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El señor Felipe de Coetquis era un caballero<br />
de gallarda presencia, tan hermoso como<br />
una sota del noble juego de los naipes.<br />
Había conocido a la señora Violante una noche<br />
en un baile, y después de bailar con ella<br />
hasta hora muy avanzada habíala conducido<br />
en la grupa de su caballo mientras el jurisconsulto<br />
chapoteaba entre el barro del arroyo<br />
a la luz de las movibles antorchas de los<br />
cuatro lacayos borrachos. En aquel baile y en<br />
aquella cabalgata el señor Felipe de Coetquis<br />
concibió acerca de la señora Violante la idea<br />
de que tenía los pechos abultados y la carne<br />
maciza. Inmediatamente prendóse de ella, y<br />
como no era hombre de doblez, le dijo con<br />
claridad lo que deseaba: verla completamente<br />
desnuda entre sus brazos.<br />
A lo cual ella respondió:<br />
—Caballero Felipe, no sabéis con quién<br />
habláis. Soy una dama virtuosa.<br />
Y esto muy bien podría significar:<br />
“Caballero Felipe, volved mañana”.<br />
Volvió al día siguiente, y ella le dijo:<br />
—¿Qué prisa tenéis?<br />
Aquellos aplazamientos causaban mucha<br />
inquietud y muchas desazones al caballero,<br />
el cual se hallaba ya decidido a creer,<br />
como el señor Triboullard, que la señora Violante<br />
era otra Lutecia. ¡De tal modo se parecen<br />
todos los hombres por su fatuidad! Es ne-<br />
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