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Ejercicios espirituales del Cardenal Bergoglio a los obispos ...

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El Señor nos reprende por <strong>los</strong> miedos que provienen de nuestra falta<br />

de fe<br />

En el pasaje de la tempestad calmada, <strong>los</strong> discípu<strong>los</strong> despiertan al Señor con un<br />

grito de reclamo: «¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos? ». El Señor, luego<br />

de calmar la tormenta, <strong>los</strong> calma a el<strong>los</strong> con un reproche cariñoso y aleccionador:<br />

«¿Por qué tanto miedo? ¿Cómo no tienen fe?» (Mc 5, 35-41). De nuevo <strong>los</strong><br />

calmará cuando se fatigaban remando con viento en contra, yendo hacia el<strong>los</strong> por<br />

el agua: «Ánimo! Soy Yo, no teman» (Mc 6,45-52).<br />

El Señor, reprochándoselo, les hace conectar su miedo con su falta de fe. Quiere<br />

persuadir<strong>los</strong> que Él es más que la prueba, que las dificultades, que la tentación.<br />

Pienso que esto se repite entre nosotros: por miedo caemos en pecado. Así por<br />

ejemplo, hay pastores que no cumplen su misión porque tienen miedo de caer en el<br />

autoritarismo.<br />

Otros, por temor a que pueda haber pecadores en su comunidad, cometen el pecado<br />

de no comprender y de no esperar. A veces, por miedo a no triunfar en la<br />

conducción, tratamos de sacarnos de encima al súbdito difícil. O por miedo a pasar<br />

un mal trago vamos tapando y dejando pasar cosas que luego se convierten en<br />

escándalo mayor.<br />

El miedo hace ver fantasmas, hasta el punto de que a veces el Señor mismo es<br />

quien se nos aparece y lo confundimos con un fantasma. La fe, en cambio, nos<br />

serena y nos fortalece, evitando las reacciones compulsivas propias <strong>del</strong> miedo:<br />

tanto las de cobardía como las de temeridad (porque el miedo a veces se disfraza<br />

de bravura y nos hace cometer pecado de temeridad allí donde debió existir cautela<br />

evangélica; cfr. Mc 14,29, cuando el Señor corrige la temeridad de Pedro, que<br />

afirma que nunca se escandalizará de él).<br />

Cuando Pablo VI nos hablaba <strong>del</strong> esfuerzo orientado al anuncio <strong>del</strong> Evangelio a <strong>los</strong><br />

hombres de nuestro tiempo, nos señalaba una de las realidades nuestras más<br />

notorias: «Exaltados por la esperanza, pero a la vez perturbados con frecuencia por<br />

el temor y la angustia» (Ev. Nunt.1). Esperanzas y temores se entrelazan incluso en<br />

nuestra vida de apóstoles, en <strong>los</strong> momentos en que hemos de decidir por<br />

modalidades de nuestro trabajo. No podemos arriesgarnos a decidir sin el<br />

discernimiento de esos temores y esperanzas, porque lo que se nos pide es nada<br />

menos que «en estos tiempos de incertidumbre y malestar cumplamos (nuestro<br />

ministerio sacerdotal) con creciente amor, celo y alegría» (Ev. Nunt.l), y esto no<br />

se improvisa.

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