Aventuras y desventuras de Alonsico Quijano - Barcanova

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Ramón García Domínguez
Pero nadie se movió. Peor todavía: los seis muchachos
agacharon la cabeza y se pusieron a remover la tierra con
la punta del pie. Como haciéndose los longuis, vaya.
—¿Qué pasa? ¿Es que tenéis miedo? —preguntó Alonso
con retintín.
—¡Es que es la panda de Ginés de Pasamonte, tío! —saltó
Lázaro de To rmes (Lazarillo para los amigos)—. Nos doblan
en número, y además son s k i n h e a d s y unos bullero s .
—¡Y qué que sean cabezas rapadas, tanto me da que
fueran desaforados y descomunales gigantes con veinte
brazos cada uno! ¡Sancho es nuestro amigo y la lealtad
nos llama en su defensa!
—¡Tú lo que eres es un q u i j o t e! —saltó el aguafiestas
de Guzmán de Alfarache.
—¿Un q u i j o t e...? —pre g u n t a ron a coro los otros cinco
amigos, que nunca habían oído antes semejante palabra.
—Eso he dicho, un quijote, que es tanto como decir un
iluso, un ingenuo. Hay que ser más realista, Alonso, este
asunto es muy chungo.
Les gustó a todos la ocurrencia de Guzmán: que le hubiera
llamado quijote, y todos pensaron para sus adentros
que aquello, además de ‘iluso’, podía significar también
‘valiente’. Y más cuando el propio Alonso volvió a tomar
la palabra, sonora, altanera, y replicó:
—¡Seré q u i j o t e y lo que tú quieras, Guzmán, pero yo
me voy ahora mismo a defender y a rescatar a mi amigo
Sancho; la amistad y la lealtad me lo exigen! ¡Y si hay entre
vosotros algún quijote más, que me siga! ¡Si no, Brandabarbarán
de Boliche y yo nos bastamos y sobramos!
Hubiera sido suficiente el gesto arrogante y decidido
del muchacho para arrastrar a toda la pandilla, pero la