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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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134 DIARIO DE JORGE FOX<br />

En esto el juez empezó a hacer un gran discurso, diciendo<br />

como él representaba la persona del Protector, que lo había<br />

hecho justicia mayor de Inglaterra, mandándolo de un lugar<br />

a otro para presidir los tribunales de justicia; y al decir esto<br />

le pedimos que nos hiciera justicia por el encarcelamiento que<br />

sin razón habíamos sufrido por nueve semanas. Mas en lugar<br />

de hacerlo así, presentaron una acusación en contra nuestra,<br />

que ellos mismos habían fabricado: acusación, tan extraña y<br />

tan llena de mentiras, que creí era en contra de los ladrones.<br />

Que nosotros habíamos, "entrado en la sala del tribunal de una<br />

manera hostil y por la fuerza de las armas," siendo los otros<br />

los que así entraron. Les dije que era falso y continuamos<br />

protestando de la injusticia de nuestro encarcelamiento, y de<br />

que, sin motivo alguno, el mayor Ceely nos hubiera detenido<br />

cuando íbamos de viaje. Entonces, Pedro Ceely, habló al juez<br />

y le dijo, "Con vuestra licencia, mi señor, sabed que este hombre<br />

(señalándome) yendo conmigo, me habló de cuan útil podría yo<br />

serle para sus designios; que en una hora podía levantar<br />

cuarenta mil hombres que, inundando la nación de sangre,<br />

traerían al rey Carlos; y quise yo ayudarle a salir de la<br />

nación, mas él no quiso irse: Y si queréis, mi señor, tengo<br />

testigos que jurarán cuanto he dicho," por donde llamó a sus<br />

testigos. Mas viendo yo que el juez no se disponía a interrogarlos,<br />

quise que tuviera a bien dejar que se leyera, en la sala<br />

del tribunal, para que todos lo oyeran, mi auto de prisión, en<br />

el que se ponía de manifiesto el crimen por el cual me mandaban<br />

a la cárcel. Dijo el juez que no sería leído; dije yo que<br />

debía de serlo, ya que me concernía en cuanto a mi libertad y<br />

a mi vida: mas el juez volvió a decir, "No se leerá," y yo<br />

insistí "Se tiene que leer porque de haber yo cometido algo que<br />

merezca la muerte o la prisión, quiero que todos lo sepan."<br />

Entonces viendo que no estaban dispuestos a leerlo, dije a uno<br />

de mis compañeros, también preso, "Tú tienes una copia, léela<br />

en alta voz," y el juez dijo, "No se leerá," y añadió, "Carcelero,<br />

lleváoslo, que veremos si él o yo es aquí el que manda." Me<br />

llevaron, y al cabo de un rato me llamaron otra vez; y volviendo<br />

a clamar por que se leyera el auto de prisión, en virtud del cual<br />

me condenaban, exigí a Guillermo Salt, a que lo leyera. Lo leyó, y<br />

el juez, magistrados y todo el tribunal estuvieron silenciosos,<br />

porque la gente estaba ansiosa de oírlo. Era como sigue.

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