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No somos irrompibles (12 cuentos de chicos enamorados) Elsa ...

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Volvió a la cama <strong>de</strong> inmediato, asustado, y trató <strong>de</strong> pensar en otra cosa. –La<br />

ventana <strong>de</strong> la pena... –se dijo, <strong>de</strong> repente, pero siguió tratando <strong>de</strong> pensar en otra cosa.<br />

Lamentablemente, esa ventana <strong>de</strong> la cocina acababa <strong>de</strong> ser correctamente<br />

bautizada.<br />

LA VENTANA NI FU NI FA CAMBIA DE NOMBRE<br />

¡Ay! ¡Cómo se había equivocado Nicolás! ¿De modo que estaba convencido <strong>de</strong><br />

que ésa era una ventanita aburrida? Pues, <strong>de</strong> repente, tuvo que cambiar esa impresión:<br />

nunca antes, a través <strong>de</strong> una ventana (aunque tenía que reconocer que tampoco cara a<br />

cara) había visto una personita semejante.<br />

¿De modo que el chalet lin<strong>de</strong>ro era aquel en el que “nunca pasaba nada”? ¿Y<br />

eso? ¿El encontrarse <strong>de</strong> pronto, <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong>l cristal, con la misma maravilla?<br />

48<br />

Atención, no confundirse. Nicolás no estaba mirando por su ventana<br />

abracadabra. Era la NI FU NI FA la que le brindaba esa visión. Cierta. Tan cierta como<br />

que esa ventanita se había convertido en un verda<strong>de</strong>ro tragaluz.<br />

Recién ahora notaba cuánta verdad encerraba esa palabra. Porque... ¿qué si no la<br />

misma luz era esa niña podando la ligustrina? Acaso era el reflejo <strong>de</strong>l sol, pero a<br />

Nicolás le parecía que la chica brillaba.<br />

-La ventana luminosa... –se le ocurrió entonces. Y, en un impulso, la abrió, por<br />

primera vez <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que vivía en esa casa.<br />

¿Fue el aire tibio <strong>de</strong> la siesta el que le sonrosó las mejillas cuando ella advirtió<br />

su presencia allí, observándola?<br />

Apenas una sonrisa y un: “Hola. Soy tu nueva vecina. Me llamo Clara” le<br />

bastaron a Nicolás para sentir que, por fin, había encontrado una amiga.<br />

Corrijo: su amiga.<br />

¿Y por qué sentía eso?<br />

¿Qué le interesaba averiguarlo? Lo importante era que lo sentía. Él. Nicolás.<br />

Por Clara.<br />

LA VENTANA DE LA ALEGRÍA<br />

Aquella en la que en los últimos tiempos ni siquiera miraba a causa <strong>de</strong> la otra,<br />

tan próxima, la “<strong>de</strong> la soledad”<br />

50<br />

Una <strong>de</strong> las dos <strong>de</strong>l frente <strong>de</strong> la sala. Ésa fue para Nicolás “la ventana <strong>de</strong> la alegría”.<br />

Un sábado, su mamá lo <strong>de</strong>spertó más temprano que <strong>de</strong> costumbre. Estaba<br />

maquillada como para ir a una fiesta. Y a esa hora...<br />

Habitualmente, se ocupaba entonces <strong>de</strong> encarar la limpieza general <strong>de</strong> la casa.<br />

Raro... pintada y, también, muy bien vestida...<br />

-¿Vamos a pasear? –le preguntó Nicolás, semidormido.<br />

-Sí. Hoy vamos a pasear. ¡Pero sobre la alegría! ¡Y aquí!<br />

Cuando Nicolás terminó <strong>de</strong> tomar el <strong>de</strong>sayuno, fue hacia la sala. Allí estaba su<br />

mamá, parada en medio <strong>de</strong> la habitación y mirando hacia la calle. A través <strong>de</strong> las dos<br />

gran<strong>de</strong>s ventanas. Ésas, “las distinguidas”.<br />

Había corrido las cortinas. El solcito <strong>de</strong> las nueve <strong>de</strong> la mañana se colaba hasta<br />

brincar tímidamente sobre el lomo <strong>de</strong> Trilca, acurrucada en el revistero y ajena a todo.

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