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El Mercenario

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Extendió una sucia mano.<br />

—No. —John estaba ahora más seguro de sí mismo—. Se los enseñaré a cualquier<br />

miembro del CD, pero usted no les pondrá las manos encima. Y, ahora, llame a ese<br />

hombre.<br />

Seguro —el presidiario no se movió—. Te costará diez créditos.<br />

—¿Cómo?<br />

Diez créditos. Cincuenta dólares si no tienes créditos del CD. No me mires de ese<br />

modo, chaval. Si no me pagas, te vas en la nave de Tanith. Quizá te arreglen las cosas<br />

allí, quizá no; pero llegarás tarde a presentarte a la Base. Lo mejor es que me des algo a<br />

mí.<br />

John mostró una moneda de veinte dólares.<br />

—¿Eso es todo lo que tienes? —le preguntó el empleado—. Vale, vale. Tendré que<br />

conformarme.<br />

Tecleó un código en un teléfono y, un minuto más tarde, un suboficial con un mono azul<br />

de la Armada Espacial del CoDominio apareció en la jaula.<br />

—¿Qué necesitas, Sonrisas?<br />

—Tengo a uno de los vuestros. Un guardiamarina. Se ha metido entre los colonos.<br />

<strong>El</strong> prisionero rió y John luchó por controlarse. <strong>El</strong> suboficial contempló a Sonrisas con<br />

disgusto.<br />

—¿Sus órdenes, señor? —preguntó.<br />

John le entregó los papeles, temeroso de no volverlos a ver más. <strong>El</strong> marino los ojeó:<br />

—¿John Christian Falkenberg?<br />

—Sí.<br />

—Gracias, señor.—Se volvió hacia el prisionero—. Dame.<br />

—Uf. Puede permitírselo.<br />

—¿Quieres que llame a los Infantes de Marina, Sonrisas?<br />

—¡Jesús, sois todos unos chulos...! —<strong>El</strong> provisional sacó la moneda del bolsillo y la<br />

entregó.<br />

—Por aquí, señor, por favor —dijo el marino. Se inclinó para recoger el petate de<br />

John—. Y aquí está su dinero, señor.<br />

—Gracias. Quédeselo.<br />

<strong>El</strong> suboficial asintió con la cabeza.<br />

—Gracias, señor. Sonrisas, si vuelves a sacarle una mordida a uno de los nuestros<br />

haré que los Infantes de Marina te busquen cuando estés fuera de servicio. Vamos, señor.<br />

John siguió al espacionauta fuera del cubículo. <strong>El</strong> suboficial le doblaba en edad, y nadie<br />

antes había llamado a John «señor». Esto le daba una sensación de hallarse ya en su<br />

lugar, de pertenecer, de haber encontrado algo que había estado buscando durante toda<br />

su vida. Incluso las pandillas callejeras eran algo que le había estado vedado, y los<br />

amigos con los que se había criado, siempre parecían formar parte de la vida de algún<br />

otro, no de la suya. Ahora, en breves segundos, parecía haber hallado... ¿hallado el qué?,<br />

se preguntó.<br />

Fueron por estrechos pasillos blanqueados y luego salieron al brillante sol de Florida.<br />

Una estrecha pasarela llevaba a la parte delantera de una enorme nave de aterrizaje<br />

alada, que flotaba al extremo de un largo muelle, repleto de colonos y guardas que<br />

maldecían.<br />

<strong>El</strong> suboficial habló brevemente con los Infantes de Marina colocados de centinelas en<br />

la entrada de oficiales y luego, cuidadosamente, saludó al oficial que estaba en la parte<br />

superior de la pasarela de subida. John sentía deseos de hacer lo mismo, pero sabía que<br />

uno no saludaba cuando iba con ropa civil. Su padre le había hecho leer libros de Historia<br />

Militar y sobre las costumbres del Servicio, tan pronto como había decidido encontrarle a<br />

John una plaza en la Academia.

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