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Ejercicios espirituales del Cardenal Bergoglio a los obispos ...

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sienten que son <strong>los</strong> únicos fieles a la riqueza de la tradición o se sienten maestros<br />

infalibles de sus hermanos». Este espíritu de suficiencia nace <strong>del</strong> Malo, <strong>del</strong> padre<br />

de la mentira quien–por ese camino– va llevando a la Iglesia al desmembramiento,<br />

la división, las tensiones... porque ciertamente «las tensiones se originan con<br />

frecuencia por el pretendido derecho a la exclusividad de la verdad y de la<br />

santidad. La paz sólo se da entre corazones disponibles; y la disponibilidad supone<br />

la pobreza» (el no tener «cosas acquisitas»).<br />

Mi poder y mi inamovilidad<br />

Y aquí tocamos otra «cosa acquisita»: Mi poder. Cuando quiero tener, en mi acción<br />

pastoral, un poder que no es precisamente el poder que me dio Jesucristo. O<br />

alquilando poderes a otros «señores», o creyendo que la acción pastoral debe estar<br />

totalmente desposeída de poder. Cualquiera de estas dos posturas nos aleja <strong>del</strong><br />

poder real con que nos misionó el Señor: bautizar, enseñar la doctrina, ayudar a<br />

cumplirla, bendecir, curar, perdonar... (cfr. Mt28,19-20; Jn20,22-23; Mc 16,15-18).<br />

Mi inamovilidad ya sea local o de actitud, puede resultar otra de las «cosas<br />

acquisitas» que me apartan <strong>del</strong> total servicio <strong>del</strong> Señor. Ese «yo obedezco, pero<br />

dentro de este perímetro, de esta diócesis, de este lugar». Esto ataca a la raíz misma<br />

de la institución, porque privilegia mi comodidad estática al siempre molesto pero<br />

fecundo «ser enviado en misión».<br />

Bueno, podríamos seguir enumerando «cosas acquisitas», y catalogándolas. Cada<br />

uno busque en su corazón (porque ése es el camino) dónde tiene su tesoro, su cosa<br />

acquisita. Y, junto con esas cosas, recuerde la otra adquisición, la que nos ganó<br />

Jesucristo, ese «pueblo adquirido para pregonar las excelencias <strong>del</strong> que os llamó de<br />

las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedr 2, 9), recordemos esos rostros concretos<br />

de nuestra diócesis que nos fueron encomendados para el pastoreo... y comparemos<br />

las dos adquisiciones: la de mi corazón mezquino y la adquisición <strong>del</strong> Señor. Y así,<br />

decidamos.<br />

Nos hará bien recordar que toda «cosa acquisita» atenta contra la unidad de la<br />

Iglesia, divide para confundir. Lo que nos separa de la armonía <strong>del</strong> Cuerpo de la<br />

Esposa de Cristo es siempre algo mezquino que queremos conservar para nosotros.<br />

En cambio, el esfuerzo constante por la concordia y la unidad ahuyenta al demonio<br />

de la división y nos fortalece en nuestra pertenencia a la Iglesia. San Ignacio de<br />

Antioquia lo recordaba a sus Efesios (cap. 13): «Procurad reuniros con más<br />

frecuencia para celebrar la eucaristía y la alabanza divina. Cuando os reunís con

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