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El Mercenario

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cuarteles, pero... En cualquier caso, diez hombres armados no deberían, desde luego,<br />

tener ningún problema.<br />

—Ya veo. Quizá debería ir con mis soldados, teniente. No sabía que las cosas<br />

estuvieran tan mal en Hadley.<br />

La voz de Falkenberg era tranquila y calmada, pero contempló con cuidado a los<br />

jóvenes oficiales.<br />

—No, señor. En realidad no lo están... Pero no tiene sentido el correr riesgos —hizo un<br />

gesto al alférez Mowrer, para que fuera al vehículo de aterrizaje y se volvió de nuevo a<br />

Falkenberg. Una gran mesa negra se alzó del agua, más allá de la nave. Chapoteó y se<br />

desvaneció. Banners pareció no darse cuenta, pero los Infantes de Marina gritaron<br />

excitados—. Estoy seguro de que el alférez y sus oficiales podrán encargarse del<br />

desembarco, y al presidente le gustaría verle de inmediato, señor.<br />

—Sin duda. De acuerdo, Banners, lléveme allí. <strong>El</strong> sargento mayor Calvin vendrá<br />

conmigo.—Siguió a Banners muelle abajo.<br />

Esta farsa no tiene sentido, pensó Falkenberg. Cualquiera que vea a diez hombres<br />

armados, guiados por un alférez de la Guardia Presidencial va a saber que son tropas<br />

mercenarias, lleven ropas civiles o no. Otro caso de información falsa.<br />

A Falkenberg le habían dicho que mantuviese en secreto el estatus real de sus<br />

hombres, pero esto no iba a funcionar. Se preguntó si eso le haría más difícil el mantener<br />

sus propios secretos.<br />

Banners les llevó rápidamente, a través de los ajetreados cuarteles de la Infantería de<br />

Marina del CoDominio, por delante de aburridos centinelas que saludaron a medias al<br />

uniforme de la Guardia Presidencial. La fortaleza de los Infantes era un hormiguero de<br />

actividad, con cada espacio abierto repleto de armas y mochilas: los signos de una fuerza<br />

militar que se dispone a trasladarse a otro destino.<br />

Cuando estaban dejando el edificio, Falkenberg vio a un anciano oficial naval.<br />

—Excúseme un momento, Banners.—Se volvió hacia el capitán de la Armada del<br />

CoDominio—. Mandaron a alguien a por mí; gracias, Ed.<br />

—No hay problema. Informaré de tu llegada al Almirante. Le gusta seguirte la pista. De<br />

modo no oficial, claro está. Buena suerte, John. Dios sabe que vas a necesitar ahora un<br />

poco de ella. Lo que te hicieron fue una injusticia.<br />

—Así son las cosas.<br />

—Aja, pero la Flota acostumbraba a cuidarse mejor de los suyos. Me estoy empezando<br />

a preguntar si nadie estará a salvo. ¡Ese maldito Senador...!<br />

—Olvídalo —le interrumpió Falkenberg. Miró hacia atrás para asegurarse que el<br />

Teniente Banners no podía oírles—. Dales mis saludos al resto de tus oficiales. Mandas<br />

una buena nave.<br />

<strong>El</strong> capitán sonrió débilmente.<br />

—Gracias. Viniendo de ti, eso es todo un cumplido.— Tendió su mano y asió<br />

firmemente la de John—. Mira, despegaremos dentro de un par de días, no más. Si<br />

necesitas que te lleve a alguna parte, puedo arreglarlo. <strong>El</strong> maldito Senado no tiene por<br />

qué saberlo. Podemos arreglarte un viaje a cualquier lugar, dentro del territorio del CD.<br />

—Gracias, pero creo que me quedaré.<br />

—Las cosas podrían ponerse duras aquí —afirmó el Capitán.<br />

—¿Y no lo son en cualquier otra parte del CoDominio? —preguntó Falkenberg—.<br />

Gracias de nuevo, Ed.<br />

Casi le saludó, pero se contuvo en el último momento.<br />

Banners y Calvin le estaban aguardando, y Falkenberg se dio la vuelta. Calvin alzó tres<br />

bolsas de efectos personales como si estuvieran vacías y empujó la puerta para abrirla<br />

con un solo suave movimiento. <strong>El</strong> capitán del CD los contempló, hasta que hubieron<br />

dejado el edificio, pero Falkenberg ya no volvió la vista atrás.<br />

—Malditos sean —murmuró el capitán—. Malditos sean todos ellos.

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