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No somos irrompibles (12 cuentos de chicos enamorados) Elsa ...

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atravesaba las malezas abriéndose camino a punta <strong>de</strong> machete, con las esperanza <strong>de</strong><br />

sorpren<strong>de</strong>r a alguno <strong>de</strong> sus enemigos, <strong>de</strong> los que se oían claramente las risas y los gritos,<br />

tan parecidos a los <strong>de</strong> ellos.<br />

Pero tampoco se habrían enfrentado si no hubiera sido por Tala, una indiecita <strong>de</strong><br />

la otra tribu, fascinada por las flores y por el canto <strong>de</strong> los pájaros.<br />

Como hipnotizada se internaba en el bosque, en procura <strong>de</strong> ver y <strong>de</strong> oír colores y<br />

sonidos imposibles en la chatura <strong>de</strong>l campamento. Sus compañeros apenas si se<br />

animaban a trasponer las primeras hileras <strong>de</strong> árboles.<br />

Entretenidos como estaban los indiecitos <strong>de</strong> ambos grupos, ni cuenta que se<br />

daban <strong>de</strong> las momentáneas <strong>de</strong>sapariciones <strong>de</strong> Talita o <strong>de</strong> Aguará.<br />

Ocurrió una tar<strong>de</strong>.<br />

Talita vagaba por el bosque, tratando <strong>de</strong> ubicar qué pájaro sería aquel <strong>de</strong> tan<br />

bello canto. Con los ojos alzados hacia las copas <strong>de</strong> los árboles como llevaba, ni advirtió<br />

la presencia <strong>de</strong> Aguará. Petrificado junto a unos arbustos, el indiecito la veía acercarse<br />

hacia allí mientras el pensamiento le alertaba: -¡Una enemiga! –y el sentimiento le<br />

susurraba: -¡Qué hermosa es!<br />

100<br />

Talita estaba dispuesta a treparse a un árbol, segura <strong>de</strong> que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese lugar<br />

provenían los <strong>de</strong>liciosos trinos. Era la tercera vez, en una semana, que lo oía y no quería<br />

per<strong>de</strong>rse la oportunidad, ahora que lo tenía tan cerca, <strong>de</strong> conocer al pájaro que era capaz<br />

<strong>de</strong> cantar <strong>de</strong> ese modo. Tan suavemente se les aproximaba, que las aves jamás huían <strong>de</strong><br />

ella sino cuando intentaba tocarlas.<br />

Afirmó un pie en la rugosidad más aliente <strong>de</strong>l tronco, se abrazó a él y ya<br />

empezaba a elevarse cuando <strong>de</strong>scubrió a Aguará.<br />

Se <strong>de</strong>sprendió horrorizada, y horrorizada, cayó hacia atrás <strong>de</strong>splomándose <strong>de</strong><br />

espaldas sobre la hierba. ¡Un enemigo la había sorprendido! ¡Y con machete en mano!<br />

De seguro que iba a cortarle el cogote y a llevar luego su cabeza como trofeo. –Mejor<br />

no verlo –pensó Talita, y cerrando los ojos, se resignó a entregarse a la mala suerte.<br />

¿Qué otra cosa podía hacer ella, tan frágil, frente a ese pichón <strong>de</strong> indio que la miraba<br />

con los ojos fijos como los <strong>de</strong> una lechuza?<br />

Ojos fijo en ella los <strong>de</strong> Aguará, sí; como los <strong>de</strong> una lechuza, sí; pero abiertos<br />

sobre su cuerpo como ante el <strong>de</strong> una diosa.<br />

-Hija <strong>de</strong> la luna ha <strong>de</strong> ser... –se <strong>de</strong>cía el muchacho, al tiempo que se le<br />

aproximaba- Hija <strong>de</strong> la luna... ¡Qué hermosa!<br />

¡Ni soñar con matarla! ¿Cómo matar a quien, por primera vez, le había hecho<br />

saber que también era dulce tener corazón? Pero qué raro era sentirlo latir así, al galope,<br />

como en los momentos <strong>de</strong> peligro... Porque ahora no temía nada y sin embargo... sin<br />

embargo... le saltaba en el pecho al impulso <strong>de</strong> una emoción tan fuerte como la que<br />

había experimentado en ocasiones terribles.<br />

102<br />

-Ya tendría que haberme cortado la cabeza... –pensaba Talita-. ¿Qué hace éste?<br />

¿Por qué se queda parado junto a mí sin <strong>de</strong>cir nada?<br />

El miedo la obligó a abrir los ojos. <strong>No</strong> soportaba la tensión <strong>de</strong> esperar y esperar,<br />

sabiendo que un enemigo estaba allí, a su lado, y en completo silencio. Lo miró, ella<br />

también con los ojos fijos como los <strong>de</strong> una lechuza.<br />

-¡Si vas a matarme que sea <strong>de</strong> una vez! –le gritó entonces, atragantándose con<br />

las lágrimas.

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