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¡QUE BUENOS SON LOS SANTOS!

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Con todo respeto a San Andrés y a San Juan y a<br />

San Pedro, etc. Con todo respeto y sin hacer preferencias<br />

que, ya dice el Kempis que no andemos disputando<br />

sobre si este santo es más que otro, como si fueran<br />

ciclistas o futbolistas.<br />

A lo que iba es a esto: que no es lo mismo seguir<br />

a Cristo cuando no se tiene más que un bote y unas<br />

redes, que seguirle cuando uno es rico y es noble y<br />

cuando lo más probable es que uno se juegue el cargo<br />

importantísimo que tenía en la sociedad, y sus abundandes<br />

posesiones, fincas, dividendos e ingresos,<br />

Pónganse ustedes en el caso de José de Arimatea.<br />

Un hombre noble, rico, miembro del sanhedrín (el<br />

club más selecto de Israel), etc.<br />

Un hombre recto y justo, por otra parte, que un<br />

día oye a Cristo y su doctrina... y, como era un hombre<br />

sincero, se convence de que eso que decía Jesús de<br />

Nazaret era verdad y tenía razón...<br />

Y José de Arimatea se dio cuenta de que tenía<br />

miedo; mucho miedo.<br />

Miedo a las tremendas consecuencias de ser cristiano<br />

de veras. Miedo a cumplir el Evangelio por la<br />

cara y a fondo, porque esto le iba a costar, primero:<br />

dinero, mucho dinero (a los que tienen dinero el<br />

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