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Santiago Carlos Oves Buenos Aires 2213 - 14 impresión que no cesó cuando llegué a mi apartamento y que continuó hasta el preciso momento en que conecté mi pastsueño. Me costó un tiempo acostumbrarme. En realidad mi pastsueño apareció desde el primer día, pero cuando me despertaba no podía recordarlo. Me resultaba muy difícil incorporarlo como recuerdo, pero nunca me invadió la desesperanza ni el deseo de abandonarlo. Al contrario, cada noche obtenía una parte que agregaba a las otras y así pude hacerlo totalmente mío. Era un bosque de árboles altos. El sol se filtraba entre las ramas, pero el lugar permanecía algo oscuro. El suelo estaba cubierto por hojas secas que crujían a medida que avanzaba. Sentado en un tronco caído estaba triste, un hombre monstruoso, alto, pálido. Me miró como si me esperara. Se presentó con el nombre de Boris Karloff, y me dijo que en un tiempo lejano lo había creado una especie de biólogo obsoletos, como si fuesen mercados abandonados. Seguramente los deadhs debieron
Santiago Carlos Oves Buenos Aires 2213 - 15 llamado Frankestein. Que aquel biólogo tenía la teoría de crear vida de los muertos, y que él había sido el resultado de los injertos de aproximadamente treinta mil cadáveres. Que muchos de los muertos que estaban en su piel habían sido torturados con electricidad en la boca, en las encías, en los genitales, mientras que otros habían sido encapuchados, molidos a palos y limpiados hasta perder el nombre e imponerles el olvido. Que cada tanto extraía de su cuerpo alguna bala olvidada que aún le causaba dolor; igual que cuando descubría una nueva cicatriz e intentaba acariciarla. Y mientras el monstruo hablaba, yo permanecía en silencio. Después, cuando se callaba la lejanía se metía en sus ojos y así se quedaba durante un buen rato. A mi no se me ocurría otra cosa que preguntar por qué. Entonces me despertaba. Esto me pasó durante setenta y siete días. Intrigado, casi desesperado por lo que movilizaba en mí aquel pastsueño, ser sus pobladores.
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