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pdf - Ateneo de Madrid

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• —Pares, sí.<br />

—Pares, sí.<br />

—Envido los suyos.-,<br />

—Y diez más.<br />

—iOrdago!<br />

—A ver las cartas.<br />

—Duples <strong>de</strong> caballos-sietes.<br />

—Reyes-sotas.<br />

—¡Qué se le va a hacer!<br />

—Pero hombre, don Bruno, ¡cómo no<br />

se dio usted cuenta...!<br />

—En fin, ya no tiene remedio.<br />

—¿Se va usted ya?<br />

—Sí —miró el reloj—; ya es bastante<br />

tar<strong>de</strong>.<br />

Los otros también se levantaron. Don<br />

Enrique, el médico, bostezó.<br />

—¡Bah!, me he aburrido hoy. No me<br />

venían cartas.<br />

—Pues yo —dijo don Ángel— jugué<br />

<strong>de</strong> farol casi todo el tiempo. Bueno,<br />

que mañana... —se dirigió a don<br />

Bruno.<br />

—Si, ya saben; están convidados.<br />

—Echaremos allí mismo la partida,<br />

¿no?<br />

Don. Bruno asintió:<br />

—Sí, claro.<br />

—Yo haré la visita por la mañana, y<br />

a ver si me queda toda la tar<strong>de</strong> libre,<br />

—Bueno, bueno; qué pronto se van<br />

hoy —a don Domingo siempre le parecía<br />

pronto para <strong>de</strong>jar las cartas—.<br />

Entonces mañana iremos a darle la enhorabuena.<br />

—Sí, mañana...<br />

Doña Anita, el ama <strong>de</strong> don Domingo,<br />

que ¡legaba <strong>de</strong> la calle, lea advirtió:<br />

—Abrigúense bien, que hace mucho<br />

frío.<br />

Don Bruno se cruzó la bufanda, se<br />

abrochó la pelliza, subiéndose el cuello,<br />

y salió <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los otros.<br />

Soplaba fuerte un viento helado, sobre<br />

todo en la misma salida <strong>de</strong> la casa<br />

<strong>de</strong>l cura, junto a la iglesia, en cuyos<br />

altos muros rebotaba, volviéndose rabioso<br />

y sacudiendo el callejón estrecho,<br />

Don Bruno comentó:<br />

—Aquí no hay quien pare —y como<br />

llevaba camino distinto que los otros<br />

dos, se <strong>de</strong>spidió—-. Hasta mañana, señores.<br />

Encorvado, encogido, con las manos<br />

buscando calor en los bolsillos <strong>de</strong> 3a<br />

pelliza, anduvo <strong>de</strong> prisa hacía su casa.<br />

Cuando llegó dio un aídabonazo, y<br />

antes <strong>de</strong> que se apagase el eco <strong>de</strong>l<br />

golpe, oyó ía voz <strong>de</strong> su nieta respondiendo<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro extremo <strong>de</strong> la<br />

casa:<br />

—¡Vaaa...! —y al instante, más cerca<br />

y más cortada—. ¡Va!<br />

Le abrió la puerta, y él se metió <strong>de</strong><br />

prisa en el ancho portalón.<br />

—Hace frío, ¿eh, abuelo?<br />

—¡Vaya si lo hace!<br />

La muchacha le ayudó a quitarse la<br />

pelliza y la colgó en la percha <strong>de</strong> cuernos<br />

<strong>de</strong> ciervo.<br />

—Menos mal que mañana es el último<br />

día que tiene usted que madrugar...<br />

—Sí, menos mal.<br />

Entró hacia la. cocina, que se anunciaba<br />

al final <strong>de</strong>l pasillo echando luz<br />

por la rendija. Su nieta entró <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> él.<br />

—Después, a <strong>de</strong>scansar, y en el m?l<br />

tiempo, a no levantarse hasta las tantas,<br />

y por la tar<strong>de</strong>, ¿i quiere ir a su<br />

partida, a su partida, y si no, a estarse<br />

en casita, que es don<strong>de</strong> mejor se<br />

está.<br />

—Ya 16 creo que sí...<br />

En la cocina, su hija trajinaba junto<br />

al fogón.<br />

^-%Qué se hace?<br />

—$n seguida cenamos. En cuanto<br />

termine <strong>de</strong> rehogar estos pollos para la<br />

comida <strong>de</strong> mañana.<br />

Su yerno, que estaba leyendo el periódico<br />

cerca <strong>de</strong> la lumbre, al sentirle<br />

entrar, levantó la vista y le saludó:<br />

—¿Qué hay, padre? Mañana hay que<br />

celebrarlo, ¿eh?<br />

—Sí, claro; mañana hay que celebrarlo...<br />

Pero no había mucho entusiasmo en<br />

su voz. No estaba muy convencido <strong>de</strong><br />

que aquello fuese algo que <strong>de</strong>biese ser<br />

celebrado. Mañana" le dirían: «¡Ea, se<br />

acabó; ya estás viejo para seguir trabajando!<br />

Ahora lo único que tienes que<br />

hacer es esperar a que te llamen <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el otro mundo, porque lo que es en<br />

este...»<br />

# * s<br />

A la mañana siguiente, muy temprano,<br />

se fue a la escuela;<br />

Los muchachos fueron llegando endomingados,<br />

con el aire <strong>de</strong> fiesta, y se<br />

extrañaron cuando vieron que pasaba<br />

lista y. que iniciaba el trabajo como<br />

un día cualquiera.<br />

Y no lo era. ¡Bien sentía él que no<br />

era un día cualquiera! Todos aquellos<br />

actos que había repetido tiempo "y tiempo,<br />

día tras día, aquel se cargaba <strong>de</strong>l<br />

dramatismo <strong>de</strong> la última vez.<br />

Era la última que oía las voces agudas<br />

<strong>de</strong> los chiquillos contestando a sus<br />

nombres; y la última en que les escuchaba<br />

seguir a trompicones al asen<strong>de</strong>reado<br />

Don Quijote; y la última en que<br />

conducía sus manos vacilantes por entrp<br />

los carriles <strong>de</strong> la caligrafía; y la<br />

última en que, acariciando las tierras<br />

y los mares y haciendo girar sobre su<br />

eje la pequeña esfera da escayola, les<br />

<strong>de</strong>cía lo gran<strong>de</strong> que era el mundo...<br />

Y ellos, los muchachos, que buscaban<br />

aquella novedad <strong>de</strong> la última vez<br />

en el viejo maestro, la encontraron al<br />

fin, porque la cabeza se le llenó <strong>de</strong><br />

tristeza y la tristeza empujó las lágrimas<br />

fuera <strong>de</strong> los ojos. Y se sentó por<br />

última vez en el <strong>de</strong>svencijado sillón, ante<br />

el amplio pupitre magistral, y les<br />

estuvo mirando un largo rato entre<br />

brumas <strong>de</strong>l llanto, sin acertar con qué<br />

<strong>de</strong>cirles, ni pensarlo; y ellos guardaron<br />

su silencio con silencio, sin calar<br />

el porqué <strong>de</strong> aquella pena, porque ellos<br />

eran muy chicos para saber <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo<br />

<strong>de</strong> llorar las <strong>de</strong>spedidas.<br />

Cuando^ fue el mediodía, muchos <strong>de</strong><br />

los <strong>de</strong>l pueblo colgaron los aperos y<br />

entraron a la escuela para ver a don<br />

Brurio. Habían aprendido todos ellos a<br />

leer y a escribir r.rw el viein maestro<br />

y ahora que él <strong>de</strong>jaba para siempre la<br />

faena, sentían que se acababa algo<br />

muy suyo.<br />

Uno ds los VP.^ÍP^S. ""r «rn+p^ai" <strong>de</strong><br />

aquello contra alguien, lanzando un exabrupto<br />

y gv'ipcfci-uu i" iii-^ ~v... v.<br />

puño, aseguró rotundo:<br />

—¡Aquí es ust=d el maestro y me c...<br />

en los nuevos aue nns ma^<strong>de</strong>"'<br />

A don Bruno, cuando les vio y l°s<br />

tuvo alre<strong>de</strong>dor, nada más le vinieron<br />

otra vez las ganas <strong>de</strong> llorar, y pasando<br />

entre ellos, sin saber qué o" ~cirles,<br />

casi huyendo, marchó para su casa.<br />

Atrás quedaban ellos y ¡a escuela,<br />

y entre ellos y en la escuela, consumida<br />

letra a letra, ahogada en mares <strong>de</strong><br />

tinta, su existencia.<br />

En su casa se encerró en su alcobu,<br />

se sentó al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la ancha cama,<br />

que ya hacía muchos años le <strong>de</strong>jó la<br />

mujer para él solo, y pensó con tristsza<br />

en su vida, que sentía gastada.<br />

Hacía más <strong>de</strong> cuarenta años que llegó<br />

<strong>de</strong> maestro a aquel pueblo diciéndose<br />

que sería por poco tiempo. Pensaba<br />

continuar estudiando para salir<br />

<strong>de</strong> allí y., sobre todo, ponía su ilusión<br />

en llegar a ser un escritor <strong>de</strong> fama.<br />

Al morir su padre hubo <strong>de</strong> interrumpir<br />

la carrera <strong>de</strong> Filosof,a, y ahora la<br />

iba a seguir. En aquel pueblo sobrarían<br />

tranquilidad y tiempo para terminarla y<br />

para terminar un libro que ya había<br />

comenzado. El pueblo y la escuela eran<br />

un refugio momentáneo, un plazo puesto<br />

a su verda<strong>de</strong>ra vocación. No podían<br />

ser más: tenía entonces una visión andariega<br />

<strong>de</strong> la vida: no echar raíces en<br />

ninguna " parte. ¡La Tierra era muy<br />

gran<strong>de</strong>!<br />

Pero en aquel rincón <strong>de</strong>l ancho mundo<br />

encontró a la mujer.<br />

Ella fue una mujer buena que mientras<br />

vivió a su lado le hizo olvidar que<br />

existieran caminos. Cuando ella se marchó<br />

por los <strong>de</strong>sconocidos que llevan los<br />

que mueren, habían pasado los años,<br />

habían quedado los hijos, y él, con<br />

aquellas cargas <strong>de</strong> hijos y <strong>de</strong> años sobre<br />

el cuerpo, ya nunca fue capaz <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>spegar los pies <strong>de</strong>l suelo aquel.<br />

o<br />

Si a veces recordaba la ambición <strong>de</strong><br />

otros tiempos, se <strong>de</strong>cía: «¡Cosas <strong>de</strong> juventud;<br />

fueron locuras!» Y si las mismas<br />

locuras volvían a apretarle, las<br />

contenía con una resignación amarga<br />

<strong>de</strong> fracaso: «Si ya no pue<strong>de</strong> ser... ¡Si<br />

ya es muy tar<strong>de</strong>!»<br />

Arriba, en alguno <strong>de</strong> los cajones <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sván, estarían las cuartillas escritas<br />

otro tiempo con calor en la frente""y<br />

temblor en la mano <strong>de</strong> entusiasmos.<br />

Poco a poco se había ido sumiendo<br />

en la rutina <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> pueblo.- Al<br />

principio, aún se asomaba al mundo<br />

por la ventana <strong>de</strong> las lecturas; <strong>de</strong>spués,<br />

para hacerse acor<strong>de</strong> con la tranquilidad<br />

<strong>de</strong> aquel ambiente, evitó la inquietud<br />

<strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as y cerró los libros.<br />

Se le iban las horas entre- la escuela<br />

y las partidas en. la casa <strong>de</strong>l cura.<br />

Y en el buen tiempo, un paseo hacia<br />

el pinar, con el cura y don Ángel, un<br />

tiento a la escopeta por los llanos o<br />

una pesca <strong>de</strong> truchas en el río.<br />

Muy <strong>de</strong> tar<strong>de</strong> en tar<strong>de</strong>, en algunas<br />

.vacaciones, iba a <strong>Madrid</strong> a ver un hijo<br />

suyo que estaba allí empleado. Tenía<br />

siempre prisa para volverse al pueblo,<br />

porque ahora se sentía <strong>de</strong>scentrado en<br />

aquella gran ciudad que en otro tiempo<br />

le costara un suplicio abandonar. Era<br />

<strong>Madrid</strong> muy distinto <strong>de</strong>l <strong>de</strong> sus años<br />

mozos, y era también él muy diferente<br />

<strong>de</strong> aquel estudiantino con visos <strong>de</strong><br />

bohemia y ansia en los ojcs por lo <strong>de</strong>sconocido.<br />

Les amigos <strong>de</strong> entonces, amista<strong>de</strong>s<br />

que parecían imprescindibles, habían<br />

ido quedando en las cunetas <strong>de</strong>l tiempo<br />

y <strong>de</strong>l olvido. Alguna vez, inopinadamente,<br />

reaparecía la imagen <strong>de</strong> uno <strong>de</strong><br />

ellos en la noticia con orla negra <strong>de</strong><br />

su muerte, y a él, que les conoció a todos<br />

en juventud, cargados <strong>de</strong> ilusiones,<br />

le era entonces difícil pensarles acabados.<br />

Otras veces pudo saber ds la realización<br />

<strong>de</strong> aquellas ilusiones: ios periódicos<br />

hablaban con frecuencia <strong>de</strong><br />

uno <strong>de</strong> sus compañeros en la pensión<br />

<strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> la Luna, un médico eminente,<br />

a quien él recordaba pequeñín<br />

y bisojo, con un tufillo a yodoform?<br />

que le quedaba <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasar horas<br />

y horas con afán estudioso entre las<br />

mesas <strong>de</strong> disección <strong>de</strong>l hospital. Otro<br />

<strong>de</strong> sus amigos, estudiante entonces <strong>de</strong>i<br />

Conservatorio, era ahora un famoso<br />

concertista <strong>de</strong> piano. Y <strong>de</strong> un compañero<br />

suyo <strong>de</strong> carrera y <strong>de</strong> juergas, un<br />

borrachín a quien no era capaz <strong>de</strong><br />

traer erguido con aplomo a la imaginación,<br />

sabía que era un personaje político<br />

importante.<br />

EL más <strong>de</strong> una vez, había hecho intención<br />

<strong>de</strong> ir a la busca <strong>de</strong> aleuno <strong>de</strong><br />

aquellos para recordar los tiempos en<br />

que soñaban juntos, pero siemore le<br />

contuvo el temor <strong>de</strong> aue tardasen en<br />

reconocerle y el <strong>de</strong> tener aue confesar<br />

él mismo su fracaso. Se había aislado<br />

en la vida <strong>de</strong>l pueblo v ya no había<br />

sabido salir <strong>de</strong> ella. Había nasadn sin<br />

pena ni sloria cuando el triunfo había<br />

<strong>de</strong> ser más gozoso aue nunca. Se sentía<br />

<strong>de</strong>rrotado ant? aquel mundo qué algún<br />

tiempo pensó aue sería suyo.<br />

Ahora, al mirar su vida, terminada<br />

su última tarea, volvía a él, más amargo<br />

que nunca, el sabor <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>rrota.<br />

* * *<br />

La casa se había, llenado <strong>de</strong> voces y<br />

pisadas poraue 'había convite rme la<br />

tenía revuelta. Sintió a su hija, ene<br />

llamaba con los nudillos en la cuarta<br />

<strong>de</strong> la habitación y preguntaba preocupada:<br />

—Padre, ¿qué le pasa? ¿Está usted<br />

malo?<br />

Se levantó y abrió la nuerta:<br />

—No. no me nasa nada: estov bien.<br />

Detrás <strong>de</strong> su "hiia apareció la maciza<br />

figura <strong>de</strong> dan Domingo, el cura.<br />

'—Pero ;.dóndfi ss .mete, hombre? Qús<br />

estamos aquí todos enerando —le apretó<br />

fuerte entre sus brazos—. ¡Que sea<br />

enhorabuena, don Bruno; que sea enhorabuena!<br />

Y los otros <strong>de</strong> la partida, el médico<br />

y don Anstel, fueron asimismo abrazándole<br />

y dándole enhorabuenas.<br />

Don Ángel, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> abrazarle, ¡se<br />

le quedó mirando a través <strong>de</strong> las gruesas<br />

gafas <strong>de</strong> miope. Parecía adivinar<br />

sus pensamientos y <strong>de</strong>cirle:<br />

—Bueno, y ahora ¿qué?<br />

—Ahora..., nada.<br />

En ia sobremesa habían quedado solos<br />

ios <strong>de</strong> la partida. Don Domingo se<br />

mostraba generoso consigo mismo y SP<br />

servía otra copa <strong>de</strong> coñac. Después porfiaba<br />

a don Bruno:<br />

—Bah; no le haga usted caso a lo d¿<br />

la tensión.<br />

Y don Enrique, el médico, apuntaba:<br />

—Si son pamplinas...<br />

Don Ángel, que solía ser parco en<br />

palabras, animado por la bebida abundante,<br />

sentía la lengua suelta.<br />

Don Ángel había tenido un capital<br />

<strong>de</strong> muchos millones. Ahora estaba arruinado.<br />

Le quedaban la casa don<strong>de</strong> vivía<br />

su vida solitaria <strong>de</strong> soltero y unas pocas<br />

tierras, <strong>de</strong> las que sacaba una j"»nta<br />

para ir tirando. Era abogado, pero<br />

nunca se le ocurrió ejercer ía carrera.<br />

Su capital lo había gastado en viajar,<br />

y cuando le quedaba lo justo para vivir,<br />

se volvió a su pueblo sin encontrar<br />

motivo para recriminarse por lo qus<br />

había hecho.<br />

Hablaba entre sorbo y sorbo a la taza<br />

<strong>de</strong> café:<br />

—Sí; yo había podido hacer con mis<br />

fincas lo que hacen los que rae las compraron:<br />

tenerlas. Ahora tendría las fincas<br />

y dinero, y tal vez al morirme tuviese<br />

una hermosa sepultura... Y mientras<br />

yo me hubiese estado aquí, pasando<br />

<strong>de</strong> continuo por mis ojos los mismas<br />

panoramas y las mismas gentes, por ahi<br />

estaría la gran variedad <strong>de</strong>l mundo, sin<br />

que yo ni acertase a imaginarla. Porque<br />

—envolvió con cuidado el puro en<br />

papel <strong>de</strong> fumar— el mundo es tan asombrosamente<br />

variado, que en la realidad<br />

sobrepasa lo aue imaginamos. Déme<br />

lumbre..., gracias. Yo no comprendo cómo<br />

es posible que los <strong>de</strong>más se que<strong>de</strong>n<br />

don<strong>de</strong> les pongan y a veces ni aún les<br />

tiente el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ver el mundo... Uste<strong>de</strong>s,<br />

uste<strong>de</strong>s mismos; pero ¿cómo no se<br />

mueren <strong>de</strong> ganas <strong>de</strong> conocer el mundo?<br />

Uste<strong>de</strong>s siempre aquí, siempre los mismos,<br />

viviendo por !o mismo, y alre<strong>de</strong>dor,<br />

un mundo <strong>de</strong> contrastes infinitos<br />

y otros hombres con mil juegos <strong>de</strong> vida<br />

interesantes; otros hombres...<br />

—¡Bah! -—cortó don Domingo resumiendo<br />

su experiencia en el confesonario—,<br />

¿qué pue<strong>de</strong> haber interesante<br />

en nigún hombre? Son sacos <strong>de</strong> pecado<br />

y todos con los mismos.<br />

—Sí, todos con los mismos; ¡pero<br />

caen <strong>de</strong> maneras tan distintas y algunos<br />

<strong>de</strong> maneras tan espléndidas! ¡Ah,<br />

si uste<strong>de</strong>s supiesen...! Yo no quise auedarme<br />

aquí metido y me fui a ver el<br />

mundo... —mojó el puro en la cooa <strong>de</strong><br />

coñac y lo saboreó <strong>de</strong>leitándose en<br />

ello.... No, no mé pesa y no pue<strong>de</strong> pesarme:<br />

el mundo era increíbtem°nte interesante<br />

y bello... Cuando yo mu muera<br />

no pondrán encima- <strong>de</strong> mí más aue<br />

un montón <strong>de</strong> tierra, no habrá para<br />

más; pero conmigo, allá abajo, estará<br />

el mundo entero, porque yo supe vivirlo.<br />

—Cuando usted se muera...<br />

—No. no, don Domingo; no auiera<br />

hacerme creer que por/rae anise apurar<br />

ésta he perdido otra vida mejor. Si la<br />

hay, cuando me encuentre ante ?l<br />

Creador, estoy seguro <strong>de</strong> aue m« dirá:<br />

«Gracias, híio; yo hice el mundo nara<br />

nue me admiraseis ñor mi obra, y tú<br />

has sabido admirarme enmn ni"smr)A.»<br />

Don Domlneo SR echA ha^'a atrás en<br />

la silla. Estaba conefwtionado y no se<br />

spntía con aliento nara co^t,p= ( -'ar. Re<br />

limitó a netrar non ]a ca^^a. Esti'«ieron<br />

un buen rato los cuatro PÜ silencio.<br />

Al fin, cansado <strong>de</strong> pensar, lo rompió<br />

el cura: ..._.. .<br />

—¡Pues aue D'os le nerr^"^ • -. Bueno,<br />

y ¿rmé? ¿EmniPza esa, tiart.ifH?.<br />

Lo echaron a r?ves v fuernn <strong>de</strong> compañeros<br />

don An^el y dnn •Rri"ii.<br />

Don Bromo estuvo tnda la terd*» <strong>de</strong>traído.<br />

Nunca romo pntnnces le h^V<br />

abrumado la <strong>de</strong>^sDer^nza d*> a<br />

vida sin horizontes. La Tyní-^a<br />

aauella rutina pn aue se había<br />

la Diñaba oor flpntro v.

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