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Selma Lagerlöf - Edocr

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la manga para que pudiera salir. Pero en el momento en que su<br />

prisionero estaba a punto de recobrar la libertad se le ocurrió que<br />

debía<br />

asegurar la obtención de grandes extensiones de terreno y de todo<br />

género de cosas. Como anticipo, debía exigirle, por lo menos, que<br />

el<br />

sermón se le grabara sin esfuerzo en la cabeza.<br />

“¡Qué tonto hubiera sido dejarle escapar!”, se dijo.<br />

Y se puso de nuevo a agitar la manga.<br />

Pero en este mismo instante recibió una bofetada tan formidable,<br />

que su cabeza parecía que le iba a estallar. Primero, fue a dar<br />

contra<br />

una pared, después contra la otra y, por último, rodó por los suelos,<br />

donde quedó exánime.<br />

Cuando recobró el conocimiento estaba solo en la estancia; no<br />

quedaba ni rastro del duende. La tapa del cofre estaba cerrada; la<br />

manga pendía como de costumbre, junto a la ventana. De no sentir<br />

el<br />

dolor de la bofetada en la mejilla hubiera creído que todo era un<br />

sueno.<br />

Se dirigía hacia la mesa haciéndose estas reflexiones cuando de<br />

repente observó algo extraño. No era posible que la casa se hubiera<br />

hecho más grande. Pero ¿cómo podía explicarse de otro modo la<br />

gran<br />

distancia que tenía que recorrer para llegar a la mesa? ¿Y qué le<br />

pasaba<br />

a la silla? A la vista era la misma; pero para sentarse debió<br />

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