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Volvió a La Habana, recogió a su familia y volvió a salir para instalarse en Italia, en<br />
silencio, entregado a la crítica de arte y varios asuntos privados en lo que se podía llamar<br />
un exilio de baja intensidad.<br />
Su ruptura pública con la dictadura cubana llegó cuando <strong>Franqui</strong> firmó una carta de<br />
condena a la invasión soviética a Checoslovaquia de 1968. Una intervención que el<br />
régimen cubano apoyó con entusiasmo.<br />
Acusado de traidor por sus antiguos compañeros<br />
y recibido con reservas por las primeras oleadas<br />
del exilio cubano, <strong>Franqui</strong> dedicó sus años de<br />
lejanía a escribir una serie de libros<br />
esclarecedores y sinceros sobre los tiempos<br />
iniciales del proceso y sobre algunos de los<br />
personajes principales de ese desastre.<br />
Esas obras incluyen Diario de la revolución<br />
cubana y Cuba, la revolución: mito o realidad.<br />
Memorias de un fantasma socialista. Es autor,<br />
además, de una biografía no autorizada de Fidel<br />
Castro y de una pieza reveladora sobre la muerte<br />
de Camilo Cienfuegos, un sastre habanero que era<br />
el comandante más popular del Ejercito Rebelde.<br />
Desapareció en un avión a los pocos meses del triunfo.<br />
Ricardo Cayuela le preguntó un día a <strong>Carlos</strong> <strong>Franqui</strong> si se arrepentía de haber sido un<br />
revolucionario. El periodista le respondió: «No. Hay un hecho que es insuperable: yo<br />
siento que a mí me obligaron a ser un revolucionario. Por más que miro hacia atrás para<br />
ver si podía haber hecho otra cosa, no la encuentro. Esa revolución destruyó mi país y<br />
destruyó la idea de un cambio profundo tan necesario».<br />
Raúl Rivero<br />
<strong>Carlos</strong> <strong>Franqui</strong>, escritor y periodista, nació en Cuba en 1921 y falleció el 16 de abril de<br />
2010 en San Juan de Puerto Rico.<br />
La libertad que se lleva por dentro<br />
Por Ruth Merino<br />
Su concepto de la revolución cubana chocó de frente con los espasmos dictatoriales de<br />
Fidel Castro. Ahora, desde el exilio que ha sido plataforma de su lucha, observa su agonía<br />
con ojo crítico.<br />
La revolución cubana se tragó a muchos de sus hijos, pero <strong>Carlos</strong> <strong>Franqui</strong> resultó un<br />
hueso duro de roer.<br />
Hoy, a los 85 años, mantiene intactos sus recuerdos y vigente la misión que lo llevó al<br />
exilio en 1968: desenmascarar a Fidel Castro.