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Ejercicios espirituales del Cardenal Bergoglio a los obispos ...

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moral y físico. Olvidamos que el camino cristiano se mide no sólo con el metro <strong>del</strong><br />

trayecto recorrido, sino con el de la magnitud de la lucha, con el de la dificultad de<br />

<strong>los</strong> obstácu<strong>los</strong> superados y con el de la ferocidad de <strong>los</strong> asaltos a <strong>los</strong> que ha<br />

resistido.<br />

Por eso el juicio sobre la vida de fe de hoy es complejo. No es suficiente valorar<br />

las estadísticas sociológicas –el aspecto cuantitativo de cuántos cristianos, cuántos<br />

practicantes, etc.–, sino que hay que tener presente la lucha tal vez dramática por la<br />

fe y el Evangelio que un cristiano debe sostener cada día para continuar creyendo,<br />

obrando evangélicamente, o al menos resistiendo contra la incredulidad. La<br />

meditación de las dos banderas nos enseña que el Señor nos ve como su pueblo en<br />

lucha contra el enemigo, y por eso tiene compasión, nos anima, nos sostiene y<br />

consuela. El Señor es un Sumo Capitán que da coraje a <strong>los</strong> suyos en la batalla y<br />

continuamente reanima y conforta, porque sabe cuán dura es la lucha y cuán<br />

despiadado y astuto el enemigo. La alegría de estar luchando codo con codo con el<br />

Señor, evita muchas frustraciones ligadas a un concepto de tipo empresarial de la<br />

«gestión» pastoral. Debemos pedirle al Señor esta percepción dramática de la vida<br />

cristiana, que si bien es dura en su formulación produce frutos de alegría y de paz<br />

en medio de la lucha, mientras que otras formulaciones más «pacíficas» o<br />

conciliadoras suenan bien al oído pero no consuelan en la práctica.<br />

El discernimiento espiritual<br />

«Queridos, no os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si <strong>los</strong> espíritus vienen<br />

de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo... Vosotros, hijos, sois<br />

de Dios y <strong>los</strong> habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está<br />

en el mundo...» (1 Jn 4, 1-6).<br />

La advertencia de San Juan nos invita a la sagacidad. En la lucha por el Reino no<br />

podemos darnos el lujo de ser ingenuos. Una sagacidad que entraña sabiduría y se<br />

ejercita en el discernimiento. El discernimiento no es un simple ejercicio <strong>del</strong><br />

espíritu propio, sino el reconocimiento de la obra de Dios y de las tentaciones <strong>del</strong><br />

Demonio en un corazón dispuesto por la presencia activa <strong>del</strong> Espíritu Santo. Sólo<br />

por la apertura a la acción de Dios es posible el discernimiento. El espíritu<br />

superficial, lleno de sí, es incapaz: se deja fascinar por la apariencia de verdad que<br />

tienen todos <strong>los</strong> profetas de la mentira y de la vanagloria. Tampoco el<br />

discernimiento consiste en atender a un vaivén de reacciones interiores, como si<br />

fuesen autónomas. Todo «movimiento de espíritus» tiene un origen: «Presupongo<br />

ser tres pensamientos en mí, es a saber, uno propio mío, <strong>del</strong> cual sale mi mera

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