<br />

Prólogo, Vicente Gómez Montero


D. R. © Gobierno del Estado de Tabasco.<br />

Instituto Estatal de Cultura de Tabasco.<br />

Calle Andrés Sánchez Magallanes. Número 1124.<br />

Fraccionamiento Portal del Agua.<br />

Colonia Centro. Código postal 86000.<br />

Villahermosa, Tabasco. México.<br />

Erik Guerrero: responsable de forros.<br />

Antonio Alberto Mora: responsable de interiores.<br />

Consejo editorial<br />

<strong>Dos</strong> <strong>poéticas</strong> olviDaDas.<br />

ISBN: 978-607-7758-23-5.<br />

Primera edición en México, diciembre de 2010.<br />

Norma Cárdenas Zurita, Santiago de la Cruz, Víctor Gerardo Grajeda Vargas, Francis-<br />

co Magaña, Elizabeth Meza García, Margarito Palacios Maldonado, Héctor de Paz, Re-<br />

beca Perales Vela, Leticia Rivera Virgilio, Miguel Ángel Ruiz Magdónel, Geney Torruco.<br />

Reservados todos los derechos. Queda prohibida, total o parcialmente, cualquier forma de reproduc-<br />

ción, distribución, comunicación pública y manipulación de esta obra sin previa autorización del edi-<br />

tor, de acuerdo con lo establecido en el Código Penal en materia de derechos de la propiedad intelectual.<br />

Impreso y hecho en México.


[ 7 ]<br />

Aspiración del olimpo


Comenzaré, con reticencia, con un lugar<br />

común. La Historia la escriben los<br />

vencedores, no los vencidos. Este axioma<br />

que ha pasado de generación en<br />

generación puede querer decir dos cosas.<br />

Una, que los vencedores tienen memoria<br />

larga y excelente para recordar cada uno de los<br />

trances o logros en que se vieron envueltos para<br />

vencer al enemigo. <strong>Dos</strong>, que los vencidos tuvieron<br />

que subordinarse a la narración de los hechos,<br />

a la versión dictada por quienes ganaron<br />

la batalla. En ambos casos, la Historia es quien<br />

queda peor parada porque siempre nos queda<br />

ese tufillo curioso de no saber bien quién ganó,<br />

o perdió, verdaderamente la guerra. Obviamente,<br />

los aliados ganaron la II Guerra Mundial; ob-<br />

9<br />

viamente, los españoles conquistaron a los aztecas;<br />

obviamente, Napoleón perdió en Waterloo.<br />

Pero esa suma de obviedades sólo indica una visión,<br />

una sola coordenada deliberadamente punitiva<br />

contra la Verdad. Yo también puedo darme<br />

el lujo de mayuscular virtudes o defectos.<br />

Quienes vencen escriben la Historia. Más bien,<br />

escriben su historia. Los vencidos deben amoldarse<br />

a entenderla como lo que son, vencidos.<br />

Cuando algún vencido eleva la voz para ofrecer<br />

otro ángulo, es mucho después del acontecimiento<br />

histórico. Analicémoslo con detenimiento.<br />

Pocos ofrecen una versión de los hechos<br />

inmediatamente después del suceso histórico.<br />

Bernal Díaz del Castillo, por ejemplo, escribe<br />

su crónica muchos años después de la conquis-


ta de México, ya pronta a celebrar medio siglo.<br />

Muchos historiadores no se fían de la infalibilidad<br />

de la memoria del soldado metido a cronista.<br />

Tiene más de Tirante el Blanco que de<br />

realidad esta hazaña conquistadora según un<br />

historiador. Entonces, la historia que nos cuenta<br />

el vencedor, al menos en este caso, ya no es<br />

tan confiable como podríamos creer. ¿Qué dejó<br />

en el tintero Bernal? Quizá la apreciación de<br />

algunos de los casos del evento no tendrían, ¿o<br />

sí?, la magnitud narrada por el soldado. Pero ya<br />

estuvo bueno de preámbulo, vamos al detalle.<br />

Los procesos históricos celebrados en 2010, el<br />

bicentenario de la Independencia Nacional así<br />

como el centenario de la Revolución Mexicana<br />

mueven estas reflexiones sobre dos figuras que<br />

vivieron en el mismo periodo histórico, político,<br />

social que se entrevé por los rincones del artilugio.<br />

Ambos fueron abogados prestigiosos, políticos,<br />

humanistas, connotados representantes<br />

de sus respectivos bandos así como tabasqueños<br />

ejemplares. Sin embargo, la figura de<br />

uno resurge más que la del otro por ese prurito<br />

que tienen los vencedores de escribir la Historia.<br />

Es innegable, el movimiento armado que inicia<br />

en 1910, exactamente cien años después del de<br />

1810, venció. Al vencer se instaura la figura de<br />

un presidente hegemónico, que refunda el país<br />

cada seis años, que convence por cualquier medio<br />

de su investidura presidencial. Se instaura<br />

el partido siempre vencedor, formador de cuadros,<br />

de identidades, de líderes, líderes dispuestos<br />

a dejar el poder para que otros grupos, otros<br />

líderes ocupen puestos o curules, porque lo importante<br />

era el partido, con ellos, sin ellos, a pesar<br />

de ellos. Lo que puede parecer una apología<br />

del partido, ése del que les hablo, no es más<br />

que la Historia, ésa que escribieron los vencedores<br />

pontificando su triunfo hasta la exaltación,<br />

hasta el presidencialismo, hasta la histeria.<br />

La Revolución venció. Los revolucionarios<br />

llegaron al Poder determinando quiénes, a veces<br />

sólo quién, deberían compartirlo. Desde finales<br />

de los años veinte hasta el año 2000 hubo<br />

una sola opción en el país emanada de esa<br />

fuerza comenzada en 1910. La horda venció al<br />

ejército, el vulgo llenó los teatros capitalinos,<br />

el sueño de muchos próceres, anteriores y contemporáneos,<br />

se cumplió en la mayoría de sus<br />

postulados. Si debemos enorgullecernos o no,<br />

eso le corresponde discutirlo a otros más sesudos<br />

que un servidor.<br />

10


Actualmente, se desprende un aroma a desdén<br />

del movimiento revolucionario, así como los revolucionarios<br />

desdeñaron todo lo que oliera a<br />

Porfirio y a Porfiriato. La actitud fue ponderar<br />

lo emanado de la gesta de 1810 menospreciando<br />

lo posterior. Qué cosas tiene la vida. Hoy<br />

resultó más comentado el movimiento independentista<br />

que el revolucionario quizá por ese<br />

axioma nombrado desde el inicio de este texto<br />

donde los vencedores escribieron la Historia.<br />

Lo que hicieron los comentaristas de la Revolución<br />

triunfante, hoy lo hacen los comentaristas<br />

del partido en el poder. Llamarlo Justicia Poética<br />

me parece un poco rimbombante pero así<br />

parece ser. De tal modo, vemos surgir nombres<br />

y hechos que en su momento fueron comentados<br />

como baladíes, mero trámite histórico, mera<br />

oportunidad de aparecer los designatarios<br />

de tal o cual instante. Se van relegando las acciones<br />

y nombres del movimiento de 1910, como<br />

de lado, como ignorándolos, como diciendo,<br />

perdón, no me di cuenta. Hoy los revolucionarios<br />

saben qué es que se los “olvide”, “aparte”,<br />

“deje de lado”. Eso sí, siempre con mucha cortesía.<br />

Quiero volver sobre quienes son los referentes<br />

de estas líneas para ir entrando en ma-<br />

11<br />

teria. Uno, es José María Pino Suárez. El otro es<br />

Joaquín Demetrio Casasús.<br />

Ya lo dije más arriba. Ambos fueron políticos<br />

emplazados en bandos distintos más por status<br />

que por nacimiento. Ambos fueron humanistas<br />

de inteligencia deliberadamente fuerte. Ambos<br />

lucharon por causas que consideraron justas,<br />

que pudieron defenderse con el Derecho. Uno<br />

se adentra decidido en las postrimerías del siglo<br />

siendo asesinado cobardemente mientras que<br />

el otro camina por aguas menos hondas que su<br />

paisano. Uno es nombrado embajador en 1905,<br />

el otro muere en los umbrales del movimiento.<br />

Hay un dejo romántico en ambos casos. El<br />

del escritor que se vuelve diplomático, recordemos<br />

a Rubén Darío, al nayarita Amado Nervo.<br />

El del escritor muerto por defender una causa<br />

que considera justa, noble. Recordemos a José<br />

Martí. ¿No ha sido ese el destino de los poetas<br />

desde siempre? El destino de los poetas de la<br />

última mitad del siglo XIX se vuelve armónico<br />

doscientos años después. Además, los dos escribieron<br />

poemas cual aquellos caballeros, castellanos<br />

o guerreros de tiempos medievales donde<br />

la lírica era señal de la educación de un caballero<br />

bien nacido.


Casasús y Pino Suárez, tabasqueños ambos,<br />

contendientes de un hecho que sería parteaguas<br />

mundial, delimitada decisión de un pueblo para<br />

sacudirse las cadenas. Sin embargo, sabemos<br />

de uno toda su carrera política pero del otro sabemos<br />

menos. De uno, sabemos que nació en<br />

Centla, le llamaban Frontera, en 1853 y del otro<br />

que nació en Tenosique en 1869. Nacidos junto<br />

a las aguas no es gratuito que sean vertiginosos<br />

y caudales. Sus vidas están plenas de acontecimientos,<br />

de silencios, de singladuras. Hay<br />

en ellos un ansia de vivir, de encaminarse por<br />

el duro tráfico de la política. Casasús, alumno<br />

y yerno de Ignacio Manuel Altamirano, tuvo el<br />

don de caminar por entre los pasillos, por entre<br />

los accesorios, por entre los documentos del<br />

dictador. Pino Suárez, junto a Madero, muere<br />

acribillado cobardemente, siendo conocido desde<br />

ese instante como el Caballero de la Lealtad.<br />

Hasta en eso se parecen estos ilustres tabasqueños.<br />

Cercanos al poder, nunca fueron quienes<br />

lo detentaron.<br />

Hace muchos años, escuché a un cicisbeo sindical<br />

decir que qué íbamos a hacer si nos abandonaba<br />

el secretario general, agregando que<br />

quien quedase en su lugar se las iba a ver ne-<br />

gras para ocupar su puesto. Vamos a trasladar,<br />

perdón por la ficción, pero siempre me gana, el<br />

mismo comentario en boca de cualquiera de<br />

nuestros dos personajes, quitándole la abyección<br />

y molicie del cicisbeo sindical. Seguramente,<br />

si hubieran prevalecido vivos don Joaquín o<br />

Pino Suárez, habrían tenido el mismo problema.<br />

Excelentes segundos, nunca fueron lo suficientemente<br />

fuertes para ocupar primeros lugares<br />

en el campeonato de la Historia. Pero como<br />

adlátere, uno y otro fueron singulares apoyos.<br />

Pino Suárez vive en Yucatán donde conoce a<br />

Francisco I. Madero. De ahí a reunirse con él<br />

en la capital y acompañarlo hasta su trágico deceso<br />

en 1913, pasarían apenas unos años. Casasús<br />

sale de Tabasco para ser abogado, para vivir<br />

con las comodidades necesarias del tiempo,<br />

para ser embajador en 1905, para regresar y morir<br />

en 1916. Poetas de común linaje, la encendida<br />

poesía pinosuarista y los delicados sonetos<br />

de Casasús se escondieron durante mucho<br />

tiempo siendo los del primero más socorridos<br />

por su talante político que por su eficacia literaria.<br />

Fueron más uso del discurso de políticos<br />

que verdaderamente conocidos o reconocidos.<br />

Aunque debo decir que hay una enorme aspi-<br />

12


ación a decir, a poetizar, a marcar el ritmo de<br />

la poesía de su tiempo donde pone la pluma el<br />

tenosiquense. En sus dos únicos libros, Melancolías<br />

y Procelarias, conocidos gracias a las publicaciones<br />

del Gobierno del Estado de Tabasco,<br />

Pino Suárez lanza la apuesta poética donde<br />

se reflexiona el arte de decir, donde los consejos<br />

de los maestros son guardados con sabia codicia.<br />

No poco le debe el vicepresidente mexicano<br />

a Darío, a Díaz Mirón. Encendidos, sus poemas<br />

seguramente sirvieron para provocar el estruendo<br />

revolucionario. Gerardo Rivera dice de él:<br />

… a partir de ese momento su verbo se va haciendo<br />

más rojo y sólo escribe versos en los que<br />

habla de libertad. Rompe con su antiguo romanticismo<br />

disperso en Melancolías y pide, desde sus<br />

textos, que los demás poetas imiten, que tornen<br />

sus liras en espadas para exigir la libertad de su<br />

pueblo. (Gerardo Rivera, La poesía y los poetas de<br />

Tabasco en la Revolución, Villahermosa, edición<br />

de autor, 1988, pág. 16)<br />

Por otro lado, Casasús expone sus sonetos de<br />

Musa antigua, publicados en 1905 donde los<br />

efluvios de Horacio, de Catulo, de Tibulo se<br />

13<br />

amoldan al sonoro trote castellano para ofrecernos<br />

una de las más vívidas aventuras de la poesía<br />

mexicana. En el soneto In fraganti, el frontereño<br />

demuestra un total conocimiento del verso<br />

latino, ahíto de carácter mitológico. Llamo<br />

la atención sobre el mismo:<br />

En una fuente de argentino lecho<br />

Como cristal resplandeciente y fría,<br />

Que defiende del sol del mediodía<br />

Verde laurel, cual amoroso techo.<br />

Del frío de las aguas a despecho,<br />

Bañábanse con loca algarabía,<br />

Las Ninfas en la fuente cierto día,<br />

Cuando a un Fauno sorprenden en acecho<br />

Y saltan y al correr confusamente,<br />

Van desnudas del Fauno en seguimiento;<br />

Le apresan y tras lucha trabajosa<br />

Con estrépito arrójanle a la fuente.<br />

Mas después, fugitivas como el viento,<br />

Dispersas huyen por la selva umbrosa..


La vida griega, la vida romana empujaron a Joaquín<br />

D. Casasús a elegir entre la arrogancia latina<br />

o la fútil transparencia del sonido. Llamo la<br />

atención sobre el último verso, “dispersas huyen<br />

por la selva umbrosa”. A más del exaltado sonido<br />

de la letra s, espero se haya reconocido el tránsito<br />

de la fuga, del salpicar del agua, del desdén<br />

oficioso de las vocales i, e, a, u, e, o, a, e, a, u, o, a.<br />

Estas referencias a la poesía latina, hasta en el<br />

mismo silabeo, causan en el lector la ilusión de<br />

conocer perfectamente el entorno. La fuente,<br />

el baño de las ninfas, el fauno, el castigo jocoso<br />

al mirón, todo ello se contiene en las catorce<br />

líneas precedentes, todo ello culmina en un<br />

conocimiento, en una total aplicación del arte<br />

de versificar. Por si fuera poco, del verso latino,<br />

nada fácil pero siempre a la vista de los eruditos<br />

del siglo XIX.<br />

Por otro lado, Pino Suárez en su primer libro,<br />

Melancolías, aún recurre al conocimiento de los<br />

poetas románticos, de los poetas que todo joven<br />

debería conocer en aquel tiempo.<br />

Ejemplo:<br />

La blanca luna su fulgor derrama<br />

del opulento alcázar en las ruinas,<br />

14<br />

y murmuran las ondas cristalinas<br />

del arroyuelo, en la mullida grama.<br />

Después, la aurora enciende en roja llama<br />

Febo al radiar sus hebras diamantinas,<br />

y el ave exhala notas argentinas,<br />

entre la verde y florecida rama.<br />

En la montaña que el espacio hiende<br />

la flor se ostenta llena de frescura,<br />

y al juguetear con ella, el agua pura,<br />

suave perfume por el prado extiende…<br />

Y el aliento de Dios, desde la altura,<br />

sobre aquel cuadro majestuoso esplende.<br />

El lector, que es ducho, encontrará que las similitudes,<br />

las referencias literarias y mitológicas<br />

son evidentes. Rubén Darío, por ejemplo. Llamo<br />

la atención sobre un poema de Darío titulado<br />

Responso a Verlaine: “Que púberes canéforas<br />

te ofrenden el Acanto, / que sobre tu sepulcro<br />

no se derrame el llanto…”.<br />

La diferencia es sutil pero incisiva. El soneto de<br />

Casasús vive la escena mientras que el de Pino<br />

Suárez sólo utiliza como apuntalamiento de su


obra la referencia. En Darío, cuando cita a alguno<br />

de los númenes griegos o romanos, hay<br />

un ansia de convencer a través de un lenguaje<br />

común al lector del momento. Pino Suárez conoce,<br />

evidentemente, la poesía del nicaragüense<br />

pero le falta la distinción, el discurso modernista.<br />

Pino Suárez calca el ritmo, las referencias,<br />

el aura envuelta en los poemas del fundador<br />

del Modernismo, carece del fortalecido estro.<br />

Casasús se apoya en Catulo. Pino Suárez en<br />

Darío. No son cualquier cosa. Quizá la crítica<br />

que podemos hacerle a Casasús sería que abusa<br />

de lo que los detractores del poeta Góngora<br />

llamaron la “culta latiniparla”. Es decir, lanzar<br />

a diestro y siniestro nombres y hechos mitológicos<br />

para hermosear el texto, para esbozar una<br />

erudición al mismo tiempo robusta pero falsa.<br />

Extrañamente, Pino Suárez provoca alternadas<br />

pirotecnias verbales cuando leemos su segundo<br />

libro, Procelarias. En él, encontramos al<br />

aguerrido luchador social, al hombre que defiende<br />

con salvas y aplausos la Justicia, nuevamente<br />

las mayúsculas. Sus versos son aves que<br />

se mecen en la borrasca, indómito potro que el freno<br />

tasca, ciclones que barren la hojarasca. Sus estrofas,<br />

sus canciones, son rugidos de fiera, ayes<br />

15<br />

errantes. Muchos años después el poeta norteamericano<br />

Allen Ginsberg comenzaría así su<br />

poema Aullido. Pino Suárez no se anda por las<br />

ramas, lanza su apuesta de entrada, feroz, lograda,<br />

desde el púlpito letal de la demagogia.<br />

¡Y qué daño les hace la demagogia a los poetas!<br />

Pero la suerte está echada. Publicados en 1908,<br />

cuando ya Pino Suárez ha retado públicamente<br />

al gobierno de Yucatán, encabezado por Olegario<br />

Molina, sus versos con valor y cinismo catonianos<br />

nos ofrecen una arista del autor poco<br />

conocida. En una carta de Madero, fechada<br />

en agosto de 1909, se encuentra la recomendación<br />

siguiente:<br />

… no deben tener ninguna esperanza de triunfo<br />

en las próximas elecciones y que, por tal motivo,<br />

lo que conviene es preparar el terreno para<br />

la próxima campaña electoral, haciendo más<br />

compactas nuestras filas y enardeciendo más los<br />

ánimos. (Diego Arenas Guzmán, José María Pino<br />

Suárez, Villahermosa, Gobierno del Estado<br />

de Tabasco, 1985, pág. 20)<br />

O sea, para 1909 Pino Suárez milita ya, con toda<br />

la energía radical de su momento, en la polí-


tica de su estado adoptivo, combatiendo ilustre,<br />

feroz, decidido. Del poeta primero que exageraba<br />

sus canciones imitando al azul Rubén Darío<br />

a este Saulo, henchido de ferocidad agreste,<br />

de ansiosa justicia apenas han transcurrido<br />

cuatro años.<br />

La generación a la que pertenecen estos dos<br />

poetas es de políticos ingeniosos, hábiles, hombres<br />

liberales arropados con los ideales libertarios<br />

que ya habían provocado un consulado,<br />

un triunvirato, un imperio y una república en<br />

Francia. México se solazaba en una derretida<br />

Belle Epoque a la manera del Porfiriato. Hombres<br />

como el ilustre caballero de la Lealtad, como<br />

Mestre Ghigliazza, como Domingo Borrego,<br />

como todos los que apoyaron el movimiento<br />

revolucionario eran además buenos versificadores,<br />

excelentes prosistas, duchos abogados.<br />

¿Por qué esta elite no conquistó las glorias de la<br />

Revolución mexicana sí haciéndolo otros más<br />

hábiles? Habilidad, quizá ésa es la palabra, o la<br />

virtud, no sé. José María Pino Suárez muere el<br />

23 de febrero de 1913. Todos los años ha sido recordado.<br />

Su nombre ha sido inscrito en letras<br />

doradas en casi todos los congresos de nuestro<br />

país. Hoy volvemos a recordarlo porque su obra<br />

política inició una etapa y su obra poética debe<br />

ser revalorada en su justa dimensión.<br />

Joaquín D. Casasús es abogado, mecenas de artistas<br />

y paisanos suyos. Famosa es la anécdota.<br />

Casasús apoya la edición de la Pteridografía del<br />

Sur de México del célebre sabio José N. Rovirosa.<br />

Y la apoya como debe apoyarse a la industria<br />

editorial, con menos palmadas en la espalda y<br />

más efectivo. También es famosa la pretensión<br />

del sabio Rovirosa de dedicarle dicho libro, cosa<br />

que don Joaquín declinó cortésmente. Muchos<br />

amigos, paisanos, parientes suyos se vieron<br />

favorecidos por su bolsillo o por su gestión<br />

pero quizá una de sus glorias en el terreno político<br />

fue el litigio entablado contra el gobierno<br />

de los Estados Unidos de Norteamérica por<br />

el límite del terreno conocido como El Chamizal.<br />

Corresponde a Joaquín D. Casasús, abogado,<br />

tabasqueño ejemplar, hombre de letras además<br />

de poeta de refinada estirpe, haber ganado<br />

la querella contra uno de los gobiernos más<br />

poderosos de la Tierra.<br />

USA aducía que el río Bravo, o Grande del Norte,<br />

era el límite entre ambos países. Casasús demostró,<br />

apoyado en la legalidad, que la frontera<br />

correspondía a la orilla norteamericana del<br />

16


Bravo, que este río es mexicano. Extrañamente,<br />

para el país, para la vida misma, para la Patria,<br />

cuando en 1910 se resuelve gracias a los<br />

alegatos presentados por el abogado en la Convención<br />

de arbitraje del 24 de junio, la batahola<br />

política, los desmanes del Centenario así como<br />

otros sucesos ya narrados en otras páginas, evitaron<br />

que se conociera, y ejerciera, el laudo en<br />

el que se le devolvían jirones del territorio perdido<br />

a nuestro país.<br />

Casasús muere en 1916, en Nueva York. Deja<br />

una obra de la que se nutrieron varias generaciones<br />

de abogados mexicanos, pero también<br />

deja un libro extraño, delicado, melifluo, pleno<br />

de faunos, de ninfas, de dioses, de mitos. En su<br />

poesía encontramos fortalezas y debilidades, la<br />

más evidente es que, quizá por lanzarse a vincular<br />

el latido del ritmo latino olvidó cultivar<br />

su propia voz, una voz que se opacó entre relinchos<br />

de fauno y desnudeces estatuarias. En la<br />

poesía del frontereño se fortalece la pasión por<br />

un mundo que, en el momento en que él escribió<br />

Musa antigua, ya tenía enterrado más de<br />

mil años. Mal haríamos en creer que esto fue<br />

un bache en su obra. Más bien fue la respuesta<br />

a un mundo enajenado entre el boato porfi-<br />

17<br />

riano y el ansia de cambiarlo todo. Ese cambio<br />

comenzó en ese año falaz de 1910.<br />

Por eso es que quise reunirlos ahora en estos<br />

avezados festejos, razón mejor para que Pino<br />

Suárez y Casasús convivan en la muerte lo que<br />

no pudieron convivir en vida. Aunque quizá<br />

podamos referir una última cercanía. El libro<br />

Procelarias está dedicado a Joaquín D. Casasús.<br />

¿Admiración, ajuste de cuentas, zalamería, poner<br />

un pie en el Ypiranga? No lo sabremos. Pero<br />

las frases de la dedicatoria son ejemplo de cualquiera<br />

que se preocupe por su país, por el Estado,<br />

por México. Son además la mejor manera<br />

de describir a ambos autores que han sido verdaderas<br />

raíces dentro de la poesía de Tabasco.<br />

Extraigo esta frase como colofón de estos menesteres.<br />

Dice Pino Suárez:<br />

… estas personas están habituadas a encontrar<br />

en Ud., al corazón abierto a todas las íntimas efusiones<br />

de los nobles afectos y al alma absorta en<br />

las inefables contemplaciones del arte; y en mí,<br />

al altivo despreciador de las alturas, de las que<br />

sólo amo al sol: por los torrentes de luz que envía<br />

sobre todas las lobregueces de la tierra; y al<br />

rayo: porque sabe abatir las elevadas torres eri-


gidas por la ambición nefanda y la necia altanería<br />

de los hombres. (Diego Arenas Guzmán, José<br />

María Pino Suárez, Villahermosa, Gobierno del<br />

Estado de Tabasco, 1985, pág. 93)<br />

Casasús, el corazón abierto y el alma absorta;<br />

Pino Suárez, adorador del sol y del rayo. Poten-<br />

cias vívidas de ese tiempo en que cambió un<br />

país para nacer otro.<br />

18<br />

Vicente Gómez Montero.<br />

Dedico este texto a Lorena, amor por siempre.


MELANCOLÍAS<br />

José María Pino Suárez


[ 21 ]<br />

Melancolías


23<br />

Melancolías<br />

Mérida, 1905<br />

Como un manto de pálidas nieblas<br />

encubriendo el azul de los cielos,<br />

impasibles se ciernen en mi alma<br />

la tristeza, la duda y el tedio.<br />

Ensombrecen mi azul horizonte<br />

y me amargan los dulces recuerdos,<br />

y con su ala fatídica tocan<br />

en mi frente, con roce siniestro.<br />

Y esa eterna nostalgia de mi alma,<br />

y ese vago anhelar de mi pecho,<br />

dan la nota doliente a mis cantos,<br />

se reflejan en todos mis versos...<br />

A la vez altiva interroga<br />

la razón, el porqué de mi anhelo, [...]


y con gesto implacable de esfinge<br />

permanece impiadoso el misterio.<br />

Siendo niño, sentí que la ausencia<br />

de inefables halagos maternos,<br />

como el sol a las flores, faltaban<br />

a mi pobre existencia de enfermo.<br />

Primavera gentil ofrendome<br />

mucha savia después, muchos besos,<br />

y la luz faltó siempre a mis ojos...,<br />

y mis labios quedáronse yertos.<br />

Que el cristal empañado de mi alma<br />

no trasmite la luz de los cielos,<br />

y la oleada fugaz de la dicha<br />

melancólica llega a mi pecho.<br />

Y besando en la frente a mi esposa, [...]<br />

24


y cubriendo a mis hijos de besos,<br />

muchas veces asaltan a mi alma<br />

mil temores y vagos recelos,<br />

al pensar que pudiera infiltrarles<br />

la amargura infinita que llevo;<br />

y suspensa se queda la dicha...,<br />

y anhelante, mi espíritu enfermo...<br />

Como un manto de pálidas nieblas<br />

encubriendo el azul de los cielos,<br />

impasibles se ciernen en mi alma<br />

la tristeza, la duda y el tedio.<br />

Y esa eterna nostalgia de mi alma,<br />

y ese vago anhelar de mi pecho,<br />

dan la nota doliente a mis cantos,<br />

se reflejan en todos mis versos...<br />

25


Cubre al sol negra nube en la mañana<br />

Mérida, 1890<br />

En la muerte del malogrado artista yucateco Juan Gamboa Guzmán<br />

Cubre al sol negra nube en la mañana<br />

y las aves no cantan sus amores;<br />

naturaleza acalla sus rumores,<br />

al clamor funeral de la campana.<br />

El ciclo de la patria no engalana<br />

el iris con sus mágicos colores,<br />

y lágrimas derrama en vez de flores<br />

esta hermosa matrona mexicana.<br />

Mas ¿qué causa tan fúnebre aparato?,<br />

¿por qué el alma de todos se contrista...?<br />

Es que en sublime y místico arrebato,<br />

de inspiración constante en el anhelo,<br />

el numen prestigioso del artista<br />

tendió las alas y elevose al cielo.<br />

26


Cuando recuerdo la feraz llanura<br />

cubierta de verdura<br />

de mi tranquilo y venturoso prado,<br />

y el rumoroso y cristalino río,<br />

que, en loco desvarío,<br />

corre bañando de mi pueblo un lado;<br />

y los hermosos y fugaces días<br />

de gratas alegrías<br />

que allí pasara en mis primeros años,<br />

cuando en el seno del hogar paterno<br />

ni aun soñara el infierno<br />

de los negros y crueles desengaños;<br />

hoy, que mi pecho acongojado y triste<br />

la pena no resiste,<br />

al recordarte llena de poesía,<br />

deja, ¡oh patria!, que eleve el triste canto<br />

que humedecido en llanto<br />

brota inacorde de la lira mía.<br />

27<br />

Nostalgia<br />

Mérida, 1890


Pasaron Moctezuma Ilhuicamina,<br />

Cuauhtémoc y Cortés con sus hazañas,<br />

la indomable ambición de las Españas,<br />

la enamorada, intrépida, Marina.<br />

El águila de Anáhuac, peregrina,<br />

vuelve altiva a posarse en sus montañas;<br />

mas, ¡oh patria infeliz!, huestes extrañas<br />

vienen, después, a pretender tu ruina.<br />

Oponiendo la fuerza a tu derecho,<br />

hollar quieren tu honor republicano;<br />

pero encuentran un héroe en cada pecho,<br />

un Cuauhtémoc en cada mexicano...<br />

Y al dar a Francia la lección severa,<br />

respetó el universo tu bandera.<br />

28<br />

Cinco de mayo<br />

Mérida, 1890


El retrato que al triste peregrino<br />

le dedicaste en hora venturosa,<br />

en sus horas amargas, silenciosa,<br />

contempla mi alma, en éxtasis divino.<br />

Me eleva siempre a la región del arte,<br />

y, al recuerdo de Fidias y de Apeles,<br />

busco en sueños sus mágicos pinceles,<br />

pero en vano...: yo sólo sé cantarte.<br />

Y para ti las notas hoy quisiera<br />

del portentoso Cisne de Sorrento<br />

su lira melodiosa, y que mi acento<br />

se escuchara, al cantarte, por doquiera.<br />

Quisiera un arca de esmeraldas y oro<br />

para guardar tu efigie seductora,<br />

29<br />

Tu retrato<br />

Mérida, 1890<br />

A Rosario<br />

[...]


pero ¡ay! sólo en mi mente soñadora<br />

puede caber tan singular tesoro.<br />

Y al mirar tu retrato en el armario,<br />

que la suerte me diera, despiadada,<br />

una reina de Oriente destronada<br />

me pareces, bellísima Rosario.<br />

Y reír te veo llena de sonrojos<br />

por lo que, acaso, llamarás locura;<br />

yo me inspiro en la lumbre que fulgura<br />

radiante y bella en tus divinos ojos.<br />

Y de mi alma en el íntimo santuario<br />

guardo siempre tu imagen seductora;<br />

sólo mi alma es la digna guardadora<br />

de tu retrato, angelical Rosario.<br />

30


I<br />

Cuando en plácida noche de estío<br />

muestra Febe su disco de plata,<br />

al mirarse la hermosa en el lago,<br />

en las ondas su luz desparrama.<br />

Y si en cielo de amor al fin llegan<br />

a reunirse, dichosas, dos almas,<br />

y se funden en una, en los labios<br />

explosiones de besos estallan.<br />

II<br />

Cuando en lóbrega noche de invierno<br />

la tormenta despliega sus alas,<br />

sobre el mundo se cierne impetuosa<br />

y abre el cielo sus mil cataratas.<br />

Y si en horas de duelo profundo<br />

en la tierra se encuentran dos almas,<br />

la tormenta resuélvese en lluvia,<br />

mas entonces en lluvia de lágrimas.<br />

31<br />

Besos y lágrimas<br />

Mérida, 1890


Besando pasa la risueña falda<br />

de mi pueblo tranquilo y venturoso,<br />

y deslízase, luego, voluptuoso,<br />

por inmensas llanuras de esmeralda.<br />

Sus márgenes adornan en guirnalda<br />

flores mil que fecunda allí el coloso,<br />

copiando en sus cristales, majestuoso,<br />

los colores azul, violeta y gualda.<br />

El cauce que se inclina en la ribera,<br />

préstale sombra grata en el estío,<br />

y el camalote y la gentil palmera<br />

dulces rumores a mi undoso río...<br />

¡Quiera el cielo propicio, cuando muera,<br />

bañen sus aguas el sepulcro mío!...<br />

32<br />

El Usumacinta<br />

Mérida, 1891


Cesó la tempestad, el ronco viento<br />

que azotaba la mar embravecida<br />

y amenazaba aniquilar la vida<br />

con su sordo y horrísono lamento;<br />

el mar airado, atronador, violento,<br />

que en su recia y profunda sacudida<br />

vio la nave en su seno confundida<br />

y del marino el postrimer aliento;<br />

depone la ira, su furor acalla;<br />

el huracán tornose brisa suave,<br />

y a la desierta y arenosa playa<br />

los restos lleva de la hermosa nave...<br />

Mas ¡ay! la paz del hombre que batalla,<br />

empezará donde la vida acabe.<br />

33<br />

Lucha<br />

Mérida, 1891


Cuántas veces en medio del camino,<br />

sin flores y sin luz de la existencia,<br />

bajo el peso fatal de mi sentencia,<br />

me detengo cual triste peregrino.<br />

Cansado de sufrir, la frente inclino,<br />

e, implorando del cielo la clemencia,<br />

pido un ángel bendito de inocencia<br />

que me ayude a luchar con el destino.<br />

Mas vano ha sido mi constante anhelo;<br />

en el mar de mi vida no hay bonanza,<br />

y, si angustiado me dirijo al cielo,<br />

mi suspiro se pierde en lontananza;<br />

sólo guardo en tan hondo desconsuelo<br />

en lo íntimo del alma una esperanza...<br />

34<br />

Esperanza<br />

Mérida, 1891


Cuántas veces en medio a mis dolores,<br />

en la ruda pendiente de la vida,<br />

he vuelto la mirada entristecida<br />

a la tranquila fe de mis mayores;<br />

y cuántas ¡ay! mis trémulos clamores,<br />

al contemplar una ilusión perdida,<br />

hallaron eco en tu alma bendecida,<br />

madre de un Dios, amor de los amores.<br />

Hoy, que la frente marchitada inclino<br />

bajo el peso de tantos desengaños,<br />

como al pie de la palma solitaria<br />

busca abrigo el cansado peregrino,<br />

con el ardor de mis primeros años,<br />

busco tu fe, modulo tu plegaria.<br />

35<br />

Mística<br />

Mérida, 1891


Allá en los bosques de la patria mía,<br />

cabe la sombra fresca y regalada<br />

que los verdes y agrestes platanales<br />

bajo sus frondas guardan;<br />

allá, Carmela, se meció tu cuna,<br />

al beso puro de sus frescas auras,<br />

y al arrullo dulcísimo y sonoro<br />

del sauce y de la palma,<br />

que bordan la ribera<br />

del murmurante y plácido Grijalva.<br />

Y por eso, al nacer, Carmela hermosa,<br />

el arte ya llevabas en el alma,<br />

pues el sol de esa tierra bendecida,<br />

al besar en tu frente nacarada,<br />

te trajo un rayo del Supremo Artista<br />

que iluminó tu alma.<br />

36<br />

En el álbum de Carmela<br />

Mérida, 1891<br />

[...]


Por eso de las teclas de tu piano,<br />

tu numen prodigioso siempre arranca<br />

desgarradores ayes y lamentos,<br />

risas alegres, besos, carcajadas;<br />

los rumores del viento entre las frondas,<br />

y los trinos del ave cuando canta;<br />

los tumbos de la mar embravecida,<br />

el trueno que en los aires se dilata;<br />

y el murmullo tranquilo y voluptuoso<br />

de las ledas corrientes del Grijalva.<br />

Y mi alma, que persigue la belleza<br />

al soñar en el arte, enamorada,<br />

ha soñado también siempre contigo<br />

ungida por la gloria soberana,<br />

y le ha dicho a la musa de los cielos:<br />

¡aquí a la gloria y la belleza, canta!<br />

37


No importa que tu labio pudoroso,<br />

que sólo brota virginal plegaria,<br />

en su inocente y tímido recato<br />

me diga que no amas;<br />

si tus ojos, tan bellos, tan hermosos,<br />

en el lenguaje místico del alma,<br />

han hablado a la mía tantas veces<br />

de amor y de esperanzas.<br />

38<br />

Madrigal<br />

Mérida, 1892


I<br />

En un cielo sereno y esplendente<br />

de rosa, oro y azul,<br />

coronada de luz indeficiente<br />

sonriendo vives tú.<br />

En un páramo incierto y escabroso,<br />

sin una sola flor,<br />

bajo un cielo nublado y tempestuoso,<br />

camino, triste, yo.<br />

II<br />

En esquife, que raudo se abalanza<br />

por océanos de luz,<br />

hacia el puerto feliz de la esperanza,<br />

navegas siempre tú.<br />

En un mar sin riberas, combatida<br />

por el rudo aquilón,<br />

va la nave deshecha, ya perdida,<br />

en que navego yo.<br />

39<br />

Tú y yo<br />

Mérida, 1892<br />

[...]


III<br />

Llevas el sello en la radiosa frente<br />

de eterna juventud;<br />

la vejez no abatió nunca, inclemente,<br />

las almas como tú.<br />

Mientras mi frente, mustia y dolorida,<br />

sin un beso de amor,<br />

se inclina hacia el ocaso de la vida<br />

adonde ruedo yo.<br />

IV<br />

Mas las notas, que en medio a mis dolores<br />

arranco a mi laúd,<br />

vivirán mientras vivan mis amores,<br />

mientras alientes tú.<br />

Y en tanto que te ausentes, mi María,<br />

también de esta región,<br />

te dirán que en la tumba, vida mía,<br />

te adoro siempre yo.<br />

40


Cese tu pena cruel, calma tu duelo;<br />

que tu padre no ha muerto, porque en vano,<br />

al que es esclarecido ciudadano<br />

pretende airado arrebatar el cielo;<br />

y la noche del tiempo, en raudo vuelo,<br />

al cernerse fatídica en lo humano,<br />

no podrá en el recuerdo de ese anciano<br />

del olvido jamás tender el velo.<br />

La sociedad verá que en ti revive,<br />

si sigues de tu padre el alto ejemplo,<br />

el árbol de virtudes que afanoso<br />

cultivara en el mundo; y si él hoy vive<br />

de lo inmortal en el augusto templo,<br />

ahí en sus naves te dará reposo.<br />

41<br />

Cese tu pena cruel, calma tu duelo<br />

Mérida, 1892<br />

A Felipe Ibarra y de Regil en la muerte de su padre


Tu imagen miro bella y pudorosa,<br />

leve, flotando en el azul del cielo,<br />

como nube de gasa en primavera,<br />

o en la alta noche temblador lucero;<br />

te miro como ondina voluptuosa<br />

del lago en el confín lejano y terso,<br />

y te miro cual tímida violeta<br />

entre las flores del jardín ameno;<br />

en la aurora que alegre y sonrosada<br />

lanza en oriente prístinos destellos,<br />

y de la tarde al pálido crepúsculo<br />

en que se envuelve mudo el universo.<br />

42<br />

A ti<br />

Mérida, 1892<br />

[...]


Te contemplo doquiera que la vista<br />

de la pasión en el delirio tiendo,<br />

en mis horas de duelo y de tristeza<br />

y en los de gloria, embriagadores sueños;<br />

y siento muchas veces en mi frente<br />

el beso perfumado de tu aliento,<br />

al oprimir mis sienes abrasadas<br />

con la corona de laurel eterno;<br />

y te siento en el alma, en la conciencia,<br />

rigiendo el corazón y el pensamiento,<br />

y por eso te canto a todas horas,<br />

y por eso palpitas en mis versos.<br />

43


Amo a la rubia pálida y graciosa<br />

cuya mirada es lánguida e inocente,<br />

como el ensueño virginal y riente<br />

de la niñez tranquila y venturosa;<br />

y a la morena esbelta y voluptuosa,<br />

de mirada flamígera y ardiente,<br />

como el beso primero, que candente<br />

deslizamos en labios de una hermosa.<br />

En mis sueños de gloria y poesía,<br />

las he visto acercarse cariñosas<br />

y, entre oleajes de luz y de armonía,<br />

ceñir mi frente de laurel y rosas;<br />

mas si loca pasión mi alma enajena,<br />

¡siempre he soñado en la gentil morena!<br />

44<br />

Rubia y morena<br />

Mérida, 1892


45<br />

Te he llamado al sentir el incendio<br />

Mérida, 1892<br />

A María<br />

Te he llamado al sentir el incendio<br />

de los rayos de un sol tropical,<br />

y me ha dicho que sólo refleja<br />

tu mirada su límpida faz.<br />

Y al mirar a la casta viajera<br />

silenciosa cruzar el azul,<br />

he creído que tú te alejabas<br />

rebujada entre gasas y tul.<br />

Al sentir el perfume que exhalan<br />

los naranjos en flor, y el jazmín,<br />

he aspirado el ambiente, pensando,<br />

que te hallabas muy cerca de mí. [...]


Y al mirar que en la flor del granado<br />

suspiraban las auras de abril,<br />

acerqueme afanoso a besarla<br />

exclamando: ¡su boca es así!<br />

Y si escucho el murmullo de la onda<br />

al jugar con la brisa fugaz,<br />

sueño, niña, que ardiente modulas<br />

tu plegaria con voz celestial.<br />

Y esa voz interior que me dice<br />

que alce siempre mi alma hasta Dios:<br />

esa, pienso también, ángel mío,<br />

que es la voz celestial de tu amor.<br />

46


No intentes asomarte al hondo abismo<br />

que imponente hoy separa nuestras almas;<br />

en él pudiera nuestro amor hundirse<br />

y perderse por siempre la esperanza.<br />

Ni sufras tú, tampoco, los rigores<br />

con que la duda me destroza el alma;<br />

la vida como el mar tiene tormentas,<br />

y en el mar al fin pasan las borrascas.<br />

Hasta el trono de Dios sencilla eleva<br />

la dulce, pura y mística plegaria,<br />

que el que enfrena el océano proceloso<br />

las tempestades de la vida acalla.<br />

Y ámame mucho; con tu amor, mi vida,<br />

saldré triunfante de la duda ingrata;<br />

no sufras, no, que mientras vida aliente,<br />

siempre tuyo seré: espera y ama.<br />

47<br />

Penumbra<br />

Progreso, 1892


Una luna de enero me ha contado<br />

que de amores del sol con una estrella,<br />

nació una noche la creación más bella;<br />

que el fruto de ese amor, niña, eres tú.<br />

Por eso brilla en tu mirada ardiente<br />

de ese sol tropical la lumbre pura,<br />

al par que se refleja la ternura<br />

que la estrella despide con su luz.<br />

Las ondinas me han dicho que una tarde<br />

la brisa jugueteaba con el lago,<br />

y que al sentir su cariñoso halago<br />

diole un beso también..., y fuiste tú.<br />

48<br />

¡Esa eres tú!<br />

Mérida, 1892<br />

[...]


Por eso adornan, niña, tu hermosura,<br />

como efluvios de amor, dulces sonrisas,<br />

que los besos del lago y de las brisas<br />

arrullaron tu cuna entre bambús.<br />

Mas el canto de un ave en la espesura<br />

sorprendí una mañana —a fe de poeta—:<br />

“amó el lirio del valle a la violeta<br />

y una rosa brotó...”, ¡esa eres tú!<br />

Por eso la virtud brilla en tu frente,<br />

y es tu pecho gentil nido de amores;<br />

naciste entre las aves y las flores<br />

y tu patria es el éter, el azul.<br />

49


¡Qué triste es ver de la remota orilla<br />

perderse en lontananza,<br />

el esquife que rápido se aleja<br />

llevándonos el alma!<br />

¡Qué triste es ver el sol en el ocaso<br />

hundirse con sus galas,<br />

mientras al cielo la llorosa tarde<br />

eleva una plegaria!<br />

¡Y qué triste la eterna despedida<br />

del ser a quien se ama,<br />

dejándonos, por siempre, con su ausencia,<br />

sin fe, sin esperanza!<br />

50<br />

Elegías<br />

Mérida, 1892<br />

[...]


Tal vez un día tornará el querido<br />

bajel a nuestras playas,<br />

trayendo entre los pliegues de su lona<br />

el alma de nuestra alma.<br />

El sol que se hunde en el remoto ocaso,<br />

despertará mañana<br />

al himno que natura, en cada día,<br />

le canta enamorada.<br />

Pero el ser que nos dio su despedida<br />

con la última mirada<br />

jamás retornará... ¡Y ni en el cielo,<br />

acaso, nos aguarda!<br />

51


La blanca luna su fulgor derrama<br />

del opulento alcázar en las ruinas,<br />

y murmuran las ondas cristalinas<br />

del arroyuelo, en la mullida grama.<br />

Después, la aurora enciende en roja llama<br />

Febo al radiar sus hebras diamantinas,<br />

y el ave exhala notas argentinas,<br />

entre la verde y florecida rama.<br />

En la montaña que el espacio hiende<br />

la flor se ostenta llena de frescura,<br />

y al juguetear con ella, el aura pura<br />

suave perfume por el prado extiende...<br />

Y el aliento de Dios, desde la altura,<br />

sobre aquel cuadro majestuoso esplende.<br />

52<br />

Amanece<br />

Mérida, 1893


Quisiera ver tu alma convertida<br />

en transparente gota de rocío,<br />

para atraerla al caudaloso río<br />

de mi pasión, fundiéndote en mi vida.<br />

Mas este ideal que en el cerebro anida,<br />

lo desecho al pensar que tu albedrío<br />

violentara quizás, y el amor mío<br />

llorar no quiere su ilusión perdida.<br />

Que el amor, como todo lo grandioso<br />

que palpita del mundo en el concierto,<br />

ha de ser libre para ser hermoso,<br />

y al oprimirle se le encuentra yerto:<br />

sólo mi frente se alza alborozada<br />

al tirano fulgor de tu mirada.<br />

53<br />

Pasión<br />

Mérida, 1893


A ti, el amor, la religión, la diosa<br />

por quien amo esta vida tan ingrata,<br />

hoy tu esclavo te ruega que en tu álbum<br />

pongas su efigie, que la tuya guarda,<br />

y lleva enamorado por doquiera,<br />

palpitante, radiosa, bella y casta,<br />

en el santuario donde sólo habitan<br />

los recuerdos purísimos del alma.<br />

54<br />

Con mi retrato<br />

Mérida, 1893


*Netzahualcóyotl.<br />

55<br />

Felicia: tú eres la beldad criolla<br />

Mérida, 1893<br />

A Felicia<br />

Felicia: tú eres la beldad criolla,<br />

que, al soñar en el arte, ha visto mi alma,<br />

bajo el cielo purísimo de México,<br />

de un águila caudal bajo las alas.<br />

Eres la encarnación de aquella musa<br />

que, escondida en la selva americana,<br />

inspiró las canciones melancólicas<br />

de aquel Poeta-Rey.* Fuiste la maga<br />

que hizo que amara el arte más que el cetro,<br />

y, más que el trono, tu belleza indiana.<br />

Quién sabe cuántas veces te vería<br />

de mirtos y azucenas coronada<br />

a la orilla del lago de Texcoco,<br />

sobre la verde alfombra que sombreaban<br />

la palmera, el bambú y el cocotero;<br />

o en un harem de flores, reclinada,<br />

en el dulce abandono de la siesta,<br />

cual regia dueña, cual gentil sultana,<br />

de aquellas pintorescas soledades<br />

de la que virgen fue, tierra de Anáhuac. [...]


Quién sabe cuántas veces te siguiera,<br />

por los vastos desiertos de la pampa,<br />

volviéndose jadeante a su palacio<br />

sin dar alcance a tu ligera planta;<br />

y quién sabe, también, si tú, propicia,<br />

doliéndote otras veces de sus ansias,<br />

intranquila y medrosa lo esperaste,<br />

al tronco de la ceiba centenaria,<br />

y al fulgor melancólico de Febe<br />

enjugaste piadosa allí sus lágrimas...<br />

. . . . . . .<br />

. . . . . . .<br />

Puedes altiva ser; tu regia estirpe<br />

se revela en las curvas soberanas<br />

de tu belleza criolla, y en tus ojos<br />

hay del genio la ardiente llamarada;<br />

el sello de la dulce poesía<br />

lleva tu frente sonrosada y alba,<br />

y hay arrullos y cánticos de amores<br />

de tu pecho en el ánfora sagrada.<br />

Puedes altiva ser, yo te proclamo<br />

en estas notas íntimas de mi alma,<br />

por tu regia beldad y tu hermosura,<br />

la musa de la tierra mexicana.<br />

56


Cada vez que en tu helénica hermosura<br />

fijos el pensamiento y la mirada,<br />

mi ardiente fantasía<br />

tiende atrevidas las ligeras alas,<br />

y con potente vuelo<br />

me eleva ansioso a la región del alma;<br />

tu imagen seductora,<br />

de los pensiles de tu hermosura patria<br />

a la margen risueña<br />

del undoso y florífero Grijalva,<br />

envuelta entre sus brisas,<br />

contemplo en mi delirio trasportada.<br />

Allí, de pie, como una estatua griega,<br />

cual soñadora maga<br />

ceñida con la blanca vestidura<br />

de Ofelia infortunada,<br />

los cabellos flotantes en mil rizos<br />

sobre la nívea espalda,<br />

rodeada la sien con la corona<br />

de flores que formaran<br />

los genios impalpables de mi río,<br />

57<br />

En el álbum de Leonor<br />

Mérida, 1893<br />

[...]


y desnudos los pies, que, alborozadas<br />

las espumantes ondas,<br />

por besarlos, se acercan y los bañan;<br />

yo te he visto extasiado<br />

como una virgen pálida,<br />

cual la visión que, en poéticos ensueños<br />

de una época lejana,<br />

me forjara en la mente<br />

cuando al arrullo de las frescas auras<br />

y adormecido con sus mil rumores,<br />

en el suave regazo despertara<br />

a las dulces caricias<br />

de la ninfa encantada del Grijalva.<br />

. . . . . . .<br />

. . . . . . .<br />

Así tu imagen palpitante guardo,<br />

así te llevaré siempre en el alma,<br />

cuando al decir adiós a tus hogares,<br />

cuando, al partir para mi dulce patria,<br />

vuelva a surcar, henchido de entusiasmo,<br />

las ondas murmurantes del Grijalva.<br />

58


I<br />

En el rincón obscuro<br />

de la pequeña estancia<br />

ha tiempo gime triste<br />

y abandonada el arpa.<br />

El polvo que la cubre,<br />

las densas telarañas<br />

que forman con sus cuerdas<br />

la más tupida malla,<br />

acusan del olvido<br />

la mano despiadada,<br />

o dicen ¡ay, que el bardo<br />

ya lleva muerta el alma...!<br />

59<br />

La muerte del bardo<br />

Mérida, 1893<br />

[...]


II<br />

Las recias tempestades,<br />

las hórridas borrascas<br />

del mundo, combatieron<br />

su deleznable barca,<br />

y al fin, rota en pedazos,<br />

las ondas irritadas<br />

trajéronla en su seno<br />

a la remota playa.<br />

Y extintas ya las fuerzas,<br />

la frente marchitada,<br />

y en sombras convertida<br />

la luz de la esperanza,<br />

el bardo melancólico<br />

la muerte sólo aguarda<br />

que corte, al fin, piadosa,<br />

sus luchas y sus ansias. [...]<br />

60


III<br />

Mas súbito una noche,<br />

la luna muy callada,<br />

penetra cautelosa<br />

por la desierta estancia,<br />

rasgando la tiniebla<br />

que envuelve, funeraria,<br />

del bardo moribundo<br />

la frente mustia y pálida.<br />

Despierta, se incorpora,<br />

dirige una mirada<br />

al ángulo en que duerme<br />

enmudecida el arpa,<br />

que un rayo de la luna<br />

también iluminara,<br />

y se oye hondo gemido<br />

que de su pecho exhala;<br />

quizá al recuerdo triste<br />

de dicha ya pasada,<br />

y brilla en su pupila<br />

la delatora lágrima. [...]<br />

61


IV<br />

Avanza; entre sus manos,<br />

convulsas y agitadas,<br />

sostiene sollozando<br />

y arrodillado, su arpa.<br />

Sacúdela afanoso,<br />

sus notas ya le arranca,<br />

y al fin, a sus acordes<br />

estremecido canta.<br />

Evocan sus acentos<br />

de amor una balada<br />

que así en noche de luna<br />

temblando levantara<br />

al pie de la alta reja<br />

de altiva castellana;<br />

y al pronunciar el nombre<br />

de la mujer ingrata,<br />

la nota melodiosa<br />

se extingue en su garganta<br />

y rómpense al unísono<br />

las cuerdas de su arpa,<br />

con las amantes fibras<br />

más íntimas de su alma.<br />

62


Si tu álbum es el altar<br />

en que se venera a Amor<br />

y adonde cada viajero<br />

llega, loco de pasión,<br />

a elevar una plegaria<br />

o a entonar una canción,<br />

yo soy el pobre viajero<br />

que, temblando de emoción,<br />

llega con el alma rota<br />

ante el altar del amor,<br />

y en vez de elevar mis preces<br />

o entonar una canción,<br />

al exhalar el gemido<br />

63<br />

En un álbum<br />

Mérida, 1893<br />

[...]


que, cruel, me arranca el dolor,<br />

tan sólo dejo en el ara<br />

deshojada ya, una flor,<br />

que el cierzo del infortunio<br />

en su furia marchitó...<br />

Perdona, graciosa niña,<br />

en nombre de ese tu amor,<br />

que así profane tus creencias,<br />

que aquí cante mi dolor,<br />

y conserva en tus altares<br />

esta deshojada flor,<br />

y conserva en tus memorias<br />

del bardo el último adiós...<br />

64


¡Qué triste lo miro todo<br />

desde que el sol se ocultó;<br />

parece que en un sepulcro<br />

habita mi corazón!<br />

Todo está negro y sombrío<br />

como noche de dolor;<br />

todo vive en el misterio<br />

desde que el sol se ocultó.<br />

En abismos de tristeza<br />

miro hundirse mi pasión,<br />

porque la luz de tus ojos<br />

no me manda su fulgor.<br />

En la rama, solitario,<br />

ya no canta el ruiseñor;<br />

¿dónde está la compañera<br />

que mitigue su aflicción?<br />

65<br />

Tristezas<br />

Mérida, 1893<br />

[...]


Marchita ya y sin perfume,<br />

se muere la pobre flor,<br />

porque el beso de tu aliento<br />

cierzo impuro le robó.<br />

Y la fuente rumorosa<br />

sus cristales enturbió,<br />

desde que no copia en ellos<br />

tu albo rostro encantador.<br />

En el azul horizonte<br />

se alza obscuro nubarrón,<br />

y no brilla ni una estrella<br />

en el cielo de mi amor.<br />

Todo está negro y sombrío<br />

desde que el sol se ocultó;<br />

¿hasta cuándo, vida mía,<br />

volverá a lucir el sol?<br />

66


Adiós, voy a partir, en breves horas<br />

gallarda nave se dará a la vela<br />

y surcará las ondas mugidoras,<br />

como alado corcel que raudo vuela,<br />

llevándome de aquí.<br />

Mañana, que al alzarse en el Oriente<br />

el Astro Rey surgiendo de los mares,<br />

te traiga con sus rayos, dulcemente,<br />

las notas que me arranquen mis pesares,<br />

¡acuérdate de mí!<br />

Que en la noche callada y misteriosa<br />

cuando en las ondas plácidas del río<br />

surja la luna, bella, esplendorosa,<br />

soñando en el amor, dulce bien mío,<br />

¡me acordaré de ti!<br />

67<br />

¡Adiós...!<br />

Mérida, 1894<br />

[...]


Y si al herir la clave de tu piano<br />

brota a raudales toda la poesía<br />

que le arranca tu genio soberano,<br />

acuérdate de mí, gentil María,<br />

¡acuérdate de mí!<br />

Que cuando vague a orillas del torrente,<br />

de la selva escuchando los rumores,<br />

en el éxtasis puro que se siente<br />

de esa vida entre pájaros y flores...,<br />

¡me acordaré de ti!<br />

68


La cámpanula azul y el pardo nido<br />

cobran vida y calor en primavera;<br />

reverdecen los campos y doquiera,<br />

derrama efluvios el abril florido.<br />

Entre las densas nieblas del olvido,<br />

la luz de los recuerdos reverbera;<br />

se torna en realidad vana quimera,<br />

y hastía, al fin, el goce apetecido.<br />

Mas ¡ay! las ilusiones que se alejan,<br />

del árbol de la vida son las hojas<br />

que arranca el huracán todos los años;<br />

son esperanzas muertas que nos dejan,<br />

el sudario de lúgubres congojas<br />

y la tumba de crueles desengaños.<br />

69<br />

Año nuevo<br />

San Juan Bautista, 1894


Yo no te conocí, madre querida;<br />

nunca sintió mi frente de proscrito<br />

ese ósculo de amor santo y bendito<br />

que redimiera mi alma dolorida.<br />

Del infortunio cruel bajo la egida<br />

me hallé desde la cuna, que es un mito<br />

cualquier amor, si falta el infinito<br />

amor de los amores en la vida.<br />

Y cual la débil yedra que rastrea<br />

sin encontrar la encina salvadora<br />

que le sirva de apoyo, así a porfía,<br />

del mundo artero en la mortal pelea,<br />

he invocado tu sombra bienhechora,<br />

he implorado tu auxilio, madre mía.<br />

70<br />

A mi madre<br />

San Juan Bautista, 1895


Un tiempo fui feliz, esplendoroso,<br />

el astro del amor brilló en mi cielo,<br />

y uniendo tu destino a mi destino<br />

nuestras almas ató con lazo eterno.<br />

Y huyeron las tinieblas del espíritu,<br />

la tristeza letal, la duda, el tedio...<br />

Y tendieron al cielo azul y rosa<br />

las blancas ilusiones su alto vuelo.<br />

Más que el murmullo del inquieto lago,<br />

de la brisa fugaz al casto beso,<br />

era grato a mi alma enamorada<br />

del dulce arrullo de tu voz, el eco.<br />

Más hermoso que el iris esplendente<br />

al quebrarse en la ojiva de algún templo,<br />

71<br />

Ausencia<br />

San Juan Bautista, 1895<br />

[...]


era el rayo de luz de tu mirada,<br />

revelación de amor del pensamiento.<br />

Y más suave que el ritmo de la estrofa,<br />

el tímido latir de tu albo seno,<br />

si en deliquio amoroso te adormía<br />

el rugir del volcán dentro mi pecho...<br />

Hoy, que me oculta el cielo de la dicha<br />

la adusta ausencia con sus negras alas,<br />

y con mi pena y mi dolor a solas<br />

no tengo ni el consuelo de las lágrimas;<br />

hoy, que, nublado el astro esplendoroso,<br />

la sombra de la duda envuelve el alma,<br />

y el tedio la devora lentamente<br />

marchitando la flor de la esperanza;<br />

cómo viene el recuerdo inmaculado [...]<br />

72


de aquellas horas de bendita calma,<br />

a crecer mi delirio y mis anhelos<br />

haciendo las que hoy paso aun más amargas.<br />

Y sueño que me arrulla melodiosa<br />

tu dulce voz en la risueña estancia,<br />

pero con ese acento de tristeza<br />

que le imprime la dicha ya pasada;<br />

y que en la luz de tus divinos ojos<br />

lleno de amor mi espíritu se baña,<br />

mas, que esa lumbre tropical y pura,<br />

hoy la distancia y el dolor empañan;<br />

y oigo el latir de tu amoroso pecho<br />

que cortan los suspiros y las lágrimas,<br />

y caigo en esa languidez suprema,<br />

precursora de muerte para el alma.<br />

73


Con angustioso afán, con faz turbada,<br />

languidescente el ademán, severa<br />

y amarga la sonrisa, y por doquiera<br />

volviendo inquieta y mustia la mirada;<br />

evocando la dicha ya pasada,<br />

con la tristeza del que nada espera,<br />

contemplad al poeta en la ribera<br />

dando el último adiós a su adorada.<br />

Enérgica resuena ya, de mando,<br />

la voz del capitán, al fin se alcanza<br />

a ver surgir el ancla balanceando;<br />

treme el vapor y escápase silbando...<br />

Y ve el poeta perderse en lontananza,<br />

con la nave feliz, toda esperanza.<br />

74<br />

La partida<br />

San Juan Bautista, 1895


Ven a mis brazos; mi razón vacila;<br />

me quiero convencer de mi ventura,<br />

enlazando tu mórbida cintura,<br />

bañándome en la luz de tu pupila.<br />

Ven, no temas; acércate tranquila,<br />

que ante el casto rubor de tu ternura,<br />

seré esclavo y no rey de tu hermosura,<br />

seré como Sansón ante Dalila.<br />

Ven a mis brazos, mi gentil Señora;<br />

quiero un beso imprimir sobre tu frente<br />

y al sentir en la mía abrasadora<br />

el de tu boca púdica y ardiente,<br />

olvidar mi tristeza matadora,<br />

y olvidarme del mundo eternamente...<br />

75<br />

Ven...<br />

Frontera de Tabasco, 1896


¿Conque, también, tu generoso brío?<br />

México, 1897<br />

¿Ubi est, oh mors, victoria tua?, en la muerte de José Salazar<br />

¿Conque, también, tu generoso brío<br />

rendirse pudo en la azarosa brega?;<br />

¿con que, al fin, tú también, en la refriega<br />

sucumbiste al dolor, amigo mío?<br />

Y bien, ¡oh muerte!, tu puñal agudo<br />

¿por qué lo esgrimes contra el pecho noble,<br />

contra el que, enhiesto y corpulento roble,<br />

el huracán de la pasión no pudo?<br />

Pudieras, siempre, tu invencible saña<br />

descargar en la frente envilecida<br />

del duro criminal, y envanecida<br />

pasear entonces tu feroz guadaña.<br />

Pero esa es tu misión, frente al problema,<br />

una vez más el pensamiento humano<br />

76<br />

[...]


escudriña las leyes del arcano<br />

en busca del porqué del anatema.<br />

Tú ya lo sabes, cariñoso amigo,<br />

que al dejar las tristezas de esta vida,<br />

has hallado la calma apetecida<br />

de tus virtudes y tu fe al abrigo.<br />

¡Oh pobre luchador!, la dura suerte<br />

llenar no quiso tu ambición de gloria,<br />

mas ya tienes ganada la victoria,<br />

el triunfo de los buenos es la muerte.<br />

Y perdona si aún turba tu reposo<br />

el eco triste del dolor humano:<br />

es la voz del amigo, del hermano,<br />

¡duerme en paz, ni envidiado ni envidioso!<br />

77


Quedó la hoja del árbol suspendida;<br />

acallose el murmullo del torrente;<br />

rodó el sol moribundo en Occidente,<br />

tembló la tierra, enmudeció la vida...<br />

Una nota no más, sola y perdida,<br />

rompió el silencio lúgubre, imponente,<br />

de aquella soledad, indiferente,<br />

como la misma multitud deicida.<br />

¡Oh máter dolorosa!, fue el lamento<br />

que, al pie del árbol de la cruz, de hinojos,<br />

exhalara tu pecho en agonía,<br />

al contemplar que en el postrer aliento<br />

del hijo de tu amor, como en sus ojos,<br />

la excelsa luz del mundo se extinguía.<br />

78<br />

Desolación<br />

Mérida, 1897


¿Y pudiste caer, al fin, herido,<br />

al rudo golpe de alevosa mano...?<br />

¿Y pudo, al fin, el bárbaro tirano<br />

cebar en ti su saña, fementido?<br />

Caíste, luchador..., mas no vencido,<br />

que, al domarse las iras del Hispano,<br />

cantará las victorias del Cubano<br />

con el triunfo de un pueblo redimido.<br />

Mientras tanto, patriota, duerme al peso<br />

de tu gigante gloria conquistada,<br />

al arrullo inmortal del dulce beso.<br />

De la ola que se rompe enamorada<br />

sobre la augusta playa, que, al exceso<br />

de tu pasión, soñaste libertada...<br />

79<br />

¿Y pudiste caer, al fin, herido?<br />

Mérida, 1897<br />

A Antonio Maceo


No me arredra la lucha gigantea<br />

de la batalla de la vida al toque:<br />

del duro hierro al palpitante choque<br />

la excelsa luz del pedernal chispea.<br />

No el embate sufrir en la pelea:<br />

del cincel a los golpes en el bloque,<br />

surge la estatua, y al gentil retoque<br />

del augusto pincel, brota la idea.<br />

No importa, no, que entre la vil escoria<br />

altivo gladiador hunda la frente,<br />

con destellos de luz aún en la mente,<br />

con ensueños de amor aún en el alma;<br />

si, vencido, corónase de gloria<br />

y de mártir conquístase la palma.<br />

80<br />

Gloria victis<br />

México, 1897


No en cascadas brillantes se despeña<br />

tu limpio oleaje de bruñida plata,<br />

ni arrollas cual inmensa catarata<br />

el árbol y el esquife entre la breña.<br />

En la exúbera margen ribereña<br />

tu tranquila corriente se dilata,<br />

como el terso cristal en que retrata<br />

sus mil hechizos la beldad costeña.<br />

Astros y flores llevas en tus ondas,<br />

nostálgica tristeza en tus rumores<br />

y en el susurro de tus verdes frondas,<br />

el eco de la dulce poesía,<br />

que derramara el dios de los amores<br />

allá en el suelo de la patria mía.<br />

81<br />

El Grijalva<br />

México, 1898


Pasó la primavera de mi alma;<br />

estremeciola del otoño el viento<br />

y arrebatole con su antigua pompa<br />

su luz al numen, su cadencia al verso.<br />

Volubles y fugaces golondrinas,<br />

las ilusiones para siempre huyeron<br />

y su nido de amor roto olvidaron<br />

de mi mansión en el ruinoso alero.<br />

Dejad que en medio de la noche horrible,<br />

que ha sorprendido súbito al viajero,<br />

a las puertas doradas se detenga<br />

de vuestro augusto y luminoso templo.<br />

Y allí, sacando de la vieja alforja<br />

el libro de sus pálidos recuerdos,<br />

en el profundo arrobo de su alma<br />

eleve ante el altar un pensamiento.<br />

82<br />

Hoja de álbum<br />

México, 1898


Baluarte de las gentes españolas<br />

y orgullo de las playas colombinas,<br />

en la arena del Golfo te reclinas<br />

al rumor cadencioso de sus olas.<br />

El eco de sentidas barcarolas<br />

te llega entre las ráfagas marinas,<br />

y al tramontar el Astro las colinas<br />

en su púrpura y oro te arrebolas.<br />

¡Oh cuántas veces tras la densa bruma<br />

de ese mar que la ciñe, siempre en calma,<br />

la he mirado perderse cual la espuma,<br />

y, al enviarle mi adiós allá a lo lejos,<br />

le he mandado también toda mi alma<br />

de la tarde a los últimos reflejos!<br />

83<br />

A Campeche<br />

México, 1898


Tus templos y palacios, hoy desiertos,<br />

tus claros timbres sin cesar pregonan,<br />

y tu grandeza y tu renombre abonan<br />

tus dioses idos y tus reyes muertos.<br />

Y de gloria y de honor siempre cubiertos<br />

los hechos de tus héroes se eslabonan,<br />

y el himno triunfador mágico entonan,<br />

de tus bardos ilustres, los conciertos.<br />

Mas, de tu épica historia en los anales,<br />

el sol su lumbre sideral desmaya;<br />

de tus obscuros bosques tropicales<br />

sale, por fin, el errabundo maya,<br />

y de paz y progreso en los umbrales<br />

amor y dicha y esperanzas halla.<br />

84<br />

A Yucatán<br />

Mérida, 1899<br />

Al terminarse la guerra social


¡Oh mi risueño hogar!, playa bendita<br />

en cuya margen pura<br />

se detiene y jamás se precipita<br />

la onda arrolladora y engañosa,<br />

tan llena de amargura,<br />

de la vida intranquila y tormentosa.<br />

¡Oh mi plácido hogar!, ¡mi hogar querido!,<br />

de tiernos corazones,<br />

acerado broquel, caliente nido,<br />

cuyo ramaje con furor azotan<br />

las férvidas pasiones,<br />

y en la brega sus ímpetus agotan.<br />

A tus puertas me postro y te bendigo,<br />

oasis de mi vida,<br />

85<br />

Pax animae<br />

Mérida, 1900<br />

[...]


y en tu inocente y generoso abrigo<br />

santuario de todos los amores,<br />

mi alma enternecida<br />

viene por fin a deshojar sus flores.<br />

No más sueños, ni más locos anhelos<br />

perturbarán sombríos<br />

la majestad augusta de tus cielos.<br />

Desgarrada la veste, llora el alma<br />

sus tristes desvaríos<br />

y en tu seno feliz busca la calma.<br />

De hoy más, en tus serenos horizontes<br />

se esfumarán las brumas<br />

de los enhiestos y escarpados montes;<br />

y veré disiparse en tus riberas, [...]<br />

86


de marinas espumas<br />

que el huracán formó, las cordilleras.<br />

Quiero en tus verdes y floridos campos<br />

descansar sonriente,<br />

y que de amor a los hermosos lampos<br />

se resbale la nave ya impelida<br />

por la mansa corriente<br />

de las serenas ondas de la vida.<br />

Y así vivir; y cuando llegue el día<br />

de dar mi adiós postrero<br />

a lo que fue mi encanto y mi alegría,<br />

en el plácido y dulce arrobamiento<br />

de tu halago sincero<br />

para siempre exhalar mi último aliento.<br />

87


Y bien, ya estás ahí, rasgose el velo<br />

que envolviera tu excelsa fantasía,<br />

cuando en alas del numen perseguía<br />

el eterno ideal, que fue tu anhelo.<br />

Ya bañado en su luz, alzaste el vuelo<br />

a la patria final, que tu poesía<br />

llenó siempre de dulce nostalgía,<br />

y cubrió de crepúsculos tu cielo.<br />

No te sorprenderá nueva alborada<br />

al pie de altiva y suspirada reja,<br />

con el laúd y el alma hecha pedazos,<br />

lanzando tu honda y lastimera queja:<br />

ya pasaste el umbral de tu adorada,<br />

ya duermes de la gloria entre los brazos.<br />

88<br />

Post umbra<br />

Mérida, 1901<br />

A Fernando Juanes G. Gutiérrez<br />

Sacadme de este mundo<br />

de escombros y rüinas,<br />

de horizontes lejanos que se borran,<br />

de fantasmas de amor que se disipan.


Doliente humanidad que acongojada<br />

recorres el calvario de la vida,<br />

no, cual Cristo, de espinas coronada,<br />

ni, de expiación, la túnica ceñida.<br />

Entre la muerta ruina y los escombros<br />

de tu fe, tu esperanza y tus ideales,<br />

claudicante sostienes en los hombros<br />

la cruz de tu miseria y de tus males.<br />

Y en la lucha sin fin por la existencia<br />

a que el ciego destino te condena,<br />

de tu eterno tirano, la conciencia,<br />

sacudes iracunda la cadena;<br />

y aun engañarte logras a ti misma,<br />

virtud fingiendo y practicando el vicio,<br />

89<br />

¿Quo vadis?<br />

Mérida, 1902<br />

[...]


que en la locura que tu mente abisma<br />

vas rodando por hondo precipicio.<br />

Bien hayas, si mirando tu pasado<br />

altiva te revuelves y desdeñas<br />

los jirones del alma que has dejado<br />

por las vanas quimeras con que sueñas.<br />

Bien hayas, si en tus locos devaneos<br />

consigues mitigar cruentos dolores,<br />

y si al saciar impúdicos deseos<br />

olvidas del destino los rigores.<br />

Y así, apurando del placer las heces,<br />

en abyección profunda sumergida,<br />

desprecias de la suerte los reveses<br />

y el carnaval prosigues de la vida.<br />

90


Fuiste como la tímida avecilla<br />

que, de espléndido sol enamorada,<br />

del obscuro dosel de una enramada<br />

alzaba al aire su canción sencilla.<br />

Y tu canto escuchó toda la villa,<br />

y con él para siempre embelesada,<br />

de tu espléndido sol en luz bañada,<br />

te aclamó su Sibila sin mancilla.<br />

Y así tu nombre evocará, bendito,<br />

guardará con cariño tu memoria;<br />

y en la página azul del infinito,<br />

con estrellas de límpidos fulgores,<br />

esculpirá tu inmaculada gloria,<br />

como te amó con todos sus amores.<br />

91<br />

Fuiste como la tímida avecilla<br />

Balancán, Tabasco, 1903<br />

A la grata memoria de la señorita Salomé Marín*<br />

*La señorita Salomé Marín fue hija esclarecida de la villa de Balancán, Tabasco, a la que dio mucho<br />

lustre, al frente de la escuela de niñas, cuya dirección desempeñó muchos años.


[ 93 ]<br />

Postales


Les bijoux<br />

Mérida, 1903<br />

Para la señorita Carmen Cámara Vales, en una tarjeta que llevaba grabadas unas joyas<br />

Qué alhajas de más valor,<br />

ni qué joyas más preciadas,<br />

que tus grandes ojos negros<br />

y tu alma sencilla y blanca;<br />

que si a precio se pusieran<br />

el perfume de tu alma<br />

y las perlas de tu boca<br />

y el fulgor de tu mirada;<br />

pienso que no habría en el mundo<br />

tesoro con qué pagarlas;<br />

ni alhajas de más valor,<br />

ni joyas más estimadas;<br />

pues la gracia que el buen Dios<br />

te puso en la linda cara,<br />

tan sólo, Carmen, refleja<br />

las alburas de tu alma.<br />

95


Violetas y jazmines<br />

Mérida, 1903<br />

Para la señorita Joaquina Millet Heredia, en una tarjeta con un ramo de violetas<br />

Violetas y jazmines<br />

y nardos y azucenas,<br />

para los querubines,<br />

para las niñas buenas.<br />

Que ciñan hoy tu frente<br />

de núbil, y mañana<br />

tapicen blandamente<br />

tu planta soberana;<br />

y el himno del perfume<br />

levanten encendidas,<br />

mirando cual resume<br />

tu solo ser, dos vidas.<br />

96


Me dicen que a la par de tu hermosura<br />

Mérida, 1903<br />

Para la señorita Dolores Molina Figueroa, reina de los Juegos Florales de Mérida<br />

Me dicen que a la par de tu hermosura<br />

brilla, Lola, tu ingenio soberano;<br />

por una reina así, gentil y pura,<br />

yo dejara de ser republicano.<br />

Y pues dicen a un tiempo que tus ojos<br />

son de tu alma clarísimos espejos,<br />

yo quisiera, también, morir de hinojos<br />

del sol de tu mirada a los reflejos.<br />

97


98<br />

De una tarjeta postal<br />

Mérida, 1903<br />

Para Carmelita Molina de Carranza<br />

De una tarjeta postal<br />

al dorso quieres que escriba,<br />

pidiendo a mi musa esquiva<br />

una frase original.<br />

Y pues cuadra a mi altivez,<br />

a tu voluntad me entrego,<br />

y humilde el cuello doblego<br />

poniendo el alma a tus pies.<br />

Y no una frase genial<br />

te enviara por la estafeta,<br />

con alientos de poeta<br />

cantara un himno triunfal.<br />

Mas, de mi numen el sol<br />

extinguió ya sus fulgores,<br />

y no tiene mi alma flores,<br />

ni hay en mi cielo arrebol. [...]


Vaya ese jirón de tul<br />

y extienda sus níveas alas<br />

sobre las brillantes galas<br />

de tu cielo siempre azul.<br />

Llegue al inmenso caudal<br />

de tu dicha, como el beso<br />

que da el aura en su embeleso<br />

de la linfa en el raudal.<br />

Y de tu gloria al amor<br />

viva allí mi pobre estrofa,<br />

donde no sirva de mofa<br />

al mundo artero y traidor.<br />

Y allá va, del triste erial<br />

de mi vida procelaria,<br />

la arranco, es la pasionaria<br />

que te envío a La Industrial.*<br />

*El encantado retiro en que vivió algún tiempo la distinguida familia Carranza-Molina.<br />

99


Rosada aurora de la mañana,<br />

gentil capullo, rosa temprana.<br />

Cómo cantarte pudiera el bardo<br />

que lleva en su alma clavado un dardo;<br />

quien sólo tiene, para su daño,<br />

la nota triste del desengaño.<br />

Venga a tus puertas, venga en buen hora,<br />

el bardo ilustre de harpa sonora;<br />

y del ingenio viertan las flores<br />

ante tus plantas los trovadores,<br />

que así tan sólo tu alma tendría<br />

lo que no puede brindar la mía.<br />

Rosada aurora de la mañana,<br />

gentil capullo, rosa temprana.<br />

100<br />

Rosada aurora de la mañana<br />

Mérida, 1903<br />

Para la señorita Rita Villamil


101<br />

El exótico nombre<br />

Mérida, 1905<br />

A Crisantema<br />

El exótico nombre<br />

de Crisantema<br />

no encuadra con tus gracias<br />

y tu belleza;<br />

que a tu gentil donaire<br />

de yucateca,<br />

hay flores que se igualan<br />

aquí en tu tierra.<br />

Mas decirte una cosa<br />

mi alma desea,<br />

y a tacharla no vayas<br />

de lisonjera: [...]


si es cierto que en el rostro<br />

la gracia llevas,<br />

de claveles y rosas<br />

y de azucenas,<br />

hay en tus ojos negros<br />

luces tan bellas,<br />

y hay en tu alma de artista<br />

tanta pureza,<br />

que llamarte bien puedes<br />

la hermosa estrella,<br />

el ideal y la gloria<br />

de esta tu tierra.<br />

102


PROCELARIAS<br />

José María Pino Suárez<br />

[ 103 ]


[ 105 ]<br />

Dédicace


México<br />

Señor licenciado don Joaquín Demetrio Casasús<br />

Presente<br />

Mi distinguido amigo y coterráneo:<br />

A<br />

riesgo de que me tachen de adulador en<br />

estos buenos tiempos de grosero mercantilismo<br />

y degradante tráfico que alcanzamos,<br />

quiero darme la satisfacción<br />

de dedicar a usted este pequeño volumen,<br />

en la firme confianza de que, al menos entre<br />

las personas que nos conocen, ni usted ni yo<br />

nos sentiremos agobiados por tal suposición.<br />

Digo esto, porque esas personas están habituadas<br />

a encontrar en usted, al corazón abierto a<br />

todas las íntimas efusiones de los nobles afectos<br />

y al alma absorta en las inefables contemplaciones<br />

del arte; y en mí, al altivo despreciador<br />

de las alturas, de las que sólo amo al sol: por los<br />

torrentes de luz que envía sobre todas las lobregueces<br />

de la tierra, y al rayo: porque sabe abatir<br />

107<br />

Mérida, agosto de 1908<br />

las elevadas torres erigidas por la ambición nefanda<br />

y la necia altanería de los hombres.<br />

Dedico a usted este libro, que es como mi profesión<br />

de fe y el público pregón de todos mis<br />

ideales, ignorando si ellos están de acuerdo con<br />

los que usted profesa, pero bien seguro de que<br />

la amplitud de su sano criterio y la sinceridad<br />

de mis convicciones le harán amable mi obra a<br />

usted, a quien después del ilustre Altamirano<br />

debe la juventud mexicana los mayores esfuerzos<br />

en el sentido de una saludable orientación<br />

de sus tendencias literarias.<br />

Acéptelo, porque este libro es libro de amor a la<br />

patria y a la humanidad, en la verdadera concepción<br />

de ambas entidades. La patria: libre, grande,<br />

generosa y fuerte, cubriendo la indigencia


del individuo con el manto protector de leyes<br />

justas, sabias y apropiadas; no el misterioso fetiche<br />

inventado por el despotismo para inmolar<br />

en sus aras los sacrosantos fueros de la libertad<br />

y la conciencia humanas, con la farsa<br />

ridícula de un necio “patriotismo”. La humanidad:<br />

no la comprendida en la campanuda y vacía<br />

frase de que se sirven las diversas sectas al<br />

abrogarse el derecho de velar por ella, convirtiendo<br />

a los hombres en miserables parias de esta<br />

vida y en aterrados expectantes de un “más<br />

allá” desolador y trágico; sino la que expresa el<br />

verdadero concepto humanidad, o sea la fusión<br />

de todas las razas y los pueblos de la tierra, borrando<br />

fronteras, anulando privilegios y suprimiendo<br />

las palabras raza, patria, gobierno, religión,<br />

para confundirse en una sola aspiración<br />

eterna: la felicidad; de esa humanidad engaña-<br />

da, de esa humanidad ultrajada, de esa humanidad<br />

vilipendiada por todos los tiranos de la<br />

tierra, que como el Cristo de la leyenda prosigue<br />

su inmenso Calvario, sin alcanzar jamás el<br />

Tabor de la eterna Justicia, de la eterna Verdad<br />

y de la eterna Belleza.<br />

Acéptelo, también, como el grato homenaje<br />

que quiero rendir a uno de los tabasqueños<br />

que más han contribuido a la gloria del terruño,<br />

de aquel bello jirón de la República que supo<br />

arrullar nuestro primer ensueño con el dulce<br />

murmurio de sus ríos, con el susurro agreste<br />

de sus frondas y con la plácida visión de su<br />

hermosa naturaleza.<br />

De usted, devoto admirador y amigo,<br />

108<br />

José María Pino Suárez.


[ 109 ]<br />

Sonetos


Cual aves que se mecen en la borrasca<br />

y abriendo de sus alas el abanico,<br />

en los revueltos mares hunden el pico<br />

al fragor de los truenos y la nevasca;<br />

como indómito potro que el freno tasca<br />

lanzando roja espuma por el hocico;<br />

así van estos versos, que ahora publico,<br />

barriendo, cual ciclones, seca hojarasca.<br />

Son impotentes grifos, leones rampantes<br />

en campo de ateridas desolaciones,<br />

son “en mares sin playas ondas sonantes”,<br />

y de dormidas razas palpitaciones:<br />

que, rugidos de fiera y ayes errantes<br />

recogí en mis estrofas y en mis canciones.<br />

111<br />

Procelarias<br />

Mérida, agosto, 1908


No más versos de amor y desencanto;<br />

que ni al doliente corazón acallan,<br />

ni esforzados se yerguen y batallan<br />

contra la dura pena y el quebranto.<br />

Broten, de hoy más, en el rebelde canto<br />

las tempestades que en el alma estallan,<br />

y del poder hacia las cumbres vayan<br />

las voces del derecho sacrosanto.<br />

Cuando las multitudes irredentas<br />

se revuelven en potros de tormento,<br />

y, de justicia y de piedad sedientas,<br />

alzan en vano el desgarrado acento,<br />

los ayes de las liras son afrentas:<br />

no lancemos, de hoy más, quejas al viento.<br />

112<br />

Sursum<br />

Mérida, julio 8, 1905<br />

A mi musa


Con la clara videncia del profeta<br />

empapad en fulgores vuestro verso,<br />

y a la conquista audaz del universo<br />

marchad hasta lograr la ansiada meta.<br />

Que no alcanza sus triunfos el atleta<br />

del ocio muelle en el vagar disperso,<br />

ni, en la lucha, rendirse al hado adverso,<br />

puede nunca ser gloria del poeta.<br />

Emprended vuestra ruta luminosa;<br />

escalad las montañas de granito;<br />

cual águila triunfal y poderosa,<br />

ascended hacia el sol; romped el mito,<br />

y descorred a la mirada ansiosa<br />

el cortinaje azul de lo infinito...<br />

113<br />

Hacia el ideal<br />

Mérida, agosto 26, 1905<br />

A los poetas


Combatir contra todos los tiranos<br />

y contra toda imposición injusta,<br />

defender la verdad santa y augusta<br />

y del paria los fueros soberanos.<br />

Sólo a hombres libres extender las manos;<br />

a los serviles: descargar la fusta<br />

de nuestra frase señorial y adusta<br />

con valor y civismo catonianos.<br />

Contra el error y la injusticia alertas,<br />

montar la guardia austera y formidable<br />

del honor y el deber ante las puertas.<br />

Y en el suplicio siempre inacabable<br />

de Tántalo infeliz, dejar abiertas<br />

nuestras alas con rumbo a lo insondable...<br />

114<br />

Alma de lucha<br />

Mérida, agosto 12, 1905<br />

Para Isidro Mendicuti Ponce


Es forzoso luchar; la excelsa cumbre<br />

en viva luz se enciende y reverbera;<br />

mas sólo se alza el águila altanera,<br />

nunca el buey con su tarda mansedumbre.<br />

Atravesad la ignara muchedumbre,<br />

su aullido reprimid de hirsuta fiera,<br />

y del derecho alzando la bandera<br />

redimidla de toda servidumbre.<br />

¿Que es estrecho y muy áspero el camino,<br />

o que se yergue amenazante la ola?<br />

¿Que os acecha el puñal del asesino<br />

o del motín la recia batahola?...<br />

Pues, seguid ascendiendo al Aventino,<br />

¡que ya el sol con sus rayos lo arrebola!<br />

115<br />

Redemptio<br />

Mérida, julio 22, 1905<br />

Para Ignacio Ancona Horruytiner


Hoy, que todo en la Patria se derrumba<br />

con doloroso estruendo de tragedia,<br />

y alardeando de falsa enciclopedia<br />

se insulta a nuestros héroes de altratumba;<br />

que al pavonearse, petulante, zumba<br />

del patriotismo la servil comedia,<br />

y a los hombres de honor sañuda asedia<br />

la calumnia falaz en la penumbra;<br />

desatemos el látigo estallante<br />

del verbo vengador, y enardecidos<br />

levantemos la losa que humillante<br />

pesa sobre este pueblo de vencidos,<br />

y expulsemos del templo, en adelante,<br />

esa piara de cerdos corrompidos.<br />

116<br />

Vindicación<br />

Mérida, julio 29, 1905<br />

Para Fernando Patrón Correa


¡No he de elevar el canto, que sería<br />

nuevo ultraje lanzar a la afrentosa<br />

y dura servidumbre que hoy acosa<br />

la excelsa frente de la patria mía!<br />

Ante la cruel y dura tiranía<br />

de tus dominadores, orgullosa,<br />

prodigaste tu sangre generosa,<br />

y fuiste triunfadora en la porfía.<br />

Mas hoy, que la abyección y el servilismo<br />

de tus hijos son causa de tu llanto;<br />

que de su propia mano el despotismo<br />

te oprime y acibara tu quebranto;<br />

y huérfana de honor y de civismo<br />

rasgas tu seno, ¡oh patria...!, yo no canto.<br />

117<br />

Pro Patria<br />

Mérida, septiembre 15, 1905<br />

Para Manuel Mestre Ghigliazza


Y fue el último grito de protesta,<br />

de aquella usurpación ante el despojo,<br />

el que vibrante de sangriento enojo<br />

cayó del invasor sobre la testa.<br />

Y tras el grito levantose enhiesta<br />

tu frente, plena de valor y arrojo,<br />

y a torrentes corrió el líquido rojo<br />

empurpurando el valle y la floresta.<br />

Sobre la roca del dolor, erguida,<br />

del sol de Anáhuac a la lumbre escasa,<br />

el águila simbólica, prendida,<br />

libró el postrer combate de tu raza...<br />

Y, de entonces, tu raza, entristecida,<br />

peregrinando en servidumbre pasa...<br />

118<br />

A Cuauhtémoc<br />

Mérida, abril, 1907


No eres, ¡oh libertad!, un nombre vano,<br />

ni en vano sirves de pretexto al crimen;<br />

que los que al hombre sin piedad oprimen<br />

el yugo sienten de tu férrea mano.<br />

Y cual las ondas del inmenso océano<br />

las multitudes irredentas gimen,<br />

hasta que sopla el huracán y esgrimen<br />

su brazo vengador contra el tirano.<br />

Y ¡ay! de la raza que aguantó el ultraje<br />

de llevar en la frente pensadora,<br />

de odiosa esclavitud el tatüaje;<br />

como el mar en su furia arrolladora,<br />

la arrasará con su tremendo oleaje<br />

la libertad augusta y redentora.<br />

119<br />

A la libertad<br />

Mérida, agosto, 1907<br />

Para Manuel Irigoyen Lara


¡Oh pueblo de vencidos y de ilotas<br />

que en dura servidumbre te debates;<br />

tú, la carne de todos los combates,<br />

y el vengador de todas las derrotas!<br />

De la historia en las épocas remotas<br />

sufres ya de la suerte los embates,<br />

y a los tiranos sin vigor te abates,<br />

uncido el cuello y las espaldas rotas.<br />

No más, a la vergüenza y al despecho<br />

te entregues, ni a la inútil esperanza;<br />

levanta la cerviz, yergue tu pecho,<br />

y, acicate el dolor de tu pujanza,<br />

sanciona la justicia y el derecho<br />

desde el alto Sinaí de tu venganza.<br />

120<br />

Al pueblo<br />

Mérida, agosto, 1907<br />

Para Justo Cecilio Santa-Anna


Imitando al rabí de Galilea,<br />

blanca flor de martirio se abrió un día,<br />

de tu alma, la encantada celosía<br />

al aura embalsamada de una idea.<br />

Y allá, en lo obscuro de lejana aldea,<br />

de una iglesia en la bóveda sombría,<br />

resonó la celeste melodía<br />

de tu canto de amor, como en Judea.<br />

Más humano que el mártir del Calvario,<br />

hosco empuñaste el vengador acero,<br />

y, al mostrar al odioso victimario<br />

el gesto heroico de tu orgullo fiero,<br />

enseñaste, también, que es necesario<br />

no darse al sacrificio cual cordero.<br />

121<br />

A Hidalgo<br />

Mérida, abril, 1907


En medio de horroroso desconcierto<br />

surgiste como un alba redentora,<br />

y nos guiaste a la cima salvadora<br />

al través del Mar Rojo y el desierto.<br />

Y dictaste magnánimo y experto<br />

las tablas de tu ley benefactora,<br />

y poniendo a la luz la blanca prora<br />

señalaste a la patria rumbo cierto.<br />

Y creíste, señor, en la victoria,<br />

y confiaste, sereno, en la grandeza<br />

futura de tu pueblo; y en la gloria,<br />

transfigurado hundiste la cabeza...<br />

Mas despierta, señor, contempla el caos,<br />

y otra vez di a tu pueblo: ¡levantaos!<br />

122<br />

A Juárez<br />

Mérida, abril, 1907


A un tirano<br />

Mérida, octubre, 1907<br />

Para el excelentísimo señor licenciado don Manuel Estrada Cabrera<br />

Vilipendiaste de la patria el nombre,<br />

y Padre de la Patria te proclamas;<br />

hollaste la República, y te llamas<br />

héroe y caudillo de inmortal renombre.<br />

No hay proditorio crimen que te asombre<br />

si al poder en sus hombros te encaramas,<br />

y cuando el nombre de justicia infamas<br />

te das de justiciero el sobrenombre.<br />

Y todo gime a tu poder opreso,<br />

y cede ante tu afán liberticida;<br />

mas, de tu oprobio y tu baldón al peso,<br />

morir no puede el pensamiento humano;<br />

que al tomar tu registro de partida<br />

con tinta roja escribirá: tirano.<br />

123


Rough-rider y político valiente,<br />

campesino y atleta y estadista,<br />

filósofo avanzado y polemista,<br />

hombre enérgico, sano e independiente.<br />

Si modelo has de ser del Presidente<br />

de la América libre y socialista,<br />

renuncia a tus empresas de conquista<br />

y deja a los nipones el Oriente.<br />

Y si grande has de ser entre los grandes,<br />

no será removiendo los escombros<br />

del Viejo Mundo con tu escuadra blanca;<br />

que aquí, a la altura de los libres Andes,<br />

¡hay empresas más propias de tus hombros,<br />

y tiranos más dignos de tu tranca!*<br />

124<br />

A Roosevelt<br />

Mérida, febrero, 1908<br />

*A los que encuentren antipatriótica esta idea, les diré que yo considero que los fueros de la humanidad<br />

están por encima del patriotismo, cuando este sirve de pretexto a las tiranías.


No temas a la fuerza incontrastable<br />

del japonés heroico y victorioso,<br />

ni te importe el vejamen vergonzoso<br />

que ha de imponer a su altivez culpable.<br />

Ni dobles la cerviz indomeñable<br />

al egoísmo artero y alevoso<br />

de la pérfida Albión, ni ante el coloso<br />

de América te muestres miserable.<br />

No temas al puñal del asesino,<br />

ni al terrible explosivo del sectario<br />

que atormentan tu vida de continuo...<br />

¡Mas depón tu actitud de victimario<br />

de libertad, al resplandor divino,<br />

y humíllate, infeliz: es necesario!<br />

125<br />

Al Czar de Rusia<br />

Mérida, agosto 5, 1905


Tras rudo batallar, al fin ondea,<br />

victorioso, temido y prepotente,<br />

el fúlgido pendón del Sol Naciente,<br />

cual astro que en los cielos parpadea.<br />

La gente americana y europea<br />

vuelve absorta la mirada a Oriente,<br />

y del pueblo amarillo se presiente<br />

el despertar al campo de la idea.<br />

Y nada al brillo de su gloria falta:<br />

si su esfuerzo en la lucha fue temido,<br />

su grandeza en la paz al mundo exalta;<br />

y en vez de los rencores del vencido,<br />

tendrá la gratitud siempre muy alta,<br />

del pueblo moscovita redimido.*<br />

126<br />

Al Japón<br />

Mérida, agosto 31, 1905<br />

*Aludo a la coyuntura que aprovechó el pueblo ruso de conquistarse algunas libertades por medio<br />

de la revolución, y recuerdo la célebre frase de Víctor Hugo: “¿Queréis daros cuenta de lo que<br />

es la Revolución? Llamadle Progreso”.


Al fin, de gloria, espléndida presea,<br />

refulge ya por el lejano Oriente,<br />

el sol de libertad, que, omnipotente,<br />

fecundará los campos de la idea.<br />

La roja bomba y la incendiaria tea<br />

cumplirán la misión que aquel vidente,<br />

como un ensueño acarició, sonriente,<br />

allá, a orillas del Mar de Galilea.<br />

La humanidad, de crímenes preñada,<br />

odia ya a sus mentidos soberanos;<br />

y levanta la enseña ensangrentada,<br />

y se apresta a esgrimir las rojas manos<br />

y a defender su dignidad hollada<br />

por tantos opresores y tiranos.<br />

127<br />

Alba roja<br />

Mérida, julio 15, 1905<br />

Para José D. Sobrino


Ya se fueron los dioses de aquel culto<br />

que incendió con su hoguera mar y tierra,<br />

imponiendo a los hombres paz o guerra,<br />

árbitro audaz de su destino oculto.<br />

Al yacente cadáver insepulto<br />

sólo el tirano con ardor se aferra,<br />

mientras, cobarde, su poder se aterra<br />

del pueblo ante la mofa y el tumulto.<br />

Gastada y rota por su propia herrumbre,<br />

la máquina infernal de la estulticia<br />

se va hundiendo entre lodo y podredumbre:<br />

triunfó la libertad, y al fin se inicia<br />

desde el bajo nivel a la alta cumbre,<br />

el reinado del bien y la justicia.<br />

128<br />

Al fanatismo<br />

Polyuc, 1906<br />

Para Emilio Ibáñez


Tu nombre eterno, en la conciencia humana<br />

su trono erige esplendoroso y fuerte,<br />

y reinas en la vida y en la muerte<br />

con majestad augusta y soberana.<br />

Con loco empeño y diligencia vana<br />

el sectario presume comprenderte,<br />

a su antojo en fetiche te convierte<br />

y audaz dispensa tu justicia arcana.<br />

Ruedan al polvo reyes y naciones<br />

que aclamaron tu gloria y tu grandeza,<br />

ruedan sectas, y ruedan religiones...<br />

E inmutable, la Gran Naturaleza<br />

inflama sin cesar los corazones<br />

en himnos al amor y a la belleza.<br />

129<br />

A Dios<br />

Polyuc, diciembre, 1906


Fanal inmenso en el espacio abierto<br />

que en la obscura conciencia reverbera,<br />

y a cuya luz la humanidad entera<br />

prosigue en marcha hacia seguro puerto.<br />

Accidentado, claudicante, incierto,<br />

del hombre el paso por la vida fuera<br />

si tu voz para siempre enmudeciera<br />

como la eterna esfinge del desierto.<br />

Que al eclipsarse el sol de tu justicia,<br />

la conciencia lanzada al hondo abismo<br />

del error, en horrendo cataclismo<br />

la Humanidad hundiera, y en tu nombre<br />

harían la maldad y la injusticia<br />

la explotación del hombre por el hombre.<br />

130<br />

A la verdad<br />

Polyuc, julio, 1907


Y clavé la mirada en la alta cima<br />

donde tiene el ideal sólido asiento;<br />

y volcó su capullo el pensamiento<br />

en eclosión de luz sobre la rima.<br />

La cruenta lucha que el deber sublima<br />

acometí con vigoroso aliento;<br />

y erguido resistí todo el tormento<br />

de la atracción terrible de la sima.<br />

A la canalla vil y al vulgo necio,<br />

que, cual buitres se alzaron a mi paso,<br />

les tendí el puntapié de mi desprecio;<br />

mas hiriome también, ¡oh dura suerte!,<br />

de la traición de Bruto el arañazo,<br />

y, como César, me entregué a la muerte.<br />

131<br />

En derrota<br />

Polyuc, enero, 1906<br />

Para Carlos R. Menéndez


Vuele a ti mi más alto pensamiento,<br />

llegue hasta ti mi trova más sentida,<br />

a ti, el único aliento de mi vida,<br />

a ti, de mi ilusión primer aliento.<br />

Y así vaya, hasta el último momento,<br />

mi alma a la tuya para siempre unida,<br />

y al decirse la eterna despedida<br />

juntas exhalen su postrer lamento.<br />

Prosigamos la senda; aún tiene flores,<br />

y hay arrullos de amor dentro el ramaje;<br />

de nuestro cielo azul a los fulgores<br />

un bello atardecer guarda el celaje:<br />

que, jamás de la vida el hondo ultraje<br />

obscurecer podrá sus resplandores.<br />

132<br />

A mi esposa<br />

Polyuc, 1906


Venid a mí; que en vuestras frentes lea,<br />

al través del cristal de mi ternura,<br />

la página de gloria que perdura,<br />

cual de mi vida singular presea.<br />

Venid a mí; que en vuestros ojos vea,<br />

tras el azul del cielo en que fulgura<br />

vuestra inocencia candorosa y pura,<br />

de un nuevo sol, el orto que chispea.<br />

Triunfaréis, ¿por qué no? Lleváis impreso<br />

de mi lucha viril el sello fuerte,<br />

y vuestra madre os dio con embeleso<br />

los tesoros de amor que su alma vierte.<br />

Ya triunfé, yo también, sintiendo el beso<br />

de la inmortalidad tras de la muerte.<br />

133<br />

A mis hijos<br />

Polyuc, 1906


134<br />

En plena vida<br />

Polyuc, 1906<br />

Para Manuel Yenro<br />

I<br />

Como el cóndor audaz que libre yerra<br />

en la desierta inmensidad arcana,<br />

busqué la savia fecundante y sana<br />

tras un repliegue oculto de la sierra.<br />

Que, fatigado de vivir en guerra<br />

con la maldad artera, cortesana,<br />

he encontrado la vida, más humana,<br />

en la región salvaje de la tierra.<br />

Nadie, al menos, comete la injusticia<br />

de envidiarme el placer con que respiro<br />

el aire embalsamado; y la delicia<br />

con que las flores columpiarse miro;<br />

ni ha de cortar el viaje a una caricia<br />

que vague en el revuelo de un suspiro... [...]


II<br />

Y no abrigo ambiciones en el pecho<br />

que conturben la calma que al fin hallo;<br />

si el sol me abruma con su ardiente rayo,<br />

me convida al solaz de paja el techo.<br />

Tranquilo sueño bríndame mi lecho<br />

de la luz vesperal en el desmayo;<br />

y al despertar, aguárdame el caballo,<br />

en que el campo recorro satisfecho.<br />

Jamás la frente ensombrecida inclino,<br />

ni me agobian pesares ni temores;<br />

y cuando en el regazo me reclino<br />

al dulce halago de mi Bien Amada,<br />

mirándome en sus ojos soñadores<br />

la plenitud de dicha me anonada.<br />

135


¡Oh la vida fecunda y rumorosa,<br />

llena de sol, perfumes y armonías,<br />

la que inunda de encantos y alegrías<br />

la juventud dorada y bulliciosa!<br />

La que en pleno cenit, dulce y jugosa,<br />

brinda al hombre placeres y energías,<br />

en la tarde autumnal, melancolías,<br />

y la luz del recuerdo, al fin, piadosa.<br />

¡Salve, oh vida fecunda!, tú no eres,<br />

cielo obscuro de angustia y de tristeza,<br />

ni hondo valle de duelo y amargura<br />

en que gimen las cosas y los seres:<br />

alma-luz de la Gran Naturaleza,<br />

en ti su evolución marcha y perdura.<br />

136<br />

A la vida<br />

Polyuc, 1907<br />

Para Alberto Urcelay Martínez


En torrentes de vida te desgranas<br />

desde el solio de luz de lo infinito,<br />

y en el azul, a tu ósculo bendito,<br />

irradian las estrellas soberanas.<br />

Al mirar cómo juegan las fontanas<br />

con el rayo de sol, su favorito,<br />

se sonrojan las cumbres de granito<br />

y se retuercen de pasión las lianas.<br />

Y hay quien ignora que ese ardor fecundo,<br />

que por el orbe entero se rebosa,<br />

es el incendio trágico de un mundo;<br />

como, acaso, en la rima conceptuosa,<br />

no presiente del poeta moribundo<br />

el alma estremecida y tempestuosa.<br />

137<br />

Al sol<br />

Mérida, 1907<br />

Para Delio Moreno Cantón


Aquí estoy junto a ti, Naturaleza;<br />

madre amorosa, en tu regazo amigo,<br />

halló mi pena generoso abrigo<br />

y mi trova de amor su gentileza.<br />

Absorto ante tu idílica grandeza<br />

y en dulce comunión siempre contigo,<br />

fue tu calma solemne fiel testigo<br />

de mi culto hacia el bien y la belleza.<br />

Y gozoso me halló siempre tu aurora,<br />

y abismado en dolor tu dulce ocaso,<br />

¡oh mi novia sutil y embriagadora!,<br />

que, envuelta en galas de esmeralda y raso,<br />

me invitas a soñar mi última hora,<br />

aspirando el perfume de tu abrazo.<br />

138<br />

En el campo<br />

Polyuc, 1906<br />

Para Álvaro Gamboa Ricalde


Es la hora del dolor y la agonía:<br />

del almo sol, como postrer alarde,<br />

el oro empurpurado apenas arde,<br />

y se estremece moribundo el día.<br />

Del violeta en la obscura lejanía<br />

aparece la estrella de la tarde;<br />

la sombra invade al corazón cobarde<br />

y lo anega en mortal melancolía.<br />

Es la hora del dolor y la congoja:<br />

y en tanto que la luz se desvanece,<br />

la voluntad se anula y desparece,<br />

y el espíritu, lacio y sin aliento,<br />

de la inerte materia se despoja<br />

y se sumerge en dulce pensamiento.<br />

139<br />

Melancolía<br />

Polyuc, 1906<br />

Para Luis Rosado Vega


Pudorosa, doblando la cabeza,<br />

versos le pides a mi frente altiva,<br />

y conturbas mi alma pensativa<br />

con tu ademán de lánguida princesa.<br />

Y no es que tu hermosura y gentileza<br />

no prendan en mi pecho, rediviva,<br />

de inspiración la llama fugitiva<br />

que un tiempo consagrara a la belleza.<br />

Mas temo que mi verso, enrojecido<br />

al fragor de mis luchas colosales,<br />

deje escapar el vibrador sonido<br />

con que atruena los mundos siderales,<br />

y no pueda mostrarse a ti rendido,<br />

como alma floración de mis ideales.<br />

140<br />

Tregua<br />

Mérida, agosto 19, 1905<br />

A...


Y es un canto de amor el que me pides,<br />

cuando ya del otoño los fulgores<br />

se prenden en mi cielo, y de mis flores<br />

sólo quedan azules “no me olvides”.<br />

Cuando ya de las justas y las lides<br />

que otro tiempo empeñé por los amores,<br />

sólo guardo recuerdos punzadores<br />

en mi agobiado corazón de Alcides.<br />

Mas tú lo quieres, y en tu gloria fía:<br />

como un rayo de sol radiante y puro,<br />

la bruma de mi gran melancolía<br />

rasgará tu beldad, y a su conjuro,<br />

de mi alma en el rincón triste y obscuro<br />

se alzará triunfadora la poesía.<br />

141<br />

Y es un canto de amor el que me pides<br />

Polyuc, 1907<br />

A Magda


Del incensario de un eterno rito<br />

misterioso divagas en las ondas,<br />

y palpitante irradias en las blondas<br />

cataratas de luz de lo infinito.<br />

Ni muda esfinge ni espantable mito<br />

eres cuando te meces en las rondas<br />

de los pálidos sueños, o en las frondas<br />

violentas y agitadas del delito.<br />

Con Platón y Jesús, el ideal creas,<br />

y con el Dante y Goethe, el universo;<br />

que, extraña fuerza en la creación perdida,<br />

del genio y del titán la frente oreas;<br />

y tus alas de luz prestas al verso<br />

y tu aliento de dios das a la vida.<br />

142<br />

Al amor<br />

Polyuc, 1907<br />

Para Arcadio Zentella júnior


Alientas como el mal, siempre en acecho<br />

del destino del hombre, indescifrable,<br />

y atormentas su vida miserable,<br />

y eres la realidad; y eres el hecho.<br />

El puñal del malvado frente al pecho,<br />

con tu mueca, simulas, espantable,<br />

y tu garra se prende, inexorable,<br />

hasta que sangra el corazón deshecho.<br />

Más que la muerte, tu invencible clava<br />

temida fue; que arrodillada gime<br />

la humanidad, a tu poder esclava.<br />

Y en vano aguarda que propicio seas...<br />

sólo un gesto, ¡oh dolor!, tienes sublime<br />

cuando la vida en convulsiones creas.<br />

143<br />

Al dolor<br />

Polyuc, 1907<br />

Para Adolfo Patrón M.


No eres tú la traidora, la enemiga,<br />

odiada por tiránica y terrible,<br />

que sin descanso mueves la invencible<br />

guadaña segadora, en tu cuadriga.<br />

Tu blanca mano, de infortunio amiga,<br />

los lazos del dolor corta apacible,<br />

y la vida del cardo aborrecible<br />

mata, aunque siegue la dorada espiga.<br />

Te calumnian; tú no eres la traidora<br />

enemiga del hombre, despiadada,<br />

ni tampoco la maga tentadora<br />

que un más allá prometes, de la nada;<br />

tú sólo eres la pálida enlutada<br />

del pobre corazón libertadora.<br />

144<br />

A la muerte<br />

Polyuc, 1907<br />

Para Nicolás Cámara Vales


¡Oh serena región do nuestra mente,<br />

en alas de la excelsa fantasía,<br />

tender el vuelo poderoso ansía<br />

y anegarse en tu luz indeficiente!<br />

¡Oh clara linfa de Castalia fuente!<br />

en que abrevan la dulce poesía,<br />

y el color, y la línea y la harmonía,<br />

y lo inmortal y eterno se presiente.<br />

Cuando tu aliento soberano toca,<br />

se yergue soberano hasta la altura,<br />

y al besar en el bronce o en la roca<br />

el paso de los siglos encadenas;<br />

que, radiante de luz y de hermosura,<br />

vive inmortal con tu prestigio Atenas.<br />

145<br />

Al arte<br />

Mérida, 1907<br />

Para Paula Joutard


No morirá tu culto, mientras viva<br />

el fuego misterioso que enajena<br />

los sentidos, al ver a Anadyomena<br />

surgiendo de las ondas rediviva.<br />

Mientras alcance del perdón la oliva<br />

con su regia hermosura Magdalena,<br />

y el rapto audaz de la divina Helena,<br />

a Troya cueste perecer cautiva.<br />

No morirá tu culto soberano,<br />

mientras, salvando al arte del olvido,<br />

se aduerma, coronado de laureles,<br />

en brazos de Frinea, Praxiteles;<br />

y a tu ara lleve el pensamiento humano,<br />

su última trova y su postrer latido.<br />

146<br />

A la belleza<br />

Mérida, 1907<br />

Para Luis Gutiérrez Suárez


Escuadrones de nubes que el ocaso<br />

vuelca en la tumba trágica del día,<br />

distante y azulada serranía,<br />

que vaga en el confín de un cielo raso.<br />

La parda bruma del olvido acaso<br />

nos oculta la ingrata lejanía,<br />

y aun detrás de entornada celosía<br />

nos tiende la ilusión su dulce lazo.<br />

Y, luz de luna que en las aguas riela,<br />

ígneo meteoro en el azul del cielo,<br />

o blanca y leve y luminosa estela;<br />

así, la vida, en incesante anhelo,<br />

fugaz y tenue y susurrante vuela...<br />

mientras nos hiere sin piedad el duelo.<br />

147<br />

Así, la vida...<br />

Mérida, 1908<br />

Para Narciso Sousa Novelo


No interrumpáis con la mundana pompa<br />

la inmensa calma en que abismarme ansío;<br />

ni intentéis reanimar mi cuerpo frío,<br />

doliente lira o funeraria trompa.<br />

Dejad que el velo de su cárcel rompa,<br />

y callada se inmerja en el vacío<br />

la vida que alentara el pecho mío,<br />

y que el cuerpo en la tierra se corrompa.<br />

No penséis profanar el gran misterio<br />

que vela tras la sombra de la muerte,<br />

y suspira en la calma de la noche,<br />

y vaga en la quietud del cementerio...<br />

Dejad que arrulle a la materia inerte<br />

Naturaleza en su triunfal derroche.<br />

148<br />

Cuando yo muera<br />

Mérida, 1908<br />

Para Urbano Góngora


Atleta y luchador, sereno y fuerte,<br />

hosco el semblante y la cabeza erguida,<br />

voy librando el combate de la vida<br />

de cara al soplo de la adversa suerte.<br />

Y jamás en afrenta se convierte<br />

la queja que de mi alma estremecida<br />

se exhala, alguna vez, entristecida,<br />

mirando a las riberas de la muerte.<br />

Que si en veces lloré alguna derrota,<br />

o el temblor reprimí de mi coraje,<br />

a excelsitud más alta nos levanta,<br />

rodar vencidos, con la espada rota,<br />

rindiendo hasta la muerte vasallaje<br />

del deber ante el ara sacrosanta.<br />

149<br />

Sic sémper<br />

Mérida, 1906<br />

Para Gonzalo Pat y Valle


Gloriosa juventud la que levanta<br />

la frente augusta a la región del cielo,<br />

y del futuro a descorrer el velo<br />

al fin se apresta con segura planta.<br />

Sobre tanto baldón y escoria tanta,<br />

que ha tiempo cubren de la patria el suelo,<br />

¡gloriosa juventud!, levanta el vuelo<br />

y enronquecida tus victorias canta.<br />

No sueñes más en la gentil quimera<br />

que arrullara tu anhelo ardiente y puro;<br />

el triunfo se conquista, no se espera<br />

detrás del grueso y degradante muro:<br />

¡flote, de hoy más, tu victorial bandera,<br />

en los campos de lucha de El Futuro!<br />

150<br />

Gloriosa juventud la que levanta<br />

Mérida, 1907<br />

A los jóvenes fundadores de El Futuro*<br />

*Periódico que no llegó a ver la luz pública por causas que el lector ha de suponer.


Ya del Nuevo al Antiguo Continente<br />

huyó la hermosa libertad que un día<br />

de América expulsó la tiranía<br />

impuesta por las razas de Occidente;<br />

que, enrojecida de rubor la frente<br />

al ver tanta vileza y cobardía,<br />

fue a buscar allá en Rusia y en Turquía<br />

abierto campo a su poder ingente.<br />

Detuvieron las águilas su vuelo<br />

al contemplar nuestra menguada suerte;<br />

y hasta el sol empañó su ardiente rayo,<br />

prefiriendo alumbrar bajo otro cielo,<br />

en vez de la abyección de nuestra muerte,<br />

las densas lobregueces del serrallo.<br />

151<br />

Contrastes*<br />

Mérida, agosto, 1908<br />

*Ya en prensa esta colección de versos, escribí el último soneto al recibir la nueva de haberse dado<br />

la Constitución a Turquía. Esto le faltaba solamente a nuestra libre América: ¡que mientras<br />

por acá se suprimen las Constituciones se firmen en Turquía!


[ 153 ]<br />

Composiciones varias


155<br />

A Mérida<br />

Mérida, primero de enero, 1908<br />

Para el señor don Ricardo Gutiérrez<br />

¿Y es cierto que a un abismo<br />

de duelo y de tristeza<br />

los hados hoy te empujan,<br />

infortunada Emérita?<br />

¿A ti, de altivas razas<br />

legítima heredera,<br />

del grande Tutul Xiu<br />

la encantadora reina,<br />

y luego, en la conquista,<br />

la amada predilecta<br />

de reyes y señores<br />

de la nación ibérica?<br />

¿A ti, cuya alma historia,<br />

fundida en la leyenda,<br />

por noble y por preclara,<br />

por dulce y romancesca,<br />

ha sido inspiradora<br />

de artistas y poetas,<br />

y de alto patriotismo<br />

la más preciada prenda?<br />

¿A ti, de cuyos pechos [...]


ebieron savia nueva<br />

el gran Quintana Roo,<br />

nuestra mejor presea,<br />

el Padre Sanjuanense<br />

y el ínclito Cepeda,<br />

que, cual augusto trípode<br />

en que el honor se asienta,<br />

ardiendo como soles,<br />

la patria historia llenan;<br />

el docto Eligio Ancona<br />

contando tu grandeza,<br />

y el portentoso Obispo<br />

tu gloria sempiterna?<br />

¿De cuyo hermoso cielo<br />

tomara la paleta<br />

de aquel gallardo numen,<br />

orgullo de esta tierra,<br />

los mágicos colores<br />

que vida y gracia dieran<br />

a “Música Celeste”,<br />

“Saraida” la hechicera, [...]<br />

156


y a innúmeras creaciones<br />

de gloria y de belleza?<br />

¿En cuyas noches claras,<br />

al susurrar muy leda<br />

la brisa de los campos,<br />

embalsamada y fresca,<br />

aún se oyen los acordes<br />

de la divina orquesta,<br />

que tocan desde el cielo<br />

José Jacinto Cuevas,<br />

Hoil, y el del piano<br />

soñador y poeta?<br />

¿En cuya fronda alegre<br />

parece que resuenan<br />

las vibradoras notas<br />

de aquella musa homérica,<br />

que fue de Aldana y Pérez<br />

y Alpuche, Ninfa Egeria;<br />

se escuchan las estrofas<br />

pletóricas y enérgicas<br />

de Eucario y los Cisneros, [...]<br />

157


cual gritos de protesta;<br />

del místico Peniche<br />

la concepción inmensa;<br />

los dulces madrigales<br />

del alma siempre escéptica,<br />

del clásico Zorrilla,<br />

filósofo y esteta;<br />

y de Vadillo Argüelles,<br />

la virgiliana endecha;<br />

las delicadas trovas<br />

de aquella musa helena,<br />

que en éxtasis perenne,<br />

y apasionada y tierna,<br />

vivió en estrecho abrazo<br />

con el cantor de Grecia;<br />

y al bardo más fecundo<br />

de nuestra patria escena,<br />

que a Hernán Cortés cantara<br />

y a Garcilaso y Flérida,<br />

soltar desde ultratumba,<br />

como hilo de albas perlas, [...]<br />

158


la gama inagotable<br />

de su canción egregia?...<br />

Y todo aquel pasado<br />

de gloria y de grandeza,<br />

¿será que al fin sucumba<br />

a las ignotas fuerzas<br />

del hado miserable<br />

que asoma ante tus puertas?<br />

¿Será que al fin se eclipse<br />

tu soberana estrella,<br />

de obscuros nubarrones<br />

tras de la sombra densa?<br />

Los fúnebres presagios<br />

que el horizonte pueblan<br />

de trasgos y fantasmas<br />

de ruina y de miseria,<br />

de emigración y duelo,<br />

de llanto y de tristeza,<br />

¿será que al fin se cumplan<br />

con realidad siniestra,<br />

será que los palpemos [...]<br />

159


en magnitud dantesca?...<br />

Y para tanto amago,<br />

para tamaña afrenta,<br />

¿cuál es nuestro delito,<br />

infortunada Emérita?<br />

Si el patriotismo es farsa;<br />

si la virtud comedia;<br />

si vive a infame tráfico<br />

la dignidad sujeta;<br />

si, prostituida, Themis<br />

se desgarró la venda,<br />

y en la balanza augusta<br />

ya sólo el oro pesa;<br />

si del pudor los velos<br />

rasgó la desvergüenza<br />

y hasta el sagrado templo,<br />

que orgullo de Dios era,<br />

ardiendo en ira santa<br />

lo convirtió en pavesas...<br />

El virus de estos males,<br />

que son baldón y mengua [...]<br />

160


de las hispanas razas<br />

y nuestra indiana tierra,<br />

la génesis maldita<br />

de nuestra savia enferma,<br />

que el germen de la muerte<br />

desde la cuna lleva,<br />

cuya diagnosis triste<br />

han hecho hombres de ciencia<br />

llamándola, tan sólo,<br />

enfermedad de la época...,<br />

ese algo misterioso,<br />

que imponderable pesa,<br />

y nuestro yo proscribe<br />

con invencible fuerza:<br />

ni es obra del Destino<br />

fatal y duradera,<br />

ni es obra de la mano<br />

de oculta Providencia.<br />

A par que el intelecto<br />

trabaje la materia,<br />

hagamos un prodigio [...]<br />

161


de voluntad y fuerza,<br />

y al fin, rota en pedazos,<br />

veremos la cadena<br />

de ignotos atavismos<br />

y vicios de otras épocas,<br />

que, a esclavitud y muerte,<br />

hogaño nos condena.<br />

Resurja victoriosa<br />

hinchando nuestras venas,<br />

la roja sangre criolla;<br />

trayendo savia nueva,<br />

colore nuestros rostros<br />

de nuevo la vergüenza,<br />

y vibre en nuestros labios<br />

la frase de protesta,<br />

que fue de nuestros padres<br />

la victorial bandera...<br />

¡Y al fin, rota en pedazos,<br />

veremos la cadena<br />

que a esclavitud y muerte<br />

pesada nos condena!<br />

162


163<br />

¡Oh poeta excelso!<br />

Mérida, 1906<br />

A Peón Contreras<br />

¡Oh poeta excelso!, mi verbo altivo<br />

no miente nunca;<br />

yo sé que dicen que pensativo<br />

te derrumbaste,<br />

y que la vida triste dejaste,<br />

y que tu gloria quedose trunca.<br />

Mas esto cuentan los que no saben<br />

que el alto numen, que el gran artista,<br />

morir muy joven es lo que anhela;<br />

antes que acaben amor y goce,<br />

y que su vista<br />

sólo se pose<br />

sobre las cumbres que invierno hiela;<br />

y su alta frente,<br />

que las auroras iluminaron,<br />

lúgubremente<br />

se incline al peso<br />

de las nevadas, que amontonaron<br />

los huracanes.<br />

Que los poetas, esos titanes<br />

del pensamiento, [...]


sienten horrores por el tormento<br />

de larga vida;<br />

y que el ingenio,<br />

que aplauden siempre las multitudes,<br />

es, ¡ay!, suicida.<br />

Yo fui testigo de tu tristeza;<br />

cual tú sentiste, nadie ha sentido,<br />

que, enamorado de la belleza,<br />

amaste el arte siempre rendido,<br />

y todas, todas tus emociones,<br />

cual tenue el viento pasa y suspira,<br />

así pasaron por tu alma-lira<br />

y resonaron en tus canciones.<br />

¡Oh poeta excelso!, yo fui testigo<br />

de tu amargura,<br />

tuve el orgullo de ser tu amigo<br />

y la honda pena de leer tu anhelo<br />

trasparentado siempre en el cielo<br />

de tu alma pura.<br />

Luchaste en vano con la materia; [...]<br />

164


tu pensamiento<br />

alzaste en alas del sentimiento<br />

a las alturas de los condores;<br />

y suspirando por otros días,<br />

por otro cielo y otros amores,<br />

sólo viviste tus mustios años<br />

haciendo a un lado los desengaños<br />

y recordando tus alegrías.<br />

Pero la ciencia,<br />

siempre acrecida<br />

con los caudales de la experiencia,<br />

cruel te mostraba<br />

que ya la joven savia de antaño<br />

se te alejaba;<br />

que ya la vida,<br />

cansada y lacia, sin los vigores,<br />

que en otro tiempo sus esplendores<br />

te prodigara, sólo restaba<br />

para tu ruina, se alzaba sólo<br />

para tu daño.<br />

165<br />

[...]


Y tú, el divino rey de la rima,<br />

ungido siempre por la victoria;<br />

al verte esclavo de la materia<br />

te horrorizaste,<br />

y envanecido de tu alta gloria,<br />

altivo y triste ya no aceptaste<br />

aquel harapo vil de miseria<br />

con que la vida se te fue encima...<br />

Y erguido y triste fuiste a la historia,<br />

tú, que en el teatro<br />

resucitaste otras edades,<br />

porque la tuya no era tan bella<br />

cual reclamaba tu buena estrella;<br />

que a más de cuatro<br />

generaciones,<br />

con tus leyendas y tus canciones<br />

electrizaste.<br />

¡Tú, a quien la muerte<br />

ha encontrado en la gloria<br />

sereno y fuerte!<br />

166


Morir, y joven...<br />

Mérida, 1908<br />

A la dolorosa memoria del joven estudiante de medicina, don Manuel Batista Pérez<br />

Morir, y joven; cuando todo halago<br />

nos encuentra y nos cerca y nos sonríe;<br />

cuando la vida en el amor se engríe,<br />

y no la inquieta ni un traidor amago.<br />

Cuando en plena y florida primavera,<br />

es el cielo una lluvia de fulgores,<br />

y la tierra una feria de colores,<br />

y la vida una plácida quimera.<br />

Cuando la onda tranquila, azul y plata,<br />

navegamos, de lánguida laguna,<br />

y bañados por un claro de luna<br />

entonamos, de amor, la serenata.<br />

Cuando nuestra alma aún llora, conmovida,<br />

sobre un listón azul o una flor seca;<br />

167<br />

[...]<br />

Morir, y joven; antes que destruya<br />

El tiempo aleve la gentil corona,<br />

Cuando la vida dice aún: soy tuya,<br />

Aunque sepamos bien que nos traiciona.<br />

Gutiérrez Nájera


y en dulce dejo de placer se trueca<br />

el más hondo pesar de nuestra vida.<br />

Morir así; cuando el morir semeja<br />

un crepúsculo suave y pasajero,<br />

envolviendo al nostálgico viajero,<br />

que taciturno y pálido se aleja...<br />

Morir así; cuando era nuestro anhelo<br />

la vida, que, cual novia casquivana,<br />

sonriendo aparece en la ventana<br />

y nos manda un adiós con el pañuelo.<br />

Morir así; cuando la muerte pía<br />

nos sorprende cual plácido beleño,<br />

y al suspirado y pasional ensueño<br />

nos transporta en gloriosa epifanía.<br />

168


169<br />

Bien hayas, tú, que llevas<br />

Mérida, 1907<br />

Al artista de la guitarra Francisco Quevedo<br />

Bien hayas, tú, que llevas<br />

en la gentil mirada<br />

fulguraciones hondas<br />

de dichas ignoradas;<br />

que llevas en la frente<br />

el resplandor de un alba,<br />

de luces apacibles<br />

y de visiones blancas;<br />

y llevas en las manos,<br />

ligeras como alas,<br />

artista peregrino,<br />

tu mágica guitarra.<br />

Que llevas la ventura<br />

por do tranquilo pasas,<br />

emocionando pechos<br />

y arrebatando almas.<br />

Y, nuevo Jesucristo,<br />

cual hostia consagrada,<br />

del arte y de la dicha<br />

la comunión propagas;<br />

y viertes en las hondas [...]


heridas de las almas<br />

el bálsamo divino<br />

de la divina gracia.<br />

Que el mundo de los sueños<br />

con la materia enlazas,<br />

y el universo entero<br />

doblegas a tus plantas,<br />

haciendo a tus antojos<br />

lucir las alboradas<br />

de cabelleras blondas<br />

y de mirar de llamas;<br />

o las profundas noches,<br />

silentes y calladas,<br />

de amor y de misterio<br />

dolientes soberanas;<br />

y al pálido crepúsculo<br />

surgir enamorada<br />

la virgen melancólica,<br />

ensoñadora y casta,<br />

que tiembla y se estremece<br />

y enloquecida vaga,<br />

si escucha entre la sombra [...]<br />

170


fugaz, de la enramada,<br />

del tímido arroyuelo<br />

que plácido resbala,<br />

la encantadora y tierna,<br />

poética balada,<br />

o al ruiseñor romántico<br />

su dulce serenata.<br />

Bien hayas, tú, que pueblas<br />

el alma enamorada<br />

de anhelos y de glorias<br />

y de ilusiones blancas;<br />

que llenas nuestros pechos<br />

de dulces esperanzas<br />

en que el ideal se toca<br />

y en que el dolor naufraga;<br />

y llevas el prodigio<br />

divino de tu alma,<br />

a hacer evocaciones...,<br />

logrando que resurjan,<br />

cual célicas plegarias,<br />

de juventud y gloria<br />

las soñadoras ansias; [...]<br />

171


las dulces emociones<br />

del alma apasionada<br />

y los rumores dulces<br />

de besos y de alas...<br />

Y enciendes en el pecho<br />

la roja llamarada<br />

de amores de otros tiempos,<br />

de dichas no gozadas,<br />

que son las que más surcos<br />

nos dejan en el alma...<br />

Bien hayas, tú, que llevas<br />

en la gentil mirada<br />

fulguraciones hondas<br />

de dichas ignoradas;<br />

que llevas en la frente<br />

el resplandor de un alba<br />

de luces apacibles<br />

y de visiones blancas;<br />

y llevas en las manos,<br />

ligeras como alas,<br />

¡artista peregrino,<br />

tu mágica guitarra!<br />

172


173<br />

A la juventud<br />

Mayo 15, 1908<br />

Para los jóvenes literatos de la Sociedad Lord Byron<br />

Dichosos, ¡oh vosotros!, los que vivís soñando<br />

en ideales de arte y en anhelos de gloria,<br />

y por florida senda penetráis a la historia,<br />

a la belleza augusta y a la virtud cantando.<br />

Que como errantes pájaros de vuelo poderoso<br />

al sol tendéis las alas, llevando en la pupila<br />

fulgores más intensos que los que el sol rutila;<br />

y en el cerebro, empuje de océano proceloso.<br />

Que con la frente erguida miráis la enhiesta cumbre<br />

donde el volcán desata su furia vengadora,<br />

y en donde el rayo prende su luz deslumbradora,<br />

que ciega y que fulmina a ignara muchedumbre.<br />

¡Oh juventud excelsa!, bien haces, cuando, altiva,<br />

los insistentes ojos elevas a la altura: [...]


la luz de los ideales muriente ya fulgura,<br />

y a ti tan sólo toca salvarla rediviva.<br />

Por el dormido campo, que el sol apenas dora,<br />

un hálito de vida vibrante se derrama;<br />

inflámase el cerebro, el corazón se inflama,<br />

y el céfiro murmura: ¡levántate, ya es hora!<br />

Cuando del viejo mundo la faz se convulsiona<br />

al formidable soplo de la pujante idea<br />

que en el derruido muro, sin compasión, golpea,<br />

mirando con deleite que al fin se desmorona;<br />

cuando al romper sus ligas, la humanidad esclava<br />

barriendo el parapeto de viejas tradiciones,<br />

ya no demanda al cielo sus dulces bendiciones<br />

ni teme del infierno la incandecida lava;<br />

no es bien que de estos campos ubérrimos de América, [...]<br />

174


que han sido cuna egregia de libertad un día,<br />

se yerga audaz la sombra de odiosa tiranía,<br />

sin el castigo irónico de alguna estrofa homérica;<br />

no es bien que levantemos idílicas canciones<br />

al rayo de Selene, o al murmurar de un lago,<br />

mientras resuena lúgubre el formidable estrago<br />

que causa de los déspotas las locas ambiciones.<br />

¡Oh juventud excelsa!, el porvenir es tuyo;<br />

será tu gloria inmensa, como es tu poderío;<br />

mas sé, para tu patria, cual caudaloso río<br />

que fecundiza el prado mientras le da su arrullo...<br />

Por el dormido campo, que el sol apenas dora,<br />

un hálito de vida vibrante se derrama;<br />

inflámase el cerebro, el corazón se inflama,<br />

y el céfiro murmura: ¡levántate, ya es hora!<br />

175


Es cual rayo de pálida luna<br />

que en la noche de negros dolores<br />

desparrama sus suaves fulgores<br />

alejando la sombra importuna...<br />

Es cual eco de dulce cadencia<br />

que despierta dormidos anhelos,<br />

y las almas remonta a los cielos<br />

arrobadas en mística creencia;<br />

cual sonrisa que púdica asoma<br />

en los labios, capullo de flores,<br />

de la virgen que sueña en amores;<br />

como arrullo de tierna paloma;<br />

cual perfume de cándido lirio.<br />

Que eres luz y cadencia y perfume,<br />

porque todo en tu ser se resume:<br />

¡blanca aurora y obscuro martirio!<br />

176<br />

Tu belleza<br />

Mérida, 1905<br />

A Pilarcita


Y desafiando al ábrego<br />

se fue la golondrina,<br />

en busca de otro cielo<br />

y en alas de otras brisas;<br />

y se alejó cantando<br />

hacia remotos climas,<br />

en pos de otros amores<br />

y en pos de otras sonrisas...<br />

. . . . . . .<br />

. . . . . . .<br />

Mas dicen que sus lares<br />

jamás, ingrata, olvida;<br />

y cuando el aire aleve<br />

remueve las cenizas<br />

de pálidos recuerdos<br />

y glorias de otros días;<br />

inflámase su pecho,<br />

y anúblase su vista,<br />

y por la tierra amada<br />

con ansiedad suspira...<br />

177<br />

A una ausente<br />

Mérida, 1908


I<br />

Asomaste entre la niebla<br />

de mis sueños juveniles,<br />

y al llegar mis veinte abriles<br />

te rindieron su pasión;<br />

y te sigo inconsolable<br />

al través de lo imposible,<br />

y te esfumas intangible<br />

en el mar de mi dolor.<br />

178<br />

Presentida<br />

Playa de Progreso, 1908<br />

Letra para música de Fermín Pastrana (Uay Cuc)<br />

II<br />

Cuántas veces de la tarde<br />

a los últimos reflejos,<br />

te miré venir de lejos<br />

de una estrella en el fulgor,<br />

o rasgando de la sombra<br />

la tiniebla densa y bruna,<br />

fuiste el rayo de luna<br />

que mi frente iluminó. [...]


III<br />

En la noche tempestuosa<br />

de mi vida errante y sola,<br />

cabalgando sobre una ola,<br />

te miré con estupor;<br />

y mis ansias te siguieron,<br />

cual efímeras gaviotas,<br />

hacia playas muy remotas.<br />

¡Oh mi pálida visión!...<br />

IV<br />

Y presides mis ensueños<br />

y mis vagas inquietudes,<br />

y te llamo, y sólo acudes<br />

a inundarme en tu pasión;<br />

y te sigo, inconsolable,<br />

al través de lo imposible,<br />

y te esfumas intangible<br />

en el mar de mi dolor.<br />

179


En la luz de tus ojos,<br />

niña gentil,<br />

como las mariposas<br />

quiero morir.<br />

Que tu ardiente mirada<br />

con sus fulgores,<br />

disipa la tiniebla<br />

de mis dolores.<br />

Tienes fuego en el alma,<br />

fuego en los ojos,<br />

y un incendio despiden<br />

tus labios rojos.<br />

180<br />

Tropical*<br />

Ribera del Usumacinta, 1908<br />

Letra para música de Cirilo Baqueiro (Chan Cil)<br />

*Dejo impresas en este volumen algunas producciones improvisadas en momentos felices de la<br />

vida; y que, aunque carecen de todo valor literario, he querido conservarlas originales por los recuerdos<br />

que guardan.<br />

[...]


Por eso es que al sentirte<br />

mi corazón,<br />

por ti, niña querida,<br />

muere de amor.<br />

Y como es imposible<br />

que tú me quieras,<br />

le he mandado a mi alma<br />

que por ti muera.<br />

Que es tormento muy hondo<br />

vivir sin ti,<br />

y por eso, mi encanto,<br />

voy a morir.<br />

181


MUSA ANTIGUA<br />

Joaquín Demetrio Casasús<br />

[ 183 ]<br />

A Catalina.<br />

México, Abril 30 de 1904.


[ 185 ]<br />

Poemas


*Anacreonte. Oda XL.<br />

Robaba miel en la ática colmena<br />

Eros sobre el Himeto una mañana,<br />

Cuando una abeja, de su vuelo ufana,<br />

Viene y le pica de ponzoña llena.<br />

El dios herido su dolor no enfrena;<br />

Solloza, el llanto de sus ojos mana<br />

Y con Venus, que hallábase cercana,<br />

Va a presuroso a consolar su pena.<br />

Herido estoy, le dice, madre mía<br />

Y me voy a morir, que una serpiente<br />

Alada me pico con furia impía.<br />

Si así daña una abeja, ¿piensa, hijo,<br />

Cuanto sufrir harás a quienes cruelmente<br />

Tu hieres con tus dardos? Venus dijo.<br />

187<br />

Eros*


*Teócrito. Idilio I.<br />

Demos punto al certamen, Melibeo;<br />

Ya no suene tu flauta, que en la siesta,<br />

Harto ya de vagar por la floresta,<br />

Pan descansa en los brazos de Morfeo.<br />

Y le placen las grutas del Liceo,<br />

Y esta la hora y la guardia es esta<br />

Adonde viene y a dormir se acuesta<br />

Sobre un lecho oloroso de poleo.<br />

Frente a su antro cruzaremos, débil rayo<br />

Del sol alumbra el lóbrego retiro<br />

Del viento basta a despertarlo. Acecha….<br />

¡Que hermosa Ninfa en su regazo estrecha!<br />

188<br />

La siesta de Pan*


*Teócrito. Idilio XIII.<br />

Hilas, el rubio y bello adolescente,<br />

La urna de barro al hombro, se encamina<br />

A un antro donde brota cristalina,<br />

Del sol oculta, rumorosa fuente.<br />

Cuando él, sobre la linfa transparente,<br />

Para llenar su cántaro, se inclina,<br />

Ve asombrado en la arena diamantina<br />

Tres Náyades danzando alegremente.<br />

Se enamoran las tres del joven bello,<br />

Y a él se acercan, lo llaman, una el cuello<br />

La enlaza con los brazos y lo atrae,<br />

Y de las Ninfas en los brazos cae;<br />

Hércules en las playas, entretanto,<br />

Su ausencia llora con acerbo llanto.<br />

189<br />

Hilas*


*Ateneo.<br />

Son las fiestas de Eleusis; y Frinea<br />

De pie en su carro de marfil y de oro,<br />

Flotante los cabellos, el tesoro<br />

De su divina desnudez pasea.<br />

Ella va al mar que en lontananza albea;<br />

Cruza entre el pueblo cual fugaz meteoro,<br />

Y la artística Grecia aplaude en coro<br />

De sus grandes beldades la presea.<br />

Y llega al mar; el carro y los corceles<br />

Abandona del mar junto a la orilla<br />

Y se hunde en él; sorprende al punto Apeles<br />

El cuerpo hermoso que en las ondas brilla,<br />

Y copian de esa humana maravilla,<br />

Venus del mar saliendo, sus pinceles.<br />

190<br />

Frinea*


*Ibi iunta iuga resolvens Cybele leonibus.<br />

Catullus. Carmen LXIII, 76.<br />

Cuando Atis, ya mujer, en la ribera<br />

Del mar de Frigia se lamenta en vano,<br />

Uno de sus leones soberano<br />

Cibeles suelta en rápida carrera;<br />

Ve y castígalo tú, dice; y la fiera<br />

El cuello enarca, y con furor insano<br />

Ruge, salta, destroza, cruza el llano,<br />

Difundiendo el espanto por doquiera.<br />

Atis mira al león, calla y medrosa<br />

Huye hacia el bosque. El cimbalo sonoro<br />

Y el atambor resuenan, de la diosa<br />

Marcha hacia el templo, por la selva, el coro;<br />

Y a Atis llevan en triunfo, delirantes,<br />

Coronadas de hiedra las Bacantes.<br />

191<br />

Atis*


Jamás mujer alguna por su amante<br />

Tan querida en el mundo se creyera,<br />

Cuanto con alma y vida amada fuera<br />

Lesbia por su Catulo en todo instante.<br />

Jamás un hombre fiel guardó constante<br />

Su promesa amorosa, cual sincera<br />

Lo ha sido por mi parte la primera<br />

Promesa que a tus pies juré anhelante.<br />

Mas idas ya mis ilusiones fueron;<br />

Que aunque hoy mudar de condición resuelvas,<br />

Mi bondad y tus culpas nos perdieron;<br />

Pues ya estamos, ¡oh Lesbia! de tal modo,<br />

Que ni puedo estimarte aunque al bien vuelvas,<br />

Ni dejar de quererte aunque hagas todo.<br />

*Ut iam nece bene velle Quetta timi, si optima fias,<br />

Nece desistere amare, omnia si facias.<br />

Catullus, Carmen LXXV<br />

192<br />

A Lesbia*


*Pan deus Arcadice venit,<br />

Virgilius, Égloga X, 26<br />

De los rayos huyendo abrasadores<br />

Del ardoroso sol del mediodía<br />

Cruzaban la boscosa serranía,<br />

Sus cabras custodiando, dos pastores.<br />

Bajo un pino, y oyendo los rumores<br />

De un arroyuelo que a sus pies corría,<br />

Entrambos celebraban a porfía,<br />

Al son de sus avenas, sus amores.<br />

Mas no hubo vencedor, porque pasmados<br />

Quedáronse los dos; sonar oyeron<br />

Dulcísima zampoña, percibieron<br />

Saltar llenos de gozo a sus ganados,<br />

Y que era Pan en su terror creyeron,<br />

Pan, que habita de Arcadia los collados.<br />

193<br />

Pan y los pastores*


*Chromis et Mansyllos in antro<br />

Silenus pueri commo videre iacentem.<br />

Virgilius. Égloga VI, 13.<br />

Custodiando su grey por los alcores,<br />

A Sileno hallan Cromis y Mnasilo,<br />

Dormido y ebrio en su secreto asilo,<br />

Cántaro en mano y con la sien sin flores.<br />

Egle llega y auxilia a los pastores,<br />

Y lo atan entre todos con sigilo;<br />

Mas Sileno despiértase, y “el hilo<br />

Desatadme” les dice con clamores;<br />

“Cumpliré de cantaros la promesa;<br />

A Egle, mi amor un premio le asegura”.<br />

La amenaza al oír, Egle traviesa.<br />

A castigar la ofensa se apresura;<br />

Moras recoge y con su roja tinta<br />

La cara y sienes a Sileno pinta.<br />

194<br />

Sileno*


*Audit in exesa stridorem examinis ulmo.<br />

Ovidius, F, III, 747.<br />

Por los bosques Sileno andaba errante<br />

Y oyó zumbido extraño en sus orejas;<br />

Los ojos levantó, frunció las cejas<br />

Y un panal vio en un olmo no distante.<br />

Beber quiso la miel; creyó arrogante,<br />

Por lo ágil, él con Pan correr parejas<br />

Y sobre su asno alzóse; las abejas<br />

Frente y ojos le pican al instante.<br />

El las sierpes aladas se sacude,<br />

Mas vacila y desplomarse en el cieno;<br />

Con los sátiros, Baco pronto acude,<br />

Y lo alzan; y al mirarse de reojo,<br />

Se ríen contemplando al buen Sileno<br />

Marchar a tientas, dolorido y cojo.<br />

195<br />

Sileno*


*Ecce Rubens rauco Sileni vector asellus<br />

Intempestivos edidit ore sonos.<br />

Ovidius, F. I, 333.<br />

En las báquicas fiestas, Priapo un día<br />

De una Ninfa prendóse; desdeñosa<br />

Ella burló la súplica amorosa<br />

Y él redobló con ansia su porfía.<br />

Al antro do la Ninfa se escondía,<br />

Priapo entró, con marcha cautelosa;<br />

Y ante él vio un cuerpo de alabastro y rosa<br />

Que desnudo, en el césped se extendía.<br />

Inclínase y la besa, y a su seno<br />

Iba ansioso a estrecharla, cuando oyóse<br />

Un rebuzno del asno de Sileno.<br />

La Ninfa de su sueño despertóse,<br />

Y al ver a Priapo de lujuria lleno,<br />

Saltó y al bosque alígera escapóse.<br />

196<br />

Priapo*


Suelta al aire blonda cabellera,<br />

Atalanta, cual flecha voladora,<br />

Corre veloz y la extensión devora<br />

Sin que nadie la alcance en la carrera.<br />

Solo Hipomenes competir espera;<br />

Que de ella en el estadio se enamora,<br />

Y ella ofrece, ¡promesa tentadora!<br />

Ser de aquel que en la lucha la venciera.<br />

Los dos rápidos corren: Atalanta<br />

A Hipomenes prestísima adelanta;<br />

Él las pomas le tira, y ella absorta<br />

Va tras ellas, las coge, el paso acorta….<br />

Él la aventaja, hasta la meta llega,<br />

Y ella vencida al vencedor se entrega.<br />

*Preterita est virgo; duxit sua proemia Victor.<br />

Ovidius, Met. Lib. X, 680.<br />

197<br />

Atalanta*


Donde ahora un pastor indiferente<br />

Trepa ligero con segura planta<br />

Si alguna de sus cabras se adelanta<br />

Al subir del collado la pendiente;<br />

Entre el bosque de olivos, do la frente<br />

Del ameno Lucretil se levanta,<br />

Y mas que el hebreo pura, brota y canta<br />

De aguas salubres cristalina fuente;<br />

Allí Horacio vivió; y allí tendido<br />

A la sombra de un álamo frondoso,<br />

Coronada de rosas la cabeza,<br />

De Asirio nardo con la esencia ungido,<br />

Llenas las copas de Falerno humoso.<br />

Canto el amor y el vino y la belleza.<br />

*Fons eliam rivo dare nomen idoneus uc nec<br />

Frigidior Thracam, nec purior ambiat Hebru.<br />

Horatius Epist. XVI, 12, Lib.<br />

198<br />

A Horacio*


Aunque tronco soy yo de árida encina,<br />

Los dueños de dos predios que se tocan,<br />

Para vivir en paz, cual dios me invocan.<br />

Cuando la mies en su heredad germina,<br />

Entrambos a la gente campesina,<br />

Para mi fiesta celebrar, convocan;<br />

Y me alzan un altar, junto a él colocan<br />

Leños ardiendo y agua cristalina;<br />

Trigo en la llama arrojan por tres veces,<br />

Y dulce miel me ofrendan, vino y flores;<br />

Mas cuando ansían compensar con creces<br />

La paz que mi firmeza les depara,<br />

Un cordero de aquellos labradores<br />

En mi honor riega con su sangre el ara.<br />

*Termine, sive lapis, sive es defossus in agro,<br />

Stipe ab anticues, sic quoque numen habes.<br />

Ovidius, F, II 641.<br />

199<br />

Término*


*Hic vivim mihi caespitem, hic<br />

Vertbenas, pueri, ponite turaque.<br />

Horatius, Carmen XIX, Lib. III.<br />

Venus, que en Chipre reinas, de Cinara<br />

Haz tú que el duro pecho en blanda cera<br />

Para mi bien se torne, o que esta hoguera<br />

Se extinga do en amores me abrasara.<br />

Con vivo césped el altar prepara,<br />

Esclavo; torna ya la Primavera;<br />

Pon aquí incienso y vino; la cordera<br />

De rojo tiña con su sangre el ara.<br />

Yo habré de hacer en tu loor cada año<br />

Un sacrificio igual, y la primicia<br />

Tendrás tú de mis campos, las mejores<br />

Ovejas te daré de mi rebaño;<br />

Mas vence su rigor, séme propicia<br />

¡Oh Venus, madre cruel de los Amores!<br />

200<br />

Mater saeva cupidinum*


* Mollibit aversus Penates/<br />

Farre mio et saliente pica.<br />

Horatius, Carmen XXII, LIb. III<br />

¡Oh Fidile! Si al pie de los altares,<br />

En cada luna nueva, al cielo alzados<br />

Los dos ojos, ofreces ya mezclados<br />

Centeno y sal para aplacar tus lares;<br />

No tus videos y mieses los azares<br />

Temerán del otoño, y preservados<br />

Doquier de malas yerbas, tus ganados<br />

Verás reproducidos a millares.<br />

No han menester los dioses sacrificios<br />

Donde una hostia inocente se inmolara<br />

Para a tus votos ser siempre propicios;<br />

Llegar con manos puras hasta el ara,<br />

Implorar con fervor sus beneficios<br />

Y dar humilde ofrenda, te bastara.<br />

201<br />

A Fidile*


*Bacche, fave vati, dum tua festa cano.<br />

Ovidius, F. III, 614<br />

Las flautas hoy y el címbalo sonoro<br />

Resuenan en tu honor, y las bacantes<br />

Coronadas de hiedra y los danzantes<br />

Sátiros tras de ti marchan en coro.<br />

De tus campos te ofrecen el tesoro<br />

Los labradores de tu culto amantes,<br />

Y de su vid los jugos embriagantes<br />

Y panales de miel color de oro.<br />

Si de las uvas, Baco, el dulce jugo<br />

Tú el primero exprimiste, y si a ti el duelo<br />

Con el del hombre disipar te plugo.<br />

Mis votos oye y mírelos colmados;<br />

Fecundo haz tú para la vid mi suelo<br />

Y no niegues la sombra a mis collados.<br />

202<br />

Liberalia*


*Fruges lustramos et agros.<br />

Tibullus, E. I. Lib. II<br />

Sus dones brinda ya la Primavera;<br />

Los frutos y los campos hoy lustremos,<br />

Y a la tierra y a Ceres consagremos<br />

De las rubias espigas la primera.<br />

Desuncid el arrado; en la pradera<br />

Con pámpanos a Liber coronemos;<br />

Todos al ara en procesión llevemos,<br />

Ya de blanco vestidos, la cordera.<br />

Cuidad de nuestras vidas los racimos,<br />

¡Oh dioses! Preservad nuestros ganados<br />

De lobos carniceros, y que opimos<br />

Frutos lleguen a dar nuestros sembrados;<br />

Puro el pecho ante el ara os lo pedimos;<br />

De olivo los cabellos coronados.<br />

203<br />

Ambarvalia*


*Dulci digne mero non sine floribus<br />

Cras donaberis haedo.<br />

Horatius, Carmen XIII, Lib. III<br />

Ninfas, dejad el agua de la fuente<br />

Y desnudas venid en torno mío;<br />

Mezclad vuestro gracioso vocerío<br />

Al rumor de cristal de la corriente;<br />

Vino verted en la onda transparente;<br />

Guirnaldas arrojad; que incienso pío<br />

Arda sobre el altar y que el gentío<br />

La hostia traiga aquí solemnemente.<br />

Así por verde encina resguardados<br />

Puedan en los calores estivales<br />

A la tropa infantil de mis ganados<br />

Brindar grata frescura tus cristales,<br />

Y que sean de tu agua los rumores,<br />

Más dulces que a la grey a los pastores.<br />

204<br />

Fontanalia*


*Vetus ara multo<br />

Fumat odore.<br />

Horatius, Carmen, XVIII, Lib. III<br />

Vuelve ¡Oh Fauno! Al Lucrétil; por los prados<br />

Ya el coro de las Ninfas se pasea;<br />

Ven, recorre mis campos y que sea<br />

Tu retorno propicio a mis ganados.<br />

Alzan, en honor tuyo, en los collados,<br />

Altares los pastores de la aldea;<br />

Y en los altares el incienso humea,<br />

Ya a recibir las hostias preparados.<br />

Errantes vagan al azar las greyes,<br />

Van ociosos en ronda los pastores,<br />

Del aprisco al calor vence los bueyes<br />

Luciendo todos, en los cuernos, flores,<br />

Y al son del caramillo melodioso<br />

Baila en el campo el labrador dichoso.<br />

205<br />

Faunalia*


A la espalda el carcaj, la cabellera<br />

Intonsa y áurea desplegada al viento,<br />

Cruza Apolo el azul del firmamento,<br />

La cuadriga guiando en su carrera.<br />

Y va el carro avanzando por la esfera<br />

Hacia el zenit con raudo movimiento,<br />

Y lanzan los corceles con su aliento<br />

Llamas y luz de colosal hoguera.<br />

Los corceles en vano el dios retiene,<br />

Cuando van acercándose al Ocaso,<br />

Que rienda no hay que su carrera enfrene;<br />

Mas Tetis le abre a la cuadriga paso<br />

Y el oro que hierve en el crisol semeja<br />

La mar, cuando ella el horizonte deja.<br />

206<br />

Apolo


Ninfas desnudas en la selva hojosa<br />

Discurren por doquier alegremente,<br />

Y en su ronda, se acercan a una fuente<br />

Que mana entre las peñas rumorosa.<br />

Es la hora de la siesta bochornosa,<br />

Y el agua las invita y el ambiente<br />

Para hundir bajo la onda transparente<br />

Sus cuerpos que parecen nieve y rosa.<br />

Y se bañan…. mas vuelan en bandada,<br />

Cual palomas que asustan los milanos,<br />

Cuando a un Sátiro miran en acecho.<br />

De aquellas ninfas una, aprisionada<br />

Queda, al correr, del Sátiro en las manos;<br />

Y la presa él arrastra hasta su lecho.<br />

207<br />

Las ninfas y el Sátiro


En una fuente de argentino lecho<br />

Como cristal resplandeciente y fría,<br />

Que defiende del sol del mediodía<br />

Verde laurel, cual amoroso techo.<br />

Del frío de las aguas a despecho,<br />

Bañábanse con loca algarabía,<br />

Las Ninfas en la fuente cierto día,<br />

Cuando a un Fauno sorprenden en acecho<br />

Y saltan y al correr confusamente,<br />

Van desnudas del Fauno en seguimiento;<br />

Le apresan y tras lucha trabajosa<br />

Con estrépito arrójanle a la fuente.<br />

Mas después, fugitivas como el viento,<br />

Dispersas huyen por la selva umbrosa.<br />

208<br />

In fraganti


El circo esta, como jamás, henchido;<br />

La plebe aguarda de entusiasmo llena,<br />

Y del circo los ámbitos atruena<br />

De las fieras cercanas el rugido.<br />

Y un cristiano aparece; un alarido<br />

El pueblo lanza; hirsuta la melena,<br />

Glaucos los ojos, a la ardiente arena<br />

Salta un león del África. Un gemido.<br />

Escúchase tan solo, y al instante<br />

Del golpe rudo al formidable empuje<br />

Rodar vése al cristiano agonizante.<br />

La roja sangre el entusiasmo excita.<br />

Se alza el león sobre su presa, ruge,<br />

Y el pueblo aplaude y delirante grita.<br />

209<br />

El circo romano


Imagen bienhechora de la muerte,<br />

Dulce sueño tú das grato reposo<br />

Al alma, cuando aflojas generoso<br />

Del lazo de la vida el nudo fuerte.<br />

Por eso nadie a ti puede temerte;<br />

Que así das dichas nuevas al dichoso,<br />

Y de un peso libertas fatigoso<br />

A quien agobia la contraria suerte.<br />

Desdichado o feliz, de su existencia<br />

El bien mayor, el hombre te apellida:<br />

Porque tú, adormeciendo la conciencia,<br />

De la vida el objeto satisface;<br />

Que grata solo así le haces la vida,<br />

Que dulce solo así la muerte le hace.<br />

210<br />

El sueño


La boca que a besar Cloris me ofrece,<br />

Fruto es de estío de dulzura lleno,<br />

Que oculta entre su miel letal veneno;<br />

Quien la llega a besar, muerte padece.<br />

Y es una tentación; roja, parece<br />

Temprana flor cuando devuelve el seno;<br />

Y mientras más el apetito enfreno,<br />

Más el deseo de besarla crece.<br />

Mas, ¿qué mucho morir, si siempre vela<br />

La muerte tras nosotros en acecho<br />

Y por llevarnos a su reino anhela?<br />

Nadie a vida inmortal tuvo derecho;<br />

Pues dame un beso, Cloris; de esta suerte<br />

Como él tan dulce me será la muerte.<br />

211<br />

La boca de Cloris


Son color de oro viejo tus cabellos,<br />

Y como en tus dos ojos, dejan<br />

De oro viejo el color que tienen ellos.<br />

Y áureos por eso son tus ojos bellos,<br />

Y por su luz y su color semejan<br />

<strong>Dos</strong> soles en ocaso, que se alejan<br />

Circundados de vívidos destellos.<br />

Por eso áurea eres tú, y a tu cabeza,<br />

Color de hoja otoñal, esplendoroso<br />

Nimbo, como un encaje, la circunda.<br />

Áurea se mira así naturaleza<br />

Cuando del sol un rayo luminoso<br />

De grana y oro el horizonte inunda.<br />

212<br />

Áurea


Traducciones de Jose M. de Heredia<br />

[ 213 ]


D¨un vil silenciux, le grand cheval aile<br />

Soufflant de sus naseaux elargis l air qui fume,<br />

Les emporte avec un fremissement de plume<br />

A travers la Nuit bleu et l¨ether etoile.<br />

Ils vont. L¨afrique plunge au gouffre flegelle,<br />

Puis l¨asie… un desert…. Le Liban ceint de brume….<br />

Et voici qu¨apparait, toute Blanche d¨ecume,<br />

La mer mysterieuse ou voint sombrer helle<br />

Et vent gonfle ainsi que deux immenses voiles<br />

Les allies qui, Volant d¨etoiles en etoiles,<br />

Aux amants enlaces font un tiede berceau;<br />

Tandis que, Iceilau cielo u palpite leur ombre,<br />

Its voient, irradian du Helier au Verseau,<br />

Leurs Constellation poindre dans l¨azur somber.<br />

214<br />

Le ravissement d’Andromede


El gran caballo alado, con su vuelo silencioso,<br />

Lanzando sus narices un vaho que se esfuma,<br />

Los lleva dulcemente con un temblor de pluma,<br />

Por la azulada noche y el éter luminoso.<br />

Van; sumérgese el África en el abismo undoso,<br />

Asia…. Un desierto…. El Líbano ceñido por la bruma….<br />

Y después aparece, cubierto de alba espuma,<br />

Do Heles naufragó un día, el ponto misterioso.<br />

Cual dos inmensas velas, las alas palpitantes<br />

Hincha el viento, y le forman á aquellos dos amantes<br />

Tibia cuna, volando por célicas regiones;<br />

Y al cielo que refleja sus sombras vagarosas,<br />

La vista levantada, ven sus constelaciones,<br />

Desde Aries al acuario, brotando esplendorosas.<br />

215<br />

El rapto de Andrómeda


La maousse fut pieuse en fermant ses deux mornes;<br />

Car, Dans ce boirs inculte,il chercherait en vain<br />

La vierge qui versait le lait puer et vin<br />

Sur la terre au Beau nom dont il marqua les bornes.<br />

Aujourd¨huil le houblon, le lierre et les viernes<br />

Qui sënroulent autour de ce debris divin,<br />

Ignorant s¨il fut pan, faune, hermes ou silvain<br />

A son front motile tordent leurs vertes cornes,<br />

Vois. Lóblique rayon, le caressant encore,<br />

Dans sa face camuse a mis deux orbes d¨or;<br />

La vigne folle y rit comme une levre rouge;<br />

Et, prestige mobile, un murmure du vent,<br />

Les feuilles, lömbre errante et le soleil qui bouge,<br />

De ce marbre en ruine ont fait Dieu vivant.<br />

216<br />

Sur un marbre brisse


Cuando cerró sus ojos, piadoso el musgo era;<br />

Pues en el bosque inculto en vano buscaría<br />

La virgen que la leche y el vino ayer vertía<br />

Sobre la tierra en donde cual término estuviera.<br />

El cardo, el jaramago, la verde enredadera<br />

Que al divino fragmento se enlazan a porfía,<br />

Sin saber se antes Hermes, Silvano o Pan sería<br />

Su frente mutilada festonan por doquier.<br />

¡Mira! Un oblicuo rayo del sol que lento asoma,<br />

<strong>Dos</strong> globos de oro ha puesto sobre su cara roma;<br />

La vid loca allí ríe como un labio bermejo;<br />

Y del viento el murmullo: ¡prodigio sorprendente!<br />

Las hojas y la sombra, del sol áureo el reflejo,<br />

De aquel mármol en ruina han hecho un dios viviente.<br />

217<br />

A una estatua rota


*Nymphis aug. sacrum.<br />

L´autel git sous la ronce et l´herbe enseveli;<br />

Et la source sans nom qui goutte a goutte tombe<br />

D´un son plaintif emplit la solitaire combe.<br />

C´est la Nymphe qui pleure un eternal oublis.<br />

L´inutile miroir que ne ride aucun pli<br />

A peine est effleure par un vol de colombe<br />

Et la lune, parfois, qui du ciel noir surplombe,<br />

Seule, y reflete encore un visage pali.<br />

De loin en loin, un patre errante s´y desaltere.<br />

Il boit, et sur la dalle anticue du chemin<br />

Verse un peu d eau reste Dans le creux de sa main.<br />

Il a fait, malgre lui, le geste hereditaire,<br />

Et ses deux n´ont pas vu sur le cippe Romaní<br />

Le vase libatoire aupres de la patere.<br />

218<br />

La source*


*Nymphis aug. sacrum.<br />

Oculto el altar yace bajo la hierba ahora,<br />

Y la fuente sin nombre esparce en la pradera,<br />

Al caer gota a gota, su queja lastimera;<br />

Es del valle la Ninfa que eterno olvido llora.<br />

Una paloma, apenas, allí al volar, desflora<br />

Aquel espejo inútil que pliegue alguno altera;<br />

Y alguna vez la luna que en lo alto reverbera<br />

Sola, sobre él retrata su imagen incolora.<br />

Su sed calmar a veces allí a un pastor le place.<br />

Él bebe y del camino sobre la piedra, ufano,<br />

Vierte el agua que aun guarda el hueco de su mano.<br />

El gesto hereditario a pesar suyo él hace;<br />

Pero sin ver que al lado de la pátera, yace<br />

El vaso libatorio sobre el cipo romano.<br />

219<br />

La fuente*


L´Etna murit toujours la pourpre et l´or du vin<br />

Don’t l, Erigone antique enivra Theocrite;<br />

Mais celles dont la grace en ses vers fut ecrite,<br />

Le poete aujourd´hui les chercherait en vain.<br />

Perdant la purete de son profil divin,<br />

Tour a tour Arethuse esclave et favorite<br />

A mele dans sa veine ou le sang grec s´irrite<br />

La fureur sarrasine a Porgueil angevin.<br />

Le temps passe. Tou menurt. Le marbre meme s´use<br />

Agrigente n´est plus qu´une ombre, et Syrecuse<br />

Dort sous le bleu linceul de son ciel indulgent;<br />

Et seul le dur métal que l’amour fit docille<br />

Garde encore en sa fleur, aux medailles d’argent<br />

L´immortelle beaute des vierges de Sicile.<br />

220<br />

Medaille antique


Madura siempre el Etna la púrpura del vino<br />

Con que Erigona antigua a Teócrito embriagaba;<br />

Más esas cuyo encanto en versos celebraba,<br />

Hallar hoy no pudiera el bardo peregrino.<br />

Perdiendo la pureza de su perfil divino<br />

Ha mezclado Aretusa, favorita y esclava,<br />

En sus venas, do sangre de Grecia palpitaba,<br />

El furor sarraceno al orgullo angevino.<br />

Destruye el tiempo todo. El mármol se deshace,<br />

Se ve a Agrigento en ruinas, y Siracusa yace<br />

Bajo la azul mortaja de su indulgente cielo;<br />

Y sólo el metal guarda, vencida su dureza,<br />

De la flor de las vírgenes del Siciliano suelo,<br />

En medallas de plata, la espléndida belleza.<br />

221<br />

Medalla antigua


Aspiración del olimpo [7]<br />

MELANCOLÍAS [19]<br />

Melancolías [21]<br />

Melancolías 23<br />

Cubre al sol negra nube en la mañana 26<br />

Nostalgia 27<br />

Cinco de mayo 28<br />

Tu retrato 29<br />

Besos y lágrimas 31<br />

El Usumacinta 32<br />

Lucha 33<br />

Esperanza 34<br />

Mística 35<br />

En el álbum de Carmela 36<br />

Madrigal 38<br />

Tú y yo 39<br />

Cese tu pena cruel, calma tu duelo 41<br />

A ti 42<br />

Rubia y morena 44<br />

Te he llamado al sentir el incendio 45<br />

Penumbra 47<br />

¡Esa eres tú! 48<br />

Elegías 50<br />

Amanece 52<br />

Pasión 53<br />

Con mi retrato 54<br />

Felicia: tú eres la beldad criolla 55<br />

En el álbum de Leonor 57<br />

La muerte del bardo 59<br />

En un álbum 63<br />

Tristezas 65<br />

¡Adiós...! 67<br />

Año nuevo 69<br />

A mi madre 70<br />

Ausencia 71<br />

La partida 74<br />

ÍNDICE<br />

Ven... 75<br />

¿Conque, también, tu generoso brío? 76<br />

Desolación 78<br />

¿Y pudiste caer, al fin, herido? 79<br />

Gloria victis 80<br />

El Grijalva 81<br />

Hoja de álbum 82<br />

A Campeche 83<br />

A Yucatán 84<br />

Pax animae 85<br />

Post umbra 88<br />

¿Quo vadis? 89<br />

Fuiste como la tímida avecilla 91<br />

Postales [93]<br />

Les bijoux 95<br />

Violetas y jazmines 96<br />

Me dicen que a la par de tu hermosura 97<br />

De una tarjeta postal 98<br />

Rosada aurora de la mañana 100<br />

El exótico nombre 101<br />

PROCELARIAS [103]<br />

Dédicace [105]<br />

Sonetos [109]<br />

Procelarias 111<br />

Sursum 112<br />

Hacia el ideal 113<br />

Alma de lucha 114<br />

Redemptio 115<br />

Vindicación 116<br />

Pro Patria 117<br />

A Cuauhtémoc 118<br />

A la libertad 119<br />

Al pueblo 120<br />

A Hidalgo 121<br />

A Juárez 122<br />

A un tirano 123


A Roosevelt 124<br />

Al Czar de Rusia 125<br />

Al Japón 126<br />

Alba roja 127<br />

Al fanatismo 128<br />

A Dios 129<br />

A la verdad 130<br />

En derrota 131<br />

A mi esposa 132<br />

A mis hijos 133<br />

En plena vida 134<br />

A la vida 136<br />

Al sol 137<br />

En el campo 138<br />

Melancolía 139<br />

Tregua 140<br />

Y es un canto de amor el que me pides 141<br />

Al amor 142<br />

Al dolor 143<br />

A la muerte 144<br />

Al arte 145<br />

A la belleza 146<br />

Así, la vida... 147<br />

Cuando yo muera 148<br />

Sic sémper 149<br />

Gloriosa juventud la que levanta 150<br />

Contrastes 151<br />

Composiciones varias [153]<br />

A Mérida 155<br />

¡Oh poeta excelso! 163<br />

Morir, y joven... 167<br />

Bien hayas, tú, que llevas 169<br />

A la juventud 173<br />

Tu belleza 176<br />

A una ausente 177<br />

Presentida 178<br />

Tropical 180<br />

MUSA ANTIGUA [183]<br />

Poemas [185]<br />

Eros 187<br />

La siesta de Pan 188<br />

Hilas 189<br />

Frinea 190<br />

Atis 191<br />

A Lesbia 192<br />

Pan y los pastores 193<br />

Sileno 194<br />

Sileno 195<br />

Priapo 196<br />

Atalanta 197<br />

A Horacio 198<br />

Término 199<br />

Mater saeva cupidinum 200<br />

A Fidile 201<br />

Liberalia 202<br />

Ambarvalia 203<br />

Fontanalia 204<br />

Faunalia 205<br />

Apolo 206<br />

Las ninfas y el Sátiro 207<br />

In fraganti 208<br />

El circo romano 209<br />

El sueño 210<br />

La boca de Cloris 211<br />

Áurea 212<br />

Traducciones de Jose M. de Heredia [213]<br />

Le ravissement d’Andromede 214<br />

El rapto de Andrómeda 215<br />

Sur un marbre brisse 216<br />

A una estatua rota 217<br />

La source 218<br />

La fuente 219<br />

Medaille antique 220<br />

Medalla antigua 221


Andrés Granier Melo<br />

Gobernador Constitucional del Estado de Tabasco y Presidente Honorario de la Comisión Organizadora para<br />

la conmemoración del Bicentenario de la Independencia Nacional y del Centenario de la Revolución Mexicana<br />

Humberto Mayans Canabal<br />

Secretario de Gobierno y Presidente del Consejo Consultivo de la Comisión<br />

Organizadora del Estado de Tabasco, para la conmemoración del Bicentena-<br />

rio de la Independencia Nacional y del Centenario de la Revolución Mexicana<br />

Norma Cárdenas Zurita<br />

Directora General del Instituto Estatal de Cultura y Vocal Ejecuti-<br />

vo del Consejo Consultivo de la Comisión Organizadora del Esta-<br />

do de Tabasco, para la conmemoración del Bicentenario de la Inde-<br />

pendencia Nacional y del Centenario de la Revolución Mexicana<br />

Vicente Gómez Montero<br />

Director Editorial y de Literatura


Dirección Editorial y de Literatura<br />

Vicente Gómez Montero, Dirección Editorial y de Literatura; Héc-<br />

tor de Paz, Departamento Editorial; Víctor Gerardo Grajeda Vargas,<br />

Coordinación de Literatura; Francisco Magaña, Coordinación de Ta-<br />

lleres Literarios; Roberto Montero Félix, Administración; Antonio<br />

Alberto Mora, Edición y Corrección; Erik Guerrero, Diseño; Elia<br />

Hernández Hernández y Raúl López de la Cruz, Apoyo Técnico.<br />

Este libro se terminó de imprimir el jueves 30 de diciembre de 2010 en los ta-<br />

lleres de Grupo Profesionales Gráficos de México (Programe). Avenida Jardín.<br />

Número 258. Colonia Tlatilco. Delegación Azcapotzalco. México, Distrito Fe-<br />

deral. Código Postal 02860. Teléfonos 5355-7633 y 5355-7839. Extensión 110.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!