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mayo- junio, 2010# 102 <strong>Revista</strong> <strong>Digital</strong> miNatura<br />

después los potenciadores<br />

sensoriales, los músculos y <strong>la</strong> piel<br />

sintéticos; y de ahí en ade<strong>la</strong>nte, chip<br />

a chip, pieza a pieza, fue derivando<br />

más lejos de sí misma. Ya ni se<br />

reconocía en el espejo. El colmo fue<br />

cuando su hijo más pequeño lloró al<br />

intentar cargarlo: tanto <strong>la</strong> habían<br />

cambiado <strong>la</strong>s intervenciones que el<br />

bebé no sabía quién era el<strong>la</strong>.<br />

Y ahora se veía ante ese límite<br />

anunciado desde el proceder<br />

quirúrgico iniciático: cuando el por<br />

ciento de elementos artificiales en su<br />

cuerpo <strong>la</strong> descalificara como ser<br />

humano. Una gota más que rebosaría<br />

<strong>la</strong> copa mudándo<strong>la</strong> en algo diferente.<br />

No estaba muy segura de desearlo.<br />

En su mano <strong>la</strong> cápsu<strong>la</strong> informativa<br />

esperaba <strong>la</strong> activación. Dentro de el<strong>la</strong><br />

dormía <strong>la</strong> respuesta definitiva: ¿sería<br />

capaz de recibir otro componente?<br />

¿Estaría su cuerpo apto <strong>para</strong> ello? Si<br />

no era así, nadie podría exigirle que<br />

incluyera en sus recursos orgánicos<br />

el nuevo módulo. Las opciones eran<br />

despedir<strong>la</strong> o aceptar<strong>la</strong> como era.<br />

Pero si <strong>la</strong> respuesta era afirmativa no<br />

le quedaba otro remedio que sufrir <strong>la</strong><br />

intervención y perder su estatus de<br />

“humana”.<br />

En todo caso ¿<strong>para</strong> qué servía esa<br />

calificación? ¿Votar en <strong>la</strong>s juntas<br />

comunitarias? ¿Tener derecho a un<br />

puesto en <strong>la</strong>s instituciones de salud o<br />

de educación? Odiaba a los niños<br />

ajenos, no le gustaban los hospitales<br />

y el derecho al voto se había vuelto<br />

tan inútil como <strong>la</strong> luna en cielo<br />

nub<strong>la</strong>do. Pero había algo, algo que se<br />

alejaba proporcionalmente a <strong>la</strong><br />

inminencia de activación de <strong>la</strong><br />

cápsu<strong>la</strong>.<br />

Activó el dispositivo y contempló el<br />

diagnóstico tridimensional que<br />

surgió de él.<br />

Llegó <strong>la</strong> noche y todavía <strong>la</strong> mujer<br />

observaba el holograma cada vez<br />

más sutil y titi<strong>la</strong>nte, que terminó por<br />

apagarse cuando <strong>la</strong> energía de su<br />

cápsu<strong>la</strong> se agotó.<br />

Yadira Álvarez Betancourt (Cuba)<br />

Temístocles El Taco<br />

Furhias<br />

El manco ingresó a <strong>la</strong> cantina.<br />

Descubrió al hombre sentado ante<br />

una mesa sobre <strong>la</strong> que bostezaba una<br />

botel<strong>la</strong> de whisky a medio llenar. El<br />

hombre estudió al manco mientras<br />

tomaba asiento al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong><br />

mesa: un tipo alto envuelto en un<br />

amplio capote raído, cuya mirada<br />

desaparecía bajo un sombrero de a<strong>la</strong><br />

ancha: un vulgar cazador del desierto<br />

post-nuclear. Le ofreció whisky; el<br />

manco aceptó; el sujeto sirvió un<br />

vaso; lo extendió; el manco buscó <strong>la</strong><br />

botel<strong>la</strong>, empinó el codo y bebió el<br />

contenido hasta el fondo. El hombre<br />

sonrió y chasqueó <strong>la</strong> lengua: se<br />

contentó con el vaso. “A los<br />

negocios”, dijo. Depositó una <strong>la</strong>rga y<br />

enjuta caja sobre <strong>la</strong> mesa; abrió <strong>la</strong><br />

tapa: en el interior había un brazo. El<br />

manco miró el apéndice con avidez.<br />

“¡Pruébelo, soldado!”, carraspeó el<br />

hombre. El mancó sujetó el artificio<br />

y lo acercó al muñón del hombro;<br />

tenues y finos hilos buscaron hendir<br />

<strong>la</strong> carne, al tiempo que una estructura<br />

de metal se cerraba cubriéndole <strong>la</strong><br />

espalda y parte del pecho: el manco,<br />

todo dientes, soportaba estoicamente<br />

<strong>la</strong> cruenta operación. “Abra los ojos,<br />

amigo”, sugirió el hombre. El manco<br />

obedeció: una mano mecánica<br />

extendía cinco inquietos dígitos ante<br />

sus ojos. “Quiero lo convenido”,<br />

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