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SEPARATA revista Andorra.pdf - FedIcaria

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DOSSIER EDUCACIÓN<br />

<br />

<br />

Separata de la<br />

<strong>revista</strong> de andorra<br />

Centro de Estudios<br />

Locales de <strong>Andorra</strong><br />

núm 11 / 2011


evista de andorra


Centro de Estudios<br />

Locales de <strong>Andorra</strong><br />

Director<br />

Javier Alquézar Penón<br />

Secretaria de Redacción y de Corrección y Estilo<br />

María Victoria Benito Morales<br />

Consejo Asesor<br />

Fernando Aínsa Amigues, Ángel Alcalá Galve,<br />

Javier Alquézar Penón, Juan Manuel Calvo Gascón,<br />

Eloy Fernández Clemente, Juan Carlos Ferreira Paesa,<br />

Gaspar Ferrer Soria, Fernando Galve Juan,<br />

Teresa Gamarra Chopo, Josefina Lerma Loscos,<br />

María Antonia Martín Zorraquino, José Monzón Gracia,<br />

María Ángeles Tomás Obón<br />

Diseño y creación<br />

Isidro Ferrer<br />

Edita<br />

Centro de Estudios Locales de <strong>Andorra</strong><br />

C/ Escuelas, n. o 12<br />

44500 <strong>Andorra</strong> (Teruel)<br />

Maquetación e impresión<br />

Sansueña Industrias Gráficas, s.a.<br />

Depósito Legal<br />

TE-153-2012<br />

ISSN<br />

1567-3469


D<br />

O S<br />

S<br />

I<br />

E R<br />

><br />

17<br />

16


REFORMAS Y MODOS DE<br />

EDUCACIÓN EN ESPAÑA:<br />

ENTRE LA TRADICIÓN LIBERAL<br />

Y LA TECNOCRACIA<br />

Los autores de los textos que componen esta sección,<br />

Raimundo Cuesta, Julio Mateos y Juan Mainer, son profesores con<br />

una ya larga trayectoria como investigadores en temas educativos y<br />

en historia de la educación. La mayor parte de sus trabajos y publicaciones<br />

se han gestado y desarrollado en el marco del “Proyecto Nebraska”<br />

www.nebraskaria.es, surgido en el seno de una plataforma de<br />

pensamiento crítico, la Federación Icaria www.fedicaria.org, editora<br />

de la <strong>revista</strong> anual Con-Ciencia Social, de la que son miembros fundadores<br />

desde los años 90. Los cuatro trabajos que presentamos aquí<br />

bajo el común título Reformas y modos de educación en España: entre la<br />

tradición liberal y la tecnocracia, constituyen sendas aproximaciones a<br />

diferentes periodos y aspectos de la historia de la educación y de las<br />

políticas educativas en la España contemporánea.<br />

19<br />

18


A MODO DE PRESENTACIÓN<br />

GENEALÓGICA: EL PRESENTE Y EL<br />

PASADO DE LA EDUCACIÓN Y EL<br />

FUTURO DEL ESTADO DE BIENESTAR<br />

RAIMUNDO CUESTA FERNÁNDEZ<br />

1. Modos de educación y grandes<br />

ciclos reformistas de la historia de la<br />

educación española<br />

El pasado, ciertamente, está en<br />

el presente y ambos preparan nuestro futuro.<br />

De ahí que volver la vista hacia atrás,<br />

desde nuestra actualidad, tenga que ver<br />

con una exploración crítica y genealógica,<br />

no con una mera delectación de coleccionista<br />

que excava los estratos arqueológicos<br />

del sistema educativo. Por lo demás, a<br />

la hora de lanzar una mirada retrospectiva<br />

sobre la educación en la España contemporánea,<br />

son ya legión las obras existentes<br />

y, aunque el volumen no siempre confi ere<br />

excelencia, no cabe duda de que la producción<br />

historiográfi ca en este terreno ha<br />

mejorado notablemente. Desde las obras<br />

de hace más de veinte años a las de hoy<br />

se aprecia un avance importante: de las<br />

monografías muy sumarias y las historias<br />

de la legislación educativa se ha pasado al<br />

tratamiento de nuevos temas y problemas,<br />

que requieren nuevos enfoques y nuevas<br />

fuentes. La pujanza de la historia cultural<br />

no es ajena a este fenómeno. Pero no basta<br />

con dotarnos de los marcos conceptuales<br />

del giro cultural que la historiografía<br />

más consistente viene manejando. Es preciso<br />

también, como pretendemos en estos<br />

artículos, pensar las relaciones entre la totalidad<br />

social y la esfera educativa de otra<br />

manera, si perseguimos encarar rigurosa<br />

e históricamente las reformas educativas<br />

que condujeron a la edifi cación del sistema<br />

moderno de escolarización.<br />

En los tres trabajos de este monográfi co<br />

se busca, modestamente y a un cierto<br />

nivel de alta divulgación (se evita cita de<br />

aparato crítico de notas y demás convenciones<br />

académicas), incorporar nuevas<br />

categorías de análisis que proceden del<br />

empeño conjunto de sus autores dentro<br />

del Proyecto Nebraska de Fedicaria http://<br />

www.nebraskaria.es/nebraskaria/Presentacion.html,<br />

en el que inscriben sus afa nes<br />

investigadores en la última década. De esta<br />

suerte en las tres aportaciones se subra-<br />

21<br />

20


ya la relación entre la evolución de modos<br />

de educación y los procesos reformistas<br />

(cambios inducidos por el Estado, por minorías<br />

y vanguardias pedagógicas o por la<br />

misma dinámica social más general) en el<br />

campo escolar. Y así, en primer lugar, el<br />

texto de Juan Mainer aborda un periodo de<br />

larga duración, que supone la erección del<br />

sistema educativo en España, los impulsos<br />

innovadores posteriores y el intento<br />

frustrado de ruptura de la II República. Ahí<br />

se aprecia la larga persistencia del modo de<br />

educación tradicional-elitista, que, nacido a<br />

mediados del siglo XIX, sufre posteriormente<br />

algunos procesos de impugnación<br />

discursiva y tentativas legales de reforma.<br />

Por su parte, Julio Mateos, en una segunda<br />

aproximación, analiza el devenir de la<br />

transición, primero lenta y luego rápida,<br />

del modo de educación tradicional elitista<br />

hacia el modo de educación tecnocrático<br />

de masas durante el franquismo, dando<br />

cuenta de la delicada dialéctica de la continuidad<br />

y el cambio durante la dictadura y<br />

ofreciendo un ejemplo muy expresivo, que<br />

nos ayuda a no confundir los regímenes<br />

y periodos políticos con la evolución de<br />

fondo de los sistemas educativos. En tercer<br />

lugar, el artículo de Raimundo Cuesta<br />

se aproxima y describe el ritmo político y<br />

el signifi cado de las reformas educativas<br />

estatales de 1970 y 1990, que ratifi can y<br />

legalizan el triunfo del nuevo modo de educación<br />

tecnocrático de masas, cuya planta<br />

básica, pese a las variaciones políticas,<br />

se prolonga hasta nuestros días. Una vez<br />

más, se defi ende la tesis de que es preciso<br />

mirar el decurso de las estructuras y normas<br />

educativas en profundidad y más allá<br />

de los vaivenes políticos ocasionados por<br />

la alternancia partidaria del actual régimen<br />

parlamentario.<br />

Una historia crítica de la educación requiere<br />

un marco de categorías analíticas<br />

que nos ayuden a pensar la continuidad y<br />

el cambio por encima del corto, intenso y<br />

fugaz pulso político de los acontecimientos.<br />

La historia de la escuela se ubica en<br />

el plano de los fenómenos culturales que,<br />

por su misma naturaleza, se inscriben en<br />

los tiempos largos, en la vasta y duradera<br />

sedimentación de tradiciones sociales<br />

encarnadas en instituciones e incorporadas<br />

a las prácticas de los sujetos. Lo que<br />

no impide relacionar ese tiempo largo (el<br />

del capitalismo en sus diversas fases y las<br />

consiguientes formas de dominación) con<br />

los tiempos más vibrantes y movedizos de<br />

los momentos culminantes de los ciclos<br />

reformistas en la enseñanza, tal como hacemos<br />

en estos artículos. La división de la<br />

historia contemporánea de la educación<br />

en España entre un modo de educación<br />

tradicional-elitista, propio del capitalismo<br />

hispano hasta la década de los sesenta del<br />

XX, y un modo de educación tecnocrático de<br />

masas, que llega desde 1970 hasta nuestros<br />

días, resulta de una reelaboración de<br />

la tipología propuesta por Carlos Lerena en<br />

su obra Escuela, ideología y clases sociales en<br />

España (1976) y toma el nombre “modo de<br />

educación”, aunque no el signifi cado del<br />

mismo, de otras aportaciones como la de<br />

Julia Varela en sus Modos de educación en<br />

la España de la Contrarreforma (1983).<br />

Ocurre, además, que las instituciones<br />

escolares (al menos desde su confi guración<br />

nacional-estatal) y las prácticas que<br />

en ellas habitan comprenden un sistema,<br />

esto es, un todo cuyas partes funcionan<br />

interrelacionadamente, de modo que un<br />

cambio en una de ellas resulta incomprensible<br />

e inexplicable sin acudir a la<br />

estructura dentro de la que se ocasiona y<br />

cobra sentido. De donde se infi ere que la<br />

educación formal actúa, en el nivel macro,<br />

como una totalidad que a su vez queda<br />

inserta como subsistema dentro del todo<br />

social, con su tempo propio dentro de la<br />

esfera cultural a la que pertenece. Los ya<br />

clásicos estudios sobre sistematización,<br />

segmentación, inclusión y progresividad


de los sistemas educativos modernos, o<br />

las perspectivas institucionales que ven el<br />

campo de la educación como un espacio<br />

de autonomía y dinámicas autónomas,<br />

nos inclinan a manejar unas herramientas<br />

más refi nadas cuando exploramos la relación<br />

entre evolución estructural y coyunturas<br />

reformistas.<br />

Ciertamente, las reformas educativas se<br />

inscriben y encuentran pleno signifi cado<br />

dentro de un tracto mucho más amplio,<br />

cual es la evolución de los modos de educación.<br />

La historia de la educación española<br />

en lo que habitualmente se llama<br />

época contemporánea posee tres grandes<br />

hitos reformistas:<br />

a) El proceso constituyente de un sistema<br />

nacional de educación y la consagración<br />

jurídica del modo de educación tradicional<br />

elitista, que, emprendido por Gil de Zárate<br />

y otros ilustres liberales doctrinarios, culmina<br />

en la duradera Ley Moyano de 1857.<br />

Ley de Instrucción Pública 1857. Rodolfo Llopis.<br />

Representa un modelo de dominación social<br />

de la vieja nobleza y la gran burguesía<br />

a través de una opción estatal centralista<br />

e intervencionista, que se abre posteriormente<br />

a una participación y reparto de<br />

funciones con la Iglesia católica. Allí quedan<br />

inscritas las huellas propias de sistematización<br />

(tres niveles educativos en<br />

vertical), segmentación horizontal (una<br />

sola educación secundaria) y falta de progresividad<br />

inclusiva (escisión clasista y de<br />

género muy fuerte) del sistema educativo<br />

español dentro del modo de educación tradicional-elitista.<br />

b) El intento republicano de realizar un<br />

modelo de escuela única y laica, que, situando<br />

al Estado en el eje de la educación,<br />

rompía el modus vivendi con la Iglesia y<br />

se “adelantaba” acelerando la transición<br />

entre modos de educación. Tras ello habitaba<br />

un conato de alianza antioligárquica<br />

entre sectores de la pequeña burguesía y<br />

de la clase trabajadora frente a los grupos<br />

que tradicionalmente habían detentado<br />

el poder. Rodolfo Llopis, director general<br />

de Primera Enseñanza durante el periodo<br />

1931-1933, es la fi gura más representativa<br />

de la nueva política republicana; Lorenzo<br />

23<br />

22


Luzuriaga, el más acreditado fabricante de<br />

ideas al servicio de la reforma republicana,<br />

ideas que se fraguaron en la ebullición<br />

del nuevo pensamiento pedagógico de la<br />

Edad de Plata de la cultura hispana (del<br />

98 a la II República). Esta reforma liberalsocialista<br />

quedó truncada por sus propias<br />

contradicciones y fi nalmente por el desenlace<br />

de la Guerra Civil.<br />

c) Las reformas educativas que, alimentadas<br />

por la lógica racional tecnoburocrática,<br />

culminan en una escolarización obligatoria<br />

de masas y, consecuentemente,<br />

llevan a la implantación del modo de educación<br />

tecnocrático de masas. Tras un largo<br />

devenir de la contrarrevolución educativa<br />

inmovilista del franquismo, se produce<br />

una “revolución silenciosa” y un cambio<br />

espontáneo hacia la escolarización de<br />

masas en el tramo fi nal de la dictadura,<br />

que desemboca en políticas educativas de<br />

nuevo cuño reformista. Su momento cumbre<br />

llega con la Ley General de Educación<br />

de 1970, la ley madre de toda la legislación<br />

educativa posterior. Su plena racionalidad<br />

tecnocrática se proyecta en las políticas escolares<br />

del gobierno largo del PSOE (1982-<br />

1996) y su sombra, mutatis mutandis, llega<br />

hasta la más reciente legislación de nuestro<br />

tiempo. Ricardo Díez Hotchleimer y el<br />

ministro Villar Palasí encarnan mejor que<br />

nadie la utopía educativa de la igualdad de<br />

oportunidades y la razón tecnicista, que<br />

posteriormente acogerán, sub especie socialtecnocrática,<br />

los equipos del ministro<br />

Maravall, y más aún sus sucesores en el<br />

cargo. Así se llega a un modelo de escuela<br />

de masas, unifi cada y comprensiva “por<br />

otros medios” (diferentes a los ensayados<br />

durante la II República).<br />

En fi n, se diría que existen tres grandes<br />

momentos que pueden relacionarse con<br />

tres tipos de reformismos educativos que<br />

respectivamente podemos denominar: el<br />

liberal tradicional (1838-1857), el liberal-socialista<br />

(el de la II República) y el tecnocrático<br />

(desde 1970 hasta hoy). Este último<br />

engloba, deglute y transforma el programa<br />

educativo liberal y socialista dentro de una<br />

amalgama de representación y legitimación<br />

políticas que se expresa bajo el nuevo<br />

rostro de la igualdad de oportunidades<br />

y el dogma de la efi ciencia. Cada uno de<br />

estos momentos modélicos posee un estilo<br />

propio y unos supuestos ideológicos<br />

característicos.


El primero de ellos, el liberal tradicional,<br />

consustancial al siglo XIX, que remontaría<br />

sus lejanos orígenes hasta el Informe<br />

Quintana de 1813, sirve para erigir un sistema<br />

nacional de educación basado en<br />

tres rasgos defi nitorios, básicos: elitismo,<br />

nacionalismo y centralismo. El elitismo<br />

comporta una escolarización muy restringida<br />

para las clases populares, pero, sobre<br />

todo, un estricto y profundo dualismo entre<br />

la primera enseñanza (primero, entre<br />

seis y nueve años; luego, desde principios<br />

del siglo XX, entre seis y doce), que no conduce<br />

a otro nivel educativo, y el resto. La<br />

segunda enseñanza se presenta, respecto<br />

a la primaria, como un compartimiento<br />

estanco del sistema, en el que se ingresa<br />

a los diez años y en el que estudia una pequeña<br />

minoría de la mesocracia y de las<br />

clases dominantes destinada a la gestión y<br />

dirección de la sociedad. Así se confi guró<br />

un sumario y duradero sistema educativo,<br />

que a través de unas escuelas primarias<br />

depauperadas, de una red centralizada de<br />

institutos provinciales, auténticas sucursales<br />

del poder político central, y de un<br />

exiguo y vetusto mundo académico universitario,<br />

contribuyó no poco a difundir la<br />

identidad nacional como equipaje del capital<br />

cultural de las clases medias. Es este<br />

un verdadero arquetipo decimonónico que<br />

hemos dado en llamar modo de educación<br />

tradicional elitista.<br />

El segundo reformismo, el liberal-socialista,<br />

se sitúa en el contexto de una transición<br />

larga, en el curso del siglo XX, entre el<br />

modo de educación elitista y el de masas.<br />

El precario modelo decimonónico de escolarización<br />

ya había sido objeto de crítica en<br />

el contexto de la marea regeneracionista<br />

de entre siglos. Ahora, el nuevo reformismo<br />

liberal-socialista continúa esa tradición<br />

crítica y comporta un intento de rectifi cación<br />

profunda de algunos de los supuestos<br />

del modo de educación tradicional.<br />

En el terreno ideológico la fuente nutricia<br />

de la política educativa republicana fue<br />

una alianza de ideas entre la tradición de<br />

la Institución Libre de Enseñanza creada<br />

en 1876 y las primeras especulaciones del<br />

PSOE, que había visto su fundación pocos<br />

años después. El liderazgo y los proyectos<br />

que se sembraron en los entornos de los<br />

Giner de los Ríos y los de Pablo Iglesias<br />

vinieron a darse la mano en 1918 merced a<br />

la aprobación en el Congreso del PSOE de<br />

la célebre ponencia presentada por la Escuela<br />

Nueva de Madrid, propuesta educativa<br />

que iba a marcar de por vida el bagaje<br />

del socialismo español. En esa operación<br />

tuvo mucho que ver el socialista Lorenzo<br />

Luzuriaga, discípulo de Ortega y pedagogo<br />

institucionista, que obra como puente<br />

entre la tradición pedagógica burguesa y la<br />

obrera, elaborando una síntesis programática<br />

acerca de la idea de escuela unifi cada,<br />

laica, activa y democrática de indudable<br />

atractivo y de duradera efi cacia movilizadora<br />

entre la opinión de izquierda.<br />

Entre el segundo modelo de reformismo<br />

educativo y el tercero, transcurre la mayor<br />

parte de la dictadura franquista durante la<br />

que se produce, más allá de la fraseología<br />

reaccionaria del nacionalcatolicismo, si se<br />

puede decir, una reforma espontánea de la<br />

educación, un cierto tipo de “revolución<br />

por otros medios”, que va erosionando<br />

los fundamentos del elitismo tradicional y<br />

que desemboca en un reformismo educativo<br />

pleno con la Ley General de Educación<br />

(LGE) de 1970, continuado en la Ley de<br />

Ordenación General del Sistema Educativo<br />

(LOGSE) de 1990.<br />

El tercer reformismo, que se sitúa sobre<br />

todo entre 1970 y 1990, obedece a las necesidades<br />

perentorias, una vez fracasado<br />

el programa republicano y vistas las insufi<br />

ciencias de fondo de los postulados de la<br />

dictadura y la rápida e imparable transformación<br />

de la sociedad española, de llevar<br />

a efecto una escolarización de masas bajo<br />

25<br />

24


el dictado de los expertos, desplazando<br />

la tensión reformista de la lucha política<br />

e ideológica hacia el terreno de la efi cacia<br />

y las recomendaciones de los organismos<br />

internacionales. Esa racionalidad, propia<br />

del modo de educación tecnocrático de masas,<br />

se impone desde el tardofranquismo<br />

hasta nuestra época. Ya se puede suponer<br />

que, si defendemos la existencia de una<br />

continuidad estructural de la lógica tecnocrática<br />

desde el reformismo educativo de<br />

1970 hasta la actualidad, no debe colegirse<br />

de ello que cualquier política educativa<br />

practicada en nuestro tiempo sea igual y<br />

tenga las mismas consecuencias. Desde<br />

los años noventa en España, desde fi nales<br />

de la era socialista, reinan en el discurso<br />

educativo los postulados de la revolución<br />

conservadora y el neoliberalismo. Ambos,<br />

nacidos como respuesta a la crisis<br />

del estado del bienestar, se han reforzado<br />

agresivamente merced a la actual crisis<br />

económica y han abierto una etapa de deterioro<br />

de la escuela estatal que permite<br />

la comparación histórica con dos lamentables<br />

precedentes: la incuria a la que la<br />

sometieron los liberales decimonónicos, o<br />

el desmantelamiento y entrega a la Iglesia<br />

católica que se produjo en la dictadura de<br />

Franco. Ahora, en plena crisis del capitalismo,<br />

las fuerzas del mercado con sus<br />

restricciones al gasto en educación ponen<br />

en peligro cualquier proyecto de escuela<br />

pública y, por extensión, de democracia<br />

consistente. El sistema de escolarización<br />

masiva, inherente al triunfo del modo de<br />

educación tecnocrático de masas, está en<br />

pleno proceso de revisión doctrinal y real.<br />

2. Una cuestión de actualidad<br />

palpitante: la educación en tiempos<br />

de crisis del estado de bienestar<br />

En tocando a educación, gustaba<br />

decir Carlos Lerena, nada es lo que parece,<br />

pues lo que hoy ha devenido en un<br />

consensuado mito humanista, universal<br />

y transhistórico acerca de las bondades<br />

emancipadoras de la escuela oculta que<br />

las relaciones sociales de dominación resultan<br />

inherentes a la institución escolar<br />

como instrumento de legitimación del<br />

orden social en la era del capitalismo. Y<br />

si los discursos asociados al campo de<br />

la educación son proclives a la fantasmagoría,<br />

la cosa llega al paroxismo cuando<br />

uno trata de bucear en la historia de las<br />

reformas educativas cuya misión estriba<br />

en exorcizar y poner remedio a unos supuestos<br />

males sociales, pero cuyo destino<br />

verdadero e ineluctable conduce al<br />

fracaso de sus pretensiones, como señala<br />

la literatura especializada en tal tema,<br />

verbigracia, el libro de Seymour B. Saranson,<br />

autor de una obra titulada El predecible<br />

fracaso de las reformas educativas<br />

(2003). En efecto, la historia de las reformas<br />

educativas se conjuga con el verbo<br />

“fracasar”. Ahora bien, en este mundo de<br />

encantamientos e ilusiones, el tan traído<br />

y llevado “fracaso escolar”, en realidad,<br />

es un éxito de las reglas (las gramáticas y<br />

culturas escolares) que realmente producen<br />

lo que ocurre en las escuelas, y de los<br />

mecanismos de justifi cación de un orden<br />

social desigual. No obstante, la educación<br />

es un terreno dinámico de poderes<br />

y saberes, un campo de batalla de ideas<br />

(y, por tanto, de resistencia a la dominación),<br />

por lo que las reformas educativas<br />

pueden y deben interpretarse no por el<br />

explícito mensaje de salvación que conllevan<br />

sus idealistas remedios pedagógicos,<br />

sino por lo que se esconde debajo de los<br />

mismos y por las confrontaciones sociales<br />

que expresan.<br />

Han transcurrido más de treinta años de la<br />

aprobación de las principales leyes educativas<br />

que han ahormado normativamente<br />

nuestro presente. Como testigos, hemos<br />

de buscar la distancia estratégica para que


los árboles de nuestra presencia vital en<br />

esas coyunturas históricas no intercepten<br />

la visión del bosque, es decir, del signifi cado<br />

histórico de todo un amplio periodo de<br />

la educación española y del pasado que le<br />

precede. Claro que la distancia óptima se<br />

consigue acudiendo a categorías conceptuales<br />

que nos permitan pensar, entender<br />

y explicar el pasado desde el presente,<br />

desde nuestro presente. Y, en efecto, pese<br />

a encontrarnos actualmente afectados<br />

por una fase conservadora, en todas las<br />

facetas de la existencia, nuestra tesis es<br />

que, herederos de ese pasado reformista,<br />

el lapso entre 1970-1990 y hoy constituye<br />

una etapa unitaria presidida por una<br />

lógica común: instaurar y mantener un<br />

sistema de educación obligatoria integrado<br />

y de masas. Por lo tanto, afi rmaremos<br />

que, pese a la diversidad de alternancias<br />

y contingencias políticas, hubo un ciclo<br />

reformista, entre 1970 y 1990, impulsado<br />

y dominado por la racionalidad tecnocrática,<br />

y seguido de un giro contrarreformista<br />

cuya onda llega hasta nuestros días. Las<br />

consecuencias de ello condujeron al establecimiento<br />

de un modo de educación<br />

tecnocrático de masas, o sea, a un sistema<br />

de escolarización que unifi caba y<br />

generalizaba la obligatoriedad escolar<br />

hasta los dieciséis años, rompiendo así<br />

la doble vía tradicional (primaria/secundaria),<br />

todo ello bajo el despliegue de un<br />

discurso curricular plagado de apelación a<br />

valores supremos de convivencia, pero en<br />

realidad plagado y colonizado por el tecnicismo<br />

y el efi cientismo.<br />

Por lo demás, este tipo de reformas “inclusivas”<br />

y socialmente progresistas, ampliamente<br />

avaladas por la tecnoburocracia<br />

de los organismos internacionales<br />

implicados en la educación, habían sido<br />

ya experimentadas en países de diverso<br />

pelaje ideológico, principalmente socialdemócrata.<br />

Como es sabido, la oferta de<br />

una enseñanza obligatoria y gratuita hasta<br />

al menos la edad legal de trabajo (en<br />

España, los dieciséis años) vino a convertirse,<br />

tras la Segunda Guerra Mundial, en<br />

uno de los pilares del estado de bienestar<br />

en los países avanzados. La edad de oro<br />

del capitalismo de posguerra fue también<br />

el momento culminante de tales experimentos<br />

reformistas, que, como no podía<br />

ser menos, llegaron a España, entre otras<br />

razones gracias a la anomalía del franquismo,<br />

con retraso y lentitud, en un momento<br />

histórico en que en otras latitudes se<br />

empezaban a percibir los descosidos del<br />

estado de bienestar (en los comienzos de<br />

los años setenta ya se teoriza sobre la crisis<br />

fi scal del Welfare State). En ese contexto<br />

de primera crisis del pacto keynesiano<br />

de posguerra se inscriben las reformas<br />

educativas españolas de 1970 y 1990.<br />

Hoy, dentro de la vorágine creada por la<br />

crisis económica iniciada en el último<br />

trimestre de 2007, el Estado benefactor<br />

comparece ya como una sombra desvanecida,<br />

objeto, como los sistemas educativos<br />

progresivos, de rebajas estatales en<br />

la fi nanciación de su funcionamiento y de<br />

contrarreformas en sus postulados pedagógicos<br />

originarios. A pesar de la retórica<br />

de Education for All, lema favorito de los<br />

informes pergeñados por la UNESCO y<br />

otras instituciones internacionales, lo cierto<br />

es que la innegable expansión estandarizada,<br />

occidentalizante y uniformista<br />

de la educación por todo el mundo, y la<br />

globalización, al fi n y a la postre, ha devenido<br />

en mercantilización de los sistemas<br />

educativos nacionales, en retrocesos de<br />

su fi nanciación pública, en desregulación<br />

(cuasi mercados) de los centros y<br />

en control férreo del currículo (mediante<br />

evaluaciones uniformes y/o programas de<br />

estudios fuertemente centralizados por el<br />

poder político de turno).<br />

27<br />

26


Algunas teorías que conciben la educación<br />

como “una institución construida culturalmente<br />

y no una respuesta práctica a<br />

las necesidades sociales” (Meyer-Ramírez,<br />

2010, 22) aciertan a comprender la especifi<br />

cidad cultural del campo de la educación<br />

en tanto que obra de intereses y acciones<br />

humanas, lo que explicaría, por ejemplo,<br />

el eterno lamento acerca de su incapacidad<br />

para dotar de mano de obra al mundo<br />

empresarial, pero ese construccionismo<br />

cultural, enemigo de cualquier clase de<br />

funcionalismo (la escuela al servicio de<br />

una función social predeterminada), no<br />

es incompatible con la conveniencia de<br />

insertar el espacio educativo en un ámbito<br />

territorial más amplio, en un abanico<br />

de fuerzas causales más extenso y rico. A<br />

tal efecto, ideamos el concepto de modo<br />

de educación a fi n de vincular las diversas<br />

etapas de los sistemas de enseñanza nacionales<br />

con las distintas formas de capitalismo,<br />

de ejercicio de la dominación y de<br />

producción y distribución del conocimiento.<br />

Tomaremos en este texto, dada la crisis<br />

actual del capitalismo, como preferente<br />

uno de los ángulos posibles de análisis (el<br />

económico).<br />

La crisis general del capitalismo en los<br />

años treinta, la masiva destrucción de<br />

la Segunda Guerra Mundial y la presencia<br />

del enemigo comunista (la URSS y<br />

sus aliados) favorecieron el pacto social<br />

keynesiano de posguerra (se mantenía un<br />

sistema de desigualdad social estructural<br />

corregido por una fi scalidad capaz de redistribuir<br />

parte de la riqueza nacional en<br />

forma de servicios sociales ofrecidos por<br />

el Estado), que aseguró una etapa (desde<br />

los años cincuenta hasta la crisis de los<br />

setenta) de crecimiento sin límites y de<br />

oportunidades sin cuento. La educación<br />

era una de ellas y desde entonces arraiga<br />

la difusión en el cuerpo social de la ideología<br />

de la igualdad de oportunidades garantizada,<br />

se decía, gracias a la dotación<br />

de sistemas educativos para todos fi nanciados<br />

por el Estado. El Estado benefactor<br />

y la mentalidad meritocrática eran, pues,<br />

los componentes de la buena nueva escolar,<br />

que, además, se reforzaba y aderezaba<br />

con una multitud de teorías psicopedagógicas<br />

sobre el desarrollo feliz y efi caz del<br />

aprendizaje dentro de las escuelas. Eran<br />

los tiempos del optimismo generalizado,<br />

era el momento de las reformas educativas<br />

inclusivas, la época en que fl orecen<br />

las teorías del capital humano, cuando<br />

prolifera la ilusión de gobernar la forja<br />

escolar de seres humanos a través de un<br />

saber científi co; cuando, incluso, se contempla,<br />

como ya apreciara Jovellanos, el<br />

más ilustre de nuestros ilustrados, en su<br />

Memoria sobre la educación pública, la instrucción<br />

como origen y fuente de todos<br />

los bienes.<br />

Pero como sea que no hay bien que cien<br />

años dure, desde 1973 empezaron a crujir<br />

de nuevo las cuadernas y a abrirse vías<br />

de agua en la vieja nave del capitalismo.<br />

Ya antes, entre otros los teóricos de la<br />

nueva sociología crítica de la educación,<br />

de manera muy especial P. Bourdieu y<br />

J. C. Passeron, en su obra La reproducción.<br />

Elementos para una teoría de la enseñanza<br />

(1970), habían denunciado los fundamentos<br />

clasistas de la nueva “educación<br />

para todos”, mostrando el secreto mejor<br />

guardado, a saber, que la escuela contribuye<br />

a la reproducción de la distribución<br />

del capital cultural de las distintas clases<br />

sociales. Por su parte, en ese mismo año<br />

1973 J. O´Connor, desde planteamientos<br />

marxistas, en su célebre La crisis fi scal de<br />

Estado, había puesto de relieve las contradicciones<br />

de un estado de bienestar que<br />

no podría seguir durante mucho tiempo<br />

legitimando las desigualdades propias<br />

del capitalismo. El asunto, como muy<br />

atinadamente percibirían J. Habermas y<br />

otros pensadores críticos de la época, tenía<br />

mucho que ver con la legitimación del


capitalismo tardío, que, en buena parte,<br />

había descansado en la violencia simbólica<br />

inducida por el sistema escolar y en<br />

otros servicios provistos hasta entonces<br />

por el Estado social. Pero, paradójicamente,<br />

siguiendo la idea de que la mejor<br />

defensa es un ataque, la crisis del capitalismo<br />

traerá consigo un rearme de sus defensores<br />

en forma de estigmatización de<br />

la acción niveladora e intervencionista del<br />

estado de bienestar. Ya en los cuarenta se<br />

dejaron oír las quejas contra la acción del<br />

Estado. En su Camino de servidumbre F.<br />

Hayek marcaba la senda, fuente inagotable<br />

(al lado de la obra de M. Friedman),<br />

de la riada neoliberal y neoconservadora<br />

que triunfa en la ominosa década de los<br />

ochenta.<br />

La crisis económica de 1973 abría un largo<br />

y penoso proceso de recomposición<br />

del capitalismo a escala mundial, que ha<br />

supuesto la ruptura de su base industrial<br />

clásica (capitalismo posindustrial,<br />

fi nanciero y virtual), un cambio de las<br />

relaciones laborales hacia la incertidumbre<br />

(del “asalariado”, como dice R. Castel,<br />

al “precariado”), una internacionalización<br />

sin precedentes de los fl ujos fi nancieros y<br />

mercantiles, un incremento de la productividad<br />

gracias a las nuevas tecnologías<br />

y a la deslocalización productiva y un refl<br />

ujo de los gastos sociales públicos. Ello<br />

ha comportado profundas mutaciones sociales.<br />

En efecto, en el último cuarto del<br />

pasado siglo y en la primera década del<br />

actual se ha producido, primero en Estados<br />

Unidos y Gran Bretaña y luego en el<br />

resto de Europa, lo que el economista P.<br />

Krugman ha llamado la gran divergencia,<br />

una nueva era de desigualdad que sustituye<br />

y rompe los equilibrios del pacto social<br />

de posguerra que erigió el estado de<br />

bienestar. En este lapso se ha ocasionado<br />

una profunda redistribución de la riqueza<br />

en favor de una exigua minoría y a costa de<br />

la erosión y pérdida relativa de rentas de la<br />

clase obrera tradicional en declive cuantitativo<br />

y de las capas medias de población<br />

en crecimiento continuo. Esa derrota económica<br />

de las clases productivas, que se<br />

ha dado con gobiernos de diverso color<br />

político, contrasta con el enriquecimiento<br />

espectacular de los estratos más altos dedicados<br />

a la especulación fi nanciera y se<br />

agrava como consecuencia del progresivo<br />

debilitamiento de los servicios ofrecidos<br />

por el estado de bienestar, lo que ha sido<br />

posible merced a una “coalición de resentimientos”<br />

(Fontana, 2011, 834) contra las<br />

prestaciones de ese tipo de Estado. La<br />

interiorización subjetiva y la resignación<br />

colectiva de que tales prestaciones son<br />

derechos en fase de extinción progresiva<br />

ha constituido una de las victorias ideológicas<br />

más sonoras de esa infame coalición<br />

de resentimientos bajo la que opera la argamasa<br />

social de la revolución conservadora<br />

que iba a imponer su discurso, con<br />

matices más o menos radicales, en el orbe<br />

occidental. Pronto esta nueva hegemonía<br />

“cultural” de la derecha iba a traducirse<br />

en reorientaciones estratégicas de las políticas<br />

educativas conforme al molde del<br />

imperante neoliberalismo. Veremos que<br />

en España, con algún desfase temporal<br />

producto de su particular historia política<br />

y económica, después de un periodo de<br />

reformas, se produjo la irrupción de los<br />

nuevos discursos neoliberales ya en los<br />

años noventa.<br />

La crisis económica de los setenta desembocó<br />

en una contrarrevolución conservadora<br />

en los ochenta, que generó, primero<br />

en los laboratorios del neoliberalismo (la<br />

Gran Bretaña de M. Thatcher y los Estados<br />

Unidos de R. Reagan), una profunda<br />

revisión de las políticas educativas desde<br />

fi nales de los ochenta y principios de los<br />

noventa, que extiende y proyecta su sombra<br />

hasta hoy. La fe ciega en la escolarización<br />

se trocó en una prudente estrategia<br />

de contención y reorientación del esfuerzo<br />

29<br />

28


educativo hacia las necesidades del mercado.<br />

Y así las recomendaciones del Banco<br />

Mundial insistirán en la necesidad de<br />

concentrar la inversión pública en el nivel<br />

de la educación básica, desinvirtiendo en<br />

el resto para que la secundaria y universitaria<br />

queden sujetas a las iniciativas del<br />

mercado y fórmulas de pago por servicio<br />

(Hirtt, 2003, 120-121). El programa oculto<br />

del neoliberalismo no se niega a reducir la<br />

escolarización obligatoria, pero sí promueve<br />

una reorientación de las tendencias escolarizadoras<br />

mediante las que se obliga<br />

a elegir más tempranamente rompiendo<br />

con la tendencia del modo de educación<br />

tecnocrático de masas a ampliar progresivamente<br />

un tronco común de educación<br />

compartida por todos.<br />

Las políticas educativas en los países capitalistas<br />

más desarrollados, pese a la<br />

concreción y particularidades nacionales<br />

de las mismas, operan en una semejante<br />

dirección globalizada, lo que no deja de<br />

ser prueba irrefutable de la vigencia armonizadora<br />

y el poder homogeneizador de<br />

los ya antiguos estados nacionales. Otra<br />

cosa es que, reconocida la crisis parcial<br />

de las políticas de bienestar, el Estado del<br />

capitalismo tardío del modo de educación<br />

tecnocrático de masas haya adoptado<br />

nuevas formas de comparecencia y de actuación,<br />

que adoptan a menudo la forma<br />

de Estado evanescente, esto es, un Estado<br />

aparentemente desregulador de los centros<br />

educativos, a los que se pretende dar<br />

la consideración de “cuasi mercados”,<br />

cediendo la gestión a los propios equipos<br />

directivos de los establecimientos escolares<br />

y trasladando a los padres, como<br />

consumidores y clientes de servicios, el<br />

derecho de elección. Pero detrás de tanta<br />

desestatalización aparente se esconde<br />

el verdadero rostro de un Estado evaluador<br />

que señala obsesiva y rígidamente el<br />

currículo obligatorio (en una dirección<br />

cada vez más disciplinaria, esencialista y<br />

retrógrada) y que marca estrictamente los<br />

estándares de logro académico mediante<br />

ridículos y sofi sticados sistemas de evaluación,<br />

que, en nombre de la calidad y la<br />

efi cacia, ejercen una fuerte acción coercitiva<br />

sobre los centros y la profesión docente.<br />

Todo el énfasis puesto en una nueva<br />

delegación de funciones a los centros y a<br />

los agentes educativos no pasa de ser propaganda<br />

vulgar que, en ningún caso, ha<br />

supuesto la desaparición del Estado y, por<br />

supuesto, nada ha favorecido la igualdad<br />

de oportunidades (no digamos la igualdad<br />

social) y sí, en cambio, la gestión cada vez<br />

más empresarial de los establecimientos<br />

educativos y el personal docente. En la era<br />

actual, la del totalcapitalismo, se demuestra<br />

la falacia liberal, el mito reconfortante,<br />

de un Estado débil porque el desarrollo del<br />

capitalismo en todas sus fases ha supuesto<br />

un creciente intervencionismo, directo<br />

o indirecto, del Estado en la vida social.<br />

También en la educación.<br />

Naturalmente, estas tendencias generales<br />

se expresan en el caso español, y en<br />

otros (por ejemplo, en América Latina),<br />

con desajustes temporales y matices de<br />

contenido. Como vamos a tratar de explicar,<br />

las reformas educativas de 1970 y<br />

1990 constituyen un ciclo unitario de expansión<br />

del modelo de escuela unifi cada<br />

pero con un notable retraso respecto a<br />

otras semejantes ensayadas en los países<br />

más desarrollados. Son normativas<br />

más propias del ascenso del estado de<br />

bienestar que de su crisis. Se encuentran<br />

situadas en el gozne entre dos momentos<br />

distintos del desarrollo capitalista, en una<br />

coyuntura política muy especial (el fi n de<br />

la dictadura) y, en cierto modo, moviéndose<br />

contra la corriente conservadora que<br />

inundó el discurso educativo desde los<br />

años ochenta. Hoy el orden del día incluye<br />

rebajas del gasto público que operan a favor<br />

de una cierta desestatalización directa<br />

y una destrucción del tejido de servicios


educativos ofrecidos por un estado de<br />

bienestar en quiebra. En esta circunstancia,<br />

más que nunca, conviene conocer al<br />

menos sumariamente, como se pretende<br />

en los artículos que siguen, la historia de<br />

la construcción y de la crisis de las políticas<br />

y reformas del Estado español desde<br />

que se constituye en institución impulsora<br />

y forjadora de un peculiar sistema educativo<br />

nacional.<br />

31<br />

30


LA ERECCIÓN DEL SISTEMA EDUCATIVO<br />

EN ESPAÑA: DE LA CRISIS DEL<br />

MODELO LIBERAL AL FRACASO DEL<br />

REFORMISMO LIBERAL-SOCIALISTA DE<br />

LA SEGUNDA REPÚBLICA<br />

JUAN MAINER BAQUÉ<br />

Eumenes elogiaba el celo con el cual los emperadores romanos escogían<br />

los profesores como si se tratase de proveer de jefe a un escuadrón<br />

de caballería o a una cohorte pretoriana. A través de los siglos, la<br />

comparación no ha perdido nada de su terrible exactitud. Mientras no<br />

desaparezca la sociedad dividida en clases, la escuela seguirá siendo un<br />

simple rodaje dentro de un sistema general de explotación, y el cuerpo<br />

de maestros y profesores, un regimiento que defi ende como el otro los<br />

intereses del Estado.<br />

Aníbal Ponce (1977),<br />

Educación y lucha de clases, Bogotá, Editorial Latina, p. 242<br />

(primera edición de 1934)<br />

Todas las cosas que viven mucho se van empapando poco a poco de<br />

razón, de tal suerte que parece verosímil que tengan su origen en la<br />

sinrazón.<br />

Friedrich Nietzsche (1887),<br />

Aurora. Meditación sobre los prejuicios morales<br />

1. Un punto de vista sobre la institución escolar y su historia<br />

Realizar una síntesis histórica acerca de la evolución de la educación en la España<br />

contemporánea hasta el fi nal de la Guerra Civil constituye un empeño complejo si<br />

se pretende compaginar la claridad expositiva con la selección de los acontecimientos<br />

más relevantes y la necesidad de analizar y valorar de forma crítica y sistemática alguno<br />

de los grandes procesos que en relación con ella tuvieron lugar. Y ello es así porque hacer<br />

historia de la educación es mucho más que dar cuenta de la evolución de las ideas pedagógicas<br />

que supuestamente la alumbraron, de los marcos legislativos que la confi guraron<br />

o de la historia externa e interna de las instituciones escolares que le dieron cobijo. En<br />

nuestra opinión, todo eso –la pedagogía, las leyes educativas, las instituciones escolares–,<br />

sustancia que tradicionalmente ha ocupado al campo académico de los historiadores de<br />

33<br />

32


la educación, no es más que la parte más visible y superfi cial, pero en absoluto la más<br />

relevante, de una potente, efi caz y duradera maquinaria, la escuela de la modernidad capitalista,<br />

que ha venido desvelándose como el más importante y universalizado (hoy ya<br />

globalizado) taller de hombres ingeniado y desarrollado por los Estados de la era capitalista<br />

para su servicio: los sistemas educativos nacionales.<br />

En efecto, la escuela, los sistemas escolares, como todas las “cosas que viven mucho”<br />

–como el hospital, la fábrica o la cárcel–, son uno de esos artefactos sociales tan empapados<br />

de razón, de buenas razones, tan naturalizados y eternizados, que podría parecer<br />

impertinente recordar su historicidad o reparar en las sinrazones, como gustaba decir al<br />

fi lósofo del martillo y de la sospecha, que acompañaron su gestación. La realidad es que<br />

su génesis y evolución tuvieron muy poco de angélicas y benefactoras y mucho de voluntad<br />

de sometimiento, de domesticación y de ahormamiento de las poblaciones al marco<br />

territorial de los Estados liberales burgueses que surgieron, entre fi nales del siglo XVIII y<br />

mediados del XIX, primero en Europa Central y Occidental, extendiéndose con rapidez al<br />

continente americano y al resto del mundo, merced al proceso de colonización imperialista,<br />

dando lugar a un fenómeno histórico específi co transcultural y transfronterizo: la<br />

erección de los sistemas educativos nacionales de la era del capitalismo. La construcción<br />

de los Estados nacionales de la era capitalista ha sido en todos los casos inseparable de la<br />

fundación de los sistemas educativos nacionales modernos: se diría que al mismo tiempo<br />

que surgen nuevos modos de construir mercancías, se desarrolla un nuevo modo de<br />

producir individuos, nuevas formas de “gobierno del alma infantil”; al respecto, ya en 1772<br />

cuando Rousseau escribió sus Consideraciones sobre el gobierno de Polonia y su proyecto de<br />

reforma, había dejado dicho que la clave para la constitución nacional polaca habría de ser<br />

“la educación”: “Al abrir los ojos un niño debe ver la patria, y hasta su muerte no debe ver<br />

otra cosa” (citado en Viñao, 2002, 23).<br />

Podríamos afi rmar que los procesos de escolarización de las poblaciones han venido proporcionando<br />

a la moderna civilización capitalista lo mejor y lo peor de sí misma: la regeneración<br />

social, el progreso y la felicidad de los pueblos prometida por la expansión de la<br />

escuela fueron y son inseparables de la barbarie, de la explotación y de todas las infamias<br />

padecidas y por padecer por el género humano. Velis nolis, no deberíamos olvidar que la<br />

población más alfabetizada, escolarizada y cultivada en la Europa de entreguerras, la de<br />

la Alemania weimariana, fuera protagonista y, como mínimo, colaboradora necesaria del<br />

horror nazi. El holocausto o el gulag no son momentos excepcionales y anómalos en la<br />

intachable singladura civilizatoria de los Estados alemán o soviético, sino genuinos productos<br />

de la modernidad y de sus sinrazones.<br />

Una historia crítica y genealógica de la educación en la España contemporánea como la<br />

que postulamos, empeñada en problematizar la realidad escolar, de ayer pero, ante todo,<br />

de hoy, en someterla a juicio y a sospecha, está obligada a desvelar la ideología que acuna<br />

los mitos que han ido tejiéndose alrededor de la escuela y de la escolarización y que han<br />

contribuido a concebirla como una institución neutra, inocente, susceptible de ser gobernada<br />

desde parámetros de justicia y equidad, y capaz, por sí misma, de unir y reparar lo<br />

que la sociedad separa y corrompe. Así, desde la impugnación de este tipo de mitologemas<br />

e idealismos de la peor laya, adquiere pleno sentido formularse dos interrogantes que, en<br />

cierta forma, trataremos de responder en las páginas que siguen, en el bien entendido de<br />

que si nos ocupamos del pasado es precisamente porque lo que realmente nos preocupa


es el presente y estamos persuadidos de que cada presente no solo debe escribir su futuro,<br />

sino, ante todo, la genealogía de sus problemas, es decir, su pasado o, como gustaba decir<br />

a Carlos Lerena (1983), su “ante-pasado”.<br />

El primero de los interrogantes hace referencia a los orígenes, a su etapa constitutiva<br />

–¿cuándo y por qué surge el sistema educativo en España?– e inevitablemente alude a<br />

un tema central en toda indagación histórico-genealógica: ¿de quién es y para qué sirve el<br />

sistema de enseñanza? En realidad, lo que se cuestiona y se va a cuestionar a lo largo del<br />

tiempo no es ni la existencia del propio sistema de enseñanza, ni la lógica que presidió<br />

su nacimiento…, lo único que ha estado y sigue estando en cuestión es su propiedad.<br />

¿De quién es y para qué sirve? El liberal decimonónico Antonio Gil de Zárate (1796-1861),<br />

Antonio Gil de Zarate.<br />

cerebro y factótum de la puesta en marcha del sistema educativo nacional, lo expresó con<br />

rotundidad y notable clarividencia; desde el primer momento tenía que quedar clara la<br />

titularidad de la propiedad del nuevo taller de hombres que estaba erigiéndose. “Porque,<br />

digámoslo de una vez, la cuestión de enseñanza es cuestión de poder: el que enseña domina;<br />

puesto que enseñar es formar hombres y hombres amoldados a las miras del que los<br />

adoctrina. Entregar la enseñanza al clero es querer que se formen hombres para el clero y<br />

no para el Estado; es trastornar los fi nes de la sociedad humana; es trasladar el poder de<br />

donde debe estar a quien por su misma naturaleza tiene que ser ajeno a todo poder, a todo<br />

dominio; es, en suma, hacer soberano al que no debe serlo”. (Gil de Zárate, 1855)<br />

Consecuentemente, el segundo interrogante apunta a las circunstancias de su evolución,<br />

al sentido y alcance de sus reformas y transformaciones; ¿por qué cambia un sistema educativo,<br />

en qué circunstancias y condiciones, con qué propósito, en qué dirección, cuál es el<br />

papel y el protagonismo atribuible a los actores y agentes del cambio? En defi nitiva, ¿qué<br />

es lo que realmente muta y lo que permanece en la historia de los sistemas educativos?<br />

35<br />

34


En todo caso, explicar el cambio en la educación no es tarea fácil. Los sistemas educativos<br />

son estructuras estructurantes sólidamente conformadas y dotadas de funciones<br />

de reproducción social y cultural muy precisas, capaces de erigir códigos y gramáticas<br />

duraderas y aparentemente indeformables, pero, al mismo tiempo, se constituyen como<br />

un espacio de lucha de proyectos sociales, ideas, saberes y poderes que pugnan por imponerse.<br />

Para empezar es imprescindible recurrir a análisis globales y contextuales que<br />

permitan discernir las condiciones de posibilidad en las que los cambios pueden tener<br />

lugar –tomar en consideración el papel de las determinaciones económicas y sociales y su<br />

refl ejo en la evolución de las magnitudes y el carácter de la escolarización; las luchas por la<br />

hegemonía y el control del Estado y sus resortes, las formas de dominación y legitimación<br />

de esa dominación; las luchas y mutaciones que puedan producirse en el seno del campo<br />

de saber-poder pedagógico; la capacidad de adaptación y/o resistencia de los cuerpos<br />

docentes y de la cultura práctica de la escuela, entre otras variables y factores– y, por<br />

supuesto, aprender a distinguir entre las reformas y los cambios reales, entre los deseos y<br />

la realidad. En suma, se trata de buscar la explicación del éxito o el fracaso de los cambios<br />

mucho más allá de la coherencia o no de los reformadores y sus propuestas o de la espuma<br />

superfi cial de las leyes y reglamentos educativos que han tratado de darles vida. No<br />

conviene olvidar que las leyes educativas per se no transforman la realidad, sino que con<br />

frecuencia se limitan a refrendar lo ya existente y que, como ha estudiado ampliamente la<br />

mejor sociología crítica de la educación, no son las reformas y los reformadores quienes<br />

cambian la escuela, sino que es esta y las tradiciones y rutinas acuñadas por sus agentes<br />

y actores (profesores y alumnos) las que históricamente han conseguido neutralizar y desactivar<br />

tanto a las reformas como a sus propagandistas y voceros: las cosas cambian, es<br />

verdad, pero ni en la dirección ni al ritmo que los administradores e ideólogos de la “cosa”<br />

educativa sueñan o desean.<br />

2. Un sistema educativo nacional a la medida de un Estado liberal, oligárquico,<br />

centralista y confesional<br />

Durante la primera mitad del siglo XIX, al hilo de una procelosa y atrabiliaria<br />

revolución liberal, tuvo lugar en España la erección del sistema nacional de enseñanza. Al<br />

fi nal de un largo proceso de proyectos y regulaciones parciales, cuyos orígenes y paternidad<br />

podrían remontarse al Informe Quintana de 1813, fi nalmente, en 1857, en plena década<br />

moderada del reinado de Isabel II, quedó aprobada la primera Ley de Instrucción Pública<br />

–más conocida por el nombre de su principal mentor, el liberal doctrinario Claudio Moyano<br />

(1809-1890)–, quedando así conformados los rasgos, elementos y usos sociales de lo<br />

que hemos dado en llamar modo de educación tradicional elitista. En puridad, la Ley Moyano<br />

fue únicamente la culminación del primer gran ciclo constituyente de la educación española<br />

y, como tal, se limitó a codifi car legal y formalmente todas las reformas anteriores.<br />

Con todo, no deja de sorprender que aquella legislación educativa y, sobre todo, el modelo<br />

de escolarización que sancionaba pervivieran sin solución de continuidad, resistiendo a<br />

profundos y a menudo traumáticos cambios de régimen político, durante más de un siglo,<br />

exactamente hasta el fi nal de la década de los años sesenta del siglo XX.<br />

Obviamente, el primer sistema educativo nacional no surgió de la nada, sino que se erigió<br />

sobre materiales, proyectos e ideas ya bien conocidos y sufi cientemente probados por la<br />

pastoral eclesiástica y, para el caso español, por la Contrarreforma católica. Con toda razón,


son muchos los autores que han insistido en la idea de que los sistemas educativos de la<br />

modernidad capitalista son una forma de “pastoralismo estatalista” o, si se quiere, una<br />

suerte de “híbrido burocrático-pastoral”. Si bien es verdad que, en general, los procesos de<br />

implantación de los sistemas educativos nacionales supusieron un evidente incremento<br />

de las funciones educadoras del Estado y, por tanto, la efectiva “expulsión de la Iglesia<br />

del espacio educativo público” (Cuesta, 2005, 47), lo cierto es que la estatalización de la<br />

educación no solo no hizo tábula rasa con los dispositivos y tecnologías ensayadas por el<br />

pastoreo cristiano, sino que en modo alguno obedeció a un único modelo en los distintos<br />

países. En todo caso, no conviene confundir y mucho menos identifi car la estatalización de<br />

la educación, con el avance de procesos sociales y culturales como el de la secularización o<br />

la laicización de usos y costumbres. En el caso español, el modelo de Estado fuertemente<br />

confesional impuesto desde el tiempo de los propios doceañistas derivó en un hecho incontrovertible,<br />

cuyas consecuencias todavía son bien visibles en nuestros días: la debilidad<br />

del sistema educativo nacional siempre predispuesto y abocado a contemporizar y pactar<br />

con la Iglesia católica –pese a los enfrentamientos iniciales y a los “excesos” verbales de<br />

algunos liberales, como vimos unos párrafos más arriba– por la vía de los concordatos<br />

con la Santa Sede; en ese contexto, vigente hasta hoy, cabe explicar el desarrollo histórico<br />

de un auténtico subsistema educativo de titularidad eclesiástica (privado, confesional y<br />

concertado con el Estado) y también el limitado eco social y político que históricamente<br />

han presentado en España los intentos por refundar una auténtica escuela estatal para<br />

todos, auténticamente pública y laica, defendidos por las clases medias de la cultura. De<br />

todo ello tendremos que ocuparnos en estas páginas.<br />

En efecto, el legado del primer ciclo reformista de la educación española fue un sistema<br />

escolar planifi cado y erigido a la medida de un Estado liberal, eso sí extraordinariamente<br />

restringido y autoritario, confesional, centralista y oligárquico. Podríamos afi rmar que<br />

el sistema educativo resultante de aquel largo proceso constituyente fue el producto de<br />

la particular transición española del feudalismo al capitalismo. Una transición que tuvo<br />

mucho de transacción, de compromiso, de revolución desde arriba, de pacto de una burguesía<br />

emergente con las fuerzas dominantes del Antiguo Régimen (corona, aristocracia<br />

y, fi nalmente, clero católico), que permitió construir el dominio social y político de una<br />

oligarquía de propietarios agrarios, fi nancieros e industriales, que diseñaron un Estado a la<br />

estricta medida y defensa de sus intereses. Pasados los primeros fervores revolucionarios<br />

y momentáneamente conjurada la contrarrevolución carlista, los años cuarenta fueron claves<br />

en la consolidación de ese Estado profundamente oligárquico y autoritario. Al respecto,<br />

la restrictiva ley electoral, la fuerte centralización administrativa, la reforma tributaria,<br />

las leyes de culto y clero, el código penal, la supresión de la Milicia Nacional o la creación<br />

de la Guardia Civil fueron algunos de los pilares sobre los que emergió el nuevo orden<br />

liberal diseñado por el doctrinarismo en el poder, al servicio de una oligarquía enriquecida<br />

con la desamortización, la especulación fi nanciera y la perspectiva de benefi cio abierta<br />

por el crecimiento urbano y la inversión en obras públicas y ferrocarriles. Así las cosas,<br />

no es de extrañar que este nuevo orden político confi ara tanto en la adopción de modos<br />

y usos de control social inspirados en el imperio de la ley y el orden, en los tradicionales<br />

mecanismos de la autoridad eclesiástica o en la pura y dura represión policial y carcelaria,<br />

como en los dispositivos propios de una sociedad disciplinaria para los que la educación<br />

venía a erigirse en un instrumento clave de moralización y adoctrinamiento para las masas<br />

trabajadoras.<br />

37<br />

36


En verdad, la nómina de quienes protagonizaron la revolución liberal española se encuadró<br />

mayoritariamente en la facción “centrista” del Partido Moderado, muy ligada al ideario político<br />

y fi losófi co del doctrinarismo francés que tuvo en François Guizot y en Victor Cousin<br />

a sus más conspicuos representantes. Ese potente bastimento ideológico, que cifraba el<br />

triunfo de la civilización en la fecunda y productiva alianza entre la tradición (monarquía y<br />

religión) y lo nuevo (aceptación entusiasta del éxito económico y del enriquecimiento individual),<br />

constituyó el nutriente básico del lampedusiano proyecto de la burguesía española.<br />

Para el tema que aquí nos incumbe, el triunfo de este liberalismo morigerado y pragmático,<br />

resultado de la fusión de doceañistas atemperados y realistas templados, bien encarnada<br />

por las fi guras de Pedro Pidal y de Antonio Gil de Zárate (Cuesta, 2011), supuso la relegación<br />

de los sectores más reaccionarios, que proclamaban sin rubor aquello de “no necesitamos<br />

obreros que piensen, sino bueyes que trabajen” –conocida sentencia atribuida al que fuera<br />

ministro, presidente de Gobierno e instigador de un fracasado golpe de timón de sesgo<br />

absolutista, el hacendista Juan Bravo Murillo, cuando, de viaje por tierras asturianas, algún<br />

alcalde antojadizo le sugiriera la posibilidad de crear una escuela nocturna de obreros para<br />

su pueblo–. Como ya hemos comentado, la Ley Moyano consagró un modelo educativo<br />

pragmático, equidistante y ecléctico, encarnando al dictado una suerte de “vía media de<br />

secularización de la enseñanza, una libertad de enseñanza atenuada, una escasa gratuidad<br />

y un modelo curricular mixto que juntaba las fórmulas de la tradición humanística basadas<br />

en la lengua latina con las nuevas disciplinas de la tradición pedagógica realista” (Cuesta,<br />

2011, 295). He aquí, sin duda, una de las claves que permiten explicar la prolongación en<br />

el tiempo de un ordenamiento jurídico que se sustentó en un amplio y sostenido compromiso<br />

de las clases y grupos que dominaron el Estado hasta bien entrado el siglo XX.<br />

Por ello, y a diferencia de lo que ocurrirá en otros países europeos –particularmente en<br />

Francia, que fue arquetipo y guía en tantas cosas–, la erección de nuestro sistema educativo<br />

nacional no solo llegó de la mano de un contenido y tímido proceso de secularización,<br />

sino que, incluso, hubo de recibir la bendición eclesiástica escenifi cada con la rúbrica del<br />

ya citado Concordato de 1851. Con él se materializaba de forma clara y duradera una sólida<br />

alianza política formada por el liberalismo moderado (nobleza y burguesía) con la Iglesia<br />

católica, de la que tantos réditos hubo de obtener la oligarquía española y no pocos<br />

sinsabores el liberalismo de raíces progresistas y democráticas. Como atinadamente nos<br />

recuerda Antonio Viñao (2002, 41): “La posterior expansión de los colegios de órdenes y<br />

congregaciones religiosas durante la Restauración monárquica, en la segunda mitad del<br />

siglo XIX y sobre todo en las primeras décadas del siglo XX tras las leyes anticongregacionistas<br />

francesas de Waldeck-Rousseau y Combes, fortalecería dicha alianza al precio de<br />

crear, dentro del sistema nacional de educación, un subsistema independiente y privilegiado<br />

por los poderes públicos y clases alta y media-alta, que minaba los fundamentos y la<br />

expansión del propio sistema”.<br />

Nos guste o no, este fue el contexto social y político en el que fue erigida, piedra a piedra, la<br />

primera y duradera arquitectura del sistema educativo español. Obra de la derecha liberal<br />

española, encarnada en el moderantismo isabelino, el sistema fue dotado, como se verá,<br />

de una escolarización extremadamente restringida y abruptamente escindida más allá de<br />

la primera enseñanza. Con ello acertó a reproducir y a legitimar, de manera fehaciente y<br />

harto efi caz, el triunfo de los postulados básicos del doctrinarismo, de la soberanía de la<br />

inteligencia y del destino natural de los más capacitados, o sea de los hijos varones de la


clase propietaria, para gobernar los destinos de la nación. La selección y formación de las<br />

futuras elites encontraba su asiento y acomodo sobre la inevitable y pertinaz ignorancia de<br />

unas masas muy escasamente escolarizadas y alfabetizadas. Con frecuencia, la historiografía<br />

educativa española (Puelles, 2004) ha sido partidaria de atribuir las insufi ciencias<br />

de las transformaciones que tuvieron lugar en el periodo isabelino a la debilidad de la<br />

burguesía y del propio Estado, emparentando con las tesis ya clásicas del fracaso (y/o<br />

atraso) de la revolución burguesa española. Nuestra posición al respecto se mantiene tan<br />

alejada de esta interpretación como de la que más recientemente han venido sosteniendo<br />

otros contemporaneistas (J. P. Fusi y J. Palafox, 1997) empeñados en negar esa suerte de<br />

“anomalía” primordial de nuestro pasado mostrando la plena normalidad europea de nuestros<br />

procesos de transición: ambas perspectivas, en el fondo, son presas de un marcado<br />

teleologismo, coinciden en dar por sentada la existencia de una forma correcta y deseable<br />

de hacer las cosas que, por caminos más o menos tortuosos, habría encontrado su feliz<br />

encarnadura en el presente, merced al triunfo de la escolarización universal y obligatoria,<br />

y sitúan la malograda experiencia histórica del reformismo educativo de la Segunda República<br />

como su más claro y genuino precedente.<br />

Todo, hasta el más mínimo detalle, fue creado y orientado a la consecución de esos fi nes.<br />

Para empezar, los propios establecimientos e instituciones escolares –una red de escuelas<br />

e institutos de primera y segunda enseñanza más o menos homologados, reglamentados,<br />

a la que se acompañó de una profunda reestructuración de los centros de enseñanzas<br />

superiores heredados del Antiguo Régimen–; para continuar, era preciso establecer y crear<br />

los nuevos cuerpos docentes que se precisaban para cada nivel de enseñanza –lo cual suponía<br />

confi gurar escalafones administrativos, dotarse de sistemas y espacios de formación<br />

de docentes, establecer formas de selección, de supervisión, etc.–; no menos importante<br />

y costoso que lo anterior fue la tarea de confeccionar planes de estudio, inventar asignaturas<br />

y/o materias de enseñanza, así como reglamentar sistemas de examen, acreditación y<br />

titulación, adecuados a cada nivel de enseñanza; también, obviamente, hubo que inventar<br />

disposiciones acerca del alcance de la escolarización, de su obligatoriedad, de los sujetos<br />

susceptibles de ser escolarizados, etc., etc. En defi nitiva, fue preciso “crearlo todo”, como<br />

recordó Gil de Zárate en su imprescindible “De la instrucción pública en España” (1855):<br />

desde las instituciones escolares hasta las asignaturas, desde los alumnos a los cuerpos<br />

docentes, desde las titulaciones y exámenes a los reglamentos y ofi cinas de planifi cación<br />

y supervisión.<br />

Más allá de su probada confesionalidad, su talante tradicionalista y su celo nacionalizador<br />

y centralista –la institución escolar fue un vehículo fundamental del Estado, del español<br />

también, en la construcción e invención de la nación y en la extensión de la identidad y el<br />

sentimiento nacional–, el fl amante sistema educativo consolidado con la Ley Moyano en<br />

1857 y llamado a regir y orientar los destinos de la educación española más allá incluso del<br />

fi nal de la Guerra Civil española exhibió una marca indeleble, que fue su acendrado clasismo<br />

y elitismo. Sin duda alguna, un distintivo que no hace sino recordarnos el carácter<br />

profundamente oligárquico del Estado y de los actores que lo concibieron.<br />

El sistema educativo español estuvo marcado por una poderosa dualidad. Se erigió desde<br />

una completa, radical y abrupta escisión entre la primera y segunda enseñanza, que fueron<br />

articulados como niveles totalmente diferentes y desconectados entre sí, como si de com-<br />

39<br />

38


partimentos estancos se tratara –dos procesos de escolarización distintos para dos clases<br />

sociales diferentes, con fi nalidades, conocimientos, métodos y relaciones pedagógicas<br />

bien defi nidos en cada caso–. La primera enseñanza –que, en principio, debería acoger a<br />

toda la población infantil entre los 6 y los 12 años– se estableció con carácter obligatorio<br />

únicamente hasta los 9 años de edad, al menos hasta 1901, y fue concebida de manera terminal<br />

por los legisladores; por otra parte, se defi nió la segunda enseñanza o bachillerato,<br />

que comenzaba a cursarse desde los nueve o diez años de edad en virtud de la superación<br />

de una prueba específi ca de ingreso por parte de los alumnos aspirantes (su duración, en<br />

un principio, fue fi jada en cinco años). La mayoría de los alumnos (siempre varones hasta<br />

bien entrado el siglo XX) que llegaban a cursar el bachillerato bien se habían formado en<br />

colegios privados religiosos o, excepcionalmente, habían de preparar la prueba de ingreso<br />

en las escuelas preparatorias que fueron articulándose para ello. Iniciar el bachillerato era<br />

impensable siquiera para más del 90 % de la población masculina y confería –o refrendaba–<br />

a quien lo hacía un estatuto social y de clase bien defi nida: la de “estudiante” frente a<br />

la de “trabajador”. Ser obrero o estudiante, he ahí la cuestión: a tal clase tal escuela y más<br />

o menos cantidad de escolarización; así de simple. Lo cierto es que la mentada dualidad<br />

hizo que nunca llegaran a coincidir en la misma aula quienes solo cursaban la primaria y<br />

quienes habrían de seguir después los estudios secundarios o universitarios. Además, la<br />

dualidad y escisión del sistema se manifestó en los más mínimos detalles: dos campos<br />

profesionales y culturas docentes fuertemente jerarquizadas y contrapuestas –el maestro,<br />

como arquetipo de un subproletariado docente, mal retribuido, escasamente formado y<br />

especializado, frente al catedrático, propietario de un saber exclusivo y especializado, bien<br />

retribuido e inmerso en una poderosa corporación profesional–, dos tipologías sociales<br />

de alumnos, dos espacios y arquitecturas diferenciadas –la escuela, edifi cios rústicos, sin<br />

condiciones de habitabilidad, versus los institutos, templos del saber que habitaron sólidas<br />

y monumentales construcciones ad hoc–, etc.<br />

La verdad es que el Estado tendió a desentenderse de la primera enseñanza dejándola en<br />

manos de las raquíticas haciendas de las corporaciones municipales hasta la tardía creación<br />

del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1900 –es elocuente el hecho<br />

de que hasta 1920 no se creara en España la primera Ofi cina Técnica de Construcciones<br />

Escolares–. Por el contrario, podríamos decir que la segunda enseñanza fue la niña mimada<br />

del sistema: el espacio más diáfano del tradicionalismo, del elitismo y del androcentrismo,<br />

el lugar donde estaban llamadas a formarse y reproducirse culturalmente las elites<br />

económicas, sociales y políticas del Estado liberal oligárquico. La auténtica “rareza” de<br />

este sistema escolar, frente a otros de su entorno geográfi co, fue precisamente el hecho de<br />

que la acentuada debilidad e incuria presupuestaria que padeció durante mucho tiempo la<br />

primera enseñanza terminó por convertir a una sumaria red de poco más de sesenta institutos<br />

de segunda enseñanza provinciales en piedra angular de todo el sistema, y a la selecta<br />

minoría que los frecuentó, en portadores de un capital cultural exclusivo y excluyente.<br />

Obviamente, el furibundo clasismo, sexismo y elitismo del sistema tuvo consecuencias<br />

muy visibles y a largo plazo, que pueden verse en los datos que se adjuntan, tanto en la<br />

paupérrima tasa de escolarización –que no superó al 50 % de la población entre 6 y 12<br />

años hasta bien entrada la tercera década del siglo XX–, como en las altísimas tasas de<br />

analfabetismo, sobre todo femenino, de absentismo, inasistencia o asistencia irregular a<br />

la escuela.


Datos sobre escolarización y analfabetismo en España (1800-1931)<br />

AÑO<br />

TASA<br />

ESCOLARIZACIÓN<br />

(6-12 años)<br />

TASA ANALFABETISMO<br />

Total Hombres Mujeres Dif. sexual<br />

1800 ±23’0 % ±94’00 % s. d. s. d. s. d.<br />

1860 44’9 % 75’52 % 64’83 % 86’03 % 22’88 %<br />

1908 47’0 % 50’31 % 41’13 % 58’82 % 17’69 %<br />

1923 50’7 % 42’88 % 34’99 % 50’16 % 15’76 %<br />

1931 51’8 % 31’13 % 23’68 % 38’09 % 15’28 %<br />

Fuente: Elaboración propia a partir de A. Escolano, 2002.<br />

Analizados el contexto, las funciones y características más defi nitorias en las que se desarrolló<br />

el fruto del primer ciclo reformista de la educación en la España contemporánea –el<br />

modo de educación tradicional elitista–, nos ocuparemos ahora de explicar, de forma<br />

necesariamente sucinta, las condiciones históricas (socioeconómicas, políticas e ideológicas)<br />

que permitieron alumbrar un nuevo ciclo de reformismo educativo que terminó por<br />

fraguar en los años treinta, coincidiendo con la proclamación de la Segunda República.<br />

Pero antes de proceder a ello conviene conocer a sus principales mentores y actores y,<br />

sobre todo, situar su actividad y la naturaleza de sus proyectos reformistas en el marco de<br />

los primeros síntomas de una profunda crisis de legitimidad que el modo de educación<br />

tradicional y, por extensión, el Estado liberal oligárquico que lo engendró, comenzaron a<br />

experimentar con cierta nitidez en coincidencia con el cambio de siglo.<br />

3. El cuestionamiento del modelo educativo del liberalismo decimonónico y sus<br />

principales actores<br />

Al fi nal del reinado de Isabel II, el sistema educativo nacional erigido por la oligarquía<br />

en alianza con la Iglesia católica había empezado a cosechar enemigos y críticas<br />

acérrimas entre los grupos más activos del liberalismo democrático; un espectro amplio<br />

y polimorfo donde se daban cita partidarios del republicanismo, federalistas, defensores<br />

del laicismo y de diversas formulaciones del utopismo socialista y libertario. En trazo<br />

grueso, podría decirse que fueron dos grupos sociales subordinados y emergentes –las<br />

clases medias urbanas con poder e intereses en el campo de la cultura y las clases obreras<br />

organizadas– quienes, desde posiciones y con diagnósticos netamente distintos, acertaron<br />

a determinar las insufi ciencias y lacras de un sistema escolar llamado a reproducir de<br />

modo en exceso grosero el statu quo. El fracaso de la revolución democrática, vivida a lo<br />

largo del convulso sexenio (1868-1874), contribuyó sin duda a radicalizar las críticas, pero<br />

también a depurar y esclarecer prácticas, estrategias y proyectos de los grupos sociales<br />

antedichos. No podemos ocuparnos aquí, ni siquiera someramente, de estos interesantes<br />

procesos, pero estamos obligados a plantear al menos sus posiciones ante el tema que<br />

nos ocupa.<br />

41<br />

40


De una parte, los sectores profesionales de las emergentes clases medias bascularon desde<br />

las fi las del liberalismo progresista hacia el liberalismo democrático, de raíz laica y<br />

republicana. Forjada a golpe de las llamadas “cuestiones universitarias”, con las que se<br />

abrió y cerró el sexenio democrático, y empeñada en la defensa de la libertad de cátedra<br />

fue agrupándose una reducida pero signifi cativa nómina de catedráticos universitarios,<br />

de bachillerato e intelectuales, que terminaron por albergar e impulsar todo un ambicioso<br />

proyecto cultural y educativo, inspirado en el idealismo germánico de un discípulo de Hegel,<br />

Friederich Krause (de ahí el apelativo de krausistas). La historia es de sobras ya conocida:<br />

estamos hablando de Francisco Giner, Nicolás Salmerón, Gumersindo de Azcárate,<br />

Augusto González de Linares, Federico Rubio, Joaquín Costa o Santiago Ramón y Cajal, y<br />

de otros más jóvenes, como Manuel B. Cossío, que se hallan tras la fundación de la Institución<br />

Libre de Enseñanza (ILE, a partir de ahora) en 1876.<br />

Sin lugar a dudas el proyecto de la ILE obedecía al ethos de las nuevas clases medias cultivadas,<br />

que encontraron en el campo de la educación y de la cultura un espacio propicio<br />

para la ascensión social desde el que concebir un proyecto político antioligárquico, secularizador,<br />

de corte modernizador y, a la sazón, vagamente europeísta, para una España<br />

que, en su opinión, estaba empezando a perder el tren del progreso científi co-técnico y del<br />

crecimiento económico capitalista. El proceso nada tenía de extraño ni de único en el contexto<br />

europeo; sin ir más lejos, recuérdese al respecto que la humillante derrota francesa<br />

de 1871 en la guerra contra Prusia había desencadenado un auténtico maremoto político,<br />

que culminará, entre otras cosas, con las profundas reformas educativas auspiciadas por<br />

Jules Ferry en los primeros años 80.<br />

Francisco Giner de los Ríos (1839-1915).


Algunas ideas medulares de ese programa cultural y educativo de la intelligentsia mesocrática<br />

española impulsadas por el institucionismo fueron las siguientes:<br />

• La urgencia de fortalecer una primera enseñanza pública y estatal para toda la población<br />

sin distinción de clase ni género –la educación de la mujer ocupó un lugar destacado en<br />

el proyecto desde su fundación; eso sí, inicialmente al menos, en el marco de un entendimiento<br />

del feminismo de muy escasa intensidad–.<br />

• En congruencia con lo anterior y en los límites de la racionalidad meritocrática, el proyecto<br />

abogó abiertamente por romper con la escisión entre primera y segunda enseñanza,<br />

adscribiéndose a la defensa de una escuela única o unifi cada, en la que Francia, una vez<br />

más, apareció siempre como el modelo a seguir –Alemania aportaba las ideas e Inglaterra<br />

la clase y la pose–.<br />

• La defensa de una educación integral: intelectual –sobre la base de una instrucción<br />

científi ca y realista–, física y moral. La urgente necesidad de renovar y poner al día los<br />

caducos métodos de enseñanza desde los presupuestos de la pedagogía y la paidología<br />

modernas, que por entonces comenzaban su despliegue como campos de saber-poder<br />

en el mundo occcidental; de ahí la importancia concedida a las Exposiciones Universales<br />

y a los Congresos Pedagógicos internacionales. En el ideario de la Institución no había<br />

lugar a dudas: la educación científi ca debía convertirse en la auténtica piedra angular de<br />

la regeneración social y nacional.<br />

La celebración del Primer Congreso Nacional Pedagógico celebrado en Madrid en 1882,<br />

coincidiendo con la llegada al poder del partido liberal tras años de conservadurismo de<br />

Cánovas, constituyó la puesta de largo del programa institucionista. En él, se escenifi có un<br />

duelo dialéctico e incruento entre lo que podríamos denominar “la tradición pedagógica”<br />

representada por los normalistas, con Mariano Carderera y Potó (1815-1893) a la cabeza,<br />

a la sazón presidente del Congreso, y los “modernizadores” –los institucionistas–, ante<br />

la atónita mirada de varios cientos de maestros que, convidados de piedra, escucharon<br />

impávidos ora el estólido y burocratizado argumentario de sus antiguos profesores de<br />

Normal, ora la narración entusiasta de las novelerías y quimeras de los modernos… Entre<br />

estos últimos destacó un joven Joaquín Costa, que hubo de disertar, por encargo, sobre<br />

las ventajas del excursionismo escolar, y, sobre todo, una conferencia del novel maestro<br />

Manuel B. Cossío realizando una razonada y profunda crítica de la dualidad del vigente<br />

sistema escolar, defendiendo la escuela unifi cada y poniendo el dedo en la llaga al poner<br />

sobre la mesa el asunto de las funciones sociales y el alcance de la educación:<br />

“Los legisladores empiezan a no saber qué hacer con la segunda enseñanza, y de aquí<br />

todos esos tanteos, en el fondo de los cuales palpita, aunque tal vez aún con inseguridad,<br />

esta idea: o la segunda enseñanza está llamada a desaparecer por inútil, retórica y abstracta,<br />

o tiene que fundirse con la primera, como parte de esta misma, adoptando en absoluto<br />

su carácter”.<br />

Es bien conocido que el año 98, la crisis fi nisecular, constituyó un buen catalizador y detonante<br />

para orquestar la decidida intervención de los poderes públicos en la necesaria regeneración<br />

del país. Con todo y más allá de coyunturas o fechas memorables, el país había<br />

43<br />

42


cambiado, se había ido urbanizando lentamente y el protagonismo de las masas en la vida<br />

política y social –algo bien visible ya en la crítica coyuntura 1905-1909– comenzaba a<br />

asestar envites y advertencias muy serias a la estabilidad del statu quo diseñado por el pacto<br />

dinástico canovista y garantizado por la Constitución de 1876. Para entonces también<br />

la ILE había salido de su primitivo cascarón, había crecido en número y en discipulazgo y<br />

su proyecto había llegado a contaminar buena parte de la intelligentsia liberal –buena parte<br />

de la propia generación del 98 y, por supuesto, la del 14 se formó bajo el amplio paraguas<br />

de la llamada Institución “difusa”–.<br />

Tanto es así, que el regeneracionismo de los partidos del turno restauracionista terminó<br />

por incorporar más pronto que tarde algunos de los argumentos y la mayor parte de las<br />

propuestas y proyectos del institucionismo. Las dos primeras décadas del siglo XX conocieron<br />

una intensísima actividad legislativa y reformadora en el terreno de la educación y<br />

de la cultura, en la que resulta imposible no advertir la alargada y sistemática sombra de la<br />

Institución. En el cuadro adjunto hemos recogido algunas de las más importantes, remarcando<br />

el sentido, pero sin entrar a valorar su grado de consecución y aplicación real que,<br />

en algunos casos, resultó verdaderamente limitada.<br />

INICIATIVAS LEGALES INTENCIÓN, SENTIDO<br />

• Creación del Ministerio de Instrucción<br />

Pública (1900) y asunción del pago a los<br />

maestros por el Estado (1901).<br />

• Creación de las Juntas Locales, Provinciales<br />

y Central de Primera Enseñanza<br />

(1907-1908).<br />

• Creación de las primeras escuelas graduadas<br />

(1898) y ampliaciones posteriores<br />

(1905, 1910).<br />

• Primer Plan de Enseñanza Primaria<br />

(1901).<br />

• Creación de la Dirección General de Primera<br />

Enseñanza (1911).<br />

• Reformas en profundidad de la Inspección<br />

de Primera Enseñanza enfatizando<br />

su carácter pedagógico y técnico (1905,<br />

1910, 1913).<br />

• Creación de los primeros estudios superiores<br />

de Pedagogía (1904), de la Escuela<br />

de Estudios Superiores del Magisterio<br />

(1909) y profundas transformaciones en<br />

los planes de estudio de las Normales<br />

(1903, 1914).<br />

• Creación de la Junta para la Ampliación<br />

de Estudios e Investigaciones Científi -<br />

cas (1907).<br />

Fortalecimiento de la gestión estatal y<br />

centralizada del sistema educativo nacional.<br />

Fortalecimiento y supervisión de la Primera<br />

Enseñanza con vistas a erigir una<br />

potente y uniforme red de escuelas graduadas<br />

por todo el Estado dotadas de<br />

un currículum enciclopédico, común y<br />

básico para toda la población escolarizada<br />

obligatoriamente hasta los 12 años.<br />

Despliegue y desarrollo de la Pedagogía<br />

como ciencia rectora del sistema educativo.<br />

Profesionalización de los cuerpos docentes<br />

y modernización de la organización<br />

escolar y de los métodos de enseñanza.


Escuela de Primera Enseñanza de Liébana (Cantabria).<br />

Conviene no olvidar que, en el fondo, el objetivo fundamental perseguido por el regeneracionismo<br />

del Estado restauracionista no era otro que el de reforzar, consolidar y ampliar las<br />

estructuras estatales de un sistema educativo ya dado desde 1857, un modo de educación<br />

tradicional y elitista, eso sí muy necesitado de capitalización y que precisaba una sólida<br />

puesta al día –así deben interpretarse tanto las reformas del ministro Romanones como<br />

las de Amalio Gimeno o Faustino Rodríguez San Pedro, por citar algunos de los muchos<br />

responsables que el ramo conoció a lo largo de la llamada “edad de oro” de la pedagogía<br />

española–.<br />

Ahora bien, por paradójico que pudiera parecer, en la práctica tales medidas terminaron<br />

por erigir instituciones –singularmente la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio<br />

(EESM) y la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE)– y dar pábulo a toda suerte de<br />

ideas y proyectos que, en estrechísimo contacto con el movimiento internacional de la<br />

Escuela Nueva, contribuyeron a la profesionalización y formación de una selecta nómina<br />

de normalistas, inspectores, maestros y catedráticos de bachillerato y universidad entre<br />

quienes, a fi nales de los años 20, habría de reclutarse el personal que estaba llamado a<br />

protagonizar el nuevo ciclo reformista liberal-socialista desarrollado por el Estado social<br />

y democrático de la Segunda República. Justamente el ciclo que, al menos en teoría, estaba<br />

llamado a infl igir un golpe mortal a la pervivencia del modo de educación tradicional<br />

elitista y que podría haber permitido una suerte de transición hacia un modo de educación<br />

tecnocrático de masas –circunstancia, por cierto, que se produjo con mayor o menor<br />

celeridad en la mayoría de los países capitalistas occidentales tras el fi nal de la Segunda<br />

Guerra Mundial–. En efecto, fue en el periodo de entreguerras cuando, de la mano de las<br />

tesis keynesianas y de autores como R. H. Tawney o W. Beveridge, auténticos heraldos de<br />

la escolarización de masas, se comenzó a difundir con amplitud la idea de que la extensión<br />

de la escolarización podría convertirse en un arma para la superación de las lacerantes<br />

brechas y diferencias sociales que la violencia armada y la pauperización de la existencia<br />

empezaban a hacer insoportables amenazando la paz social de las sociedades de libre<br />

mercado.<br />

45<br />

44


Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Palencia.<br />

Pero volvamos por un momento sobre nuestros pasos y prestemos atención al otro actor<br />

social –el movimiento obrero organizado– que sin duda tenía mucho que decir ante<br />

la realidad de un sistema educativo que, en puridad y como le ocurriera con el resto de las<br />

instituciones de un Estado que le negó y le fue negado, nunca pudo percibir como propio<br />

y siempre vio como un país extraño. En efecto, el movimiento internacionalista, sea en su<br />

vertiente anarquista y, acaso en menor medida, en la socialista, manifestaron siempre un<br />

rechazo teórico y sobre todo práctico a la escuela estatal y nacionalizante del capitalismo.<br />

Las prácticas sociales de este rechazo y las formas de resistencia están solo parcialmente<br />

estudiadas y remiten a realidades sociales complejas y polimórfi cas en las que se dan cita<br />

el absentismo escolar, permanente, estacional o temporal, forzado por las condiciones de<br />

trabajo infantil y familiar aunque también por otras formas de resistencia, poco estudiadas<br />

aún. Tempranamente, el movimiento obrero español comenzó a desplegar iniciativas culturales<br />

y educativas ligadas a la formación de su militancia, desarrollando unos discursos,<br />

agencias y modelos propios y específi cos alrededor de escuelas, bibliotecas, ateneos y<br />

casas de cultura –la escuela moderna y racionalista de Ferrer i Guardia o la Escuela Nueva<br />

de Núñez de Arenas son ejemplos paradigmáticos, pero en absoluto únicos–. Evidentemente,<br />

no es éste lugar para ocuparnos por menudo de estos proyectos y realizaciones.<br />

Sin embargo, para el tema que nos ocupa es muy importante prestar atención a un proceso<br />

que es particularmente nítido en el caso del movimiento socialista. El hecho es que<br />

tales prácticas de formación y socialización militante del socialismo español acabarán por<br />

desembocar, de manera programática, en una estrategia de vindicación de una escuela<br />

laica, pública, unifi cada y gratuita para todos, bajo el control del Estado. Una profunda<br />

reformulación estratégica, en la que importantes sectores del socialismo español fueron<br />

convergiendo progresivamente, desde fi nales del siglo XIX, con el imaginario mesocrático<br />

y, recuérdese, elitista, del proyecto de la ILE. El hecho de que muchos “socialistas de cátedra”<br />

se hubieran formado en contacto más o menos directo con el institucionismo o, directamente,<br />

con organismos vinculados a su ideario (la EESM, la JAE, el Centro de Estudios<br />

Históricos, el Instituto-Escuela, la Residencia de Estudiantes) permite explicar la gestación<br />

de unas condiciones de presión y temperatura en las que la coincidencia y el encuentro fueron<br />

perfectamente posibles e incluso inevitables. Sin duda esta conjunción programática


es la que avala nuestra idea de identifi car en la historia de la educación española un nuevo<br />

ciclo reformista, que bautizamos como liberal-socialista.<br />

4. El ciclo reformista liberal-socialista durante la Segunda República: balance de<br />

un fracaso y de una encrucijada entre dos modos de educación<br />

Ese proceso de neta convergencia estratégica, cuya gestación, factores determinantes<br />

y alcance merecería un fi no y matizado análisis que no es posible abordar aquí,<br />

se hizo realidad de forma explícita en el documento de Bases para un programa de instrucción<br />

pública, redactado por Lorenzo Luzuriaga y aprobado en el XI Congreso del PSOE de<br />

1918, que, entre otras cosas, supuso el abandono de la crítica marxista revolucionaria a la<br />

escuela capitalista así como la paulatina postergación de iniciativas privadas de instrucción<br />

obrera. En todo ello tuvo un importante protagonismo el mentado socialista Lorenzo<br />

Luzuriaga (1889-1950), inspector de primera enseñanza, destacado miembro del institucionismo<br />

y de la generación de 1914, a quien esta, por cierto, debe su nombre, y director<br />

de un infl uyente proyecto cultural y editorial cuyo buque insignia fue la afamada Revista de<br />

Pedagogía (1922-1936). Fue así como la educación pública, estatal, unifi cada y laica, bajo<br />

el paraguas de un hipotético, aunque inexistente entonces, Estado social, se convirtió en<br />

el auténtico basamento del ideario del reformismo educativo del socialismo español y<br />

fue así como se produjo la feliz concurrencia con el que por entonces se había erigido<br />

en el portavoz más conspicuo del liberalismo laico y republicano: el discípulo de Giner,<br />

José Ortega y Gasset (1883-1955). En defi nitiva, podríamos considerar a Luzuriaga y Ortega<br />

José Ortega y Gasset con periodistas a la salida del congreso de<br />

Unión Republicana en 1934.<br />

47<br />

46


Manuel Azaña en un mitin de Izquierda Republicana.<br />

–obviamente hablamos del “primer” Ortega, el de la Liga para la Educación Política y<br />

autor de textos como “Vieja y nueva política” (1914), muy infl uidos aún por su reciente estancia<br />

alemana y por los vientos de la pedagogía social de Paul Natorp– como los grandes<br />

mentores ideológicos, la sustancia gris, del emergente reformismo educativo liberal-socialista.<br />

Signifi cativamente, Ortega, en una de sus recordadas conferencias de aquellos años<br />

había dejado dicho aquello de que España había tenido dos grandes educadores: Francisco<br />

Giner, educador de elites, y Pablo Iglesias, educador de multitudes (Ortega, 1973); institucionismo<br />

y socialismo parecían abocados a entenderse.<br />

El nuevo reformismo inspiraba una escuela laica y unifi cada, por tanto situaba al Estado<br />

en el centro del proyecto educativo, rompía amarras con la tutela eclesiástica y proponía<br />

la superación del elitismo y tradicionalismo del sistema escolar acelerando la transición<br />

entre los modos de educación. En el terreno político y social, el reformismo educativo<br />

liberal-socialista encontró sustento y apoyo en el intento de consolidar una alianza antioligárquica<br />

entre la pequeña burguesía democrática y los sectores socialistas de las clases<br />

obreras, frente al bloque dominante que había venido detentando el poder del Estado<br />

desde la época isabelina. Una alianza que terminó por forjarse y sellarse en los años de la<br />

dictadura primorriverista y que encontró en la Apelación a la República de Manuel Azaña<br />

(1880-1940) su más clara expresión programática y su más sólida y matizada argamasa<br />

argumentativa. Se trata de un proyecto de modernización democrática impulsado desde<br />

un Estado social a través de un pacto interclasista en el que las clases medias de la cultura<br />

serían, en cierta medida, quienes se atribuían el carácter directivo de las reformas sociales<br />

a realizar; el papel protagonista de la educación y de la escolarización estatal en todo ello


quedaba explícitamente subrayado por el futuro presidente del Gobierno republicano: “Es<br />

un deber social que la cultura llegue a todos, que nadie por falta de ocasión, de instrumentos<br />

de cultivo, se quede baldío. La democracia que solo instituye los órganos políticos<br />

elementales, como son los comicios, el Parlamento, el Jurado, no es más que aparente<br />

democracia. Si a quien se le da el voto no se le da la escuela, padece una estafa. La democracia<br />

es fundamentalmente un avivador de la cultura […]. El Estado debe gastar cuanto<br />

sea menester, pero con provecho y orden. Economías, en los gastos militares y navales<br />

que, sobre arruinarnos, para nada sirven; supresión del presupuesto del clero; dotación<br />

sufi ciente para la enseñanza del pueblo y la cultura superior; el Estado tendrá en sus<br />

escuelas un puesto para cada alumno en edad escolar y un maestro para cada cuarenta<br />

alumnos” (Azaña, 1924).<br />

Sobre la base de esa audaz y expuesta alianza interclasista y antioligárquica urdida por<br />

republicanos y socialistas en un contexto internacional extraordinariamente complicado y<br />

adverso, vio la luz el reformismo educativo de la Segunda República: sin duda un programa<br />

ambicioso para un tiempo de encrucijada. La tarea, como se verá, era de envergadura<br />

y quizá por ello, acaso sin pretenderlo, tuvo lugar un inteligente y efi caz reparto de papeles<br />

entre ideólogos, políticos, como Marcelino Domingo, Fernando de los Ríos –a la sazón<br />

los ministros de Instrucción Pública más signifi cativos del periodo– o Domingo Barnés<br />

y, sobre todo, Rodolfo Llopis –subsecretario y director general, respectivamente–, hombres<br />

de acción e imprescindibles mediadores entre la “alta” y la “baja” pedagogía –como<br />

Antonio Ballesteros o Fernando Sainz, que ocuparon puestos clave en la Inspección Central–:<br />

en todos los casos la impronta institucionista y la militancia, ora republicana ora<br />

socialista, no puede estar más a la vista.<br />

Marcelino Domingo (tercero por la izquierda), ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, con otros ministros del<br />

gobierno presidido por Manuel Azaña, de visita en una escuela infantil en mayo de 1936.<br />

49<br />

48


El proyecto educativo liberal-socialista se<br />

erigía sobre un conjunto de ideologemas<br />

que se derivan de la creencia de que la escuela<br />

es, rotundamente, instrumento de<br />

redención social para las clases populares<br />

(Cuesta y Molpeceres, 2010). Lógicamente,<br />

tras esta presunción, que identifi caba<br />

escolarización con progreso social, anidaba<br />

un concepto armónico e igualitarista,<br />

rabiosamente idealista, acerca de la institución<br />

escolar a la que se atribuía, per se y<br />

por su condición de laboratorio, de refugio<br />

y remanso, aislado de la vorágine circundante,<br />

capacidad para unir aquello que la<br />

sociedad de clases había destruido; una<br />

concepción que, por otra parte, entroncaba<br />

con el discurso palingenésico de cierto<br />

escolanovismo europeo y norteamericano<br />

que había impregnado también la retórica<br />

del regeneracionismo español desde hacía<br />

Fernando de los Ríos.<br />

décadas y que el socialista Rodolfo Llopis<br />

no dudó en alimentar y amplifi car como<br />

puede verse en el siguiente fragmento: “Que los niños que trabajan juntos y que juegan<br />

juntos puedan también comer juntos. Estos niños que para trabajar, jugar y comer no han<br />

necesitado saber quién es pobre y quién no lo es, tienen adelantado mucho para cuando<br />

la vida los sitúe en plena lucha social. La escuela es de todos, tiene que ser un oasis en el<br />

proceso de nuestra existencia” (Llopis, 1933). Ahora bien, esta consideración de la escuela<br />

como una suerte de espacio incontaminado y ajeno a la codicia y a los egoísmos sociales<br />

que gobiernan la totalidad social era perfectamente compatible, en el ideario del reformismo<br />

republicano, con el dictum comeniano de la escuela como taller de hombres a la que nos<br />

referíamos al comienzo de estas páginas; como Azaña o Luzuriaga habían preconizado, la<br />

escuela y la acción docente de los funcionarios maestros y profesores al servicio del nuevo<br />

Estado republicano debía encaminarse a modelar la ciudadanía que el nuevo régimen<br />

democrático precisaba.<br />

En este contexto argumentativo, y habida cuenta de la herencia histórica recibida, el carácter<br />

laico del proyecto escolarizador liberal-socialista no era una mera cuestión anecdótica o<br />

sujeta a negociación y componenda, sino que pasó a constituirse en cuestión de principio<br />

e idea medular de las políticas educativas de la conjunción republicano-socialista en el<br />

poder. Como es bien conocido, la batalla estaba servida, pues esta decidida concepción<br />

laica de la educación suscitó de inmediato la radical oposición de los grupos católicos y<br />

conservadores, que se negaban a ceder posiciones en los espacios sociales donde se forja<br />

la hegemonía, se esculpen las subjetividades y se inculcan los credos y los roles de clase y<br />

género. No en vano, la agrias discusiones parlamentarias de los artículos 3. o , 26. o y 48. o de<br />

la Constitución de 1931, que consagraban la separación entre la Iglesia y el Estado, prohibían<br />

expresamente el ejercicio de la enseñanza a las órdenes religiosas, abrían la puerta a<br />

la disolución de los jesuitas y declaraban el carácter laico de la escuela española, así como


sus posteriores desarrollos legislativos –en particular la Ley de Confesiones y Congregaciones<br />

Religiosas de octubre de 1932– no fueron sino el aperitivo de una pertinaz ofensiva<br />

clerical y política, la “guerra escolar”, que bajo la falaz bandera de la “libertad de enseñanza”<br />

acunó toda una estrategia de acoso y derribo de la República orquestada por sectores<br />

bien defi nidos de la oligarquía, que se prolongó hasta 1939. Al respecto, recuérdese lo que<br />

decíamos al inicio de estas páginas con relación al nudo gordiano de la discusión acerca<br />

de los sistemas de enseñanza: lo único que ha estado y sigue estando en cuestión es su<br />

propiedad. Por concluir con este asunto, lo cierto es que la República fracasó estrepitosamente<br />

en su empeño de sustituir a las órdenes religiosas en el campo de la enseñanza.<br />

Podríamos decir que se libró una batalla en balde. La “guerra escolar” fue una bola de<br />

nieve que causó un grave daño a la estabilidad política del régimen democrático, sin llegar<br />

a evitar en ningún momento que los religiosos siguieran impartiendo clase; como es bien<br />

conocido, siguieron haciéndolo organizados en sociedades anónimas superpuestas como<br />

la Sociedad Anónima de Enseñanza Libre (SADEL). Se gastó excesiva artillería en el debate<br />

sobre el laicismo, sin resultados aparentes.<br />

Sin embargo, el laicismo era inseparable trasunto de otro principio mucho más ambicioso<br />

e importante que, como ya se ha comentado, caracterizó de forma genuina al ciclo del<br />

reformismo liberal-socialista. Nos referimos a la defensa de la escuela unifi cada (o única,<br />

que de ambas maneras fue denominada) que aspiraba a la extensión y universalización de<br />

la educación, hasta las mismísimas puertas de la educación superior, a toda la población y<br />

con independencia de condición sexual u origen de clase. Sin duda fue el pedagogo socialista<br />

Lorenzo Luzuriaga (1931), profundo conocedor además de la historia de la educación<br />

en el mundo occidental, quien defi nió con mayor precisión el signifi cado y alcance de este<br />

principio que suponía romper las barreras entre la primera y segunda enseñanza abriendo<br />

el camino a una hipotética escuela de masas; una propuesta que, incluso en regímenes<br />

republicanos avanzados como el francés o el estadounidense que habían empezado a<br />

plasmar de manera incompleta alguna de esas iniciativas, se percibía aún utópica y en<br />

cierto modo revolucionaria. Defender y tratar de implementar en la España de los años 30<br />

este proyecto, a partir de las magras posibilidades de un magro Estado social dotado de<br />

un muy embrionario sistema fi scal, estando aún en plena vigencia la Ley Moyano, cuando<br />

ni siquiera se habían conseguido los niveles mínimos de escolarización y alfabetización<br />

propios de un modo de educación tradicional y elitista, y sin cambiar las bases del sistema<br />

capitalista imperante, tal como había ocurrido en la URSS, constituía poco más que una<br />

suerte de brindis al sol, tal y como la realidad se encargaría de demostrar. Con todo, el<br />

hecho de que una importante fracción del bloque social antioligárquico ligado a las clases<br />

medias de la cultura se sumara a la causa de la socialdemocracia en pos de una educación<br />

pública universal como terapia sustitutiva, acaso temporalmente, de la revolución social,<br />

ponía de manifi esto, por encima de todo, la crisis de legitimidad y aceptación por la que<br />

atravesaba el viejo sistema escolar elitista y oligárquico creado cien años antes entre los<br />

sectores progresistas. Desde ese punto de vista y sin entrar de momento en mayores honduras,<br />

las reformas republicanas (1931-1939) realizadas desde el Estado han de situarse<br />

en un contexto de profunda aceleración de los procesos de transición entre los modos<br />

de educación de la escuela del capitalismo en España. Esta especial tesitura confi ere al<br />

periodo que nos ocupa este carácter de encrucijada al que hemos aludido más arriba, que<br />

presentan las coyunturas críticas donde lo “nuevo” convive con lo “viejo”, donde los profundos<br />

cambios y desajustes que habían comenzado a operarse en las relaciones sociales<br />

51<br />

50


de producción en nuestro país, al menos desde el fi nal de la Primera Guerra Mundial,<br />

parecían demandar una gestión y unos gestores diferentes, surgidos de un pacto interclasista<br />

y antioligárquico. Más allá del diagnóstico compartido acerca de la crisis de legitimidad<br />

aludida, quedaba por demostrar la solidez del pacto y la capacidad de sus fi rmantes<br />

para convertir su proyecto no solo en algo deseable sino en algo materialmente posible y,<br />

sobre todo, “necesario” al sistema capitalista, cuyas bases, es menester recordarlo, nunca<br />

fueron cuestionadas.<br />

Como es bien sabido, el programa del reformismo social y educativo republicano estuvo<br />

muy condicionado por los cambios políticos que tuvieron lugar en el corto periodo del<br />

lustro transcurrido entre la proclamación de la República, el 14 de abril de 1931, y el parcialmente<br />

fracasado golpe militar del 18 de julio de 1936, que desencadenó la Guerra Civil. El<br />

alcance y el signifi cado del reformismo fue muy distinto en cada periodo. Desde el primer<br />

año de la República el gobierno provisional realizó muchos decretos que luego validaron<br />

con decisión y con una estrategia muy acertada: comenzar por la base profesional, construir<br />

escuelas, crear plazas de maestros e inspectores, etc. Sin duda durante el primer<br />

bienio, el de los gobiernos de la conjunción republicano socialista (1931-33), fue cuando<br />

se produjo el avance más sintomático de estas reformas instigadas por la alianza entre la<br />

pequeña burguesía y el PSOE. Posteriormente, durante el llamado bienio derechista (entre<br />

noviembre de 1933 y febrero del 36), tras un periodo de paralización e incluso cierta rectifi -<br />

cación de las reformas, se abrió un breve pero intenso periodo de recuperación del impulso<br />

reformista durante los gobiernos del Frente Popular antes del golpe militar. Ya en plena<br />

Guerra Civil y en los territorios controlados por el gobierno republicano, singularmente en<br />

Cataluña durante los gobiernos del socialista Juan Negrín, el ciclo reformista experimentó<br />

una aceleración y radicalización crecientes llegando, como veremos, a desarrollar en plenitud<br />

alguna de sus propuestas programáticas más transformadoras.<br />

Para realizar un balance de los logros y fracasos del ciclo reformista republicano, centrándonos<br />

en las realizaciones, decretos y circulares puestos en marcha durante el primer<br />

bienio que afectaron particularmente a la primera y segunda enseñanza, seguiremos una<br />

tipología temática de los asuntos que a nuestro juicio compendian el esfuerzo transformador:<br />

la extensión de la escolarización, los cambios en la formación y profesionalización de<br />

la docencia, la implantación del modelo de escuela unifi cada, la extensión de la cultura y la<br />

organización descentralizada del sistema escolar.<br />

a) Sobre la extensión de la escolarización y alfabetización. Ciertamente, se puso en marcha<br />

un proceso de escolarización masiva a cargo del Estado que, aunque tuvo un precedente<br />

claro en la política de construcciones escolares llevada a cabo durante la dictadura militar<br />

de Primo de Rivera, nunca había llegado a concretarse en un ambicioso plan quinquenal<br />

de construcción de escuelas primarias como el impulsado por el gobierno republicano.<br />

Nunca antes se había proyectado un esfuerzo tan nítido por consolidar una escuela primaria<br />

nacional. Así, en el haber más positivo del ciclo reformista hay que situar la notable<br />

expansión del número de escuelas primarias públicas (se pasó de un total de 35 989 a<br />

42 741 en tan solo cinco años) y la dotación de nuevas plazas de maestro (de 37 599 a<br />

50 527 efectivos). Todo ello tuvo un claro refl ejo en el incremento de los presupuestos del<br />

Estado en educación, en las tasas de alfabetización (que pasaron del 31’13 % en 1931 al<br />

23’17 % en 1936) y más discreto en las de escolarización (que pasaron del 51’8 % en 1931<br />

al 52’50 % en 1936). Asimismo, aunque en menor proporción, se incrementó el número


de alumnos –particularmente de alumnas– y de institutos de segunda enseñanza, en gran<br />

parte merced a la necesidad de sustituir a los casi 295 establecimientos sostenidos por<br />

órdenes religiosas, que albergaban más de 20 000 alumnos. En conjunto, puede afi rmarse<br />

que los datos generales de matrícula y de ampliación del número de centros, la extensión<br />

de la enseñanza media más allá de los grandes núcleos urbanos y el aumento de las tasas<br />

de feminización del alumnado apuntan a que comenzaban a superarse las barreras que<br />

secularmente habían convertido a la segunda enseñanza en patrimonio de las elites de<br />

sexo masculino.<br />

b) Sobre la profesionalización de la docencia y cambios en los sistemas de formación y acceso.<br />

Posiblemente fue esta una de las reformas más coherentes y sistemáticas de todas<br />

las emprendidas, pues supuso una reconsideración profunda de los requisitos científi cos<br />

y pedagógicos para acceder a los distintos cuerpos de la función docente. La creación del<br />

llamado Plan Profesional (1931) para los maestros, a los que se les exigía por primera vez<br />

el título de bachiller, pero también la creación de las secciones de Pedagogía universitarias,<br />

o la exigencia del certifi cado de estudios pedagógicos para el acceso a la docencia en<br />

la segunda enseñanza, fueron hitos muy importantes y, como tantos otros, adelantados a<br />

su tiempo, en la senda de la tecnifi cación de la profesión de enseñar. En una palabra, profesionalizar<br />

la docencia eliminando el intrusismo profesional, asegurando una buena formación<br />

inicial y creando centros de colaboración pedagógica y otros organismos e iniciativas<br />

(cursos, semanas pedagógicas, congresos) que hoy llamaríamos centros y actividades<br />

de formación permanente, destinados a fomentar, asimismo, la socialización corporativa.<br />

Todo este proceso de profesionalización se sustentó sobre el desarrollo de una amplia<br />

nómina de mediadores pedagógicos –normalistas, inspectores, maestros-directores de<br />

grandes graduadas– ya preexistente y que, como hemos estudiado ampliamente en otro<br />

lugar (Mainer, 2009a y 2009b), las políticas reformistas republicanas no hicieron sino<br />

alimentar cuantitativa y cualitativamente redistribuyendo funciones, saberes y poderes.<br />

c) Sobre el modelo de escuela única o unifi cada. El modelo de escuela unifi cada se recogía<br />

como tal en el artículo 48 de la Constitución de 1931. Allí se decía textualmente que “el<br />

servicio de la cultura es atributo esencial del Estado y lo prestará mediante instituciones<br />

educativas enlazadas por el sistema de la escuela unifi cada”. Los intentos de llevar a cabo<br />

esta escuela unifi cada fueron a todas luces insufi cientes y fracasados, pues no alcanzaron<br />

ni mucho menos lo que en 1918 había propuesto Luzuriaga en el programa del PSOE, ni<br />

tampoco lo que él mismo había sugerido en su proyecto para una reforma constitucional<br />

de la educación pública –texto muy importante que junto a otro del mismo autor, el Debate<br />

para un Proyecto de Ley para la Instrucción Pública, inspirado en la escuela unifi cada y publicado<br />

en el año 31 en Revista de Pedagogía, señalan la doctrina fuerte de lo que signifi caba<br />

aquel sintagma–.<br />

Así, el utópico ideal de un tronco único, desde la primera hasta la segunda enseñanza, que<br />

unifi cara y dotara de sentido a todo el sistema educativo, y que terminara con la lógica dual,<br />

clasista y elitista del modo de educación tradicional inaugurado con la Ley Moyano de 1857,<br />

no logró tener cabida ni siquiera en la Ley de Bases que el ministro socialista Fernando de<br />

los Ríos presentó ante el Congreso en diciembre de 1932. El tal proyecto se sustanció en un<br />

viraje ideológico hacia un pragmatismo de escasísimos vuelos: el plan contemplaba una<br />

primera enseñanza de 3 a 14 años, de nuevo absolutamente escindida e incomunicada con<br />

un bachillerato que daba comienzo a los 10 años prolongándose hasta los 16. Además, el<br />

53<br />

52


proyecto de ley ni siquiera llegó a discutirse. Sin duda estamos ante un asunto de capital<br />

importancia que reproduce, en este como tantos otros campos, la profunda disociación<br />

existente entre la práctica política del bienio reformador y el propio programa del PSOE y,<br />

por ende, la debilidad de la alianza interclasista que supuestamente la sustentaba. El posibilismo,<br />

la falta de apoyos y también la propia desconfi anza del propio ponente de la ley<br />

ante una transformación costosa, arriesgada y fundamentalmente contraria al ethos profesoral<br />

de los catedráticos, del que él mismo, por cierto, participaba, constituyeron el pórtico<br />

de un fracaso anunciado. En todo caso, la vigencia de la Ley Moyano durante todo el periodo<br />

fue solo la prueba evidente de la imposibilidad de dotarse de un marco legislativo nuevo<br />

y global susceptible de encauzar todo el proyecto. Pero, sin duda, el fracaso más clamoroso<br />

fue que las ideas fuerza del reformismo educativo liberal-socialista se fueron difuminando<br />

con el paso de los meses y el modelo de escuela unifi cada terminó por quedarse en nada.<br />

No se cumplió en absoluto, ni en la ley ni en la realidad; si exceptuamos la extensión de<br />

la experiencia de los Institutos-Escuela a cinco capitales de provincia además de Madrid<br />

y Barcelona, se mantuvo totalmente la dualidad del sistema. En honor a la verdad, cabe<br />

decir, no obstante, que el plan general de educación del Consejo de la Escuela Nueva Unifi<br />

cada (CENU) impulsado por los anarquistas y el Gobierno de la Generalitat de Cataluña<br />

en el año 36, en plena revolución, sí cumplió y superó los planteamientos de Luzuriaga.<br />

d) La extensión de la cultura entre las clases populares, a menudo al margen del sistema<br />

de enseñanza reglado, fue otro de los esfuerzos importantes sostenido por el reformismo<br />

liberal-socialista y tuvo un amplio desarrollo prácticamente hasta 1934, renovándose,<br />

después de febrero de 1936, con nuevos bríos. Relevantes ejemplos de ello sobre los que<br />

se han escrito monografías recientes muy documentadas fueron las célebres Misiones Pedagógicas,<br />

pero también nuevas fórmulas de bachillerato nocturno y, ya en los gobiernos<br />

socialistas de guerra, la puesta en marcha de los Institutos Obreros o las llamadas Milicias<br />

de la Cultura.<br />

e) Sobre los primeros pasos de una organización descentralizada de la educación. Para<br />

terminar, los primeros atisbos de una organización descentralizada del sistema educativo,<br />

en el marco del nuevo Estado descentralizado, apenas si lograron esbozarse en Cataluña,<br />

con la autonomía universitaria, el decreto de bilingüismo, o la puesta en funcionamiento<br />

de los distintos consejos escolares.<br />

Más allá de las grandes líneas de la política educativa de inspiración liberal-socialista,<br />

conviene recordar que, pese a lo que a menudo suele pensarse, el reformismo republicano<br />

apenas se dejó notar en cuestiones relativas al diseño y organización de los planes<br />

de estudio; y ello pese a que el mentado artículo 48 de la Constitución de 1931, junto al<br />

reconocimiento explícito de la libertad de cátedra, remarcaba que la enseñanza “hará del<br />

trabajo el eje de su actividad metodológica”. La mayor parte de los indicios y testimonios<br />

coinciden en que la enseñanza en escuelas e institutos, especialmente en estos últimos, siguió<br />

discurriendo, sustancialmente, por los mismos derroteros que hasta entonces, como<br />

no podía ser de otra manera si pensamos en que la inmensa mayoría del personal docente<br />

llevaba años en el ejercicio de su profesión. Además, para la primera enseñanza siguió<br />

vigente el enciclopédico plan de Romanones de 1901, compuesto por doce materias, y para<br />

el bachillerato, una vez abolido el plan Callejo de 1926, fue restaurado el de 1903, hasta que<br />

se elaboró el plan del ministro Filiberto Villalobos de 1934 –elaboración muy continuista,<br />

que seguía reproduciendo una inveterada relación de asignaturas tradicionales, pese a


su retórica insistencia en recomendar al docente la organización cíclica de los conocimientos–.<br />

Es más, las frecuentes recomendaciones que algunas autoridades educativas<br />

trataron de hacer llegar a los catedráticos de instituto contra el uso de los libros de texto<br />

o los exámenes, que chocaban con una cultura profesional fuertemente arraigada, fueron<br />

interpretadas por la corporación como una suerte de intolerable intervencionismo metodológico.<br />

Una vez más, en plena Guerra Civil, el currículo de primera enseñanza de 1937,<br />

aprobado durante el ministerio del comunista José Hernández, supuso, en este sentido,<br />

un cambio verdaderamente radical, pues al romper con el concepto disciplinar y enciclopédico<br />

tradicional abría nuevas posibilidades de construir el currículo a partir de estudios<br />

y problemas sociales relevantes.<br />

En todo caso, un balance ponderado del reformismo educativo republicano no debería<br />

eludir la persistencia de arraigadas tramas y poderes profesionales que, más allá de las<br />

leyes, decretos y circulares, estructuran de forma indeleble, tal como ya dijimos, la cultura<br />

escolar heredada y la gramática de la escolarización. En ocasiones se ha afi rmado<br />

con excesiva alegría que la República fue una época extraordinaria donde se produjo una<br />

suerte de rara y fecunda coincidencia entre las tres “culturas” que marcan la institución<br />

escolar –la de los políticos y planifi cadores, la de los pedagogos y científi cos que orientan<br />

y estimulan y la de los docentes que laboran cotidianamente en su aula–. No existe evidencia<br />

alguna de que esto fuera realmente así, al menos en términos generales: el estudio en<br />

profundidad de las actuaciones y posiciones, corporativas o individuales, mantenidas por<br />

altos cargos de la administración educativa, inspectores, catedráticos universitarios o de<br />

segunda enseñanza, normalistas o directores de grandes e infl uyentes grupos escolares revela<br />

lo equivocado de tal apreciación. Al respecto, no pueden olvidarse las resistencias que<br />

suscitaron aspectos fundamentales del proyecto reformista, inclusive en el propio núcleo<br />

duro de la coalición republicano-socialista. Una de las resistencias más pertinaces, como<br />

se ha visto, provino de los catedráticos de instituto, que, en el fondo y con independencia<br />

de su militancia política –mayoritariamente liberal-conservadora–, siempre se mostraron<br />

paladines del sistema escolar dual y elitista establecido; a través de su infl uyente asociación<br />

corporativa presionaron en contra de la mayoría de las reformas, tal como ha ocurrido<br />

también en épocas más recientes. En defi nitiva, persistieron intocables los poderes y los<br />

saberes de las tramas pedagógicas constitutivas de las culturas escolares.<br />

En suma, cabe concluir afi rmando que las reformas del ciclo liberal-socialista trataron de<br />

quebrar, sin demasiado éxito, el modelo tradicional y elitista vigente desde 1857. En términos<br />

generales hubo una distancia notable, a veces insalvable, entre propuestas y realizaciones;<br />

distancia que se transforma las más de las veces en una profunda disonancia entre el<br />

calado teórico de los principios reformadores y la fuerza real del bloque social encargado<br />

de llevarlos a cabo. No fue tarea sencilla crear una cultura republicana y el bloque social<br />

antioligárquico fue incapaz de asentarla en tan corto espacio de tiempo. De todas formas,<br />

más allá de las funestas consecuencias del golpe militar del 18 de julio y del posterior triunfo<br />

franquista, el análisis y balance de la encrucijada republicana pone de manifi esto, una<br />

vez más, que el éxito o el fracaso de las reformas educativas se dirime mucho más allá del<br />

estricto campo de la educación y que los cambios profundos de las sociedades requieren<br />

motivaciones de fondo y fuertes alianzas sociales. Parece, pues, que el malogrado ensayista,<br />

profesor y político argentino Aníbal Ponce (1898-1938) no erraba demasiado el juicio<br />

cuando escribía el texto con el que abríamos estas páginas.<br />

55<br />

54


LA MARCHA HACIA LA EDUCACIÓN<br />

TECNOCRÁTICA Y DE MASAS:<br />

SOCIEDAD Y EDUCACIÓN EN ESPAÑA<br />

(1939-1970)<br />

JULIO MATEOS MONTERO<br />

1. Introducción<br />

No está de más advertir al inicio<br />

de este artículo que, junto a otros dos que<br />

suscriben Juan Mainer y Raimundo Cuesta<br />

en el presente número de la Revista de<br />

<strong>Andorra</strong>, una misma “música de fondo” le<br />

sonará al lector, aunque cada uno de nosotros<br />

expongamos las ideas con maneras<br />

personales y pongamos el acento en uno u<br />

otro aspecto. No en vano, la coincidencia<br />

de los tres como colaboradores mucho tiene<br />

que ver con que hemos desarrollado un<br />

mismo proyecto de investigación, hemos<br />

usado en nuestros trabajos unas mismas<br />

herramientas heurísticas y, por decirlo de<br />

la manera que mejor se entiende, hemos<br />

conversado, leído y discutido durante más<br />

de diez años. Me refi ero al “Proyecto Nebraska”,<br />

mencionado desde las primeras<br />

páginas del presente monográfi co.<br />

Señalar tales circunstancias no es algo<br />

trivial. El trabajo intelectual en equipo es<br />

cosa poco frecuente en el mundo académico<br />

y sus aledaños, pues implica superar<br />

ciertas propensiones al individualismo y<br />

otros complejos problemas sociológicos<br />

del conocimiento. Una de las ventajas del<br />

trabajo colegiado –ciñéndonos al caso que<br />

aquí nos ocupa– es que permite presentar<br />

un estudio sobre la historia de la educación<br />

en España de amplio recorrido con<br />

unos criterios compartidos, contrastados<br />

y aplicados en distintas indagaciones y<br />

que han sido construidos para hacer visibles<br />

los cambios sustanciales, aquellos<br />

que tienen sufi ciente entidad para dar<br />

sentido a periodos histórico-educativos<br />

que se atienen a los rasgos sustanciales<br />

del mismo objeto de estudio: la educación<br />

institucional. Así, estudiar el pasado usando<br />

categorías como los modos de educación<br />

permite superar dos obstáculos en la<br />

comprensión del devenir de la escuela. Por<br />

un lado, la subordinación a etapas acuñadas<br />

en la historia política (regeneracionis-<br />

57<br />

56


mo, tiempos de tal o cual reinado, república,<br />

dictadura, democracia, etc.). Por otro<br />

lado, el obstáculo que se deriva de atribuir<br />

los cambios educativos a las leyes de reforma<br />

sin distinción o, lo que es peor, contemplar<br />

y valorar la importancia de esta o<br />

la otra reforma educativa con el color de<br />

su correspondiente inspiración política en<br />

lugar de hacerlo por sus efectos reales.<br />

Por motivos puramente convencionales<br />

en la organización del conjunto del estudio<br />

vamos a tratar aquí de la enseñanza<br />

entre 1939 a 1970 (véase fi g. 1). Y en este<br />

orden de advertencias iniciales, digo que<br />

me permitiré transitar, sin previo aviso,<br />

de un estilo más histórico y descriptivo,<br />

apuntalado con algunos cifras y datos, a<br />

otro más ensayístico e interpretativo.<br />

Son treinta años que ni se corresponden<br />

estrictamente con el franquismo ni con<br />

ninguno de nuestros modos de educación.<br />

En relación a estos modos se corresponderían<br />

con el fi nal de una larga marcha hacia<br />

el modo de educación tecnocrático de masas,<br />

que se acelera en una rápida transición<br />

durante los años sesenta del pasado<br />

siglo. Dicho de otra forma, esa década,<br />

inserta en plena dictadura, es en la que<br />

se gesta el cambio más signifi cativo de la<br />

educación en España desde sus orígenes<br />

decimonónicos. Ni antes ni después podemos<br />

encontrar un cambio de ese calado<br />

y tan defi nitivo; aunque desde una perspectiva<br />

crítica de cierta profundidad, tal<br />

y como dejaré apuntado justo al término<br />

del artículo, estos cambios, como tantos<br />

otros, han sido los necesarios y sufi cientes<br />

para la perpetuación de las también cambiantes<br />

formas de dominación social.<br />

Para el desarrollo de esta idea central conviene<br />

comenzar por hacer unas consideraciones<br />

generales y rápidas a partir de 1939.<br />

2. Rupturas y pervivencias durante<br />

el franquismo en el sistema de<br />

enseñanza<br />

Las profundas rasgaduras que<br />

tras la Guerra Civil sufrió el sistema educativo<br />

como consecuencia del triunfo franquista<br />

y la consiguiente dictadura, han de<br />

ser aquí recordadas, por mucho que –por<br />

fi n– se vaya cumpliendo en el presente<br />

con deberes pendientes de la memoria.<br />

El primer y más salvaje quebranto que ha<br />

de recordarse es la represión sobre los<br />

cuerpos docentes, sobre la inspección<br />

Línea del tiempo para representar los modos de educación<br />

en España y el periodo del que aquí se tratará<br />

Tradicional elitista Tecnocrático de masas<br />

1857 1900 1939 1970 2000<br />

Periodo de tiempo del que tratamos.<br />

Comprende:<br />

- El nal de la educación tradicional<br />

elitista (en el franquismo)<br />

-La transición “rápida” entre el modo<br />

de educación tradicional elitista y el<br />

tecnocrático de masas (años sesenta)<br />

Figura 1.


de enseñanza, así como la destrucción o<br />

reconversión de instituciones, publicaciones<br />

u organizaciones profesionales y pedagógicas.<br />

Cabría citar, en segundo lugar,<br />

una serie de graves retrocesos en terrenos<br />

en los que, con difi cultades, se había intentado<br />

avanzar en la II República. Así,<br />

se degradó sustancialmente la formación<br />

inicial del magisterio, se devolvieron, multiplicados,<br />

a la Iglesia católica los poderes<br />

que tradicionalmente había detentado en<br />

la educación, se eliminó la coeducación<br />

y la posibilidad de enseñanza en lenguas<br />

maternas distintas del castellano. Fueron<br />

claramente retrógradas las leyes de Ordenación<br />

de la Universidad Española de<br />

1943, de marcada inspiración falangista,<br />

y la Ley de Enseñanza Primaria de 1945,<br />

en la cual atornilló sus intereses la Iglesia.<br />

Una y otra se promulgaron bajo el mandato<br />

ministerial de Ibáñez Martín, el cual se<br />

adaptó bien al equilibrio cambiante entre<br />

la infl uencia falangista y eclesial. El retroceso<br />

de la edad obligatoria para la escolarización<br />

primaria a los 12 años y el entreguismo<br />

de la enseñanza secundaria en<br />

manos de la Iglesia (en los cinco primeros<br />

años de la posguerra los centros privados<br />

llegan a ser el 70 % del total), no son más<br />

que muestras signifi cativas de la degradación<br />

sufrida por todo lo público. En cuanto<br />

a los conocimientos y valores transmitidos<br />

en la escuela durante los años que ahora<br />

comentamos ni que decir tiene que la<br />

retórica católico-fascista impregnaba los<br />

textos, los discursos, varias rutinas y ceremonias<br />

escolares. Tal adoctrinamiento se<br />

ha recogido en abundantes testimonios y<br />

expresivos materiales que, en los últimos<br />

tiempos, forman parte inevitable de las<br />

memorias recuperadas de la “escuela del<br />

ayer”.<br />

Ahora bien, todos los regresivos efectos del<br />

franquismo sobre la educación institucional<br />

(efectos que, por otra parte, sufrieron<br />

la mayor parte de instituciones públicas y<br />

agencias políticas, culturales y de información)<br />

no constituyeron un cambio del modelo<br />

anterior. La estructura de clases sociales,<br />

la estructura demográfi ca del país<br />

y la estructura general del sistema de enseñanza<br />

siguieron siendo las mismas que<br />

décadas atrás. Continuó en el franquismo<br />

un lento crecimiento de la población escolarizada<br />

y elementos que consideramos<br />

de primera importancia dentro del mismo<br />

sistema se caracterizaron, hasta la década<br />

de los sesenta, más por la continuidad que<br />

por los signos de cambios sustanciales: la<br />

escisión entre la escuela básica y el bachillerato,<br />

el tipo de libros de texto, los agentes<br />

del saber-poder pedagógico, el modelo<br />

predominante de escuela unitaria y rural,<br />

entre otros. Conviene recordar que hasta<br />

1953 no existieron unos cuestionarios<br />

para la primera enseñanza en la historia<br />

de la educación hispana. Su aplicación en<br />

las aulas fue prácticamente nula, en todo<br />

caso a través de la adaptación que a los<br />

mismos hicieran algunas enciclopedias y<br />

otros materiales; y su tardía aparición, a<br />

mi entender, no se debe a otra cosa que<br />

a las mismas circunstancias preexistentes<br />

en los tiempos anteriores: una enorme diversidad<br />

de situaciones escolares concretas.<br />

Cualquier intento de homogeneizar<br />

las enseñanzas primarias chocaba con las<br />

difi cultades propias de una red escolar totalmente<br />

heterogénea, desparramada en<br />

particularidades imposibles de ahormar<br />

en un mismo currículo. Eso fue así desde<br />

el nacimiento de la escuela nacional hasta<br />

la transición al modo de educación tecnocrático<br />

de masas. Curiosamente, suele<br />

darse por cierto que en el curso del tiempo<br />

la escuela ha ido hacia una mayor autonomía,<br />

descentralización y particularización<br />

de los centros y la cultura docente. Pienso<br />

que es todo lo contrario. Como suele ocurrir,<br />

los tópicos y el lenguaje encubren la<br />

realidad. Y así, queda oculto que nunca ha<br />

habido tanto control de la vida y actividad<br />

59<br />

58


de los centros escolares como en el presente;<br />

nunca tanta uniformidad disfrazada<br />

de carácter particular. El mercado (libro de<br />

texto y otros mecanismos) y el Estado ejercen<br />

sutilmente una función de igualación<br />

con apariencias de diversidad. Tomemos<br />

nota de estas observaciones porque, como<br />

veremos más tarde, los fenómenos de masifi<br />

cación de la enseñanza, de graduación<br />

de la escuela primaria, de imposición de<br />

racionalidad técnica, centralizada tanto<br />

en lo organizativo como en lo didáctico,<br />

la explosión del libro de texto industrial,<br />

la sustitución del pedagogo funcionario<br />

del Estado por el experto universitario, la<br />

progresiva escisión entre teoría y práctica<br />

pedagógica, el control y la orientación<br />

de la labor escolar de forma invisible y teledirigida<br />

y algunos más están estrechamente<br />

imbricados entre sí y su aparición<br />

conjunta forma parte del mismo proceso<br />

evolutivo.<br />

Naturalmente, las observaciones y argumentos<br />

que conducen al diagnóstico de<br />

cierta continuidad de fondo con el pasado<br />

durante una buena parte del franquismo<br />

han de tener al lado las observaciones de<br />

los cambios acaecidos en la década de los<br />

sesenta, ya que esos sí condujeron a una<br />

profunda transformación que culmina en<br />

1970 (LGE).<br />

Me centraré por ello en analizar tales cambios<br />

comparando el antes y el después de<br />

la transición, que condujo de un modo de<br />

educación a otro y que tuvieron clara expresión<br />

teórica, normativa y práctica en la<br />

Ley General de Educación de 1970.<br />

3. Los años sesenta del siglo XX:<br />

preparación del gran cambio<br />

educativo en España<br />

Casi todos sabremos identifi car<br />

lo que fue la década prodigiosa. Algunos<br />

la vivimos, otros habrán oído hablar de<br />

aquellos años sesenta del desarrollismo<br />

español y sus más emblemáticos signos<br />

depositados en la memoria colectiva: el<br />

“Seiscientos”, el incremento del comercio<br />

exterior de España, la irrupción del turismo,<br />

los millones de emigrantes españoles<br />

a Europa, el trasvase de masas de población<br />

del campo a la ciudad, etc. Fueron<br />

también los años en los que aparece la<br />

televisión en nuestros hogares, en que se<br />

fi ltraban corrientes de modas extranjeras<br />

musicales y otras, en los que se producen<br />

las primeras huelgas importantes y<br />

nacen nuevas formas de organización de<br />

los trabajadores, el inicio del movimiento<br />

estudiantil y, en fi n, a pesar de la dictadura<br />

que no cejaba en reaccionar con violencia y<br />

autoritarismo a “todo lo que se movía”, los<br />

ecos del mayo del 68 francés llegaron fi -<br />

nalmente también a España. En este escenario<br />

histórico encajan los motivos por los<br />

cuales la demanda educativa se incrementaba<br />

con índices hasta entonces desconocidos.<br />

Si a ello unimos la creencia fi rmemente<br />

extendida en las teorías del capital<br />

humano, las recomendaciones a favor de<br />

la extensión de la educación provenientes<br />

de la UNESCO y otras agencias internacionales,<br />

la presión y las razones eran imparables<br />

y nada hay de extraño en que desde<br />

principios de los años sesenta del pasado<br />

siglo, en medios ofi ciales del franquismo<br />

se vaya haciendo una decidida apuesta por<br />

reformar el sistema educativo a favor de<br />

una enseñanza universal, obligatoria y gratuita,<br />

con igualdad de oportunidades, y que<br />

esta se conciba como un imperativo para<br />

el crecimiento económico en la sociedad<br />

del desarrollo científi co y técnico, y de la<br />

expansión de la producción y del consumo.<br />

Los maestros y niños que lo vivieron podrán<br />

recordar cómo uno de los cambios<br />

más notables fue el paso de la pequeña<br />

escuela unitaria rural a la escuela graduada<br />

completa (el colegio). Aunque el proceso<br />

de graduación de la enseñanza primaria


en España se produce paulatinamente a lo<br />

largo del siglo XX, realmente se generaliza<br />

y culmina con la extensión de la escolarización<br />

en términos normativos y reales.<br />

Efectivamente, la implantación del modelo<br />

graduado tuvo que acelerarse en los años<br />

sesenta para la consecución de la escolarización<br />

total en el menor tiempo posible<br />

y siguiendo una reforzada racionalidad<br />

tecnoburocrática, en la que se manejaban<br />

simultáneamente criterios económicos y<br />

pedagógicos. No debe perderse de vista<br />

que ciertos sueños sobre el modelo tecnocrático<br />

no surgieron por generación espontánea<br />

o como política de original creación<br />

tras la Segunda Guerra Mundial. Ya a<br />

principios del siglo XX se manifi esta una<br />

racionalidad modernizadora que veía en la<br />

efi ciencia el faro guía y, por tanto, esgrimía<br />

la clasifi cación, la medición, la segmentación<br />

vertical, la organización del espacio y<br />

el tiempo como asuntos que interesan a<br />

un “taylorismo pedagógico”. ¿Por qué la<br />

tecnoburocracia, en la forma que hoy la<br />

conocemos, tardó más de medio siglo en<br />

impregnar el sistema de enseñanza? Más<br />

adelante se tratará sobre el triunfo del paradigma<br />

tecnocrático; pero, cediendo a<br />

una propensión didáctica que no puedo<br />

evitar, me permito poner sobre el tapete<br />

cierta analogía con los modos de producción<br />

en la economía. El sistema productivo<br />

artesanal tiene rasgos que también están<br />

presentes en la estructura, en la organización<br />

y en las prácticas pedagógicas del<br />

modo de educación tradicional para la obtención<br />

de unos tipos de sujetos sociales.<br />

En el desarrollo del capitalismo la producción<br />

industrial también coexistió durante<br />

mucho tiempo con la actividad propia de<br />

la producción artesanal y el dominio de la<br />

primera solo se generaliza, como es sabido,<br />

cuando determinados procesos de<br />

acumulación lo permitieron, con desiguales<br />

ritmos y diferencias territoriales. Algo<br />

similar ocurrió en el sistema educativo.<br />

En este los sueños de racionalidad tecnoburocrática<br />

dejaron de ser propuestas de<br />

modernización de una vanguardia para<br />

convertirse en necesidad para la gobernabilidad<br />

de una poderosa industria educativa<br />

estatal cuando la masa de sujetos escolarizados<br />

alcanzó dimensiones de universalización.<br />

No vamos a desviarnos tratando<br />

de lo que en este inciso se apunta, pues<br />

llevaría a explicaciones largas sobre la relación<br />

entre condiciones económicas y educación<br />

matizando muy mucho la cuestión,<br />

a fi n de no caer en un análisis economicista.<br />

Volvamos, por tanto, a la concreta<br />

transformación de escuelas incompletas<br />

al modelo graduado que tan importante<br />

fue en la transición al modo de educación<br />

tecnocrático de masas.<br />

Una sistemática supresión de escuelas rurales<br />

al tiempo que se construían colegios<br />

comarcales con servicios de transporte y<br />

comedor fue la política seguida (prolongada<br />

en los años setenta) para posibilitar<br />

esa emulación del modelo colegial, el que<br />

siempre imperó en los institutos de secundaria.<br />

La LGE lo señala como meta históricamente<br />

buscada: que los centros de EGB<br />

tuvieran, al menos, una unidad por cada<br />

uno de los cursos (Art. 59). Pero la hegemonía<br />

del modelo graduado implicó consecuencias<br />

de gran calado que, además,<br />

eran evidentes manifestaciones de los<br />

cambios. Ahora puede parecer algo natural<br />

y de “toda la vida” los conceptos de curso-grado<br />

(también el de ciclo) generalmente<br />

unido a una edad y a un año académico,<br />

el de evaluación o examen para la promoción<br />

de curso, los programas de curso, los<br />

certifi cados y títulos de estudios primarios<br />

(estos también han tenido su historia),<br />

la idea de recuperación, de fracaso escolar,<br />

y, en fi n, todo el conjunto de invenciones<br />

asociadas a una segmentación vertical de<br />

los escolares. Sin embargo, nada de ello<br />

existía en la cultura escolar del modo de<br />

educación tradicional.<br />

61<br />

60


El CEDODEP (Centro de Documentación<br />

y Orientación Didáctica de Enseñanza<br />

Primaria), la Inspección Central y la Dirección<br />

General de Enseñanza Primaria<br />

se ocuparon de poner en marcha el control<br />

del rendimiento en las escuelas, un<br />

sistema de pruebas evaluatorias, y, claro<br />

está, unos nuevos Cuestionarios Nacionales<br />

(los de 1965) de corte –ahora ya–<br />

claramente tecnicista. Como es sabido,<br />

el CEDODEP fue un laboratorio de ideas<br />

pedagógicas fundado en 1958; entre otras<br />

funciones editaba la <strong>revista</strong> Vida Escolar<br />

y movilizaba recursos y energías para conectar<br />

teoría y práctica. A partir de 1964,<br />

cuando ya se había ido de allí su director y<br />

fundador, Adolfo Maíllo, cambió el paso y<br />

emprendió decididamente una senda tecnicista<br />

preparatoria del camino a la futura<br />

y anunciada reforma de 1970. Comenzaba<br />

la obsesión por la efi cacia, que aún nos<br />

persigue… Si la noción de curso abría y<br />

cerraba un tiempo unitario y fundamental<br />

del trabajo escolar, en el nivel micro de la<br />

práctica pedagógica un nuevo concepto,<br />

el de unidad didáctica, hizo correr ríos de<br />

tinta entre los funcionarios del CEDODEP<br />

y expertos invitados.<br />

Cabe citar, en el orden burocrático, el establecimiento<br />

de un registro académico<br />

personal, el Libro de Escolaridad de Enseñanza<br />

Primaria (1965), que contiene una<br />

pormenorizada acreditación, curso a curso<br />

(los ocho obligatorios), de los estudios<br />

realizados. Un documento con efectos en<br />

la vida civil, de mucha mayor formalidad<br />

que los anteriores Certifi cados de Estudios<br />

Primarios o la Cartilla de Escolaridad y que<br />

continúa, adaptado a los cambios de las<br />

reformas habidas, hasta el presente. Luego<br />

vendría el título de Graduado Escolar.<br />

¿Qué signifi cado social y cultural representan<br />

estos nuevos papeles? Pues algo<br />

tan sencillo como importante: la escuela<br />

expendía por primera vez en su historia<br />

unas acreditaciones (y no “gratuitamente”<br />

Adolfo Maíllo.<br />

ni a todo el que las pidiera). Su posesión<br />

venía a marcar la diferencia entre un ciudadano<br />

“con derechos” y un excluido o<br />

marginado. Y, además, eran el pasaporte<br />

imprescindible para pasar a estudios posteriores.<br />

Es decir, la escolarización primaria<br />

ganó con estos cambios burocráticos<br />

una legitimación (un poder funcional)<br />

que era exclusiva del academicismo más<br />

vetusto: aquel que se confi gura en las<br />

primeras formas del capitalismo con las<br />

universidades medievales y cuyas prerrogativas<br />

también heredó en el siglo XIX la<br />

enseñanza secundaria de elites.<br />

Decididamente, a fi nales de los años sesenta,<br />

en España la relación de las clases<br />

sociales con la educación institucional<br />

es muy otra a la del primer franquismo,<br />

treinta años atrás. No cometemos ninguna<br />

herejía contra la ciencia si recurrimos a<br />

impresiones generales que algunas series<br />

televisivas muy conocidas intentan transmitir.<br />

Digamos que la España de fi nales<br />

de los sesenta, un poco antes de la LGE,<br />

queda refl ejada en los primeros capítulos<br />

de Cuéntame cómo pasó, y que los seguidores<br />

de nuestros seriales hispanos reco-


nocerán que se trata de un contexto bien<br />

distinto al de los primeros capítulos de<br />

Amar en tiempos revueltos. En la literatura<br />

o en narraciones de otro género se refl ejan<br />

frecuentemente realidades sociales (las<br />

educativas son abundantes), que vistas a<br />

la luz del conocimiento histórico adquieren<br />

nuevos y más sustanciosos signifi cados.<br />

Por otra parte, la indagación histórico<br />

educativa, además, proporciona criterios<br />

para discernir cuánto y qué pertenece a<br />

esa edulcoración y nostalgia que contribuye<br />

a cierta construcción del pasado en<br />

la que se tejen los mitos con fragmentos<br />

de realidad. A esa operación contribuyen<br />

las fi cciones literarias, que no dejan de ser<br />

agentes y espejos en la misma construcción<br />

colectiva de la memoria.<br />

Para sustanciar lo que hemos dicho sobre<br />

la transición al modo de educación<br />

tecnocrático de masas, puede afi rmarse<br />

que en apenas una década se produjeron<br />

cambios radicales, en distintos e importantísimos<br />

órdenes, que fi nalmente son<br />

regulados en la LGE. A saber: la escolarización,<br />

la estructura del sistema, el triunfo<br />

del paradigma tecnoburocrático, nuevos<br />

agentes del saber-poder pedagógico, generalización<br />

de la graduación escolar y<br />

Tipo de enseñanza<br />

Alumnos<br />

1932-33<br />

consiguientes cambios organizativos y<br />

pedagógicos, nuevos recursos materiales<br />

y textos de nuevo tipo. Se pueden considerar<br />

estas u otras variables más, pues la<br />

radiografía ha de ser aquí necesariamente<br />

incompleta, pero los aspectos referidos incluyen<br />

otros que podremos ir señalando.<br />

a) Escolarización<br />

Un incremento rápido y sin precedentes<br />

de la demanda en todos los niveles educativos<br />

constituye el suelo sobre el que se<br />

yerguen los demás rasgos del cambio. Entre<br />

muchas expresiones estadísticas, para<br />

lo que aquí toca analizar, la recogida en la<br />

fi g. 2 puede ser conveniente, ya que son<br />

pocos los datos y ofrece una visión muy<br />

general.<br />

El crecimiento general de usuarios en el<br />

conjunto de las enseñanzas desde principios<br />

de la II República hasta fi nales de<br />

los años sesenta se corresponde con otro<br />

incremento de la población. Ahora bien,<br />

uno y otro fueron mucho más acelerados<br />

en los diez años que van de 1957 a 1967.<br />

En todos los niveles de enseñanza (excepto,<br />

por escaso margen, en la primaria), se<br />

creció más en estos diez años que en los<br />

veintidós anteriores señalados en la fi g. 2.<br />

Alumnos<br />

1956-57<br />

Alumnos<br />

1966-67<br />

Tasa de<br />

crecimiento<br />

(1932=100)<br />

Primaria y Preescolar 2 397 562 3 247 983 4 025 244 168<br />

Bachillerato 122 998 381 967 984 810 800<br />

Formación Profesional 37 297 44 846 166 265 445<br />

Carreras de Grado Medio 51 740 95 471 165 104 319<br />

Enseñanza Superior 36 290 67 763 141 418 389<br />

Total alumnos 2 645 887 3 838 030 5 482 831 207<br />

Población total 24 009 551 29 300 960 32 005 210 13<br />

Alumnos por 1000 habs. 110 131 171<br />

Fig. 2. Tomado de ESCOLANO, A., La educación en la España contemporánea. Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, p. 177.<br />

63<br />

62


Sobre todo, los estudios de bachillerato<br />

vieron triplicados sus efectivos de alumnos.<br />

El número de institutos públicos en<br />

la década de los sesenta se multiplicó por<br />

siete. Un dato que adquiere mayor relevancia<br />

al saber que el número de 119 institutos<br />

ofi ciales que existían en 1940 permaneció<br />

estancado hasta esa década, con regocijo<br />

de la Iglesia católica, de sus órdenes y<br />

congregaciones dedicadas a la enseñanza<br />

y en manos de las cuales estaba la mayoría<br />

de los 936 colegios privados (Viñao,<br />

2004), fundamentalmente dedicados a<br />

una enseñanza elitista para las clases altas<br />

y medias. Para dar alguna comparación de<br />

contundente expresividad puede afi rmarse<br />

que solo en la década de los sesenta el incremento<br />

habido en el alumnado de enseñanza<br />

secundaria fue el doble (un millón<br />

de alumnos más) que el incremento registrado<br />

en los cien años anteriores (desde<br />

1860 a 1960, que fue de medio millón).<br />

Claro, era este nivel de la enseñanza secundaria<br />

donde se jugaba la batalla, el territorio<br />

a conquistar por sectores populares<br />

y así abrirse oportunidades en la vida (es<br />

decir, mejorar, en la medida de lo posible,<br />

las condiciones sociales de los progenitores).<br />

Ciertamente en la literatura ofi cial se<br />

presentó la futura reforma (LGE) como un<br />

paso decisivo a la “democratización” de la<br />

enseñanza. Ello, claro está, dentro de un<br />

sistema político que era profundamente<br />

antidemocrático. Pero, en efecto, en las<br />

mentes de la población tradicionalmente<br />

excluida del ascenso social por la vía (o vía<br />

crucis) del estudio, había calado muy hondo<br />

la posibilidad del mérito y el ascenso.<br />

No olvidemos que al menos con la obtención<br />

del bachillerato elemental, aprobada<br />

la “reválida de cuarto”, se abrían no pocas<br />

posibilidades de hacer carrera y alcanzar<br />

cualifi cados puestos de trabajo. La idea<br />

de igualdad de oportunidades y de la necesidad<br />

de títulos académicos movilizó<br />

voluntades. Y, así, los padres pudieron<br />

aspirar, por la mayor y más cercana ofer-<br />

ta de centros de enseñanza secundaria, a<br />

que sus hijos fueran alguien y llegaran en la<br />

vida a ser lo que ellos no pudieron. Ese ser<br />

no es otro que el ser estudiante, que es lo<br />

mismo que decir no trabajador. Pero hete<br />

aquí cómo los sueños de emancipación<br />

personal encubren o hurtan el enfrentamiento<br />

con la inconmovible estructura<br />

de la dominación y la diferencia social.<br />

Recordemos el campo semántico que Carlos<br />

Lerena indicaba como expresivo de la<br />

representación espontánea del sistema<br />

de enseñanza: escala continua, carrera ascendente,<br />

carrera de obstáculos, ascesis,<br />

pirámide, selección técnica (que disfraza<br />

la selección social), etc. En fi n, el mito de<br />

un campo de pruebas para las cualidades<br />

naturales del hombre, que ha de labrar con<br />

el estudio su futuro merced a la igualdad<br />

de oportunidades que la escuela de masas<br />

ofrece. Parece que hoy día al menos se ha<br />

caído la venda de los ojos y ya no se puede<br />

confundir educación para todos con triunfo<br />

social de todos. De todas formas aún hay a<br />

quien le parece una incongruente disfunción<br />

aquello de que muchos titulados universitarios<br />

hayan de ponerse a trabajar en<br />

ofi cios tradicionalmente de analfabetos.<br />

La “invasión” de las masas en los estudios<br />

de bachillerato y, por otro lado, la que llegó<br />

a la universidad (procedente de estratos<br />

sociales no ya tan subalternos) levantó<br />

no pocas resistencias entre añorantes del<br />

viejo elitismo. Aunque la bulla se mantuvo<br />

en tono menor hasta la misma publicación<br />

y divulgación del Libro Blanco, que<br />

hacía la crítica general de nuestro sistema<br />

educativo. Las resistencias se iniciaron<br />

con rechazos por la anunciada pérdida del<br />

bachillerato clásico y “humanista” y se extendieron<br />

e intensifi caron, especialmente<br />

entre los profesores de institutos, con las<br />

certezas establecidas en la LGE. Entonces<br />

ya se oyeron voces contra lo que hoy se<br />

denomina “pérdida de calidad” y contra la<br />

“degradación” por lo que llamaron la “ege-


eización”. La disconformidad se hizo, en<br />

defi nitiva, machacona en todo el proceso<br />

reformista que apuntala normativamente<br />

la educación tecnocrática de masas. Por<br />

supuesto, lo de “egebeización” también<br />

hacía referencia a una pérdida de rango de<br />

la cual se veía víctima el profesorado de<br />

enseñanzas medias. La separación económica<br />

y simbólica entre profesores y maestros<br />

se vino acortando y eso trastocaba un<br />

estado de cosas centenario. Invitamos al<br />

lector a refl exionar sobre cómo esas alarmas<br />

se acuñan en tópicos y se repiten en<br />

el presente para representar catástrofes y<br />

crisis convenientemente inventadas. La<br />

bandera de la calidad de la enseñanza se<br />

agita en la actualidad con similar convencimiento<br />

(y “justifi cada indignación”) por<br />

“todo el mundo” desde el pensamiento<br />

común y espontáneo a los nuevos científi<br />

cos empiristas de la educación, y con el<br />

entusiástico coro de tertulianos y columnistas.<br />

No hemos de confundirnos: indefectiblemente,<br />

bajo esas apelaciones a la<br />

calidad se esconden “tics” aristocratizantes.<br />

Más exactamente de la aristocracia<br />

del título, que es la propia de las clases<br />

medias.<br />

La imparable marcha hacia la sociedad<br />

educadora del presente implicó tres variables<br />

que cambiaron conjuntamente hacia<br />

una mayor dimensión: el número de escolares<br />

en todas las enseñanzas (primaria,<br />

media y superior), el tiempo de escolarización<br />

y la creciente presencia femenina.<br />

Y, ciertamente, con distintos ritmos y de<br />

forma más bien lenta que rápida, a lo largo<br />

del siglo XX se fue alcanzando la aspiración<br />

según la cual el progreso consistiría<br />

en tener a todos y a todas durante mucho<br />

tiempo al amparo de las aulas. Pero<br />

la aceleración del proceso escolarizador<br />

que tuvo lugar en la década de los sesenta<br />

como preludio de una necesaria transformación<br />

rompía la tendencia del pasado,<br />

que, a pesar de viejas promesas y sueños<br />

de una escuela unifi cada para todos, nunca<br />

había llegado a superar la tradicional<br />

escisión o dualidad entre elites y masas,<br />

entre estudiantes y trabajadores, entre catedrático<br />

de instituto y maestro de escuela,<br />

entre enseñanzas humanistas (cultura<br />

y distinción) y enseñanzas elementales y<br />

utilitarias, entre ciencia y pedagogía, entre<br />

laboratorio y jardín o huerto escolar,<br />

entre universitario y normalista, entre don<br />

Fulano, señor Fulano o Fulano a secas (el<br />

don se obtenía con el bachillerato y las diferencias<br />

por su posesión no eran ninguna<br />

broma). Y, así, la serie de expresiones<br />

para dos universos bien separados y sin<br />

conexión podríamos prolongarla bastante<br />

más. Dicho de otra forma, la rápida demanda<br />

de estudios medios no solo ponía<br />

en peligro el elitismo del viejo bachillerato,<br />

sino que empezaba a quebrar la lógica que<br />

mantenía la estructura general del sistema<br />

educativo establecida en 1857 por la Ley<br />

Moyano.<br />

La expansión de la demanda fue seguida<br />

por una expansión de la oferta. La obra,<br />

iniciada por el ministro Jesús Rubio García-Mina,<br />

es continuada por el tecnócrata<br />

Manuel Lora Tamayo (de 1962 a 1968).<br />

Respondieron a lo que los tiempos pedían<br />

nacional e internacionalmente, construyendo<br />

a marchas forzadas institutos<br />

ofi ciales por toda España, ampliando los<br />

institutos por las barriadas con las llamadas<br />

secciones fi liales y aprovechando los<br />

edifi cios con estudios nocturnos y otras<br />

medidas de urgencia. Con lo cual se produjo<br />

el lógico descenso de alumnado en<br />

colegios privados a favor del incremento<br />

de los públicos (pasa del 50,9 % en 1960<br />

al 39,8 % en 1970). Esa es una tendencia<br />

que se mantendrá con el tiempo. Poco<br />

importaban las supuestas intenciones del<br />

opusdeista ministro en cuanto a favorecer<br />

los intereses de la Iglesia católica. Cuando<br />

se sirve a las razones del mercado y del<br />

progreso capitalista, a veces vienen a re-<br />

65<br />

64


sentirse los intereses eclesiales, aunque<br />

estos llevan acomodándose a todas las<br />

circunstancias desde tiempos muy remotos.<br />

Por cierto, fue el mismo Lora Tamayo<br />

el que cambió el nombre de Ministerio de<br />

Educación Nacional por el de Ministerio<br />

de Educación y Ciencia. Tampoco esta es<br />

anécdota carente signifi cado.<br />

A poco que se meta uno en la lógica de<br />

aquel empeño desarrollista y el protagonismo<br />

que en el mismo adquiría la educación,<br />

no es de extrañar que entre los jerarcas<br />

del régimen (y no solo los tecnócratas)<br />

se abriese paso la idea de una necesaria<br />

reforma que acabase con la dualidad tradicional<br />

del modelo Ley Moyano. En distintas<br />

publicaciones “del Movimiento” a<br />

principios de los sesenta se pone de manifi<br />

esto que está perfectamente asumida la<br />

idea de una enseñanza universal, obligatoria<br />

y gratuita, con igualdad de oportunidades,<br />

y que esta es un imperativo para el<br />

crecimiento económico, para el desarrollo<br />

científi co y técnico, para la inclusión de<br />

España en el “concierto de las naciones<br />

desarrolladas”. Es decir: en la sociedad del<br />

mercado y consumo transnacional. Pero<br />

17 Mundo del trabajo<br />

16<br />

15<br />

14<br />

13<br />

12<br />

11<br />

10<br />

9<br />

8<br />

7<br />

6<br />

(desde los catorce años)<br />

no bastaba con ir engrosando los efectivos<br />

de los distintos grados de enseñanza, sino<br />

que se imponía la necesidad de aumentar<br />

la edad de escolarización obligatoria y una<br />

nueva estructura del sistema educativo.<br />

b) Un cambio radical de estructura del sistema<br />

educativo<br />

No vamos a analizar con detalle la LGE<br />

(ello será objeto del artículo de R. Cuesta<br />

que continúa el ciclo en estas páginas),<br />

si no es para mostrar comparativamente<br />

las dimensiones del cambio respecto a la<br />

situación anterior, invariable desde mediados<br />

del siglo XIX.<br />

En este esquema he prescindido de representar<br />

las cantidades de niños y adolescentes<br />

que nutrían esos espacios de las<br />

escindidas primaria y secundaria. Baste<br />

decir que, aunque en 1964 ya se dio el<br />

paso de declarar la obligatoriedad de la<br />

escolarización primaria hasta los 14 años,<br />

aún en 1967 persistía de hecho la dualidad<br />

con estas cifras: del total de niños de 10<br />

años el 75,7 % acudían a escuelas primarias<br />

y el 18 % al bachillerato (un 9,3 % carecían<br />

de escolarización).<br />

Esquema del sistema de enseñanza en la educación<br />

tradicional elitista (principios de los años 60)<br />

E. Primaria<br />

Figura 3.<br />

Carreras de<br />

grado medio<br />

Enseñanza<br />

universitaria<br />

Preuniversitario<br />

s<br />

u<br />

perior<br />

Bachiller<br />

e l<br />

e<br />

m ental<br />

Se accede al bachillerato desde<br />

preparación privada o dejando<br />

la escuela a los 10 años.


Esquema del sistema de enseñanza tecnocrática de masas<br />

(con la LGE de 1970)<br />

17<br />

16<br />

15<br />

14<br />

13<br />

12<br />

11<br />

10<br />

9<br />

8<br />

7<br />

6<br />

Enseñanza<br />

superior<br />

COU<br />

Bachillerato Unificado Polivalente (BUP) Formación<br />

Profesional<br />

Para redondear el panorama del reparto<br />

de educación en esos mismos años cabe<br />

añadir que a los trece años un 37,8 % estaba<br />

en escuelas primarias, un 26 % en<br />

centros de bachillerato y un 37,2 % carecía<br />

totalmente de cualquier cobijo escolar<br />

(Cuesta y Molpeceres, 2010: 112).<br />

Pero más allá de las cifras, lo que en el<br />

esquema se quiere expresar es que entre<br />

la primera y segunda enseñanza no había,<br />

antes de la LGE, conexión alguna. Para el<br />

ingreso en el bachillerato, con un célebre<br />

examen de ingreso que normalmente se<br />

realizaba a los diez años, no se requería<br />

acreditación escolar o haber pasado por la<br />

escolarización primaria. Si el niño cuyos<br />

padres habían decidido darle estudios asistía<br />

a una escuela pública, a los diez años<br />

habría de abandonar aquella y a sus compañeros,<br />

que seguirían con los maestros<br />

hasta los doce o catorce años, hasta que<br />

eran puestos a trabajar (si no estaban ya<br />

en ello). Precisamente es en 1964 cuando<br />

se establece la edad escolar obligatoria en<br />

catorce años (estaba en doce desde la Ley<br />

de 1945).<br />

Enseñanza General Básica (EGB)<br />

Figura 4.<br />

Mundo del trabajo<br />

(16 años desde 1976)<br />

Como puede apreciarse en la fi g. 4 la situación<br />

a partir de la LGE es muy otra. La<br />

primera enseñanza (la EGB) está conectada<br />

como paso obligado para el acceso al<br />

bachillerato (BUP). Así pues, se fundieron<br />

dos caminos paralelos que nada tenían<br />

en común y el sistema educativo quedó<br />

encauzado en una única vía, adquiriendo<br />

cada tramo un carácter propedéutico para<br />

el posterior.<br />

Puede decirse que, al tiempo que se superaba<br />

la tradicional escisión de dos subsistemas<br />

de enseñanza para dos clases<br />

sociales en dicotomía simple y drástica,<br />

el modelo se aproximaba bastante a la escuela<br />

unifi cada que defendieran en España<br />

muchos años atrás institucionistas y socialistas.<br />

Los hechos pueden chirriar con<br />

esquemas demasiado sencillos o presupuestos<br />

idealistas, pero es el caso que fue<br />

en tiempos de la dictadura cuando tuvo<br />

desarrollo normativo y práctico ese sueño<br />

“de progreso” que en la República no se<br />

llegó a realizar. Las intenciones, el contexto<br />

económico, el alcance de los proyectos<br />

reformistas entre uno y otro momento<br />

67<br />

66


eran diferentes. Pero lo que interesa retener<br />

es que la evolución o los procesos<br />

de cambio profundo en educación no son<br />

coincidentes con otros que se sitúan en<br />

la historia política, sino que responden a<br />

circunstancias económicas, demográfi cas,<br />

sociológicas, culturales, etc., que escapan<br />

al control y voluntad de gobernantes y formaciones<br />

políticas en el poder.<br />

Como se ha visto, en los años sesenta se<br />

acumularon una serie de circunstancias<br />

que darían paso a lo que se autodenominó<br />

“revolución silenciosa”, la reforma por la<br />

que el ministro Villar Palasí pasaría a ser<br />

recordado en los libros de historia de la<br />

educación. En la España “cañí” aherrojada<br />

en la dictadura, que entra en un efectivo<br />

José Luis Villar Palasí.<br />

desarrollo económico con sensibles signos<br />

externos y que, por otro lado, nutre<br />

la acumulación de capital necesario para<br />

pasar a un capitalismo transnacional con<br />

las divisas que ingresaban en el país miles<br />

de esforzados emigrantes.<br />

c) Nuevos agentes del saber-poder pedagógico<br />

Los vientos del cambio de los años sesenta<br />

arrasaron con muchas competencias<br />

y poder que tradicionalmente detentaba<br />

una clase de funcionarios que habían<br />

ejercido en todos los órdenes de la administración<br />

educativa, de la producción<br />

y legitimación de las ciencias pedagógicas.<br />

Estos funcionarios eran mayoritariamente<br />

inspectores de Primera Enseñanza,<br />

normalistas, directores de renombradas<br />

escuelas graduadas o regentes de Escuelas<br />

Anejas a Normal de maestros. En sus<br />

manos estaba la elaboración de programas,<br />

las tareas de control de la práctica<br />

docente, las gestiones que afectaban a la<br />

organización e intendencia escolar, la factura<br />

de libros escolares, la publicación y<br />

autoría de trabajos teórico-prácticos en la<br />

prensa profesional, la formación y orientación<br />

del magisterio y esta no solo desde<br />

las normales sino desde los centros de colaboración<br />

y cursillos, las mismas visitas de<br />

inspección (la normal ambulante se llamó<br />

a esta función de los veedores escolares).<br />

Hasta la preparación para oposiciones al<br />

cuerpo de maestros en régimen privado<br />

(clases particulares) estaba generalmente<br />

en manos de ellos. Para ilustrar con algunos<br />

personajes más conocidos esta fi gura<br />

que hemos llamado pedagogo orgánico del<br />

Estado (Mainer y Mateos, 2011) pueden<br />

citarse los nombres de Rufi no Blanco, Ezequiel<br />

Solana, Virgilio Hueso, Ángel Llorca,<br />

Juvenal de Vega, Adolfo Maíllo, J. Antonio<br />

Onieva, Agustín Serrano de Haro, Santiago<br />

Hernández Ruiz, entre otros muchos.<br />

Sociológicamente el pedagogo orgánico


Antonio J. Onieva.<br />

del Estado procede generalmente de estratos<br />

populares, se hace a sí mismo, con<br />

grandes dosis de autodidactismo a partir<br />

de estudios de maestro (el haber sido<br />

“cocinero antes que fraile” es un rasgo<br />

característico), progresa social y profesionalmente<br />

en los escalafones, se refugia<br />

en el corporativismo y, consciente de ser<br />

pieza importante en el funcionamiento del<br />

sistema nacional de enseñanza, se dedica<br />

a su trabajo-profesión-vocación-servicio,<br />

construye fácilmente un buen maridaje<br />

entre su ambición de liderazgo y la lealtad<br />

al Estado.<br />

Además de la pluralidad de actividades en<br />

la dimensión teórica y, en no pocos casos,<br />

en la burocrático-política –rasgo totalmente<br />

contrario al de técnico-especialista– estos<br />

“viejos” pedagogos mantenían una<br />

relación (y tensión) entre la teoría y la<br />

práctica educativa muy estrecha. Sin embargo,<br />

su estrella empieza claramente a<br />

declinar al tiempo que se yergue la infl uencia<br />

de los especialistas en ciencias de la<br />

educación que, sin trabar nunca contacto<br />

directo con la escuela, dirigen sus aspiraciones<br />

para ocupar puestos en la acade-<br />

mia. Se produjo un deslizamiento de los<br />

saberes pedagógicos hacia la Universidad<br />

y la administración educativa empezó a<br />

trabar sus alianzas con nuevos agentes<br />

de la producción teórica. El fenómeno se<br />

hace visible a través de hechos signifi cativos:<br />

la exigencia del Bachillerato Superior<br />

para el ingreso en los estudios de Magisterio<br />

(1967); se extinguen por inanición<br />

los centros de colaboración, coincidiendo<br />

con la creación de los ICE (Institutos de<br />

Ciencias de la Educación), que son de carácter<br />

universitario; la Inspección queda<br />

relegada a funciones técnico-burocráticas<br />

(un nuevo moldeado de este cuerpo de<br />

funcionarios, básicamente ceñido, como<br />

diría A. Maíllo al “control y evaluación, sin<br />

orientación ni consejo”); el cuerpo de Regentes<br />

de Anejas a las Escuelas Normales<br />

se declara a extinguir y el CEDODEP pasa<br />

a ser regido por una plantilla de universitarios<br />

tras el abandono de su primer director<br />

e inspirador inicial, que fue el inspector<br />

Adolfo Maíllo.<br />

La referida serie de decisiones sobre el<br />

ocaso de una clase de dueños del saber y<br />

el poder en la gestión del Estado sobre el<br />

sistema de enseñanza y la emergencia de<br />

otros no tendría, en sí, mayor interés si no<br />

repercutiera sobre el modelo de enseñanza<br />

y su práctica en las aulas, no solo de la<br />

enseñanza primaria sino también de la secundaria.<br />

Me refi ero, claro está, al proceso<br />

por el cual se erige el modelo tecnoburocrático<br />

como verdad incuestionada.<br />

d) Triunfo del paradigma tecnocrático<br />

Lo tecnocrático no hace referencia específi<br />

ca y exclusivamente al modelo de<br />

desarrollo curricular basado en la planifi -<br />

cación y aplicación con metas operativas<br />

y resultados mensurables (modelo que,<br />

como es archisabido, se importa a España<br />

bajo la égida de los “tecnócratas” en los<br />

años 60). Dicho de otra forma, no se refi<br />

ere exclusivamente el carácter tecnocrá-<br />

69<br />

68


tico a la suposición de un saber científi co<br />

y técnico (saber de expertos), detentado<br />

en estratos administrativos y académicos,<br />

del cual emana la orientación pedagógica<br />

que, convenientemente difundida, conduce<br />

supuestamente al buen desarrollo<br />

y, en su caso, a la transformación de las<br />

prácticas educativas. Esas creencias no<br />

dejan de ser una ilusión, que lleva a depositar<br />

en el saber experto y su complejo<br />

aparato de difusión el fundamento de un<br />

desarrollo curricular real y positivo. Todo<br />

eso es el discurso tecnocrático, pero no<br />

exactamente su desarrollo real. Por otra<br />

parte, nos hemos topado frecuentemente<br />

con cierta perspectiva que confunde<br />

determinados enfoques didácticos con lo<br />

tecnocrático exculpando de ello a otras.<br />

Sin embargo, para nuestro diagnóstico no<br />

es más relevante que los saberes-poderes<br />

que animaban tales ilusiones se apoyaran<br />

en lógicas disciplinares o psicopedagógicas;<br />

poco importa que los equipos de<br />

estudio y los think tanks del currículo se<br />

formaran con catedráticos y expertos de<br />

las materias a enseñar, por psicopedagogos<br />

conductistas o constructivistas. Formulando<br />

el problema en términos muy<br />

sencillos: tecnocrática fue la Ley General<br />

de Educación (LGE) de 1970 y tecnocrática<br />

fue la Ley de Ordenación General del Sistema<br />

Educativo (LOGSE) de 1990. Tampoco<br />

se refi ere especialmente el carácter<br />

tecnocrático al afán de actualización científi<br />

ca que impregnó el currículo desde los<br />

Cuestionarios de 1965, de forma abrupta a<br />

partir de la LGE, sobre todo en la segunda<br />

etapa de la EGB. Entendemos, en última<br />

instancia, la tecnocracia como una forma<br />

de dominación basada en una racionalidad<br />

tecnoburocrática, que es asumida<br />

por los dominados, contribuyendo así a<br />

la reproducción y a la hegemonía de esa<br />

racionalidad y a su legitimación. El maestro<br />

o profesor, encargado de la práctica,<br />

asume la necesidad de una ciencia didác-<br />

tica de universal validez (la que sea) capaz<br />

de orientar acertadamente la mejora de la<br />

enseñanza y que, además, se produce en<br />

esferas de la investigación académica. La<br />

consecuencia es una sustancial renuncia<br />

al pensamiento crítico y, desde luego, renuncia<br />

a plantearse el valor de una crítica<br />

de la didáctica; una alienación por la que<br />

queda desposeído de libertad de decisión,<br />

de hacerse dueño de una actividad propia<br />

que implica simultáneamente pensar (teoría)<br />

y actuar (práctica). En la antítesis de lo<br />

tecnocrático se sitúa, por tanto, la necesidad<br />

de apropiación por el docente no solo<br />

de saberes disciplinares y psicopedagógicos<br />

y/o didácticos, sino de conocimientos<br />

que van mucho más allá, como los de sociología<br />

crítica de la educación, historia de<br />

la educación y de la cultura. Es decir, de<br />

conocimientos que le permiten distanciarse<br />

de la rabiosa actualidad de tendencias<br />

pedagógicas y poder contemplar críticamente<br />

la naturaleza misma de la escuela y<br />

de sus infi nitas representaciones ideológicas,<br />

de sus justifi caciones complacientes.<br />

Y digo que esa capacitación del docente es<br />

antídoto de primeros auxilios contra la tecnocracia<br />

educativa porque puede actuar a<br />

la contra en varios frentes: el de la independencia<br />

de la cultura burocrático-política<br />

(independencia de todo proyecto de<br />

mayor o menor envergadura editado por el<br />

BOE y demás literatura ofi cial y ofi ciosa);<br />

el de los libros de texto (principal aliado de<br />

la dominación del mercado y el Estado);<br />

el de los diagnósticos, balances, informes<br />

y demás resultados de permanentes operaciones<br />

evaluatorias; el de buena parte<br />

de investigaciones tecnicistas que abultan<br />

la producción universitaria y alimentan el<br />

campo academicista de las ciencias de la<br />

educación.<br />

La tecnocracia es, pues, una forma de poder<br />

en el universo educativo que puede<br />

identifi carse por formas de resistencia. El<br />

problema de fondo que aquí se viene plan


Del libro artesanal a la gran industria.<br />

teando consiste en que no se entiende la<br />

dimensión tecnocrática sin la de masas y<br />

viceversa.<br />

En el imperio tecnocrático se acaban naturalizando<br />

el saber científi co-técnico y el<br />

saber experto, y aceptándose su función<br />

y presencia en la cada vez más compleja<br />

organización del sistema educativo. Acaban<br />

siendo unos saberes-poderes que se<br />

consideran imprescindibles para afrontar<br />

problemas sobre calidad de la educación,<br />

sobre fracaso escolar, deterioro de la enseñanza,<br />

etc.<br />

Con esas nuevas categorías (nuevos<br />

mitos), los expertos se hacen así simbólicamente<br />

imprescindibles para el<br />

mantenimiento de los mecanismos de<br />

dominación. Así los estudiantes y los<br />

profesores también serán objeto de diagnóstico<br />

y de terapias constantemente renovadas<br />

por los expertos; los centros de<br />

enseñanza serán lugares con permanentes<br />

problemas a solucionar; los currículos,<br />

construcciones necesitadas para reformas<br />

permanentes. El giro tecnocrático, desde<br />

su propia argumentación (planifi cación<br />

científi ca del progreso, disposiciones para<br />

la igualdad de oportunidades y, últimamente,<br />

educación de calidad entre todos y<br />

para todos), pretende un benefi cio universal<br />

a toda la población escolarizada. Pero<br />

más bien ejerce una función ideológica de<br />

ocultar a nuestra mirada el sentido de necesidad<br />

que el currículo va adquiriendo en<br />

su adaptación a nuevos contextos. Ello ha<br />

de hacerse con un enfoque crítico, que nos<br />

aleje de una complaciente versión sobre<br />

una supuesta neutralidad desinteresada<br />

del Estado y del conocimiento escolar.<br />

e) Textos, conocimiento escolar e identidad<br />

de la infancia<br />

También los maestros, profesores y alumnos<br />

hubieron de sentir la contundencia de<br />

los cambios referentes al conocimiento escolar<br />

y sus envases en textos y materiales<br />

escolares.<br />

Todavía a mediados de los años sesenta<br />

circulaban en el nivel primario las viejas<br />

enciclopedias, libros de lecciones de co-<br />

71<br />

70


sas, de lecturas instructivas o edifi cantes<br />

y, en general, textos de conocimientos rudimentarios<br />

y terminales, pensados para<br />

aportar unos conocimientos útiles, sencillos<br />

y prácticos para la vida del que muy<br />

pronto habría de ser reclutado para el trabajo<br />

asalariado. El precio del libro era factor<br />

que no se puede desdeñar en absoluto<br />

y de ahí proviene una de las razones de<br />

ser del éxito de las enciclopedias, y de que<br />

algunas obras muy conocidas de este género<br />

tuviesen ventas millonarias como fue<br />

el caso de las debidas al maestro zamorano<br />

Antonio Álvarez. Ese es, precisamente,<br />

otro rasgo de los textos escolares anteriores<br />

al modo de educación tradicional: son<br />

obras de autor, de factura artesanal y cuyo<br />

banco de pruebas era la experiencia docente<br />

y/o el consejo de otros maestros. Se<br />

elaboraban sin necesidad alguna de gran<br />

aparato didáctico ofi cial, sin que ello signifi<br />

que que los autores estuvieran ayunos de<br />

conocimientos metodológicos y de teorías<br />

educativas, sino que los criterios que primaban<br />

eran de carácter personal. Muchos<br />

de los autores de fi rma reconocida en la<br />

manualística tradicional pertenecían a esa<br />

categoría que hemos llamado pedagogos<br />

orgánicos del Estado.<br />

Muy pocos años después otros textos de<br />

nueva factura y una poderosa industria<br />

editorial emergieron tras la LGE. En nada<br />

se parecían a los anteriores. Y durante la<br />

transición de los años sesenta la situación<br />

es claramente intermedia y se caracteriza<br />

por una incipiente presencia de algunas<br />

editoriales que se adaptan a “nuevos”<br />

conceptos (unidades didácticas, globalizaciones,<br />

libros de áreas de conocimiento),<br />

pero guardan muchos rasgos de la anterior<br />

generación de libros. Independientemente<br />

de los aspectos técnicos y formatos, en<br />

los que no puedo detenerme (aunque son<br />

importantes en relación con lo aquí tratado),<br />

el conocimiento “editado” que llegó a<br />

las aulas primarias ya no tiene el carácter<br />

de único equipaje con el que los escolares<br />

habrían de enfrentarse al mundo sino que<br />

es un conocimiento propedéutico y perfectamente<br />

ensamblado con los estudios que<br />

vendrán a continuación y en continuidad.<br />

El peso del libro de texto cada vez ha<br />

sido más determinante de las prácticas<br />

cotidianas en las aulas. Por ese motivo<br />

son de gran interés histórico los análisis<br />

en profundidad. Pero me limito a dejar a<br />

la interpretación del lector la tabla de la<br />

fi g. 5, pues las indicaciones y sugerencias<br />

ya expuestas pueden ser sufi cientes.<br />

Hace un tiempo constaté que hay estrechas<br />

relaciones en la construcción sociohistórica<br />

de determinados tipos de infancia,<br />

de conocimiento escolar y de modelo<br />

de escuela (Mateos, 2008), aunque esta y<br />

otras aportaciones pertinentes a la historia<br />

del conocimiento escolar pueden encontrarse<br />

en reelaboraciones más manejables<br />

(Mateos, 2011: 61-66, 88-100). Concretamente,<br />

y en referencia al periodo de transición<br />

entre los modos de educación que<br />

motiva estas páginas, puede hablarse de<br />

una transformación conjunta que conduce<br />

a una infancia unifi cada, a un conocimiento<br />

unifi cado y a una escuela unifi cada. De los<br />

dos últimos conceptos ya se ha tratado,<br />

pues son el resultado de la fusión en un<br />

mismo camino institucional y curricular, al<br />

menos durante la escolarización obligatoria,<br />

de todos los niños y preadolescentes<br />

en la educación de masas. Ahora bien,<br />

simultáneamente, de la imagen social y<br />

familiar de la infancia fueron desapareciendo<br />

los rasgos que en otros tiempos<br />

defi nían al niño yuntero que poetizara<br />

Miguel Hernández y no digamos al niño<br />

decimonónico que tan magistralmente<br />

refl ejara Dickens. El marco en el que aquí<br />

encuadramos la construcción social de la<br />

infancia se ha de entender como un proceso<br />

de irresponsabilización del niño mediante<br />

exención de la culpa en el código


Condicionantes del modo de educación tecnocrático<br />

de masas<br />

Mercantilización, producción y consumo masivo<br />

de productos escolares/culturales<br />

Fuerte competencia en el mercado de bienes culturales,<br />

que impone la lógica del marketing en los<br />

productos y recursos didácticos<br />

Constitución de un nuevo sistema de necesidad<br />

en la cultura empírica de la escuela:<br />

1) Racionalización y tecnifi cación de la enseñanza<br />

primaria: generalización de la escuela-colegio, de<br />

espacios y tiempos específi cos por materia, maestros<br />

especialistas, nuevo tipo de encierro escolar…<br />

Predominio de la pedagogización basada en criterios<br />

psicológicos y la “actividad” del alumno<br />

2) Nuevas tecnologías creadoras de realidad virtual<br />

autosufi ciente<br />

penal, separación del trabajo asalariado y<br />

mayor escolarización (Cuesta, 2005). En el<br />

bien trabado entendimiento entre sociedad<br />

y escuela –un entendimiento mucho<br />

mayor que el que suele reconocerse– fue<br />

desapareciendo el niño castigado, mendigo,<br />

trabajador, desamparado, explotado,<br />

campesino, etc. Si la infancia de clara<br />

pertenencia a los sectores desfavorecidos<br />

aparecía sistemáticamente en los manuales<br />

escolares tradicionales, en los nuevos<br />

desaparece. No veremos ya más cualquier<br />

relación del niño con la culpa, con el castigo,<br />

con la muerte, con la pobreza, con el<br />

trabajo (doméstico o asalariado). Cuando<br />

el trabajo asalariado es objeto de estudio<br />

en la escuela y, por ello, está presente en<br />

los libros, será de forma muy distinta a<br />

la de otros tiempos. Ahora es un hecho<br />

lejano y ajeno a la infancia, desmarcado<br />

de contextos sociales, una actividad humana<br />

naturalizada y unida al progreso o<br />

Refl ejo en los libros de texto de Conocimiento del<br />

Medio<br />

Imperio del libro de texto como regulador y normalizador<br />

de la enseñanza<br />

Adaptación de los textos del Conocimiento del<br />

Medio mediante rasgos nuevos: abundancia, variedad,<br />

vistosidad, amenidad y vida efímera<br />

Libros específi cos de Conocimiento del Medio<br />

que han de ser factibles y adaptados a las rutinas<br />

y nuevas condiciones de la organización escolar<br />

racional, burocratizada y compleja. Hipertrofi a de<br />

actividades que aparentan una enseñanza activa,<br />

al tiempo que ejercen como principal técnica de<br />

control en el aula<br />

Suplantación de la realidad circundante por otra<br />

visible en los textos, cosifi cada y artifi cial, pero que<br />

se manifi esta como sustituto efi caz de la primera<br />

Consolidación de la infancia unifi cada y abstracta Desaparición de trabajo vinculado a las diferencias<br />

de clase, de la culpa, del castigo, y presencia<br />

del niño en relación con el ocio, el juego y la actividad<br />

escolar<br />

Fig. 5. Refl ejo del modo de educación tecnocrático de masas en los libros de Conocimiento del Medio.<br />

a la técnica, sin dolor, sin diferencias. Las<br />

imágenes de la miseria, de la marginación<br />

social y del injusto reparto de la riqueza<br />

están, también, prácticamente excluidas.<br />

No es extraño que fuera desapareciendo<br />

al mismo tiempo el niño “bueno” y, por<br />

contraste, el “malo” o de conducta desviada,<br />

siendo esta distinción motivo de múltiples<br />

representaciones para la enseñanza<br />

moral, de la virtud. Todas estas presencias<br />

y ausencias responden a la idea del mundo<br />

en que se coloca al niño y a su identidad<br />

de escolar. En la escuela de masas<br />

se relaciona al niño con el ocio, el juego<br />

y un aprendizaje activo y ameno. La actual<br />

hiperescolarización está sólidamente<br />

fundida con la infantilización. Mientras se<br />

aumentaban las tareas de los libros para<br />

ocupar durante mucho tiempo al día, y así<br />

durante muchos años, a los escolares, las<br />

formas pedagógicas se ajustaban a una<br />

identidad en desarrollo, inmadura, pueril,<br />

73<br />

72


que ha de encontrar mediante su educación<br />

la autonomía y la autoestima personal,<br />

la realización de su individualidad. El<br />

currículo ofi cial está impregnado de estos<br />

campos semánticos y a esa nueva identidad<br />

infantil responden también los libros<br />

de texto.<br />

Hay que añadir que dicha infantilización<br />

responde a un modelo de niño medio, en<br />

términos sociales y psicológicos. La campana<br />

de Gauss, la norma y sus desviaciones<br />

(a su vez “normalizadas”), se convirtió<br />

en medida de todas las cosas. Piense el<br />

lector en la cantidad de eufemismos que<br />

han ido apareciendo para sustituir el término<br />

de anormal, que era el empleado por<br />

los expertos en la primera mitad del siglo<br />

XX, siendo este ya una suave y “científi ca”<br />

denominación que sustituiría a las del siglo<br />

XIX: idiotas, imbéciles o, en general, infancia<br />

degenerada. Efectivamente, toda una<br />

política psico-social normalizadora fue impregnando<br />

el universo pedagógico (entre<br />

otros) y se refl ejaba en el conocimiento escolar<br />

y en sus textos. Hasta en la literatura<br />

infantil se habían pasado los tiempos de<br />

príncipes y mendigos, de niños malvados<br />

y ejemplares santos, y otras dualidades<br />

extremas. Cubrir las contradicciones bajo<br />

la campana de la distribución normal tiene<br />

sus correlatos morales-ideológicos, como<br />

cuando se dice con todo el convencimiento<br />

aquello de que todos somos iguales pero<br />

distintos. Todo un programa pedagógico<br />

de la sociedad disciplinaria, dirán con razón<br />

algunos, pero que en cualquier caso<br />

hoy sigue siendo, en su simpleza, una<br />

aporía en la que se enredan sin salida ni<br />

tregua los más “altos” debates sobre la<br />

educación.<br />

Esa propensión a la media perfectamente<br />

puede interpretarse con la categoría que<br />

se esconde detrás: clase media. Es decir,<br />

las clases de la cultura, de los estudiantes.<br />

Y así, en torno a los años sesenta se<br />

dio un imparable proceso que nosotros<br />

hemos analizado ampliamente como la<br />

creación de una infancia unifi cada, abstracta,<br />

genérica, piagetiana (Mateos, 2008).<br />

En realidad, la infancia unifi cada, que se<br />

corresponderá con la infancia escolarizada<br />

hasta el fi nal de la edad obligatoria (escuela<br />

unifi cada), participando de un menú<br />

de conocimientos comunes (conocimiento<br />

unifi cado), es como una especie de reclusión<br />

o amparo temporal, una tregua a plazo<br />

fi jo que el estado de bienestar concede<br />

a los hijos de clases desfavorecidas en la<br />

que parecen ser lo que no son. Al término<br />

de dicho plazo un implacable fi ltro permitirá<br />

el paso o pondrá a los que no superan<br />

el examen otra vez en su lugar. De ahí la<br />

dureza con que selecciona esa implacable<br />

prueba que en tiempos se llamó reválida<br />

de cuarto, después de Graduado Escolar<br />

y en la actualidad se llama examen para<br />

obtener el título de Educación Secundaria<br />

Obligatoria. Esas son las realidades que se<br />

esconden tras los aparentemente hechos<br />

y datos objetivos que nos hablan de igualdad<br />

de oportunidades y de fracaso escolar.<br />

4. Para terminar<br />

En estas páginas he expuesto<br />

una serie de fenómenos implicados en<br />

el cambio educativo más profundo que<br />

ha conocido la historia de la educación<br />

en España. Así dicho, puede parecer una<br />

afi rmación demasiado solemne y rotunda,<br />

no obstante sí parece pertinente hablar<br />

de cambio histórico en educación cuando<br />

concurren al menos dos circunstancias:<br />

que dicho cambio tiene lugar en un tiempo<br />

relativamente corto y que afecta a un<br />

amplio abanico de rasgos o aspectos interrelacionados<br />

y no a parcialidades. Rasgos<br />

que, en conjunto, dan cuenta de la educación<br />

como una parcela de la sociedad o,<br />

dicho de otra forma, se trataría de rasgos<br />

cuya integración racional no permite ha


lar de la escuela por un lado y de la sociedad<br />

en que esta se inscribe por otro.<br />

Los aspectos (variables, en un sentido<br />

histórico y no susceptible de tratamiento<br />

matemático) que se han contemplado no<br />

son –como quedó advertido– los únicos<br />

que pueden ser tenidos en cuenta por tener<br />

valor sintomático a la hora de diagnosticar<br />

continuidades y cambios. En otros<br />

lugares hemos sugerido algunos otros<br />

para ser explorados genealógicamente<br />

con la intención de contrastar la validez de<br />

los modos de educación como herramienta<br />

de periodización histórica (Cuesta, et al.,<br />

2009). Bien entendido que no se trata de<br />

animar a un esforzado empeño por imponer<br />

o presentar una infalible metodología<br />

en la historia de la educación. La categoría<br />

heurística de los modos de educación tiene<br />

interés en la medida en que permite explicar<br />

el particular y complejo devenir de la<br />

escuela y su contexto sociohistórico. Y ello<br />

es así, porque por mucho que la enseñanza<br />

haya seguido derroteros imprevistos<br />

ajenos a las promesas de salvación y progreso<br />

que el idealismo le ha atribuido desde<br />

sus orígenes, y por mucho que entendamos<br />

críticamente el presente educativo<br />

como resultado de procesos complejos,<br />

contradictorios y atravesados de múltiples<br />

luchas y ejercicios de poder, no debemos<br />

renunciar a “practicar una historia inteligible<br />

en su evolución temporal, marcando<br />

las continuidades, los cambios, las diversas<br />

direcciones, las tendencias predominantes<br />

y el signifi cado histórico de los<br />

fenómenos estudiados” (Op. cit.: 57). A<br />

tal fi n, el artículo se ha centrado en las circunstancias<br />

y algunos procesos que transformaron<br />

el sistema de enseñanza en España<br />

en la década de los sesenta del siglo<br />

pasado. Hubo un antes y un después de<br />

aquella transición claramente defi nidos.<br />

No obstante, ha de hacerse una consideración<br />

fi nal. El “después” de la transición a<br />

la educación tecnocrática de masas en absoluto<br />

estaba previsto ni determinado por<br />

los proyectos, las tendencias socioeconómicas<br />

ni por los consensos y creencias<br />

que aparecían como irrefutables entre los<br />

agentes y estudiosos de los cambios. En<br />

aquellos años sesenta, de optimismo y renovada<br />

fe en la educación, cuyo lema más<br />

genérico sería el de una enseñanza prolongada<br />

e igual para todos y todas ¿quién<br />

iba a esperar las grandes convulsiones que<br />

trastocaron el orden internacional? ¿Cuántos<br />

estudiosos de la educación pronosticaron<br />

la expansión y hegemonía de las políticas<br />

neoliberales y neoconservadoras que<br />

tan graves consecuencias vienen acarreando<br />

a la educación? (Viñao, 2012). Excepcionalmente<br />

pocos, muy pocos, llegaron a<br />

captar el signo de los tiempos con certeras<br />

premoniciones, como hizo Carlos Lerena<br />

cuando anunciaba a mediados de los años<br />

ochenta cómo en los últimos quince años<br />

se producía un progreso hacia atrás (Lerena,<br />

1986: 432-466), cómo ya desde los<br />

orígenes del ciclo reformista tecnocrático<br />

en el mismo corazón del triunfalismo escolarizador<br />

(la conquista de la cantidad)<br />

anidaba el trémolo aristocratizante que se<br />

esconde bajo la obsesión por la calidad y la<br />

efi cacia. La escalada privatizadora de la enseñanza<br />

(aspecto que nos ha sido imposible<br />

abordar con cierto detenimiento) se<br />

viene cada vez más encargando de hacer<br />

todo lo que la escuela pública no hace sufi -<br />

cientemente: excluir, seleccionar, jerarquizar,<br />

distribuir, reproducir… (Op. cit.: 465).<br />

En defi nitiva, el cambio que ha sido objeto<br />

de nuestro análisis, con toda su importancia<br />

histórica, no representó, precisamente,<br />

una ruptura con lo que han sido para la<br />

sociología crítica funciones básicas de la<br />

enseñanza institucional, en cualquiera de<br />

sus niveles y en distintas etapas de la era<br />

del capitalismo.<br />

75<br />

74


EL CICLO REFORMISTA<br />

TECNOCRÁTICO DE LA EDUCACIÓN<br />

ESPAÑOLA (1970-1990)<br />

RAIMUNDO CUESTA FERNÁNDEZ<br />

1. La gran transformación de los años setenta: reforma educativa y transición<br />

política<br />

La LGE de 1970 y el proceso que inicia, el tercer gran ciclo reformista de la historia<br />

de la educación española, tienden a ser vistos por los historiadores, conforme pasa el<br />

tiempo, como el hito más importante y trascendental de las transformaciones educativas<br />

ocurridas en el siglo XX. Frente al cómodo y ramplón análisis que pone el acento en los<br />

“fracasos” y “defectos” (falta de fi nanciación, aplicación accidentada, persistencia de la<br />

“gramática de la escuela”, intelectualismo separado de la realidad, carencia de participación<br />

democrática, etc.) es preciso señalar que esta norma expresa en clave cambio jurídico-educativo<br />

las profundas mutaciones sociológicas que metamorfosearon las estructuras<br />

socioeconómicas hacia un nuevo tipo de capitalismo y una renovada jerarquización de las<br />

clases sociales. Los críticos de izquierda más agudos de aquellos tiempos, inmersos en<br />

la lógica analítica de las teorías de la reproducción, supieron verlo con lucidez. En efecto,<br />

Ignacio Fernández de Castro en 1973 (Reforma educativa y desarrollo capitalista) la concibe,<br />

en tanto que portaestandarte de la ideología de la igualdad de oportunidades, como “pieza<br />

maestra y fundamental en cuanto racionalizadora de una política de clase” (1973, 159), y,<br />

por su parte, Carlos Lerena, el más brillante y agudo debelador del idealismo pedagógico,<br />

afi rmaba en su Escuela, ideología y clases sociales en España (1976): “El proceso de reforma<br />

en curso no constituye una simple readaptación del sistema de enseñanza a necesidades<br />

de carácter coyuntural, sino que, lejos de ser una reforma más, constituye una respuesta<br />

global y coherente (pese a la sucesión de cuatro equipos ministeriales, pese a sus contradicciones)<br />

al sistema de enseñanza liberal o tradicional, el cual, decíamos, había visto<br />

agudizado su proceso de descomposición desde la pasada década de los sesenta” (1976,<br />

274-275).<br />

77<br />

76


En efecto, truncado el intento de reforma republicana hacia un sistema escolar fundado<br />

sobre la idea de escolarización universal y el molde de la escuela unifi cada a través y bajo el<br />

empuje de un régimen democrático, ahora triunfa una versión muy rebajada de lo mismo<br />

pero por otros medios, es decir, mediante una suerte de reinventado despotismo ilustradotecnocrático<br />

que utiliza los resortes del poder de la dictadura para instalar un sistema<br />

educativo modernizante (léase conforme al nuevo tipo de capitalismo). En la historia de<br />

España, como se ha visto en otros artículos de esta <strong>revista</strong>, existe un precedente: Claudio<br />

Moyano en 1857 fue capaz, en virtud de un pacto entre liberales de centro y derecha, de<br />

dar vida a la única ley general que pervivió ahormando la educación española hasta 1970.<br />

Esta última no duró tanto, pero tuvo también la facultad de fundar jurídicamente un orden<br />

nuevo (el propio del modo de educación tecnocrático de masas). La LOGSE sería la<br />

continuación y “perfeccionamiento” por otros medios (la democracia de cómoda mayoría<br />

parlamentaria socialista). En suma, este tercer ciclo reformista, que se sitúa entre 1970 y<br />

1990, constituye un ciclo de larga traza temporal y obedece a las necesidades perentorias<br />

de llevar a efecto una escolarización de masas bajo los dictados de los expertos, desplazando<br />

la tensión reformista de la lucha política e ideológica hacia el terreno de la efi cacia<br />

y las recomendaciones de los organismos internacionales como la UNESCO o la OCDE.<br />

Esa racionalidad se impone desde el tardofranquismo con Villar Palasí, prosigue durante la<br />

transición en los gobiernos de UCD y, con todos los matices que se quiera, empapa la vida<br />

y la obra de las políticas educativas emprendidas más tarde por el PSOE en el poder. Un<br />

matiz no despreciable es el grado de democracia formal (el franquismo de 1970 frente a la<br />

democracia estable de 1990) y otro muy notable también es que la LGE se aprueba en un<br />

tiempo donde el estado de bienestar español era prácticamente inexistente (en 1970 el porcentaje<br />

de gasto público en educación equivalía al 1,7) mientras que la LOGSE arrancaba<br />

en un contexto de Estado social incompleto pero efectivo (el porcentaje de gasto público<br />

en educación superaba el 4,5).<br />

Formalmente este nuevo ciclo reformador, como ya se indicó, adquiere su consagración jurídica<br />

con la aprobación de la Ley General de Educación de 1970, que signifi ca la elevación<br />

a norma de alto rango de lo que venía fraguándose en la década anterior.<br />

Villar Palasí recibe explicaciones de un proyecto de centros escolares en Almería.


Rodolfo Llopis en un acto político en Alicante durante la Transición.<br />

Por lo demás, la nueva promesa de felicidad por medio de la escuela constituía una dimensión<br />

de los estados de bienestar que por entonces se aderezaron. En España esta doble<br />

operación de establecer una escuela integrada y levantar un estado de bienestar ocurre principalmente<br />

entre 1970 y 1990, o sea, entre dos mojones jurídicos como son la Ley General<br />

de Educación (LGE) y la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE). Como<br />

puede observarse, este lapso atraviesa circunstancias políticas diferentes: fi nales de la dictadura,<br />

la transición y el despliegue de la democracia liberal confi gurada en la Constitución<br />

de 1978. El caso español es, al respecto, ejemplar, pues mantuvo un desfase temporal, un<br />

retraso económico y educativo, con respecto a los países vanguardia del capitalismo, y un<br />

manifi esto défi cit democrático. En estos años el gap político y económico se intenta salvar<br />

mediante el pacto social de la transición política; con él se abrió una vía democrática sui<br />

géneris, que ha permanecido estable y sin alteraciones estructurales hasta hoy.<br />

Este tiempo histórico comprendido entre 1970 y los años noventa, a pesar de las alternancias<br />

políticas (cinco años de gobierno de la derecha con Unión del Centro Democrático<br />

entre 1977 y 1982, y casi catorce los socialistas entre 1982 y 1996) y de los muchos e ingentes<br />

cambios habidos en todos los órdenes de la vida social, constituye, desde el punto<br />

de vista educativo, una época de continuidad, aunque no lineal, en la experiencia histórica<br />

de fundar una escuela integrada en el contexto de un Estado social de nuevo cuño. A ello<br />

ayudó la creación, desde las postrimerías de los cincuenta, de una elite de Estado, parte<br />

cardinal de una típica burocracia “independiente”, entrenada en las reformas parciales de<br />

los años sesenta, y fi el servidora del Estado cualquiera que fuere su dueño. Estos expertos y<br />

técnicos de la razón de Estado fueron un elemento crucial en la transición a la democracia<br />

y su ethos profesional fue empapando de tecnocratismo a los distintos equipos ministeriales<br />

que les sucedieron. De esta suerte, en las altas esferas de decisión, se fue esculpiendo<br />

un perfi l efi cientista ampliamente compartido más allá de las ideologías, donde se podían<br />

desenvolver y mezclar tanto los viejos pedagogos y técnicos franquistas convertidos a los<br />

imperativos de la UNESCO y la OCDE como los posteriores socialistas gubernamentales<br />

seducidos por las excelencias de la economía de mercado.<br />

79<br />

78


Desde 1970 hasta hoy hemos asistido a la generalización irregular del modelo escolar constituido<br />

en 1970 y 1990, si bien en el transcurrir de esta historia han comparecido reiterados<br />

brotes neoliberales que, en su esencia, se han manifestado en contra del modelo escolar<br />

integrado fundado en 1970 y ampliado en 1990. En todo caso, los datos que resumen el estado<br />

actual de la educación indican el alto grado de logro de una escolarización de masas,<br />

propio de un modo de educación tecnocrático de masas plenamente asentado y que se encamina<br />

velozmente hacia los usos de una sociedad educadora, tal como sugiere la encuesta<br />

a la población activa en 2002, en la que se aprecia netamente la progresión de eso que se<br />

ha dado en llamar dotación de capital humano y el avance de las tasas de escolarización.<br />

Analfabetos<br />

NIVEL EDUCATIVO DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA<br />

Sin<br />

estudios<br />

Primarios Medios FP<br />

Durante la transición se percibe un claro empuje hacia la escolarización masiva, como<br />

puede verse en la pirámide adjunta, y de esta forma se va compensando un retraso histórico<br />

respecto a otros países e incluso respecto a las normas vigentes, aunque, a pesar de de<br />

los pesares, habrá que aguardar a los noventa para empezar a vislumbrar la generalización<br />

de la escolarización hasta los 16 años. Ya en 1991 la población comprendida entre 12 y<br />

15 años llegaba al 98,5 de la cohorte (MECD, 2001). Con ello el ciclo de la escolarización<br />

de masas culmina al tiempo que las políticas neoliberales de la década de los noventa<br />

PIRÁMIDE DE TASAS DE ESCOLARIZACIÓN POR EDADES EN 1976-1977 y 1987-1988<br />

100 80 60 40 20 0 20 40 60 80 100<br />

Curso 1976-77 Curso 1987-88<br />

Anterior al<br />

superior<br />

Superiores<br />

Año 1978 9 16,2 54,7 14,4 1,1 2,7 1,8<br />

Año 2002 3,1 11,2 25,3 35,9 10,9 6,5 7,2<br />

Fuente: Encuesta de población activa: La sociedad española tras 25 años de Constitución. Madrid, INE, 2003, p. 66.


sugieren ciertos repliegues en las pretensiones de una escolarización universal. Al dejar<br />

el poder el PSOE en 1996 se había realizado, por fi n, la universal escolarización hasta los<br />

dieciséis años; se habían acompasado la edad de terminar la escuela y la legal de admisión<br />

al trabajo en el mercado laboral.<br />

Constituye un simplismo pensar que la acción legislativa del Estado mediante reformas<br />

educativas es la principal responsable del cambio social que signifi ca alcanzar altos niveles<br />

de escolarización. Pero no cabe duda de que las leyes educativas pueden abrir o cerrar<br />

puertas a procesos estructurales de cambio. Y la LGE, qué duda cabe, abrió nuevos cauces.<br />

Y en ello tuvo mucho que ver la reconversión del ministro José Luis Villar Palasí (1968-<br />

1973), cuya idea inicial era centrarse en los problemas de la confl ictiva universidad tardofranquista,<br />

al diagnóstico más profundo y de más largo plazo de sus asesores, tecnócratas<br />

y expertos internacionales de valía indudable. En todo caso, fue fi gura relevante en todo<br />

el proceso y en poco tiempo se convirtió al dogma de la igualdad de oportunidades, principal<br />

postulado de la nueva ley: “Educación general básica, sí, igual y gratuita para todos,<br />

para ricos y para pobres, para los hijos de empresarios y obreros, como deber y derecho<br />

fundamental de los españoles, si aprobáis el proyecto de ley” (Discurso ante la Comisión<br />

de Educación de las Cortes, 1 abril de 1970). Proveniente del Derecho y Filosofía y Letras,<br />

fue el típico funcionario cualifi cado del tardofranquismo, con un historial profesional tradicional<br />

y muy vinculado a la rama del derecho administrativo, donde alcanzó todo tipo de<br />

distinciones universitarias y puestos de relevancia del Estado. En este ejemplar del último<br />

periodo tecnocrático del régimen franquista, que primero accedió al aparato administrativo<br />

de la mano de Ullastres y más tarde del propio Carrero Blanco, se ha querido ver una<br />

plasmación de la creciente e indudable presencia del Opus Dei en la política española de<br />

fi nales del franquismo.<br />

De lo dicho se infi ere la relevancia de la Ley General de Educación como principal horma<br />

jurídica que principia y envuelve la evolución imparable de la educación española hacia el<br />

nuevo horizonte de la escuela integradora y unifi cada. El equipo responsable de aderezar la<br />

ley resulta muy expresivo de esa suerte de<br />

despotismo tecnocrático que salió de las<br />

altas burocracias tardofranquistas. Como<br />

es conocido, el nuevo ministro, nombrado<br />

en 1968 tras la renuncia de su antecesor<br />

Lora-Tamayo, y confi rmado en 1969, pronto<br />

se rodea un aparato técnico de primer<br />

orden proveniente de la UNESCO: Ricardo<br />

Díez Hochleitner como subsecretario<br />

y José Blat Gimeno como principal responsable<br />

del célebre Libro Blanco sobre<br />

el estado de la educación en la España de<br />

1969. Allí se formulaba el diagnóstico más<br />

demoledor y preciso sobre la educación<br />

española: de 100 alumnos que empezaron<br />

la primaria en 1951, solo llegaron 27 a la<br />

enseñanza media, aprobaron la reválida<br />

elemental 18, 10 la superior y sacaron el<br />

preuniversitario 5; solo 3 de ellos en 1967 Ricardo Díez-Hotchleitner.<br />

81<br />

80


llegaron a culminar los estudios universitarios (Libro Blanco, 1969, 24). Este desolador<br />

parte de bajas requería una terapia de choque y los expertos del ministerio abogaban por<br />

una remodelación a fondo del conjunto de un sistema educativo tradicional que, a todas<br />

luces, había dado muestras de su agotamiento y obsolescencia.<br />

En efecto, la nueva ley general de educación venía a sustituir la que se pergeñara en 1857<br />

en tiempos de Claudio Moyano y fue una empresa nada fácil de llevar a término. Pero en<br />

las postrimerías del franquismo todo era posible y casi nada era probable. De modo que el<br />

ministro y su corte de expertos de vieja y nueva estirpe fueron capaces de conducir a buen<br />

puerto, tras meses de acalorado debate público de los grupos de presión que tenían la<br />

posibilidad de hablar, la aprobación, en sesión plenaria de 28 de julio de 1970.<br />

18<br />

17<br />

16<br />

15<br />

14<br />

13<br />

12<br />

11<br />

10<br />

9<br />

8<br />

7<br />

6<br />

5<br />

4<br />

3<br />

2<br />

1<br />

0<br />

Tercer Ciclo<br />

Segundo Ciclo<br />

Primer Ciclo<br />

UNIVERSIDAD<br />

COU Formación Profesional II ENSEÑANZAS<br />

MEDIAS<br />

Bachillerato Formación Profesional I<br />

Ciclo Superior<br />

Ciclo Medio<br />

Ciclo Inicial<br />

Centros de Párvulos<br />

Jardín de Infancia<br />

ORGANIGRAMA DEL SISTEMA DE LA LGE<br />

EDUCACIÓN<br />

GENERAL<br />

BÁSICA<br />

EDUCACIÓN<br />

PREESCOLAR<br />

La LGE, como la norma decimonónica pergeñada por Moyano, concibe el sistema educativo<br />

como un todo dividido en tres escalones (Educación General Básica, Bachillerato-<br />

Formación Profesional y Universidad). Se trata de una reforma muy ambiciosa que toca<br />

todas las dimensiones del sistema (la estructural, la organizativa, la curricular y la administrativa).<br />

Ahora se decide ubicar la obligatoriedad escolar en los nuevos centros de Educación General<br />

Básica, que atienden al alumnado entre los seis y los catorce años, al tiempo que<br />

O<br />

B<br />

L<br />

I<br />

G<br />

A<br />

T<br />

O<br />

R<br />

I<br />

A


el periodo comprendido entre esa edad y dieciséis se bifurca en dos itinerarios paralelos<br />

(Bachillerato Unifi cado y Polivalente y Formación Profesional), ambos gratuitos y cuasi<br />

obligatorios, si hacemos caso a la literalidad de la ley. Con ello se abre paso a la edifi cación<br />

de un tipo de escuela más integrada tomando como base los restos del naufragio de un<br />

sistema escolar tradicionalmente dualista, en el que la separación entre primaria y secundaria<br />

aparecía como la constatación de dos caminos y destinos educativos separados por<br />

barreras de acceso (las reválidas) y, en parte de su trayecto, paralelos. Como sabemos, la<br />

escolarización masiva de la adolescencia es una temprana realización americana. Tras la<br />

Segunda Guerra Mundial se generalizó paulatinamente (aunque no en todos los países)<br />

el espíritu y la idea subyacente de la experiencia británica de las llamadas, forzando la<br />

traducción literal al español, escuelas comprehensivas y, en general, del modelo europeo<br />

del norte, fuertemente socialdemócrata, de una escuela de amplio reclutamiento y de<br />

tronco curricular común, instrumento hipotético de corrección de las desigualdades y<br />

de integración de las diferencias. El propio José Blat Gimeno, técnico proveniente de la<br />

UNESCO y principal responsable del Libro Blanco, confi esa haberse inspirado en el modelo<br />

británico de la comprehensive school (O´Malley, 2008, 105). Claro que esta proclividad<br />

hacia la comprensividad iba acompañada del mantenimiento de una doble oferta escolar,<br />

estatal y privada, que no ponía en cuestión la fuerte presencia de centros educativos en<br />

manos de la Iglesia católica. Esa doble red escolar sería confi rmada por el artículo 27 de<br />

la Constitución y consagrada en 1985 por la LODE (Ley Orgánica del Derecho a la Educación),<br />

obra del PSOE, que asegura el sistema de subvenciones del Estado a los centros<br />

llamados concertados.<br />

No obstante, la batalla por la aprobación de la ley no fue fácil. Ni mucho menos. Por el<br />

camino el texto legal había dejado jirones de piel ante los embates de los sectores católicos<br />

más vinculados a los colegios privados, que se oponían a que el Estado fuera el nervio de<br />

la educación y reclamaban subvenciones para sus empresas de adoctrinamiento, y los<br />

fundamentalistas del régimen, que sospechaban de la forma y el fondo de una reforma<br />

que se parecía demasiado a las fórmulas de los regímenes demoliberales. Fue tanta la<br />

presión que bien pudiera decirse que es uno de los primeros debates públicos ciudadanos<br />

en plena dictadura, en el que participaron, en el marco de un pluralismo restringido, un<br />

conjunto de grupos de presión que han venido actuando habitualmente en la historia de la<br />

educación española. En esta magna confrontación de ideas también participaron los colectivos<br />

docentes, entre ellos de manera muy activa y en dirección muy gremial la Asociación<br />

Nacional de Catedráticos de Instituto. Una vez más se cumplió esa suerte de ley histórica,<br />

nunca escrita, según la cual los profesores, especialmente de enseñanzas medias, se han<br />

opuesto más a las reformas que a las contrarreformas. Ocurrió en la República, volvió a<br />

suceder con la Ley General de Educación y se repitió la cuestión durante el periodo ministerial<br />

de Maravall. Los protagonistas son testigos de lo ocurrido: “Al convertir el proyecto<br />

en ley, decía Blat Gimeno, falló la fi nanciación”. Y antes, en la sesión de defensa de la ley,<br />

el ministro Villar Palasí se dirigía así a los procuradores en Cortes: “O ¿es que no sabemos<br />

todos, ustedes y yo, qué grupos de presión intentaron negarle a esta ley su sustento vital<br />

para el futuro y por qué medios tortuosos intentaron lograrlo? La historia, con H mayúscula,<br />

lo refl ejará” (O´Malley, 2008, 130). El caso es que, como reconocería muchos años<br />

después Díez Hochleitner, “faltó voluntad política para una generosa visión de futuro y<br />

consiguiente fi nanciación” (VV. AA., 1992, 278).<br />

83<br />

82


José María Maravall.<br />

Y así fue. Desprovista de fi nanciación y corregida en sentido contrarreformista por los<br />

ministros de turno que se sucedieron desde 1973 hasta 1977 (el inefable y fugaz Julio Rodríguez,<br />

y los reaccionarios Cruz Martínez Esteruelas y Carlos Robles Piquer), la reforma educativa<br />

quedó, en parte, como una promesa rota y un proyecto incumplido de tecnócratas<br />

Dei, que curiosamente y con otra retórica más llamativa llevarían a cabo los socialistas de<br />

los años ochenta. En todo caso, la llamada Ley Villar Palasí dejaba un elenco doctrinal nada<br />

desdeñable (aunque de impenitente signo idealista) por más que sus sucesores trataran<br />

de erosionar los aspectos más modernizadores (unifi cación de las enseñanzas obligatorias<br />

hasta los catorce años, integración de la FP dentro del sistema educativo y laboral,<br />

concepción de la enseñanza como una tarea de carácter formativo más que selectivo,<br />

unifi cación y polivalencia del nuevo bachillerato, recuperación de tradiciones pedagógicas<br />

innovadoras, etc.). La verdad es que la política educativa de la transición, entre 1975 y 1982,<br />

fue inestable en grado sumo (se sucedieron seis ministros, casi uno por año), carente de<br />

ideas innovadoras y muy supeditada a necesidades económicas y políticas más urgentes e<br />

inmediatas. A los gobiernos Arias Navarro de 1974 a 1976 tocó el dudoso mérito de realizar<br />

una penosa cirugía de la reforma educativa, unos de cuyos exponentes más lamentables<br />

fueron la llamada Ley de Selectividad de 1974, que reinstauraba la prueba de acceso, y el<br />

Plan de Estudios del Bachillerato de 1975, que venía reinstalar un listado de asignaturas<br />

convencionales y convertir en un fi asco los principios de unifi cación y polivalencia enunciados<br />

en la ley.<br />

Neutralizados los aspectos más innovadores de la reforma educativa, los gobiernos de<br />

UCD, encabezados por Suárez y Calvo Sotelo, convirtieron el tema de la educación en un<br />

asunto de poca monta. Ninguno de los ministros de entonces (Aurelio Menéndez, Íñigo<br />

Cavero, José Manuel Otero Novas, Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona y Federico Mayor


Zaragoza) pasará a la posteridad por su obra legislativa. Sin duda esta etapa histórica se<br />

caracteriza por el debate constitucional sobre la educación (artículo 27 de la Constitución<br />

de 1978), asunto en el que los ministros estuvieron a lo que dijeran sus superiores jerárquicos<br />

(del Gobierno y de la Comisión Episcopal). Sin duda, junto al modelo educativo dibujado<br />

en la Constitución de 1978, el asunto más relevante de esta época fue otro en el que<br />

nada tuvieron que decir los responsables de las carteras: los Pactos de la Moncloa de 1977.<br />

De modo que durante la transición se aplicó de manera muy desvirtuada la reforma emprendida<br />

por la LGE, se siguió el proceso de escolarización ampliada, ahora estimulada y<br />

benefi ciada por los Pactos de la Moncloa, microversión hispana de los pactos keynesianos<br />

europeos de posguerra, y se pretendió hacer un desarrollo sesgado hacia la derecha del<br />

texto constitucional, como pudo verse en la aprobación del Estatuto de Centros Escolares<br />

en 1980, que mereció una importante corrección por parte del Tribunal Constitucional al<br />

año siguiente a su aprobación. Todo ello vino precedido de los pactos del año 1979 ente el<br />

Vaticano y el Estado español, que consolidaron la posición privilegiada de la Iglesia católica<br />

(en lo referido a subvenciones económicas, en parte mejoraron respecto a la dictadura) y<br />

que fi nalmente ratifi carían los posteriores gobiernos socialistas. Pero la incapacidad fue<br />

casi total en otros aspectos; por ejemplo, no pudo llevarse a efecto, pese a los intentos<br />

frustrados, una reforma de las enseñanzas medias que ampliara la escolarización hasta los<br />

dieciséis años, que a esas alturas, cuando se negociaba la entrada en Europa, era un imperativo<br />

insoslayable. Así, la reforma del tramo intermedio de la educación queda como una<br />

eterna reforma que siempre retorna a la hora de pensar un sistema educativo integrado y<br />

“comprensivo”.<br />

De esa suerte, solo el incremento de la inversión pública en educación sirvió para encauzar<br />

el imparable incremento de la demanda de educación dentro de una sociedad muy<br />

Manifestación en Madrid a fi nales de los setenta.<br />

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dinámica y cambiante. Pero hubo que aguardar a la llegada del PSOE para ver dibujado en<br />

el horizonte un panorama más ambicioso. Antes, principalmente en los años setenta, fue<br />

cuajando la llamada Alternativa, promovida por el movimiento democrático de enseñantes<br />

cobijado en esos tiempos “presindicales” en los colegios de licenciados (principalmente<br />

los de Madrid y Valencia), en las escuelas de verano y en otras plataformas de resistencia<br />

a lo que quedaba de la dictadura. Esta alternativa democrática a la enseñanza abogaba por<br />

una escuela pública, una gestión democrática de los centros, un cuerpo único de docentes<br />

y una enseñanza de tronco común, que rompiera la vieja escisión entre la educación<br />

primaria y la secundaria. Este importante movimiento por la escuela pública democrática<br />

empieza a confi gurarse con motivo de los primeros debates en torno a la Ley General de<br />

Educación y alcanza su máxima virulencia a raíz de las grandes movilizaciones laborales<br />

(huelgas de PNN y magisterio) y pedagógicas (Escuelas de Verano y encuentros de trabajadores<br />

de la enseñanza) de los años setenta. A la altura de 1982, cuando el PSOE obtiene<br />

una rotunda victoria electoral, la transición democrática había culminado de forma muy<br />

incompleta y lo mismo ocurría con la reforma educativa, que, pese a su importancia,<br />

dejaba en suspenso tareas imprescindibles. La construcción de un estado de bienestar y<br />

la edifi cación de una enseñanza más amplia y comprensiva eran algunos de los desafíos<br />

pendientes.<br />

2. De la Reforma a las reformas: entre socialtecnocracia, neoliberalismo y crisis<br />

del estado de bienestar<br />

Muchas y muy complejas tareas comportaba la gobernación de España en 1982<br />

cuando el lema “por el cambio” caló en una muy amplia mayoría de los votantes y el<br />

PSOE se alzó con una hegemonía parlamentaria sin parangón. Faltaba, tras un fracasado<br />

golpe de Estado y una profunda desestructuración económica, enderezar el tejido civil de<br />

la sociedad española e introducir profundas reformas en todos sus niveles. La educación<br />

era uno de los fl ancos débiles de un estado de bienestar que ahora, en sus trazas más<br />

generales, se va a erigir con esas debilidades que subraya Viçenc Navarro (Bienestar insufi -<br />

ciente, democracia incompleta, 2002), de modo que el défi cit de nuestro estado de bienestar<br />

sería la otra cara de la frágil y olvidadiza democracia española. Sea como fuere, los nuevos<br />

equipos ministeriales, encabezados por José María Maravall hasta 1988, no tenían del todo<br />

claro, en un principio, si reformar manteniendo el esqueleto legal de la LGE o bien crear<br />

una nueva planta legislativa. El que fi nalmente se optara por la segunda posibilidad se debió<br />

a un complejo haz de factores, que al fi nal, velis nolis, convirtieron al gobierno largo del<br />

PSOE (1982-1996) en una era de masiva proliferación de leyes educativas: Ley de Reforma<br />

Universitaria (LRU) en 1983, Ley Orgánica de Derecho a la Educación (LODE) en 1985,<br />

Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE) en 1990 y la Ley Orgánica de<br />

la Participación, la Evaluación y el Gobierno de los Centros Docentes (LOPEG) en 1995.<br />

Lo que va de Maravall a Suárez Pertierra (último responsable ministerial del engendro<br />

que supuso la LOPEG) equivale al trayecto que va de un primer impulso socialdemócrata,<br />

parcialmente atento a la tradición socialista de la escuela unifi cada y a las proclamas de<br />

los movimientos de renovación pedagógica, a una grisácea política educativa socialtecnocrática<br />

y totalmente teñida de neoliberalismo y tecnicismo, antesala de la proseguida por el<br />

partido de la derecha que acabó en 1996 con el dilatado mandato socialista.


REFORMAS LEGISLATIVAS ENTRE 1970 Y 2006<br />

1970 Ley General de Educación, LGE (Villar Palasí)<br />

1978 Artículo 27 de la Constitución<br />

1980 Ley Orgánica de Centros Escolares, LOECE (Otero Novas)<br />

1983 Ley de Reforma Universitaria, LRU (Maravall)<br />

1985 Ley Orgánica del Derecho a la Educación, LODE (Maravall)<br />

1990 Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo, LOGSE (Solana)<br />

Ley Orgánica de la Participación, la Evaluación y el Gobierno de los centros educativos,<br />

1995<br />

LOPEG (Suárez Pertierra)<br />

2001 Ley Orgánica de Universidades, LOU (Pilar del Castillo)<br />

2002 Ley Orgánica de Calidad de la Educación, LOCE (Del Castillo)<br />

2002 Ley Orgánica de Cualifi caciones y de Formación de profesional, LOCFP (Del Castillo)<br />

2006 Ley Orgánica de Educación, LOE (María Jesús Sansegundo)<br />

Durante todo este periodo las políticas de reforma en la educación estuvieron marcadas<br />

por una contradicción de no poco peso: conseguir logros sociales mientras la economía<br />

era gobernada conforme a las pautas capitalistas que obligaban a una brutal reconversión<br />

industrial y a un muy duro ajuste económico con vistas a la integración en lo que sería la<br />

Unión Europea. Felipe González capitaneaba una embarcación que, gracias a su pericia<br />

naval, unas veces se escoraba hacia estribor (hacia Boyer, Solchaga y compañía) y otras<br />

hacia babor (hacia Guerra, la gubernamental esfi nge muda, y sus seguidores). La política<br />

del palo la proporcionaban los ministerios del ámbito económico; la de la zanahoria se<br />

dejaba a los más leves y espirituales como la educación. No es totalmente desdeñable la<br />

hipótesis de que la opción de ir hacia una ley general como fi nalmente fue la LOGSE tuviera<br />

detrás el impulso y el olfato político del propio presidente del Gobierno interesado en<br />

buscar efectos compensatorios a las consecuencias negativas de la entrada en la OTAN y<br />

las duras políticas económicas. La generalizada prolongación de la educación obligatoria<br />

serviría para exhibir un lustre socialdemócrata fuertemente deteriorado por las medidas<br />

económicas y las consiguientes movilizaciones sociales (entre ellas la más impresionante<br />

huelga general, en 1988, de la era democrática).<br />

En el caso español, el desafío de emprender una reforma en profundidad de la educación<br />

contaba con el saldo negativo de la ortodoxia neoliberal de la política económica y fi scal<br />

practicada, pero también con una circunstancia internacional en la que primaba un giro<br />

rotundo hacia el conservadurismo, el neoliberalismo y el regreso a las fórmulas pedagógicas<br />

tradicionales. A poco de gustar las primeras mieles gubernamentales, en los Estados<br />

Unidos de R. Reagan se elaboraba un informe-panfl eto apocalíptico sobre las calamidades<br />

de su sistema de enseñanza, que, nada más y nada menos, ponía en riesgo la salud de la<br />

nación americana (Comisión on Excelence in Education: A Nation at Risk, 1983). El género,<br />

las literaturas del desastre, tendría posteriormente, también en España, muchos imitadores.<br />

En aquel entonces empezaba a reinar por doquier un clima intelectual que reclamaba<br />

la vuelta al canon de la cultura occidental y a las disciplinas de siempre, poniendo así en<br />

cuestión décadas de investigación social y de experimentación innovadora en el terreno<br />

educativo. En la Inglaterra de M. Thatcher se construyó un nuevo currículo nacional, muy<br />

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conservador, que rompía con las tradiciones descentralizadoras más progresistas de los<br />

años sesenta. Por añadidura la reacción legitimadora del conocimiento tradicional se vio<br />

acompañada de diversas fórmulas de mercantilización, privatización y evaluación de los<br />

sistema educativos. En este sentido, bien podría decirse que las propuestas de reformas<br />

educativas en la España de los años ochenta iban con el paso cambiado respecto a las<br />

grandes tendencias presentes en los países locomotoras del neoliberalismo.<br />

No obstante, nunca en la historia de España se produjeron unas condiciones de estabilidad<br />

política, comodidad parlamentaria (mayoría absoluta) y de continuidad ministerial<br />

(algo más de cinco años), como las que gozó José María Maravall entre 1982 y 1988. Al<br />

tomar posesión de su cargo era un hombre de cuarenta años, con acreditado prestigio en<br />

el mundo de las ciencias sociales y buen conocedor de los sistemas educativos de otros<br />

países, muy particularmente del modelo de escuela comprehensiva británico. Por aquel<br />

tiempo representaba además una de las promesas más sólidas dentro del viraje socialdemócrata<br />

experimentado por el PSOE. Pertenecía a la nueva elite política salida del mundo<br />

universitario y se presentaba como un ministro “con ideas”, capaz de escribir un libro, La<br />

Reforma de la enseñanza (Laia, Barcelona, 1985), donde se condensaba el cuerpo doctrinal<br />

con el que quería transformar la educación española. En cierto modo, el socialdemócrata<br />

Maravall, junto a su predecesor Villar Palasí, tan diferente en formación y en ideas, representan<br />

las dos fi guras principales y los dos mandatos señeros en la vía española hacia la<br />

consagración del modo de educación tecnocrático de masas. Uno y otro, en efecto, constituyen<br />

el haz y el envés de la progresiva implantación de un modelo de escuela integrada:<br />

el tecnofranquismo plasmado en la LGE de 1970 y la socialtecnocracia materializada en la<br />

LOGSE de 1990.<br />

Ahora bien, a pesar de las mayorías parlamentarias, las reformas socialistas distaron mucho<br />

de ser un camino bien predeterminado y exento de obstáculos o contradicciones. Y<br />

ello es así porque toda transformación de calado referida al campo de la educación pone<br />

en funcionamiento y en contradicción a un complejo espectro de protagonistas afectados<br />

(profesores, alumnado, padres y madres, Iglesia católica, empresas editoriales, sindicatos,<br />

partidos, medios de comunicación, grupos de poder académico, etc.). Y a las dinámicas<br />

confl ictivas del campo de la educación, que suelen derivar en estados de opinión más o<br />

menos fundados en una mezcla de realidades y prejuicios, hay que sumar el juego de fuerzas<br />

intragubernamentales y las inherentes a los propios equipos que diseñaron, dirigieron<br />

y aplicaron el proceso reformista.<br />

En efecto, por aquel entonces se aderezó un equipo político de altos vuelos (los Arango,<br />

Rubalcaba, Lamo de Espinosa, Reyes Mate, etc.) y un nuevo aparato tecnoburocrático<br />

de asesores y expertos reclutados entre las elites emergentes de psicólogos y pedagogos<br />

universitarios (Juan Delval, Álvaro Marchesi, César Coll, José Gimeno, Ángel Pérez, Jurjo<br />

Torres y otros), a los que había que añadir la cuota de cargos del partido y el sindicato. Los<br />

escalones intermedios de poder-saber (desde los centros de profesores, los asesores de<br />

formación, los coordinadores de diversos programas e instancias ministeriales a escala estatal<br />

o provincial) se cubrieron con docentes a menudo pertenecientes a los movimientos<br />

de renovación pedagógica o al sindicalismo. Todo ello fue creando un nuevo entramado de<br />

gentes con aspiraciones e intereses a menudo contradictorios con los fi nes proclamados<br />

en los textos reformistas. Las guerras de posiciones y movimientos entre grupos de podersaber<br />

han sido referidas en algunos testimonios (Varela, 2007; Luis y Romero, 2006), y


fueron de muy diferente tipo: por un lado, en la cúspide, entre políticos “universitarios” y<br />

“pedagogos”; entre “pedagogos” y psicólogos”, entre “políticos” y “sindicalistas”; por otro<br />

lado, en la base de la pirámide, entre asesores de primaria y secundaria, entre direcciones<br />

provinciales y centros de profesores, entre participantes en la experimentación de las reformas<br />

y el profesorado no participante, etc.<br />

Como señalamos antes, la reforma socialista no tenía un plano previamente dibujado.<br />

Existía la tradición republicana de la escuela unifi cada y, como también dijimos, la llamada<br />

Alternativa creada por las fuerzas docentes antifranquistas en torno a la idea fuerza de<br />

escuela pública. Muy pronto las presiones del grupo “universitario” del equipo ministerial<br />

sacaron a la universidad de la reforma, mediante la aprobación de la Ley de Reforma Universitaria<br />

(LRU) de 1983, que venía a reconocer y desarrollar la idea de autonomía universitaria<br />

que aparecía formulada en la LGE y en el marco constitucional. Desde entonces el<br />

mundo universitario funcionará, a efectos normativos, como un subsistema independiente<br />

del resto. De ahí que el nervio de la reforma y del esfuerzo se trasladara y concretara en<br />

los niveles no universitarios, y muy particularmente en la necesidad de ampliar la escolarización<br />

obligatoria respondiendo al problema neurálgico (verdadero arco de bóveda de la<br />

cuestión) que consistía en tender un puente entre la antigua primaria (EGB) y los primero<br />

cursos del bachillerato (BUP) de la LGE. El pensar y diseñar la organización, el curriculum y<br />

el tipo de profesorado y centros encargados de asumir esa sutura unitaria entre la segunda<br />

etapa de la EGB y los dos primeros cursos del Bachillerato sería la madre del cordero, la<br />

madre de todas las guerras escolares que desde entonces han sido, si exceptuamos la<br />

santa y persistente cruzada de la Iglesia católica en defensa de su red de centros (tema que<br />

merecería capítulo aparte).<br />

En un primer momento, la estrategia de transformación apeló a la necesidad de hacer una<br />

reforma desde abajo, con la participación del profesorado y con el horizonte de ampliar la<br />

escolarización obligatoria y dar una orientación más moderna a los programas y métodos<br />

pedagógicos de cada una de las etapas escolares, especialmente las del tramo 14-16 años,<br />

que suponía el horizonte de extensión deseado (algún intento hubo de dejar la cosa en los<br />

quince años). Sin duda, la reforma de las enseñanzas medias se convertiría en el tema de<br />

máxima prioridad. En 1983 se lanza un documento “verde” titulado Hacia la reforma, que<br />

contenía los fundamentos de una vía de cambio experimental de las enseñanzas medias.<br />

Se pretendía someter a transformación curricular y organizativa el tramo 12-16 años, que<br />

la LGE había repartido entre la EGB y el BUP; ahora se trataba de reunifi car en un currículo<br />

común lo que hasta entonces constituían tres segmentos escolares distintos: la segunda<br />

etapa de la EGB, los dos primeros cursos del BUP y la FP de primer grado, buscando los<br />

puentes necesarios para generalizar la escolarización hasta la edad laboral (los dieciséis<br />

años), creando al mismo tiempo una educación posobligatoria mediante un bachillerato<br />

más especializado, de dos años de duración. Al mismo tiempo se ponía en marcha un amplio<br />

abanico de programas reformistas experimentales (infantil, compensatoria, adultos,<br />

integración, nuevas tecnologías, etc.) guiados todos por la idea de comprender la reforma<br />

como un proceso de experimentación voluntaria del profesorado que, llegado un punto (se<br />

supone que por contagio como en su día creyeron los socialistas utópicos), se extendería<br />

cual mancha de aceite (metáfora muy de época) hasta su generalización. Los Centros de<br />

Profesores, creados en 1984 a imitación de los ingleses (el viento británico soplaba de<br />

manera dominante desde la máxima cumbre ministerial) se convirtieron en la plataforma<br />

logística del nuevo afán experimentador.<br />

89<br />

88


Este modelo de implantación espontáneo (dejemos que crezcan cien fl ores), por ensayo y<br />

error y con la colaboración voluntaria del profesorado, fue dominante entre 1983 y 1985. En<br />

el ministerio parecería reinar una sana prudencia, fruto quizás de las enseñanzas de la historia:<br />

porque, como no se cansan de repetir los historiadores de la educación, las reformas<br />

basadas en macroproyectos ideados por tecnoburocracias ministeriales están condenadas<br />

al fracaso, más aún si prescinden de la colaboración de los docentes. El precedente de la<br />

LGE de 1970 estaba, por lo demás, muy próximo. Pero esta lúcida conciencia histórica no<br />

resistió los cantos de sirena que suelen seducir a quienes, gozando de los placeres del<br />

poder, comprueban cómo el laissez faire conlleva altos niveles de caótica incoherencia y<br />

de qué manera la experimentación espontánea retrasa y pervierte el horizonte reformista<br />

deseado. La tendencia de cada programa y centro reformista a hacer de su capa un sayo,<br />

el desgaste voluntarista de una porción de profesorado militante con la reforma, la mirada<br />

reticente, inquieta u hostil de la gran mayoría de los centros no comprometidos en el proceso<br />

de reformas… llevó, una vez aprobada en 1985 la LODE (Ley Orgánica del Derecho<br />

a la Educación), a dar un fuerte viraje a la agenda reformista. La LODE aparecía como el<br />

techo democratizador del PSOE, que, sin embargo, consagraba la existencia de la doble<br />

red (estatal y privada) y relegaba la célebre Alternativa de la escuela pública al sueño de<br />

los justos.<br />

En una palabra, los años ochenta fueron tiempos de preparación de una reforma que,<br />

por su extensión (una porción muy reducida de centros), nunca se hizo porque no tenía<br />

carácter obligatorio ni general. Ni nunca se pretendió extender. Solo los profesores más<br />

amigos de la renovación pedagógica encontraron en esa época un marco muy favorable de<br />

normas y apoyos a sus iniciativas y desvelos. El cambio se volvió un acto de voluntad profesional<br />

más que de imposición administrativa. La cosa tomó otro rumbo a partir de 1987<br />

cuando, desde la Dirección General de Renovación Pedagógica, como fruto del trabajo de<br />

una comisión dirigida por Álvaro Marchesi (en la que siempre subsistió la difícil coexistencia<br />

entre pedagogos y psicólogos), se hizo la presentación del Proyecto para la reforma<br />

de la enseñanza. Propuesta para el debate. Entre este texto y el Libro Blanco para la reforma<br />

del sistema educativo (1989), con la publicación de los diseños curriculares básicos (los<br />

contenidos mínimos obligatorios), se fue imponiendo un nuevo modelo de reforma, que<br />

desembocaría de manera natural en la LOGSE de 1990. Por el camino “se produjo (confi esa<br />

Gimeno Sacristán, uno de los miembros de la citada comisión) una reconversión de la<br />

innovación por tanteos a un sistema lineal, jerárquico, vertical y tecnocrático, que anulaba<br />

la participación de los profesores, pues el curriculum era determinado burocráticamente<br />

desde arriba” (Varela, 2006, 37). En efecto, la omnipresencia de la doctrina constructivista<br />

del psicólogo César Coll impregnaría toda la neolengua curricular de la reforma y daría un<br />

coherente y fuerte componente psicologicista al texto fi nal de la LOGSE, que buscaría una<br />

buena parte de su legitimidad en una elaborada y pretenciosa tesis psicopedagógica.<br />

Finalmente, la LOGSE fue aprobada con un amplio consenso parlamentario y social urdido<br />

por el secretario de Estado (a la sazón, Pérez Rubalcaba), que siempre entendió más de<br />

aplacar iras ajenas que de farragosos asuntos escolares (“De hecho yo fui el secretario<br />

de Estado que, junto con Javier Solana, negocié la LOGSE…, peleé porque el consenso<br />

fuera un instrumento básico del funcionamiento en la educación. Y creo que lo conseguí”,<br />

declaraciones a M. A. Iglesias, La memoria recuperada, 2003, 657). El mismo protagonista<br />

que fue capaz de desactivar la grave huelga del profesorado, que en 1988 cavó la tumba


ministerial de Maravall dando paso a su sucesor Javier Solana, hombre muy templado y<br />

puente de plata para el destino fi nal de la reforma: la socialtecnocracia. A sus sucesores,<br />

entre ellos el propio Rubalcaba, correspondió profundizar en los ribetes más retrógrados<br />

del desarrollo de la LOGSE. Cuando al fi nal el inefable Suárez Pertierra perpetra su LOPEG,<br />

los ideales del primer impulso reformista se habían marchitado en la prosa burocrática de<br />

una normativa crecientemente neoliberal.<br />

En todo caso, la LOGSE ha sido una norma ambiciosa y muy importante en la historia<br />

de la educación española. Para la derecha se convertiría en el rompeolas de su iracunda<br />

crítica sin matices de ninguna clase y a menudo oportunista. Sin duda su aportación fundamental<br />

ha sido la escolarización gratuita y obligatoria hasta los 16 años, la ordenación<br />

de una nueva estructura de niveles educativos (infantil, primaria, secundaria, obligatoria y<br />

posobligatoria, y ciclos formativos vinculados a los institutos) y un nuevo mapa de centros<br />

escolares. La opción de llevar la Educación Secundaria Obligatoria, 12-16, a los antiguos<br />

centros de bachillerato fue una de las decisiones más complejas y controvertidas. A escala<br />

más declarativa destacan la comprensividad, la atención a la diversidad y un nuevo lenguaje<br />

curricular de inspiración constructivista. Su aplicación en los noventa (se generaliza en<br />

torno al momento en que llega el PP al poder en 1996) y desarrollos posteriores han sido<br />

fundamentalmente regresivos, principalmente por lo que hace a las concreciones curriculares,<br />

que, partiendo de una idea inicial de currículo abierto, han ido haciéndose cada vez<br />

más centralizadas y convencionales. De modo que hasta 1995, por ejemplo, los centros de<br />

bachillerato en su mayoría siguieron un plan de estudios perpetrado por el ministerio de<br />

Cruz Martínez Esteruelas, que estuvo en vigor, con algunas variantes de poco calado, hasta<br />

la aplicación generalizada en los institutos de la LOGSE en ese año. Mientras, la labor<br />

de las editoriales de los libros de texto había reducido a la nada el afán de un desarrollo<br />

curricular abierto y creativo.<br />

Para mayor abundamiento la existencia de una doble red de centros (públicos y privados)<br />

se mantuvo incólume y los establecimientos concertados vieron ampliadas sus subvenciones<br />

en la medida que lo fue la obligatoriedad. Tras el esfuerzo inversor del primer impulso<br />

reformista el gasto en educación se estancó en torno al 4,5 % del PIB. Finalmente, poco<br />

a poco, como diría Rozada (2003), la educación en democracia encontró su pareja en el<br />

mercado. Matrimonio, sin duda, feliz y duradero.<br />

El mayor cambio después de este periodo reformista ha sido de tipo administrativo y de<br />

gestión. Entre 1980, primeras transferencias al País Vasco y Cataluña, y 1999, últimas<br />

transferencias a las autonomías de vía lenta, la reforma presenció el goteo de competencias<br />

entre el llamado “territorio MEC” y las comunidades con competencias plenas en<br />

educación (por cierto, el marco curricular del Estado de César Coll tuvo su precedente en<br />

el marc curricular de Cataluña). Con el nuevo siglo todas las comunidades autónomas gestionan<br />

su propia educación, lo que introduce nuevas dinámicas y confl ictos en el campo de<br />

la educación, especialmente en el tema de la fi nanciación y en las facultades dispositivas<br />

en torno al currículo común y obligatorio.<br />

Pese a las sutiles habilidades negociadoras de Pérez Rubalcaba, la LOGSE nunca contó<br />

con el apoyo del Partido Popular. Es más, esa ley, a la que absurdamente se responsabilizará<br />

de todos los males del sistema de enseñanza, se convirtió en blanco de ataques sin tasa,<br />

91<br />

90


que caían como agua de mayo sobre el campo, ya abonado, del llamado malestar docente.<br />

Entre los “fracasos” se citaba y cita el porcentaje de los que no llegaban a los mínimos al<br />

fi nal de la ESO, esa cuarta parte o más de la población adolescente que antes no obtenía<br />

el graduado escolar y que ahora no pasa al bachillerato. De modo que cuando el PP llega<br />

al poder en 1996 se ve obligado, dada su precaria mayoría parlamentaria, a aplicar a regañadientes<br />

la nueva ley y a tratar de introducir palos de rueda en el engranaje de algunos<br />

de sus elementos curriculares más progresistas. Ciertamente, el rotundo viraje neoliberal y<br />

neoconservador no es mérito solitario del PP, pues ya la LOPEG de 1995 había confi rmado<br />

esa inequívoca dirección predominante de las políticas educativas posteriores a la LOGSE.<br />

Así pues, conseguida la escolarización obligatoria y universal a los dieciséis años, la década<br />

de los noventa presencia el regreso al redil neoliberal de las iniciativas educativas en<br />

España, del que los gobernantes socialistas solo se habían distanciado con claridad en la<br />

primera fase de la reforma. Ahora se fragua un consenso educativo implícito entre los partidos<br />

turnantes, porque explícitamente no se reconoce, y se cultiva la confrontación de ideas<br />

(por ejemplo, pero sin decirlo expresamente, se consagra y ritualiza el lenguaje curricular<br />

de la LOGSE en todos los textos que han completado, enmendado o corregido esa ley).<br />

Sin embargo, en la opinión pública y gracias a la conversión de la educación en un arma<br />

arrojadiza (unos a otros, partidos o comunidades autónomas, por ejemplo, se lanzan los<br />

resultados de evaluación contenidos en los sucesivos informes PISA de la OCDE) pervive<br />

la idea de que existe una gran inestabilidad educativa merced a los continuos desacuerdos<br />

y cambios legislativos según gobierne un partido u otro, lo que es una “verdad” poco asentada<br />

en la “realidad” real.<br />

Los aires de la revolución conservadora mundial, fruto de una nueva alianza de clases y<br />

una panoplia de argumentos mezcla de neoliberalismo, reaccionarismo y populismo (cultura<br />

del esfuerzo, éxito individual, premio del mérito, educar como nos educaron, esto es,<br />

“como Dios manda”, etc.), encontraron las puertas abiertas en los noventa, de manera<br />

tímida en el primer mandato del gobierno del presidente Aznar y de forma radical en su<br />

segunda presidencia. En 1996 la entonces ministra de Educación, Esperanza Aguirre, abrió<br />

la llamada guerra de las humanidades, que, bajo el pretexto del calamitoso estado de la<br />

enseñanza de la historia y otras disciplinas, buscaba, con el apoyo de una amplia santa<br />

alianza (académicos de humanidades, profesores descontentos, medios de comunicación<br />

afi nes, etc.) una recentralización esencialista y españolista del curriculum. Pese al tropezón<br />

parlamentario de su intento de reforma curricular (que fue más un accidente provocado<br />

por los nacionalismos periféricos) el debate dejó trazadas las reglas del juego futuro y las<br />

santas alianzas del poder académico y el político (volver a las asignaturas tradicionales y<br />

regresar al nacionalismo esencialista) que generó: el giro curricular a lo fundamental era<br />

una aspiración a la que casi nadie se oponía por más que, como ocurriera en otros países,<br />

no todos entendían de la misma manera el canon cultural, no todos compartieran lo que<br />

fuera “fundamental”. En todo caso, lo que no consiguiera Aguirre lo habría de lograr su<br />

colega Pilar del Castillo, ministra del ramo responsable, gracias a su mayoría absoluta conseguida<br />

en el año 2000, de una profunda transformación de los programas reformulando<br />

las enseñanza comunes al viejo estilo y logrando aprobar en 2002, gracias a la nueva aritmética<br />

parlamentaria y con el solitario y magro apoyo de Coalición Canaria, la LOCE (Ley<br />

Orgánica de la Calidad de la Educación), que venía a ser una suerte de impugnación formal<br />

y a la totalidad de la LOGSE, aunque no atacaba los elementos estructurales de aquella y,<br />

sí, en cambio, se atrevía a imponer itinerarios, reválidas y cosas por el estilo devaluando


la dimensión más comprehensiva de la ley socialista. El sorprendente regreso del PSOE al<br />

poder hizo que la obra de la ministra fuera fl or de un día y su sustituta, María Jesús Sansegundo,<br />

dio en hacer una nueva ley orgánica, la LOE (Ley Orgánica de Educación), en 2006<br />

buscando apoyos en todos los partidos y consiguiéndolos con excepción del PP. La nueva<br />

ley, vigente a la hora de escribir este artículo, suponía una reunifi cación con la LODE y una<br />

absorción y derogación de todas la leyes anteriores. Se mantenía el espíritu de la LOGSE,<br />

pero se incorporaba el discurso de la calidad, de la efi cacia y las competencias. En suma, se<br />

incorporaba el consenso internacional imperante acerca de la efi cacia, la calidad y la equidad.<br />

La vuelta de la derecha política al poder gubernamental del Estado y casi a todas las<br />

comunidades autónomas en 2011 augura un futuro problemático, pero no radicalmente<br />

distinto. Se puede esperar una mayor insistencia en la efi cacia, la calidad y la evaluación y<br />

quizás, como indica el programa electoral del PP, una reestructuración de la ESO (dividiendo<br />

en itinerarios y reduciendo un curso a favor del bachillerato). Desde luego, es de prever,<br />

como ya ocurre en las comunidades autónomas con larga experiencia gubernativa del PP,<br />

un deterioro progresivo de la enseñanza pública y una paralela difusión del mito neoliberal<br />

de la libertad de elección de centros.<br />

En una palabra, las reformas poslogse han tenido un guión parecido inspirado en la lógica<br />

del nuevo capitalismo, aunque con matices políticos no desdeñables. Lo cierto es que desde<br />

1990 hasta aquí los cambios más importantes en el sistema educativo se han producido<br />

más por factores estructurales que por políticas concretas y precisas. En 2012 hay cerca<br />

de ocho millones más de españoles que en 1990, pero el número de niños y jóvenes y, por<br />

tanto, la población escolar ha disminuido; los inmigrantes alcanzan el 12,5 % y ya son una<br />

parte sustancial de algunos centros públicos de áreas urbanas marginadas. En este contexto,<br />

se ha ocasionado un fuerte deterioro de la oferta educativa de algunos centros públicos,<br />

convertidos en receptáculos de población estudiantil con fuertes défi cits sociales, intelectuales<br />

y familiares, lo que ha producido una fuerte huida de las clases medias de la red estatal,<br />

con lo que se ha acentuado el fenómeno de marginalidad de una parte considerable<br />

de la llamada escuela pública. Este proceso estructural profundo se ha visto agudizado<br />

por algunas políticas educativas que dan prioridad a la llamada “libertad de enseñanza”,<br />

es decir, que favorecen descaradamente a la red privada o concertada de centros. De ese<br />

modo se ha desestructurado, en buena parte, la red educativa, cuyas cuotas de igualdad<br />

se ponen cada vez más en peligro como consecuencia de la actual crisis económica, cuyos<br />

efectos inmediatos sobre la dotación de los centros del Estado está a la orden del día.<br />

Por lo demás, el declive de lo público es una de las características del totalcapitalismo de<br />

nuestros días, que en plena crisis económica conlleva el consiguiente desmantelamiento<br />

del estado de bienestar. La reforma educativa de nuestro tiempo y del futuro consiste no<br />

tanto en las normativas que imaginen los parlamentos como en las consecuencias sobre la<br />

escolarización que comporta el profundo deterioro del estado de bienestar y sus servicios.<br />

La educación pública corre peligro.<br />

93<br />

92


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95<br />

94


DE LA REFORMA EDUCATIVA<br />

A LA GESTIÓN EMPRESARIAL<br />

EN LA ESCUELA<br />

ENTREVISTA A ENRIQUE DÍEZ<br />

JAVIER ALQUÉZAR PENÓN<br />

HISTORIADOR<br />

Ilustraciones: ROBERTO MOROTE<br />

Enrique Díez Gutiérrez (León,<br />

1962) es licenciado en Filosofía y diplomado<br />

en Trabajo Social por la Universidad<br />

Complutense de Madrid. Trabajó como<br />

educador en el barrio de Fuencarral y en<br />

el Centro de mujeres maltratadas de la<br />

Comunidad de Madrid. Se doctoró en<br />

Ciencias de la Educación con la tesis La<br />

estrategia del caracol (publicada en 1989),<br />

un estudio de caso sobre el cambio cultural<br />

de un centro educativo de integración.<br />

A fi nes de los 90 regresó a León para trabajar<br />

como orientador en varios institutos<br />

de enseñanza secundaria y es desde 1997<br />

profesor titular de la Facultad de Educación<br />

en la Universidad de León.<br />

Al margen de su actividad docente es articulista<br />

(Diagonal, Diario de León, Público,<br />

El País, Le Monde Diplomatique) y ha parti-<br />

cipado o participa en diferentes movimientos<br />

sociales como el Foro por la Memoria<br />

de León (vicepresidente) y el grupo de<br />

Hombres por la Igualdad de León (secretario).<br />

Es desde 2011 coordinador del Área<br />

Federal de Educación de Izquierda Unida.<br />

Tiene una importante obra publicada (La<br />

estrategia del caracol, La globalización neoliberal<br />

y sus repercusiones en la educación,<br />

Globalización y educación crítica), como<br />

coautor (Decrecimiento y educación, con<br />

Carlos Taibo) y como participante en numerosas<br />

obras colectivas. Ha producido<br />

y realizado diversos documentales sobre<br />

memoria histórica (La sombra de las ideas:<br />

artistas víctimas de la represión franquista) y<br />

su pensamiento y análisis de la actualidad<br />

puede seguirse a través de su blog personal<br />

Educación crítica.<br />

97<br />

96


Con motivo de las jornadas La educación<br />

en la España contemporánea, que celebramos<br />

en <strong>Andorra</strong> en otoño de 2011, fue invitado<br />

a clausurarlas con una conferencia<br />

(El sistema educativo en la actualidad: de<br />

la reforma educativa a la gestión empresarial<br />

de la escuela) que trató de plantear un<br />

debate sobre la educación española en la<br />

actualidad desde un punto de vista crítico<br />

y que servía para poner colofón a las otras<br />

conferencias que desarrollaron la historia<br />

de la educación española hasta la primera<br />

reforma educativa en la Transición. Dado<br />

el interés que despertó en el público su<br />

intervención, la Revista de <strong>Andorra</strong> pensó<br />

en una forma ágil para presentar sus planteamientos:<br />

la ent<strong>revista</strong>, un formato más<br />

propicio para sondearle en la rica complejidad<br />

de datos, ideas e interpretaciones<br />

que ofreció en su charla.<br />

Uno de tus trabajos más conocidos lleva<br />

por título “La globalización neoliberal y<br />

sus repercusiones en la educación” 1 , ¿podrías,<br />

para abrir boca y centrar el planteamiento<br />

general de lo que vamos a tratar,<br />

defi nir brevemente el concepto “globalización<br />

neoliberal”?<br />

Globalización es un término polisémico,<br />

que obliga, cada vez que se utiliza,<br />

a especifi car en qué sentido se hace 2 .<br />

El término “globalización” a secas es una<br />

trampa ideológica porque elude y oculta la<br />

cuestión clave de quiénes son los que poseen<br />

y controlan los recursos económicos,<br />

militares, tecnológicos y los medios de<br />

comunicación que están transformando el<br />

planeta. Cuando la utilizan quienes se benefi<br />

cian de ella quieren que creamos que<br />

la globalización es universal y benefi cia a<br />

todo el mundo. Por eso autores y autoras<br />

como Susan George, Noam Chomsky o<br />

Vandana Shiva redefi nen la globalización<br />

como un neoliberalismo de alcance mun-<br />

dial, una manifestación de la hegemonía<br />

económica y política de Estados Unidos y<br />

una prolongación del colonialismo occidental.<br />

La globalización neoliberal es, en defi -<br />

nitiva, la forma que adopta la globalización<br />

en el marco del despliegue, a escala<br />

mundial, de la fase más reciente del capitalismo<br />

mundial. La Tierra conoce así<br />

una nueva era de conquista en la que los<br />

principales actores ya no son los Estados,<br />

sino las grandes empresas y grupos industriales<br />

y fi nancieros privados. Se trata<br />

de la gran privatización de todo cuanto<br />

concierne a la vida y a la naturaleza, favoreciendo<br />

la aparición de un poder global,<br />

probablemente más absoluto que cualquier<br />

otro que haya habido en la historia.<br />

Es, en esencia, un “capitalismo sin contemplaciones”.<br />

La expresión más reciente<br />

para describir la eterna conspiración de<br />

los ricos contra los pobres. Pero conlleva<br />

además el “pillaje planetario”: los grandes<br />

grupos saquean el medio ambiente; sacan<br />

provecho de las riquezas de la naturaleza<br />

que son el bien común de la humanidad,<br />

mientras provocan desocupación masiva,<br />

1<br />

Artículo publicado en Revista<br />

Electrónica Interuniversitaria de<br />

Formación del Profesorado, n.º 13.<br />

2<br />

El lenguaje no es neutral. El<br />

lenguaje es la herramienta con la que<br />

construimos la realidad y nuestra<br />

forma de interpretarla. La utilización<br />

de determinados términos no es<br />

casual, tiene siempre una fi nalidad y<br />

un sentido. El uso de este término,<br />

“globalización”, se potenció a mediados<br />

de los 90 con el fi n de dejar de lado<br />

otros vocablos como capitalismo<br />

o imperialismo, que retrataban<br />

de una manera más ajustada las<br />

relaciones económicas y sociales del<br />

momento, pero que tenían unas claras<br />

connotaciones negativas respecto al<br />

sistema dominante que no poseía el<br />

primero.


subempleo, precariedad, exclusión, sobreexplotación<br />

de hombres, mujeres, niños y<br />

niñas.<br />

Podríamos así inscribir la siguiente defi<br />

nición de este fenómeno dentro de un<br />

nuevo Diccionario de la Real Academia de<br />

la Lengua Española o, en todo caso, de la<br />

Wikipedia: “Nombre que se da a la etapa<br />

actual del capitalismo, en la que fuerzas<br />

globales antidemocráticas (multinacionales<br />

y organismos fi nancieros internacionales)<br />

han arrebatado progresivamente el<br />

poder a los pueblos sobre sus economías<br />

y sus sociedades. Estas fuerzas manipulan<br />

el poder político de los Estados, vaciando<br />

de contenido la democracia, usando<br />

los gobiernos y las leyes para suprimir y<br />

anular cualquier ley o normativa legal que<br />

suponga un impedimento para el dominio<br />

del mercado y la consecución del máximo<br />

benefi cio por quienes lo controlan. // Sin.<br />

Mundialización”.<br />

Hay una realidad de la globalización que se<br />

refi ere fundamentalmente a la actividad<br />

económica que, mediante el uso de las<br />

nuevas tecnologías de la información y la<br />

comunicación, se realiza en un mercado<br />

supranacional y cuya tesis fundamental<br />

reza, simplifi cando: “El mercado es bueno<br />

y las intervenciones estatales son malas”.<br />

Pero también hay una política de la globalización,<br />

entendida esta como acción<br />

consciente e intencionada en apoyo del<br />

desarrollo o expansión de este tipo de<br />

globalización. Son las llamadas “políticas<br />

neoliberales”, ejecutadas por organismos<br />

internacionales y otros centros de poder<br />

como el Fondo Monetario Internacional, el<br />

Banco Mundial o la Organización Mundial<br />

del Comercio. Imponen las exigencias de<br />

la globalización: supresión de toda legislación<br />

que pueda reducir benefi cios empresariales,<br />

como la actual reforma laboral<br />

(incluidas las medidas de protección a<br />

los trabajadores y trabajadoras y al medio<br />

ambiente), desregulación del comercio y<br />

del tráfi co de capitales, recorte del gasto<br />

público para servicios sociales, así como<br />

privatización de las empresas públicas y<br />

supresión de sindicatos y sectores trabajadores<br />

organizados que puedan exigir<br />

protección o mejoras de las condiciones<br />

laborales o salariales.<br />

Por último, hay una ideología de la globalización,<br />

un discurso denominado “neoliberalismo”,<br />

que valora y justifi ca la inevitabilidad<br />

de la globalización, de tal manera<br />

que, por una parte, amenaza con el caos<br />

y la destrucción a quien se oponga a<br />

ella y, por otra, justifi ca su imposición<br />

como la única realidad posible. El discurso<br />

del “fi n de las ideologías”, del “posmodernismo”<br />

y la aceptación del capitalismo<br />

como ‘patrimonio común de la humanidad’,<br />

reemplazando el concepto de “bien<br />

común” por el de “responsabilidad individual”<br />

de los consumidores y consumidoras<br />

y sustituyendo el contrato social por la<br />

“ley del mercado”, forman parte, pues, de<br />

esta ideología.<br />

El problema es que esta globalización neoliberal<br />

es un fenómeno que está cambiando<br />

el mundo más rápida y radicalmente<br />

que ningún imperio o movimiento político<br />

en el pasado y que nos afecta a cada persona<br />

en todos los ámbitos de la vida: ningún<br />

aspecto de nuestras vidas, ni de nuestras<br />

luchas, escapa a su infl uencia; por esta razón,<br />

la crítica a la globalización ha podido<br />

unir, por primera vez en mucho tiempo, a<br />

grupos y a personas muy diferentes, con<br />

ideas distintas pero con un objetivo común:<br />

devolver la cordura al mundo.<br />

El historiador Josep Fontana escribía no<br />

hace mucho (“Enseñanza pública y democracia”,<br />

Público, 25/9/2011): Que el<br />

propósito de la “reforma de la educación”<br />

sea desarrollar un sistema efi caz de adoctrinamiento<br />

de valores resulta todavía más<br />

visible en la Universidad, donde la escasez<br />

99<br />

98


creciente de los recursos públicos favorece<br />

la actuación de fundaciones empeñadas en<br />

realizar el programa, que la Universidad<br />

de Cervera defendía ya en 1827, de combatir<br />

contra “la peligrosa novedad de discurrir”.<br />

Fontana justifi ca esta aseveración<br />

con ejemplos de las fundaciones privadas<br />

norteamericanas, pero sospecha que las<br />

políticas de recortes actuales para combatir<br />

la crisis no sean más que una excusa<br />

para colar, no de forma transitoria sino<br />

defi nitiva, una reforma educativa en la<br />

que solo se mantenga como gratuita una<br />

enseñanza destinada al peonaje, mientras<br />

la formación superior se reservará a quienes<br />

puedan costearse elevadas tasas. Por lo<br />

que he leído en tus publicaciones creo que<br />

estarás bastante de acuerdo con Fontana.<br />

¿Tienes datos y ejemplos que constaten<br />

que este es el modelo universalizable que<br />

nos espera?<br />

Efectivamente, los confl ictos que<br />

hoy se dirimen en la educación no son más<br />

que una parte de la crisis más general de<br />

la política y de la ciudadanía en el capitalismo<br />

global. De hecho, el neoliberalismo<br />

se ha convertido en el “telón de fondo” de<br />

los ajustes de la política educativa a nivel<br />

mundial, que no se limitan ya al recorte en<br />

la asignación de recursos o a su privatización,<br />

sino que afectan básicamente a los<br />

núcleos centrales del ideario educativo y a<br />

las políticas pedagógicas.<br />

En la denominada “sociedad del conocimiento”<br />

se ha consolidado un nuevo “bloque<br />

de poder”, que ejerce una infl uencia<br />

cada vez mayor en la educación y en todo<br />

lo social. En esta alianza se combinan<br />

múltiples sectores del capital que abogan<br />

por soluciones mercantilistas neoliberales<br />

a los problemas educativos, intelectuales<br />

neoconservadores que abogan por el ‘retorno’<br />

a unos mayores niveles de exigencia,<br />

fundamentalistas religiosos populistas<br />

y autoritarios que se sienten amenazados<br />

por el laicismo e intentan preservar a toda<br />

costa sus propias tradiciones, y unos sectores<br />

concretos de la nueva clase media<br />

profesional que impulsan la ideología y<br />

las técnicas de la calidad, la medición y la<br />

“gestión”. Esta alianza está reformando la<br />

educación para adecuarla a las condiciones<br />

necesarias que exige el mercado para<br />

aumentar la competitividad, las ganancias<br />

y la disciplina. Generando dos vías<br />

claramente diferenciadas: una gran masa<br />

precaria y con bajas cualifi caciones, que<br />

debe aprender una serie de competencias<br />

básicas y polivalentes (las tres “íes” que<br />

defendió el empresario y político italiano<br />

neoconservador Silvio Berlusconi: inglese,<br />

internet, impresa –aquí traducida por espíritu<br />

emprendedor–), destinada al mercado<br />

precario, a la rotación continua del paro a<br />

empleos precarios y mal remunerados; y<br />

aquellos que están destinados a ocupar<br />

los puestos de dirección de alto nivel o<br />

puestos técnicos intermedios, que serán<br />

los que lleguen al mundo universitario o<br />

de formación superior, con competencias<br />

complejas.<br />

Se abandona de facto (aunque no se reconozca)<br />

la idea de que la educación debe<br />

estar prioritariamente al servicio del desarrollo<br />

integral de las personas y de la formación<br />

de ciudadanos y ciudadanas críticos,<br />

capaces de intervenir activamente en<br />

su mundo y transformarlo. Frente a eso se<br />

promueve un modelo educativo cuya prioridad<br />

pasa a ser el logro de la efi cacia y la<br />

efi ciencia, en el doble sentido de que sea<br />

útil para responder a las “necesidades del<br />

mercado”, a la vez que para homogeneizar<br />

e integrar a quienes se educan en un pensamiento<br />

pragmático, “realista”, acrítico,<br />

aceptable socialmente.<br />

La aparición casi simultánea de reformas<br />

similares en distintos continentes, a pesar<br />

de materializarse en tiempos, lugares y<br />

formas diferentes, ha llevado a sugerir que


las reestructuraciones actuales de la educación,<br />

que siguen las directrices de los<br />

organismos internacionales, han de entenderse<br />

como un fenómeno global y coherente<br />

con la ofensiva neoliberal que se vive<br />

en todos los campos y todos los frentes,<br />

indistintamente de centros y periferias,<br />

en donde, aparte de algunos matices, tan<br />

solo cambia el grado de persuasión en los<br />

países empobrecidos.<br />

De hecho, se ha tornado cada vez más<br />

difícil reconocer alguna divergencia sus-<br />

tantiva en las acciones y en los discursos<br />

de quienes actualmente orientan las propuestas<br />

de cambio educativo en todo el<br />

mundo. La tesis central que se viene a concluir<br />

es que no solo se está en un proceso<br />

privatizador a escala mundial abriendo la<br />

educación a los mercados y rompiendo la<br />

concepción de la educación como un derecho<br />

social que ha de ser protegido por<br />

el Estado, sino que se está adecuando la<br />

misma educación a los principios y prácticas<br />

del mercado. Lo sorprendente es que<br />

esta dinámica neoliberal se ha confi gura-<br />

101<br />

100


do como “sentido común” tan poderoso<br />

que ha sido capaz incluso de redefi nir los<br />

límites de la discusión 3 .<br />

Todos estos síntomas no son un “daño colateral”<br />

del proceso de globalización neoliberal<br />

en el ámbito educativo, sino que son<br />

aspectos estructurales y cruciales dentro<br />

del proceso de adecuación de la educación<br />

a las nuevas exigencias de la economía capitalista.<br />

El capitalismo persigue el benefi cio, este<br />

es su objetivo principal. Por ello necesita<br />

crecer continuamente y obtener más benefi<br />

cio. Se ha extendido por todo el globo y<br />

por todos los ámbitos del planeta, convirtiendo<br />

en negocio todos los aspectos de la<br />

vida. Pero quedaban las empresas de propiedad<br />

pública y, sobre todo, los servicios<br />

sociales que proporciona el Estado. Para<br />

el capital fi nanciero la educación mundial<br />

representa el último gran mercado, un fabuloso<br />

tesoro que se cifra en 2 billones de<br />

dólares al año según la UNESCO y este es<br />

un “suculento pastel”, al que no está dispuesto<br />

a renunciar.<br />

Este nuevo mercado no se asalta inmediatamente,<br />

sino que se ha generado un proceso<br />

sutil y progresivo que va adquiriendo<br />

pequeñas partes del pastel y del sentido<br />

común, convenciendo y avanzando, poco<br />

a poco, coordinando acciones y discursos.<br />

Los organismos internacionales, especialmente<br />

la OMC, encargados de imponer la<br />

liberalización y la privatización de los servicios<br />

públicos, proponen un “movimiento<br />

de abandono de la fi nanciación pública en<br />

benefi cio de una mayor respuesta al mercado,<br />

junto con una mayor apertura hacia<br />

mecanismos alternativos de fi nanciación”.<br />

Los organismos internacionales de menor<br />

rango, como la OCDE, emiten “informes<br />

de expertos y expertas”, que consagran<br />

esta doctrina en forma de “recomendaciones”,<br />

presionados por los lobbies patrona-<br />

les del sector. Los gobiernos nacionales<br />

se amparan en estos “informes técnicos<br />

neutros” para demostrar que sería un<br />

error llevar a cabo una política respetuosa<br />

de preservación de los servicios públicos.<br />

E incluso, se argumenta, si se decidiera<br />

no seguir sus recomendaciones, los demás<br />

países sí que lo harían y se perdería<br />

“competitividad”, palabra mágica donde<br />

las haya. Los gobiernos socialdemócratas<br />

europeos se han vuelto especialistas en<br />

dar la impresión de querer resistir en un<br />

primer momento las exhortaciones de la<br />

OCDE, para ir aplicándolas más tarde con<br />

cuentagotas. Después de haber anunciado<br />

que se está luchando contra el fi n del mundo,<br />

reducir el riesgo a una simple catástrofe<br />

puede considerarse fácilmente como un<br />

progreso.<br />

En Inglaterra, el gobierno laborista de Tony<br />

Blair se ha hecho especialista en la privatización<br />

de escuelas públicas. Todo centro<br />

público que tarde en alcanzar los estándares<br />

fi jados por el gobierno es, pura y simplemente,<br />

vendido. Se cambia al director<br />

o a la directora y, si los malos resultados<br />

persisten, se cambia todo el profesorado y<br />

el centro empieza desde cero con gestión<br />

privada.<br />

En los Estados Unidos, la gestión de<br />

cientos de Charter schools (escuelas bajo<br />

contrato) por parte de grandes empresas<br />

privadas especializadas busca rentabilizar<br />

estas escuelas, que siguen siendo fi nanciadas<br />

con fondos públicos. Es la sociedad<br />

Edison Schools la que se ha especializado,<br />

3<br />

Ya no se discute si la educación ha de<br />

servir para reproducir el sistema o para<br />

emancipar, sino que se plantea cómo<br />

hacer más efi caz y efi ciente el sistema<br />

educativo al servicio de la empresa<br />

y del mercado, cómo “volver a lo<br />

básico”; ya no se plantea como servicio<br />

público al servicio de la ciudadanía,<br />

sino como producto que las personas<br />

consumidoras han de elegir…


desde hace muchos años, en la administración<br />

privada de escuelas públicas.<br />

En Francia, el gupo Educinvest (que pertenece<br />

a Vivendi) gestiona ya 250 escuelas<br />

privadas y realiza un volumen de negocio<br />

anual de más de 130 millones de euros.<br />

La Reforma Moratti (nombre de la ministra<br />

de Educación), en Italia, comenzó suprimiendo<br />

el término “público” en el nombre<br />

del ministerio, entregando una prima<br />

a cualquier familia que optara por la escuela<br />

privada, favoreciendo la competitivi -<br />

dad entre centros y su privatización, y<br />

promocionando la búsqueda de sponsors<br />

que patrocinaran económicamente las escuelas.<br />

En España, el proceso de fi nanciación pública<br />

de escuelas privadas se consolidó<br />

con el gobierno socialdemócrata de Felipe<br />

González. Se extendió y amplió durante el<br />

gobierno conservador de Aznar. Y se mantiene<br />

con la vuelta del PSOE al poder posteriormente,<br />

al igual que la situación de<br />

privilegio de la Iglesia católica en la fi nanciación<br />

de sus centros privados, prolongando<br />

un Concordato caducado, fi rmado<br />

con el Vaticano en tiempos de la dictadura<br />

franquista. Actualmente, con la vuelta al<br />

poder del gobierno conservador con Rajoy,<br />

se ha extendido como una marea la<br />

competición por hacer más recortes en la<br />

educación pública y trasvasar la fi nanciación<br />

a la privada, orientando aún más la<br />

educación hacia el modelo neoliberal y al<br />

servicio del mercado desde la educación<br />

infantil hasta la Universidad.<br />

Esto que en el norte se va haciendo progresivamente,<br />

en el sur se está desarrollando<br />

de una forma extrema. El Banco Mundial<br />

está potenciando un mercado de la enseñanza<br />

fomentando el desarrollo de un<br />

sistema de escuelas privadas en los países<br />

empobrecidos o privatizando en parte o en<br />

su totalidad las escuelas existentes. El re-<br />

sultado de estas políticas –ya aplicadas en<br />

diferentes países como en Zambia, donde<br />

se ha introducido una “tasa para usuarios”<br />

de la educación, siguiendo el consejo<br />

del Banco Mundial– ha sido desastroso:<br />

incremento de las tasas de analfabetismo,<br />

aumento de la segregación social, unos<br />

enormes índices de abandono escolar y un<br />

aumento de la desigualdad social.<br />

En defi nitiva, como dice Josep Fontana, en<br />

todo el mundo hay una dinámica que con<br />

la excusa de la crisis-saqueo está volviendo<br />

a medievalizar la educación, dejando<br />

una educación pública gratuita subsidiaria<br />

y desmantelada destinada a dar contenidos<br />

básicos para preparar a las clases trabajadoras<br />

para un mercado precario, temporal<br />

y cambiante, mientras la formación<br />

superior se reservará a quienes puedan<br />

costearse las elevadas tasas que habrán<br />

de exigir unas universidades cada vez más<br />

privatizadas.<br />

¿Colabora en esa dirección el Plan Bolonia?<br />

¿Hay razones para tantas críticas y<br />

movimientos de oposición como ha cosechado<br />

este plan europeo?<br />

El Plan Bolonia se vendió como<br />

una estrategia de Convergencia Europea<br />

llamada a consolidar el Espacio Europeo<br />

de Educación Superior (EEES), con la fi nalidad<br />

de armonizar los diferentes sistemas<br />

universitarios para que los estudios tuvieran<br />

una misma estructura en todos ellos y<br />

compartieran una misma orientación, contribuyendo<br />

con ello a promover lo que denominan<br />

la “economía del conocimiento”.<br />

Se hablaba de la equiparación de titulaciones,<br />

un aprendizaje más centrado en el estudiante,<br />

reduciendo el peso de las clases<br />

magistrales, de potenciar la docencia tutorizada<br />

y de tipo seminario, etc. Pero las declaraciones<br />

y el espíritu contrasta con los<br />

hechos: “Bolonia a coste 0”. Porque para<br />

implementar este sistema de formación es<br />

103<br />

102


necesaria una relación más cercana entre<br />

estudiantes y profesorado, grupos más<br />

pequeños y, por tanto, más profesorado,<br />

cambios en las instalaciones, etc., es decir,<br />

más fi nanciación. Y ya hemos visto que<br />

los recortes en el ámbito universitario y en<br />

I+D+I se han consolidado como doctrina y<br />

práctica ofi cial no solo en España, sino en<br />

toda Europa.<br />

Pero el problema de fondo va más allá. La<br />

fi losofía que orienta esta reforma parece<br />

desplegar un funcionamiento mercantil<br />

de la educación en Europa. Lo que se ha<br />

convertido en la tarea esencial de la enseñanza<br />

superior en la época de la globalización<br />

neoliberal ya no es la producción<br />

de “seres humanos razonables”, es decir,<br />

de personas capaces de juzgar y decidir razonable<br />

y rigurosamente, sino la de asalariados<br />

intelectualmente muy cualifi cados.<br />

La educación humanista, por muy ilusoria<br />

que haya podido ser su pretensión a la<br />

universalidad en una sociedad de clases,<br />

se proponía como meta la emancipación<br />

intelectual y, como referencia ideal, un ser<br />

humano completo para quien el trabajo<br />

no constituía la exclusiva ocupación de la<br />

vida. Este ideal se ha quebrado en la era<br />

neoliberal.<br />

El Plan Bolonia se trata del equivalente a<br />

una reconversión industrial en el mundo<br />

académico. Su objetivo es poner la Universidad<br />

pública al servicio de las empresas.<br />

La receta es extremadamente simple: la<br />

fi nanciación pública se subordina a la previa<br />

obtención de “fuentes de fi nanciación<br />

externa”, es decir, privadas. En la práctica<br />

ello signifi ca que, en adelante, toda la geografía<br />

del mundo académico (disciplinas,<br />

cátedras, departamentos, facultades, planes<br />

de estudios, proyectos de investigación,<br />

etc.) se ve forzada a amoldarse a los<br />

intereses profesionales y las prioridades<br />

de investigación empresarial.<br />

De esta manera, en este proceso se le<br />

asigna cada vez más el aval institucional<br />

a aquello que es percibido como económicamente<br />

útil. Las competencias preidentifi<br />

cadas por el mercado de trabajo<br />

están dominando la reforma del currículo<br />

de la educación superior al servicio de<br />

una mayor competitividad económica.<br />

Otras capacidades que podrían promover<br />

una sociedad más justa y mejor van<br />

quedando “obsoletas” y se las obvia progresivamente.<br />

La universalidad propia del<br />

conocimiento universitario ha sucumbido<br />

al modelo pragmático e instrumental del<br />

saber al servicio de la economía. La educación<br />

superior parece no encontrar ya<br />

más razón de ser legítima que la salida<br />

profesional del alumnado y el benefi cio<br />

que las empresas pueden extraer de las<br />

investigaciones y de la formación que pueden<br />

recibir en ella los futuros trabajadores<br />

y trabajadoras de sus empresas, formados<br />

a costa del dinero público.<br />

Escribe Martha C. Nussbaum en su libro<br />

Sin fi nes de lucro. Por qué la democracia<br />

necesita las humanidades (Katz, 2010) que<br />

en casi todas las naciones del mundo se<br />

están erradicando las materias y las carreras<br />

relacionadas con las artes y las humanidades<br />

en todos los niveles educativos y<br />

que, es más, aquello que podríamos describir<br />

como el aspecto humanístico de las<br />

ciencias, es decir, el aspecto relacionado<br />

con la imaginación, la creatividad y la rigurosidad<br />

en el pensamiento crítico, también<br />

está perdiendo terreno en la medida<br />

en que los países optan por fomentar la<br />

rentabilidad a corto plazo mediante el cultivo<br />

de capacidades utilitarias y prácticas,<br />

aptas para generar renta. Y añade que, si<br />

bien no hay nada que objetar a la mejora<br />

en la calidad de enseñanza de las ciencias<br />

y de la tecnología, me preocupa que otras<br />

capacidades igualmente fundamentales<br />

corran riesgo de perderse en el trajín de la<br />

competitividad, pues se trata de capacida-<br />

105<br />

104


des vitales para la salud de cualquier democracia<br />

y para la creación de una cultura<br />

internacional digna que pueda afrontar de<br />

manera constructiva los problemas más<br />

acuciantes del mundo. Estas capacidades<br />

se vinculan con las artes y con las humanidades.<br />

Nos referimos a la capacidad de<br />

desarrollar un pensamiento crítico; la capacidad<br />

de trascender las lealtades nacionales<br />

y de afrontar los problemas internacionales<br />

como “ciudadanos del mundo”; y,<br />

por último, la capacidad de imaginar con<br />

compasión las difi cultades del prójimo.<br />

A mí, personalmente, me parece muy interesante<br />

ligar el concepto de democracia<br />

con el aprendizaje de las disciplinas y<br />

contenidos de las artes y las humanidades<br />

en lugar de proceder a su desvalorización<br />

y recurrir, a cambio, a algún tipo de cursillo<br />

como pueda ser, por ejemplo, la asignatura<br />

de Educación para la ciudadanía,<br />

tenga el contenido ideológico que tenga.<br />

¿Crees que el análisis que hace esta profesora<br />

norteamericana de la Universidad<br />

de Chicago es correcto? Y, si es así en la<br />

actualidad, ¿debilita o pone en peligro la<br />

democracia esta orientación dominante de<br />

los sistemas educativos?<br />

Como vengo comentando, la tarea<br />

primordial del sistema educativo y de<br />

la propia Universidad se ha convertido, en<br />

el imaginario colectivo y en el sentido común<br />

habitual de los discursos del mundo<br />

de la política, los medios de comunicación<br />

e incluso de la gente corriente de la calle,<br />

en proporcionar a la industria y a los servicios<br />

trabajadoras y trabajadores adaptados<br />

a las exigencias de la producción<br />

moderna.<br />

La problemática de la inserción laboral<br />

prevalece sobre la aspiración a la integración<br />

social y política de los futuros ciudadanos<br />

y ciudadanas. La profesionalización<br />

ya no es una fi nalidad entre otras de la<br />

educación y la formación superior, sino<br />

que tiende a convertirse en la principal línea<br />

directriz de todas las reformas. Con la<br />

difusión de esta peligrosa y sutil ideología,<br />

existe un riesgo real de reducir la educación<br />

a las “competencias” útiles para las<br />

empresas y de obedecer con ello a un utilitarismo<br />

que impide a los jóvenes interesarse<br />

mínimamente en lo que parece no<br />

ser vendible en el mercado de trabajo.<br />

En este modelo neoliberal la función social<br />

asignada a la educación se centra en<br />

su apoyo al crecimiento económico, su<br />

aportación a la competitividad empresarial<br />

de las industrias nacionales, la formación<br />

para el trabajo y la capacitación para<br />

el desarrollo tecnológico. Estas funciones<br />

económicas priman sobre la función de<br />

socializar para participar activamente en<br />

una ciudadanía consciente y comprometida,<br />

transmitir la cultura y desarrollar la<br />

personalidad.<br />

Si además, como apuntaba en la pregunta<br />

anterior, ponemos a diferentes universidades<br />

a competir por la fi nanciación de las<br />

empresas privadas, se crearán estructuras<br />

semipúblicas en las que se investigará o<br />

se enseñará solo sobre lo que sea rentable.<br />

¿Y quién cubrirá las titulaciones y los<br />

proyectos que no lo sean? Se habla simultáneamente<br />

de una Universidad europea<br />

capaz de competir con el resto del mundo,<br />

pero que a la vez ofrezca vías de aprendizaje<br />

fl exibles e individualizadas para sus<br />

estudiantes. Resulta difícil pensar que la<br />

Universidad va a poder preocuparse por<br />

la interculturalidad, por la diversidad o ser<br />

capaz de atender las distintas necesidades,<br />

situaciones y ritmos de cada alumno<br />

o alumna, en este contexto de competitividad<br />

por resultados y por fi gurar en el ranking<br />

de la excelencia académica.<br />

De esta forma, la globalización de la enseñanza<br />

superior y su apertura a la competencia,<br />

en un contexto de recorte presu


puestario continuado, conducen a lo que<br />

se ha denominado el “capitalismo académico”:<br />

las universidades se ven abocadas<br />

a concebir su propia labor como la exclusiva<br />

producción de aquellas mercancías<br />

por las que las empresas estén dispuestas<br />

a pagar. La asignación presupuestaria<br />

ya no se hace en función del número de<br />

estudiantes, sino según los resultados<br />

obtenidos por la institución universitaria.<br />

Mientras, se recorta el presupuesto para<br />

proyectos “improductivos” de orientación<br />

humanística y/o crítica. Estos recortes<br />

han desatado una lucha feroz por obtener<br />

presupuesto para investigación, para<br />

edifi cación, y para programas nuevos y<br />

mejores, lo cual ha provocado que las universidades<br />

se adapten cada vez más a las<br />

prioridades de quienes las pueden dotar<br />

de presupuestos complementarios: corporaciones,<br />

fundaciones y otros donantes<br />

de la élite.<br />

De esta manera, en este proceso se le<br />

asigna cada vez más el aval institucional<br />

a aquello que es percibido como económicamente<br />

útil. La universalidad propia del<br />

conocimiento universitario ha sucumbido<br />

al modelo pragmático e instrumental del<br />

saber al servicio de la economía. Parece<br />

no encontrar ya más razón de ser legítima<br />

que la salida profesional del alumnado y el<br />

benefi cio que las empresas pueden extraer<br />

de las investigaciones y de la formación<br />

que pueden recibir en ella los futuros trabajadores<br />

y trabajadoras de sus empresas,<br />

formados a costa del dinero público.<br />

Este modelo quiebra esencialmente el fundamento<br />

de la democracia y la participación<br />

social como base de la misma, pues<br />

su prioridad ha dejado de ser hace tiempo<br />

la integración social y política de los futuros<br />

ciudadanos y ciudadanas, centrándose<br />

en formar asalariados cualifi cados profesionalmente<br />

al servicio de las necesidades<br />

del mercado. Esta formación contribuye a<br />

consolidar así el habitus capitalista, confi -<br />

gurando así un consenso de “sentido común”<br />

alrededor de este sistema.<br />

Escribe Tony Judt en las páginas fi nales de<br />

su Algo va mal (Taurus, 2010): Si el propósito<br />

de todos en la vida es tener éxito en los<br />

negocios, éste se convertirá en el objetivo<br />

normal de los jóvenes, excepto de los más<br />

independientes. Como sabemos por Tolstoi,<br />

“no hay condiciones de vida a las que un<br />

hombre no pueda acostumbrarse, especialmente<br />

si ve que a su alrededor todos las<br />

aceptan”. ¿Qué te sugiere esta advertencia?<br />

Si alguien hubiese propuesto<br />

hace cincuenta años cualesquiera de las<br />

ideas y políticas que hoy constituyen la<br />

caja de herramientas del neoliberalismo,<br />

se habrían reído de él o le habrían enviado<br />

a un psiquiátrico. La idea de que el mercado<br />

debía tomar las principales decisiones<br />

sociales y políticas, que el Estado debía<br />

reducir su papel en la economía o que se<br />

debía conceder total libertad a las multinacionales,<br />

que se debía poner freno a la<br />

acción de los sindicatos y que a la ciudadanía<br />

se les debía conceder menos protección<br />

social no era ni siquiera planteable.<br />

¿Qué pasó entonces?, ¿cómo pudo el neoliberalismo<br />

salir de su gueto para convertirse<br />

en la doctrina hoy dominante en todo<br />

el mundo? Tardaron años, gastaron cientos<br />

de millones de dólares en fundaciones,<br />

institutos, centros de investigación,<br />

publicaciones, académicos y académicas,<br />

escritores y escritoras, mercenarios de las<br />

relaciones públicas, pero el resultado ha<br />

valido hasta el último céntimo, pues han<br />

conseguido que el neoliberalismo sea visto<br />

como la condición natural y normal de<br />

la humanidad. Comprendieron que si eran<br />

capaces de controlar la mente de la gente,<br />

su corazón y sus manos también serían suyos.<br />

El gran problema es que, efectivamente,<br />

nos han colonizado el sentido común.<br />

107<br />

106


La educación superior, y toda la educación<br />

en general, se ha transformado en un<br />

campo de batalla donde se libran guerras<br />

semánticas, guerras de defi nición, guerras<br />

culturales, donde están en liza diferentes y<br />

diferenciadas concepciones sobre la educación<br />

y su sentido social, donde se está<br />

decidiendo si entender la Universidad en<br />

términos de competencia o concebirla<br />

como garantía de un derecho fundamental,<br />

el derecho a la educación. Seguir caminando<br />

hacia un modelo de convergencia<br />

que entienda la educación superior en términos<br />

de competencia signifi ca profundizar<br />

en un modelo de Espacio Europeo de<br />

Educación Superior donde ésta es concebida<br />

como un bien de mercado no como<br />

un servicio público.<br />

Por ello necesitamos repensar los auténticos<br />

problemas de la Universidad para que<br />

otro proceso de convergencia sea posible:<br />

défi cit y mala conservación de infraestructuras<br />

universitarias; baja fi nanciación pública;<br />

difi cultad para confi gurar una educación<br />

superior que forme ciudadanos y<br />

ciudadanas críticos, capaces de intervenir<br />

activamente en su mundo y transformarlo;<br />

mecenazgo de la Universidad pública<br />

por parte de la empresa privada; privatización<br />

del conocimiento; estructuras de<br />

gobierno universitario poco participativas<br />

y democráticas, con injerencia del mundo<br />

empresarial; pérdida de la autonomía universitaria;<br />

precariedad en las condiciones<br />

de trabajo de investigadores e investigadoras,<br />

profesorado contratado o becarios y<br />

becarias… Esta es la convergencia europea<br />

por la que habría que luchar. Una reforma<br />

de la educación superior desde una óptica<br />

auténticamente social y al servicio de la<br />

sociedad y no de las empresas.<br />

La “Reforma” (Ley Orgánica del Derecho a<br />

la Educación de 1985) ofrecía, como puntos<br />

de ruptura con la Ley Villar Palasí de<br />

1970, la equidad, la comprensividad y la<br />

evaluación continua sobre los contenidos<br />

pero también sobre bases no tan objetivables<br />

como la actitud o las capacidades.<br />

Poco a poco, y tanto desde los ministerios<br />

del Partido Popular (principalmente) como<br />

desde los socialistas, sucesivamente, se<br />

han ido introduciendo modifi caciones y<br />

rectifi caciones –en forma de ley o de decreto–<br />

que han ido desvirtuando los objetivos<br />

primigenios con programas para separar<br />

alumnos, con propuestas de vías, con exámenes<br />

extraordinarios…, ¿qué queda de<br />

aquel espíritu? Si no es viable por idealista<br />

o no responde a las exigencias que hoy se<br />

piden al sistema educativo, ¿por qué no<br />

plantear una nueva Ley de Educación coherente<br />

en su conjunto en lugar de marear<br />

tanto la perdiz? ¿Cómo sería, en este sentido,<br />

la Ley de Educación que respondiera a<br />

la perfección con los planteamientos neoliberales<br />

que se van imponiendo?<br />

Lo que unifi ca ideológicamente<br />

a los autores y autoras neoliberales y<br />

neoconservadores es la denuncia de la<br />

“uniformidad”, presentada como un insoportable<br />

“igualitarismo”, en nombre de<br />

la libertad y la diversidad de los talentos<br />

naturales. La diversidad y la diferencia del<br />

alumnado hacen que sea ineludible la educación<br />

segregada. Se trata de sustituir un<br />

“sistema educativo centralizado y burocratizado”<br />

por una enseñanza pluralista y<br />

diversifi cada, en la que cada uno tendrá la<br />

posibilidad de seguir a su ritmo la vía que<br />

ha elegido.<br />

Los gobiernos conservadores denominan<br />

a esto “sistemas de oportunidades de calidad”,<br />

basados en itinerarios curriculares<br />

distintos y separados, que conducen a vías<br />

diferentes: hacia la Universidad, hacia la<br />

formación profesional o hacia el mundo<br />

laboral. Frente a la comprensividad, este<br />

es un sistema de especialización temprana,<br />

que prepara a cada grupo para una<br />

salida profesional diferente adecuada a la


demanda del mercado de trabajo. Es esa<br />

demanda del mercado la que establece el<br />

tipo de educación que se les va a ofertar.<br />

Así, se incrementará sustancialmente la<br />

población con bajo nivel de cualifi cación,<br />

que el mercado estará esperando con los<br />

brazos abiertos.<br />

Las protestas contra la comprensividad<br />

provienen de este sector que considera un<br />

error hacer compartir aulas a alumnado<br />

con muy diferentes rendimientos académicos.<br />

De acuerdo con esta postura simplemente<br />

sucede que aproximadamente<br />

a los 14 años de edad el alumnado manifi<br />

esta distintos intereses y parte de ellos y<br />

ellas no desean aprender lo que la ley establece<br />

para los niveles obligatorios. Dado<br />

que no quieren estudiar, la alternativa es<br />

separarlos del resto del alumnado –los<br />

que sí quieren estudiar– e introducirlos<br />

en programas alternativos o simplemente<br />

expulsarlos.<br />

Se trata de un tipo de explicación que se<br />

remite en exclusiva a la culpabilización de<br />

las víctimas, alegando su manifi esta falta<br />

de voluntad para seguir estudiando y el<br />

109<br />

108


consiguiente boicoteo del normal desarrollo<br />

de las clases por parte de esos estudiantes.<br />

Se remite así la justifi cación, en el<br />

más craso de los reduccionismos psicologicistas,<br />

a la mera voluntad del alumnado.<br />

Simplemente sucede que unos quieren estudiar<br />

y otros no. La escuela oferta una cultura<br />

–la cultura sin más– de la que unos<br />

desean disfrutar y otros no. La conclusión<br />

lógica de esta postura es que no todos los<br />

ciudadanos y ciudadanas están en condiciones<br />

de alcanzar los objetivos que marca<br />

la ley para la educación obligatoria y que<br />

no hay nada que hacer con determinado<br />

tipo de alumnado, los denominados “objetores<br />

escolares”.<br />

Este tipo de agrupación del alumnado<br />

por itinerarios ya se ha experimentado en<br />

otros países. En Alemania, en donde la<br />

separación del alumnado en tres tipos de<br />

escuelas se realiza a los 10 años, después<br />

del cuarto curso, el alumnado migrante no<br />

está repartido por todos los itinerarios que<br />

tienen, sino que se concentra en los denominados<br />

“itinerarios basura”. En Francia,<br />

según los últimos estudios, en primaria,<br />

los hijos e hijas de titulados y tituladas<br />

superiores tienen un 71 % de probabilidades<br />

de obtener una media al menos de 8,<br />

mientras que la probabilidad de obtener<br />

esta misma nota baja al 35 % cuando se<br />

trata de descendientes de personas obreras<br />

no cualifi cadas; al llegar a la secundaria,<br />

más de la mitad de este alumnado tiene<br />

un retraso de al menos un año escolar, y<br />

casi un tercio ha repetido más de una vez;<br />

al término de los once años de enseñanza<br />

obligatoria, sólo el 19 % estudia bachillerato,<br />

el resto se reparte entre las enseñanzas<br />

profesionales, técnicas o ha abandonado<br />

por completo la enseñanza. Lo cual signifi<br />

ca que no existe distribución por rendimiento<br />

escolar, sino por clase social.<br />

Y es que, no solo ética, sino pedagógicamente,<br />

es absolutamente cuestiona-<br />

ble esta práctica. Tenemos que tener en<br />

cuenta que donde quiera que ha habido<br />

agrupación o especialización se ha podido<br />

demostrar la existencia de una sobrerrepresentación<br />

de las minorías, el<br />

alumnado procedente de familias de clase<br />

obrera, etc., en los itinerarios de carácter<br />

práctico-profesional o de ritmo más lento.<br />

El resultado ha sido la segregación pura y<br />

dura. Por el contrario, la supresión de los<br />

itinerarios, por ejemplo en los Estados<br />

Unidos, ha impulsado fuertemente las<br />

oportunidades de los sectores en desventaja,<br />

por ejemplo, en el caso del acceso de<br />

los negros norteamericanos a los estudios<br />

universitarios.<br />

La importancia atribuida a organizar las<br />

aulas de forma homogénea es directamente<br />

proporcional al grado en que enseñanza<br />

y aprendizaje se centran en la fi gura y la<br />

acción del profesorado. Las investigaciones<br />

muestran que los y las docentes más<br />

partidarios de la clase magistral también<br />

lo son de la agrupación en itinerarios. Ciertamente,<br />

la lección magistral es una práctica<br />

que impone un ritmo común y queda,<br />

entonces, sometida al ritmo del profesor<br />

o de la profesora, quedándose “descolgados”<br />

quienes no le siguen.<br />

Pedagógicamente la separación en itinerarios<br />

es completamente contraproducente<br />

para el proceso de enseñanza-aprendizaje<br />

y para mejorar el sistema educativo. Así<br />

lo explica Andreas Schleicher, director del<br />

Programa PISA a partir de los datos internacionales:<br />

en Alemania, Austria o Hungría,<br />

donde al alumnado se le separa a<br />

los 10 u 11 años, se produce una gran disparidad<br />

entre el rendimiento de los estudiantes.<br />

Además, ninguno de estos países<br />

tiene un alto rendimiento académico. Es<br />

difícil juzgar el potencial de una persona<br />

a una edad muy temprana. El alumnado<br />

que está en los peores itinerarios acaba<br />

atrapado en un círculo vicioso del que no


puede escapar el resto de su vida. Se observa,<br />

además, que los niveles más bajos<br />

de rendimiento suelen correlacionar con<br />

alumnado con unas desventajas sociales<br />

bastante marcadas. La idea de estos sistemas<br />

es agrupar a los estudiantes según su<br />

capacidad, pero lo que ocurre en la práctica<br />

es que acaban agrupados según su<br />

procedencia social.<br />

¿Cuál, a tu modo de ver, sería la ley alternativa<br />

a la neoliberal? ¿Hay algún ejemplo<br />

actual en el panorama internacional que<br />

contemple tu opción? ¿Qué ejemplos sobresalientes<br />

hay de la otra?<br />

Solo una escuela pública, con titularidad,<br />

gestión y fi nanciación públicas,<br />

puede garantizar a todas las personas una<br />

educación en condiciones de igualdad, especialmente<br />

de los que menos posibilidades<br />

tienen de obtenerla de otra forma, respetar<br />

el derecho de cada uno y cada una a<br />

lograr el nivel máximo de formación y educar<br />

en un proyecto común de ciudadanía.<br />

De ahí que sea urgente la reconstrucción<br />

en el discurso cotidiano del “sentido común”<br />

y en los programas políticos de una<br />

concepción de la educación como derecho<br />

público y como bien común. Para impedir<br />

que educación se convierta cada vez más<br />

en una mercancía es necesario imponer<br />

un repliegue de los intereses privados y de<br />

la ideología de la gestión empresarial que<br />

actualmente colonizan la escuela.<br />

La actual fi nanciación estatal de una doble<br />

red conduce al desmantelamiento de<br />

este modelo de escuela pública como un<br />

proyecto solidario de vertebración social.<br />

No es compatible un sistema público de<br />

calidad con el crecimiento de la red privada,<br />

necesariamente selectiva y generadora<br />

de un mercado educativo que multiplica<br />

las desigualdades. Prueba de ello es que<br />

el retroceso de los presupuestos educati-<br />

vos corre paralelo al aumento del esfuerzo<br />

familiar. A ningún empresario o empresaria<br />

se le puede prohibir crear centros privados,<br />

ni a ningún padre o madre llevar<br />

allí a sus hijos e hijas, pero nunca a costa<br />

del presupuesto público. El dinero público<br />

no debe fi nanciar un sistema segregador.<br />

Las personas contribuyentes no pueden<br />

pagar una educación separada para los<br />

hijos y las hijas de la clase alta, es algo<br />

paradójico, supone dar dinero a los que ya<br />

lo tienen.<br />

Un primer paso para invertir el proceso<br />

actual sería, cuando menos, congelar las<br />

subvenciones a la enseñanza privada y<br />

multiplicar el esfuerzo en la creación de<br />

plazas públicas que garanticen puestos<br />

escolares públicos y gratuitos para todas<br />

y todos. A la vez, habría que revisar rigurosamente<br />

el cumplimiento de los requisitos<br />

exigidos para la concertación y limitarla a<br />

una función subsidiaria y transitoria, sin<br />

que en ningún caso supusiera el cierre de<br />

plazas públicas. Desgraciadamente, nada<br />

de ello aparece en las actuales líneas estratégicas<br />

de las políticas educativas mundiales,<br />

ni siquiera en los gobiernos socialdemócratas,<br />

como es el caso de la actual<br />

LOE española.<br />

Pero este modelo de escuela pública no es<br />

posible desarrollarla en un contexto social<br />

desigual. Es posible soñar una escuela<br />

ideal en una sociedad desigual, pero en la<br />

realidad esto es algo inviable. Y lo constata<br />

el hecho de que son las sociedades más<br />

cohesionadas e integradoras las que obtienen<br />

mejores resultados escolares. Los resultados<br />

escolares de Finlandia, por ejemplo,<br />

son posibles porque este país invierte<br />

más en educación que España, que hay<br />

menos alumnado por clase..., pero sobre<br />

todo porque es una sociedad con mayor<br />

redistribución de la riqueza. Existe una relación<br />

directa entre las distancias sociales<br />

y los resultados de la escuela, entre la jus-<br />

111<br />

110


ticia social y el éxito escolar 4 . Cuando Finlandia<br />

aparece en los informes PISA, a lo<br />

largo de los últimos 14 años, como la que<br />

obtiene mejores resultados educativos,<br />

esto tiene una relación inseparable con el<br />

nivel de Bienestar Social que disfruta este<br />

país.<br />

Solo en un contexto social en el que haya<br />

un alto nivel de igualdad social y equidad<br />

disminuye la complejidad de la intervención<br />

socio-educativa. De hecho, en Finlandia,<br />

es imposible separar educación<br />

de democracia, educación de sociedad, o<br />

educación de equidad. Los principios de la<br />

educación fi nlandesa son claros: igualdad<br />

de oportunidades educativas para todos<br />

sin distinción alguna; coeducación activa,<br />

consciente y sistemática; gratuidad absoluta;<br />

ninguna separación por niveles en<br />

ningún eslabón educativo; gran peso de<br />

los gobiernos locales en la gestión educativa;<br />

fuerte proceso de cooperación entre niveles<br />

educativos y otros agentes sociales;<br />

apoyo individualizado educativo y social<br />

al alumnado con difi cultades de aprendizaje;<br />

una evaluación pensada en términos<br />

4<br />

En Finlandia solo un 4 % viven en<br />

situación de pobreza relativa, frente a<br />

más de un 12 % en España, según los<br />

datos de UNICEF. Finlandia es el país<br />

menos corrupto y el más igualitario del<br />

mundo.


de desarrollo personal, que no incluye ni<br />

clasifi caciones del alumnado, ni tests para<br />

seleccionar; profesorado con gran autonomía<br />

(pero también gran responsabilidad)<br />

y permanentemente en formación; y una<br />

aproximación socioconstructivista a la tarea<br />

de enseñar. Apenas existen diferencias<br />

de nivel entre los centros educativos, y los<br />

colegios privados son escasos. Si el colegio<br />

está enclavado en un barrio con problemas<br />

sociales, ya de partida recibe más<br />

presupuesto que otros. Los alumnos y las<br />

alumnas están de los 6 a los 16 años en<br />

la misma escuela y es difícil encontrar a<br />

alguien que acabe sin título.<br />

Mientras, en buena parte del resto de los<br />

países no nórdicos y que no tienen ese<br />

sistema de bienestar, la mayoría de las parejas<br />

tienen que trabajar los dos y durante<br />

más de cincuenta horas semanales, solo<br />

para cubrir las necesidades mínimas de la<br />

familia. La inseguridad laboral, es decir, la<br />

denominada “fl exibilidad del mercado de<br />

trabajo”, signifi ca que tienen que trabajar<br />

horas extras sin saber siquiera si mañana<br />

tendrán trabajo. Esto implica que las familias<br />

han reducido drásticamente el tiempo<br />

de contacto afectivo con sus hijos e hijas:<br />

hoy pasan una media de entre diez y doce<br />

horas a la semana. Pero es aún mucho<br />

menos el tiempo de “alta calidad” que pasan<br />

con sus hijos e hijas, es decir, el tiempo<br />

durante el cual no hacen nada más que<br />

estar con los niños y las niñas. Esto hace<br />

que la supervisión se confíe cada vez más<br />

a la televisión.<br />

Si queremos evaluar el sistema educativo,<br />

debemos mirar desde un sentido mucho<br />

más amplio el funcionamiento de las políticas<br />

de educación, de las políticas públicas<br />

de los servicios sociales. Si buscamos<br />

la experiencia de países que de manera<br />

sostenida sacan buenos resultados en evaluaciones<br />

internacionales, veremos que<br />

la inversión en educación es más alta y<br />

progresiva desde hace décadas, que las<br />

políticas de atención a la infancia ponen<br />

a disposición de las familias muchos servicios<br />

básicos públicos y gratuitos, que, en<br />

defi nitiva, son modelos razonables de formas<br />

de construir una sociedad más justa<br />

y cohesionada que invierte en prioridades<br />

humanas y sociales antes que en la rentabilidad<br />

y los benefi cios empresariales.<br />

Pero si tenemos que hablar de experiencias<br />

concretas tendríamos que hacer un<br />

recorrido extenso. La Escuela Florestán Fernandes<br />

(São Paulo, Brasil) es la iniciativa<br />

educativa más importante del Movimiento<br />

de los trabajadores rurales Sin Tierra<br />

(MST) de Brasil. El carácter autogestionario<br />

de esta Escuela Nacional ha hecho<br />

una escuela de la construcción de la escuela,<br />

en donde se debatía el sistema de<br />

construcción con el equipo de ingenieros<br />

e ingenieras. Esta gestión democrática es<br />

el funcionamiento habitual de la escuela,<br />

pues es uno de los principios pedagógicos<br />

del MST, inspirados en los métodos de<br />

Paulo Freire. Intenta ayudar a conocer la<br />

realidad mediante la llamada “pedagogía<br />

de la tierra”, un modelo elaborado por profesorado<br />

vinculado al movimiento para dar<br />

a sus integrantes una educación orientada<br />

hacia la realidad del campo brasileño y<br />

hacia su objetivo fundamental: la reforma<br />

agraria. Que refl exiona críticamente sobre<br />

el individualismo, el autoritarismo o el machismo,<br />

mientras se potencian otros valores<br />

como la igualdad y el compañerismo.<br />

Al igual que esta experiencia, Gandín y<br />

Apple (2002-2003) nos describen la Escuela<br />

Ciudadana, desarrollada por la Secretaría<br />

de Educación Municipal (SMED) de<br />

Porto Alegre (Brasil), que está impulsando<br />

una versión “fuerte” de educación para<br />

la ciudadanía desde muy temprano en el<br />

proceso de educación formal, que se ha<br />

convertido en un proceso de aprendizaje<br />

político, una “escuela de la democracia”. A<br />

113<br />

112


través de la investigación-acción (aquella<br />

que el profesorado hace en las comunidades<br />

donde trabajan, involucrando a las<br />

familias, a los estudiantes y a toda la comunidad),<br />

los principales temas de las comunidades<br />

específi cas son construidos en<br />

temáticas complejas que guiarán la acción<br />

en las clases, de manera interdisciplinar,<br />

durante un período de tiempo. A través de<br />

las temáticas complejas, los estudiantes<br />

aprenden historia empezando por la experiencia<br />

histórica de sus familias. Su cultura<br />

no será olvidada con el fi n de aprender cultura<br />

de “alto estatus”. El proyecto no solo<br />

sirve a las personas “excluidas” para generar<br />

una educación formal diferente para<br />

los estudiantes, sino a la creación de una<br />

estructura que hace posible que sus comunidades,<br />

que históricamente han sido excluidas,<br />

ganen su dignidad tanto material<br />

como simbólica. Los Consejos Escolares<br />

son parte central de la democratización<br />

del proceso de toma de decisiones. En<br />

ellos están integrados profesorado, personal<br />

administrativo, familias, estudiantes<br />

y otros miembros de la administración.<br />

Su tarea es deliberar acerca del proyecto<br />

para la escuela, los principios básicos y la<br />

ubicación de los recursos económicos, y<br />

también evaluar la aplicación de estas decisiones.<br />

El equipo directivo es responsable<br />

de implementar las políticas defi nidas<br />

por el consejo. Esto abre los límites para<br />

una democracia “fuerte”.<br />

Este es un ejemplo real de todo un movimiento<br />

que entiende que la democracia<br />

no es algo que se aprende únicamente en<br />

los libros de texto, sino en la práctica cotidiana.<br />

Y si una de las fi nalidades esenciales<br />

de la educación es formar para una<br />

ciudadanía democrática, esto se tiene<br />

que traducir en la organización y funcionamiento<br />

de las escuelas, en coherencia<br />

con los valores sociales que se preconizan.<br />

Supone una fi losofía radical sobre<br />

para qué educamos, cómo organizamos<br />

la educación, qué contenidos priorizamos<br />

y cómo concebimos el proceso de enseñanza<br />

y aprendizaje. Implica, en defi nitiva,<br />

llevar a la práctica, en el terreno educativo,<br />

los principios que formula y defi ende<br />

el movimiento altermundialista y generar<br />

un espacio de aprendizaje, refl exión y argumentación<br />

que dé lugar a otras formas<br />

posibles de concebir el mundo y construirlo<br />

colectivamente.<br />

Ejemplo de ello en España son también las<br />

escuelas democráticas, las escuelas aceleradoras<br />

y las comunidades de aprendizaje,<br />

que explico y desarrollo en mi libro La Globalización<br />

Neoliberal y sus repercusiones en<br />

la Educación, del año 2007.<br />

¿Cómo valoras las novedades del nuevo<br />

gobierno español introducidas en la enseñanza<br />

no universitaria, especialmente en<br />

lo relativo a la ESO y el bachillerato de tres<br />

años para cada etapa?<br />

El nuevo ministro de Educación<br />

y Deporte ha descartado la idea de aprobar<br />

una nueva ley general educativa, anunciando<br />

no obstante algunas reformas, entre<br />

ellas “cambiar la actual estructura de<br />

la secundaria de 4 +2 (4 cursos de secundaria<br />

más 2 de bachillerato o formación<br />

profesional) a 3 +3 (3 cursos de secundaria<br />

común más 3 de bachillerato o formación<br />

profesional de grado medio), dividiéndola<br />

en dos etapas de la misma duración”.<br />

Fundamentaba su propuesta en que “los<br />

alumnos no acceden sufi cientemente preparados<br />

para cursar estudios superiores”<br />

sin presentar más aval de dicha afi rmación<br />

que “así lo dicen las universidades”<br />

y estableciendo que la tasa de abandono<br />

universitario se debe a esa supuesta falta<br />

de preparación. También se apoyaba en la<br />

afi rmación de que “nuestro bachillerato es<br />

uno de los más cortos de Europa, cuando<br />

la mayoría opta por un inicio con una


edad anterior a los 16 años”. Lo cual no es<br />

cierto en modo alguno. De los 49 países<br />

de Europa, en los 30 más desarrollados<br />

industrialmente, 16 de ellos comienzan<br />

a los 16 años y solo 14 países comienzan<br />

con una edad anterior. Pero precisamente<br />

los países que más éxito académico tienen<br />

–como Finlandia, Alemania o Dinamarca–<br />

son los que comienzan a los 16 años<br />

el bachillerato (educación secundaria superior).<br />

Finlandia, Alemania o Dinamarca<br />

tiene un bachillerato de tres años porque,<br />

empezando a los 16 años, prolongan la<br />

enseñanza preuniversitaria hasta los 19<br />

años, como ocurre en 15 países europeos.<br />

Islandia llega incluso hasta los 20. Por<br />

eso, quizá, al tener una formación más extensa<br />

y prolongada les ha permitido tener<br />

más capacidad de juicio y análisis crítico<br />

para conseguir que el gobierno dimita, nacionalizar<br />

la banca, perseguir penalmente<br />

a los banqueros responsables de la crisis,<br />

rechazar en referéndum el pago de la deuda<br />

bancaria y elaborar una nueva constitución<br />

más democrática y social.<br />

Por lo que, desde Izquierda Unida, les proponemos<br />

que retiren la propuesta de reducción<br />

de la Educación Secundaria Obligatoria<br />

en un año para denominar ese año<br />

como 1. o de Bachillerato, que no supone<br />

de aportación real más que el cambio de<br />

nombre de 4. o curso de ESO por el de 1. o<br />

de Bachillerato.<br />

Realmente su propuesta de cambiar de<br />

nombre 4. o curso de ESO por 1. o de Bachillerato<br />

lo que implica es reducir un curso la<br />

Educación Secundaria Obligatoria (ESO),<br />

como viene reiteradamente proponiendo<br />

el PP desde hace tiempo, aunque no lo<br />

llevó a cabo cuando gobernó y aprobó la<br />

LOCE. Esta transformación del cuarto de<br />

la ESO en primero de bachillerato conlleva<br />

la pérdida de un año de educación obligatoria<br />

común y equiparable para toda la población,<br />

quebrando dos de las fi nalidades<br />

fundamentales de la educación: contribuir<br />

a la cohesión social y contribuir a la igualdad<br />

de oportunidades.<br />

Porque esta medida supone establecer vías<br />

selectivas del alumnado antes de tiempo,<br />

ya que a los quince años (si no antes) las<br />

y los adolescentes tendrán que optar por<br />

seguir bachillerato (la vía más reconocida)<br />

o hacer algún ciclo de grado medio de FP o<br />

ir hacia algún “itinerario basura” que, en el<br />

mejor de los casos, permitiría enganchar<br />

con programas de iniciación profesional<br />

(sin cualifi cación reconocida en el mundo<br />

laboral), destinados al alumnado que<br />

presente más difi cultades o que, por uno<br />

u otro motivo, tenga mayores necesidades<br />

educativas.<br />

Este enfoque de la educación obligatoria<br />

resulta claramente segregador y supone,<br />

como dice la Confederación Española<br />

de Asociaciones de Padres y Madres<br />

de Alumnos (CEAPA), una dejación en la<br />

función que debe tener la escuela de compensar<br />

las desigualdades individuales y<br />

colectivas, al reducir el número de años<br />

de escolarización común de todo el alumnado.<br />

El PP quiere recuperar los viejos itinerarios<br />

(denominándolos “vías formativas fl exibles”)<br />

a la vez que recorta el último curso<br />

de ESO. Esas “vías formativas” lo que<br />

acaban es creando “itinerarios basura”, a<br />

los que se arroja al alumnado con mayores<br />

difi cultades. Es el “rechazo a la mezcla<br />

social”, a educar a sus hijos con los que no<br />

son de la misma clase, lo que se esconde<br />

detrás de estas propuestas.<br />

Pero esta medida encubre además la estrategia<br />

“oculta” de abrir la posibilidad a concertar<br />

el bachillerato, que hasta ahora no<br />

era una etapa obligatoria. En efecto, con<br />

esta propuesta del ministro se iniciaría el<br />

primer curso de bachillerato dentro del úl-<br />

115<br />

114


timo año de la enseñanza obligatoria, por<br />

lo que este primer curso de bachillerato<br />

podría concertarse “con pleno derecho”.<br />

Lo cual abre la vía para que los siguientes<br />

dos cursos de bachillerato pasen a poder<br />

concertarse también, pues no tendría<br />

mucho sentido que solo se concertara un<br />

curso, por lo que se acabaría concertando<br />

la etapa entera, una vieja reivindicación de<br />

la patronal de los concertados con quien<br />

parece coincidir plenamente el PP. De esta<br />

forma, pasaría a fi nanciar aún más la “gratuidad”<br />

de la red privada concertada con<br />

dinero público, tal como hizo el PP en su<br />

día con el segundo ciclo de Educación Infantil<br />

y mantuvo el PSOE.<br />

Acaba de publicarse la Ley de autoridad del<br />

profesorado para la comunidad autónoma<br />

de Aragón (BOA, 45, 29 febrero 2012),<br />

¿qué es lo que cambia realmente respecto<br />

a la situación anterior? ¿Hay algún aspecto<br />

oscuro o que pueda tener una trascendencia<br />

no apreciable a primera vista –en<br />

lo educativo o en lo jurídico y político– a<br />

tener en cuenta? ¿Cuál es tu estimación?<br />

La autoridad no se apoya de<br />

forma artifi cial confi riendo al profesorado<br />

por imperativo legal la condición de “autoridad<br />

pública”, medida que no tendría<br />

más efecto que aumentar las sanciones<br />

para quienes desafíen esta autoridad.<br />

Pero de nada serviría para reforzar la autoridad<br />

de profesores y profesoras, que<br />

seguirán teniendo la misma. No se trata<br />

de un asunto legal, sino de otro tipo de<br />

procesos que pasan, entre otras cosas,<br />

por una formación inicial adecuada, incluyendo<br />

períodos de prácticas al inicio de la<br />

profesión. La vieja auctoritas tiene que ver<br />

con el prestigio adquirido día a día, con el<br />

respeto social, más que con nuevas leyes<br />

al respecto. Además, el concepto de autoridad<br />

ha cambiado en nuestra sociedad,<br />

en la escuela y en la familia. El paso de<br />

una sociedad autoritaria a una sociedad<br />

democrática exige de quienes ostentan la<br />

autoridad docente establecer unas relaciones<br />

diferentes, basadas en el diálogo para<br />

convencer y la negociación para resolver<br />

confl ictos, en las que la empatía permita a<br />

cada uno ponerse en la posición del otro,<br />

al mismo tiempo que se reconocen los distintos<br />

papeles que cada uno juega, dentro<br />

de un marco básico de respeto mutuo.<br />

Por ello mi propuesta iría en el sentido<br />

de apoyar la “autoridad” del profesorado<br />

mediante formación sobre cómo trabajar<br />

en equipo con toda la comunidad educativa<br />

para negociar y consensuar las normas<br />

colectivas de trato, convivencia y relación<br />

que conviertan al profesorado en “autoridad<br />

moral” razonable y razonada.<br />

Solo en este sentido de construcción compartida,<br />

de negociación democrática y de<br />

participación colectiva tiene sentido la autoridad<br />

entendida como aquella relación<br />

en la que las personas se confi eren un respeto<br />

derivado del saber, la coherencia, el<br />

buen hacer y el reconocimiento mutuo. En<br />

este sentido la autoridad es un valor que<br />

otra persona o personas nos otorgan y que<br />

deja las puertas abiertas para iniciar procesos<br />

de aprendizaje compartidos. Así defi nida,<br />

la autoridad va ligada a la construcción<br />

de la propia identidad y asociada, por tanto,<br />

a procesos de emancipación y libertad.<br />

Son muchos los docentes que gozan del<br />

reconocimiento de los alumnos y de sus<br />

familias, tienen autoridad y la utilizan para<br />

educar con respeto y afecto. Como explica<br />

M. a Ángeles Llorente Cortés (2010), no<br />

inspira la misma autoridad un maestro<br />

que se interesa por su alumnado, hace<br />

tutoría individual, procurando conocerlos<br />

y entenderlos para orientarlos mejor, que<br />

aquel otro que siente a los alumnos como<br />

enemigos a combatir, que ni tan siquiera<br />

sabe sus nombres, que pasa lista mirando<br />

fotos y pone notas en los exámenes a números<br />

de la clase. Igualmente, no concita


la misma autoridad el maestro que llama<br />

a las familias regularmente, las trata con<br />

respeto, sea cual sea su nivel social o su<br />

situación, que trata de comprender lo que<br />

ocurre, sin juzgar, ni culpabilizar, intentando<br />

ayudar en la medida de lo posible,<br />

que aquel otro que nunca las llama, que<br />

prefi ere que no vayan y que si van se limita<br />

a relatar todas las imperfecciones y faltas<br />

del alumno sin aportar ni una sola medida<br />

para que la situación mejore. No inspira la<br />

misma autoridad la maestra que solo falta<br />

a clase cuando es necesario, que llega<br />

puntualmente a las clases, que instaura<br />

un clima de respeto y trabajo en el aula,<br />

que otra que llega tarde sistemáticamente<br />

y pone retrasos a los alumnos que entran<br />

dos minutos después de ella, que saca<br />

“el tamagochi” y empieza a poner faltas<br />

y amonestaciones a diestro y siniestro en<br />

aras de imponer su “autoridad”, que, por<br />

cierto, lógicamente no consigue. No inspira<br />

la misma autoridad la maestra que<br />

promueve actividades elitistas para diez<br />

o doce alumnos/as que aquella otra que<br />

intenta que el máximo de sus alumnos<br />

pueda realizar actividades interesantes, de<br />

calidad que les abran nuevos horizontes<br />

y perspectivas. No concita la misma autoridad<br />

el maestro comprometido con su<br />

117<br />

116


profesión que se organiza en grupos docentes<br />

de investigación, que se forma continuamente,<br />

que se coordina con sus compañeros/as,<br />

que mantiene una actitud de<br />

pasión por el conocimiento, que lucha y se<br />

implica en la defensa de la escuela pública,<br />

etc., que otro que trabaja en la enseñanza<br />

porque no encontró otro trabajo profesional<br />

más acorde a sus expectativas, que<br />

por las tardes da clases particulares, o se<br />

dedica a sus negocios, que se vanagloria<br />

de no haber leído una ley educativa en su<br />

vida y que vive ajeno a cualquier iniciativa<br />

de mejora de la enseñanza pública porque<br />

sus hijos van al mejor colegio concertado<br />

bilingüe de la zona.<br />

Como esta experta en educación plantea,<br />

no es cierto que la mayoría del alumnado<br />

rechace la autoridad, sino que lo que<br />

rechazan son las formas en las que algunos<br />

adultos tratan de imponer su poder.<br />

Rechazan el autoritarismo que no atiende<br />

a las demandas razonables. Los educadores<br />

corremos actualmente el riesgo de<br />

defender el autoritarismo frente a todos<br />

los alumnos para poder sancionar ipso<br />

facto las conductas disruptivas, acosadoras<br />

y violentas de las minorías. El problema<br />

es que los niños y niñas aprenden<br />

mucho más de lo que hacemos que de<br />

lo que decimos. Por eso el problema de<br />

las sociedades neoliberales en las que<br />

estamos inmersos es que transmitimos<br />

fundamentalmente modelos de poder y<br />

no referentes de autoridad de los que niños/as<br />

y jóvenes puedan aprender valores<br />

y normas de conducta orientados a la consecución<br />

del bien común. Es esa misma<br />

sociedad que ejerce el poder y transmite<br />

modelos de violencia extrema, de insolidaridad,<br />

de competitividad, de individualismo,<br />

de consumo desmedido, de injusticia<br />

social, la que simultáneamente habla de<br />

falta de valores, de falta de “autoridad”.<br />

Estos análisis superfi ciales e interesados<br />

transmitidos a través de los medios de co-<br />

municación contribuyen a crear corrientes<br />

de opinión que tras la demanda de “más<br />

autoridad en la familia y en la escuela” lo<br />

que realmente están pidiendo es que se<br />

supla la falta de referentes y de modelos<br />

por sanciones y castigos, haciendo recaer<br />

toda la responsabilidad de los confl ictos<br />

sobre el que menos poder tiene, el niño y<br />

el joven, haciéndole responsable de todo<br />

lo que no funciona y tratando los confl ictos<br />

educativos y familiares con parámetros judiciales.<br />

Basta para ello leer no solo estas<br />

Leyes de Autoridad que empiezan a surgir<br />

como hongos en todas las Comunidades<br />

Autónomas gobernadas por el PP, sino los<br />

mismos decretos sobre derechos y deberes<br />

del alumnado y su aplicación en los<br />

numerosos expedientes disciplinarios que<br />

se abren en algunos centros educativos.<br />

Con esto lo que se está perdiendo no solo<br />

es la oportunidad de educar, modifi cando<br />

conductas (mediante la refl exión, la comunicación<br />

y los acuerdos), sino que además<br />

se genera una aversión hacia la institución<br />

escolar, provocando el abandono de la escuela<br />

e imposibilitando en muchos casos<br />

un acercamiento a los saberes relevantes<br />

para una ciudadanía plena.<br />

“Lo privado es mejor y más efi ciente” es<br />

una máxima del neoliberalismo que parece<br />

instalarse cada vez más en la opinión<br />

pública en lo referente también a la controversia<br />

enseñanza pública-enseñanza privada,<br />

sin que haya ninguna respuesta que<br />

la contradiga con contundencia. ¿Es que<br />

no la hay porque es cierta y la enseñanza<br />

privada resulta comparativamente mejor?<br />

Estaría bien hacer una comparación entre<br />

ambos tipos de enseñanza desde el punto<br />

de vista del tipo de profesorado, de sus horarios<br />

y remuneraciones, de la implicación,<br />

del servicio, de la rentabilidad social…<br />

La razón fundamental de la<br />

consolidación de esa imagen de los centros<br />

privados subvencionados con dine


o público no se ha debido a una mayor<br />

calidad de la enseñanza 5 , ni a una mejor<br />

formación de su profesorado 6 , sino a los<br />

criterios de control que rigen su práctica<br />

y a un funcionamiento regido por principios<br />

neoliberales que les permiten aparecer<br />

como instituciones más competitivas y<br />

efi caces, en el sentido de “más vinculadas<br />

al mercado”.<br />

En un contexto de competencia mutua por<br />

la clientela los centros son más proclives<br />

a responder a presiones desde el exterior,<br />

en concreto a las exigencias de las empresas.<br />

Sus planes académicos se orientan<br />

cada vez más al mundo laboral, a formar<br />

efi cazmente para el trabajo especializado,<br />

a introducir los idiomas que serán<br />

relevantes para el mercado, a suprimir la<br />

formación fi losófi ca o humanística, priorizando<br />

la técnica y utilitaria, a presionar<br />

con el cumplimiento de los tiempos y de<br />

los programas, considerando la atención<br />

a la diversidad como un problema y un<br />

entorpecimiento de la efi cacia instructiva.<br />

Y las familias acogen de buen grado estas<br />

exigencias, buscando con ello la manera<br />

de aumentar al máximo las posibilidades<br />

de sus hijos o hijas en el futuro mercado<br />

del empleo.<br />

Este movimiento de competición en el<br />

mercado educativo a través de la evaluación<br />

y la comparación es inseparable de<br />

la subordinación creciente de la escuela a<br />

los imperativos económicos. Acompaña a<br />

la “obligación de resultados”, que se juzga<br />

que debe imponerse a la escuela como a<br />

cualquier organización productora de servicios.<br />

Son las reformas “centradas en la<br />

competitividad”, que aspiran a fi jar y a elevar<br />

los niveles escolares esperados. Por lo<br />

que los centros acaban “buscando” a sus<br />

clientes (familias motivadas, estudiantes<br />

competentes) para que sus estadísticas<br />

no se vean afectadas y poder mantener su<br />

nivel de competitividad con los otros centros<br />

y su imagen de “alto nivel”.<br />

De esta forma, las escuelas privadas y<br />

privadas-concertadas procurarán hacerse<br />

más selectivas, pues el hecho de aceptar<br />

alumnado que haga descender los resultados<br />

en los exámenes –medida que establece<br />

el ranking de los centros– infl uirá en su<br />

posición global en el mercado. En la medida<br />

en que se juzga a las escuelas según<br />

una escala unidimensional de excelencia<br />

académica basada en los resultados de los<br />

tests académicos y en la clase social, los<br />

estudiantes con “necesidades educativas”<br />

o de minorías no solamente son costosos,<br />

sino que desacreditan los resultados de<br />

los exámenes. Reducen las puntuaciones<br />

en esas tablas de clasifi cación que tan importantes<br />

parecen ser. Y esto “perjudica”<br />

la “imagen pública” del centro. Por lo que<br />

se vuelve más rentable y efi caz la asignación<br />

de los escasos recursos a la publicidad<br />

y las relaciones públicas para atraer<br />

a estudiantes “motivados”, que eleven la<br />

posición del centro en el ranking de resultados<br />

efectivos, que dedicarlos a estudiantes<br />

con necesidades educativas.<br />

De esta forma las escuelas que se “precien”<br />

fomentarán una imagen que acentúe<br />

las virtudes académicas tradicionales<br />

y, de ese modo, atraiga a estudiantes que,<br />

con mayor probabilidad, muestren esas<br />

mismas virtudes. Editarán folletos y propaganda<br />

informativa que acentúen estas<br />

5<br />

Se ha difundido la sospecha de que el<br />

rendimiento académico es más bajo<br />

en los centros públicos que en los<br />

privados, a pesar de los datos en contra<br />

de las evaluaciones ofi ciales de la propia<br />

Administración Educativa (INCE,<br />

1999; INCE, 2001; INCE 2003; INCE<br />

2005).<br />

6<br />

Que no ha superado un proceso de<br />

selección público y objetivo que<br />

acredite sus méritos docentes, como<br />

en la pública, y que, en cuanto puede,<br />

se presenta a esas pruebas para irse a la<br />

pública, donde las condiciones laborales<br />

son mucho mejores y más estables.<br />

119<br />

118


“virtudes” e intentarán estar en los puestos<br />

superiores del ranking que se ofrece<br />

en los medios de comunicación, como las<br />

guías de hoteles o restaurantes según la<br />

categoría de estrellas. Prestarán más atención<br />

al atractivo del aspecto físico y de la<br />

imagen pública que a los cambios de la<br />

enseñanza y el aprendizaje que no sean la<br />

multiplicación de los ordenadores.<br />

Esto representa un sutil, pero crucial, cambio<br />

de énfasis de las necesidades del estudiante<br />

a las necesidades de la escuela y<br />

de lo que hace la escuela por el estudiante<br />

a cuanto el estudiante hace por la escuela.<br />

Los niños y niñas de clase trabajadora<br />

y minorías, y quienes tienen necesidades<br />

educativas quedan cada vez más reducidos<br />

a un gueto en las escuelas con pocos<br />

recursos. Este sistema refuerza los privilegios<br />

de aquellas familias capaces y bien<br />

preparadas para hacer frente a las complejidades<br />

del sistema.<br />

La consecuencia es que estamos asistiendo<br />

a una recomposición del tipo de clases<br />

sociales o grupos socioeconómicos que<br />

optan por una u otra red. Asistimos a una<br />

“fuga de blancos” hacia la concertada y<br />

privada de buena parte de quienes pertenecen<br />

a los grupos con mayor nivel cultural,<br />

concentrándose en la pública un mayor<br />

porcentaje de alumnado repetidor, con<br />

difi cultades, de minorías étnicas. Como<br />

dice Gimeno Sacristán (2005), detrás de<br />

muchos argumentos a favor de la privatización,<br />

más que fervor liberalizador, lo que<br />

esconden los privilegiados es el rechazo a<br />

la mezcla social, a educar a los hijos con<br />

los que no son de la misma clase.<br />

Hace dos años publicaste un decálogo<br />

de orientaciones (Le Monde Diplomatique<br />

en español, junio 2010) para una educación<br />

pública, laica y de calidad. ¿Podrías actualizarlo<br />

y resumirlo en unas pocas líneas<br />

maestras básicas, a modo de conclusión?<br />

1. UN SISTEMA PÚBLICO DE EDUCA-<br />

CIÓN que garantice efectivamente el<br />

derecho a la educación a toda la población,<br />

la cohesión social y la igualdad<br />

de oportunidades, mediante una<br />

red planifi cada de centros docentes<br />

de titularidad y gestión pública, con<br />

sufi cientes plazas escolares para eliminar<br />

progresivamente el sistema de<br />

centros privados concertados, avanzando<br />

hacia la reducción progresiva<br />

de los conciertos educativos, con la<br />

posibilidad de integración voluntaria y<br />

negociada de los centros concertados<br />

en la red pública.<br />

2. CALIDAD CON EQUIDAD. Una Escuela<br />

Pública cuyo objetivo primero y<br />

principal sea garantizar el derecho de<br />

todos y todas a aprender con éxito y<br />

obtener la titulación correspondiente,<br />

sea cual sea su procedencia social o<br />

cultural. No buscar mayores cotas<br />

de “excelencia” para algunos, sino<br />

implementar políticas y actuaciones<br />

concretas para evitar el abandono y<br />

fracaso escolar de muchos, mediante<br />

una red de centros que cubra toda la<br />

demanda de plazas públicas de 0 a 3<br />

años en Escuelas Infantiles, al tratarse<br />

de una etapa crucial para el desarrollo<br />

personal y social, la reducción del<br />

número de estudiantes por grupo y<br />

por profesor, potenciar la atención<br />

tutorial y dotar de servicios de orientación<br />

a todos los centros públicos de<br />

primaria y secundaria. Incorporando<br />

nuevos perfi les profesionales en la<br />

escuela: educadores y trabajadores<br />

sociales, mediadores interculturales,<br />

etc. Estableciendo un sistema integral<br />

de becas y ayudas al estudio, así como<br />

la gratuidad de los libros y materiales<br />

didácticos y de los comedores escolares.<br />

Relegando la repetición de curso<br />

a situaciones excepcionales de carácter<br />

madurativo; estableciendo comi-


siones de escolarización permanentes<br />

y centralizadas, para evitar la selección<br />

del alumnado por los centros.<br />

3. EVALUACIÓN COMO ESTRATEGIA<br />

DE MEJORA. Que sirva de autoevaluación<br />

para la mejora de toda la comunidad<br />

educativa de los centros, con<br />

apoyo técnico de la Administración;<br />

que les permita analizar sus puntos<br />

fuertes y sus difi cultades en el proceso<br />

de enseñanza-aprendizaje y no como<br />

“medida de resultados” del alumnado<br />

para establecer rankings o clasifi caciones<br />

de centros.<br />

4. ESCUELA PÚBLICA INCLUSIVA E IN-<br />

TERCULTURAL. Una escuela de y para<br />

todos y todas, que utiliza su metodo-<br />

logía y organización para que las respuestas<br />

a las necesidades del alumnado<br />

con más difi cultades benefi cien<br />

a los demás; que busca así promover<br />

la excelencia de todo el alumnado y<br />

reconstruye el currículum tradicional<br />

para que sea relevante para todos y<br />

todas, más representativo de otras<br />

ópticas no contempladas habitualmente,<br />

integrando visiones, culturas<br />

y subculturas olvidadas, silenciadas<br />

u ocultadas, con una perspectiva de<br />

género.<br />

5. ESCUELA PÚBLICA LAICA. Para que<br />

el adoctrinamiento religioso de las<br />

enseñanzas confesionales quede fuera<br />

del currículo y del horario lectivo.<br />

Las creencias y los símbolos religio-<br />

121<br />

120


sos forman parte del ámbito privado<br />

y, por tanto, deben estar al margen del<br />

currículo escolar. Es imprescindible<br />

derogar ya el acuerdo suscrito con el<br />

Vaticano.<br />

6. FORMACIÓN PROFESIONAL PÚBLI-<br />

CA. Oferta ampliada y con un tratamiento<br />

equitativo de todas las familias<br />

profesionales en función de su<br />

utilidad social y no solo de la rentabilidad<br />

de las empresas; control público<br />

de otras actividades formativas de FP;<br />

formación y orientación laboral que<br />

impulse una cultura sindical solidaria<br />

y participativa.<br />

7. APOYO Y MOTIVACIÓN DEL PROFE-<br />

SORADO. Acordar un estatuto de la<br />

función pública educativa que mejore<br />

las condiciones laborales, recoja<br />

como dedicación lectiva las tareas y<br />

funciones que hoy demanda el sistema<br />

educativo, confi gurando claustros<br />

estables y estableciendo el cuerpo único<br />

de profesorado. Diseñar una formación<br />

inicial que combine teoría con<br />

práctica tutorizada en centros educativos<br />

durante todo el proceso, y formación<br />

permanente en horario laboral<br />

que fomente su autoridad profesional<br />

mediante la adquisición de estrategias<br />

de diálogo y negociación para resolver<br />

confl ictos.<br />

8. ESCUELA PÚBLICA DEMOCRÁTICA.<br />

Para fomentar y aplicar la democracia<br />

real en la vida del centro y no el<br />

modelo de gestión empresarial, como<br />

instrumento para impulsar la participación<br />

de todos los sectores de la<br />

comunidad educativa en la toma de<br />

decisiones consensuada; que recupera<br />

el derecho a la elección por los<br />

consejos escolares de los equipos<br />

directivos; donde las asambleas de<br />

refl exión, deliberación y acuerdos son<br />

práctica habitual y se aprende a defi -<br />

nir prioridades, plantear proyectos y<br />

decidir la distribución de los recursos<br />

públicos mediante presupuestos participativos.<br />

9. UNIVERSIDAD PÚBLICA AL SERVI-<br />

CIO DE LA SOCIEDAD. Paralizar y de -<br />

batir realmente con toda la comunidad<br />

universitaria la aplicación del<br />

proceso de Bolonia y la “Estrategia<br />

Universidad 2015”, para construir una<br />

Universidad pública gratuita al servicio<br />

de la sociedad y no de los intereses<br />

del mercado; donde la transferencia<br />

de conocimiento tecnológico sea de<br />

dominio público, no un negocio privado;<br />

con una gestión democrática<br />

y participativa, sin pruebas de acceso<br />

selectivas y con una fi nanciación<br />

pública sufi ciente para garantizar un<br />

sistema de becas-salario y ayudas al<br />

estudio, tanto en los grados como en<br />

los másteres.<br />

10. LEY DE FINANCIACIÓN DEL SIS-<br />

TEMA EDUCATIVO, que garantice<br />

la sufi ciencia de recursos para afrontar<br />

las medidas planteadas, mediante<br />

una fi nanciación sostenida y equitativa,<br />

asegurando que en los próximos<br />

seis años se alcanzará el 7 % del PIB<br />

en gasto público educativo. Solo así se<br />

podrá hacer realidad la mejora del sistema<br />

educativo y el derecho universal<br />

a una educación de calidad en condiciones<br />

de igualdad.


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123<br />

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