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La Gaceta del FCE, diciembre de 2003 - Fondo de Cultura Económica

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Feliz año nuevo<br />

✸ Rubem Fonseca<br />

Rubem Fonseca se hizo<br />

merecedor este año al Premio<br />

Juan Rulfo. Con este motivo y<br />

como un mínimo homenaje,<br />

hemos reproducido el siguiente<br />

texto tomado <strong><strong>de</strong>l</strong> libro Antología<br />

general <strong>de</strong> la literatura brasileña,<br />

compilado y traducido<br />

por Bella Jozef (<strong>FCE</strong>, 1995,<br />

colección Tierra Firme).<br />

He estado pensando en atracar<br />

una resi<strong>de</strong>ncia en la que<br />

<strong>de</strong>n una fiesta. El mujerío<br />

se llena <strong>de</strong> joyas y tengo un<br />

tipo que compra todo lo que le llevo. Y<br />

los barbados tienen la billetera llena <strong>de</strong><br />

lana. ¿Sabes que tienen un anillo que vale<br />

cinco gran<strong>de</strong>s y un collar <strong>de</strong> 15 en esa<br />

covacha que conozco? Se paga en el acto.<br />

Se acabó el tabaco. El aguardiente<br />

también. Comenzó a llover.<br />

—Se fue al carajo tu farofa—dijo Pereba.<br />

—¿Qué casa? ¿Tienes alguna en mente?<br />

—No, pero está lleno <strong>de</strong> casas <strong>de</strong> millonarios<br />

por ahí. Podríamos robar un<br />

coche y salir a buscar.<br />

Coloqué la lata <strong>de</strong> guayabate en una<br />

bolsa <strong>de</strong> compras, junto con la munición.<br />

Di una Magnum al Pereba, otra al<br />

Zequiña. Enfundé el arma en el cinto,<br />

con el cañón hacia abajo y me puse una<br />

gabardina. Cogí tres medias <strong>de</strong> mujer y<br />

unas tijeras.<br />

—Vamos, dije.<br />

Robamos un Opala. Seguimos hacia<br />

San Conrado. Pasamos varias casas que<br />

no nos interesaron, o estaban muy cerca<br />

<strong>de</strong> la avenida o tenían <strong>de</strong>masiada gente,<br />

hasta que dimos con el lugar perfecto.<br />

A la entrada tenía un jardín gran<strong>de</strong>, con<br />

la casa al fondo, aislada. Oíamos barullo<br />

<strong>de</strong> música <strong>de</strong> carnaval, pero pocas voces<br />

cantando. Nos ajustamos las medias en<br />

la cara. Con las tijeras corté los agujeros<br />

<strong>de</strong> los ojos.<br />

Entramos por la puerta principal.<br />

Estaban bebiendo y bailando en un<br />

salón cuando nos vieron.<br />

“¡Es un asalto!”, grité muy fuerte para<br />

amortiguar el sonido <strong><strong>de</strong>l</strong> tocadiscos.<br />

Si se están quietos nadie saldrá lastimado.<br />

¡Tú, apaga ese coñazo <strong>de</strong> tocadiscos!<br />

Pereba y Zequiña fueron a buscar a<br />

los empleados y volvieron con tres camareros<br />

y dos cocineras. “Todo el mundo<br />

al piso”, or<strong>de</strong>né.<br />

Conté. Eran 25 personas. Todos tumbados<br />

en silencio, quietos, como si no estuvieran<br />

siendo registrados ni viendo<br />

nada.<br />

—¿Hay alguien más en casa? —pregunté.<br />

—Mi madre, está arriba, en el cuarto.<br />

Es una señora enferma —dijo una mujer<br />

emperifollada, con un largo vestido rojo.<br />

Debía <strong>de</strong> ser la dueña <strong>de</strong> la casa.<br />

—¿Niños?<br />

—Están en Cabo Frío, con los tíos.<br />

—Gonçalves, vete arriba con la gordita<br />

y trae a su madre.<br />

—¿Gonçalves?<br />

—Eres tú mismo. ¿No sabes ya tu<br />

nombre, bruto?<br />

Pereba cogió a la mujer y subió por la<br />

escalera.<br />

—Inocencio, amarra a los barbados.<br />

Zequiña ató a los tipos con cordones<br />

LA GACETA<br />

21<br />

<strong>de</strong> cortinas, <strong>de</strong> teléfono; con todo lo que<br />

encontró.<br />

Registramos a los sujetos. Muy poca<br />

lana. Estaban los cabrones llenos <strong>de</strong> tarjetas<br />

<strong>de</strong> crédito y talonarios <strong>de</strong> cheques.<br />

Los relojes eran buenos, <strong>de</strong> oro y platino.<br />

Arrancamos las joyas a las mujeres.<br />

Un pellizco en oro y brillantes. Metimos<br />

todo en la bolsa.<br />

Pereba bajó solo por la escalera.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> están las mujeres?—dije.<br />

—Se encabronaron y tuve que meter<br />

or<strong>de</strong>n.<br />

Subí. <strong>La</strong> gordita estaba en la cama, las<br />

ropas rasgadas, la lengua fuera. Muertecita.<br />

¿Para qué se hizo la remolona y no<br />

dio gusto al momento? Pereba estaba necesitado.<br />

A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> jodida, mal agra<strong>de</strong>cida.<br />

Limpié las joyas. <strong>La</strong> vieja estaba<br />

en el pasillo, caída en el suelo. También<br />

había estirado la pata. Toda peinada, con<br />

aquel pelazo teñido <strong>de</strong> rubio, ropa nueva,<br />

rostro arrugado, esperando el nuevo<br />

año, pero estaba ya más para allá que<br />

para acá. Creo que murió <strong><strong>de</strong>l</strong> susto.<br />

Arranqué los collares, broches y anillos.<br />

Tenía un anillo que no salía. Con asco,<br />

mojé con saliva el <strong>de</strong>do <strong>de</strong> la vieja, pero<br />

incluso así no salía. Me encabroné y di<br />

una <strong>de</strong>ntellada, arrancándole el <strong>de</strong>do.<br />

Metí todo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un almohadón. El<br />

cuarto <strong>de</strong> la gordita tenía las pare<strong>de</strong>s ta-

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