Escucha pequeño hombrecito - Indymedia Argentina
Escucha pequeño hombrecito - Indymedia Argentina
Escucha pequeño hombrecito - Indymedia Argentina
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Es verdad que intento destruir los ideales que construyes a costa de ignorar tu buen sentido y tu capacidad mental,<br />
<strong>pequeño</strong> <strong>hombrecito</strong>. Sólo deseas la imagen irreal de tu esperanza eterna en un espejo donde no te será posible<br />
alcanzarla, pero sólo armado con la verdad podrás tener la Tierra en tus manos.<br />
"¡Expúlsenlo del país! ¡Es un saboteador de la tranquilidad y el orden. Es espía a sueldo de nuestros enemigos de<br />
siempre. Compró una casa con el oro de Moscú (¿o sería de Berlín?)!"<br />
Tú no entiendes nada, <strong>pequeño</strong> <strong>hombrecito</strong>. Era una vez una viejecilla que tenía miedo de las ratas. Era mi vecina y<br />
sabía que yo tenía ratones en el laboratorio instalado en mi sótano. Tenía miedo de que los ratones se le treparan por<br />
las faldas y por entre las piernas, miedo que no tendría si hubiera conocido la alegría del amor. Eran esos ratones los<br />
que utilizaba para intentar entender el proceso de putrefacción que hay en tu cáncer, <strong>pequeño</strong> <strong>hombrecito</strong>. Pues<br />
sucedió que eras mi casero y que la mujercilla en cuestión te pidió que me echaras a la calle, cosa que tú, armado con<br />
todo tu gran coraje, tu elevado idealismo y tu riqueza ética, hiciste de buena gana. Tuve, pues, que comprar una casa<br />
para poder continuar observando los animales en tu provecho, sin que pudieras venir a perturbarme con tu cobardía. ¿Y<br />
que más aconteció después de esto, <strong>pequeño</strong> <strong>hombrecito</strong>? Como delegado de Justicia, ambicioso y mezquino, deseoso<br />
de usar mi reputación de hombre peligroso para promover tu carrera, me denunciaste como espía alemán o ruso y<br />
conseguiste que la acusación me llevara a prisión. Pero valió la pena asistir a tu perturbación y vergüenza, durante el<br />
juicio. Llegué a tener pena de ti, pobre funcionarillo público, tan miserable era tu presencia. Y los agentes secretos<br />
que enviaste a mi casa, en busca de "material de espionaje", no parecían particularmente respetuosos de tu persona.<br />
Te encontré más tarde en la persona de un <strong>pequeño</strong> juez de Bronx, que albergaba la frustración de no haber alcanzado<br />
todavía lugar en las más altas esferas. Me acusaste entonces de poseer libros de Lenin y de Trotsky en mi biblioteca. Ni<br />
siquiera sabes para qué sirve una biblioteca. Te dije entonces que podrías encontrar a Hitler, Buda, Goethe, Cristo,<br />
Napoleón y Casanova. Porque tal como intenté explicarte, la peste emocional debe conocerse en su génesis y en todas<br />
sus formas, lo que parece sorprenderte, juececillo.<br />
"¡Préndanlo! ¡Es un fascista! ¡Desprecia al pueblo!"<br />
Tú no eres el "pueblo", <strong>pequeño</strong> <strong>hombrecito</strong>. Eres tú quien desprecia al pueblo, puesto que prefieres asegurar tu<br />
carrera, en lugar de defender sus derechos. Muchos fueron los grandes hombres que te lo dijeron, hombres que nunca<br />
escuchaste ni leíste. Forma parte de mi respeto por la gente, exponerme al peligro de decirles la verdad. Podría jugar<br />
al Bridge contigo o intercambiar algunos chistes, pero nunca me sentaré a tu mesa, porque tú eres un defensor<br />
impotente de los Derechos Humanos.<br />
"¡El hombre es trotskista! ¡Agárrenlo! ¡Es un agitador del pueblo, maldito comunista!"<br />
Yo no agito al pueblo, pero sí tu confianza en ti, en tu humanidad, y es eso lo que te es difícil de soportar. Porque<br />
aquello que de verdad deseas es un mayor número de votos, o tu promoción social, o un asiento en la Cámara, o ser<br />
simplemente el jefe de todos los proletarios. Tu justicia y tu mentalidad de dictador son la cuerda que amarra el<br />
progreso del mundo. ¿Qué le hiciste a Wilson? Ese grande y querido Wilson. Para ti, juez de Bronx, era apenas un<br />
"idealista loco"; para ti, futuro jefe de todos los proletarios, era un "explotador del pueblo". Lo asesinaste, <strong>pequeño</strong><br />
<strong>hombrecito</strong>, con tu indolencia, tu ignorancia y tu miedo a la esperanza.<br />
Casi me asesinas a mi también, <strong>pequeño</strong> <strong>hombrecito</strong>.<br />
¿Te acuerdas de mi laboratorio, hace dos años? Entonces eras un simple asistente, estabas desempleado y me habías<br />
sido recomendado como un socialista eminente, miembro de un partido gubernamental. Recibiste un buen salario y<br />
eras libre, en el pleno sentido de la palabra, te incluí en todas mis deliberaciones, porque creí en ti y en tu "misión" ¿Te<br />
acuerdas de lo que pasó? La libertad se te subió a la cabeza. Durante días, te vi paseando, fumando tu pipa, sin hacer<br />
literalmente nada y sin que yo entendiese por qué. En la mañana, cuando llegaba al laboratorio, esperabas con aire<br />
provocador que yo fuese el primero en saludarte. Yo gusto de saludar primero a las personas, <strong>pequeño</strong> <strong>hombrecito</strong>,<br />
pero si esperas a que yo lo haga, eso lo aborrezco porque en tu entendimiento de las cosas yo soy tu "superior<br />
jerárquico" o tu "patrón". Te dejé abusar de tu libertad durante algunos días y después me decidí a tener una plática<br />
contigo. Admitiste entonces, con lágrimas en los ojos, que no sabías que hacer, integrado a este nuevo sistema. No<br />
estabas habituado a la libertad. En tu anterior lugar de trabajo ni siquiera tenías autorización para fumar delante de tu<br />
jefe; se partía del principio de que sólo abrías la boca cuando te dirigieran la palabra, a ti, futuro jefe de todos los<br />
proletarios. Y cuando te encontraste en la libertad genuina tu actitud fue de impertinencia y provocación. Te entendí y<br />
te conservé en el lugar. Poco tiempo después te despediste y fuiste a decir todo lo que sabías de mis experiencias a un<br />
20