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Critica 145 - Revista Crítica

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Renato Leduc y la huella<br />

de López Velarde<br />

JUAN LEYVA<br />

Mito y verdad, vida y obra convirtie -<br />

ron a Leduc en un icono de humor, le -<br />

yenda, transgresión y desfachatez que<br />

asustaba a incautos y pudibundos, y<br />

complacía a aquellos que sabían apre -<br />

ciar la ruptura de límites gastada por<br />

un hombre longilíneo, desfajado y rejo -<br />

neador impermeable al patetismo. Des -<br />

de sus recorridos con las tropas de la<br />

Revolución hasta su itinerario como<br />

miembro de una asociación mundial de<br />

periodistas; desde su experiencia del<br />

arrabal hasta la del palacio; desde sus<br />

vínculos con obreros y campesinos has -<br />

ta su amistad con Lara, Frida Kahlo o<br />

el torero “Dominguín”, no dejaba de<br />

sorprenderle la admiración de la multitud<br />

por su obra ni de entusiasmarle<br />

el ejercicio de la provocación (incluso<br />

a costa de la poesía), ya fuera por me -<br />

dio de la risa, la altisonancia o la crítica<br />

al poder instituido. Por eso, un poco an -<br />

tes de morir se sorprendía ante Monsi -<br />

váis: “no sé qué carajos hago en el<br />

Olimpo”.<br />

Era de tal índole que, por ejemplo,<br />

en un solemne foro de poetas —ya se<br />

sabe que abundan— hubiera sido ca -<br />

RENATO LEDUC (ARCHIVO PATRICIA LEDUC)<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

paz de abrir su charla más o menos<br />

así (invento sobre sus huellas): “A to -<br />

do mundo le entusiasma que Octavio<br />

Paz haya escrito un sabio, si algo cho -<br />

cante, tratadito sobre la chingada, cuan -<br />

do es mucho más importante, y está por<br />

hacerse, un ensayo sobre, por ejemplo,<br />

las nalgas, harto más divertidas que la<br />

chingada, creo yo; y en lo que se re -<br />

fie re a usos, tanto o más flexibles que<br />

aquélla. Y si no que lo digan estas fra -<br />

ses: lo trae de nalgas; escribe con las<br />

nalgas; estoy hasta las nalgas; ¡qué ri -<br />

cas nalgas!; está en un lío de nalgas;<br />

ya dio las nalgas; no es más que un<br />

ofre ce-las-nalgas; es nada menos que<br />

la otra nalga del licenciado; se siente<br />

muy nal ga; me daba hasta las nalgas,<br />

pero aho ra me ha de llegar como al<br />

hombro; o, finalmente, en este mun -<br />

do, amigo, sólo hay dos cosas: las nalgas,<br />

y lo demás…”<br />

Claro que la filosofía de las nalgas<br />

nunca ha sido bien vista; por eso, un<br />

día Leduc le dijo a un censor, diccio -<br />

nario en mano, “mire usted, nalga es<br />

cada una de las dos porciones carnosas<br />

situadas donde termina la espalda…”,<br />

en un intento por documentar el linaje<br />

del vocablo.<br />

En Leduc el chiste opaca los procedi -<br />

mientos: fusión de géneros cultos y<br />

populares; rima obscena y bilingüe;<br />

3


4<br />

alejandrinos de pie quebrado, versoli -<br />

brismo. El sarcasmo oculta la lírica; la<br />

risa, todo viso de seriedad; el jue go ali -<br />

via la melancolía. Ése es el temple de<br />

su primer libro, El aula, etc… (1929),<br />

imprescindible para entender la poesía<br />

de aquella década, y una contraparte<br />

festiva de las solemnidades contempo -<br />

ráneas. A pesar de la advertencia inclui -<br />

da (“No haremos obra perdurable. No /<br />

tenemos de la mosca la voluntad te -<br />

naz” [1929]), nunca, ni siquiera hoy,<br />

han faltado críticos que le reprochen<br />

su “falta de seriedad” y disciplina, sus<br />

“salidas de tono” o su aplomo antipoé -<br />

tico. Pero, con todo y los pleitos tras<br />

bambalinas en torno a su inclusión, ya<br />

en Poesía en movimiento (1966) el au -<br />

tor empezó a ser aceptado dentro del<br />

canon, sin olvidar los esfuerzos anteriores<br />

de Maples Arce o Monsiváis.<br />

Así, parecería que a nadie asustan ya<br />

los versos de las Oceánidas a Pro me -<br />

teo, preso esta vez por robar los secre -<br />

tos del placer sexual, en el durante años<br />

prohibido, oculto o vergonzante Prome -<br />

teo sifilítico (traducido al portugués<br />

en 2008):<br />

Desdichado titán, hemos venido<br />

veloces desde el fondo del océano<br />

para tenderte una piadosa mano<br />

en el momento en que te ves jodido.<br />

Relátanos por qué quiso el Cronida<br />

tenerte así, con la cabeza erguida,<br />

con los brazos en cruz y ¡oh, cruel tirano!<br />

con un falo metido por el ano.<br />

Ni estas resonancias del Arcipres te<br />

de Hita:<br />

O como el jubiloso campanero<br />

que con igual fervor mueve el badajo<br />

en la boda, el bautizo y el postrero<br />

instante en que nos vamos al carajo.<br />

Ni finalmente éstas:<br />

Esto mismo afirmaba don Pepe<br />

Marroquín:<br />

no me las den morenas, no valen un<br />

comín,<br />

sólo llegan las rubias, en amor, hasta el<br />

fin…<br />

Aquél, ávido busca las carnes de canela,<br />

aquél busca las negras, y el otro se<br />

desvela<br />

por una flaca y triste y llamada<br />

Manoela…<br />

A propósito de rubias y morenas, de -<br />

cía un profesor que en otras épocas el<br />

prototipo de hembra fogosa era exacta -<br />

mente contrario al de Leduc, de modo<br />

que un día le pregunté a Federico Ál -<br />

varez, en su clase de teoría literaria, en<br />

qué zona de las temperaturas eróticas<br />

nos hallamos cuando una morena se<br />

tiñe de rubia, o viceversa. Luego de un<br />

instante de enjundia meditativa, respon -<br />

dió: “¡Ah, eso es la posmoderni dad…!”


No temía, Leduc, el escándalo; pero<br />

sí, y mucho, la seriedad, porque era<br />

de la estirpe de Rabelais cuando éste<br />

de cía, refiriéndose a los enemigos de<br />

la risa, aquellos hipócritas, aguafiestas<br />

y melancólicos: “¡Atrás, mastines, fuera<br />

de la cantera, lejos de mi sol, frailuchos,<br />

idos al diablo!…” Y así, nuestro autor<br />

no sólo se divertía con la altisonancia<br />

y el albur, sino aun con cándidos alar -<br />

des farmacológicos:<br />

El triste lamentar de Nemoroso<br />

que a Salicio le cuenta sus pesares<br />

Garcilaso me manda y no dilato<br />

en pensar que el autor de estos cantares<br />

no pudo a Nemoroso dar reposo<br />

porque un Salicio no es salicilato.<br />

Siempre en guasa, hasta la Virgen<br />

de Guadalupe posó en sus páginas co -<br />

mo una dulce y vigorosa diva, lo que no<br />

dejó de costarle una quema de libros<br />

allá por tiempos de Miguel Alemán<br />

(¿venganza contra el antirreeleccionis -<br />

mo que él y Piñó Sandoval gastaban<br />

por entonces?):<br />

Anhelantes de sed y de impotencia<br />

en turbias fuentes beberemos ciencia…<br />

¿para qué…?<br />

Si el caramelo que mi boca chupe<br />

será siempre tu nombre: Guadalupe…<br />

Insobornable ante lo solemne, Le -<br />

duc amplió la crítica que ejercía en<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

LEDUC Y FCO. ORTIZ MONASTERIO (ARCHIVO PATRICIA LEDUC)<br />

sus columnas diaristas al ámbito de<br />

los versos, si bien los Catorce poemas<br />

burocráticos y un corrido reacciona -<br />

rio no forman parte de lo mejor de su<br />

escritura:<br />

Algo a cada cual nos da la vida…<br />

Tu marido es cornudo y millonario,<br />

a mí nada me dio… pero eres mía<br />

cual grato complemento a mi salario.<br />

Si con reparos, no dejó de colarse<br />

a la poesía llamada seria, pese a aque -<br />

lla rotunda declaración: “escribir en<br />

5


6<br />

serio es fácil. El chiste es hacerlo en<br />

pitorreo (…) yo admiro más a un ci -<br />

clista acróbata que a uno que sea cam -<br />

peón de carretera”. No sólo publicó<br />

Algunos poemas deliberadamente ro -<br />

mánticos y un prólogo en cierto modo<br />

innecesario, justificándose en que fue -<br />

ron hechos a fin de que se viera su ap -<br />

titud para ese tipo de poesía, sino que<br />

en realidad estaba enamorado al escri -<br />

birlos y versaba a tono de los Veinte<br />

poemas de amor y una canción deses -<br />

perada —muy de moda entre universi -<br />

tarios de la segunda mitad de los<br />

veinte—, todo sin descuidar el toque<br />

humorístico:<br />

Tal vez la quise mucho, pero tal vez la<br />

quiero.<br />

Esta frase te ofrezco, cuyo único pero<br />

es que la dijo antes un autor extranjero.<br />

Con Leduc estamos ante el Mé xico<br />

posrevolucionario, donde empieza a des -<br />

puntar la generación de Frida Kahlo<br />

y se abrirán paso, después, mu jeres co -<br />

mo María Félix (también ami ga del poe -<br />

ta). Al mismo tiempo, estamos ante un<br />

país que ya en 1918 había decepciona -<br />

do a López Velarde en su esperanza<br />

política y de cambio social. Es el país<br />

de la nueva repartición de la riqueza<br />

y de su renovada concentración; el país<br />

machista y misógino, violento y conser -<br />

vador; al mismo tiem po que aquel que<br />

requiere abrirse, aun que sea un poco,<br />

ante las necesidades de su propio mer -<br />

cado y el empuje de nacientes genera -<br />

ciones ilustradas. El país de licenciados<br />

y oratorias, que Le duc rechaza, pese<br />

a ser amigo de Mi guel Alemán y Adol -<br />

fo López Mateos desde la edad prepa -<br />

ratoriana. Por cier to, se ha hablado de<br />

misoginia y homo fobia en Leduc. ¿Có -<br />

mo explicar entonces sus vínculos con<br />

mujeres de todo estilo, o el verdadero<br />

afecto y amistad que le tuvieron Leo -<br />

nora Carrington, María Félix o la pintora<br />

Aurora Reyes (sólo por mencionar<br />

amigas de toda la vi da)?; ¿o su amistad<br />

con Monsiváis y su reconocimiento a No -<br />

vo o, en fin, su admiración por Proust?<br />

Nadie va a ne gar sus bromas y exa -<br />

bruptos (espíritu provocador), pero pa -<br />

rece haber teni do mayor pluralismo que<br />

los defenso res de una corrección po -<br />

lítico-cultural muy de hoy que se cree<br />

ahistórica e impoluta, y a veces no es<br />

más que otra forma de intolerancia y<br />

rigidez o, peor, bandera para escalar<br />

posiciones y ha cerse con prerrogativas<br />

a menudo ex cluyentes.<br />

Es Leduc un poeta adverso al mo -<br />

dernismo y su romanticismo tardío, y<br />

tampoco se apega al posmodernismo<br />

de López Velarde: comparte con el poe -<br />

ta de Jerez un tono jovial e inclusivo,<br />

escéptico e irónico; pero en Leduc la<br />

calle y el arrabal, la ilustración fran -


ce sa de origen paterno, el andar citadi -<br />

no, el baile de salón, la chocarrería<br />

popu lar inundan los sistemas poéticos<br />

pro venientes de la cultura letrada, y<br />

no menos el catolicismo que se les aso -<br />

cia; va en contra de óleos beatíficos y<br />

prin cesas guiñol, faunos de jardinería<br />

o me tafísicas de seminario. Y, más allá<br />

de la poesía, se opone a un México que<br />

re sulta hostil a quien carezca de áni -<br />

mo para acomodarse a la corrupción<br />

y sus circuitos de ineficiencia. El Méxi -<br />

co ra cista e intolerante, reacio al diá -<br />

logo y el respeto a la diferencia. El<br />

México de la alegría corporativista que<br />

Huerta y el estridentismo aplauden y<br />

Leduc ob serva de soslayo y a distancia,<br />

y que nos mantiene atados a la he -<br />

rencia de un intermediarismo caciquil<br />

propio de la nobleza indígena, argama -<br />

sa entre el invasor y los macehuales,<br />

y hoy entre el capital y el paisanaje.<br />

Leduc no se resigna, pero tampo co<br />

se flagela; ríe, critica, es solidario, am -<br />

plía el espacio de la cantina y el bur -<br />

del hasta las esferas de la poesía y la<br />

diplomacia: como escribió Iduarte (ci -<br />

tando a Bassols), pese a ser un bohemio<br />

incurable, era el primero en llegar a su<br />

oficina —la pagaduría de Hacienda en<br />

París— para que todos tuvieran su che -<br />

que a tiempo, en aquellos años de as -<br />

censo fascista y todavía unos me ses<br />

luego de la ocupación alemana (antes<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

de irse a Bruselas y más tarde empren -<br />

der la retirada a Lisboa). También era<br />

capaz de frenar las riñas más violentas<br />

e incluso convertir en amigos a fatuos<br />

púgiles de cuadrilátero escolar.<br />

Se trata de una jovialidad igua lato -<br />

ria que viene de lejos, de la heren cia<br />

paterna y el relativismo milenario y cam -<br />

pesino en scorzo rabelesiano, pe ro tam -<br />

bién de la vida en vecindad y la noción<br />

abierta del otro, por más di verso que<br />

fuera; de la tropa y el baile, de la fiesta<br />

y el aula, de la guerra y la oficina,<br />

de Tlaxcala y París (madre y abuelo).<br />

La antisolemnidad de El aula… brilla -<br />

rá en Breve glosa al Libro de buen<br />

amor, con cierta burla de la poesía pu -<br />

ra (que el autor conocía bien), y en -<br />

lazará los barrios urbanos con la risa<br />

medieval, luego de un intermedio re -<br />

luctante (Algunos poemas…) y otro obs -<br />

ceno (Prometeo…). Por último vendrían<br />

las XV fabulillas… y los Catorce poemas<br />

burocráticos y un corrido reaccio -<br />

nario para solaz y esparcimiento de<br />

las clases económicamente débiles.<br />

[Ramón López Velarde: poeta de sol y<br />

de sombra], el ensayo de Leduc que aquí<br />

publicamos, es una conferencia dada<br />

en Columbia University en noviembre<br />

de 1941. El poeta había llegado a Nue -<br />

va York un par de meses antes en com -<br />

pañía de Leonora Carrington, huyendo<br />

7


LEDUC Y FCO. ORTIZ MONASTERIO (ARCHIVO PATRICIA LEDUC)<br />

8<br />

de la situación precaria y peligrosa que<br />

cundía en Europa. La historia ha sido<br />

contada, pero recordemos que la pa -<br />

reja se había casado en Lisboa como<br />

solución ante la dificultad para actua -<br />

lizar la visa de la pintora y la lentitud<br />

de los arreglos para embarcarse (Leduc<br />

incluso había escrito a Miguel Alemán,<br />

entonces secretario de Gobernación, pa -<br />

ra tratar de ayudarla, mas la respuesta<br />

nunca llegó). No del todo a disgusto<br />

pese a la circunstancia, vivieron unos<br />

meses en Nueva York y finalmente lle -<br />

garon a México, donde el poeta iba a<br />

iniciarse en el oficio de periodista, que<br />

hasta entonces sólo había ejercido de<br />

forma incidental.<br />

Habían sido recibidos en Manhattan<br />

por Andrés Iduarte, muy ligado a esa<br />

universidad y organizador de encuentros<br />

entre hispanohablantes y la comunidad<br />

local. Ambos mexicanos se conocían<br />

desde los veinte, y cuando Iduarte se<br />

marchó a España sostuvie ron corres -<br />

pondencia para, más tarde, encontrar -<br />

se en París. En sus Semblan zas Iduarte<br />

dedica una a Leduc y men ciona la con -<br />

ferencia, extraviada por décadas entre<br />

los papeles de este último, admirador<br />

del jerezano, a quien se refería como<br />

su maestro. La huella de López Velar -<br />

de es clara en la “Oda a la ciudad” y<br />

en otros poemas (“¿Quién no insinuó<br />

a su prima con violetas / u otra flor,<br />

esperanzas tan concretas / cual dormir<br />

una noche entre sus tetas?”), pero, ade -<br />

más, en 1921 Leduc estuvo inscrito en<br />

Literatura Castellana, ma teria que el<br />

poeta de Jerez empezó a impartir ese<br />

año (murió al poco, no en noviembre,<br />

como recordaba Leduc, si no en junio,<br />

y no era el único en im partirla).<br />

La carrera universitaria de ambos só -<br />

lo pudo cruzarse en 1921. Leduc ingre -<br />

só a las aulas de la Preparatoria en<br />

1911, como oyente, a una clase de ma -<br />

temáticas, pero sus estudios formales


de bachillerato van de 1919 a 1925<br />

(andanzas, trabajo, primer matrimonio<br />

y dificultades económicas hicieron que<br />

de 1923 a 1925 aprobara materias re -<br />

zagadas); y cerró su trayectoria en oc -<br />

tubre de 1936, a casi dos años de<br />

vivir en Francia (luego de pasar de la<br />

carre ra de Economía a Derecho sin<br />

concluir la). López Velarde recibió su<br />

primer nombramiento en la Nacional<br />

Prepara toria con el “2º Curso de Lite -<br />

ratura” en 1914. Y las únicas dos ma -<br />

terias de literatura cursadas por Leduc<br />

son de 1921 (hay otras de lengua cas -<br />

tellana, además de latín, italiano, inglés<br />

y fran cés, pero no de literatura). La cla -<br />

se de López Velarde cuyo título figura<br />

en el certificado de Leduc se inicia en<br />

mar zo y termina en junio, con su muer -<br />

te, de manera que hay sólo cuatro me -<br />

ses para el encuentro. (Inimaginable que<br />

Leduc hubiera ido de oyente a alguna<br />

clase previa del zacatecano, con los de -<br />

beres y distracciones que tenía de sobra;<br />

de hecho, la mayor parte del tiempo<br />

parece haber estado inscrito en la Pre -<br />

paratoria Libre, modalidad creada en -<br />

tre 1917 y 1918 para resistir la política<br />

carrancista en torno a la Universidad<br />

e inicio de una lucha que desembocaría<br />

en la autonomía diez años más tarde.)<br />

Además de lo que sugiere la confe -<br />

rencia, una declaración de Leduc señala<br />

aquel contacto: “mire usted, López Ve -<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

larde fue mi maestro de literatura, y<br />

López Velarde decía que le debía mu -<br />

cho a Aguascalientes, que él se sentía de<br />

allá, porque allí hizo su bachillerato…”<br />

Sin embargo, hasta ahora es difí cil pro -<br />

barlo: tanto en la modalidad libre como<br />

en la convencional había dos cur sos de<br />

lengua y uno de literatura caste llanas,<br />

más uno de literatura “General”, pero<br />

no he hallado a Leduc en las actas de<br />

exámenes ni en las listas de inscripción<br />

de Castellana, como figura en su certificado,<br />

mientras que en el papeleo de<br />

López Velarde un día se escribe Len -<br />

gua y Literatura Castellana como una<br />

sola materia y otro como dos distintas,<br />

e incluso como Literatura Es pañola (así<br />

la recordaba Villaurrutia, que, a sus<br />

15 años y habiendo leído Zozobra, en<br />

compañía de Novo se aso maba por ahí<br />

para esperar a la salida de clase al pro -<br />

fesor). Habría posibilita do el encuentro<br />

una transferencia súbi ta del jerezano<br />

de la Facultad de Altos Estudios a la<br />

Nacional Preparatoria, de bida a dos<br />

causas: grupos saturados para esa ma -<br />

teria en la Preparatoria, y cero alumnos<br />

en Literatura Mexicana e Hispano-Ame -<br />

ricana, que tenía asignada en Altos<br />

Estudios. En su conferencia Leduc dice<br />

que las clases de López Velarde eran<br />

aburridas, según “la mayoría de sus jó -<br />

venes alumnos”. ¿No concordaba o no<br />

había sido testigo?<br />

9


10<br />

Por entonces, el autor jerezano goza -<br />

ba ya de cierta fama gracias a La sangre<br />

devota (1916) y Zozobra (1919);<br />

y su temprano éxito había llegado in -<br />

cluso a convertirlo en objeto de parodia<br />

en la revista estudiantil San-Ev-Ank<br />

(1918), fundada y dirigida por Luis En -<br />

rique Erro (y redactada en parte por<br />

algunos de quienes iban a ser los Con -<br />

temporáneos):<br />

Como los oradores pueblerinos<br />

a vosotras, también, gatas eclécticas,<br />

gala de mis destinos,<br />

llegan mis estrofas irrevocables.<br />

Usáis de la paciencia a cada paso,<br />

gatas anónimas y es cuando el “niño”<br />

con desprecio cursi pide un pedazo<br />

de salchicha o un beefsteak a la parrilla<br />

en bisoño pambazo…<br />

De modo que Leduc pudo haber vis -<br />

to en persona a López Velarde sa bien -<br />

do ya de sus libros, y haberlo oído en<br />

charla casual (no sólo en clase), pe ro<br />

el magisterio sería una combinación de<br />

la breve experiencia escolar, el im pac -<br />

to de la muerte de un profesor jo ven<br />

y famoso (sin siquiera concluir el curso),<br />

y la inmediata aparición en la revista<br />

El Maestro de “La Suave Pa tria” (más<br />

próxima a su temperamento que las dos<br />

primeras obras): “Oda a la ciudad”,<br />

de El aula…, muestra una temprana<br />

lectura del poema y, pese a lo dicho, ha -<br />

bría sido el prime ro de su autor leído<br />

por Leduc. La ex periencia de contacto,<br />

incluso precaria, se habría tornado<br />

relevante.<br />

Leduc no escribía crítica literaria y<br />

seguramente no pensó en publicar la<br />

conferencia, de la que se conservan dos<br />

versiones, una inconclusa y con introducción<br />

alusiva al contexto político y<br />

de guerra. Agradecemos a su hija Pa -<br />

tricia la autorización para publicar la<br />

versión acabada. El autor suprimió<br />

aquella página inicial; nosotros añadimos<br />

palabras suyas a manera de título.<br />

Ramón López Velarde:<br />

poeta de sol y de sombra<br />

RENATO LEDUC<br />

Un día —no recuerdo ya si claro o bru -<br />

moso—, un día del melancólico mes<br />

de noviembre del año 1921, los perso -<br />

najes más eminentes de la vieja Univer -<br />

sidad de México vistieron traje de luto<br />

para acompañar al cementerio los des -<br />

pojos de un joven catedrático de entre<br />

ellos que acababa de morir, angustiosamente,<br />

en el seno de la santa madre<br />

iglesia.<br />

El catedrático difunto, que en vida


se llamó Ramón López Velarde, había<br />

nacido treinta y tres años antes —en<br />

1888— en el corazón de la República<br />

Mexicana, en un pueblecito del Esta -<br />

do de Zacatecas, llamado Jerez, famo -<br />

so en todos aquellos contornos por la<br />

opulencia de sus rosales y por la hermo -<br />

sura cándida y fuerte de sus mujeres.<br />

El catedrático difunto había nacido<br />

y había crecido en la paz, mitad campesina,<br />

mitad pequeño-burguesa de que<br />

disfrutaba en México la clase media pro -<br />

vinciana de fines del siglo pasado y<br />

principios del presente.<br />

Hijo de una familia honesta, católica<br />

y tradicionalista; robusto de cuerpo<br />

y limpio y, en apariencia, un tanto sim -<br />

ple de espíritu —en alguno de sus poemas<br />

declara que era entonces “yo<br />

seminarista sin Baudelaire, sin rima y<br />

sin olfato”; robusto de cuerpo y limpio<br />

de corazón, Ramón López Velarde lle -<br />

gó a la adolescencia con el alma henchida<br />

ya por los gérmenes que más<br />

tarde, fermentando, habían de dar tan<br />

peculiar aroma a su poesía; llegó a la<br />

pubertad con el alma henchida de in -<br />

sondables dudas metafísicas y de graves<br />

crepúsculos cuaresmales y con la<br />

carne atenazada por impetuosas urgen -<br />

cias varoniles.<br />

“Eres un lampo —dice a una de sus<br />

amadas imaginarias—, eres un lampo<br />

ante las fauces lóbregas de mi apetito”.<br />

Y luego, más concretamente: “Yo era<br />

rapaz y Agueda que tejía mansa y per -<br />

severante en el sonoro / corredor, me<br />

causaba / calosfríos ignotos / (Creo que<br />

hasta le debo la costumbre —heroicamente<br />

insana de hablar solo).”<br />

Y el pobre adolescente, como por lo<br />

demás todos los pobres adolescentes<br />

de su época, tenía, en efecto, que con -<br />

formarse con hablar solo o, cuando más,<br />

con las piedras de la calle, porque la<br />

vida del México de aquellos días y, so -<br />

bre todo, la vida de la provincia mexi -<br />

cana de aquellos días, estrecha, mojigata<br />

y asustadiza, no le ofrecía ni podía ofre -<br />

cerle la amable medicina que, por lo<br />

11


12<br />

común, calma el género de ardor que<br />

padecen los adolescentes; pues sin la<br />

aquiescencia parroquial, sin el matrimonio<br />

—albur audaz— las decantadas<br />

doncellas provincianas, aquellas vírge -<br />

nes hoscas y suaves, detentoras de “se -<br />

xos como sañudos escorpiones” eran<br />

punto menos que inexpugnable para los<br />

jóvenes coetáneos de López Velarde.<br />

Pero mientras la generalidad de sus<br />

jóvenes coetáneos, de extracción ordi -<br />

naria, encontraban con más o menos<br />

facilidad el sucedáneo de la medicina<br />

susodicha en el alcohol, en el matrimo -<br />

nio prematuro, en la carambola a tres<br />

bandas o en los sórdidos lupanares del<br />

lugar, la sensibilidad mórbida de Ra -<br />

món, refrenada por una incurable timi -<br />

dez y por un gratuito sentido de culpa -<br />

bilidad ante el simple deseo, destilaba<br />

ya las estrofas quejumbrosas de La san -<br />

gre devota, su primer libro: “Ser una<br />

casta pequeñez…”<br />

O bien:<br />

¿Imaginas acaso<br />

mi amargura impotente?<br />

O la suplicante Epístola a su inolvi -<br />

dable Fuensanta:<br />

Yo no sé si estoy triste por el alma<br />

de mis fieles difuntos<br />

o porque nuestros mustios corazones<br />

nunca estarán sobre la tierra juntos.<br />

O el melancólico frenesí de:<br />

Y pensar que pudimos<br />

enlazar nuestras manos<br />

(…)<br />

Y pensar que pudimos<br />

en una onda secreta<br />

de embriaguez, deslizarnos,<br />

valsando un vals sin fin, por el planeta...<br />

Podemos creer que el arte —y con<br />

el arte la poesía— es un don de la di -<br />

vinidad; podemos decir que es un re -<br />

sultado o producto de fuerzas físicas,<br />

fisiológicas, psicológicas, sociales, eco -<br />

nómicas o, incluso, metereológicas; po -<br />

demos afirmar que la poesía es o debe<br />

ser la expresión de la razón pura o de<br />

la voluntad creadora o bien de los im -<br />

pulsos irreflexivos que bullen en la sub -<br />

conciencia. Puede uno tener sobre la<br />

poesía, como sobre todas las cosas de<br />

este mundo, una opinión modesta o pre -<br />

tenciosa, pero casi resulta obvio suponer<br />

que siendo la poesía una de tantas ma -<br />

nifestaciones de la personalidad huma -<br />

na, debe estar, forzosamente tiene que<br />

estar influida, entre otras cosas, por las<br />

condiciones de vida del individuo, como<br />

—perdóneseme lo sobado del símil— la<br />

nota musical está condicionada, entre<br />

otras cosas, por la calidad del instrumento<br />

que la emite.<br />

Y tampoco cabe dudar que, en las<br />

voces que el instrumento hombre emi -<br />

te, tiene mucho que ver el funcionamiento<br />

normal o irregular de las vís-


ceras, pues no reacciona lo mismo un<br />

hombre rebosante de salud que un hom -<br />

bre —poeta o no— que padece un dolor<br />

de muelas o que tiene el hígado congestionado.<br />

Ahora bien, resulta que en la primera<br />

década de este siglo en que, precisamen -<br />

te, Ramón López Velarde sufría los ine -<br />

ludibles ahogos de la pubertad, la vida<br />

de México estaba regida por la mano pa -<br />

ternal y ya suficientemente ca llosa o en -<br />

callecida del viejo dictador Porfirio Díaz.<br />

El viejo dictador había sido héroe<br />

de las guerras de Intervención y Refor -<br />

ma, había militado bajo el presidente<br />

Juárez en las filas del Partido Liberal<br />

que es tanto como decir que el viejo<br />

dictador era, si no precisamente enemigo<br />

personal de dios, sí, por lo menos,<br />

enemigo jurado de los ministros de dios<br />

sobre la Tierra.<br />

Pero es de sabios —reza el refrán—<br />

cambiar de opinión y tal vez por eso<br />

los dictadores de la América española<br />

han manifestado siempre una pasmosa<br />

facilidad para mudar de convicciones<br />

o, como dice gráficamente el pueblo de<br />

México, para voltear chaqueta.<br />

Por otra parte, los dictadores de la<br />

América española tienen, por lo común,<br />

un lado flaco: las mujeres o, si ustedes<br />

prefieren, la mujer, que a veces, cuan -<br />

do le da por colaborar con ellos, les re -<br />

sulta mujer fatal. (Parece que el ochen ta<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

por ciento de la incontestable fuerza po -<br />

lítica de Hitler le viene de que en sus de -<br />

cisiones nada tienen que ver las señoras.)<br />

Y así fue como por alguna de las dos<br />

razones apuntadas —señoras, cambio de<br />

chaqueta—, o por ambas a la vez, el an -<br />

tiguo perseguidor de curas permi tió que<br />

en las postrimerías de su gobier no los<br />

curas, abierta o solapadamente, dirigie -<br />

ran las conciencias de los mexicanos.<br />

Y como el clero católico conoce, des -<br />

de mucho tiempo antes que el doctor<br />

Goebels, los frutos que se recogen de<br />

una propaganda eficaz y no desaprovecha<br />

en un ápice las oportunidades que<br />

se le ofrecen, con la amable complicidad<br />

de las distinguidas damas del régimen,<br />

aprovechó admirablemente su posición<br />

para sembrar, en las ingenuas concien -<br />

cias que le estaban confiadas, un santo<br />

horror al pecado, advirtiendo que el pe -<br />

cado en aquellos días iba des de mirar<br />

al soslayo a una mujer hasta murmurar<br />

del gobierno y sus satélites.<br />

Y como, además, por aquellos días<br />

no se habían descubierto aun las mara -<br />

villosas propiedades terapéuticas de los<br />

arsenicales, el alma cándida y temero -<br />

sa de los jóvenes católicos de la época<br />

oscilaba como un péndulo entre el su -<br />

sodicho santo horror al pecado y al in -<br />

fierno y el horror, no menos santo pero<br />

mucho más concreto, a la sífilis y al<br />

hospital.<br />

13


14<br />

De manera es que conforme aquel<br />

adolescente salido del Seminario y nu -<br />

trido de Biblia y Teología —Ramón Ló -<br />

pez Velarde fue, parece, un estudiante<br />

de teología fracasado— se iba haciendo<br />

hombre; conforme aquel adolescente<br />

que llevaba “un encono de hormigas en<br />

las venas voraces” iba acrecentando<br />

su “experiencia licenciosa y fúnebre”<br />

el conflicto entre su “sangre briosa” y<br />

su “conciencia mojada por el hisopo”<br />

se iba haciendo más y más dramático<br />

y el deseo, poderoso pero refrenado o<br />

mal satisfecho, le iba volviendo la voz<br />

más ronca, más opaca y más entrecor -<br />

tada y desde entonces sus poemas tras -<br />

cienden un erotismo fúnebre, a veces<br />

macabro, gemelo del de Baudelaire;<br />

y si no, oídlo:<br />

No soy más que una nave de parroquia<br />

en penuria,<br />

nave en que se celebran eternos funerales…<br />

*<br />

Soy el mendigo cósmico y mi inopia es<br />

la suma<br />

de todos los voraces ayunos pordioseros<br />

(...)<br />

Prosigue descubriendo mi pupila famélica<br />

más panes y más lindas mujeres...<br />

*<br />

Mi única virtud es sentirme desollado<br />

en el templo y en la calle, en la alcoba<br />

y en el prado.<br />

*<br />

Para volar a ti le dio su vuelo<br />

el Espíritu Santo a mi esqueleto.<br />

Y así por el estilo, como un campo -<br />

santo, toda su poesía está sembrada<br />

de estas cruces y estelas funerarias.<br />

To da su poesía está iluminada por la<br />

luz ce nicienta de los relámpagos que<br />

produce el choque continuo de las<br />

electricidades contrarias que sacudían<br />

dolorosamente a este espíritu raro y<br />

tenebroso.<br />

Xavier Villaurrutia, el más atento de<br />

sus comentadores y el que indudablemente<br />

lo ha entendido mejor, dice de<br />

López Velarde: “Bien pronto se dio<br />

cuenta de que en su mundo interior se<br />

abrazaban en una lucha incesante, en<br />

un conflicto evidente, dos vidas enemi -<br />

gas, y con ellas, dos aspiraciones extre -


mas que imantándolo con igual fuerza<br />

lo ponían fuera de sí.<br />

”Con una lucidez magnífica, comprendió<br />

que su vida eran dos vidas. Y<br />

esta aguda conciencia, an te la fuerza<br />

misma de las vidas opuestas que dentro<br />

de él se agitaban, fue lo bastante<br />

clara para dejarlas convivir y, por fortuna,<br />

no lo llevó a la mutilación de una<br />

de ellas a fin de lograr, como lo hizo<br />

Amado Nervo, una coherencia simplis -<br />

ta y, al fin de cuentas, una serenidad<br />

vacía.”<br />

Y más adelante, en su sagaz estudio<br />

sobre López Velarde, nos explica<br />

Villaurrutia cómo este poeta (que, se -<br />

gún confesión propia, nada pudo enten -<br />

der ni sentir sino a través de la mujer),<br />

sin renunciar a su religiosidad ni a su<br />

erotismo, logró al fin conciliarlos me -<br />

diante la fórmula dichosa de los paraí -<br />

sos mahometanos, cuando nos refiere<br />

que “gasto mis talentos en la lucha de<br />

la Arabia feliz con Galilea”, o cuando<br />

declara que es<br />

…árabe sin cuitas<br />

que siempre está de vuelta de la cruel<br />

continencia<br />

del desierto y que en medio de un júbilo<br />

de huríes,<br />

las halla a todas bellas y a todas favoritas.<br />

Como Góngora, que es sin duda su<br />

muy próximo ancestro poético, Ramón<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

López Velarde es poeta de luz y de<br />

sombra o, para valernos de un símil<br />

de tauromaquia, es poeta de sol y de<br />

sombra. Como Góngora, tiene un as -<br />

pecto claro y soleado. Como un circo<br />

taurino, tiene un tendido de sol al al -<br />

cance de todas las fortunas, que es el<br />

que sus imitadores han invadido y han<br />

difundido a tal punto que, a estas ho -<br />

ras, López Velarde es en México lo que<br />

seguramente jamás imaginó ni pretendió<br />

ser: un poeta popular. Esta sección<br />

accesible y clara de su obra la constituyen<br />

particularmente sus cantos fervorosos<br />

a la provincia, tema o motivo<br />

que, como lo hace notar don Federico<br />

de Onís, se extiende a veces hasta abar -<br />

car la patria mexicana. López Velar de<br />

es ya un poeta popular e, incluso, no ha<br />

faltado quien descubra profecías políticas<br />

o programas económicos a seguir<br />

en ciertos y determinados pasajes de su<br />

obra, tales como el famoso dístico de<br />

La suave Patria:<br />

El Niño Dios te escrituró un establo<br />

y los veneros de petróleo el diablo.<br />

Pero seguramente no será esta par -<br />

te de su obra, en la que los mexicanos<br />

hemos querido ver la expresión del alma<br />

nacional, la que un día quizá coloque<br />

su poesía al lado de la poesía universal,<br />

torturada y desoladoramente huma -<br />

na de Baudelaire.<br />

15


16<br />

Pero decía yo antes, Ramón López<br />

Velarde ofrece también un tendido de<br />

sombra al que no entra todo mundo;<br />

Ramón López Velarde tiene también<br />

una vertiente escarpada, abstrusa y por<br />

momentos estrafalaria que lectores po -<br />

co atentos le perdonan como una hu -<br />

morada y por la que pasan como sobre<br />

ascuas. Y a quienes logran penetrar allí,<br />

al tendido de sombra, el poeta ofrece<br />

un espectáculo bizarro, mitad orgía mi -<br />

tad misa negra de una tenebrosa y sin -<br />

gular belleza.<br />

En el prólogo de una pequeña edición<br />

de las Soledades, Antonio Marichalar,<br />

si mal no recuerdo, explica la creación<br />

del lenguaje gongorino como la necesidad,<br />

en determinadas épocas y en de -<br />

terminados medios, de comunicar o<br />

expresar ideas o sentimientos cuya di -<br />

fusión se juzga peligrosa o inconvenien -<br />

te; la necesidad de expresar, por medio<br />

de metáforas o alegorías más o menos<br />

oscuras, aquellas cosas que por decen -<br />

cia, temor u otra consideración análoga,<br />

no es permitido llamar por sus nombres.<br />

Necesidad en cierto modo semejante<br />

a la que ha dado origen así al lenguaje<br />

esotérico de ciertas religiones como<br />

el argot o jerigonza, caló o slang de los<br />

merceros, truhanes, gitanos, pordiose -<br />

ros, gangsters y demás clases peligrosas<br />

de la sociedad.<br />

Xavier Villaurrutia, a quien antes ci -<br />

té, se pregunta si la oscuridad de ex -<br />

presión de López Velarde fue voluntad<br />

de exactitud o simple deseo de singularizarse;<br />

si las metáforas de su poesía<br />

son rebuscadas o inevitables.<br />

Tal vez haya lo uno y lo otro. Tal vez<br />

para aquel espíritu impregnado de la<br />

suntuosa liturgia eclesiástica era co -<br />

rriente e inevitable esa manera, digamos<br />

ornamental, de expresar los sentimientos<br />

más inconsútiles.<br />

Tal vez ese espíritu que nunca perdió<br />

su limpia candidez aldeana em -<br />

pleaba, sin quererlo, el ingenuo y un<br />

poco atolondrado truco que todos he -<br />

mos empleado cuando, adolescentes,<br />

intentábamos seducir a la primera no -<br />

via hablándole de la luna y de las<br />

estrellas. Tal vez el horror de López<br />

Velarde al lugar común y la metáfora<br />

gastada venía sencillamente de que no<br />

olvidó nunca aquella breve y aguda<br />

lección de Juan Ramón Jiménez que<br />

reza: el primero que dijo que las perlas<br />

eran lágrimas fue un genio y el<br />

último que lo repite es un idiota. O tal<br />

vez, como ocurre frecuentemente, no<br />

se trata en este caso tanto de la oscuridad<br />

del artista cuanto de la miopía o<br />

descuido de los espectadores, pues re -<br />

sulta que muchos de sus adjetivos —que<br />

según alguno de sus panegiristas ten -<br />

drían “coroza y vela verde en un auto


de fe”— resultan, examinados de cer -<br />

ca, de una pasmosa precisión. Por<br />

ejemplo: estamos acostumbrados a oír<br />

decir de la humanidad —con inicial ma -<br />

yúscula o minúscula— que es buena,<br />

mala, feliz, desdichada, perecedera, in -<br />

mortal, divina y, hasta humana; pero<br />

de pronto abrimos un libro de López<br />

Velarde y nos encontramos allí una hu -<br />

manidad giratoria, y este calificativo,<br />

para la humanidad, nos parece absurdo<br />

pero gracioso, y cerramos los ojos y<br />

vemos una multitud de hombrecillos que<br />

giran como peonzas o trompos de colo -<br />

res. Y la imagen chusca nos hace sonreír<br />

y estamos ya a punto de perdonar<br />

al poeta la bizarría de su imaginación,<br />

cuando caemos en la cuenta de que la<br />

humanidad —con mayúscula o sin ella—<br />

ha vivido y vive y está condenada a vi -<br />

vir sobre la faz de la Tierra —planeta<br />

doblemente giratorio— y que, por lo<br />

tanto, la humanidad podrá corregirse<br />

o empeorar, podrá reír o llorar, podrá<br />

vivificarse o perecer, pero mientras no<br />

cambie de planeta estará condenada a<br />

girar por los siglos de los siglos y, por<br />

consiguiente, la única calidad o cualidad<br />

imprescriptible de la humanidad es su<br />

calidad o cualidad giratoria.<br />

El adjetivo, la metáfora, la alegoría<br />

velardeana podrán ser rebuscados e<br />

inevitables, su poesía podrá ser barro -<br />

ca, ininteligible y aun absurda, pero en<br />

todo caso es de una plasticidad casi tan -<br />

gible y de un poder de sugerencia que<br />

es muy difícil superar.<br />

Señores y señoras: sé del amor que<br />

en este país, los Estados Unidos, se tie -<br />

ne a las estadísticas, incluso a las es -<br />

tadísticas poéticas; el dato preciso, y<br />

hubiera querido dar a ustedes pormenores<br />

más concretos, más exactos, más<br />

precisos acerca de la vida y de la obra<br />

de este poeta que es, a no dudarlo, el<br />

más fino y el más hondo de los poetas<br />

mexicanos del presente siglo. Quisiera<br />

decir a ustedes, por ejemplo, el nombre<br />

del cura que lo bautizó y la hora exacta<br />

17


18<br />

de su muerte; quisiera decir a ustedes<br />

el tiro de cada una de las ediciones de<br />

sus libros y el número de ejemplares<br />

vendidos; quisiera decirles la marca y<br />

el precio de los amplios sombreros ne -<br />

gros que usaba y, aunque no estoy se -<br />

guro de que en Wall Street se cotice<br />

el viejo doblón español, quisiera decir<br />

a ustedes el equivalente en dólares de<br />

los doblones a que alude en su poema<br />

dístico a Tórtola Valencia, pero des -<br />

graciadamente hace años ando rodando<br />

por el mundo, desconectado de mi<br />

país y el recuerdo de Ramón López Ve -<br />

larde se me ha vuelto un recuerdo rigu -<br />

rosamente poético, esto es, nebuloso,<br />

flotante y ya muy deshilvanado.<br />

Sólo puedo decirles que era catedrá -<br />

tico de literatura en la Escuela Nacional<br />

Preparatoria de México, que la mayoría<br />

de sus jóvenes alumnos se quejaban de<br />

que su tono divagado y ausente hacía<br />

sus clases muy aburridas. Escribió tres<br />

libros de poemas: La sangre devota, Zo -<br />

zobra y El son del corazón, este último<br />

publicado después de su muerte.<br />

Escribió, además, una serie de peque -<br />

ños ensayos que publicó con el nombre<br />

de Minutero, cuyo tono recuerda,<br />

por momentos, a Baltazar Gracián.<br />

Y, coincidencia curiosa, dos de sus<br />

poemas llevan por título sendas cifras.<br />

Uno de los más inquietantes poemas<br />

de Zozobra se llama “Día 13”, día al<br />

que él llama “temerosa fecha” y Ramón<br />

López Velarde murió el 13 de noviem -<br />

bre. Uno de los poemas de El son del<br />

corazón se llama “Treinta y tres” y en<br />

él dice: “No tengo miedo de morir, /<br />

porque probé de todo un poco…” * Aho -<br />

ra bien, Ramón López Velarde murió<br />

exactamente cuando tenía 33 años y,<br />

para fortuna suya y de su poesía, dudo<br />

mucho que haya probado de todo un<br />

poco.<br />

Nueva York, nov. 1941<br />

* Por hallarse Renato Leduc en el ex tran -<br />

jero, es probable que citara de memoria los<br />

versos de López Velarde, como parece que<br />

ocurre a lo largo de la conferencia. Pero tam -<br />

bién es posible que la transcripción fuese la<br />

causante de los yerros. Aquí, como es evidente,<br />

los versos referidos no corresponden<br />

a “Treinta y tres” sino a “Gavota”. De todos<br />

modos, las lagunas o los equívocos han sido<br />

subsanados. (N. del E.)


La memoria inconforme<br />

LUIS VICENTE DE AGUINAGA<br />

Casi tan original como inventar el agua<br />

tibia es proclamar que todo lector de<br />

poesía es, en tanto sujeto, el espacio<br />

donde se dan cita, enriqueciéndose, un<br />

texto leído en el presente y muchos<br />

otros leídos —recordados, oídos, com -<br />

prendidos— en el pasado. No hacen<br />

otra cosa, en realidad, los aficionados<br />

a la música, la pintura o el cine: per -<br />

cibir, en la obra que se oye o se ve,<br />

no sólo un tema ya expresado en por<br />

lo menos otra obra, sino igualmente una<br />

técnica, un ritmo y una tonalidad emo -<br />

cional que, aunque indispensables para<br />

entender la obra en cuestión, proceden<br />

o se asemejan a los de obras anterio -<br />

res. Esto, que por lo tanto es aplicable<br />

a cualquier experiencia de recepción<br />

artística, le da sustento y razón de ser<br />

a toda tradición. Las tradiciones, en con -<br />

secuencia, son fenómenos que, nutridos<br />

en la comunidad, incluso en la co lec -<br />

tividad, sólo adquieren forma cuando<br />

acceden a una subjetividad y, al acce -<br />

der a ella, colaboran en su plural e in -<br />

cansable configuración.<br />

Circunstancia personal y tradición<br />

colectiva, en este sentido, al reconocer -<br />

se como polos de una misma esfera,<br />

posibilitan la tensión interior de toda<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

identidad, que va de lo uno a lo diverso<br />

de la misma forma que un lector de<br />

poemas oye, mientras lee un poema,<br />

las voces de otros poetas, y deja inclu -<br />

so el poemario que leía en un principio<br />

con tal ir en busca de aquellos libros<br />

en que le parece recordar que había<br />

escuchado resonancias anticipadas del<br />

presente. Leer poesía es, por ello, ex -<br />

ponerse a una tormenta de premonicio -<br />

nes, a un flujo de intuiciones que se<br />

verán confirmadas o descartadas en<br />

cuanto el poema de referencia llegue<br />

o no a saberse reconocido en la biblio -<br />

teca de quien está leyéndolo. Desde<br />

luego, no tiene sentido afirmar que se -<br />

mejante vaivén de un texto a otro sea ex -<br />

clusivo de la lírica, o sea de su lectura,<br />

pero es un hecho que la poesía, más que<br />

ninguna otra especie literaria, exige ser<br />

leída frase por frase, verso por verso,<br />

sílaba por sílaba, de modo que su cono -<br />

cimiento implica recorridos más breves<br />

y pausas más frecuentes que, por ejem -<br />

plo, el de un párrafo de nove la, un ar -<br />

tículo de prensa o una escena dramática.<br />

En esas pausas caben, a manera de reme -<br />

moraciones casi siem pre involuntarias,<br />

galaxias enteras de poemas vagamente<br />

recordados o perfectamente conocidos.<br />

En las notas que siguen he que -<br />

rido reproducir mi experiencia como<br />

lector de cuatro poetas mexicanos. No<br />

intento cerrar un círculo de poetas “im -<br />

19


20<br />

portantes” ni busco postular a mis favo -<br />

ritos. Tampoco aspiro a recorrer sus<br />

obras exhaustivamente —no aquí, en to -<br />

do caso— ni a fijar sus versos con alfi -<br />

leres, como harían ciertos aspirantes a<br />

entomólogos. Ya que no puedo ver en<br />

sus poemas otra cosa que la reacción<br />

que han suscitado en mí, en consecuen -<br />

cia tampoco logro hacer de mis apun -<br />

tes a propósito de sus libros otra cosa<br />

que la materialización de una lectura<br />

en episodios: la lectura o inspección<br />

que hago de mi propia conciencia poé -<br />

tica, de mis dudas y convicciones, de<br />

mis fidelidades y cambios de bandera,<br />

siempre que tal cosa pueda existir en<br />

un lector no como un sucedáneo de la<br />

conciencia poética del autor leído, sino<br />

como una modalidad autónoma de pen -<br />

samiento.<br />

Leyendo a David Huerta, Raúl<br />

Bañuelos, Jorge Esquinca y Javier Sici -<br />

lia (quiero decir: leyéndolos por escri -<br />

to) me parece ver cómo se acentúa en<br />

cada uno de los cuatro alguna opera -<br />

ción o facultad específica. En la poesía<br />

de Huerta el acento recae, por así de -<br />

cirlo, en el plano sensorial más arcai -<br />

co de toda percepción, de modo que<br />

sus poemas van apareciendo ante quien<br />

los lee bajo una luz como de irraciona -<br />

lismo caótico. Ninguna figura le resulta<br />

más propia que la sinestesia. La<br />

poesía de Bañuelos, en cambio, parece<br />

gobernada por el retruécano: sus poemas<br />

tienden a ordenarse alrededor de<br />

un punto de flexión o articulación rítmica<br />

entre la observación directa de la<br />

realidad y la expresión conceptual abs -<br />

tracta. Esquinca, más que decir o can -<br />

tar, parece orar: en su obra la poesía<br />

toma la forma de un sistema de creen -<br />

cias, casi la de una religión, y se diría<br />

que su propósito es la restauración de<br />

los antiguos ritos órficos. Por ello mis -<br />

mo es importante notar cómo, a lo largo<br />

de los años, Esquinca ha ido ejercien -<br />

do, en sus propios poemas, cada vez<br />

más la función del oferente, del que<br />

presenta una ofrenda, y cada vez me -<br />

nos la del sacerdote o custodio. Y el más<br />

aparentemente religioso de los cuatro,<br />

Sicilia, es el que más energía invierte<br />

no en mostrarse inspirado ni absorto<br />

ni arrobado, sino en componer sus poe -<br />

mas como un testimonio de lucidez,<br />

dialogando con otros poemas, modernos<br />

y antiguos. Sicilia practica una poe -<br />

sía en permanente reelaboración: la<br />

concibe como una escucha que, si bien<br />

parece anteceder a la expresión pro pia -<br />

mente dicha, sólo puede cobrar forma<br />

conforme se va escribiendo el poema.<br />

DAVID HUERTA: “QUE LA MANO SE ABRA”<br />

De vez en cuando los poetas identifican<br />

a sus maestros con determinado na -


hual o animal totémico, atribuyéndole<br />

sus principales características o ambiciones.<br />

José Ángel Valente, por ejemplo,<br />

solía vincular a José Lezama Lima con<br />

el pulpo, expansivo y moroso, ávido de<br />

abrazar. Otras veces los periodistas cul -<br />

turales invitan a los escritores a formar<br />

equipos con sus pares a imagen y seme -<br />

janza de ciertas escuadras de futbol,<br />

de donde malamente resulta que sor<br />

Juana, tan buena defendiéndose como<br />

atacando, hábil y atenta, sería el mejor<br />

diez que pudiera imaginarse, o que Al -<br />

fonso Reyes no desentonaría en el rol<br />

erguido y desenvuelto, pero no irres -<br />

ponsable, de un Franz Beckenbauer<br />

literario. No podrían faltar los editores,<br />

agentes y propagandistas, que hace más<br />

de trescientos años hacían de Góngo -<br />

ra un Homero español y de Quevedo<br />

un Heráclito cristiano (por no hablar<br />

de Cervantes, que llegó a referirse a una<br />

de sus obras como si fuera la de un<br />

“Ovidio español”).<br />

Yo, por mi parte, juego en ocasiones<br />

a establecer lazos entre algunos poetas<br />

y ciertas frases anónimas y usuales,<br />

ya sancionadas por el idioma, en consideración<br />

de lo que tales frases repre -<br />

sentan para los hablantes y también,<br />

por supuesto, de lo que tales poetas re -<br />

presentan para mí como lector suyo.<br />

En este sentido, relaciono a Ramón Ló -<br />

pez Velarde con la expresión con todo<br />

DAVID HUERTA<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

gusto y a José Gorostiza con hecho y<br />

derecho. Frases hechas, como poetas,<br />

hay para todos los gustos, y tan descabe -<br />

llado y temerario es pedir a los poetas<br />

que se adapten al gusto de sus lectores<br />

como esperar de las frases que se re -<br />

formulen espontáneamente según las<br />

expectativas del hablante. La expresión<br />

con la que yo suelo asociar a David<br />

Huerta es manojo de nervios.<br />

Así los nervios de la vista y el oído<br />

como los del gusto y el olfato, pero so -<br />

bre todo las innumerables terminales<br />

nerviosas del tacto, se organizan en ver -<br />

daderos manojos a lo largo de la poe -<br />

21


22<br />

sía de Huerta. Cada uno de sus poemas,<br />

a decir verdad, funciona como un órga -<br />

no del tacto, y cada una de sus pala -<br />

bras actúa como una suerte de ventosa<br />

o papila sensible a lo rugoso, a lo liso, a<br />

lo poroso, a lo seco, a lo húmedo, a lo<br />

frío, a lo caliente de la realidad. El tac -<br />

to es, desde luego, un asunto de la piel,<br />

de la piel viva, cuya profundidad —si<br />

se me permite parafrasear a Eduardo<br />

Lizalde— no está sino en la superficie.<br />

Obsérvese, por si lo anterior fuera po -<br />

co, cómo se habla de un manojo de ner -<br />

vios en “Conjuro desde septiembre”,<br />

poema de La calle blanca (libro de<br />

Huerta publicado en 2006):<br />

Que la mano se abra hacia el espejo del<br />

sueño<br />

Que el ojo se cierre hacia el manojo de<br />

los nervios<br />

Que la espalda se suavice en el reposo<br />

cristalino<br />

Que la boca se distienda bajo la electricidad<br />

de la noche<br />

Que el cuello se afloje en la flor del<br />

reposo<br />

Que la nariz se eleve en el perfume<br />

blanco del día<br />

Que la pierna se alargue detrás del<br />

magnetismo del viaje<br />

Que el pubis se encienda en el terciopelo<br />

del abrazo<br />

Que la cadera se curve en el esplendor<br />

de la brisa<br />

Que la oreja se despierte bajo el tintineo<br />

del contacto<br />

Que el pelo se derrame desde el muro<br />

del cráneo<br />

Que el pecho se ilumine entre las astillas<br />

del grito<br />

Que el hombro se duerma ante la huella<br />

del neblí<br />

Que el pie se extravíe entre las magias<br />

del tiempo<br />

Que la garganta se oscurezca con la sílaba<br />

del espacio<br />

Meticulosa travesía del cuerpo, la<br />

poesía de Huerta es notoriamente acu -<br />

mulativa y enumerativa. Las percepcio -<br />

nes la guían (si bien los datos del tacto<br />

más elemental, insisto, la guían por en -<br />

cima del resto de percepciones) y toda<br />

percepción es acumulativa. La sofisticación<br />

del tacto es, al mismo tiempo,<br />

su vastedad, su amplitud, ya que ningún<br />

roce, ninguna pulsación es concluyen -<br />

te ni excluyente con respecto al roce,<br />

a la pulsación inmediatamente anterior.<br />

Desde sus primeros libros, David Huer -<br />

ta sabe muy bien que no está compitiendo<br />

en una carrera ni siguiendo un<br />

camino, sino buscando repetir una cari -<br />

cia y, al hacerlo, reproducir un es tre -<br />

mecimiento.<br />

RAÚL BAÑUELOS:<br />

TARDANZA DE NOMBRAR LO DICHO<br />

Alguna vez oí decir que hay dos tipos<br />

de artistas: los que tienen vocación de<br />

maestros y los que tienen vocación de dis -


cípulos. Con el tiempo entendí que se -<br />

mejante disyuntiva era falsa, pues todo<br />

artista con vocación de maestro ha si -<br />

do primeramente un discípulo agrade -<br />

cido. Yo diría más bien que, si de verdad<br />

hay dos tipos de artistas, unos tienen<br />

vocación de maestros y otros, con to -<br />

da sencillez, no la tienen. Y es proba -<br />

ble que Antonio Machado sea el mejor<br />

ejemplo moderno de poeta-maestro en<br />

lengua española: vivo, fue maestro de<br />

niños y adolescentes vocingleros y aca -<br />

so un tanto desaprensivos, y muerto lo<br />

ha sido de varias generaciones de poe -<br />

tas, y tanto fue lo que buscó él mismo<br />

ser discípulo de alguien que terminó in -<br />

ventando a su maestro, Juan de Mairena.<br />

Sería inapropiado referirse aquí a<br />

la devoción magisterial de Raúl Bañue -<br />

los. Baste adelantar que sus poemas<br />

tienen, dada su disposición constructi -<br />

va, una calidad ejemplar (o sea peda -<br />

gógica) innegable. Y si digo ejemplar<br />

es porque me interesa referirme al em -<br />

pleo que Bañuelos, notable observador<br />

de los fenómenos más humildes, hace de<br />

la realidad cotidiana en sus poemas.<br />

Cuando, por ejemplo, Bañuelos obser -<br />

va el vuelo de un colibrí, o cuando se<br />

ve a sí mismo dar unos pasos en la ca -<br />

lle, o cuando mira el “montón de pie -<br />

dras” que ha ido formando al filo de<br />

sus viajes y caminatas, invariablemente<br />

se pregunta qué aprendizaje que dará<br />

RAÚL BAÑUELOS<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

por extraer de andanzas, pájaros y<br />

piedras.<br />

Ahora bien, por el solo hecho de<br />

que semejante aprendizaje sea, para<br />

Bañuelos, posible, se intuye que un an -<br />

tes y un después delimitan el pasado<br />

y ensanchan el porvenir de las pala -<br />

bras que desembocan en sus poemas.<br />

No hay aprendizaje sin cambio ni hay<br />

cambio sin transcurso, por lo que sólo<br />

es dable conocer y transformarse ca -<br />

23


24<br />

yendo en la cuenta del paso del tiempo<br />

y, con él, de una tardanza que no<br />

por enigmática es menos palpable:<br />

Porque las palabras no son las cosas<br />

te tardas en nombrar lo dicho<br />

te tardas en hacer lo hecho<br />

te tardas en tardar lo ido<br />

A propósito de Juan de Mairena, el<br />

profundo y simpático personaje y al -<br />

ter ego de Antonio Machado, es oportuno<br />

recordar un fragmento de su libro.<br />

Al comenzar el capítulo XLIX, dice de<br />

Mairena un periodista tan apócrifo co -<br />

mo él: “El señor de Mairena lleva siem -<br />

pre su reloj con veinticuatro horas justas<br />

de retraso. De este modo ha resuelto el<br />

difícil problema de vivir en el pasado y<br />

poder acudir con puntualidad, cuando<br />

le conviene, a toda cita. Sin embargo,<br />

como es un hombre un tanto desmemo -<br />

riado, cuando oye sonar las doce en el<br />

silencio de la noche, consulta su reloj<br />

y exclama: ¡Qué casuali dad! También<br />

las doce. Pero después añade sonrien -<br />

te: Claro es que las mías son las de<br />

ayer.”<br />

Se trata, por supuesto, del mismo<br />

Juan de Mairena que habría definido<br />

la poesía como “palabra en el tiempo”<br />

y “diálogo del hombre, de un hombre<br />

con su tiempo”. Y es útil recordar que<br />

Mairena, profesor de gimnasia y retóri -<br />

ca, no habla de la poesía en términos<br />

abstractos: para él escritura y enseñan -<br />

za, creación y educación van de la mano,<br />

y “el deber de un maestro de Poética<br />

consiste en enseñar a sus alumnos a<br />

reforzar la temporalidad de su verso”.<br />

Todo esto, si puedo introducir aquí una<br />

breve nota personal, yo tengo la sensa -<br />

ción de oírlo siempre con la voz de Raúl<br />

Bañuelos. Lector entusiasta de Macha -<br />

do y partidario activo de sus ideas es -<br />

téticas, Bañuelos entiende que la poesía<br />

es no sólo una frecuencia emocional<br />

de particular intensidad, una mirada y<br />

una fe, sino ante todo la conjunción del<br />

tacto y el oído en la constancia más ar -<br />

caica de la naturaleza: la constancia del<br />

ritmo.<br />

El ritmo precede a la realidad y la<br />

rebasa. No sólo está en el mundo des -<br />

de antes que nadie: también es anterior<br />

al mundo y está en el origen de<br />

su existir. Aquí seguirá estando cuando<br />

todo, incluso la tierra misma, sea<br />

polvo nuevamente. De haber fortuna,<br />

un día ese ritmo animará una garganta<br />

individual y hará que profiera soni -<br />

dos que lo signifiquen todo:<br />

Hay palabras que dicen<br />

más de lo que tú podrías decir<br />

con ellas…<br />

Las “veinticuatro horas justas de re -<br />

traso” del reloj de Mairena constituyen<br />

un día de anacronismo con respecto a


las novedades periodísticas y noticio -<br />

sas, pero también un día de ventaja<br />

con respecto a la historia. El poema se<br />

hace “temporal” cuando no sólo se pro -<br />

yecta en dirección del porvenir, sino<br />

hacia el fondo de la memoria y la ex -<br />

periencia:<br />

He limpiado de limo la pila de agua<br />

cuando empezaba a ser más limo<br />

que agua en la pila.<br />

Poeta y maestro de poesía, en el<br />

sentido más práctico y afectuoso de la<br />

palabra maestro y en el sentido más no -<br />

ble de la palabra poeta, o al revés, Raúl<br />

Bañuelos puede reivindicar con toda<br />

serenidad la herencia de Juan de Mai -<br />

rena. Una multitud está con él: es la<br />

familia enorme de sus propios maestros<br />

y discípulos.<br />

JORGE ESQUINCA:<br />

INSPIRACIÓN Y RESPIRACIÓN<br />

Con asombrosa nitidez, en la poesía de<br />

Jorge Esquinca se dan cita dos tradiciones<br />

decisivas para la conformación<br />

del oficio lírico mediterráneo (al cual<br />

me refiero con este nombre para des -<br />

vincularlo de toda fantasmagoría más<br />

o menos occidental, o sea eurocéntrica,<br />

por inoperante y hasta enojosa en<br />

el contexto al que aludo). Pienso, por<br />

un lado, en el acervo estético y espiri -<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

tual de la religión órfica y, por el otro,<br />

en la escuela trovadoresca y su particu -<br />

lar concepción del poema como entidad<br />

orgánica, del poeta como individuo en<br />

trance de liberación o toma de concien -<br />

cia y de los temas, formas y figuras<br />

como partes de un repertorio vivo que<br />

aspira incansablemente a su propia co -<br />

herencia. No ignoro que la poética tro -<br />

vadoresca es, en buena medida, un<br />

avatar del culto a Orfeo, y reconozco<br />

desde luego que muchos otros poetas<br />

de lengua española son, cada uno a su<br />

modo, herederos muy meritorios de<br />

ambas corrientes. Me importa destacar<br />

tan sólo en qué medida en Esquinca<br />

esta filiación se presenta como una vo -<br />

luntad, es decir: como un deseo explí -<br />

cito y un esfuerzo manifiesto.<br />

Ya en su primer libro, La noche en<br />

blanco (1982), Esquinca decidió poner<br />

bajo la protección de Rilke una serie<br />

de poemas de alto refinamiento, lindantes<br />

incluso con cierto preciosismo,<br />

cuyo tema principal era la llegada del<br />

amanecer en el cuarto de los amantes,<br />

quienes deploran el comienzo del día<br />

porque señala el fin de la complicidad<br />

nocturna. Todo lector más o menos fa -<br />

miliarizado con la poesía moderna reco -<br />

nocerá en Rilke al mayor exponente<br />

del orfismo en la poesía del siglo XX y<br />

en el tópico del amanecer la principal<br />

característica del alba (llamada también<br />

25


JORGE ESQUINCA<br />

26<br />

albada o alborada) de los trovadores<br />

occitanos. En el mismo sentido, en<br />

Alianza de los reinos (1988), la figura<br />

del enamorado que vela el sueño de su<br />

amada se transforma en la del caballe -<br />

ro que vela sus armas en la noche que<br />

antecede a la batalla. Pero el motivo<br />

que más intensa y claramente ilustra la<br />

confluencia de ambas tradiciones, la ór -<br />

fica y la trovadoresca, es el de la mucha -<br />

cha que, si bien es una joven hermosa<br />

y más bien precoz, también es la virgen<br />

María y, por lo tanto, la diosa madre,<br />

cuando no la madre sin más, la madre<br />

del propio Esquinca, en poemas tan<br />

bellos como “Muchacha en la playa<br />

junto a una palmera”, recogido en El<br />

cardo en la voz (1991), o “Consola -<br />

ment”, de Vena cava (2002).<br />

El título mismo de “Consolament”<br />

ya es de por sí una huella cultural que<br />

sería negligente pasar por alto. Se sabe<br />

que consolament era el nombre del sa -<br />

cramento universal —bautismo, comu -<br />

nión, ordenación y extremaunción,<br />

según el caso— administrado en la re -<br />

ligión cátara, indisociable a su vez del<br />

espíritu de los trovadores. Esquinca<br />

da ese título a una conmovedora ele -<br />

gía por la muerte de su madre, poema<br />

que anuncia por añadidura una espe -<br />

cie de segunda juventud o cambio de<br />

piel en sus libros. El poeta delicado,<br />

culto y perfeccionista, partidario de la<br />

tersura y la continuidad expresiva,<br />

llega en Isla de las manos reunidas<br />

(1997) a una especie de frontera o,<br />

más aún, de cornisa o acantilado, y to -<br />

ma la valiente decisión de arrojarse al<br />

vacío.<br />

Además de Vena cava, los poema -<br />

rios Uccello (2005) y Descripción de<br />

un brillo azul cobalto (2008) articulan<br />

ese arrojo, ese vacío y ese vuelo de<br />

rejuvenecimiento. Puede temerse que<br />

Uccello sea una inmersión en el sinsen -<br />

tido pero en realidad es un desmontaje<br />

del sentido. Por su parte, Descripción<br />

de un brillo azul cobalto es una recom -


posición de la identidad personal a par -<br />

tir de la muerte del padre y a través de<br />

una doble memoria: la memoria de la<br />

infancia y la memoria de la poesía. Ner -<br />

val y Rilke (Rilke, una vez más) guían<br />

a Esquinca por las carreteras mexica -<br />

nas de hace medio siglo tras el rastro<br />

de un Vauxhall azul, tan azul como un<br />

paisaje de agaves o un cielo sin fisuras<br />

atravesado por el avión de Charles<br />

Lindbergh.<br />

La desconcertante mascota con que<br />

Nerval recorría las calles de París al<br />

final de su vida, una langosta, se trans -<br />

forma en cangrejo —el cáncer o la<br />

constelación del mismo nombre— en<br />

Descripción de un brillo azul cobalto.<br />

El poemario estructura las etapas de<br />

un mismo sueño y de una misma cami -<br />

nata, o sea de una misma experiencia<br />

de sonambulismo. El texto, a medida<br />

que avanzan las páginas, va decantán -<br />

dose por estrofas de tres versos que,<br />

sin ser tercetos convencionales, aluden<br />

a éstos por su aritmética más elemental<br />

y por su dinámico empleo del encabal -<br />

gamiento, que suscita una respiración<br />

agitada y prospectiva, sedienta de su<br />

propia resolución. María, entre cisnes<br />

de Andersen, domina el panorama.<br />

Subrayo un aspecto del párrafo ante -<br />

rior por considerarlo de particular im -<br />

portancia: el terceto en Descripción de<br />

un brillo azul cobalto se va improvisan -<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

do, esto es: toma forma conforme avan -<br />

za la lectura, y en esta improvisación<br />

va presintiéndose la cercanía de César<br />

Vallejo y Gonzalo Rojas, de Blas de<br />

Otero y Claudio Rodríguez, grandes<br />

maestros del encabalgamiento en la poe -<br />

sía contemporánea en castellano. Ahora<br />

bien, si la música de los primeros li -<br />

bros de Jorge Esquinca fascinaba por<br />

su continuidad y tersura, la de sus últi -<br />

mos poemarios impresiona por sus in -<br />

terrupciones, por sus rupturas, por su<br />

polifonía y por su movilidad. Como el<br />

asunto del poema es doloroso, pronun -<br />

ciarlo se vuelve materialmente difícil.<br />

Y en la musicalidad, la nobleza expre -<br />

siva, el acento puesto en las presencias<br />

de la enamorada y la virgen-madre, la<br />

inspiración como sucedáneo poético de<br />

la gracia y el respeto innegociable por<br />

la palabra queda resumida esa “virtud<br />

frenética de Orfeo” que ya cultiva -<br />

ra López Velarde y que supone la ma -<br />

yor de las referencias para Esquinca.<br />

JAVIER SICILIA: EL RÍO Y EL ESPEJO<br />

La primera estrofa de Trinidad, ex -<br />

tenso poema de Javier Sicilia fechado<br />

en 1992, puede aclarar al mismo tiem -<br />

po cómo fue, cómo ha sido y cómo ya<br />

no es la obra de su autor. He aquí sus<br />

quince versos, que son también tres li -<br />

ras garcilasianas con obvias resonancias<br />

27


JAVIER SICILIA<br />

28<br />

de fray Luis de León y de san Juan de<br />

la Cruz:<br />

No sé mucho de Él,<br />

mas creo que en su Amor hay un espejo<br />

donde se mira y fiel<br />

emerge del reflejo<br />

el canto de su Verbo y su festejo,<br />

y gozoso de verse,<br />

de tanto amar, oh Dios Transfigurado,<br />

dichoso de saberse,<br />

Amante en Él y Amado,<br />

va vaciando su Ser enamorado,<br />

en esta hora oscura,<br />

en este instante eterno y suspendido<br />

que tras sus ojos dura<br />

y en un gesto innacido<br />

abre la realidad, crea el sentido.<br />

No me parece que tenga ningún ca -<br />

so atribuir esto que acabo de citar al<br />

eventual y bastante improbable conser -<br />

vadurismo del autor (literario, religioso,<br />

político) ni a su conjetural deseo de mo -<br />

lestar o provocar a sus posibles lecto -<br />

res vanguardistas. Aun así, es fácil caer<br />

en la trampa de catalogar a Sicilia como<br />

poeta católico y, con perdón, crucificar -<br />

lo bajo esa etiqueta. Ello, en realidad,<br />

más que abrir, clausura toda posible in -<br />

terpretación y la resguarda tras la mole<br />

de una inmensa pero también rancia<br />

biblioteca, una tradición inmóvil —o<br />

sea una falsa tradición, porque las au -<br />

ténticas palpitan y se mueven— y un<br />

sistema de referencias fijo de antema -<br />

no. El árbol del Siglo de Oro, por lo de -<br />

más, acaso nos impida percibir el bosque<br />

de toda la poesía, moderna o antigua,<br />

y no sólo de aquella que superficialmente<br />

nos parece ver convocada en sus<br />

metros y rimas, al grado que un lector<br />

desatento dejaría pasar el eco de “The<br />

Dry Salvages”, tercero de los Cuatro<br />

cuartetos de T. S. Eliot, que cito aquí en<br />

la bellísima versión de Vicente Gaos:<br />

No sé mucho de dioses; pero creo que el<br />

río<br />

Es un fuerte dios pardo —adusto, indómito,<br />

intratable,<br />

Paciente hasta cierto punto, reconocido<br />

al principio como frontera;<br />

Útil, indigno de confianza, como un


viajante de comercio;<br />

Sólo, pues, un problema que se opone al<br />

constructor de puentes.<br />

Una vez resuelto el problema, el pardo<br />

dios es casi olvidado<br />

Por los moradores de las ciudades<br />

—siempre, sin embargo, implacable,<br />

Conservando sus épocas y sus iras,<br />

destructor, recordando<br />

Lo que los hombres prefieren olvidar.<br />

El manierismo es acaso la mayor ten -<br />

tación —y, por lo tanto, el mayor peligro—<br />

en la poesía del primer Sicilia.<br />

Pero no se trata nada más de un peligro<br />

y una tentación para el poeta: lo es igual -<br />

mente para el crítico y, en general, para<br />

todo lector, desconcertado por los re -<br />

ferentes formales de un estilo que, al<br />

menos en el México posterior al mo -<br />

dernismo, no tiene casi representantes,<br />

como no se trate de Manuel Ponce y<br />

dos o tres poetas afines a él que, una<br />

vez más, deben sobrellevar la etiqueta<br />

o estigma de poetas católicos. Adherir -<br />

le al Javier Sicilia de Permanencia en<br />

los puertos (1982), Oro (1990), el ya<br />

citado Trinidad (1992), Vigilias (1994),<br />

Resurrección (1995) y Pascua (2000)<br />

la etiqueta de versificador tradicional<br />

y epígono de tales o cuales maestros no<br />

aclararía, sin embargo, ni la sonoridad<br />

ni el misterio de un verso en apariencia<br />

reiterativo, incluso redundante, pero en<br />

verdad atractivo y sugerente, amasado<br />

en un ritmo de yambos y percusiones<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

arcaicas: “en este instante eterno y sus -<br />

pendido”.<br />

Pero hay otro Javier Sicilia: el de<br />

Lectio (2004) y Tríptico del desierto<br />

(2009). Y es necesario volver al diá -<br />

logo entablado en Trinidad con T. S.<br />

Eliot para entender de lo que hablo.<br />

Ese mismo pasaje de los Cuatro cuartetos<br />

resuena en los primeros versos<br />

del Tríptico, al grado que su muy particular<br />

planteamiento sintáctico, casi<br />

el propio de una frase adversativa, se<br />

comprende mejor —o sólo se compren -<br />

de bien— cuando se admite que detrás,<br />

en palimpsesto, hay un texto que se<br />

deja oír con persistencia. Eliot, y Herá -<br />

clito en Eliot, pero también Jorge Luis<br />

Borges, y el Juan Ramón Jiménez de<br />

madurez y el Octavio Paz de La esta -<br />

ción violenta, conviven aquí:<br />

No sólo el río, tiempo incontenible,<br />

sino la carne es un hermoso dios desnudo,<br />

un puente edificado entre el allá y el acá,<br />

débil, a veces fuerte y, no obstante, pleno<br />

en sus límites<br />

como un ave tendida en el viento,<br />

un signo en el abismo,<br />

no una mera consecuencia de los dioses,<br />

sino Dios mismo en su hueco,<br />

en su presencia retraída<br />

como un canto que emerge de los<br />

excavamientos del tiempo<br />

y nos permite ser, habitar en su abismo…<br />

Hace algún tiempo, el filósofo Geor -<br />

ges Didi-Huberman estuvo en la Feria<br />

29


30<br />

del Libro de Madrid y, entrevistado por<br />

Javier Rodríguez Marcos, hizo una de -<br />

claración que parece definir la relación<br />

de Sicilia con la tradición poética, cató -<br />

lica o no. Me ha dado gusto leer des -<br />

pués, en otro contexto, estas mismas<br />

palabras del filósofo francés, justamen -<br />

te citado por Sicilia: “Hay que arrancarle<br />

a la tradición el conformismo que<br />

la pone en peligro, trabajar en el espa -<br />

cio que dejan las oposiciones al uso:<br />

entre la tabula ra sa de la modernidad<br />

y esa especie de supermercado de la<br />

memoria que es la posmodernidad. Ino -<br />

centemente, la vanguardia cree que po -<br />

demos olvidar lo todo (y digo vanguardia,<br />

no artistas de vanguardia, porque Male -<br />

vich no olvidó jamás los iconos y Pi -<br />

casso nun ca olvidó a El Greco). La otra<br />

inocencia es la de los que creen que<br />

la memoria consiste en conservar el pa -<br />

sado. Unos creen que pueden matar la<br />

memoria y otros, hacer de ella un te -<br />

soro.”<br />

En ese tercer espacio, que no es el<br />

de la desmemoria del vanguardismo a<br />

ultranza ni el de la memoria inverte -<br />

bra da de la posmodernidad, está fincada<br />

la relación de Javier Sicilia con<br />

la pa labra. Calificar esa palabra de<br />

poética es, en su caso, un flagrante<br />

pleonasmo.


Poema<br />

RAFAEL CADENAS<br />

Excavo en busca de palabras<br />

para dárselas al cuerpo,<br />

polvo erguido,<br />

venero de la fábula,<br />

dispensador de los dados.<br />

Las sopeso;<br />

algunas las cambio de lugar,<br />

otras las dejo donde estén,<br />

pero todas han de llevar nuevas<br />

de mi rendición.<br />

para Adolfo Castañón<br />

31


32<br />

Poesía, lenguaje y poder<br />

YANIRA B. PAZ<br />

A un poco más de un cuarto de siglo de la publicación de En torno al lengua -<br />

je (1985), de Rafael Cadenas, el propósito era conversar con él sobre la vigen -<br />

cia de lo que es el eje central de ese ensayo: la angustiante relación en tre la<br />

crisis del lenguaje y la crisis de la sociedad. No obstante, muchas de las preguntas<br />

se quedan en el cuaderno de notas y la entrevista comienza en media<br />

res discutiendo sobre un tema ineludible en todas las conversaciones recientes<br />

con el poeta y ensayista venezolano, el discurso político...<br />

—...penetra en un sector enorme de la población, precisamente el que tiene un<br />

nivel un poco deficiente, pero es evidente que establece un contacto con ese sec -<br />

tor de la población. Yo creo que ha hecho mucho daño ya que ha creado una es -<br />

pecie de esquizofrenia, esquizofrenia significa división y el país está dividido....<br />

—¿Qué paralelismo ve entre este comportamiento y el de la Austria de<br />

Kraus? ¿Cómo a través de la palabra se conforma un comportamiento so -<br />

cial, es decir, se crean estereotipos: escuálidos vs. revolucionarios, reforma<br />

vs. enmienda constitucional?<br />

—¿Viste cómo está el lenguaje presente? Uno tiene que imaginarse el<br />

periodo de Kraus. La prensa en la época de Kraus tiene que haber sido muy<br />

diferente a la que existe hoy. Yo me imagino que era una prensa completamen -<br />

te dominada por la clase superior y donde no había la pluralidad que existe<br />

hoy. Fíjate que en esta especie de dictadura atípica que vivimos en Venezue -<br />

la hoy todavía circulan periódicos críticos. Es más, yo creo que éste ha sido<br />

el presidente más criticado.


POESÍA, LENGUAJE Y PODER<br />

—¿Pero no cree que ese “permi so” es porque le da visos democráticos<br />

al proceso?<br />

—Claro. Él usa eso como argumento. ¿Cómo me van a llamar a mí dictador<br />

si aquí ha habido no sé cuántas elecciones y además hay libertad de<br />

expresión? Ése es el argumento de él.<br />

—¿No hay presos políticos?<br />

—Sí, presos políticos sí hay y perseguidos también. Precisamente una<br />

frase genial del que era Defensor del Pueblo fue aquélla de que “aquí no<br />

hay presos políticos, sino políticos presos”.<br />

—Y pensar que ésa es una construcción lingüística cuya significación<br />

cambia al mover la posición del adjetivo.<br />

—Sí, pero significa lo mismo. Yo lo que creo es que un país donde no<br />

hay poderes públicos, ya que están totalmente dominados por el presidente,<br />

no es un país; es otra cosa. El dominio es tal que él no necesita dar órdenes<br />

sino que la gente lo complace de antemano. Le adivinan lo que él quiere y se<br />

adelantan y a veces se adelantan más que él. Es una cosa vergonzosa.<br />

—¿Cuál cree usted que debe ser el papel del poeta y de la poesía en estas<br />

circunstancias?<br />

—Hay algo que yo no entiendo y es cómo él tiene apoyo de intelectua -<br />

les, de escritores, de poetas, porque para mí ésta es una especie de barbarie<br />

que no sabemos hasta dónde va a llegar. Hay una presión tanto interna como<br />

externa que lo frena un poco; porque es muy difícil frenarlo. Pero para mí es<br />

como la anticultura y, sin embargo, hay poetas y escritores que están con el<br />

proceso.<br />

—Para una persona como usted, que militó políticamente en la izquierda *<br />

y que inclusive tuvo que ir al destierro, ¿qué diferencia ve?<br />

—Por eso es que los conozco bien. En esa época, la impresión con los co -<br />

munistas que yo trabajé era de gente honesta, creían en eso. Yo nunca los<br />

descubrí en una acción deshonesta. Pero claro, potencialmente estaba pre -<br />

sente el peligro. Yo recuerdo que hablando con un camarada, dirigente comu -<br />

nista de allá de Lara, yo le dije pero por qué nosotros no ayudamos a alfabetizar<br />

* Rafael Cadenas militó en el Partido Comunista, al cual abandonó hace más de cuarenta<br />

años. (N. del E.)<br />

33


YANIRA B. PAZ<br />

34<br />

a la gente. Entonces me dijo, no, eso cuando la revolución se haga. Alfabeti -<br />

zamos entonces. Ésa es la idea que han tenido siempre. Es la idea del futuro<br />

siempre. Hay una frase tremenda de Schrödinger, el físico: “lo único que no<br />

termina nunca es el presente”. El presente está dentro de un millón de años<br />

en el futuro o hace dos mil o diez mil. Siempre es el ahora, porque todo lo de -<br />

más termina, las galaxias terminan, el mismo universo (hoy se habla de universos<br />

paralelos).<br />

—¿Cree que el socialismo de los años cincuenta o sesenta era más un<br />

socialismo utópico mientras que el socialismo del siglo XXI es más pragmático<br />

o inmediatista?<br />

—Los partidos comunistas sencillamente seguían las indicaciones de Mos -<br />

cú. Lo que decía Stalin se hacía en el mundo entero. Eso se ha venido abajo<br />

y ha habido modificaciones. Por ejemplo, lo que existe en China ahora es un<br />

capitalismo salvaje; ese sí es salvaje de verdad. No el capitalismo europeo. [Los<br />

chinos] no tienen idea de lo que es el capitalismo, lo están inventando. Ellos<br />

son unos trabajadores increíbles. Un amigo que vivió mucho tiempo en la China<br />

no comunista me hablaba de eso: que los chinos son increíbles como trabaja -<br />

dores. Para ellos una jornada de doce o catorce horas no significa nada; eso<br />

lo aceptan tranquilamente.<br />

—Pero en Venezuela se están proponiendo jornadas laborales de seis horas.<br />

—El problema que tenemos, y que ha ocurrido, es que no tenemos un<br />

proletariado fuerte ni un empresariado vigoroso, y además este hombre ha de -<br />

bilitado todo. Se habla que han desaparecido, de doce mil empresas que había,<br />

unas seis mil. ¿Qué más queda del comunismo? Cuba, que ya sabemos cómo<br />

es. Aquí lo que predomina es la marginalidad. Esa marginalidad recibe dádi -<br />

vas; gente con un nivel bajísimo que no tiene idea de sus derechos. Entonces<br />

le agradece al presidente esas dádivas. Falta mucho tiempo para que logremos<br />

una nueva conciencia en ese sector de la población, incluso en la clase media.<br />

Yo creo que esa clase media, así como la democracia, tiene mucha responsa -<br />

bilidad en lo que ha pasado porque no educó a la gente, le faltó una actitud<br />

didáctica. Se hizo mucho, es cierto. Pero nunca vi a un político explicándole al<br />

pueblo: “Miren, el Estado es esto y lo que se entiende por gobierno es esto”;<br />

qué es el congreso, qué son los poderes públicos. Esa cuestión elemental.<br />

—¿Y usted cree que este proceso lo está haciendo?


POESÍA, LENGUAJE Y PODER<br />

—No. Lo está haciendo pero de<br />

manera parcializada, porque lo que él<br />

y su gente plantean es lo que a ellos les<br />

interesa. ¿Qué es lo que hacen? Atacar<br />

a la democracia, atacar al capitalismo,<br />

atacar los regímenes más civilizados y<br />

plantear un socialismo. En la educación<br />

el pueblo es muy difícil. Ellos, por ejem -<br />

plo, editan libros, muchísimos y baratí -<br />

simos, pero ¿quién lee esos libros? Ése<br />

es el asunto. A uno le cuesta en la universidad<br />

que los estudiantes lean, ima -<br />

gínate el caso de los demás.<br />

—En En torno al lenguaje, usted<br />

insiste en el problema de la lectura. Us -<br />

ted critica a la educación en su ex pre -<br />

sión “la gramática va en contra de la<br />

lengua” ya que no es la única vía para<br />

enseñarla, pero reivindica el placer de<br />

RAFAEL CADENAS<br />

la lectura.<br />

—Hay nuevos analfabetas. Yo soy un analfabeta en términos de tecnología;<br />

en cambio la nieta nuestra, que tiene siete años, es una “alfabeta”<br />

porque domina el aparato y las nuevas tecnologías.<br />

—¿Qué diferencia ve entre su “analfabetismo crítico” y el consumidor<br />

de tecnología que no puede discernir entre una buena fuente de información<br />

y otra que no lo es?<br />

—Estoy pensándolo porque al final uno termina cediendo. Yo tengo<br />

que ponerme a aprender algunas cosas. Por lo menos a escribir y a mandar.<br />

Sé que no es difícil. Pero mi nieta tiene que aprender a leer.<br />

—Alguien ha dicho que hay una nueva Era, aún más angustiante, que es<br />

de generación y difusión de conocimiento. ¿De qué manera el escritor y la nie -<br />

ta (las nuevas generaciones) asumen ese reto y cómo queda la lectura en este<br />

nuevo horizonte tecnológico?<br />

—La lectura no desaparece, tampoco el libro. Hay personas que sostie -<br />

35


YANIRA B. PAZ<br />

36<br />

nen que el libro va a desaparecer y lo dicen precisamente en la época en que<br />

se editan más libros. No creo eso. Es que todos los días se producen libros. Re -<br />

cuerdo el libro de Gabriel Zaid que se llama Los demasiados libros. Ocurre<br />

en esta época en que estamos viviendo una situación que puede convertir -<br />

se en tragedia. ¡Ojalá no! Aquí se presentan por lo menos tres libros sema -<br />

nales. A mí no me alcanza el tiempo para ir a las presentaciones de li bros.<br />

Lo que quiero decir es que el movimiento cultural es fuerte, por lo menos en<br />

ese aspecto.<br />

—Ahora, ¿quién publica esos libros?<br />

—Hay varias editoriales; luego están las publicaciones que hace el gobier -<br />

no mismo, que son publicaciones dentro de esa corriente porque son muy sec -<br />

tarios. [La actual situación política] ha servido como de estímulo para desarrollar<br />

una labor crítica.<br />

—Google ha anunciado que dentro de cinco años se podrá acceder a<br />

través de su portal a todos los libros de la Biblioteca del Congreso.<br />

—Yo no podría leer un libro así. A mí me parece muy útil cuando te<br />

interesa parte de un libro. Eso sí, pero no el libro completo. Incluso para las<br />

personas acostumbradas será muy difícil. Esto expresa posibilidades enormes.<br />

Yo no estoy contra eso. Tú recuerdas que el mismo Octavio Paz hablaba que<br />

había que utilizar la televisión. Pero no se hace. Hay la idea de que un progra -<br />

ma de tipo cultural es fastidioso. Bien hecho no es fastidioso. Yo he visto pro -<br />

gramas en televisión, por ejemplo en Inglaterra, donde tres profesores discuten<br />

sobre un poema. Eso se puede hacer, pero no interesa. ¿Qué quedó de eso?<br />

Claro que se editaron libros como Valores humanos, pero Uslar Pietri no fue<br />

didáctico en el sentido amplio. Yo pienso mucho en esto que estamos viviendo<br />

cuando hablo con alguien de un país latinoamericano. Siempre digo “Cuiden<br />

su democracia aunque sea mala”, porque tienes la posibilidad dentro de la de -<br />

mocracia de ir modificando cosas, pero en un régimen como el cubano, no.<br />

Allí manda Fidel Castro y punto... y la televisión totalmente controlada. No hay<br />

periódicos. La gente no puede viajar. Por eso les digo a estos amigos “defien -<br />

dan la democracia”. Generalmente dentro de las democracias hay corrupción,<br />

pero también hay sanción. Eso lo ve en los países europeos. El problema nues -<br />

tro es que no hay sanción.<br />

—El problema es cómo el proceso se ha tergiversado y parcializado.


POESÍA, LENGUAJE Y PODER<br />

—Hay unas inmoralidades aquí. No hay justicia. Todo eso lo maneja ya<br />

sabemos quién. Otra de las grandes inmoralidades es la diferencia de los<br />

sueldos; lo que gana, por ejemplo, un miembro del consejo electoral, el fiscal,<br />

el contralor. Son sueldos millonarios. Ellos ya son millonarios. Uno siempre<br />

habla de Chávez, pero se tendría que hablar de “ellos”, porque son miles de<br />

personas que se benefician. Es la famosa nueva clase. Si hubiera un verda -<br />

dero cambio, habría que darle un sueldo digno a los maestros, los médicos,<br />

las enfermeras, los policías, la gente que barre las calles. A esa gente hay que<br />

subirle el sueldo para que pueda vivir bien.<br />

El otro día presenté el libro de un poeta polaco en una sala de la Uni -<br />

versidad [Central] y después en la [Universidad] Católica, y en la sala le sugerí<br />

al rector que reeditara el libro de Milovan Djilas que se llama La nueva clase.<br />

En la presentación yo decía que es una ley de la historia porque en todas las<br />

llamadas revoluciones ha surgido la “nueva clase”, que no es el pueblo, es una<br />

clase reducida. Tal vez otra ley de la historia es el culto a la personalidad.<br />

Una idolatría a los jefes que encuentras en todos los países ex-comunistas.<br />

Otra cosa tan evidente es que la tal revolución ha fracasado en más de cua -<br />

renta países, porque tienes que incluir a los países que formaban parte de la<br />

Unión Soviética. En esos países fracasó. Djilas se da cuenta de lo que está pa -<br />

sando, siendo comunista y compañero de Tito. Entonces escribe ese libro y<br />

su gran amigo lo pone preso. Pasa cuatro años preso y torturado. En una entre -<br />

vista, hasta aconseja cómo defenderse de la tortura. Dice que cuando lo tortu -<br />

raban (él sabía que no lo iban a matar porque generalmente la tortura no busca<br />

eliminar a la persona sino el sufrimiento) soportaba eso fijando la vista, concentrándose<br />

en una mancha que había en la pared. En esa entrevista relata<br />

que fue a hablar con Stalin porque estaba escandalizado porque los soldados<br />

comunistas saqueaban y violaban. Claro, él pensaba que era un ejército dife -<br />

rente; curiosamente, dice que el ejército inglés no hacía eso. Eran los comunis -<br />

tas. Le dice a Stalin eso y Stalin le dice: “usted sabe que ellos han luchado<br />

mucho; entonces tienen derecho a divertirse”. Ésa fue la respuesta de Stalin.<br />

Lo que se necesita, apartando el término revolución, es sentido común, resol -<br />

ver los problemas.<br />

—Volviendo al problema del poeta y la poesía, ¿cuál debería ser esa<br />

actitud para Rafael Cadenas frente al lenguaje y al poder?<br />

37


YANIRA B. PAZ<br />

38<br />

—Como ciudadano, cada vez que tengo la oportunidad, expreso la idea<br />

sobre lo que está pasando hasta donde se pueda. Espero que no llegue el<br />

momento en que uno tenga que apartarse. ¿Cuáles son las dos actitudes? La<br />

de los que apoyan el régimen, y que tampoco discuten, no hay diálogo, no hay<br />

discusión; otra actitud es la del que está en contra pero no hace nada porque<br />

quizás considera que no tiene mucho sentido. Una amiga escritora, para defen -<br />

derse (porque esto invade el espacio síquico), dice que ella lee la prensa el fin<br />

de semana y trata de no ver programas de televisión. Porque trata de proteger -<br />

se ya que este personaje está presente en todas partes. Ése es también un ras -<br />

go del fascismo. La imagen en todas partes, avasallante. La otra actitud sería<br />

la de unos amigos que escriben, que hablan en público sin ser políticos pero<br />

entran en lo político.<br />

—No ha mencionado usted, volviendo a Kraus y Steiner, el problema del<br />

silencio como opción.<br />

—Fíjate que pasaba en los países comunistas. Yo creo que es algo pare -<br />

cido, con la diferencia de que allá los que tenían una posición como la que ten -<br />

go yo paraban en la cárcel. Por ejemplo Vaclav Havel, quien era un intelectual,<br />

autor de obras de teatro, de ensayos, el destino lo llevó, cuando hubo cambio<br />

de régimen, a ser presidente. Él estuvo preso un tiempo. Queda de ese perio -<br />

do un libro: Cartas a Olga, cartas a la esposa, que tenían mucho que ver con<br />

su vida en la prisión, la vida cotidiana en la prisión. Así como hubo esa actitud,<br />

hubo la de otro poeta checo, el autor de Una noche con Hamlet [Vladimir<br />

Holan], que escribe una poesía bastante hermética. Él se retiró a escribir poesía.<br />

No participó ni nada. Lo que te quiero decir es que caben muchas actitudes.<br />

—¿Y frente al deterioro del lenguaje?<br />

—Eso no le preocupa a los escritores, por lo menos no como a mí. De<br />

pronto yo agarro un tema. El uso de la palabra “tema” es tan excesivo que<br />

sustituye a un montón de términos. Yo di un discurso sobre el lenguaje fue -<br />

ra de la universidad y ahora te doy un papel que le di a los estudiantes. No sólo<br />

se abusa de la palabra “tema” sino que se usa mal. Oyes expresiones tan<br />

absurdas como ésta: “Nosotros los caraqueños estamos azotados por el tema<br />

de la delincuencia.” No estamos azotados por el “tema” sino por la “delincuen -<br />

cia”. Es no querer hablar de la cosa real. Lo oyes constantemente: “El tema<br />

es que hay que votar.” En esos casos esa palabra es innecesaria. Hice una


POESÍA, LENGUAJE Y PODER<br />

lista de términos que se pueden usar, tales como “asunto”, “cuestión”, “pun -<br />

to”. Son muchísimas las palabras. Eso se nota sobre todo en la gente de la te -<br />

levisión y la radio y los invitados. Estos muchachos alcaldes no sueltan la<br />

palabra “tema”. ¿No les gusta la palabra “asunto”? Cito un verso de Miguel<br />

Hernández que dice “voy de mi corazón a mis asuntos”. Noté en El dardo en<br />

la palabra, de Carreter, que él se burla del uso de “tema” y a cada rato dice<br />

perdonen que no hable de “tema” porque en España también está ocurrien -<br />

do eso.<br />

—¿Que tal el problema con los neologismos como “aperturar”, “accesar”?<br />

—Son palabras innecesarias.<br />

—¿Usted no le perdona a los lingüistas lo de que “todo vale”?<br />

—Yo creo que ellos deberían preocuparse más por el problema del len -<br />

guaje en forma corriente, no tan técnica. Yo les decía allá en la escuela, cuando<br />

estaba activo: “ustedes sostienen eso teóricamente, pero cuando van a<br />

corregir el trabajo de un estudiante tienen que hacer las mismas correccio -<br />

nes que yo haría.” Creo que deberían participar más en esa defensa del idio -<br />

ma. Por supuesto, sabemos que el idioma cambia, y ahora va a cambiar con<br />

más rapidez por la aceleración que vivimos. Ése es el peligro precisamente.<br />

Pero es muy difícil atajar esas cosas. Hay dos fuerzas: una conservadora y otra<br />

renovadora, en muchos planos; por supuesto, en el lenguaje también. Enton -<br />

ces uno tendría que buscar un equilibrio. En mi caso, ser conservador pero<br />

tomar en cuenta lo nuevo que vaya surgiendo.<br />

—Frente a esta especie de verborrea o logomaquia usted propone en<br />

Ars poetica una especie de esencialismo, de minimalismo, de utilizar la pala -<br />

bra justa. ¿Cuál es el peso del aforismo, de esa mesura en el lenguaje cuando<br />

estamos arrollados constantemente por este tropel de palabras con muy po -<br />

ca sustancia.<br />

—Ars poetica sobre todo alude a la verdad, pero sobre todo a la verdad<br />

en uno.<br />

—¿Y a la verdad que hay en el lenguaje?<br />

—“Exactitudes aterradoras” es una expresión muy cíclica.<br />

—“Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame la im -<br />

postura, restrégame la estafa” (de Ars poetica).<br />

39


40<br />

Hacia el castillo<br />

MARIANNE GRUBER<br />

Traducción de Francisco Díaz<br />

Cuando K. despertó era temprano en la mañana. Se estiró sin cambiar de<br />

posición y miró asombrado la luz mortecina del día. El cielo estaba cubierto<br />

por una especie de velo de ceniza y plomo, cuya opacidad trataba de perfo -<br />

rar un sol pálido. Allá en lo alto nada se movía.<br />

K. permaneció mucho tiempo inmóvil, mirando directamente hacia arri -<br />

ba, con los ojos clavados en el aparente vacío. Su mano izquierda descansaba<br />

en la nieve, y su cuerpo estaba cubierto por una montaña de pieles y mantas<br />

que olían a moho y podredumbre. Había pasado entonces la noche a la intem -<br />

perie, en un rincón situado entre la casa de vivienda y los establos de algún<br />

edificio ruinoso. Como un perro, pensó, sorprendido de que su deterioro personal<br />

hubiera llegado al punto de permitirle mostrar su miseria sin vergüenza<br />

alguna. ¿No le habían aconsejado alguna vez ser más modesto? O quizás eso<br />

fuera todavía parte de un sueño que lo había rozado al despertar. Le vino a<br />

la mente el nombre Frieda. Y cierta posadera. Aún le resonaban en el oído las<br />

palabras que ésta le dijo, palabras escuchadas en el sueño: mañana me trae -<br />

rán un vestido nuevo, tal vez te haga llamar. Ella no lo había hecho llamar.<br />

Su mirada se detuvo en un hombre que estaba parado a sus pies y se<br />

inclinaba sobre él, contemplándolo con la boca abierta, junto a una mujer cuya<br />

vestimenta era anticuada, aunque no careciera de distinción.<br />

Ya lo ven, dijo la mujer, al notar que K. movía los ojos, ha vuelto a des -<br />

pertar. Todo no era más que habladurías. Mientras así se expresaba, lanzaba<br />

miradas de reproche hacia los que estaban allí.<br />

Por qué no hubiera debido despertar de nuevo, murmuró K., tratando


HACIA EL CASTILLO<br />

de incorporarse; pero las pieles y mantas impregnadas de barro y nieve, apel -<br />

mazadas por la helada nocturna, lo envolvían como una coraza impidiéndole<br />

todo movimiento. Tenía la cabeza pesada y se sentía aturdido como si antes<br />

de dormirse hubiera bebido demasiado vino de ese que solían diluir los posa -<br />

deros, agregándole ingredientes de todo tipo para ocultar el sabor del agua.<br />

Por qué no hubiera debido despertar de nuevo, repitió, todavía aturdido.<br />

La mujer no se dio por enterada de la pregunta. Qué atrevimiento, dijo.<br />

Primero el susto porque el castillo no nos informó nada de su inminente falle -<br />

cimiento, y ahora despierta de manera completamente normal, y para colmo aquí.<br />

El castillo, preguntó K.<br />

El castillo, sí, respondió la mujer en tono desagradable. Los presentes se -<br />

guían con la vista clavada en K. Otros se sumaron al grupo; sobre todo dos de<br />

ellos le llamaron la atención. Se parecían como si fueran gemelos y le apunta -<br />

ban con los dedos al modo de niños mal educados.<br />

Ja, dijo uno, y el otro repitió: ja.<br />

K. trató nuevamente de liberarse de su encierro. Hizo presión con las<br />

rodillas contra las pieles, martilló el suelo con los talones y con movimientos<br />

rítmicos del tronco dio empujones contra la coraza que lo encerraba y restrin -<br />

gía sus movimientos. Debía ser cómico verlo allí sacudiendo la cabeza para con -<br />

seguir al menos aflojar aquella apretura que le daba la sensación de que nunca<br />

más podría liberarse y de que pronto ni siquiera le sería posible respirar.<br />

Pero mayor aún era su temor de que perdieran el interés en él y lo dejaran<br />

librado a su inmovilidad, ahora que sabían que su estado no tenía nada de<br />

particular y que no se encontraba agonizando. He estado soñando, dijo, tra -<br />

tando de despertar el interés de los presentes —al menos que no lo dejaran<br />

solo—, y pensó en la fugaz impresión que siguió a su despertar. Había sido un<br />

sueño sin recuerdos, que supuestamente sucedía en su patria. Cuando uno está<br />

en lugares lejanos se supone que sueña con su patria y olvida lo soñado en cuan -<br />

to abre los ojos, a no ser que despierte de manera completamente vo luntaria<br />

y lenta en un espacio sin tiempo. Sin embargo, lo habían despertado las mira -<br />

das clavadas en él. Trató de nuevo de incorporarse, pero volvió a fracasar<br />

bajo las miradas de los presentes, que al parecer se estaban divirtiendo.<br />

Los dos hombres que tanto se asemejaban entonaron una extraña cantilena.<br />

No se muere, no se muere, no se lo permiten. Ja.<br />

41


MARIANNE GRUBER<br />

42<br />

Es qué últimamente se necesita una autorización para morir, preguntó<br />

K. rebelándose.<br />

Últimamente, repitió sin dirigirse a él la mujer, que le tenía clavada una<br />

mirada severa. Ya lleva bastante tiempo en el pueblo y sigue sin comprender.<br />

Y en adelante tampoco comprenderá nada.<br />

¿Bastante tiempo aquí? Verdaderamente K. no comprendía nada. Las pa -<br />

labras parecían venir de lejos, carentes de sentido, como la escena en su tota -<br />

lidad: el estar acostado allí. La manera cómo le hablaban. De lo que hablaban.<br />

Tal vez no hablaban con él en lo absoluto. Pero en aquel momento todo eso le<br />

parecía secundario. Lo único importante era que aquellas personas se habían<br />

quedado allí. Como fuera. Y ya que se habían quedado allí, podía esperar que<br />

después de todo, cuando se rieran de él y lo atormentaran por un tiempo, cuan -<br />

do se aburrieran de aquella situación, podría convencerlos para que lo liberaran.<br />

Qué historia, dijo la mujer haciendo un gesto desdeñoso con la mano,<br />

dispuesta a apartarse.<br />

Esto no es ninguna historia, replicó K., para atraer de nuevo hacia su per -<br />

sona la atención de los que allí se encontraban. Y no puede hablarse de morir,<br />

más bien, si queremos hablar del asunto, se trata de reflexionar sobre una<br />

historia como si ya uno hubiera muerto pero todavía no lo hubieran enterra -<br />

do. Mientras no se está enterrado, queda algo de uno en el mundo, algo que<br />

se sabe más cercano a las cosas de lo que haya estado nunca antes.<br />

Un hombre se acercó y examinó a K. con mirada penetrante, exenta de<br />

curiosidad y sin embargo llena de simpatía, pero de pronto esa mirada se apa -<br />

gó, y dijo con ojos tristes: bien sabemos que debíamos haber enseñado eso.<br />

¿Pero cómo hacerlo? ¿Ha pensado alguien en lo imponente que es aquí la nie -<br />

ve, no sólo el castillo y el camino que lleva hasta él? Todo aquí es imponente,<br />

y si contra toda prudencia uno se atreve a alzar la cabeza, se siente abruma -<br />

do por completo y no puede hacer otra cosa que seguir callando. Ni siquiera<br />

perdura el recuerdo. También yo una vez...<br />

Sí, sí, a nuestro maestro le gusta filosofar, lo interrumpió la mujer. El<br />

maestro filosofa, y el señor de aquí, dijo señalando a K., sueña, y mientras tan -<br />

to la gente como nosotros se preocupa por causa de ellos, descuida el trabajo<br />

y desatiende lo necesario. ¿Acaso ha soñado el señor con palomas asadas que<br />

le caen en la boca?


HACIA EL CASTILLO<br />

He soñado que volvía a mi pa -<br />

tria, dijo K., que entonces se inte -<br />

rrumpió y examinó a la gente y las<br />

cosas que lo rodeaban, en cuanto se<br />

lo permitía su posición. Una niebla<br />

densa cubría el pueblo, de las casas<br />

apenas se distinguían más que unas<br />

siluetas borrosas, pero cabía suponer<br />

que estaban juntas unas a otras, for -<br />

mando una hilera que tenía su co -<br />

mienzo y su final. Estaban allí como<br />

en su sueño. Y había un castillo, co -<br />

mo pudo escuchar, y personas —como<br />

en su sueño—, aunque también allí<br />

eran diferentes a esta gentuza repug -<br />

nante que le tenía clavada la vista y<br />

se regodeaba en su desamparo. Obedeció un inesperado impulso de cólera<br />

ligera y dijo, más con ánimo de juego que con real rudeza: he soñado que<br />

lo necesario sucede, tal como se ha ordenado.<br />

Y qué sería lo necesario, preguntó con una entonación semejante la<br />

mujer, que al parecer no era ninguna campesina. Se había convertido defini -<br />

tivamente en la voz de los lugareños, que respetaban esa condición sin contra -<br />

decirla, hacía resaltar su papel con todo tipo de bailoteos grotescos, y exhortaba<br />

a los presentes a que la imitaran haciéndoles señales con las manos. Y se pres -<br />

taron a eso de inmediato, hicieron muecas, remedaron los convulsos movi -<br />

mientos de la cabeza de K. y prorrumpieron en lamentos.<br />

K. se dejó caer hacia atrás, absorbió el aroma de aquella región y trató<br />

de calmarse. Ahora comenzaban a moverse las cosas en el cielo. El sol se<br />

abrió paso a través de la capa de nubes, penetró en sus pupilas descubiertas<br />

causándole dolor y fue disolviendo la niebla que se extendía sobre aquel lugar.<br />

La belleza informe de la luz tenía en sí algo deprimente en su aparente ilimi -<br />

tación. En una fatalidad dorada como aquella, era fácil perderse sin darse<br />

cuenta. ¿Acaso no yacía moribundo, no estaba impedido de moverse, casi cie -<br />

go, no tendrían razón los aldeanos y el castillo? K. cerró los ojos. No, murmuró,<br />

43


MARIANNE GRUBER<br />

44<br />

y aquel no lo tranquilizó por unos instantes. No había motivo de preocupa -<br />

ción. Una vez más era sólo un sueño, un simple sueño. En algún momento<br />

despertaría en una cama con una sábana blanca y fundas blancas y reflexio -<br />

naría sobre aquellas extrañas imágenes, trataría de descubrirles un sentido<br />

oculto, para encontrar quizás lo contrario, una cadena de casualidades a la<br />

que se atribuía arbitrariamente un significado, o también para descubrir que<br />

el sentido consistía en la falta de sentido de las imágenes; un esfuerzo que bien<br />

podría equivaler al intento de hacerse de una visión de la vida en la cual ésta<br />

conservara sus naturales y graves ascensos y caídas, pero al mismo tiempo fue -<br />

ra reconocida como una nada, como un sueño, como un estar flotando. Como<br />

un sueño, repetía sin palabras, como un estado de suspensión para despertar<br />

en un cuarto blanco, en una cama con vestidura blanca. Y entonces le pasó<br />

por la cabeza que probablemente el blanco, aunque carente de sentido, podría<br />

significar algo, posiblemente el final de los colores. ¿Eso no sugería el final<br />

de todo? Entonces soñaría precisamente su propia muerte y también tendría<br />

que sufrirla si seguía soñando.<br />

Pero no era un sueño. Conocía a aquella gente aunque le fueran extra -<br />

ños, conocía la calle, las casas, el rincón donde yacía, aunque no reconocie -<br />

ra nada. Todo aquello existía y permanecería, nada podría apartar las sombras,<br />

las figuras, las miradas. Observó con un temor creciente a la gente del pueblo.<br />

¿Cómo había ido él a parar allí? ¿Cuándo? Y sobre todo, ¿por qué? ¿No había<br />

partido de su país con un plan definido, con un proyecto y con esperanzas, que<br />

a juzgar por su situación probablemente debió abandonar por completo. Todo<br />

movimiento que percibía, toda imagen le recordaba lo olvidado, aquello de lo<br />

que ya no tenía recuerdo alguno. El castillo, la eterna añoranza. Ningún padre<br />

le había hablado de eso, y sin embargo le parecía que se hubiera puesto en ca -<br />

mino por orden de un padre, para someter a prueba algo que era inescrutable.<br />

Basta ya, dijo en voz baja, pero los que lo rodeaban no se detuvieron.<br />

Unos animaban a los otros, bailaban alrededor de él en semicírculo y proba -<br />

blemente hubieran cerrado una rueda a no ser por la pared de la casa. Sólo<br />

una joven permanecía apartada, pálida e inmóvil, con la cabeza baja. Los de -<br />

más chillaban y de vez en cuando tiraban de la coraza que los encerraba,<br />

aunque sin tratar en serio de romperla. Por último parecieron haberlo olvidado<br />

casi por completo y se alejaron, un montón de gente que bailoteaba,


HACIA EL CASTILLO<br />

gemía y se convulsionaba, que había descubierto un nuevo juego y se entregaría<br />

a éste hasta extenuarse, mientras la angustia de K. aumentaba y hacía<br />

que el día se detuviera. Le daba la impresión de que el día llevaba horas de -<br />

tenido, aunque el cielo hubiera cambiado y el lugar comenzara a disolverse<br />

definitivamente bajo su resplandor. En ese cielo se sostenía inmóvil un pá -<br />

jaro negro, del otro lado de la hilera de casas que al ser bañadas por la luz<br />

sólo se percibían en silueta, como antes cuando había niebla. Y allí estaban<br />

aquellas otras sombras, la gente, y en el centro, en un cráter de asco y deses -<br />

peranza yacía él, K., a merced del padre, del castillo de todo el mundo y<br />

de sí mismo, para admitir que no se había presentado a la prueba. De pronto<br />

todo comenzó a moverse, el horizonte, la calle y el suelo empezaron a girar.<br />

Y en el mismo momento en que el horror por lo que sucedía aumentaba<br />

hasta ser insoportable, se transformó en cólera.<br />

Basta ya, repitió K., sorprendido por el volumen de su voz y también<br />

porque se hubiera atrevido a alzarla. Ya es bastante grave, continuó sin<br />

bajar la voz, poner a una persona a una posición como la mía, de lo cual di -<br />

fícilmente puedan enorgullecerse el pueblo y las autoridades. Aún peor que<br />

haya que explicar también qué debe hacerse. ¿Acaso no es evidente? Ahora<br />

bien, increpó a los que habían quedado paralizados ante la fuerza de su voz,<br />

quizás los señores se decidan a emprender algo y liberarme de mi situación,<br />

antes de que un mensajero del castillo o un funcionario, lo que sería aún peor,<br />

me descubra aquí y tenga que ver cómo el pueblo completo se divierte con<br />

esto, en lugar de cumplir su deber, pues es esto seguramente lo que se exige<br />

de todos. La mención del castillo interrumpió el ajetreo, aunque sólo por un<br />

breve tiempo. No el pueblo completo, dijo una voz, y otra comentó: ahora<br />

de repente sabe de los mensajeros del castillo, lo cual asombró al propio K.<br />

Después las primeras manos se dieron a la tarea de romper la coraza que<br />

cubría su cuerpo, pero también esos intentos desembocaron en un juego y<br />

fracasaron. A alguien se le ocurrió traer un hacha, y a otro un cuchillo, y el<br />

grupo comenzó a imaginarse cómo se debía manejar el hacha y dónde se<br />

debía apoyar el cuchillo. Primero en susurros y dirigiendo miradas furtivas<br />

a K., y por último en voz alta, discutieron el hacha de quién y el cuchillo de<br />

quién debía traerse, si debía ser uno del pueblo o de propiedad condal, y<br />

analizaron hasta qué punto sería posible establecer una división como esa, pues<br />

45


MARIANNE GRUBER<br />

46<br />

en definitiva todo lo que pertenecía al pueblo también pertenecía automática -<br />

mente al castillo, aunque, intervino el maestro, que se había acercado de nue -<br />

vo, existía de todos modos cierta diferencia, y sólo habría que preguntarse<br />

cuál sería y cómo describirla, en cierto sentido todo pertenecía al castillo, y sin<br />

embargo, todos sabían que los jarros de cerveza pertenecían a los taberne -<br />

ros, los rastrillos a los campesinos, etcétera.<br />

Por último, más por descuido que intencionalmente, el herrero liberó a<br />

K. de su penosa situación. A fin de mostrar su repugnancia por el que allí<br />

yacía, indefenso y sobre todo inútil, pues en esos términos se expresó, dio con<br />

su fuerza brutal un tirón tan violento a las pieles que la coraza estalló. K. salió<br />

trabajosamente de su encierro, como un gusano. Retorciéndose, deslizándose<br />

y por último a cuatro patas se quitó las mantas de encima. Con grandes esfuer -<br />

zos obligó a responder a sus extremidades entumecidas y se levantó con di -<br />

ficultad. Era un acto humillante, no sólo por su dependencia hacia aquella<br />

gente, sino también por causa del hedor que salía del capullo reventado y se<br />

pegó a su cuerpo. De inmediato los lugareños se apartaron de K., algunos<br />

se taparon la nariz, y sobre todo los dos hombres que tanto se asemejaban<br />

lo hicieron con gestos exagerados de los brazos. Con el cuerpo ligeramente<br />

encorvado, cada uno de ellos extendía el brazo derecho para después de acer -<br />

carlo a la cabeza en un amplio movimiento, taparse la nariz de una manera<br />

teatral con dos dedos, mientras mantenía igualmente extendido el brazo iz -<br />

quierdo con la palma de la mano en posición defensiva.<br />

¿Artur y cuál más?, fueron palabras que cruzaron la mente de K., que<br />

bajó la vista para mirarse. Su propio cuerpo, que no era fuerte ni hermoso,<br />

pero tampoco feo o de algún modo deforme, aunque carecía de todo atracti -<br />

vo, resultaba siempre para él un descubrimiento incómodo, cuando no franca -<br />

mente desagradable. K. lo observó con repugnancia, ahora bajo las miradas<br />

de la gente, aquellas miradas que una vez más, como poco antes, lo llenaban<br />

de vergüenza y despertaban en él aquel sentimiento que nunca antes<br />

había conocido: la cólera se apoderó de él.<br />

Un baño, dijo con rudeza.<br />

Sus palabras provocaron nuevas deliberaciones. A todos les parecía re -<br />

comendable aquel baño, y también muy necesario, pero ¿dónde, en casa de<br />

quién? ¿Y quién asumiría la responsabilidad?


HACIA EL CASTILLO<br />

Pues él mismo, dijo el herrero, y los que estaban allí asintieron ruidosa -<br />

mente, pero la mujer vestida con ropa elegante y anticuada, a la que alguno<br />

se había dirigido llamándola señora posadera y refiriéndose a la Posada de los<br />

Señores, tomó la palabra de inmediato.<br />

Oh, qué simpleza, exclamó, mientras miraba en círculo al cielo, al suelo<br />

y de nuevo al cielo. Si este hombre fuera capaz de asumir responsabilidad<br />

por algo, difícilmente lo hubiéramos encontrado en este estado, así que que -<br />

ramos o no es asunto del pueblo ocuparse de todo lo necesario. Pues para<br />

disgusto de todos y aunque esto sólo pueda aceptarse de mala gana, este in -<br />

dividuo repulsivo que suele andar errado en todo sólo tiene razón en una cosa:<br />

no le haría honor al pueblo ni al castillo que un mensajero o quizás un funcio -<br />

nario descubra personalmente a K. en su lamentable estado.<br />

También a causa de los niños no sería posible dejarlo así, dijo en su<br />

apoyo el maestro, que después de la sarcástica observación de la posadera<br />

se había comportado exactamente igual que los lugareños.<br />

De nuevo se oyó un murmullo y se repitieron las miradas recelosas diri -<br />

gidas a K. como un ritual establecido o al menos ensayado. A causa del hedor<br />

que despedía, K. no se atrevía a acercarse más, por mucho que hubiera que -<br />

rido oír lo que discutían de nuevo los lugareños. Por último, el maestro alzó<br />

la voz: por encima de todas las demás consideraciones, había que darle prefe -<br />

rencia a la rápida solución del problema. En estas condiciones —dijo señalan -<br />

do a K.— sería absolutamente imposible presentarse en el castillo para efectuar<br />

una reclamación por causa de este hombre. K. podría quitarse sus prendas<br />

aquí mismo, lo mejor sería quemarlas en este lugar, debe ser posible encontrar<br />

una manta, cubrir la vergüenza desnuda de este individuo, para que recorra<br />

los pocos pasos que lo separan de la casa más cercana, sobre todo la manta<br />

es importante, por los niños. Con eso quedaría suprimida por el momento la<br />

causa principal de toda la repugnancia, sobre la manera de proceder en ade -<br />

lante se podría deliberar después tranquilamente con el alcalde del pueblo.<br />

Así que iban a querellarse contra él. K. oyó decir eso sin inmutarse. Esos<br />

campesinos podrían hacer lo que quisieran, con tal de que terminara aquella<br />

situación humillante. Miró hacia el castillo y vio cómo se reflejaba el sol<br />

en más de una ventana. Así que hay allí ventanas que pueden abrirse y cerrar -<br />

se, y seguramente también personas que miran el pueblo desde allá en lo<br />

47


MARIANNE GRUBER<br />

48<br />

alto. “Todas las demás consideracio -<br />

nes”, repitió mentalmente una parte<br />

de lo dicho por el maestro. Evidente -<br />

mente se reflexionaba mucho allí. Les<br />

daban vueltas a los pensamientos,<br />

frases y palabras, hasta que empeza -<br />

ban a significar lo contrario de lo que<br />

se había querido decir al principio,<br />

hasta que se volvían contra la intención<br />

original, incluso contra el que habla -<br />

ba, o ya no quedaba nada de ellos.<br />

El castillo. No le parecía ni por asomo<br />

tan lejano como había dado a enten -<br />

der el maestro, y era extraño que él<br />

nunca hubiera llegado allí de haberlo<br />

intentado.<br />

Se irguió. La manta, dijo.<br />

Trajeron rápidamente una. A juzgar por el olor, venía de la caballeriza.<br />

K. se quitó la ropa lo más rápido que pudo. Prácticamente se la arrancó del<br />

cuerpo, mientras los presentes, que evitaban acercársele, le daban la espalda<br />

y formaban una pared, esperando hasta que se desvistiera y se envolviera<br />

en la tosca manta. Después lo acompañaron, formando una columna, hasta<br />

la casa más cercana, donde ya habían comenzado a calentar agua y prepa -<br />

raban una tina en el lavadero.<br />

Todavía le queda un atado de ropa en mi casa, dijo para sorpresa de<br />

K. una mujer a la que se dirigían como la posadera de la Posada del Puente,<br />

pues aparentemente había dos posadas en aquel poblacho. En el desván se<br />

encontrarían probablemente un pantalón, una chaqueta y botas. Voy a traer -<br />

los, exclamó la posadera, y partió a toda prisa.<br />

También encontraron pronto un pedazo de jabón. K. se sentó en la tina<br />

y una de las campesinas, mujer ya vieja, de enérgicos movimientos, comenzó<br />

a cepillarlo. Lo lavaba como a un niño, cuidando de que también se portara<br />

bien, como correspondía a una criatura, y K. la dejó hacer, con esa obedien -<br />

cia fingida propia de los niños temerosos o tímidos.


HACIA EL CASTILLO<br />

Ahora todo de nuevo, dijo la campesina, que comenzó una vez más el<br />

procedimiento de limpieza. Lo enjabonó, le pasó el cepillo y comenzó a lavar -<br />

le el cabello una vez más.<br />

K. apoyó la espalda en la tina, con la cabeza bien inclinada hacia atrás,<br />

mientras le corría por los cabellos y la cara el agua caliente, que cambiaron<br />

varias veces, y sintió cómo al estar envuelto en el calor bienhechor la frialdad<br />

que había dentro de él empezaba a deshacerse. Cedió la rigidez en sus<br />

articulaciones, y sintió la cabeza agradablemente despejada. De esa manera,<br />

abandonado por completo al calor y a los cuidados de la aldeana, aunque<br />

ésta no se los prodigara de buena gana, dormitó un poco hasta que lo desper -<br />

tó la voz de la mujer.<br />

Está bien ya, dijo ella. También hay aquí ropa interior limpia y las<br />

otras prendas.<br />

Es ese mi atado, preguntó K., y la aldeana le dijo que sí. Mis prendas,<br />

repitió, y ella le respondió malhumorada: claro que sí, ¿no se lo estoy dicien -<br />

do? K. salió del agua, tomó una toalla que habían puesto a calentar en la<br />

estufa y después se vistió cuidadosamente. La aldeana lo observaba sin curio -<br />

sidad y también sin sorprenderse de que las prendas que K. se estaba po -<br />

niendo fueran mucho más elegantes que las que usaba anteriormente. La mujer<br />

miró con indiferencia su camisa de seda y la chaqueta de terciopelo. Cuando<br />

se la puso, ella abrió la puerta de un golpe y exclamó: está listo, es vuestro.<br />

K. salió a un mediodía radiante. Desde el lugar donde estaba veía bri -<br />

llar el castillo a lo lejos. La torre, que ahora podía ver, se asemejaba a la<br />

torre de su sueño, del cual lo habían despertado los habitantes del pueblo.<br />

Ahora volvía a recordar. Había estado en camino, hacia cualquier parte, evi -<br />

dentemente sin una meta definida, y el parecer fue así que llegó hasta allí.<br />

En sueños el edificio que se alzaba en una colina sobre otros edificios le pare -<br />

cía frágil, como si lo hubiera dibujado la mano insegura de un niño. Ahora se<br />

le presentaba como un indicador de camino al que era preciso seguir. De re -<br />

pente, le parecía que aquel día había sido creado para continuar su camino<br />

y superar todos los obstáculos. Se sentía el cuerpo ligero, como liberado de<br />

un peso insoportable, y la luz brillaba con un resplandor benigno y lejano.<br />

Pero entonces sopló el viento trayendo los olores de la región, que parecían<br />

mezclarse con otros aromas y olores venidos de muy lejos, mensajeros de<br />

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MARIANNE GRUBER<br />

50<br />

una lejanía triunfante y a la vez dolorosa, a cuya absurda seducción uno es -<br />

taba expuesto para extraviarse en ella, para extraviarse cada vez más y olvidar<br />

y ser olvidado. K. se entregó por completo a la sensación que despertaban<br />

en él aquellos olores, con la esperanza de que esa sensación lo absorbiera<br />

y en un proceso de disolución lo transportara a algún lugar donde ya no llegaría<br />

ninguna idea. El día había comenzado sin él, la noche comenzaría sin<br />

él. Todo comenzaría y terminaría sin él y mientras tanto existiría, sin que<br />

fueran visibles un comienzo y un final. Aquellos individuos podrían hacer<br />

con él lo que les viniera en gana. Se dirigió a ellos con ánimo apacible.<br />

Y ahora, preguntó.<br />

Eso lo decide el castillo, respondió el maestro.<br />

¿El castillo? K. miró hacia la elevación. Entonces me presentaré allí.<br />

La mujer que desde el primer momento había hablado a nombre de to -<br />

dos se echó a reír. Vuelve a jugar el viejo juego con nosotros. Este granuja.<br />

El castillo te hará saber lo que debe suceder, si es que algo debe suceder.<br />

¿Y hasta entonces?<br />

Hasta entonces, hasta entonces. Miradlo, exclamó la mujer.<br />

Y de nuevo le clavaron la vista como si fuera un animal extraño, o peor<br />

aún: como si fuera una enfermedad. Los que así lo miraban despertaron nuevamente<br />

la cólera de K., que se irguió.<br />

Puesto que no estaba previsto nada definido, dijo dirigiéndose a la<br />

mujer en tono imperioso, llame al castillo y dígales: K. vendrá ahora.


Heredar a Eliseo Diego<br />

ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

para que Fefé y Lichi (y quizás Rapi) no se olviden de nosotros<br />

“No hay memoria de lo que precedió, ni de lo que sucederá habrá memoria en<br />

los que serán después.” Contra esta sentencia del Eclesiastés quiso rebelarse a<br />

lo largo de su vida Eliseo Diego, y la prueba de su propósito nos queda en una<br />

obra sembrada de paradojas. ¿Por qué alguien a quien le preocupaba sobre -<br />

vivir de manera más perdurable que en el recuerdo, nos hacía, a decir de su<br />

hijo Rapi, “disfrutar el mundo como si acabase de salir de la fábrica y oliera<br />

a nuevo”? ¿Cómo la persona consciente de un esplendor presto a ser descu -<br />

bierto a su alrededor padecía un exterior que lo desconsolaba?<br />

Puede rastrearse el origen de varias de las constantes en los textos de Eli -<br />

seo Diego. Su propósito de enfrentarse al mundo con los ojos del principiante,<br />

en la curiosidad con que en la infancia domesticó el inmenso jardín al que<br />

resguardaba una gran reja de dos enormes hojas de hierro. El terror a la muer -<br />

te, al vacío, a la nada, en las historias sobre el demonio y el infierno que los<br />

hermanos de La Salle en el colegio del Vedado relataban a los alumnos de<br />

enseñanza primaria y que abrumaron a ese entonces niño de “imaginación<br />

bastante viva”.<br />

Suele ser muy solemne el tono cuando se habla del grupo Orígenes, y de<br />

cualquiera de sus integrantes, como si se tratara de arquetipos antes que de per -<br />

sonas. Por eso escoger conversar con Josefina de Diego, Fefé, para saber más<br />

de Eliseo, el autor consciente de la volatilidad del lenguaje, de todas las varian -<br />

tes lúdicas de la escritura, como se aprecia en las notas dedicadas a los poetas<br />

que tradujo: “A ojos de sus compatriotas y hermanos de idioma, G. K. Ches -<br />

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ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

ELISEO DIEGO JUNTO A SU HIJA FEFÉ EN MOSCÚ, 1981<br />

52<br />

terton puede dar la impresión de que ha<br />

comenzado a caer en el olvido. Teniendo<br />

en cuenta su peso y dimen siones corporales,<br />

semejante caída iba a re sultarles por lo<br />

menos incómoda a esos caínes de hermanos<br />

suyos, siquiera por las salpica duras que pro -<br />

vocaría. Dudo mucho, además, que el olvido<br />

tenga calado suficiente para cubrirlo.”<br />

Terminaba pesando siempre más en<br />

él, el sentido ético y de respeto hacia los<br />

demás, así fueran figuras muy lejanas en el<br />

tiempo, por ello añade a continuación:<br />

“Confieso que las líneas anteriores pecan<br />

de ligereza…” Si bien en todo lo que escribió<br />

Eliseo Diego com probamos el oficio (él<br />

mismo se refirió a sí mismo como orfebre<br />

de la palabra), grita la autenticidad en ese<br />

constante volver sobre sus obsesiones, de<br />

las que contribuían a res catarlo los libros<br />

que leyó y escribió para nosotros.<br />

—¿Qué les contaban Eliseo y Bella a sus hijos de la época en que se hicieron<br />

novios?<br />

—Siempre hablaban de eso. Hay un primer momento, en 1936, en el<br />

que papá estaba junto a Cintio en la platea alta del teatro Campoamor, du -<br />

rante una conferencia de la Hispano-Cubano de Cultura que dirigía Fernan -<br />

do Or tiz —después lo recordaría—, y vio sentadas abajo a dos muchachas<br />

que lleva ban unas boinas. Una de ellas subió y devolvió un libro de Gabrie -<br />

la Mistral a Cintio, quien las conocía, pero poco. Ésa fue mamá. Papá no la<br />

volvió a ver hasta el encuentro en la Universidad, en 1940, cuando él estudiaba<br />

Dere cho. Cintio le dijo: “Te quiero presentar a una muchacha muy bo -<br />

nita e inteli gente. Ella viene con su hermana.” Y en el encuentro con Bella<br />

y Fina, papá hablaba todo el tiempo con mamá, y contaba que de pronto se<br />

sintió mal. Pensaba que la muchacha a la que Cintio se refería era mamá y


HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />

que lo estaba traicionando, pero se trataba de Fina. Me parece que fue de<br />

regreso de un viaje a Matanzas en tren cuando mis padres se hicieron no -<br />

vios. Sospecho que un jueves de octubre de 1941, porque en sus cartas ha -<br />

blan de “nuestro día, el jueves”.<br />

—¿De dónde surge la denominación de Agustín Pí de El Turco Senta -<br />

do a las veladas diarias en casa de las hermanas García-Marruz?<br />

—Nunca se supo bien. Mamá y tía Fina vivían en el centro de La Haba -<br />

na: en los altos de Neptuno 308 entre Águila y Galiano, un edificio que ya<br />

se derrumbó, y en esa casa se reunían papá, Cintio, Agustín, Gastón Baquero,<br />

Octavio Smith, el padre Ángel Gaztelu, Virgilio Piñera. Lezama nunca fue.<br />

Eran jóvenes de 20, 21 años, que aparte de leer sus primeros textos, todo muy<br />

serio, escuchaban música, jugaban, hacían chistes. Papá cantaba una ópera<br />

en alemán, idioma que no sabía, y no era muy musical que digamos, nada afi -<br />

nado. Tampoco en materia de baile sabía dar un paso. Un poema de En otro<br />

reino frágil: “Versos para El Turco Sentado”, se lo dedica a Agustín Pí (mis<br />

hermanos y yo le decíamos “tío Agustín”).<br />

—¿Por qué Eliseo Diego afirmó que nunca fue un joven, sino de máscara?<br />

—Desde jovencito estuvo bajo tratamiento siquiátrico. Incluso, durante<br />

el noviazgo, papá se separó de mamá porque decía que no la iba a hacer fe -<br />

liz. Se fue a vivir a una propiedad de su familia en Cayo Smith, en Santiago<br />

de Cuba, con los pescadores. Sólo tenía 23 años y ya lo venían acorralando<br />

todas sus obsesiones con la muerte, la religión, tormentos que se ven en su<br />

poesía. En las cartas de entonces se nota muy triste, no la menciona a ella.<br />

Alguien como papá, con una sensibilidad, diría que a flor de piel, a veces<br />

sufría demasiado, lo agobiaban los misterios de la vida.<br />

—¿Fue Bella con usted y sus hermanos tan librepensadora como lo ha -<br />

bía sido su madre con ella y con Fina?<br />

—Mamá siguió esos pasos de mi abuelita —que fue una adelantada, pien -<br />

so yo— en el sentido que respetó nuestros deseos, nuestras individualida des.<br />

Imagino que, en la intimidad con papá, hablara todo lo de sus hijos, nos criticara.<br />

Nunca intervino en nuestras decisiones de qué íbamos a estudiar o con<br />

quién salíamos. Claro, le preocupaba si era una buena persona o no, pero no<br />

era una madre metida. Lo único que hizo fue querernos mucho, cui darnos,<br />

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ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

54<br />

educarnos lo mejor que pudo. No fue impositiva, al contrario, creo que pecó<br />

un poco de liberal. Quizás en algún momento uno necesitó que lo regañaran,<br />

y ella generalmente no lo hacía. Porque por encima de todo, eso fue lo que<br />

siempre quiso en su vida: tener sus hijos. Siempre lo dijo, era su alegría más<br />

grande. Disfrutaba la poesía, disfrutaba la música, pero no tenía esa inquietud<br />

por ser creadora en un grupo donde todos lo eran. Nunca sintió complejo ni<br />

mucho menos, fue una mujer muy plena con su familia. Papá y mamá se casa -<br />

ron en 1948 (fueron novios durante casi ocho años) en la igle sia del padre Gaz -<br />

telu, en Bauta. De la ceremonia, irían a su apartamento, an tes de continuar<br />

de luna de miel en Nueva York, Washington y Miami. Pero mamá desvió el<br />

trayecto —papá contaba esto un poco molesto siempre— y quiso pasar por Vi -<br />

lla Berta, en Arroyo Naranjo, y visitar luego a los descendien tes de Eliseo Gi -<br />

berga y su esposa María del Calvo (ya fallecidos), quienes le habían regalado<br />

esa finca a mis abuelos, Constante de Diego y Berta Fernán dez-Cuervo. Eliseo<br />

Giberga, el autonomista, era hermano de la abuela materna de mi papá. Mis<br />

padres vivieron los dos primeros años de su matrimonio en el Vedado, porque<br />

Villa Berta todavía permanecía alquilada. Para mamá significaba algo muy<br />

solemne pasar por la casa y saludar a esa familia antes de ir de luna de miel.<br />

Existe una fotografía de la primera vez que papá llevó a mamá a Villa Berta,<br />

y papá la mostraba: “Ésta es la foto que yo hice a tu ma dre el día que pasamos<br />

por Villa Berta y ella dijo que quería que sus hijos se criaran aquí.”<br />

—¿Conservaba Eliseo el mapa del jardín que había hecho cuando niño?<br />

—Ese mapa no lo vi nunca. Cuando empecé a escribir El reino del abue -<br />

lo, fue muy curioso, porque dibujé un mapita para ubicarme en los lugares<br />

que recordaba, y cuando se lo enseñé a papá, me dijo: “No, ése no es el<br />

jardín.” Entonces hizo su mapa con el jardín que conoció de niño, con todos<br />

esos frutales que sembró mi abuelo Constante para él. Porque el jardín había<br />

cambiado cuando mis hermanos y yo fuimos a vivir allá.<br />

—Lichi asegura que la infancia de su padre en Villa Berta, a diferencia<br />

de la de ustedes, fue mucho más triste<br />

—Papá fue hijo único. Su medio hermano, siete años mayor, Constantico,<br />

no vivía con él. Se describía como un niño solitario en medio de ese jardín: ju -<br />

gaba a los soldaditos, leía, y también percibía un problema familiar del cual<br />

nunca le gustó hablar, por la relación difícil entre su abuela materna, Ame lia


HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />

Giberga, y su padre. Amelia era una catalana aristócrata y mi abuelo un cam -<br />

pesino humilde de Asturias, dueño de una joyería cuando conoció a abue la.<br />

La había heredado de su dueño, otro asturiano, abuelo trabajaba con él y Bor -<br />

bolla no tenía descendientes. La señora Giberga le hizo un poco difícil la vida a<br />

su hija y al esposo. Y papá, como niño muy sensible, se percataba de esa tensión.<br />

—¿Qué beneficios reconocía Eliseo Diego en ese don utilísimo de mirar<br />

su casa desde lejos, ganado en su niñez con las incursiones por la tierra de los<br />

cuentos?<br />

—Él habló de que en ese viaje a Francia se había encontrado con la Poe -<br />

sía en mayúscula, a través de su contacto, cuando enfermó, con el guiñol y<br />

con los cuentos de Perrault que le narraban Luigi, el maître del Hotel León<br />

de Roayat, y su esposa Olga. Nunca más supo de ellos, incluso nunca más<br />

regresó a Francia. Mencionaba siempre ese viaje, tenía sólo seis años, recordaba<br />

su casa, su jardín, sus juegos, y el contacto con esas nuevas maravillas<br />

lo ayudó a apreciar más las que le rodeaban, en un jardín también encanta -<br />

do, como aquel de la Auvernia.<br />

—¿Llegó Eliseo a recuperar el tiempo perdido de su infancia junto a<br />

sus hijos en la quinta de Arroyo Naranjo?<br />

—Regresó a un lugar con mucha vida, con una atmósfera agradable que<br />

no sintió de niño. Aunque se pasaba la mayor parte del tiempo en su estudio,<br />

y eso era algo para mi mamá sagrado: “Su padre está trabajando, no lo interrumpan”,<br />

se asomaba a la ventana y nos veía jugando. En las Navidades era<br />

él quien preparaba el nacimiento. Papá era un católico, lo que se llama prac -<br />

ticante, igual que mis tíos Cintio y Fina. Mamá no tanto, era más a “su ma -<br />

nera”, como se dice. Sobre una mesa colocaba libros y los cubría con papel<br />

color piedra, simulaba montañas, y disponía luego las figuras. Otra cosa que<br />

también le gustó siempre fueron los trencitos eléctricos. Mandó a hacer una<br />

mesa rectangular bastante grande, y con un cristalito daba la idea del lago, hi -<br />

zo el puente, el túnel —no sé cómo— por el que pasaba el tren, que se veía<br />

de lo más bien, puso las luces. Eso debía ser para sus hijos, pero creo que prin -<br />

cipalmente era para jugar él.<br />

—¿Cuáles claves aclaran las canciones que escogía Eliseo para dormirlos?<br />

—Su padre era asturiano y, su madre, cubana, pero hija de catalana y<br />

asturiano. Ellos lo durmieron con canciones españolas, y él hizo lo mismo con<br />

55


ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

56<br />

nosotros. Ésas eran las que se le ocurrían, aparte de “Duérmete, mi niño”, que<br />

la conoce todo el mundo. Las recogí en El reino del abuelo: “Ya se murió el<br />

burro, / que acarrea el vinagre, / ya lo llevó Dios / de esta vida miserable.” Ha -<br />

ce poco escuché un disco donde un español la canta, y no es exactamente la<br />

misma letra, pero es la canción: “ya estiró la pata, / ya torció el jocico / y con<br />

el rabico decía adiós, perico”. “Papá, ¿cómo se te ocurría dormirnos con esa<br />

canción tan triste?”, le decía. Él se quedaba un rato callado: “Pero es que<br />

la parte que a ustedes más le gustaba era: turuturuturu que turuturuturu.” Es<br />

verdad. “¡Pero, viejo, la letra es terrible!” Otra, que nos cantaba, era: “No<br />

llores, no / que la vida es muy breve, / todo se pasa, / como una sombra le -<br />

ve.” Se las enseñó Julián Orbón; es una tonada del cancionero anónimo as -<br />

turiano. Se podrán imaginar. Así y todo, mis hermanos, crueles, durmieron<br />

a sus hijos, y yo también a mis sobrinos Ismael y María José, con esas canciones,<br />

¡qué eran las que nos sabíamos!<br />

—¿En qué consistía la participación de Rapi, Lichi y Fefé en las tertulias<br />

de los amigos de Orígenes?<br />

—Un poco que El Turco Sentado se trasladó a ese pueblito perdido en<br />

los mapas de la ciudad. Los domingos llegaban Cintio, Fina, Octavio Smith,<br />

Agustín Pí, Lezama, Julián Orbón, Cleva Solís, Samuel Feijoó, y traían a<br />

nuestros primos. Hacíamos lo que hacen todos los niños, jugar, sencillamen -<br />

te; eran nuestros tíos que venían a casa. Algo de lo que me arrepentiré toda<br />

mi vida, pero qué le vamos a hacer, fue un día que papá nos dijo: “Hoy vie -<br />

ne un amigo, escritor argentino, y quiero que lo conozcan”, pero me coinci -<br />

día con un partido de baloncesto. Yo tendría trece o catorce años, estudiaba<br />

la secundaria y jugaba baloncesto. Cerca de la hora, mis hermanos no sé<br />

dónde estaban, y yo: “Papá, me tengo que ir.” “No, hijita, espera, que están<br />

al llegar.” Vestida para salir, llegó el carro, la visita subió al estudio, y mamá<br />

me avisó: “Ve, que tu padre quiere que te conozcan.” Vi a Lezama, y senta -<br />

do a su lado un señor al que me presentaron: Julio Cortázar. “Mucho gusto.”<br />

“¡Ah!, encantada.” “Bueno, me voy a un juego de básquet.” Dejé al señor Ju -<br />

lio Cortázar sentado en el estudio de mi casa, se podrán imaginar. Todavía me<br />

doy cabezazos contra la pared.<br />

—Se dice que Eliseo Diego sentía celos del cariño de María Zambrano<br />

hacia Lezama Lima.


HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />

—No puedo decir nada sobre eso, porque no sé si fue algo que papá<br />

dijo ni de dónde sacaron esa información. Toda la vida se habló de María Zam -<br />

brano en casa como una referencia, alguien que los había marcado con sus<br />

clases en la Universidad. Ella vivió varios años en Cuba, se marchó en el 53<br />

y nunca más volvió. En 1986, mis padres viajaron a Madrid. Zambrano hacía<br />

no mucho había regresado a España del exilio. Papá contaba que la llamó por<br />

teléfono: “María, ¿sabes quién te habla?” Y Zambrano dijo: “¡Ah, esa voz…!”,<br />

y recitó de memoria la dedicatoria de papá en el ejemplar que le regaló de En<br />

la calzada de Jesús del Monte. Se encontraron, y de ahí son las fotos muy<br />

bonitas de papá, mamá y María Zambrano.<br />

—¿Cuáles son las razones demasiado tristes que los obligaron a abandonar<br />

en 1968 la casa de Arroyo Naranjo?<br />

—El plan era conservar esa casa para siempre. Mi abuela paterna, Berta<br />

Fernández-Cuervo, la única con sentido práctico en la familia —los demás<br />

hemos sido un desastre hasta el sol de hoy—, no era rica ni mucho menos. De<br />

hecho, mi abuelo quebró durante la crisis del 29. Pero como ella (que nació<br />

en 1891 y se la llevaron muy pequeña a Estados Unidos, por la guerra) había<br />

aprendido a hablar inglés antes que español, comenzó a dar clases del idioma.<br />

Preparó un libro de texto en tres tomos, Exercises in Functional Grammar,<br />

y en la década del cincuenta llegó a ser inspectora general de los Centros<br />

Especiales de Inglés de Cuba. (Las personas de mi edad y un poco mayores<br />

recuerdan que en esos lugares se aprendía muy bien a hablar inglés.) De las<br />

entradas de los libros, y de la renta de unos apartamentos en la calle Com -<br />

postela —que heredó también de María del Calvo—, unidas a su mentalidad<br />

práctica —imagino que aprendida en Estados Unidos— compró terrenos para<br />

construir en Alamar y Nuevo Vedado, además de una propiedad suya en Va -<br />

radero. Lo hizo previendo el momento en que sus nietos crecieran, fuesen a<br />

estudiar a la Universidad o a trabajar, y conservaran siempre la finca de Arro -<br />

yo Naranjo como casa de campo. Ése era su plan. Dos cosas mi abuela no<br />

pudo prever: uno, que las nuevas leyes revolucionarias, aún vigentes, prohibían<br />

mantener dos casas en la ciudad; y dos, que esos terrenos, los tres, cayeron<br />

en zonas que llaman “congeladas”. Creo que en el de Nuevo Vedado cavaron<br />

un refugio; en el de Alamar construyeron un edificio; y, en Varadero, debe<br />

existir un hotel.<br />

57


ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

58<br />

Ya desde antes la casa presentaba muy mal estado, incluso el piso de<br />

madera vieja de la planta alta tenía comején, y no había posibilidad de cambiarlo.<br />

Además del problema con el transporte. Mamá, que estaba enferma,<br />

se levantaba a las cinco de la mañana para llegar temprano a su trabajo en la<br />

Biblioteca Nacional, y regresaba a las siete u ocho de la noche, con buen tiem -<br />

po. Papá tenía carro, pero no lo podía usar porque no había gasolina. Noso -<br />

tros empezábamos la Universidad, y llegar de Arroyo Naranjo al Vedado,<br />

como ahora, era difícil. Cuando yo iba a la Cinemateca, mi padre me espera -<br />

ba en la parada de la guagua, porque de ahí a la entrada de la casa había una<br />

oscuridad terrible.<br />

Un comandante llamado Argibáez, me parece recordar, quien murió des -<br />

pués en un accidente, nos propuso, en 1968, una permuta cambiando propiedad<br />

por propiedad. Pensaba destinar el lugar donde se ubicaba nuestra<br />

casa para unas oficinas de la industria agropecuaria, pues quedaba cerca de<br />

avenida 100 y Calzada de Bejucal, y de unos planes agrícolas que se desarrollaban<br />

en Managua. Nadie nos obligó a permutar, fue una decisión que mis<br />

padres y mi abuela tomaron. Claro, abuela nunca estuvo de acuerdo con lo<br />

que se recibió a cambio. Porque entregamos aquella finca maravillosa con<br />

una casa enorme de dos plantas, estudio-garaje aparte y un jardín inmenso;<br />

y lo que se resolvió —que no fue fácil, nadie nos obligó tampoco— fue los<br />

bajos de una casa en El Vedado (pues en los altos vivía otra familia). Mis pa -<br />

dres pudieron pedir algo mejor. No tuvieron en cuenta que sus hijos se iban<br />

a casar, y que a su vez iban a tener hijos. Papá y mamá dormían en un cuarto,<br />

Rapi y Lichi juntos, abuela en un tercero, y yo en otro. Se acabó la casa.<br />

Lichi después construyó en el patio. Rapi levantó una barbacoa, dormían arri -<br />

ba él y su esposa, y abajo estaban la cuna de Ismaelito y la mesa de dibujo.<br />

Difícil de resumir y asumir porque, como ven, el cuento es largo. Respeto la<br />

decisión de mis padres, para nosotros fue mucho más cómodo. Yo iba caminando<br />

a la Universidad, a las fiestas, los estudios. Pero el hecho cierto es que<br />

para todos en la familia fue una verdadera tragedia abandonar Arroyo Naran -<br />

jo. Tía Fina dice en su poema “Mudada”: “Desmantelan/ la casa. / Nos desmantelan/<br />

a todos/ el alma.”<br />

—¿Qué comprende y qué les per dona El reino del abuelo a usted y a<br />

sus hermanos?


HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />

—Pienso que el libro fue una ma -<br />

nera de pedir perdón a la finca, al pue -<br />

blo, por nuestra partida. Traté de contar<br />

allí esos momentos que vivimos y que<br />

tanto bien nos hicieron. Un poco agra -<br />

decerle al abuelo asturiano, pero tam -<br />

bién a los otros abuelos, a mis padres,<br />

por regalarnos un lugar así. Fue un re -<br />

conocimiento a todos y a todo lo que<br />

hizo posible nuestra felicidad en esos<br />

años tan importantes que son los de la<br />

infancia y la adolescencia temprana.<br />

—¿Cuándo comenzó a descubrir ELISEO DIEGO EN EL ESTUDIO DE SU CASA DEL VEDADO, RODEA -<br />

en los poemas de Eliseo Diego la DO DE SU FAMILIA. ENERO, 1970 (FOTO: LIBORIO NOVAL)<br />

misma perfección y pulcritud con que di bujaba los uniformes de sus soldaditos?<br />

—Con los años. Papá primero fue mi papá. (Sonríe). Fue el poeta Eliseo<br />

Diego después, porque ya les digo, dejé a Cortázar y a Lezama con la palabra<br />

en la boca y me fui. Sí lo miraba pintar —pintaba muy bien— los soldaditos,<br />

no los de plomo (esos se perdieron), sino unos de goma para unos juegos que<br />

él mismo inventó. No recuerdo cuándo lo leí por primera vez, pero fue en ese<br />

momento del preuniversitario, con diecipico de años: “Bueno, papá es un es -<br />

critor famoso, vamos a ver qué escribe.” Lo primero fue Divertimentos, uno<br />

de los libros suyos que más me ha gustado siempre.<br />

—¿Percibía los momentos de aprehensión en que Eliseo atendía a los<br />

colores y sombras de su patria, las costumbres de sus familias y la manera<br />

en que se decían las cosas?<br />

—Tiene que ver con su forma de ser, su atención a “las pequeñas co -<br />

sas”, y su comprensión, su acercamiento, a los demás y a la naturaleza que<br />

lo rodeaba, siempre con respeto, con un cuidado. Papá rechazaba esa poesía<br />

fabricada, la detectaba muy bien: buenos poemas, pero que no conmueven,<br />

no emocionan. Sabía que era un buen poeta, no les digo que no, le complacía<br />

que se lo dijeran. Tenía esa pequeña vanidad, pero una vanidad un poco infan -<br />

til, me parece. Le gustaba que lo visitaran los jóvenes, entraban a casa como<br />

59


ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

60<br />

a un templo, tanto lo admiraban, pero papá se ponía a conversar con ellos con<br />

naturalidad, y terminaban hablando como si lo conocieran de mucho tiempo.<br />

Un día me contó que paseaba por G y se le acercaron dos jóvenes: “¿Usted<br />

es Eliseo Diego?” “Sí, hijo, ¿qué pasa?” “Mi novia y yo estamos enamorados<br />

de usted.” Y vinieron a casa. Eso lo halagaba muchísimo. Re cuerdo que unos<br />

días después de su muerte me vinieron a ver dos muchachos que habían esta -<br />

do en casa; creo que preparaban su tesis sobre papá, y me dijeron que al co -<br />

nocer la noticia de su muerte se sentaron en uno de los bancos de la Avenida<br />

G, al lado de nuestro apartamento, a leer sus poemas.<br />

—¿Por qué alguien que confesaba “un corazón de habla española” con -<br />

servaba la mayoría de sus libros más preciados en idioma inglés?<br />

—Eso se remonta a mi abuela Berta. Ella y mi padre se hablaban constantemente<br />

en inglés, y él, de niño, tuvo además una institutriz de ese idioma,<br />

por lo que llegó a conocerlo a la perfección. Abuela también inculcó el amor por<br />

escritores ingleses como Lewis Carrol y Charles Dickens. Eran sus lecturas,<br />

aparte de los clásicos españoles, que él dominaba. Quevedo, Cervantes, Gón -<br />

gora, Lope de Vega, Azorín, Gómez de la Serna, eran leídos y bien leídos. Para<br />

papá el Siglo de Oro español fue su fuente. Pero también la sintaxis del in -<br />

glés se aprecia en su poesía.<br />

—Eliseo Diego enfrenta, en ocasiones, la pequeña casa, el ámbito fami -<br />

liar, contra lo que él llama el infinito espacio, el atroz exterior. ¿Qué aspectos<br />

del carácter y cualidades de Eliseo pueden explicar su interés por lo cotidia -<br />

no y por un lenguaje que sirva de refugio frente a la realidad?<br />

—Pienso que en la familia, la casa, sus recuerdos de niño, mi padre en -<br />

contraba consuelo, y buscaba entender la realidad a partir de las relaciones y<br />

objetos más humildes, cercanos y tangibles. El oscuro esplendor incluye el poe -<br />

ma “Tesoros”, y es una enumeración: “Un laúd, un bastón, / unas mone das, /<br />

un ánfora, un abrigo, / una espada, un baúl, / unas hebillas, / un caracol, un lien -<br />

zo, / una pelota.” Esos objetos simples, su familia, sus amigos, por su transpa -<br />

rencia, lo acompañaban, lo ayudaban a comprender las tragedias: ver las cosas,<br />

nombrarlas. Era un hombre realmente sencillo porque su padre lo fue, porque<br />

así lo aprendió. Hizo un poema a un limpiabotas, porque el lim piabotas murió,<br />

y era su amigo. Tras la muerte de papá nos dieron el pésame muchos es critores,<br />

pero también gente del barrio, que a derechas no sabían ni que él era escritor.


HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />

—¿Por qué cree que sus cuentos queden en un terreno tan ambiguo y que<br />

él mismo los haya valorado como meros entrenamientos para escribir poesía?<br />

—Sus primeros cuentos son más largos, pero creo que ya En las oscuras<br />

manos del olvido evidencia la añoranza de trascender la prosa, un deseo que<br />

implica la poesía. Nunca hubiera podido escribir la novela que quiso, porque<br />

la novela requiere, como dice mi hermano Lichi, mucha “carpintería”, y papá<br />

tendía a la concisión. En Versiones, la prosa todavía es más destilada que<br />

en Divertimentos. No creo que considerara sus cuentos algo menor, quizás no<br />

se consideraba a sí mismo un cuentista. Siempre dijo que a partir de En la<br />

Calzada de Jesús del Monte fue buscando otra forma en la que decir, más<br />

sintética. El primer discurso, casi poemas en prosa, lo va reduciendo y redu -<br />

ciendo. Pocos poemas de papá pasan las dos páginas, y El oscuro esplendor,<br />

el libro que según él más le gustaba, manifiesta la idea lo más concisa posible.<br />

Son sus mismos temas: el tiempo, la muerte, la amistad…, repetidos una y otra<br />

vez, tratando de desvestirlos de todo adorno y dejarlos en su esencia misma.<br />

—¿Sabe qué llevó a Eliseo a no deshacerse nunca del borrador de su no -<br />

vela inconclusa Narración de domingo, que comenzó tras publicar en 1942<br />

En las oscuras manos del olvido?<br />

—No recuerdo que haya hablado nunca de ese proyecto, ni lo vi traba -<br />

jar en él. Al parecer comenzó a tomar unas notas extrañas en el año 45, y lue -<br />

go desechó la idea. Llegué a pensar que hasta se le había olvidado, pero no<br />

pudo ser, porque lo conservaba en la gavetica al costado de su buró. No he re -<br />

visado completo el borrador, la letra es muy incómoda de leer, pero se desarro -<br />

lla en un sueño y una irrealidad que después llevó a sus cuentos y a su poesía.<br />

Sí quiso hacer una novela histórica, y quedan anotaciones; le fascinaba la<br />

batalla naval de Santiago de Cuba, porque su padre vio de joven en España<br />

salir a la armada del almirante Cervera rumbo a Cuba.<br />

—Eliseo Diego creía en la inspiración, pero también en la necesidad de<br />

reescribir el poema hasta que quedara tal y como lo tenía pensado, ¿era disci -<br />

plinado a la hora de trabajar o esperaba a alcanzar determinados estados de<br />

ánimo?<br />

—Las dos cosas. Guardo casi doscientos poemas y conferencias ma -<br />

nus critas, incluso se demoró años en publicar algunos poemas porque no le<br />

satisfacían. El libro Cuatro de oros está compuesto, bá sicamente, de poemas<br />

61


ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

62<br />

que escribió en la década del setenta. Ahí están sus borrones. Comenzaba<br />

a escribir a mano, con su plumita, que era sagrada. Eso no se podía tocar, ni<br />

siquiera mamá. Llevaba los bolígrafos en el bolsillo de la camisa o los guardaba<br />

en una gavetica específica, cerrada. Si le pedíamos que nos prestara la<br />

pluma para anotar algo, no le gustaba, se quedaba con la ma no extendida<br />

hasta que se la devolvieras. Después, esa primera versión la vol vía a pasar<br />

a mano, la corregía otra vez, escribía de nuevo, y cuando creía que estaba<br />

bien, la pasaba a maquinita. Era un excelente mecanógrafo, teclea ba con la<br />

vista en la página, dejando los márgenes, los espacios, todo limpio, perfecto.<br />

Pero ahí también revisaba, y cambiaba una palabra. Leía luego en voz alta<br />

el poema, a mamá, siempre; a sus amigos: Agustín, Cintio, Fina, Octa vio, y<br />

después que fuimos grandes, a nosotros, hasta quedar satisfecho.<br />

—¿Y ustedes le hacían señalamientos?<br />

—Sí, cómo no. Algunos los aceptaba, otros no. A veces se picaba. Pero<br />

generalmente lo que nos leía —no es por nada— estaba bastante perfilado ya.<br />

—¿Cómo explica que entre tantos bienes inmateriales posibles Eliseo<br />

Diego nos haya dejado en herencia el tiempo, todo el tiempo?<br />

—El paso del tiempo era su mayor obsesión, el sentido de existencia del<br />

hombre; él se abrumaba con la naturaleza y con la vida. Y cuando se ponen a<br />

ver, no se puede pensar mucho en eso. Ves la inmensidad del universo, te ale -<br />

jas, te alejas, y no existimos prácticamente. Ésos eran sus temores y preocu pa -<br />

ciones que expresa en los poemas. Frente al espejo empieza: “En un abrir y<br />

cerrar de ojos / ya no estarás en donde estabas: / un triste viejo está mirándo -<br />

te / con qué terror desde tu cara. // Mirándote ávido y mirándote / mientras la<br />

luz te da en su cara: / en un abrir y cerrar de ojos, / ni tú, ni él, ni nada.” Cuan -<br />

do salió Inventario de asombros, un poeta amigo mío iba a una fiesta un sá -<br />

bado, pasó antes por una librería, compró el libro y se puso a leerlo en la<br />

guagua. Al terminarlo, regresó a su casa. A papá ese cuento lo entristecía:<br />

“¿Pero por qué tu amigo no fue a la fiesta?”, me preguntó, y yo le dije: “Pero<br />

papá, ¿tú no has leído ese libro?” Se sentía hasta culpable de que a ese pobre<br />

muchacho se le hubiese fastidiado su sábado. Tiene poemas tremendos, de -<br />

moledores. Él lograba penetrar en una zona de la realidad que asusta.<br />

—¿Explicaba Eliseo por qué su letra cambiaba tanto a lo largo de los<br />

años?


HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />

—No, y nunca le pregunté. Para papá el contenido de sus poemas era<br />

fundamental; pero, si se fijan, la forma del poema en la página, los espacios,<br />

también. Le gustaba ir escogiendo su letra, algo muy raro. Les he enseñado<br />

la de los trazos largos, él como que la dibujaba. Quizás era un problema de<br />

gusto gráfico, visual. Se demoraba cuando hacía una dedicatoria, dibujaba la<br />

letra. Su letra de jovencito no era fea, pero la fue mejorando en su afán por<br />

la perfección. Ya al final es una letra muy trabajada, casi estudiada.<br />

—Rapi asegura en “Una conversación para empezar” que su padre les<br />

regaló el asombro.<br />

—Por esa insistencia de papá en detenerse a captar las esencias. Ver un<br />

gatico, y más que el gatico, tratar de apreciar los secretos que los gaticos tam -<br />

bién tienen. Por eso en la dedicatoria de Por los extraños pueblos plantea<br />

que la poesía “es el acto de atender en toda su pureza”, poder captar, apreciar,<br />

sorprenderse, que no se le escape nada.<br />

—¿Qué viejas cosas no dejaba atrás en las estancias abandonadas?<br />

—Sus recuerdos, y sus libros de poemas, que también iban tras él.<br />

—¿Por qué sentía Eliseo que no podría acabar nunca a su gusto el home -<br />

naje a la tienda de su padre, La casa Borbolla, aún después de escribir el breve<br />

relato “Historia de una anticuario”?<br />

—Veía ese lugar como un sitio de infinitas posibilidades, porque lo recor -<br />

daba con los ojos del niño. Siempre hablaba de eso. Parece que le causó mu -<br />

cha impresión esa mueblería y joyería de mi abuelo, que reposaba en una<br />

especie de almacén de antigüedades, quizás igual que el de la novela de Dic -<br />

kens. Y quizás pensaba que no había agotado todo lo que ese lugar le dio.<br />

—¿Cómo se las arreglaban Eliseo y Bella para burlar y embromar la des -<br />

gracia en los momentos que aparecía?<br />

—Papá era un hombre taciturno, melancólico, con tendencia a la depresión.<br />

Él se refugiaba mucho en sus libros, sus lecturas y la religión. Para mamá, por<br />

el contrario, la vida era un regalo que había que disfrutar. Igual que Rapi, muy<br />

vitales en ese aspecto. Ellos dos asumían todo con alegría, como mamá enfren -<br />

tó su diabetes, y como mi hermano, al final, enfrentó su enfermedad, con un<br />

sentido del humor y una grandeza que no se podía creer. Rapi estaba muy mal,<br />

y me escribía unas cartas con las que yo empezaba a llorar y termi naba en<br />

carcajadas.<br />

63


ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

64<br />

—¿Era práctica habitual entre los de su familia intercambiar insultos e<br />

improperios?<br />

—Desde El Turco Sentado empezó a ser así. Tío Agustín era famoso por -<br />

que le decían El Bofe. Por supuesto, con cariño. Por ejemplo, tío Agustín ve -<br />

nía, y ésa era “su” visita, éstos eran sus predios. Estaba tomándose su cafecito,<br />

fumando —cuando podía, porque después lo dejó—, y si llegaba otra persona<br />

en ese momento que era de él, había que verlo. Mamá y papá le decían: “Tin,<br />

no pongas esa cara de palo”, pero no podía evitar transmitir su incomodidad.<br />

Un día —esto papá lo contaba delante de tío Agustín y él se moría de la risa—<br />

papá lo llevó a un almuerzo con un amigo, pero aquello no estaba en los planes<br />

de tío Agustín. Cuando se separaban, ese amigo le dijo a papá: “¿Por qué<br />

invitaste a ese hombre a almorzar?” “¿Pero por qué?”, le preguntó. “Porque<br />

a este hombre hay que llevarlo al cine: allí ni se le ve ni se le oye.” A Octavio<br />

le decían El Simple. Tío Octavio era un hombre muy bueno, ingenuo, despistado.<br />

Papá manejaba muy bien, porque él todo quería hacerlo a la perfección,<br />

y eso a veces era un problema. Excelente chofer, extremadamente precavido,<br />

nunca chocó. De ellos, era el único que manejaba, porque ni Agustín ni Oc -<br />

tavio ni Lezama sabían. Todos iban en taxi hasta Arroyo Naranjo, y papá luego<br />

los regresaba en su máquina. Lezama, con esa cadencia rara que tenía al ha -<br />

blar, por su asma, se burlaba: “Eliseo, cuando llega a una intersección, se baja<br />

del coche, otea a la derecha, otea a la izquierda, comprueba que no viene na -<br />

da, se monta en el coche, y sigue su curso.”<br />

Fue famoso en una época que el grupo de Jesús Díaz, Raúl Rivero, Wi -<br />

chy El Rojo, muchachos inteligentes, agudos, ideaban epitafios de escritores,<br />

y se metían con todo el mundo. Ellos venían a casa a leérselos a papá, y papá<br />

estaba espantado de que le fueran a hacer su epitafio, por lo que él mismo se<br />

hizo dos. También componía limericks, una forma poética inglesa popularizada<br />

por Edward Lear, que yo retomo en Rimas y divertimentos. Consiste en<br />

cinco versos: riman entre sí el primero, el segundo y el quinto (que pueden<br />

tener entre siete y diez sílabas), y el tercero con el cuarto (de cinco a siete sí -<br />

labas). Son nanas para niños, pero también con su carga política y de doble<br />

sentido. Él se moría de la risa inventando limericks en inglés a sus amigos, por -<br />

que la gracia de él era hacerlos en ese idioma, como un alarde.


HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />

—¿A qué atribuye que su padre y su madre aun en la vejez continua ran<br />

viéndose el uno al otro como un joven ciclista y una muchacha de apenas 19 años?<br />

—Papá decía que en realidad él era un joven al que una bruja muy ma -<br />

la había hechizado, y en vez de convertirlo en sapo lo había condenado en<br />

ese cuerpo de viejo. Veía a mamá como “la muchacha”, porque sus recuerdos<br />

más queridos eran de su juventud juntos. Su buró estaba lleno de retratos de<br />

mamá joven, hasta que ella un día enmarcó una foto reciente, la colocó junto<br />

a las otras, y le dijo: “Ésta es la vieja que soy.” Pero papá no podía evitarlo<br />

y continuaba refiriéndose a ella y a Fina como “las muchachitas”.<br />

—¿Cuáles eran las “clarísimas manifestaciones de malacrianza” de Eliseo<br />

a las que Lichi se refiere en La novela de mi padre?<br />

—Papá era hijo único. Ya eso dice mucho, pero además mi abuelita Berta<br />

era en exceso sobreprotectora con él, y así lo fue con mi hermano Rapi, que era<br />

igualito a papá. Por ejemplo, a papá había cosas que no le gustaba hacer, tan<br />

elementales como quitarle la cáscara a un huevo duro. Mamá los preparaba<br />

para comer cuando íbamos a la playa, y él le decía —lo cual la ponía frenéti -<br />

ca— que no sabía quitarle la cáscara al huevo. Y así, pequeños antojitos. Lo<br />

que lo distrajera de su mundo no le hacía mucha gracia. Yo le había puesto<br />

una tarea que detestaba, y consistía en buscar el pan por la tarde en la bode -<br />

ga de la esquina para que caminara, porque debía hacerlo. Siempre tenía un<br />

pretexto para no ir. Un día anunciaron un ciclón, había viento y lluvia, el ci -<br />

clón a punto de entrar en la ciudad y, al regresar a casa, veo a papá listo para<br />

salir. “¿A dónde tú vas?” “A buscar el pan”, contestó. “Mira, papá, regresa<br />

a la casa, que es peligroso.” No le gustaba hacer aquello, pero como había<br />

surgido la aventura, agarró gabán y sombrero, un poco a lo Humphrey Bogart,<br />

e iba a buscar el pan en medio del ciclón aquél.<br />

—¿Lograba Eliseo amansar la angustia y la soledad volviéndolas poesía?<br />

—Que mi papá no pudiera leer, no pudiera escribir, para mí siempre fue<br />

síntoma de que estaba muy mal. Entraba en sus crisis depresivas y no podía<br />

ni escribir ni leer. Cuando escribía se sentía muy pleno. Era una forma de<br />

conjurar eso. Mientras pudo, estuvo trabajando.<br />

¿Cómo se las arreglaban para rescatar a su padre de la melancolía y las<br />

depresiones relojeras?<br />

Yo le ponía su música de Mo zart, me sentaba con él, o le llevaba libre-<br />

65


ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

tas y una plumita muy buena que le<br />

regalé: “A ver, papá, escribe”, en -<br />

tonces él hacía un esfuerzo. Por eso<br />

los tres poemas que me de dica En<br />

otro reino frágil, en los que advierte:<br />

“Mi hija Fefé me está mirando.” Me<br />

hizo notas: en una de cía que no se<br />

le ocurría nada, y ya que no se le<br />

ocurría nada es que se le empezaba<br />

a ocurrir algo. Pe ro cuando él se<br />

adentraba en sus crisis pro fundas<br />

era muy difícil sa carlo. Mamá fue<br />

quien siempre es tuvo a su lado. Al<br />

principio, cuando Rapi, Lichi y yo<br />

teníamos veintipico de años, en trá -<br />

bamos, salíamos, que si la universidad,<br />

los amigos, las fiestas: “No te<br />

preocupes, pa pá, te vas a poner bien”<br />

(acaricia un cabello imagina rio), y<br />

nos íbamos. Y él ahí sentado, calla -<br />

do. Cuando so mos jóvenes, somos<br />

egoístas sin darnos cuenta, estamos apurados por vivir la vida y no nos que -<br />

da mucho tiempo para acompañar a “las personas ma yores”. Adorábamos a<br />

nuestro padre, pero su enfermedad requería constancia. Él después decía que<br />

en esos periodos caía en el “pozo negro de Calcuta”. Nunca vi a mamá per der<br />

la paciencia con papá, era muy dulce, muy tierna con él. Ahí me di cuenta<br />

de cuánto lo quería. Siempre lo supe, pero en esas crisis lo pude apreciar me -<br />

jor. Cuando papá murió, que regresamos a Cuba de México, ella se en fermó<br />

con una bronconeumonía brutal. La entramos en silla de ruedas al hospital,<br />

y no comía. Algo muy grave para un diabético. “Mamá, tienes que hacer un<br />

esfuerzo, pon de tu parte.” Y me dijo: “Hija, es que ustedes no entienden;<br />

durante cincuenta años mi vida fue un trazo perfecto —y dibujó una línea en<br />

el aire— y ese trazo se que bró.” Desde los 18 años había sido novia de mi<br />

padre. Batallé con ella y, por suerte, rebasó la enfermedad.<br />

ELISEO ALBERTO (LICHI), CONSTANTE (RAPI) Y JOSEFINA (FEFÉ),<br />

DELANTE DE UNO DE LOS NACIMIENTOS PREPARADOS POR SU<br />

PADRE, ELISEO DIEGO. NAVIDADES DE 1954.<br />

66


HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />

—¿Cómo consigue su familia, a pesar de las pérdidas y las lejanías,<br />

conservar la fortaleza y la unidad salvadoras?<br />

—Con mucho cariño. Mi hermano Lichi ha escrito cosas muy fuertes,<br />

pero por encima de todo está el amor y el respeto a la familia como algo<br />

sagrado que no se puede romper. No porque sea un principio definido así,<br />

sino porque realmente nos queremos.<br />

—¿Qué cuentos escogería escuchar, si como cuando eran pequeños,<br />

Rapi y Lichi la despertaran para relatarle lo que no había podido ver?<br />

—Todos esos cuentos sobre los lugares a los que no me dejaban ir siendo<br />

yo pequeña, sobre todo al circo, esos circos de pueblo que ya han desaparecido,<br />

pero no podría escoger demasiado porque cualquier historia en<br />

boca de ellos siempre tenía una magia especial.<br />

—¿Por qué identifica como un emisario de Rapi al zunzún que la visita<br />

todas las tardes y toma agua en su ventana?<br />

—Cuando escribía Un gato siberian husky, Rapi enfermó. Y como un<br />

zunzún viene siempre a mi ventana y me alegra al igual que hacía mi herma -<br />

no. Yo decía que el zunzún era Rapi que quería darme una buena noticia<br />

sobre el tratamiento de su enfermedad. Y se lo comenté a él. La décima al<br />

zunzún que incluyo en ese libro para niños está completamente dedicada a<br />

Rapi, por eso incluyo su nombre, Constante: “Pajarillo, zunzún mío / que en<br />

mi ventana apareces / no te vayas, no me dejes / regresa siempre conmigo. /<br />

Eres ágil, tienes brío / en ti todo es emoción / te consume la pasión / siempre<br />

vuelas vigilante / y con tu entrega constante / alegras mi corazón.” La décima<br />

del personaje de María José a la paloma también está dedicada a él, es un<br />

momento en que la niña está muy triste y la paloma la viene a acompañar y<br />

a jugar con ella. Rapi me acompañó cuando escribí ese libro; estaba vivo cuan -<br />

do Abel Prieto me lo pidió para publicar, y tiene mucho que ver con él.<br />

—¿Le reveló Bella Esther el secreto de saber conversar con los ausentes?<br />

—Mamá siempre hablaba de su familia y mucho de lo que cuento en El<br />

reino del abuelo es resultado de sus anécdotas. De ella heredé la costumbre<br />

de rescatar nuestra historia. Por eso guardo las fotos, cada papelito, con la fe -<br />

cha y una aclaración. Incluso organicé un libro con datos biográficos, fotogra -<br />

fías y textos que llegan hasta donde he podido indagar, además de hacerle<br />

entrevistas a mamá y a papá.<br />

67


ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />

68<br />

—¿Ha regresado alguna vez a Villa Berta?<br />

—Más de una vez, y me he subido al árbol, porque todavía lo veo y creo<br />

que puedo hacer como cuando era niña. Me da gusto ir al pueblito de Arroyo<br />

Naranjo. Y regreso contenta; no triste.<br />

—¿Por qué ahora, a diferencia de cuando era niña, su miedo es que la<br />

encuentren si se esconde?<br />

—Con los años me he vuelto más conversadora, pero sigo siendo reserva -<br />

da, tímida. Me gusta la tranquilidad, guardar mis secretos, mi mundo privado.<br />

Nunca quise escribir, me era muy difícil, y finalmente me decidí a hacerlo.<br />

Tratando siempre de que mi prosa sea, como me dijo papá después de leer El<br />

reino del abuelo, transparente, sin muchos adornos, esencial, honesta.<br />

—Al escribir Eliseo Alberto que usted no es sólo la más inteligente de los<br />

tres hermanos, sino la más buena, ¿lo movía únicamente hacer un cumplido?<br />

—A Lichi le gusta decir eso, creo yo, porque me quiere mucho y porque<br />

ellos se fueron a vivir a México y yo me quedé sola con nuestros padres, aun -<br />

que se ocupaban mucho de nosotros. Rapi incluso postergó su primera quimio -<br />

terapia porque mamá se acababa de caer y vino a verla, cosa que no debía<br />

haber hecho. Lichi piensa eso de verdad, pero es algo que yo no creo. Rapi<br />

era brillante, Lichi igual, en inteligencia y en bondad.<br />

—¿Quedará enterrado en medio de los seis pinos, cerca de la pequeña<br />

estatua del niño-vigía el cofre de los tesoros de Rapi, Lichi y Fefé con monedas<br />

o alguna carta a los Tres Reyes Magos?<br />

—Pues ahí está enterrado y ahí se va a quedar, porque ese jardín sigue<br />

siendo nuestro.<br />

—¿Cree en la posibilidad de que Rapi y Lichi la esperen con las caritas<br />

atrapadas entre las rejas, bajo la tutela constante de Bella y Eliseo?<br />

—Espero que sea así, que nos reunamos todos en algún momento y en<br />

algún lugar de la eternidad. Sueño con regresar a vivir a ese jardín. Rapi está<br />

muy cerca de mí, incluso más que mis padres, es una sensación muy real. Lichi<br />

y yo somos jimaguas y nos entendemos muy bien. Pienso que como todo es tan<br />

misterioso, quizás exista alguna posibilidad. Continuar lo que en realidad no se<br />

ha interrumpido nunca, estar todos juntos otra vez.<br />

La Habana, agosto 21 y 26 de 2008


Extinciones<br />

JOSU LANDA<br />

Hundo la azada en la misma tierra donde tantos cosecharon tantos frutos.<br />

Un pedazo de lata, una pila oxidada, girones de una bolsa de<br />

plástico, algún hueso indescifrable, es lo que desentraño ahora.<br />

Demasiadas cosas recordándome la muerte.<br />

*<br />

Tiene que venir el crepúsculo, para descubrir que he estado todo el<br />

día en medio de la luz, sin percatarme de ello.<br />

Cada vez que el agua limpia pasa por mi cuerpo, sale sucia.<br />

El fresno avienta miríadas de semillas a la acera, al pavimento.<br />

Nunca germinarán.<br />

*<br />

*<br />

69


70<br />

Llegan dos pájaros a guarecerse en el alero de mi ventana.<br />

*<br />

Pían confiados, se picotean el cuerpo, hinchan el plumaje, estiran<br />

las alas, se rascan el pico...<br />

Viven sus vidas, mientras no se percatan de que los observo.<br />

Todo está bien hasta que aparezco en su escenario.<br />

Yo: el espantapájaros.<br />

*<br />

Desde aquí veo a la luna dando la luz que le dan.<br />

*<br />

La telaraña ha pescado diamantes en la noche.<br />

La araña los mira con desdén y espera a que el sol se los lleve en<br />

la punta de sus rayos.<br />

Al sol, lo que es del sol.<br />

*<br />

Uno trata de pasar en silencio, pero la vieja puerta chirria.


¿Qué me quiere decir?<br />

¿Que también le duele el tiempo?<br />

¿Que también se hartó de tanta soledad?<br />

Acabo de abofetearme.<br />

*<br />

La mosca que debí haber aplastado, en mi mejilla, huyó otra vez<br />

a lugar seguro.<br />

Cada uno de sus asaltos a mi piel ha de confirmar mi olor a muerto.<br />

¿A qué espera esta calma?<br />

*<br />

¿Qué viene después de esta reverberación muda del aire, este vaho<br />

de metales muertos?<br />

No me ha hecho nada.<br />

No me consta que haya matado para vivir.<br />

*<br />

Y, sin embargo, la aplasto: de noche, a la cucaracha, cuando se<br />

atraviesa en mi camino.<br />

71


72<br />

Esta mañana, el sol apenas se fijó en mi piel.<br />

No le gustó mi carne fría.<br />

*<br />

*<br />

Después del aguacero, como si se me hubiera empapado, me pesa<br />

más la soledad.<br />

*<br />

Todo sigue su curso con libertad: los pájaros, las nubes, los perros<br />

callejeros, los transeúntes...<br />

Todo menos uno, varado eternidades en otro embotellamiento.<br />

Ladra el perro a mi paso por la calle.<br />

Su irritación aumenta según me acerco a él.<br />

Como si acabara de morder mi aura rancia, amarga.<br />

*


Una pareja del campo<br />

ELKIN RESTREPO<br />

“He ahí los estragos del tiempo”, fue lo que primero pensé cuando vi a la<br />

pareja entrar al mercado y dirigirse a la sección de frutas y carnes. Vestían<br />

quizás los mismos andrajos que tenían hace cinco años cuando se fueron a<br />

vivir a la finca que un tío harto del campo les había prestado. Sucios, desali -<br />

ñados, indiferentes, daban la impresión de que un mago bromista los hubie -<br />

ra sacado del presente, dejándolos abandonados en aquellos tiempos en que<br />

las comunas campestres, el sexo libre y la marihuana, pasaban por una filoso -<br />

fía. La ola que había traído y llevado a los demás, a ellos sencillamente los ha -<br />

bía sepultado, dejándolos en un lugar aparte, como a criaturas de otra especie.<br />

Habían envejecido y su aspecto, nada bueno, mostraba las señales de una<br />

vida difícil, poco amable, y seguramente muy distinta a la que soñaban cuan -<br />

do un día renunciaron a todo para irse a experimentar otras cosas. Algo en su<br />

actitud, una desazón, un temor de ave, daban a entender que su presencia en<br />

el mercado era quizás una equivocación, en todo caso algo pasajero, justifica -<br />

da por la necesidad de avituallarse para no morir de hambre.<br />

Aunque, en un principio, ella hizo ademán de reconocerme, pronto si -<br />

guió de largo, sin importarle que la última vez que nos vimos yo hubiese disfrutado<br />

de sus encantos nada desdeñables. De su marido, por la mirada vacía<br />

con la que me topé, colegí que nunca me había visto, así que fuera de observar -<br />

los y advertir lo que la vida hace de uno sin remedio, me puse a recordar su<br />

historia, sin olvidar a Araceli, la muchacha que luego se les unió, atraída por<br />

su tipo de existencia y las lecturas en voz alta que de Shakespeare, allá en<br />

lo hondo del jardín, hacía Jean Pierre cada que se daba la oportunidad.<br />

73


ELKIN RESTREPO<br />

74<br />

Cuando los conocí, Jean Pierre y<br />

Romina estaban recién casados y ju -<br />

gaban a ser modernos, como podían<br />

serlo dos cuya única preocupación era<br />

seguir el evangelio según san Bob Dy -<br />

lan. Por sus atuendos y extra vagancia<br />

despertaban la curiosidad allí donde<br />

aparecían y eran, o por lo menos así<br />

lo querían hacer parecer, el capítulo<br />

que faltó a Woodstock. Por supues -<br />

to que no se les tomaba muy en serio,<br />

pero eran divertidos y no ha cían daño<br />

a nadie y se les aceptaba como un or -<br />

nitólogo acepta a un hipo pótamo. Por<br />

pura simpatía con la creación entera.<br />

En su pequeño apartamento del barrio Los Ángeles, las macetas sembradas<br />

de marihuana se mezclaban caprichosamente con las plantas carnívo -<br />

ras, de manera que echarle moscas a unas y deshojar las otras constituía un<br />

pasatiempo al que eran invitados sus amigos.<br />

“Las chicas”, así llamaban a las plantas de su jardín casero, reverde -<br />

cían con el buen rock y languidecían con Joe Cocker y sus perros rabiosos,<br />

por ejemplo. Así que la música en las fiestas que programaban obedecía a<br />

cánones muy severos, no fuera a colarse alguien con pava. Con Janis Joplin,<br />

no sobra decirlo, las maticas se transformaban en verdeantes arbustos con<br />

pájaros y nidos y, también, habría que verlo, en una ocasión única para que<br />

las moscas, excitadas, contrariando cuanta ley existe, por su propia iniciativa,<br />

sucumbieran al placer divino de ser devoradas por las flores canallas que<br />

por allí cundían.<br />

Sus ideas sobre el sexo giraban alrededor de un ejemplar manoseado del<br />

Kama Sutra y la edición reciente, puesta sobre una silla, de Lolita de Nabo -<br />

kov. Claro que en la práctica las cosas siempre iban más allá porque Romina,<br />

la sacerdotisa, no tenía ninguna dificultad en aceptar lo inaceptable. Y, tratán -<br />

dose del sexo, el sano, fortificante, medicinal sexo, ¿qué más se puede pedir?<br />

Ambos eran, pues, de ideas libertarias, y como un día descubrieron


UNA PAREJA DEL CAMPO<br />

que a su vida de recién desposados le hacía falta paradójicamente un poco<br />

más de oxígeno, aceptaron vivir en aquel caserón en las afueras, metido en<br />

medio de un bosque umbrío, que el tío enfermizo les cedió a cambio de na -<br />

da. Hasta allí los acompañaron los amigos cuando se mudaron, y para no per -<br />

derse el espectáculo de la mutación de aquellas larvas en crisálidas, empezaron<br />

a visitarlos con cierta periodicidad.<br />

La casa era blanca, espaciosa, de dos pisos, con detalles de buen gusto<br />

por todos lados, a la que envolvía también una leyenda. Se contaba que allí<br />

la antigua dueña, una solterona neurótica, herida en lo más íntimo, había<br />

disparado al mayordomo cuando lo sorprendió en ciertas disquisiciones ama -<br />

torias con una oveja que apacentaba con sus corderillos en los alrededores,<br />

enterrándolo luego en el jardín. La fertilidad y belleza del sembrado de hor -<br />

tensias provenía al parecer de la calidad del abono, cuya composición quí -<br />

mica nadie desentrañaba hasta que el olfato de un experimentado sabueso,<br />

adscrito a la inspección policial, logró averiguar la causa.<br />

Pero esto había sucedido hacía tiempo, por lo que Romina, protegida<br />

por su mantra (remitido por un gurú californiano, falso por supuesto), al que<br />

se aferraba cada que la cogían los nervios en aquella desmañada soledad,<br />

decía no importarle.<br />

A la vuelta de la casa existía una caída de agua donde la pareja se baña -<br />

ba desnuda y entonaba cantos obscenos que hacían palidecer a la legión de ha -<br />

das gordas que merodeaba por allí, sin razón útil alguna. El tiempo, sobre todo<br />

al principio, fue su gran aliado y fuera de dar rienda suelta a sus instintos, que<br />

se extendían al hociqueo y la sodomía y al cosquillearse con una coliflor o una<br />

cola de marrano, su mínimo quehacer los gratificaba como a otros gratifica<br />

quebrarse el lomo veinte horas al día.<br />

Fue, llamémoslo así, su periodo azul, en el que Romina, hacendosa como<br />

era, para descansar del amor y sus somnolientas horas, fabricaba collares de<br />

achiras y hacía dulces variados, llenando aquellos predios de aromas ricos,<br />

que luego enfrascaba y vendía en la ciudad.<br />

Por su parte, Jean Pierre empezó a leer a Shakespeare en voz alta,<br />

primero a su amada y luego a quien apareciera por aquellos predios, a fin<br />

de superar el trauma de haber robado el volumen de las tragedias, allá en la<br />

infancia, con intenciones de prenderle fuego a la casa de sus padres.<br />

75


ELKIN RESTREPO<br />

76<br />

Leer era su primer oficio conocido y el consenso era que no lo hacía<br />

mal; por el contrario, por su dicción, tonos y compostura, aquel vozarrón, raro<br />

en alguien tan delgado, señal seguramente de alguna anomalía pulmonar, po -<br />

nía a pensar a los oyentes en un relumbrante esquife que se desliza con elegancia<br />

y hechizo por el torrente verbal y metafórico, un océano en sí, del bardo<br />

inglés.<br />

Y Jean Pierre, para la concurrencia, a veces era Antonio despidiendo<br />

el cadáver de César, Falstaff vinculando su condición de ladrón al mismo he -<br />

cho de las estrellas o Próspero aprovechando sus artes mágicas para engalanar<br />

las bodas de Miranda, su hija. Sin embargo, en su intimidad agreste, su mejor<br />

papel lo desempeñaba cuando se transformaba en el asno del que, por la burla<br />

de Buck, Titania se enamora con locura.<br />

El matrimonio vivía de lo que la huerta casera producía, sumándole<br />

por lo común frutos silvestres o algún animalillo de orejas largas o pico que,<br />

desprevenido, se acercaba hasta allí a curiosear. Sin embargo, con el tiempo,<br />

fueron cambiando sus hábitos y apetencias, entregándose cada vez más a una<br />

vida aislada, sin palabras, donde hasta lo acostumbrado constituía un exceso.<br />

Sus viajes a la ciudad empezaron entonces a espaciarse y cuando, intriga -<br />

dos, los amigos acudieron a averiguar la causa, aquéllos no disimularon su<br />

incomodidad, ni hicieron mucho para que se quedaran ni para atenderlos.<br />

Aunque su aspecto no era el mejor, no aceptaron atención profesional<br />

y, el último que apareció con intenciones samaritanas, fue devuelto con pie -<br />

dras y palos. De su admiración por Bob Dylan sólo restaba la dulzaina que<br />

Jean Pierre guardaba en su bolsillo trasero y ya no tocaba, y de Shakespeare,<br />

el ajado y roído ejemplar que en ocasiones escudriñaba como en busca de<br />

una razón que disipara la niebla que envolvía su alma y que era un vestigio<br />

de algo muy lejano, imposible ahora de precisar.<br />

Como ermitaños, vagaban por el bosque y las cañadas y defecaban y ha -<br />

cían el amor sin pudor alguno. Involucionaban, sumiéndose poco a poco en<br />

un ambiente cuyos rigores, poco líricos, los despojaban de todo ademán civi -<br />

lizado. Para atender a necesidades inmediatas, o por el simple gusto de hacer -<br />

lo, un día desmantelaron la casa y construyeron otra al lado que era una versión<br />

estúpida, sin función alguna, salvo la de ser un remedo sin luces de la original.<br />

Allí, en aquel sitio informe que no alcanzaba a ser un lugar, como atraídos


UNA PAREJA DEL CAMPO<br />

por viejos hábitos, se protegían de las<br />

inclemencias del sol, la lluvia y los re -<br />

lámpagos y de la amenaza ocasional<br />

de algún felino ocioso.<br />

En el fondo, tal conducta descri -<br />

bía su estado mental y, si se quiere, la<br />

manera cómo para ambos el tiempo se<br />

había vuelto de repente una cosa ex -<br />

tensa, insomne, a la que intentaban dar,<br />

si no una medida, al menos un nuevo<br />

comienzo, entregándose como primitivos<br />

a la tarea de colocar una piedra<br />

sobre otra, y en avanzar, tropezándo -<br />

se, en una dirección cualquiera.<br />

Su existencia, tan hija de la épo -<br />

ca, con el correr de los años, no sólo se<br />

había vuelto algo erróneo, sino incluso insignificante. Hasta el amor, esa dei -<br />

dad mayor, acabó indiferenciándose de los demás actos que componían su<br />

trivial existencia. A veces, mientras se abrazaban, no reconocían lo que esta -<br />

ban haciendo y si lo hacían era porque una cosa llevaba inevitablemente a la<br />

otra, y así, por pura inercia. Tampoco fue raro que, hijos de esta confusión,<br />

por periodos largos, sin darse cuenta, intercambiaran de rol, nombres, ropa -<br />

je y modo de hablar. El uno podía ser el otro, y viceversa, un suceso del que,<br />

valga decirlo, no sacaban tampoco conclusión alguna.<br />

Pero en ellos, tan semejantes ahora, no había angustia ni desespera -<br />

ción, ni sentimiento negativo alguno, sólo la perplejidad de un insecto que se<br />

da de cabezazos una y otra vez contra una vidriera.<br />

La historia, hasta cierto punto, la cuenta Araceli, la pupila que Jean Pierre se<br />

inventó en un primer momento, y que con el señuelo de leerle las 39 obras<br />

de Shakespeare e identificar sus mil y pico de personajes, que bien podrían<br />

llenar cualquier escenario, más tarde invitó a quedarse en la casona. Bueno,<br />

y para escuchar a Bob Dylan como se debe, allá en aquellos salones desiertos,<br />

donde la muchacha pronto descubrió que la inocencia es la carne más<br />

77


ELKIN RESTREPO<br />

78<br />

apetitosa para individuos libidinosos que fingen ser más inocentes que su<br />

víctima.<br />

Araceli era virginal como las flores de mayo y aún desconocía, joven co -<br />

mo era, qué suerte le guardaba la vida. Sabía, eso sí, que no era un interés<br />

ordinario el que la movía a escuchar a su sibilino maestro, y, si un día, como<br />

empezó a suceder luego, el placer se mezcló de manera descarada al capullo<br />

de sus ideales, fue porque —como se lo explicaron en detalle Jean Pierre y<br />

Romina durante una sesión redondeada de excesos alcohólicos—, no hay idea -<br />

les sin placer, al menos que éstos sean falsos.<br />

No digamos que Araceli cayó en la trampa de los juegos de palabras,<br />

pero sí en las que el sexo tiende a una núbil muchacha cuya curiosidad se<br />

abre como orquídea atrapamoscas. Una tarde aceptó que Romina, con deli -<br />

cadezas de Celestina improvisada, la desnudara, a la par que con palabras<br />

suntuosas, en griego antiguo, la instruyera acerca de aquellas prácticas an -<br />

cestrales que, sobre las plumas de los cojines desbaratados y dispuestos por<br />

la mano de la providencia en el piso del gran salón —a cada instante deforma -<br />

do por las llamas que envolvían los leños en la chimenea—, no tardaron en<br />

hacerse realidad allí mismo.<br />

Lo cierto es que Jean Pierre, aportando también lo suyo, tocaba la dul -<br />

zaina y bailaba a saltos como un macho cabrío, hasta que, molesto con su mu -<br />

jer porque ésta, olvidándose de todo pacto, demoraba en cederle el lugar entre<br />

las piernas, los abrazos y los besos de Araceli, refunfuñó, coceó y babeó has -<br />

ta perder la paciencia por completo, ya que aquélla, en pleno rapto, parecía<br />

sorda a sus reclamos, o, mejor, con oídos sólo para sus propios quejidos, mu -<br />

cho más rítmicos y acelerados que los muy tímidos arrullos de paloma de la<br />

muchacha, elevándola, a la señora de casa, en espiral hasta un punto del cual,<br />

por lo pronto, no podía descender.<br />

Jean Pierre, relegado, viéndose en el dilema de encallar en algún ángu -<br />

lo de esta figura doble o salir del festejo, optó por resignarse a labores complementarias,<br />

mientras Romina, gata siamesa, acabado lo empezado, de nuevo<br />

volvía a comenzar, hasta que, necesitados ambos de una solución, llamémos -<br />

la salomónica, cada uno se hizo a una región de la anatomía de la doncella,<br />

más presta aún a dejar de serlo, cualquiera fuera la forma, en medida que el<br />

tiempo transcurría.


UNA PAREJA DEL CAMPO<br />

Fue en verano, bajo la claridad de una luna repleta de aromas, que<br />

Araceli fue iniciada en el amor por el matrimonio amigo. Un amor de cuyas<br />

ambigüedades ya no pudo desprenderse en adelante y del cual disfrutaba, con<br />

mayor disposición y espíritu de aventura, cada vez que iba de visita con la idea,<br />

vuelta pretexto, de escuchar en la voz de tenor de su amigo la lectura de<br />

Shakespeare.<br />

La luna de miel con un tercero a bordo, que tanto bien trajo entonces<br />

a la vida conyugal de la pareja, duró poco más de seis meses, hasta que Ara -<br />

celi, husmeando en otros lados, decidió que sus intereses eran bien distintos.<br />

Sus visitas, por lo tanto, se hicieron menos frecuentes, raras incluso, olvidan -<br />

do la gratitud debida a su maestro, que fue lo que éste alegó cuando, a última<br />

hora, intentó retenerla en aquel arrume de tibiezas, olores y franca sexuali -<br />

dad que encerraba su casa.<br />

Para pagar la deuda, la muchacha pasó allí las vacaciones de mitad de<br />

año, que inusitadamente se fueron prolongando día tras día, quizás porque<br />

la vida en aquel lugar, al comenzar a perderse toda línea de frontera entre<br />

lo que piensa la mente y lo que las cosas son, a causa de la precaria dieta<br />

y los excesos, también la afectó.<br />

Incorporada al vacío de aquella existencia, faltó poco para que llegara<br />

al derrumbe. La salvó el miedo de enloquecer y el afán de sustraerse como<br />

fuera a aquel logaritmo insustancial en que, ajena a todo verdor o gracia mu -<br />

sical, se había reducido la vida allí.<br />

Decir que meditó su fuga no sería exacto, pero sí que aprovechó la pri -<br />

mera oportunidad que se le presentó, cuando una mañana salió a la carretera<br />

y le puso la mano a un bus de pasajeros. Después, ya recuperada, y pensan -<br />

do en ayudar en alguna forma a sus amigos, contó lo que ahora se conoce.<br />

Y lo que se conoce es bien poco respecto a lo que después contaron aquellos<br />

otros que fueron al rescate de la demencial pareja. Pero este capítulo el<br />

autor prefiere postergarlo hasta que el tiempo, los rumores y la maledicencia<br />

los haga públicos y generales, antes que su relato. Por lo que pasa la página.<br />

79


80<br />

La enseñanza de la literatura moderna<br />

LIONEL TRILLING<br />

Traducción de Armando Pinto<br />

Me propongo considerar un tema de la literatura moderna que aparece con<br />

tanta frecuencia y con tanto prestigio que podría decirse que constituye una<br />

de las ideas que controla y moldea nuestra época. Lo denominaré el desencan -<br />

to de la cultura con la cultura misma, pues me parece que el elemento carac -<br />

terístico de la literatura moderna, o por lo menos de la literatura moderna más<br />

desarrollada, es el amargo rasgo de hostilidad a la civilización que la contiene.<br />

Mi conciencia de este tema resulta de una experiencia personal, y me siento<br />

impulsado a abordarlo no de forma abstracta sino con los jirones de la expe -<br />

riencia colgados azarosamente de él. Iré tan lejos al hacerlo que describiré las<br />

circunstancias en las que la experiencia tuvo lugar. Estas circunstancias son<br />

pedagógicas —consisten en los problemas que encuentro al enseñar literatura<br />

y mis esfuerzos para solucionarlos—. Reconozco que la pedagogía es un asunto<br />

deprimente para toda persona sensible y sin embargo no me disculparé por<br />

tocarlo, pues el énfasis en la enseñanza de la literatura, y en especial de la li -<br />

teratura moderna, es en sí mismo una de las más destacadas y significativas<br />

manifestaciones de la cultura de nuestro tiempo. Si, teniendo en mente la con -<br />

ferencia de Matthew Arnold, “On the modern element in literatura,” buscamos<br />

el elemento moderno en la literatura moderna, podríamos de hecho encontrar -<br />

lo en la predisposición de la literatura moderna a convertirse en una discipli -<br />

na académica.<br />

Durante algunos años he dado el curso de literatura moderna en Columbia<br />

College. No lo he abordado sin dudas y no lo he enseñado jamás sin titubeos.<br />

Mis dudas no se refieren al valor de la literatura misma, sólo a la convenien -


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

cia educacional de ser enseñada en la licenciatura. Estas dudas persis ten a<br />

pesar de que entiendo perfectamente que la relación de nuestra enseñanza<br />

con la modernidad ya no es un asunto pendiente. El postulado no discutido<br />

de la mayoría de los programas escolares es que el tema real de estudio es el<br />

mundo moderno; que la justificación de todo estudio es su relevancia inmedia -<br />

ta y presumiblemente práctica con la modernidad; que el verdadero propósito<br />

de la enseñanza es hacer al joven sentirse en casa y en control del mundo<br />

moderno. No hay modo, en realidad, de oponerse a esa idea y la consecuencia<br />

que se sigue de ella: la de instituir cursos cuya sustancia sea marcadamente<br />

contemporánea o cuando menos haga referencia a lo que es contemporáneo.<br />

Podría preguntarse por qué alguien querría discutir ese objetivo. A esa<br />

pregunta puedo responder sólo con una respuesta defensiva, autodesprecia -<br />

tiva, excéntrica: porque a algunos de quienes enseñamos y pensamos en nues -<br />

tros alumnos como los creadores de la vida intelectual del futuro nos asalta<br />

una suerte de desesperación. No se debe a que nuestros estudiantes no respon -<br />

dan a las ideas, sino a que responden a las ideas con felices vaguedades, con<br />

encantadora facundia, con una alegre sensación de poder recurrir a generali -<br />

zaciones recibidas o admisibles, con la agradable sorpresa de lo fácil que es for -<br />

mular y juzgar, con la poca resistencia que el lenguaje opone a sus intenciones.<br />

Cuando esa desesperación nos golpea, nos sentimos tentados a abando nar la<br />

forma reconocida de evaluar la educación, y en lugar de premiar la compren -<br />

sión y la aptitud, valorarla mediante algún signo del carácter personal de nuestros<br />

estudiantes, alguna muestra de voluntad individual. Pensamos que ella<br />

puede tomar la forma de resistencia e impenetrabilidad, de concentración o gra -<br />

vedad personal, del poder de suponer que las ideas son reales, un poder que<br />

conduzca al joven a decir lo que Goethe pensaba que era la forma moder na de<br />

decirlo: “¿Pero esto es realmente verdadero… verdadero para mí ? Y decirlo<br />

no de una forma fácil, no siguiendo la receta de la educación progre sista de<br />

“pensar por ti mismo”, que consiste en pensar en las sensiblerías pro gresistas y<br />

no en las conservadoras (si alguna de éstas existe todavía), sino decirlo a partir<br />

de la sensación de sí mismo como persona más que como ma nojo de actitudes<br />

y respuestas listas para complacer al maestro y a la comunidad progresista.<br />

No podemos hacer nada con la cualidad existencial personal de nuestros<br />

estudiantes, pero tendemos a pensar en el equivalente al carácter perso-<br />

81


LIONEL TRILLING<br />

82<br />

nal grave, concentrado y resistente —so -<br />

mos llevados a pensar en el pasado—.<br />

El protagonista del relato de Thomas<br />

Mann, “Desorden y dolor precoz”, ese<br />

triste pro fesor Cornelius, con su intenso<br />

y ambivalente sentido de la historia, vie -<br />

ne a la mente. Para el profesor Corne -<br />

lius, quien es historiador, el pasado está<br />

muerto, es la muerte misma, pero por la<br />

misma razón es la fuente del orden, del<br />

valor, de la pie dad, e incluso del amor.<br />

Si pensamos en la educación bajo la os -<br />

cura luz de la desesperación que he des -<br />

crito, nos pre guntamos si tal vez no es en<br />

el pasado donde se encuentra ese tranquilo<br />

lu gar en el que el joven puede permanecer algunos años alejado, por lo<br />

menos un poco, de la actitudes competitivas y generalizadoras del presente,<br />

lejos, por lo menos un poco, de los problemas contemporáneos que le han di -<br />

cho puede dominar mediante actitudes y generalizaciones, ese lugar tranquilo<br />

en el que puede estar en silencio, en el que puede conocer algo —en qué<br />

año fue cons truido el Partenón, el orden de batalla en Trafalgar, cómo fue des -<br />

cifrado el Li neal B: algo que no tenga que ver nada con el verborreico y afec -<br />

tado presente, nada que ver con las variaciones de las fórmulas aceptadas<br />

sobre la ansiedad y la sociedad urbana y la alienación, y la Gemeinschaft y la<br />

Gesells chaft, la materia de las disciplinas académicas que se basan en la auto -<br />

concien cia y en la moderna autocompasión—. La moderna autocompasión<br />

ciertamente no care ce por completo de justificación; pero si las circunstancias<br />

que la en gendran han de ser superadas, debemos preguntarnos si el trabajo<br />

deben ha cerlo mentes que han sido enseñadas en su juventud a aceptar esas<br />

tristes condiciones nuestras como objetos de estudio adecuados. Y muy apar -<br />

te de cualquier consecuencia práctica, uno piensa en el simple placer estético<br />

per sonal de relacionarse con mentes jóvenes, y mentes maduras, que estén<br />

libres de hipocresía, que sean, para citar a un viejo poeta, “feroces, me -<br />

lancólicas, pacientes, atrevidas, modestas, tímidas”.


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

A esta línea del pensamiento la he llamada excéntrica y quizás debiera<br />

ser llamada oscurantista y reaccionaria. Sea llamada como sea, no es probable<br />

que impresione al Comité de Programas de Estudio. Fue ese, pienso, más o<br />

menos el razonamiento de mi Departamento en Columbia, cuando, hace unos<br />

años, al surgir la cuestión, decidió no llevar los cursos más allá del siglo XIX. Pe -<br />

ro nuestras razones no pudieron resistir la petición que un grupo de estudiantes<br />

le hizo a nuestro decano y que él nos comunicó. Los estudiantes querían un cur -<br />

so de literatura moderna —muy probablemente dijeron, al modo estudiantil,<br />

que era un escándalo que un curso de ese tipo no fuera ofrecido en el colegio—.<br />

No hubo argumento que pudiera oponerse a ese deseo expreso: sólo nos<br />

quedó capitular y luego, de buena gana, reunir las razones que justificaran<br />

nuestra aceptación. ¿No había avanzado el siglo XX más allá de la mitad? ¿No<br />

tenía casi cincuenta años que Eliot había escrito Portrait of a lady? ¿George Me -<br />

redith no había muerto en 1909, e incluso los más viejos entre nosotros, ¿no<br />

habían leído alguna de sus novelas en el colegio? —muchas universida des rápi -<br />

damente habían incluido en sus programas la literatura de finales del siglo XIX<br />

e incluso de principios del XX; había fuertes argumentos para nuestra capitula -<br />

ción—. ¿No había sido Yeats contemporáneo de Matthew Arnold du rante<br />

veinte años?<br />

Nuestra resistencia a la idea del curso jamás se había basado en un juicio<br />

adverso a la literatura en sí. Formábamos un Departamento no sólo de<br />

Inglés sino de Literatura Comparada, y si el conjunto de la literatura moderna<br />

fuera examinada, podría decirse —y estaríamos dispuestos a decirlo— que<br />

ninguna literatura del pasado superaba la literatura de nuestro tiempo en<br />

poder y mag nificencia. También es una literatura difícil, y es difícil no sólo<br />

en el sentido en que los defensores de la poesía moderna dicen que toda li -<br />

teratura es difícil. Hoy creemos que Keats es un poeta muy difícil, pero sus<br />

primeros lectores no lo creían. Ahora vemos la profundidad y sutileza de<br />

Dickens, pero sus lecto res contemporáneos lo encontraban tan accesible como<br />

un plato de ostras en su concha. La literatura moderna, sin embargo, muestra<br />

sus dificultades a las primeras de cambio; hay dificultades literales y doctrinales<br />

—si nuestros estu diantes tuvieran que conocer su herencia literaria<br />

moderna, seguramente nece sitarían toda la ayuda que el maestro pudiera<br />

darles.<br />

83


LIONEL TRILLING<br />

84<br />

Ésas fueron las convincentes razones de nuestra decisión de establecer,<br />

por fin, el curso de literatura moderna. Fueron también la base para nuestra<br />

mal disimulada venganza final. Recuerdo que dijimos algo como: Muy bien,<br />

si quieren a los modernos ténganlos, como dice Henry James, en plena cara.<br />

Daríamos el curso, pero lo daríamos al más alto nivel, y si creían, como los<br />

estudiantes creen, que lo moderno los recibirá amablemente, dejémoslos tener<br />

sus buenos y felices momentos con Yeats y Eliot, con Joyce, Proust Kafka,<br />

con Lawrence, Mann y Gide.<br />

Finalmente, me tocó a mí dar el curso. Lo abordé con un desasosiego que<br />

no ha disminuido con el paso del tiempo —incluso, creo, se ha incrementado—.<br />

El desasosiego se debía a mi relación personal con las obras que forman el nú -<br />

cleo del curso. Casi todas ellas han estado en relación conmigo durante largo<br />

tiempo. Invierto el orden natural no por falta de modestia sino a partir del seña -<br />

lamiento de W. H. Auden de que un verdadero libro nos lee a nosotros. He sido<br />

leído por los poemas de Eliot y por Ulysses y por En busca del tiempo perdido<br />

y por El castillo desde hace años, desde mi adolescencia. Al principio al gunos<br />

de estos libros me rechazaron; yo los aburría. Pero conforme crecí y me cono -<br />

cieron mejor, llegaron a tenerme simpatía y a entender mis ocultos signi ficados.<br />

Su naturaleza es tal que nuestra relación ha sido bastante íntima. Nin guna lite -<br />

ratura ha sido tan escandalosamente personal como la de nuestro tiempo —hace<br />

todas las preguntas que están prohibidas en una sociedad educada—. Nos pre -<br />

gunta si estamos contentos con nuestro matrimonio, con nuestra vida de familia,<br />

con nuestra vida profesional, con nuestros amigos. Me pareció bien es cribir en<br />

el catálogo del colegio que mi curso “ponía especial atención en el papel del es -<br />

critor como crítico de su cultura” —era puro sofisma: las preguntas plan teadas<br />

por nuestra literatura no eran sobre nuestra cultura, sino sobre nosotros mis -<br />

mos—. Nos pregunta si estamos satisfechos con nosotros mismos, si estamos<br />

salvados o condenados —más que con cualquier otra cosa nuestra literatura<br />

concierne a la salvación—. Ninguna literatura ha sido tan intensamente espiri tual<br />

como la nuestra. No me atrevo a llamarla realmente religiosa, pero cierta mente<br />

tiene la particular intensidad que se relaciona con la vida espiritual que Hegel<br />

hacía notar cuando hablaba del gran fenómeno moderno de la seculari zación<br />

de la espiritualidad.<br />

No sé cómo se las arreglan otros profesores con esta extravagante fuer-


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

za personal de la literatura moderna, pero para mí resulta difícil. La<br />

enseñanza de la literatura tiende ahora a ser considerablemente técnica,<br />

pero cuando el maestro ha dicho todo lo que puede decirse de cuestiones<br />

formales, sobre tipos de versos, métrica, convenciones de la prosa, ironía,<br />

tensión, etc., debe confrontar la necesidad de expresar un testimonio personal.<br />

Debe emplear cualquier autoridad que pueda tener para decir si una<br />

obra es verdadera o no; y si no, ¿por qué no? Y si lo es, ¿por qué sí? Puede<br />

hacer esto sólo a costa de su privacidad. ¿Cómo alguien puede decir que<br />

Lawrence está en lo correcto en su rabia contra las emociones modernas,<br />

contra el sentido moderno de la vida y sus formas de ser, a menos que hable<br />

desde la intimidad de sus propios sentimientos, de su propio sentido de la<br />

vida y de su aspiración a una forma de ser? ¿Cómo, excepto arriesgando un<br />

juicio personal, le dice uno a los estudiantes que Gide es sumamente preciso<br />

en su representación del terrible fastidio y lenta corrupción de la vida respe -<br />

table? Luego, probablemente, uno se apresurará a decir que eso no justifica<br />

por sí mismo la homosexualidad y el abandono de su esposa agonizante,<br />

no ciertamente. Pero entonces, después de cumplir nuestro deber con la mo -<br />

ralidad, ¿cómo rescata uno el punto esencial de Gide del supremo derecho<br />

del individuo, sin convertirlo en algo puramente histórico, académico?<br />

Mi primera reacción a la necesidad de manejar temas de esta clase fue<br />

de resentimiento por la incomodidad que me producía. Se trata de temas que<br />

siempre tratamos ya sea inconscientemente o en la privacidad de nuestra pro -<br />

pia conciencia, y si de vez en cuando revelamos nuestros pensamientos sobre<br />

ellos es a amigos de nuestra edad y especialmente cercanos. Y si los tocamos<br />

públicamente, lo hacemos con la relativa abstracción y anonimato de la im -<br />

prenta. Pararse y hablar de ellos con nuestra propia voz a un grupo de oyentes<br />

que se hace cada vez más joven conforme uno se hace más viejo no es<br />

fácil y, probablemente, tampoco decente.<br />

Pero si, en cambio, hacemos a un lado las consideraciones personales,<br />

o las tomamos simplemente como una indicación de algo erróneo en la situa -<br />

ción, ¿podemos dejar de reconocer que, cuando la literatura moderna es traí -<br />

da al salón de clases, el tema de estudio es traicionado por la pedagogía del<br />

tema? Tenemos que preguntarnos si en nuestros días el articulado de la academia<br />

no tiene previsto demasiado. Más y más, conforme las universidades<br />

85


LIONEL TRILLING<br />

86<br />

se liberalizan y vuelven su mirada imperialista a la Vida misma, crece el sen -<br />

timiento entre las clases educadas de que poco puede experimentarse a menos<br />

que esté validado por alguna disciplina intelectual, con el resultado de que la<br />

experiencia pierde mucho de su inmediatez personal y se convierte en parte de<br />

una actividad social acreditada. Esto no es enteramente cierto y no quiero jugar<br />

el aburrido juego académico de pretender que es completamente cierto que la<br />

mentalidad universitaria debilita y marchita todo lo que toca. Tengo que creer,<br />

y creo, que el estudio universitario del arte es capaz de confrontar el poder de<br />

la obra de arte completa y valerosamente. Incluso creo que puede descubrir<br />

y revelar el poder donde no se había visto antes. Pero el estudio universitario<br />

del arte alcanza este objetivo sobre todo con obras de arte de periodos anterio -<br />

res. El tiempo parece tener el efecto de sosegar la obra de arte, de domesti -<br />

carla y convertirla en clásica, lo que a menudo es una forma de decir que es<br />

simplemente un objeto de observación habitual. El estudio universitario de la<br />

clase correcta puede revertir este proceso y devolverle a la obra de arte su fres -<br />

cura y fuerza —puede, incluso, revelar poderes impensados—. Pero, con las<br />

obras de arte de nuestra propia época, el estudio universitario tiende a acelerar<br />

el proceso por el cual lo radical y subversivo se convierte en obra clásica, y el<br />

estudio universitario logra hacerlo en la medida en que es vivaz y perceptivo,<br />

y no académico. En uno de sus poemas, Yeats se burla de los eruditos litera -<br />

rios: “cabezas calvas que olvidan sus pecados”, las “viejas, eruditas, respetables<br />

cabezas calvas”, que editan los poemas de los poetas jóvenes y apasionados.<br />

Lord, what would they say<br />

Did their Catullus walk this way?<br />

Yeats está pensando en su propio futuro, y sin duda ve una discrepan -<br />

cia cómica radical entre las pasiones del poeta y la ciega concentración del eru -<br />

dito en el texto. Por mi parte, cuando pienso en Catulo, me siento tentado a<br />

alabar el tacto de esas viejas cabezas, de Heinsius y Bentley a Munro y Post -<br />

gate, quienes trabajaron en el Codex G y en el Codex O y de ellos sacaron<br />

conclusiones sobre el perdido Codex V —por hacer sólo esto y por no tratar de<br />

comprender y demostrar la verdadera intensidad y la verdadera cualidad y el<br />

verdadero significado cultural de la pasión de Catulo y arreglárselas por lograr<br />

un acuerdo eventual con su respetabilidad y calvicie—. En el presente, quie -


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

nes tratamos con libros en las universidades vivimos con el temor de que el<br />

Mundo, que imaginamos vital, palpitante, apasionado, amante de la realidad,<br />

piense en nosotros como viejos, respetables, calvos, y vemos que en nuestro<br />

trato con Yeats (para tomarlo como ejemplo) su desenfrenado grito de rabia y<br />

sexualidad es escuchado por nuestros estudiantes y entendido casi por completo<br />

como —lo que eventualmente llamamos— una significativa expresión de<br />

nuestra cultura. La exasperación de Lawrence y la subversión de Gide, para el<br />

momento en que las abordamos con resolución y claridad, son ejemplos nota -<br />

bles de la alienación del hombre moderno ejemplificado por el artista. “Com -<br />

pare el uso que Yeats, Gide, Lawrence y Eliot hacen del tema de la sexualidad<br />

para criticar las deficiencias de la cultura moderna. Apoye sus afirmaciones<br />

con referencias específicas al trabajo de cada autor. (Tiempo: una hora).” Y<br />

lo angustiante de nuestras preguntas de examen es que no son ridículas, son<br />

perfectamente sensatas —tanta sensatez que el joven que las contesta puede<br />

nunca saber la fuerza y el terror de lo que le ha sido comunicado por las<br />

obras sobre las cuales es examinado.<br />

Es muy probable que fuera la idea de librarme de la necesidad de hablar<br />

personalmente, y a mis estudiantes de tener que traicionar el duro significado<br />

de la gran literatura, por lo que al principio di mi curso en el modo más litera -<br />

rio posible. Hace un par de décadas se descubrió que la obra literaria es una<br />

estructura de palabras: no pareció que saberlo fuera algo sorprendente excepto<br />

por su tendencia política, la cual urgía minimizar el monto de atención que le<br />

dábamos a la voluntad personal y social del poeta, a lo que él quería que pasa -<br />

ra fuera del poema como resultado del poema; nos urgía a fijar nuestra atención<br />

en lo que sucede en el interior del poema. Para mí esta polémica tendencia fue<br />

de la mayor utilidad, pues corrigió mi propensión a fijar la atención principal -<br />

mente en lo que quería el poeta. Durante dos o tres años dirigí mis esfuerzos<br />

a tratar con la materia del curso principalmente como estructura de palabras,<br />

de un modo formal, con la atención puesta en las dificultades literales que dis -<br />

tinguían a muchos de los trabajos. Pero marchaba a contrapelo. Iba contra mi<br />

naturaleza. Iba contra la situación del salón de clases, pues el análisis formal<br />

se lleva a cabo mejor con preguntas y respuestas, lo que necesita grupos pe -<br />

queños, y la inscripción para el curso de literatura moderna en cualquier escue -<br />

la es seguramente numerosa. E iba contra la naturaleza de los autores mismos<br />

87


LIONEL TRILLING<br />

88<br />

—habían creado ciertamente estructuras de palabras—, pero esas estructuras<br />

no eran pirámides o arcos triunfales, habían sido creadas evidente mente para no<br />

ser estáticas y conmemorativas sino móviles y agresivas, y uno no describe un<br />

quinquerreme o un howitzer o un tanque sin calcular cuánto daño puede hacer.<br />

Finalmente tuve que decidir que sólo había una forma de dar el curso,<br />

que era darlo sin estrategias y sin ninguna precaución consciente. No era hono -<br />

rable, tanto para los estudiantes como para los autores, ocultar o disimular mi<br />

relación con la literatura, mi compromiso con ella, mi temor y ambivalencia<br />

con ella. La literatura tiene que abordarse en los términos planteados por ella.<br />

En cuanto a los estudiantes, jamás he estado de acuerdo con la concepción mo -<br />

derna de “enseñar estudiantes, no temas” —siempre he pensado que es co -<br />

rrecto enseñar temas, creo que si uno es fiel al tema, el estudiante será mejor<br />

instruido—. De modo que decidí dar el curso sin tener en mente más que mis<br />

propios intereses. Y como mis intereses me llevaban a ver las situaciones lite -<br />

rarias como situaciones culturales, y las situaciones culturales como luchas<br />

muy elaboradas de asuntos morales, y los asuntos morales como algo que tenía<br />

que ver con imágenes gratuitas de la existencia personal y las imágenes de<br />

la existencia personal con el estilo literario, me sentí libre de comenzar con lo<br />

que para mí era el interés principal, los motivos del autor, los objetivos de su<br />

voluntad, las cosas que quería o las cosas que quería que pasaran.<br />

Mi método, cultural y no literal, me condujo a decidir que comenzaría el<br />

curso con la presentación de ciertos temas o asuntos que podrían atraer especial -<br />

mente nuestra atención. Incluso fui tan lejos en mi alejamiento de la literalidad<br />

como para creer que mi objetivo se alcanzaría mejor si ideaba un “contexto”<br />

para las obras que leeríamos —quería proponer una historia para los temas o<br />

asuntos que esperaba descubrir—. No pretendía que esa historia fuera muy ex -<br />

tensa o precisa. Quería sencillamente estimular algún sentido de la historia,<br />

alguna intuición general del pasado en estudiantes que, me parecía, no habían<br />

sido provistos de ella por su educación y que eran en general felices sin ella.<br />

Y como no hay todavía una obra general adecuada de historia de la cultura de<br />

los últimos doscientos años, me pregunté cuáles libros de la época que precedía<br />

a la nuestra habían influido más en nuestra literatura o, como estaba menos in -<br />

teresado en mostrar alguna influencia que en discernir alguna tendencia, qué<br />

libros viejos parecían caer en la línea de dirección a la que apuntaba nues-


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

tra lite ratura y así servir como prolegómeno<br />

a nuestro curso.<br />

Fue casi inevitable que la primera<br />

obra que saltase a la mente fuera The Gol -<br />

den Bough, de sir James Frazer, no toda,<br />

por supuesto, sino ciertos capítulos, aque -<br />

llos que trataban de Osiris, Atis y Adonis.<br />

Todo aquel que medita en la literatura mo -<br />

derna de un modo sistemático da por he -<br />

cho el papel que juega en ella el mito, y en<br />

especial la parte del mito que habla de dio -<br />

ses que mueren y renacen —la creencia de<br />

muerte y resurrección, reiterada en el mun -<br />

do antiguo en infinitas varia ciones que son<br />

siempre la misma, cautivó el pensamiento literario en el momen to en que, co -<br />

mo coinciden los estudios de la era moderna, las más populares e irresistibles<br />

historias de resurrección habían perdido mucho de su influencia en el mundo.<br />

Tal vez ningún libro ha tenido un efecto tan decisivo en la literatura mo -<br />

derna como el de Frazer. Sumamente adecuado a mi propósito fue el que hu -<br />

biera sido publicado diez años antes de que el siglo XX comenzara. Cuarenta<br />

y tres años después, en 1933, Frazer pronunció una conferencia, muy elocuen -<br />

te, en la que invitaba a no perder la esperanza frente a la amenaza que el po -<br />

der nazi representaba para la inteligencia humana. Aún vivía en 1941. Pero<br />

había nacido en 1854, tres años antes de que Mathew Arnold diera su conferencia:<br />

“On the modern element in Literature.” Eso, ciertamente, era histo -<br />

ria, era el pasado que yo quería, maravillosamente conectado con el presente.<br />

Frazer fue por completo un hombre del siglo XIX, y aun más porque el siglo<br />

XVIII era tan compatible con él —la conferencia de 1933, en la que predijo<br />

la derrota nazi tuvo como tema el libro de Condorcet: Progress of the human<br />

mind; cuando le robaba tiempo a sus estudios antropológicos para tratar con<br />

la literatura, preparaba la edición de los ensayos de Addison y las cartas de<br />

Cowper—. Había perdido su vieja creencia en la virtud y poder de la racio -<br />

nalidad. Amaba y contaba con el orden, el decoro y el buen sentido. Este<br />

gran historiador de la imaginación primitiva se contaba en la tradición domi -<br />

89


LIONEL TRILLING<br />

90<br />

nante de Occidente que, desde los días de Sócrates, condenaba las formas de<br />

pensamiento que llamamos primitivas.<br />

Puede decirse de Frazer que en su propósito inconsciente fue un repre -<br />

sentante de lo que Arnold quería decir cuando hablaba de edad moderna. Y<br />

tal vez nada puede aclarar más cómo han cambiado en cien años las condicio -<br />

nes de la vida y la literatura que la forma en que Arnold define el elemento<br />

moderno en la literatura y el modo en que nosotros lo definimos.<br />

Arnold emplea la palabra “moderno” en un sentido completamente ho -<br />

norífico. Tanto que parece desestimar cualquier idea temporal del mundo y la<br />

hace significar virtudes cívicas e intelectuales intemporales —su conferencia,<br />

de hecho, fue sobre el elemento moderno de las antiguas literaturas—. Una so -<br />

ciedad es moderna, dice, cuando mantiene una situación de reposo, confianza,<br />

libre actividad intelectual, y tolerancia con las opiniones divergentes. Una so -<br />

ciedad es moderna cuando proporciona suficiente bienestar material para las<br />

comodidades de la vida y el desarrollo del gusto. Y, finalmente, una socie -<br />

dad es moderna cuando sus miembros son intelectualmente maduros, con lo<br />

que Arnold quiere significar que están dispuestos a juzgar mediante la razón,<br />

a observar los hechos con un espíritu crítico, e investigar la ley de las cosas.<br />

Con esta definición, la Atenas de Pericles para Arnold es moderna; la Inglate -<br />

rra Isabelina, no; Tucidides es un historiador moderno, sir Walter Raleigh no.<br />

No continuaré con más detalles de la definición de Arnold de lo moderno.<br />

He dicho suficiente, creo, para dar una idea de lo que quiso ver realizado<br />

como el desiderátum de su propia sociedad, el ideal que quiso proponer a las<br />

obras del intelecto y la imaginación de su tiempo. ¡Y a qué distancia lo puso<br />

este ideal de lo moderno de nuestra propia concepción de la modernidad, de<br />

nuestra literatura! El ideal de Arnold de orden, conveniencia, decoro y racio -<br />

nalidad pareciera reducirlo a las pequeñas ventajas y excesivas limitaciones de<br />

la clase media de unas cuantas naciones prósperas del siglo XIX. El sentido<br />

de la historia de Arnold presenta a su mente el largo, amargo, sangrienta pa -<br />

sado de Europa y él se agarra apasionadamente a la esperanza de que la ver -<br />

dadera civilización ha sido alcanzada. Pero el sentido histórico de nuestra<br />

literatura tiene en mente un exceso de civilización al cual pueden atribuirse<br />

las amarguras y atrocidades tanto del pasado como del presente y cuyos as -<br />

pectos pacíficos se consideran despreciables —su orden, alcanzado a costa de


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

una exagerada represión personal, mediante la coerción o la aquiescencia; su<br />

reposo, ocioso; su tolerancia flácida o caprichosa; su bienestar material co -<br />

rrupto o corruptor; su gusto, manifestación de la timidez o del orgullo; su<br />

racionalidad lograda por el sacrificio de la energía y la pasión.<br />

Para comprender este cambio radical de opinión nada es más ilumina -<br />

dor que tener conciencia de la duplicidad de la mente del autor de The Golden<br />

Bough. He dicho que Frazer ejemplifica conscientemente todo lo que Arnold<br />

entiende por moderno. A menudo habla severamente de la irracionalidad y<br />

de los excesos orgiásticos de las religiones primitivas que describe, e incluso<br />

el cristianismo es merecedor de sus críticas porque se interpone al pensamien -<br />

to racional y aparta al hombre de la participación inteligente en la vida social.<br />

Pero Frazer tiene más de una idea, tiene una noción consciente y una incons -<br />

ciente. Deplora la imaginación primitiva y al mismo tiempo no puede dejar de<br />

considerarla bella y maravillosa. Es raro el lector de The Golden Bough que<br />

encuentra las antiguas creencias y ritos completamente ajenos a él. Era de es -<br />

perarse que la deducción de las muchas semejanzas paganas con los mitos cris -<br />

tianos haría pensar a los lectores cristianos que tenía un efecto adverso a la<br />

fe, el propósito indudable de Frazer era ese, pero muchos lectores piensan que<br />

Frazer hace cualquier fe y ritual congénito a la humanidad, casi biológico;<br />

piensan, como dijo De Quincey, que no tener cuando menos una pequeña<br />

su perstición es carecer de generosidad mental. Por científico que fuera su<br />

pro pósito, Frazer tuvo el efecto de validar aquellos viejos modos de experimentar<br />

el mundo que los hombres modernos, comenzando con los románti -<br />

cos, habían buscado revivir para escapar del positivismo y el sentido común.<br />

Dirigir la imaginación hacia grandes y misteriosos objetos de adoración<br />

no es el único medio que el hombre usa para liberarse de la servidumbre de<br />

los hechos cotidianos, y aunque Frazer no puede ser considerado responsable<br />

de la creciente atracción moderna por los estados mentales extremos —el<br />

arro bamiento, el éxtasis y la trascendencia, que son alcanzados por las drogas,<br />

el trance, la música y la danza, la orgía y el trastorno de la personalidad— sí<br />

constituye un puente al entendimiento y la aceptación de esos estados; nos<br />

propone la idea de que el deseo y su empleo con propósitos heurísticos es una<br />

manifestación normal y aceptable de la naturaleza humana.<br />

Este aspecto de la obra maestra de Frazer difícilmente puede dejar de<br />

91


LIONEL TRILLING<br />

92<br />

sugerir el siguiente de mis prolegómenos. Vale la pena subrayar que su autor<br />

fue, a su modo, un erudito clásico tan importante como Frazer —Nietzsche era<br />

profesor de filología clásica en la universidad de Basilea cuando, a los 27 años,<br />

publicó El origen de la tragedia—. Después de la aparición de este recuento<br />

sorprendentemente brillante de la civilización griega, en la que Sócrates no es<br />

el héroe sino el villano, ¿qué puede quedarnos de la Grecia ordenada y<br />

racional, de esa moderna, de esa siglo-dieciochesca Atenas en la que Arnold<br />

tanto confiaba como modelo para juzgar todas las civilizaciones? El profesor<br />

Kaufmann está en lo correcto cuando nos aconseja no suponer que Nietzsche<br />

exalta a Dionisio sobre Apolo y nos dice que Nietzche “pone énfasis en Dio -<br />

nisio sólo porque siente que el genio apolíneo de los griegos no puede entender -<br />

se cabalmente sin él”. Pero nadie que lea el ensayo de Nietzsche por primera<br />

vez le prestará atención a esta advertencia. Quien lo aborde antes de que la<br />

precaución intervenga, antes de estar consciente de la portentosa dialéctica<br />

entre Dionisio y Apolo, sentirá la excitación de sentirse súbitamente liberado<br />

de Aristóteles, la alegría de compartir el juicio del autor de que “el arte más que<br />

la ética constituye la actividad metafísica esencial del hombre”, de que la tra -<br />

gedia tiene su fuente en el arrobamiento de Dionisio, “cuya clásica analogía<br />

es proporcionada por la intoxicación física”, y que este arrobamiento, en el que<br />

el individuo “se olvida completamente de sí mismo”, no es un estado meta -<br />

físico sino un despliegue orgiástico de lujuria y crueldad, “de promiscuidad<br />

sexual que se impone a cualquier forma de ley tribal”. Este frenesí sádico<br />

y masoquista, se empeña Nietzsche en insistir, necesita la mano domadora de<br />

Apolo antes de que se convierta en tragedia, pero es la materia prima del gran<br />

arte, y para la experiencia moderna de la tragedia esta explicación parece más<br />

pertinente que la de Aristóteles, con su ansiedad de olvidar sus orígenes para<br />

alcanzar un estado de noble imperturbabilidad.<br />

De suma importancia para mí fue que este ensayo tuviera la ventaja pe -<br />

dagógica añadida de permitirme establecer una línea histórica con William<br />

Blake. Nada es más característico de la literatura moderna que su descubri -<br />

miento y canonización de las energías no éticas primitivas, y el punto histórico<br />

puede perfeccionarse resaltando la correspondencia entre el pensamiento de<br />

dos hombres separados uno del otro por varias décadas, pues la orgía dioni -<br />

siaca de Nietzsche y el Infierno de Blake son en mucho la misma cosa.


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

Si Joseph Conrad leyó a Blake o a Nietzsche, no lo sé, pero su Heart<br />

of darkness es la siguiente en la línea. A esta gran obra jamás le ha faltado<br />

la admiración que merece, y le ha sido otorgada una suerte de sitio canónico<br />

en la leyenda de la literatura moderna al haber estado tan presente en la mente<br />

de Eliot cuando escribió The waste land y haber tomado de ella el epígrafe para<br />

“The hollow men”. Pero nadie, tengo entendido, ha confrontado explícitamen -<br />

te la ambivalencia de su extraño y terrible mensaje sobre la vida civilizada.<br />

Piense que su protagonista, Kurtz, es liberal y progresista y representante muy<br />

respetado de una sociedad que creemos generosa cuando, en realidad, es de -<br />

pravada. Piense también que es practicante de varias artes, pintor, escritor,<br />

músico y por añadidura orador político. Al mismo tiempo es el más idealista<br />

y el más exitoso de todos los agentes de la explotación belga del Congo. Todos<br />

conocen la verdad que Marlow descubre: que el éxito de Kurtz es el resultado<br />

de la terrible ascendencia que se deriva de sus pretendidos poderes mágicos<br />

o divinos, que ha ejercido su gobierno con una crueldad extrema, que se ha<br />

entregado a innominables actos de lujuria. Éste es el mundo de las páginas<br />

oscuras de The Golden Bough. Uno de los grandes atractivos del relato de<br />

Conrad es que Marlow habla de la vida primitiva de la jungla no como algo<br />

noble o encantador, o incluso liberador, sino como algo degradante y sórdido<br />

—y por esa razón irresistible: él mismo siente abiertamente su atroz atractivo—.<br />

Es a esta demoniaca depravación a la que Kurtz se entregó, y Marlow,<br />

aunque lo trata con hostil ironía, no lo deja de considerar un héroe del espí -<br />

ritu. Para mí, aún resulta ambiguo si el famoso grito de Kurtz en su lecho de<br />

agonizante, “¡el horror, el horror!”, se refiere a la proximidad de la muerte<br />

o a su experiencia de la vida salvaje. Sea como sea, para Marlow el hecho de<br />

que a punto de morir Kurtz pueda articular ese grito, mientras él mismo, cuando<br />

la muerte lo amenaza, la considere una cansada grisura, marca la diferencia<br />

entre el hombre ordinario y el héroe del espíritu. ¿No es esta la esencia de la<br />

creencia moderna sobre la naturaleza del artista, del hombre que desciende<br />

al infierno: el comienzo histórico del alma humana, un comienzo no dejado<br />

atrás sino arraigado en la humanidad tal como la conocemos, del hombre que<br />

prefiere la realidad de este infierno a las banales mentiras de la civilización<br />

que lo asfixia?<br />

Esta idea se propone nuevamente en un trabajo un poco menos pode -<br />

93


LIONEL TRILLING<br />

94<br />

roso pero aun así conmovedor con el que sigo después deHeart of darkness:<br />

Muerte en Venecia. Quise esta noveleta no tanto por su relato de una extrava -<br />

gante personalidad apolínea rindiéndose a fuerzas que consideraba vergonzo -<br />

sas —aunque ciertamente encajaba en mi objetivo— sino más bien por las<br />

enfebrecidos sueños del pasado erótico, y en particular de la orgía del macho<br />

cabrío que Mann, siendo de la clase de escritor que es, teniendo la relación<br />

que tiene con Nietzsche, podía haber escrito como una ilustración de lo que El<br />

origen de la tragedia entiende por frenesí religioso, más todavía porque, por<br />

supuesto, Mann elige ese ritual orgiástico en particular: el sacrificio y la inges -<br />

tión del macho cabrío, del que derivó la tragedia.<br />

Un elemento notable de esta narración, en la que el nacimiento de la<br />

tragedia juega una parte importante, es que la degradación y caída del prota -<br />

gonista no es representada como trágica en el sentido usual de la palabra —es<br />

decir, no se representa como un evento sumamente lamentable—. Es lugar<br />

común del pensamiento literario moderno que la forma trágica no sea accesi -<br />

ble ni aun a los más grandes y serios de nuestros escritores. No estoy seguro<br />

de que sea la carencia que alguna gente cree que es y una marca de nuestra<br />

inferioridad espiritual. Pero si preguntamos por qué es así, una razón es que<br />

hemos aprendido a pensar en nuestro pasado a través de la tragedia hasta la<br />

materia primitiva de la que procede. Si consideramos las formas prohibidas<br />

de comportamiento que en la tragedia tradicionalmente conducen al castigo<br />

mediante la muerte, pensamos en ellas como el medio que conduce a la rea -<br />

lidad y a la verdad, a la final autorrealización. Siempre nos hemos preguntado<br />

si la tragedia misma no habría estado diciendo justamente esto de una forma<br />

profundamente oscura, llevándonos a pensar en el pecado del héroe y su muer -<br />

te como algo que en cierto modo confiere justificación, incluso una especie de<br />

salvación —no hay duda de que Nietzsche tiene esto en mente cuando dice<br />

que “la tragedia niega a la ética”—. Lo que la tragedia alguna vez pareció suge -<br />

rir, ahora nuestra literatura está dispuesta a decirlo explícitamente. Si el As -<br />

chenbach muere en la cima de su poder intelectual y artístico, abrumado por<br />

una pasión que su razón ética condena, no pensamos que eso sea una derro -<br />

ta: al final de su vida el artista tiene conciencia de una realidad que hasta ese<br />

momento se había negado a admitir conscientemente.<br />

Razonamientos de ese tipo sugieren que otra obra de Nietzsche, La ge -


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

nealogía de la moral, puede ser pertinente. Ésta propone una visión de la<br />

sociedad en consonancia, junto con la validación y ratificación de la energía<br />

primitiva, con la creencia de que el arte, y no la ética, constituye la actividad<br />

metafísica esencial del hombre. La teoría de Nietzsche del orden social descar -<br />

ta de sus orígenes cualquier impulso ético —la base de la sociedad debe bus -<br />

carse en la racionalización de la crueldad: tan simple como eso—. Nietzsche<br />

no tiene ningún objetivo utópico al decir esto, ninguna expectativa de alterar<br />

la esencia del orden social, aunque piensa que su aflicción pueda mitigarse.<br />

Presenta la crueldad como una necesidad social, pues sólo mediante su ejer -<br />

cicio pudo el hombre ser inducido a desarrollar la persistencia de la voluntad:<br />

nada más que el dolor de la crueldad pudo crear en la humanidad la memoria<br />

del objetivo que hace a la sociedad posible. El método del cinismo que Nietz -<br />

sche persigue —dejemos claro que es un método y no una actitud— va tan<br />

lejos como para describir el castigo en términos del placer derivado del ejercicio<br />

de la crueldad: “Compensación, dice, consiste en una garantía legal auto -<br />

rizando a un hombre a ejercer la crueldad en otro.” De ahí sigue el notable<br />

pasaje en el que Nietzsche describe el proceso por el cual el individuo vuelve<br />

la crueldad del castigo contra sí mismo y crea la mala conciencia, la concien -<br />

cia de la culpa que se manifiesta como penetrante ansiedad. La complejidad<br />

del pensamiento de Nietzsche va más allá de cualquier comparación, pues en<br />

este libro, que está dedicado a la liberación de la conciencia, Nietzsche hace la<br />

defensa de la mala conciencia como una fuerza decisiva para la cultura. Es<br />

la misma línea de razonamiento que adopta cuando, al atacar la moralidad<br />

judía y la existencia canónica en nombre de la salud del espíritu, nos recuer -<br />

da que sólo por su enfermedad el hombre se hace interesante.<br />

De La genealogía de la moral a La civilización y sus descontentos hay<br />

un solo paso, y algunos podrían pensar, por razones pedagógicas, que el paso<br />

es tan pequeño que vuelve al segundo libro superfluo. Pero aunque la visión<br />

de Freud de la sociedad y la cultura tiene una gran afinidad con la de Nietz -<br />

sche, Freud agrega algunas consideraciones que son esenciales para nuestra<br />

comprensión del carácter moderno.<br />

Para comenzar, plantea la cuestión de si queremos o no aceptar la civi -<br />

lización. No es la primera vez que la paradoja de la civi lización se presen -<br />

ta a la razón de la gente ci vilizada: la sensación de que la civilización hace<br />

95


LIONEL TRILLING<br />

96<br />

al hombre actuar peor y sufrir más de lo que<br />

hacían estados menos desarrollados de la exis -<br />

tencia humana. Pero hasta ahora esas ideas<br />

habían sido formuladas en un sen tido mora -<br />

lizante —la civilización se presentaba como<br />

“corrupta”, como una divagación de un esta -<br />

do de inocencia—. Freud no se hace ilusio -<br />

nes sobre una inocencia primitiva, no concibe<br />

una alternativa práctica a la civi lización. En<br />

consecuencia, sólo hay una a la pregunta que<br />

plantea de si que remos civilización con to -<br />

das sus contradicciones, con todas sus penas<br />

—penas, para los “descontentos” no descri -<br />

be correctamente la idea que Freud tiene en<br />

mente—. Él tiene su propia respuesta a la cuestión —se la dicta su sentido de<br />

la vida, trágico, estoico: haríamos bien en aceptarla, aunque también habría<br />

que echar un ojo a las circunstancias que hacen que sea mejor que la acep -<br />

temos—. Como Nietzsche, Freud pensaba que la vida se justificaba por la<br />

res puesta heroica a este desafío.<br />

Pero la cuestión que Freud plantea no ha sido puesta a un lado o cancelada<br />

por la respuesta que él mismo da. Su respuesta, como la de Nietzsche,<br />

se encuentra en la línea del humanismo tradicional —lo podemos ver en la<br />

severidad con la que ordena a las mujeres no inteferir con el hombre en el<br />

cumplimiento de su deber natural, no reclamar al hombre por amor y por<br />

la familia en detrimento de su libre actividad en el mundo—. Pero es precisa -<br />

mente aquí donde reside la esencia de la cuestión que el mundo piensa cada<br />

vez más que Freud no responde. La pena que la civilización inflige es la de la<br />

renuncia al instinto, y parecería que cada vez más poca gente desea decir como<br />

Freud que la pérdida de la gratificación de los instintos, o el amor, es compen -<br />

sada por la seguridad de la vida civilizada o por los ascéticos placeres del<br />

carácter moral masculino.<br />

Con el ensayo de Freud terminé los prolegómenos para el primer curso.<br />

No haré mucho más que mencionar los libros con los que introduje el segundo<br />

curso, pero no quisiera dejar de hacerlo. Comencé con El sobrino de Rameau,


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

con la idea de que la peculiar autoridad moral que Diderot le atribuye al en -<br />

vidioso, sin talento e incorregible protagonista, era particularmente relevante<br />

para la exploración ética de la literatura moderna. Nada es más característico<br />

de la literatura de nuestro tiempo que el reemplazo del héroe por lo que<br />

ha llegado a ser llamado el anti-héroe, en cuya indiferencia u odio a la no -<br />

bleza ética se presume que hay una especial autenticidad. Diderot es muy fran -<br />

co en ese punto —él mismo, en su carácter público, es el deuteragonista, “la<br />

conciencia honesta”, como Hegel lo llamó, y se complace en el desconcierto<br />

de la persona decente y, para la mentalidad nihilista del sobrino, sin interés.<br />

Me parece que hay una particular utilidad en el hecho de que este antihéroe<br />

reconozca tan abiertamente su envidia, a la cual Tocqueville llamó la<br />

fuerza gobernante de la democracia, y que si bien envidia a todos aquellos<br />

que han tenido acceso a las comodidades materiales y a la condición social<br />

de las que él carece, lo que sobre todo lo anima es la envidia al hombre de<br />

ge nio. La nuestra es la primera época cultural en la que muchos hombres<br />

aspiran a grandes logros en las artes y, en su frustración, forman una clase<br />

desposeída que se sobrepone a los límites de las clases sociales tradiciona -<br />

les, convirtién dose en un proletariado del espíritu.<br />

Aunque El sobrino de Rameau no fue publicado sino bastante tarde en<br />

el siglo, fue conocido en manuscrito por Goethe y Hegel; se adaptó a su ca -<br />

rácter y se ganó la admiración de Marx y Freud por razones obvias. Y hay<br />

bases para creer que lo conoció Dostoievski, cuyas Memorias del subsuelo es<br />

un replanteamiento de la idea esencial del diálogo de Diderot en términos más<br />

extremos y menos amables. El sobrino está aún a la defensiva —es un píca -<br />

ro cuando cuenta secretos del hombre y la sociedad—. Pero el hombre del<br />

subsuelo de Dostoievski vocifera su odio y envidia y lleva la carga de su odio<br />

a sí mismo y su alienación a la batalla en contra de los que considera “bellos<br />

y buenos”, desencadenando un ataque sin remordimientos a toda creencia<br />

no sólo de la sociedad burguesa sino del conjunto de la tradición humanista.<br />

La inclusión de Memorias del subsuelo entre mis prolegómenos constituye<br />

una especie de riesgo pedagógico, pues si deseara enfatizar la tendencia sub -<br />

versiva de la literatura moderna ésta es una obra que hace que cualquier<br />

subversión ulterior parezca afirmación, tan radical y brillante es su negación de<br />

nuestras creencias tradicionales y su afirmación de las nuevas.<br />

97


LIONEL TRILLING<br />

98<br />

Vacilé compungido antes de incluir, después de Memorias del subsue -<br />

lo, La muerte de Ivan Ilich, de Tolstoi, la cual destruye despiadada y feroz -<br />

mente la ciudadela del lugar común en la que creemos poder guarecernos de<br />

nosotros y nuestro destino. Pero la incluí, y luego dos obras de Pirandello,<br />

las cuales, con la sórdida atmósfera de la vida común, socava las certidumbres<br />

del lugar común, del sentido común.<br />

De tanto en tanto me he planteado la pregunta de si mi elección de las<br />

obras introductorias no era extravagante, excesivamente tendenciosa. Nunca<br />

lo he creído. Y si estas obras sirven en verdad para indicar con precisión la<br />

naturaleza de la literatura moderna, un maestro podría considerar que vale<br />

la pena preguntarse cómo responden sus estudiantes a tan fuerte dosis.<br />

Una respuesta es la que ya he descrito —la disposición de los estudian -<br />

tes a involucrarse en el proceso que podríamos llamar de socialización de lo<br />

antisocial, aculturación de lo anticultural o legitimización de lo subversivo—.<br />

Cuando los ensayos de fin de curso llegaron, fue claro para mí que casi nin -<br />

gún estudiante se sintió sorprendido por lo que había leído: habían contenido<br />

por completo el ataque. La principal excepción fue de los pocos que sencilla -<br />

mente no entendieron, aunque pudieron sentirse atemorizados por el tipo de<br />

nuestro discurso. En sus ensayos, como pobres criaturas de un cuento de Kafka,<br />

hallaron refugio, primero, en largas frases malentendidas, luego en la mala<br />

gramática, luego en la incoherencia generalizada. Después de que mi exaspe -<br />

ración pedagógica se hubo agotado, descubrí que me sentía tentado a conce -<br />

derles un extraño respeto, como si se hubieran puesto de pie y dicho que de<br />

hecho no habían tenido la inteligencia de pararse y decir: “¿Por qué nos apre -<br />

sura? Déjenos solos. No somos el Hombre Moderno. Somos el Viejo. La nues -<br />

tra es la Vieja Fe. Servimos a los Pequeños Viejos Dioses, los dioses de los<br />

lugares comunes, de las pequeñas, oscuras y, de algún modo, poderosas dei -<br />

dades de abogados, médicos, ingenieros, contadores. Con ellos no hay sen si -<br />

bilidad ni angst. Con ellos no hay disgustos —son ellos en realidad los que<br />

preparan el camino a los ‘bellos y buenos’ sobre quienes han surgido en este<br />

curso dudas vulgares, esos ‘bellos y buenos’ que no posemos y que no que -<br />

remos poseer pero sabemos que justifican nuestras vidas. Déjenos solos y dé -<br />

jenos adorar a nuestros dioses en la forma en que ellos quieran, en paz y en<br />

la ignorancia.” Burdo pero —para emplear la interesante palabra que les he -


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

mos aprendido a los curadores de los museos— auténtico. El resto, las mentes<br />

que me entregan ensayos A, B e incluso C+, se mueven por los terrores y<br />

misterios de la literatura moderna como muchos Parsifal, sin hacer preguntas<br />

ante el mandato de la maravilla y el miedo. O como muchos seminaristas que<br />

han sido instruidos en la constitución del infierno y las formas de condena. O<br />

como muchos lectores, entretenidos por historias de horror moral. Les pedí<br />

que miraran en el Abismo y, obedientemente y con alegría, se asomaron al<br />

Abismo y el Abismo los recibió con la grave cortesía de los objetos de estudio<br />

serio diciéndoles: “Soy interesante, ¿no? Y excitante, si consideran lo profundo<br />

que soy y las terribles bestias que moran en mis profundidades. Tengan<br />

en mente que el conocimiento de mí contribuye materialmente a vuestra reali -<br />

zación, a vuestra plenitud.”<br />

Angustiado por el agravio que había conspirado a perpetrar contra la gran<br />

literatura, me pregunté si quizás no había estado leyendo esos ensayos dema -<br />

siado literalmente. Después de todo, el ensayo final del curso no es un diario<br />

del alma, no es una ocasión para decir la verdad. Lo que mis estudian tes po -<br />

dían revelar de sus auténticos sentimientos a un maestro más joven no me lo<br />

revelarían a mí; ellos me daban la que creían era la respuesta adecuada a la<br />

versión oficial del terror que yo les proporcionaba. Venían a mi mente sus ros -<br />

tros, que no eran necesariamente los rostros de esos imperturbables ensayos,<br />

no eran, no todavía, los rostros de los padres de familia, o de los amantes del<br />

teatro o de los compradores de pinturas modernas: no todavía. Tenía que pen -<br />

sar que era posible que, de algún modo y en un grado que mantuvieron secre -<br />

to, habían respondido directa y personalmente a lo que habían leído.<br />

¿Y si lo habían hecho? Y si lo habían hecho, ¿yo estaría más contento?<br />

¿Qué forma habría querido que tomaran sus respuestas? La que hago<br />

es la pregunta de un maestro, no la de un crítico. Hemos decidido en los años<br />

recientes pensar en el crítico y en el maestro de literatura como uno y el mis -<br />

mo, y sin duda es posible y útil hacerlo. Pero hay ciertos aspectos en los que<br />

las funciones de los dos no coinciden, o se puede hacer que coincidan sólo con<br />

gran dificultad. “La crítica —nos dijo Arnold— tiene que estar dotada para el<br />

estudio y el elogio de elementos que para la plenitud de la perfección espiri -<br />

tual son requeridos, a pesar de que pertenezcan a un poder que en la esfera<br />

práctica pudiera ser maléfico.” Pero a la enseñanza, o al menos a la ense -<br />

99


LIONEL TRILLING<br />

100<br />

ñanza en la licenciatura, no se le otorga la misma licencia —no se le puede<br />

otorgar porque el público del maestro, el cual está frente a sus ojos, mientras<br />

el del crítico no lo está, hace preguntas sobre la “esfera práctica”, que el pú -<br />

blico del crítico no hace—. Por ejemplo, el mismo día en que escribo esto,<br />

cuando le dije a mi clase todo lo que podía pensar en decir sobre La monta -<br />

ña mágica la invité a hacer comentarios o preguntas, un estudiante preguntó:<br />

“¿Cómo generalizaría usted la idea del valor educativo de la enfermedad, de<br />

modo que fuera aplicable no sólo a un individuo particular, Hans Castorp,<br />

sino a la gente joven en general?” Nos hizo sonreír, pero fue hecha con toda se -<br />

riedad, y era esencialmente seria, y tenía que ser respondida con seriedad, en<br />

parte mediante la reflexión de que esta idea, como muchas de las ideas en -<br />

contradas en los libros del curso, tenían que pensarse sólo en referencia a<br />

la vida privada; que tocaban la vida pública sólo de una forma indirecta o tan -<br />

gencial; que debía uno toparse con ellas en soledad, incluso en secreto, desde<br />

el momento en que hablar de ellas en público y en nuestras instalaciones aca -<br />

démicas hacía que pareciesen propuestas para su práctica pública, distorsio -<br />

nando así su significado. A esto, otro estudiante respondió; dijo que, a pesar<br />

del ritual público del salón de clases, cada estudiante inevitablemente ex -<br />

perimentaba los libros en privado y encontraba su significado en referencia a<br />

su propia vida. Cierto, pero el maestro ve varias privacidades reuniéndose para<br />

formar un grupo, y ellas sugieren —sin duda además porque se reúnen todos<br />

los lunes, miércoles y viernes a una hora determinada— la idea de comuni -<br />

dad, es decir, de la “esfera práctica”.<br />

Siendo así las cosas, el maestro no puede escapar a la conciencia de cier -<br />

tas circunstancias que el crítico, que escribe para un lector ideal, sin circuns -<br />

tancias, no tiene que tomar en cuenta. El maestro considera, por ejemplo, la<br />

situación social de los estudiantes —no son de origen aristocrático, no proce -<br />

den de hogares en los que la obstinación, el orgullo y la costumbre conscien -<br />

te prevalezcan, no han nacido en una cultura marcada por esos rasgos, una<br />

cultura que resista ideas y compita con otras cosas valiosas o interesantes; pro -<br />

ceden, en su mayoría, de “buenos hogares” donde la autoridad y la evalua -<br />

ción son débiles o al menos no muy importantes o audaces, de modo que<br />

esas ideas tienen para ellos, en el estado actual de su desarrollo, un peculiar<br />

atractivo y poder. Y respecto a ello el maestro debe tener en mente el presti -


LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />

gio que nuestra cultura, en sus ámbitos superiores, otorga al arte y a las ideas<br />

que el arte propone —el convencimiento creciente de que el arte produce más<br />

verdades que cualquier otra actividad intelectual—. En esta cultura, qué im -<br />

presión supone descubrir el acerbo escepticismo de Santayana sobre el arte,<br />

o la afirmación de Keats, que los críticos y estudiosos nunca notan, presumi -<br />

blemente porque la consideran una aberración, de que la poesía no es tan “be -<br />

lla como la filosofía —por la misma razón de que un águila no es tan bella<br />

como la verdad”—. Para muchos estudiantes, ninguna idea que puedan en -<br />

contrar en alguna disciplina del colegio igualará en fuerza y autoridad las ideas<br />

que les proporciona la literatura moderna.<br />

El autor de La montaña mágica dijo alguna vez que toda su obra podía<br />

entenderse como su esfuerzo para liberarse de la clase media, y esto, por su -<br />

puesto, sirve para describir el objetivo principal de la literatura moderna. Y el<br />

instrumento para la libertad que Mann prescribe (a pesar de la ironía carac te -<br />

rística) es el instrumento de la libertad que de hecho toda la literatura moder -<br />

na prescribe. Esto es, en palabras de Claudia Chauchat, “se perdre et même…<br />

se laisser dépérir”, y así, nombrar los instrumentos es hacer evidente que el<br />

fin no es sólo liberarse de la clase media sino liberarse de la sociedad misma.<br />

Aventuro la idea de que perderse uno mismo hasta el punto de la autodes -<br />

trucción, o rendirse a la experiencia sin considerar el propio interés o la mora -<br />

lidad convencional, de escapar por completo a las ataduras sociales, es un<br />

“elemento” presente en algún lugar de la mente de cualquier hombre moderno<br />

que se atreva a pensar en lo que Arnold en su sincero modo victoriano llama<br />

“la plenitud de la perfección espiritual”. Pero el maestro que se compromete<br />

a presentar la literatura moderna a sus estudiantes podría no permitir que la<br />

idea permanezca en alguna parte, debe sacarlo del lugar donde habitualmente<br />

existe sin ser notado y ponerlo en la primera fila consciente de sus pensamien -<br />

tos. Y si está comprometido con la literatura moderna, también debe comprome -<br />

terse con la idea principal de la literatura moderna. Insisto en la lógica de la<br />

situación no para cuestionar la legitimidad del compromiso, o incluso la pertinen -<br />

cia de manifestar el compromiso en el salón de clases (¡aunque parecería ex -<br />

traño!), sino para enfrentar a aquellos de nosotros que enseñan literatura<br />

moderna con la sorprendente realidad de nuestra empresa.<br />

101


102<br />

Al fondo el mar,<br />

el sobrio mar de fondo<br />

que se nos desdibuja.<br />

Tres poemas<br />

JORGE ORTEGA<br />

SUBIDA AL MONTE URGULL<br />

Entre robles y helechos<br />

la espiral de piedra no pulida,<br />

las furtivas<br />

y onduladas<br />

terrazas del musgo.<br />

La espuma de la hiedra<br />

trepando por los troncos,<br />

los cauces de hojarasca<br />

crujiendo bajo una pisada en falso.<br />

Rampas. Escalones<br />

pacientemente relamidos<br />

por el inofensivo alud del vaho.


Y el final en dónde o para cuándo:<br />

la cumbre se escabulle a nuestros ojos,<br />

pirámide borrada por la selva<br />

en una distracción.<br />

A mayor esfuerzo, menor la extenuación,<br />

mejor la claridad de los confines<br />

o pronta la llegada.<br />

El poema se hace en el trayecto,<br />

trata lo que tardamos<br />

en alcanzar la cima<br />

y descubrir ahí lo perseguido en vano,<br />

la veleidad del aire, el resbaloso pez de las alturas.<br />

HORTUS CONCLUSUS<br />

He mirado de cerca al colibrí<br />

y se ha puesto a flotar, activo en la quietud,<br />

con la velocidad de una milésima.<br />

En cada uno de sus aleteos<br />

caben las rotaciones de la luz y el tañido remoto<br />

de la cítara homérica en el jardín de Alcínoo;<br />

los viajes del reflejo en la piscina<br />

y las secretas músicas del día<br />

103


104<br />

en las hondas cañadas de la hierba,<br />

lo que imaginas y percibes sin levantar un dedo.<br />

Qué podría añadir a su destreza<br />

sino estas apostillas, a manera de elogio,<br />

a lo que habla por sí con el hecho de ser.<br />

Afuera arde la épica de la sobrevivencia,<br />

marchan las multitudes, discurren los inventos<br />

y la historia se escribe con estruendo.<br />

Lejos de perecer en dicho intento<br />

me detengo a observar el picaflor<br />

cuya vivacidad baraja y aglutina los enigmas<br />

de todo el universo.<br />

BOSQUE DE NIEBLA<br />

Desescribir, borrar la exuberancia de esta línea<br />

hasta volver a lo blanco<br />

para decir la selva<br />

de otro modo.<br />

Para nombrar sin prodigar sus dones<br />

o tener que acabar de enumerarlos<br />

antes de que la lluvia nos alcance.


Como si el lenguaje,<br />

como si la escritura nos bastara<br />

para impedir que el agua.<br />

Para reconocer las aves por su canto<br />

o la vegetación<br />

de golpe, a simple vista.<br />

Andamos sobrados de nombres<br />

o faltos de saber.<br />

Cómo decir lo verde<br />

y no hacerlo brotar en un color.<br />

Igual que la belleza, la magnitud del bosque<br />

cabe en la renuncia a proclamarlo.<br />

105


106<br />

Treinta dólares<br />

OLIVERIO COELHO<br />

1<br />

¿Qué es eso irresistible que un hombre obtiene de un animal?<br />

A lo mejor lo mismo que de un niño: la posibilidad inmediata de amar.<br />

Esto escribe Park Chang-ho después de elaborar un extraño método para<br />

deshacerse de su mascota antes del viaje de su vida. A diferencia de otros amos<br />

que en ausencia proyectan lo mejor para su animal, él, harto de la demanda<br />

de una gata castrada de diez años llamada Lola, planea demorar un mes exacto<br />

en hacerla explotar, asesinarla sin culpa, concederle lo que siempre ha pe -<br />

dido su gula: sobrealimentación estricta, lácteos, hígado crudo.<br />

Destinará una semana al duelo y otros tres días a los preparativos de su<br />

viaje a Corea Sur. Imagina que cremar a una gata de diez kilos, si su plan da<br />

resultado, será arduo, pero esta dificultad la considera generosamente contemplada<br />

en esa primera semana de duelo.<br />

Lo cierto es que el problema de Park no es Lola, sino la mujer de la que<br />

se separó hace seis meses. Todavía no ha pasado tiempo suficiente como para<br />

sacar conclusiones evidentes a los ojos de cualquier otra persona: dilapidó su<br />

juventud y su talento en una mujer hermosa que se coló por un intersticio de<br />

su débil instinto, una mujer que lo usó para saldar cuentas con su propia femi -<br />

nidad, vengar su suerte —un viejo anatema advierte que las mujeres demasiado<br />

bellas padecen los amores más desdichados—. Tampoco sabe que la<br />

verdadera realización de ella consistió en torturar a un artista ignoto, de ascen -<br />

dencia coreana, criado en el bajo Flores, alimentando con una regularidad<br />

metódica sus celos y el miedo a ser abandonado.<br />

Lo cierto es que al cabo de cinco años de relación las ambiciones artís -


ticas de Park se esfumaron y él se transformó en la víctima perfecta para una<br />

mujer que venía abatida por las miserias del deseo masculino. Su suerte habría<br />

sido distinta si hubiera aceptado una mujer a su medida, pero el complemento<br />

para su ambición artística, por aquel entonces, consistió en tener al lado a una<br />

mujer deseada, según sus cálculos, por cualquier argentino. Como en un pacto<br />

diabólico, a cambio de una argentina bellísima, cedió de a poco el talento y<br />

el deseo de vivir. Logró a su vez que algunos lo miraran con otros ojos, como<br />

si definitivamente la compañía de una morocha de rasgos finos lo argentinizara,<br />

pero tras la separación perdió instantáneamente esos beneficios, volvió a<br />

ser, de un día para otro, el mismo descendiente de coreanos que pasaba inad -<br />

vertido ante las mujeres y al que los hombres en la cola del supermercado se<br />

le adelantaban.<br />

Lo que había sobrevivido a su drama amoroso era la gata que él y ella<br />

habían levantado de la calle, a poco de conocerse, y que habían bautizado<br />

como Lola porque así pensaban llamar a esa primera hija que, por distintas ra -<br />

zones, nunca tuvieron. Quizás por eso Park siente que desprendiéndose de<br />

la gata dejará de victimizarse.<br />

Cae en la cuenta de que su plan es absurdo cuando suena el teléfono y<br />

del otro lado escucha a la mujer que lo arruinó. Ahora ella lo saluda con indi -<br />

ferencia y le pregunta con quién dejará a la gata: Lola al fin y al cabo les per -<br />

tenece a ambos. Park piensa súbitamente que la mascota en realidad no es Lola<br />

sino él mismo. Tartamudea y no puede responder cuando ella dice “entonces me<br />

la llevo a casa”. Se termina de convencer entonces de que la única posibilidad<br />

de seguir viviendo es viajar y en todo caso, si algo distinto sucede en su patria<br />

desconocida, reencarnar.<br />

2<br />

TREINTA DÓLARES<br />

Un mes después, aunque sabe que no hay nada peor para un felino que ser<br />

privado de su hábitat, accede a que Lola se lleve a la gata. La entrega en la<br />

jaula de rigor que durante años usaron para trasladarla al veterinario.<br />

A partir de ese momento, para Park el mundo animal y el mundo feme -<br />

nino dejan de ser puertas de acceso al sufrimiento. Como en un duelo, ahora<br />

la soledad es la puerta de acceso a otro hombre. En un departamento que ha<br />

quedado vacío después de la ida de su exmujer y de Lola, y que con dos vali-<br />

107


OLIVERIO COELHO<br />

108<br />

jas en el pasillo parece a punto de ser abandonado, la imaginación de Park<br />

rebota de un lado a otro. Las paredes blancas transforman su mente en una<br />

cámara de ecos. Experimenta una especie de ebriedad optimista. En toda alu -<br />

cinación debe haber un límite para que no se desangre la sensibilidad, pero<br />

él ya está planeando otra vida en Seúl, se imagina hablando una lengua que<br />

nunca aprendió pero que se manifestará como un recuerdo innato, especula<br />

con la bondad y la sumisión de una mujer coreana, se ve a sí mismo como un<br />

modelo social de integración, un ejemplo de diáspora invertida acorde a las po -<br />

líticas de un país enriquecido que, apenas treinta años atrás, estaba sumido<br />

en la pobreza. Prepara las respuestas para una inminente entrevista en un dia -<br />

rio importante que por el momento desconoce, pero que en segundos, al tipear<br />

en google “important newspapers Korea”, incorporará a su coreografía fanta -<br />

seosa. Imagina el vernisage de las pinturas que, en el lapso de un mes, frené -<br />

ticamente realizará a pedido de galeristas conmovidos por su historia de vida.<br />

Aunque Park sabe que hay genios que pasan penurias y son reconocidos post<br />

mortem, considera que su caso es más grave: a la falta de reconocimiento se<br />

suma una catástrofe migratoria que lo ha dejado sin patria. Nunca ha terminado<br />

de acomodarse a la idiosincrasia de los argentinos, pese a haber nacido ahí.<br />

Quizás por esa suerte de desprecio que profesa internamente, y no por sus ras -<br />

gos orientales o su porte menudo, algunos argentinos lo adelanten en las colas<br />

o lo cuerpeen, como si fuera invisible, cuando cruza una calle. Por eso mismo<br />

quizás también perciba la falta de cortesía general y la torpeza de los cuerpos<br />

alienados en lo cotidiano como una agresión deliberada, cuando en verdad el<br />

dolor y la insatisfacción, según elucida siempre que se detiene a pensar en la<br />

Argentina, están distribuidos en la población, incluso en sus adefesios políticos.<br />

Esta vez no es el teléfono lo que lo vuelve en sí, sino el sonido del porte -<br />

ro eléctrico. Atiende. Juega con la idea de que su exmujer regrese arrepentida<br />

a devolverle la gata que, por fuerzas extrañas, intuye se le ha escurrido entre<br />

las manos. ¿Cómo puede dirimirse la propiedad de una mascota si éstas no ha -<br />

blan? Piensa que como en el resto de su vida cotidiana, debe aceptar la ley<br />

del más fuerte.<br />

El taxi que lo llevará al aeropuerto está en la puerta. No es necesario<br />

describir la imagen penosa de Park arrastrando dos valijas de veintitrés kilos<br />

repletas de cosas innecesarias. Las cosas importantes de su vida más reciente


no están ahí. Ya no existen en el horizonte de ese hombre a punto de reencarnar.<br />

3<br />

TREINTA DÓLARES<br />

En Los Ángeles, escala obligada camino a Seúl, Park por primera vez se sien -<br />

te argentino. Tiene catorce horas de espera y acepta el convite de su compa -<br />

ñero de asiento, John Barreth, un norteamericano voluminoso que vive en Los<br />

Ángeles y lo invita, según cree entender, a pasar unas horas en su casa, echar<br />

los huesos en el sofá y darse una ducha.<br />

Abordan juntos un taxi. John no deja de hablar sobre las bondades ame -<br />

ricanas en un inglés pastoso que Park comprende a medias. Entiende, sí, que<br />

John voló a Buenos Aires a acostarse con una mujer que conoció chateando<br />

y con la que pensaba casarse. Pero el encuentro fue absolutamente decepcio -<br />

nante: Gabriela vivía en un barrio decadente, en las afueras de Buenos Aires,<br />

no recuerda dónde —aunque de inmediato revisa su teléfono y acota “Gonzá -<br />

lez Catán”—, con una hija de tres años feísima y con una madre postrada. Él,<br />

John Barreth, no podía trasladar a su casa a una familia disfuncional. Tam -<br />

poco, después de evaluar el contexto humilde en el que se había criado Ga -<br />

briela, podía confiar en el futuro de la pareja, casarse y rifar sus bienes.<br />

Aunque el nivel sociocultural de Gabriela era satisfactorio, inexplicablemente<br />

satisfactorio, algo le decía que su humildad, una vez en Estados Unidos, rápi -<br />

damente mutaría en irracionalidad, y ella terminaría devorando sus bienes,<br />

colonizando la casa a través de una anciana inválida y una niña famélica. Ha -<br />

bía visto cientos de vidas desechas por una elección matrimonial inapropiada.<br />

Él, John Barreth, ingeniero informático, podía seguir esperando. Había viaja -<br />

do más bien para terminar de convencerse, en dos días y una noche, de que<br />

Gabriela era una de las tantas bellezas tercermundistas que habían encontrado<br />

en una conexión a internet y en una cámara la estrategia de escape a<br />

la miseria.<br />

El taxi poco después se detiene frente a un chalet con porche, edificado<br />

a imagen y semejanza de todos los que hay en el vecindario. John baja, paga,<br />

toma su equipaje del asiento de adelante, y como si olvidara la presencia de<br />

Park, camina hacia la puerta de su casa atravesando un pequeño jardín. Las<br />

piernas flacas, en contraste con el torso en forma de trompo invertido y las ca -<br />

109


OLIVERIO COELHO<br />

110<br />

deras obesas, subrayan un efecto óptico: parece un muñeco de nieve deslizán -<br />

dose en el césped.<br />

El taxista negro se vuelve y mira a Park un poco aterrado, tiene las pu -<br />

pilas irritadas, como si hubiera fumado marihuana o no hubiera dormido en<br />

días. De inmediato Park se siente expulsado por esa mirada, sale, pero John<br />

Barreth, a diez metros, da un portazo, evidentemente fastidiado, o bien por la<br />

tarifa del taxi, o bien por los malos recuerdos que revivió al hablar de su aven -<br />

tura bonaerense. Park piensa que no debería haberlo dejado hablar o que no<br />

debería haber aceptado el convite. Vuelve a entrar al taxi y, como un perro que<br />

ha quedado fuera del hogar, a través de la ventanilla mira fijamente la puerta,<br />

esperando una señal que nunca llega.<br />

Retrospectivamente, el viaje en avión junto a John se le representa de una<br />

complicidad patética. Ya había ahí señales de una hipocresía que no supo de -<br />

tectar. A todo Park asintió; con una fe resignada lo escuchó hablar de su nego -<br />

cio informático y hasta creyó identificar en él un modelo de hombre americano<br />

exitoso, para descubrir luego, en un suburbio prolijo de Los Ángeles, a un ca -<br />

renciado afectivo que vivía en un chalet impersonal que quizás fuera parte de<br />

un plan de vivienda social.<br />

Cuando el taxista pierde la paciencia, sin pensarlo él le dice “al centro”.<br />

“El centro es demasiado grande”… Entonces le viene a la mente el recuerdo<br />

de su profesor de coreano, que alguna vez le dijo que en Los Ángeles residía<br />

la mayor comunidad coreana del mundo.<br />

“Al barrio coreano”.<br />

“¿A qué zona del barrio coreano?”, pregunta el otro, desconfiado, y apro -<br />

vecha para desabrocharse dos botones de la hawaiana.<br />

“Al centro”.<br />

El taxista sacude la cabeza, fastidiado. Apenas llegan a Korea Town, de -<br />

tiene el coche. “Son treinta dólares”, dice bruscamente. Park paga y se baja<br />

desconcertado. Nada indica en realidad que no esté en Corea: carteles en Han -<br />

gul, calles repletas de restaurantes de cuyas puertas entreabiertas mana la<br />

inconfundible fermentación del kimchi, nativos hablando en coreano y co -<br />

miendo samgyopsa, bulgogi y bibimpap. Algo, quizás su súbita argentinidad,<br />

lo detiene. Se avergüenza de no hablar la lengua de sus ancestros. Retroce -<br />

de… Cae en la cuenta de que es un error viajar a Corea, nada lo emparenta


a ese país, salvo parientes que no hablan ni inglés ni castellano, y rasgos fa -<br />

ciales que le pesan como una máscara. En unas horas sus valijas seguirán rum -<br />

bo a Seúl y él deberá decidir si seguirlas o empezar en Los Ángeles una nueva<br />

vida. No contienen nada importante. Sólo restos de su pasado más íntimo que,<br />

como pedazos de un viejo transbordador, quedarán girando en una cinta, en<br />

el aeropuerto de Inchong.<br />

Como si fuera el amo de su destino o una barca a punto de cruzar el<br />

Hades, el taxi que lo ha traído sigue detenido en el mismo lugar.<br />

“Lo sabía”, dice el taxista cuando Park se escurre en el interior del ve -<br />

hículo y en una frase irracional, como pronunciada por alguien que habla a<br />

través suyo, expresa su deseo: “Quiero ir al barrio de las putas”.<br />

“Lo sabía”, repite el taxista, y arranca ese Lincoln automático en cuya<br />

marcha Park recién ahora repara: tiene el andar del Boeing 770 que lo de -<br />

positó en Los Ángeles.<br />

De a poco la ciudad se le representa espantosa. Sin ese chofer no podría<br />

llegar a ningún lado. Las avenidas anchas y las autopistas subrayan en Park la<br />

impresión de que el anhelado centro en Los Ángeles no existe, y que la topo -<br />

grafía urbana se reduce a una aglomeración de suburbios impersonales. El úni -<br />

co centro es ese Lincoln que ahora avanza por el bulevard Santa Mónica, en<br />

un trayecto sin retorno, cada vez más lejos del aeropuerto internacional.<br />

4<br />

TREINTA DÓLARES<br />

Park pensó siempre que la debilidad de los hombres argentinos por el sexo<br />

pago —tiene entendido que Buenos Aires es la ciudad con más prostíbulos por<br />

habitante masculino en el mundo— se debe menos al temperamento evasivo<br />

de la mujer porteña que a la genética fallada de los machos argentinos. Más<br />

allá de esas migajas de temperamento histriónico que dejó la inmigración ita -<br />

liana, los porteños combinan dos hilos del mismo ovillo, hilos ancestrales de<br />

melancolía y misoginia, y gracias a una tarifa que asegura una gama de servi -<br />

cios inmediatos, juegan a buscar lo que en las mujeres que cortejan no pueden<br />

encontrar, eso que es, a la vez, aquello que una prostituta, por instinto de au -<br />

toprotección, no podrá dar.<br />

La mujer que lo recibe en el bar de un hotel de mala muerte es mexica -<br />

111


OLIVERIO COELHO<br />

112<br />

na, se presenta como Jacinta y sonríe —¿se enternece?— al escuchar hablar a<br />

un coreano con acento sudamericano. Está apoyada sobre la barra sin ningún<br />

alarde de sensualidad, a punto de quedarse dormida. Detrás de las mechas<br />

de pelo que le ocultan la cara, boquea como un pez, habla sola, suelta palabras<br />

tenues.<br />

Park puede ver que le faltan dos dientes y que por esos huecos burbu -<br />

jean nudos de saliva cuando ella apura, cada tanto, un trago de cerveza. Juega<br />

un poco, como los bebés, a masticar el vacío, la sed o el hambre. Bajo la capa<br />

espesa de rímel que cubre los labios, hay estrías, una superficie agrietada por<br />

edades o padecimientos que Park no puede imaginar pero huele: bajo el ma -<br />

quillaje barato y tenue, detecta la dulzura somnífera del jarabe, esa especie de<br />

aliento enfermo y a la vez beatífico que cultivan quienes han pasado la noche<br />

bebiendo. Supone que el olor narcótico de Jacinta, y el hecho de que se presen -<br />

te con un nombre tan poco atractivo, la diferencia del prototipo de puta argen -<br />

tina. Parece venir de otra galaxia. O parece ser una mujer que la noche anterior<br />

tomó la decisión de hacerse pasar por puta y se disfrazó, sin ningún éxito, para<br />

yacer ahora en la barra, como si hubiera sobrevivido a un gran naufragio.<br />

Park no sabe si ofrecerle auxilio o solicitar sus servicios. Quizás una cosa<br />

implique la otra, de modo que le pregunta si pueden pasar a una habitación.<br />

Ella le contesta que está fuera de horario, se levanta la camiseta y le exhibe<br />

dos moretones, como si así demostrara que trabajó toda la noche, y le dice que<br />

de cualquier modo, si no tiene apuro, pueden ir a su casa. El taxi espera en<br />

la puerta. Park duda. Querría consultarlo con ese chofer que en menos de una<br />

hora se ha transformado en su ángel de la guarda. Se pregunta si entre Ja -<br />

cinta y el conductor no existirá alguna conexión, no un parentesco pero sí una<br />

relación venal e incluso afectiva. De estar en Buenos Aires, se creería víctima<br />

de una celada, pero en Estados Unidos, piensa, las cosas son diferentes, no ne -<br />

cesitan víctimas internas para hacer dinero, siempre existe la posibilidad de<br />

una guerra afuera. Mira alrededor: el bar está desierto, el único mozo en el<br />

campo de batalla duerme en una silla, con la boca entreabierta, junto a una<br />

ventana. En la mesa un haz de luz recorta un cuaderno de contabilidad.<br />

Entran en el taxi. El conductor, del cual Park sigue sin saber el nombre,<br />

los recibe sobresaltado. Ahora lleva anteojos de sol. La postura lánguida<br />

en el asiento lo hace más pequeño. ¿O hubo, en el lapso de tiempo que pasó


TREINTA DÓLARES<br />

en el bar, una sustitución? Park no está seguro de que sea el mismo taxista<br />

y descubre que de hecho ya no viste una camisa hawaiana, sino una remera<br />

negra y un saco gris arrugado. A través del vidrio trasero busca el Lincoln con<br />

su barquero, pero no hay ningún auto estacionado, el sol resplandece en la<br />

calle, como si el asfalto fuera metal. Jacinta susurra una dirección, apoya la ca -<br />

beza en un hombro de Park y sueña.<br />

Cuando despierta, están en el corazón de Korea Town. Park intenta per -<br />

suadir a ese nuevo chofer de que están en el lugar equivocado. Piensa en bajar -<br />

se y echarse a correr, aunque no tiene con el actual taxista la misma confianza<br />

que con el anterior. Seguramente éste, en vez de esperarlo, lo perseguirá.<br />

“Treinta dólares”.<br />

Park lee en esa cifra el precio de su libertad. Paga y se baja.<br />

La cabeza de Jacinta, sin apoyo, golpea contra un borde del asiento. Abre<br />

los ojos. Ve la cara de un coreano que desde afuera del coche le tiende la mano<br />

y extrañamente le habla en su lengua. Es el primer coreano que conoce que<br />

habla castellano. A duras penas, menos por la borrachera que por el sueño,<br />

ella conduce a Park por un callejón poblado de tachos de basura gigantes. Al -<br />

gunos perros huyen ante la presencia de humanos que a esa hora inmaculada<br />

de la mañana parecen cazadores.<br />

Entran a un edificio de dos plantas, a través de una puerta lateral, y su -<br />

ben una escalera de lo que parece ser una pensión. De la planta baja llegan<br />

diálogos en coreano que enseguida se ramifican en gritos. No terminan de<br />

llegar al descanso cuando un hombre en musculosa pasa fumando y se para en<br />

la puerta. No parece percibirlos, o al menos simula no verlos. Suelta el cigarri -<br />

llo, pisa la colilla con la suela de una ojota, y se queda inmóvil, mirando la fa -<br />

chada desteñida de la casa que tiene enfrente: una suerte de paisaje industrial<br />

en ruinas que remeda los recovecos más sórdidos de Seúl después de la gue -<br />

rra. Así permanecerá, fumando y aplastando colillas, mientras Park, un piso<br />

arriba, en un cuarto cuya ventana da al mismo paredón descascarado, desnu -<br />

da a Jacinta sobre un colchón y, casi en seco, con una erección incontrolable<br />

e inversamente proporcional a la duración que tendrá el acto, la penetra ha -<br />

ciendo a un lado la bombacha. Jacinta gime tres veces al ser penetrada. No<br />

atenderá al hecho de que Park, después de acabar, se subirá los pantalones<br />

y el cierre de la bragueta, como si saliera de un baño público, y dejará la habi -<br />

113


OLIVERIO COELHO<br />

114<br />

tación sin pagar un solo centavo. El hombre de musculosa lo detendrá en la<br />

salida, le hablará en coreano, al notar su incomprensión le señalará la habita -<br />

ción de arriba y le reclamará treinta dólares que, sin pensarlo, Park cubrirá<br />

con un billete de cincuenta. Transido por una repentina repulsión y por la cul -<br />

pa, recorrerá el callejón sin esperar el cambio, y encontrará un taxi, quizás<br />

conducido por el mismo hombre que lo arrimó a la perdición, y al que con un<br />

poco de urgencia y culpa le ordenará ir hacia el aeropuerto internacional.<br />

5<br />

Un día después, en un recuadro ínfimo del diario Los Ángeles Times, en la pá -<br />

gina destinada a crímenes y menudencias sensacionalistas, John Barreth leerá<br />

la siguiente noticia mientras hace un repaso de las mujeres argentinas, rusas<br />

y colombianas que ha conocido en el MSN durante la última semana:<br />

Inmigrante mexicana de veintiocho años fue hallada muerta en un edificio ubicado<br />

en la intersección de W5th Street y S Kingsley Jr., pleno Koreatown, según la poli -<br />

cía de Los Ángeles. Los detectives creen que la víctima estaría vinculada a una red<br />

de prostitución. La vivienda en la que fue hallada la víctima pertenecería al due -<br />

ño de una cadena de restaurantes coreanos procesado por estafa y proxenetismo.<br />

Ningún otro detalle fue revelado por la policía, que dijo que las investigaciones se -<br />

guirían.<br />

Casi al mismo tiempo, Park aterrizará en Seúl y pasará un puesto de mi -<br />

graciones atendido por una empleada rígida, tan rígida como la norteamerica -<br />

na que lo interrogó en Los Ángeles. Recogerá sus valijas repletas de cosas<br />

inútiles y saldrá a un nuevo mundo. Afuera lloverá y el calor será insoporta -<br />

blemente pegajoso, como en un país tropical. Abordará un taxi y le extenderá<br />

al conductor un papel con una dirección en coreano. Las autopistas monumen -<br />

tales, las ciudades satélite encadenadas, los restos informes de la gran capital,<br />

las cruces iluminadas en los techos de las casas, como si la urbe en la noche se<br />

invirtiera y mostrara un cementerio de vidas, producirán en Park una visión<br />

inmediata: después de mucho tiempo está verdaderamente sólo, y todo eso que<br />

ve a través de la ventanilla del auto es el paisaje muerto que lo habita y debe<br />

conjurar.


Entrevista a Luis Felipe Fabre<br />

GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

Con sus dos primeras plaquettes, Vida quieta y Una temporada en el Mictlán,<br />

Luis Felipe Fabre se presentó en el escenario literario mexicano con una pro -<br />

puesta que distaba del debut que se hace perdonar la vida por su juventud<br />

o inexperiencia. En ellos aparecía ya lo que su producción siguiente iba a con -<br />

firmar y potenciar: una galería de personajes travestidos que transitan por las<br />

fronteras del género literario, político y sexual, monstruos que son fruto de una<br />

maquinaria de interpretación y actualización con la que el autor hace suyo el<br />

principio deleuziano de la “fecundación estéril” al restaurar tradiciones tan<br />

dispares como la canción ranchera o la poesía trovadoresca, la dicción aca -<br />

démica o los murmullos rulfianos.<br />

Junto con otros pequeños conjuntos o series, aquellos libros se integra -<br />

ron en Cabaret Provenza, uno de los cuatro títulos que hasta ahora conforman<br />

la obra de Fabre, una obra que se disfraza de breve y escasa pero cuyas re -<br />

sonancias vienen dadas por su oportunidad, pertinencia y concisión. Redactor<br />

ocasional de reseñas o comentarios críticos, Fabre más bien participa en la dis -<br />

cusión literaria y cultural de manera oblicua: a través de la lectura de lo que<br />

en principio no puede ser leído, los huecos o las ausencias, en un puñado de<br />

textos latinoamericanos (Leyendo agujeros: ensayos sobre (des)escritura, anti -<br />

escritura y no escritura), o mediante una antología que decididamente renun -<br />

cia a serlo (Divino Tesoro. Muestra de nueva poesía mexicana).<br />

El cuarto título de su obra, el poemario La sodomía en la Nueva Espa -<br />

ña, de reciente aparición, es el motivo central de la siguiente plática y pretexto<br />

para el resto de los caminos que en ella se abrieron. Concebida en conjunto,<br />

115


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

116<br />

una parte de la entrevista fue mantenida en<br />

París por Octavio Moreno y la otra parte en la<br />

Ciudad de México por Gabriel Wolfson.<br />

—Me gustaría saber un poco de la historia<br />

editorial de La sodomía en la Nueva España.<br />

¿Intentaste publicarlo aquí, en México? ¿Hu -<br />

bo algún tipo de resistencia a ello?<br />

—Bueno, sí. Yo habría querido en pri -<br />

mer lugar que se publicara en México, por -<br />

que es un libro sobre historia de México y<br />

me parecía que el lugar natural para que apa -<br />

reciera era México. La verdad es que lo tuve<br />

bastantes años y no me fue fácil, no encontré<br />

dónde publicarlo durante un tiempo. Coincidió después, cuando estaba apro -<br />

bado en Pre-Textos, que hubo alguna editorial interesada en México, pero<br />

ya el proceso estaba avanzado y además me gustaba la idea de publicarlo en<br />

Pre-Textos, no lo pensaba retirar de allí. Intenté mandarlo a varios concursos,<br />

donde corrió una suerte lamentable. Lo mandé también a una editorial mexi -<br />

cana importante; me enteré de que había pasado los dictámenes y demás,<br />

pero nunca se comunicaron conmigo, no hubo ningún interés: por eso acabó<br />

saliendo en España.<br />

—¿Crees que opera algún tipo de alteración de la lectura el hecho de<br />

que La sodomía se publicara en España y no en México, siendo además un<br />

libro que trata asuntos de la Colonia?<br />

—Diría que sí, porque mi idea de la literatura es eminentemente material,<br />

así que el lugar donde escribes o publicas puede provocar esa alteración.<br />

A ver: lo que hago es material —en realidad, toda la poesía lo es—, un trabajo<br />

material, heredero de una tradición programática, la de las vanguardias.<br />

Para La sodomía, por ejemplo, investigué la historia, el discurso histórico, lo<br />

cual, en México, casi es ir contra la poesía: un poema con bibliografía, diga -<br />

mos, lo que está muy bien visto para las novelas pero no para la poesía. Y entre<br />

otras, ésa es una de mis salidas de tono de la poesía: descreer de la poesía<br />

como revelación y encararla, insisto, como trabajo. Así que claro: el lugar don -<br />

LUIS FELIPE FABRE


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

de se publica un libro modifica su lectura. Con La sodomía lo que ocurre en<br />

este sentido es, casi sin querer, una vuelta, un ajuste poético, una suerte de<br />

justicia poética: que justamente una literatura colonial, o que juega justamente<br />

con la Colonia y que además es una relectura de los Siglos de Oro españoles,<br />

aparezca publicada en España por un mexicano. Eso me parece que alguna<br />

carga debe tener. También creo que los Siglos de Oro españoles, o sobre todo<br />

el barroco, la idea del barroco, ha sido retomada más por Latinoamérica que<br />

por la propia España en el siglo XX y en el siglo XXI. Mi libro es una suerte<br />

de retorno… como una cucharada de su propio chocolate. Creo que me habría<br />

ido mejor en España con otro libro que con este que juega con el barroco, tan<br />

mal visto en España. Pero me interesa lo mal visto. Creo que en México habría<br />

sido más fácil un libro barroco porque somos muy barrocos y, al mismo tiempo,<br />

me gusta que el tema de la homosexualidad pueda ser menos incómodo<br />

en España que en México aunque ahí lo que moleste muchísimo sea el barro -<br />

co. A lo mejor lo que no incomoda en México es lo que incomoda en España,<br />

y eso me gusta.<br />

—¿Qué opinas sobre la polémica que se ha establecido a raíz de la anto -<br />

logía Poesía ante la incertidumbre, donde se reivindica una poética de la cla -<br />

ridad que remitiría a esa noción de poesía como revelación?<br />

—Es curioso que la preocupación sea la claridad. Creo que el problema<br />

no es de claridad sino de densidad lingüística, de densidad verbal, de preocu -<br />

pación formal, de capacidad crítica de un texto. La claridad o la oscuridad por<br />

sí mismas no me parecen valores ni artísticos ni poéticos, creo que son matices<br />

de la paleta, y me parece muy tonto que se rompan lanzas a favor de la clari -<br />

dad —y hasta con una carga de moralina—, que se endiose la claridad y se<br />

condene la oscuridad. Tampoco es que yo endiose la oscuridad. En el fondo<br />

ni siquiera es algo moralino sino una cosa muy simple: sienten insultante aque -<br />

llo que no entienden, como si el arte tuviera que entenderse. Qué sería del arte<br />

si todo el arte fuera comprensible. Es más: creo que lo que interesa es aquello<br />

que aun en su claridad se nos escapa, que es misterioso aun en su claridad, y<br />

uno no puede consumirlo en su claridad. Creo que el asunto… dicen claridad<br />

pero ni siquiera es claridad, es aquella cosa que se puede consumir inmedia -<br />

tamente y que implica poco esfuerzo por parte del lector; apenas un puñado<br />

de anécdotas de lo que hicieron en sus vacaciones. Tampoco digo que el lec-<br />

117


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

118<br />

tor tenga que romperse la cabeza frente a un texto, pero creo que lo interesan -<br />

te de un texto es que no se consuma en su primera lectura. Todo este asunto<br />

se reduce a algo muy simple: textos que se entiendan. Consideran como si fue -<br />

ra un insulto o una afrenta algo que no entienden, eso me parece como una cosa<br />

de dictador, como que se están riendo de mí sin que yo lo sepa: casi casi una<br />

cosa de complot, de misterio, como si el misterio fuera contra ellos.<br />

—Sigamos entonces con lo barroco: La sodomía, así, a un primer golpe<br />

de vista, tiene un título que invitaría a pensar que lo que hay detrás es ensayo.<br />

Luego, uno empieza a leerlo y parece que está leyendo una obra de teatro, pe -<br />

ro resulta que es poesía, y que por un lado juega con una tradición poética o<br />

varias tradiciones que vienen de la Colonia, y por otro lado cita constantemen -<br />

te textos que son prosa, prosa legal. ¿Cuál es ese juego que se establece ahí?<br />

Porque… ¿qué es La sodomía?<br />

—Bueno, La sodomía es una cosa muy rica… Ciertamente es un juego<br />

intergenérico, hasta hay un verso que dice “nefandos afanes de transgénero”,<br />

hay un juego como de géneros inestables, me parece. Creo que hay que sos -<br />

pechar de esa poesía que es de pe a pa poesía, o que se presenta indudable -<br />

mente como poesía. Creo que no nada más la poesía sino básicamente el arte<br />

a partir del siglo XX empieza preguntándose por sus propios límites, siempre<br />

está tratando de que, frente al objeto, uno se formule la pregunta: “¿Esto que<br />

estoy viendo es arte?”, o “¿Esto que estoy leyendo es un poema?” Y me inte -<br />

resa que esa pregunta se formule. También creo que durante el barroco, sobre<br />

todo el tipo de género con el que dialogo en la primera parte del libro, que es<br />

el auto sacramental, pues no está nada separado de la poesía: algunos de los<br />

mejores poemas escritos en español están, me parece, dentro de los autos sa -<br />

cramentales de Calderón de la Barca. Había una mayor flexibilidad entre una<br />

cosa y otra. Una cosa distinta es la prosa legal y demás, y que es como un<br />

juego de alquimia, también como de volver, de convertir esa cosa condenato -<br />

ria, esa prosa de opresión, darle la vuelta y por momentos exhibirla, reírte. O<br />

volverla hermosa a su pesar, digamos. Creo que es también un ajuste de cuen -<br />

tas poético: desde el lenguaje hacia el lenguaje.<br />

—Hablando de transgenerismo, de fronteras, de límites, el primer libro<br />

que publicaste, Vida quieta, y sobre todo la sección “The moon ain’t nothing<br />

but a broken dish”, retoma la tradición de la poesía estadunidense, y, sin em -


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

bargo, me da la sensación de que la retomas a través de Gelman y que ade -<br />

más los personajes que planteas son personajes de palabra —ese vendedor de<br />

biblias que es en sí mismo la palabra que llega a venderse como palabra— y<br />

que describen puntos de fuga hacia la frontera misma. Es la sensación que ten -<br />

go: como si los habitantes, las palabras de ese poema no escaparan hacia Es -<br />

tados Unidos ni vinieran de Estados Unidos, sino que se quedaran habitando<br />

la frontera misma. De hecho, en un momento del poema, si no recuerdo<br />

mal, se llevan la casa a cuestas, como caracoles que van moviendo su misma<br />

casa.<br />

—Creo que en ese poema hay muchas cosas. Por una parte, lo que dices<br />

de Gelman. Yo había leído uno de los libros más queridos de Juan Gelman,<br />

Los poemas de Sidney West, y lo que me gusta de esos poemas es que suenan<br />

como a traducción: poemas escritos en español originalmente pero que suenan<br />

a traducción de poemas norteamericanos. Eso me llama mucho la atención.<br />

Pero por otra parte a veces me he sentido mucho más cercano a la poesía nor -<br />

teamericana que a la poesía mexicana. Hay autores mexicanos que me inte -<br />

resan mucho, más cercanos… los mexicanos están más cerca de la poesía<br />

francesa que de la poesía norteamericana, y a mí me parece que, así como el<br />

XIX en la poesía es francés, el XX es norteamericano, con esa capacidad que<br />

tiene esa poesía de tocar lo inmediato, frente a una poesía mucho más abs -<br />

tracta en términos generales que sería la francesa posterior a Mallarmé, más<br />

intelectual. La poesía norteamericana creo que tiene una capacidad de volver<br />

metafísico lo doméstico, que siempre me ha parecido envidiable. Entonces<br />

sí: cuando leí a Gelman vi que había hecho algo que a mí me gustaría haber<br />

hecho, y creo que Vida quieta surge un poco de allí. Por otra parte… México,<br />

y los mexicanos en general, tenemos una relación un poco difícil con Estados<br />

Unidos, no con los ciudadanos en particular, digamos, pero sí con el concepto<br />

de Estados Unidos, y siempre digo un poco de broma y un poco de verdad<br />

que el epígrafe que deberían tener esos poemas de Vida quieta es aquella<br />

frase de Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados<br />

Unidos.” Finalmente los destinos de Estados Unidos y de México están pegados.<br />

Entonces sí, creo que sí interviene el asunto fronterizo: de alguna manera<br />

el nombre mismo del personaje, Jack Mendoza, es transfronterizo, es como una<br />

mezcla de tradiciones poéticas que me interesan. Por una parte Gelman, la -<br />

119


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

120<br />

tinoamericano, la poesía mexicana, yo soy mexicano, y por otra parte, esas<br />

ganas de ir hacia la poesía norteamericana y traerla a la propia tradición.<br />

—Y en esto de traer tradiciones distintas a la propia tradición, es decir, de<br />

hacer propio lo que es distinto… En el primer libro, Vida quieta, retomas la<br />

tradición estadunidense a través de la lectura que hacen de ella otros autores<br />

que no pertenecen a esa tradición, y en lo que has ido haciendo después pare -<br />

ce que vas visitando otras tradiciones: te interesa la literatura estadunidense,<br />

e inmediatamente después es la literatura mexicana, la prehispánica, y luego<br />

ya cambias, ¿no?, y por ejemplo, has traducido textos de literatura provenzal<br />

y has escrito dialogando con esa misma literatura. ¿De dónde viene este inte -<br />

rés de visitar una tradición, otra y otra —incluso tienes un Sūtra y un poema<br />

que se titula “Sumi-e”?<br />

—A lo mejor esto es una simple curiosidad, o una avidez, digamos: me gus -<br />

tan muchas cosas, y tal vez en el fondo, más que una cosa como multicultural,<br />

tiene que ver más bien con una imposibilidad, es decir: como si yo sintiera que<br />

la poesía me es imposible y solamente me quedan las parodias de aquello<br />

que me gusta; como si la poesía fuera insostenible en este momento de Méxi -<br />

co, que se está cayendo a pedazos y donde hay una realidad urgente ahí… ¿có -<br />

mo sostienes la belleza, cómo sostienes lo sublime, cómo sostienes la supuesta<br />

perfección del lenguaje? A mí la poesía me resulta imposible pero al mismo tiem -<br />

po me niego a renunciar a ella. Y también están mis propias limitaciones, diga -<br />

mos: a lo mejor no me siento capaz de lo que yo considero poesía, entonces lo<br />

que hago es una suerte de nostalgia de la poesía. A lo mejor en el fondo todas<br />

esas cosas que aparecen como muchas tradiciones son únicamente una nostal -<br />

gia por la poesía: mis esfuerzos o mis renuncias o mis parodias de eso: lo que<br />

hago con la imposibilidad del poema.<br />

—Por un lado señalas los que consideras como momentos importantes<br />

de la poesía y, por otro lado, lo que tú puedes hacer con ello no son más que<br />

pedacitos de obsidiana y no la gran escultura.<br />

—Pedacería, sí, por eso me gusta mucho la imagen como de piececitas<br />

rotas. No me acuerdo quién decía que finalmente Safo es la primera poeta mo -<br />

derna porque son puros fragmentos, que podemos considerar los pedacitos de<br />

Safo como poesía, aunque la propia Safo no los consideraría como poesía: esos<br />

pedacitos serían nada, serían basura. Pero existe ya una estética del fragmen -


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

to —post-Mallarmé, digamos— que nos permite apreciar la belleza del fragmen -<br />

to y decir “¡Ah! ¡La Victoria de Samotracia!”, por decir algo. Entonces creo<br />

que sí: lo mío está hecho de pedacería. Pensaba también en que el gran rees -<br />

critor de todo también es norteamericano, Ezra Pound, el make it new : yo no<br />

sé si yo lo haría nuevo, más bien es como esto: me es imposible hacerlo, enton -<br />

ces lo señalo. Pero pensaba, para pensar más en Latinoamérica, en los brasi -<br />

leños, en el movimiento antropofágico, que tenían por ahí esta idea: devorar<br />

todo, toda la cultura occidental, comérsela, y devolverla transformada.<br />

—¿La palabra piedra, que aparece en muchos poemas tuyos, desde “La<br />

virgen y la piedra” hasta “Piedras. Camino a Comala”, de Cabaret Provenza,<br />

tiene que ver con esa pedacería?<br />

—Era mi palabra preferida, sonoramente me gustaba mucho, durante mu -<br />

chos años fue como mi palabra fetiche, y el objeto, el objeto piedra me parece<br />

de los objetos más hermosos que hay… los cantos rodados… ese tipo de pie -<br />

dras de río me parecen los objetos más bellos del mundo. La palabra piedra<br />

es como la palabra palabra pero acortada. Sí, mis poemas tienen algo como de<br />

bloquecito, de ladrillitos puestos unos sobre otros; siento que la piedra se aco -<br />

modaba muy bien, sobre todo los poemas de Cabaret Provenza tenían esto, dan<br />

la sensación de materia, como de bloques de materia, pilas de piedras, ésa era<br />

mi sensación y mi intención: que tuvieran peso y las palabras fueran como pie -<br />

dras puestas unas sobre otras.<br />

—Pero sin ánimo de construir nada con esas piedras…<br />

—No, pero sí de irlas amontonando, digamos: no construir una casa, pe -<br />

ro sí a lo mejor una especie de Stonehenge o una ruina arqueológica…<br />

—En esa sección “Piedras. Camino a Comala” de Cabaret Provenza, y tam -<br />

bién ahora en muchos trechos de La sodomía, aparece recurrentemente una<br />

mediación: dicen. Las voces no se enuncian de manera directa sino a través de<br />

la mediación: se refiere lo que alguien dijo, lo que alguien dice que otros dije -<br />

ron. Me gusta mucho este recurso porque, me parece, por un lado remite a un<br />

uso muy coloquial del español de México, incluso ya consagrado por los medios,<br />

y por otro porque inscribe permanentemente una distancia crítica, metapoé -<br />

tica, en la enunciación de tu poesía: un recurso que, en ese sentido, rompe toda<br />

vana ilusión de “sinceridad”, de emotividad directa. ¿Qué opinas de esto?<br />

—Me parecen dos observaciones muy pertinentes. Mucha gente dice: “¿Tu<br />

121


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

122<br />

poesía es contemporánea? Pero si en el fondo es muy bonita.” De pronto no<br />

se percibe que no hay un yo lírico. Creo que para mí eso es la piedra de toque<br />

de lo que hago. No hay un intento de sinceridad, es siempre artificial. De he -<br />

cho creo que es muy teatral en el sentido de que cuando hay un yo, es un yo<br />

máscara, pero claramente máscara. Y en ese sentido, creo que lo que está<br />

puesto en duda todo el tiempo es un yo romántico, un yo profundo, un yo que<br />

se exprese allí. A veces siento mis poemas más como skecthes de cabaret,<br />

como si fueran canciones… pero no los pienso como tradicionalmente se pien -<br />

sa en la poesía. Por eso no estoy muy seguro de que sea poesía lírica en el sen -<br />

tido tradicional del término, como la expresión de un yo profundo. Creo que<br />

tiene más que ver con la poesía dramática, con la narración, con la épica en<br />

cuanto narrativa —de hecho, uno de mis libros favoritos es el Gilgamesh en la<br />

maravillosa versión de Jorge Silva Castillo—. Creo que ese yo lo tengo mucho<br />

más que en entredicho, totalmente imposibilitado… Y creo que no tengo casi<br />

ningún poema desde un yo puesto así, hablando de lo que le sucede o lo que<br />

siente: nada de esa sinceridad.<br />

—De acuerdo, no hay emotividad, en eso coincide también Gabriel… pe -<br />

ro a mí, hay versos tuyos que me hacen llorar, como el “Monumento a Geró -<br />

nimo Calbo” donde juegas con la literatura clásica para hacer nacer de ahí una<br />

flor que vas a ofrecer al sodomita asesinado…<br />

—Sí, no lo había pensado tan bonito como tú… tenía ganas de una cosa<br />

como estatuaria. Me encantan esas imágenes de los arcos triunfales, donde<br />

está Júpiter, Venus, y luego hay un textito chiquito chiquito abajo. Así se me<br />

antojaba que fuera. Y finalmente, pues sí: es como un monumento, tiene que<br />

entrar algo así como una tumba, una tumba verbal, pero en vez de una cruz,<br />

algo que nos gustase a ambos, a Gerónimo Calbo y a mí, y seguramente Ja -<br />

cinto y Apolo sí le habrían gustado, ojalá los conociera. Creo que ahí me puse<br />

un poco liricón, metí un poco de la lírica. Sí, es una parte que me conmovía<br />

enormemente. A diferencia de otros tipos de poemas, digamos, donde son per -<br />

sonajes inventados, aquí no podía obviar que era gente que sufrió muchísimo,<br />

que los mataron, gente que amó y que estuvo allí… Creo que hay una parte de<br />

juego, hay una parte de pose, pero hay una parte… ahí sí, digamos, es un poe -<br />

ma histórico, es un poema que… no es por ponerme de… de nada, pero, per -<br />

sonalmente, de pronto me agobiaba un poco, me parecía horrible lo que les


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

pasó, me pesaba estar trabajando ese asunto: no se trataba de victimizarlos otra<br />

vez; se trataba de, digamos —suena muy pretencioso—, de hacer con ellos algo<br />

hermoso. Creo que eso es el Jacinto finalmente. Es decir: si hicieron con ellos<br />

algo horrible, yo quería hacer con eso algo hermoso. Sí hay un punto a lo mejor<br />

más tradicional en ese último poema: de tanto dolor, de tanta crueldad de la<br />

que fueron objeto, finalmente algo hermoso como lo es el placer, y el amor. Se<br />

los cobraron, se los cobraron las autoridades del momento, e hicieron de eso<br />

lo peor, pero lo peor fue la parte de los verdugos. Y de pronto sentí que había<br />

como un poco de paz. De la tragedia de Jacinto nace una flor, la muerte de Ja -<br />

cinto tiene algo mejor porque es una muerte por razones pasionales, y en cam -<br />

bio la otra historia, la de los sodomitas novohispanos, es una muerte por razones<br />

ideológicas y moralinas. Yo puedo entender más la pasión que el asesinato<br />

por motivos ideológicos o religiosos, que también es otra pasión: no lo podría<br />

decir, no la muerte desde un sistema legal frío que decide. Puedo entender un<br />

crimen pasional, de personas, pero no de una institución a un individuo. Pero<br />

sí pensé que había que exorcizarlo un poco, volver a dar la belleza que tienen<br />

el placer y el amor. Suena un poco cursi.<br />

—Así como el “Monumento” es bello y emocionante, los “Villancicos”<br />

son de una gran humanidad.<br />

—Sí, el “Monumento” es totalmente teatral, casi alegórico. El “Retablo”<br />

es histórico, va desde el juicio, desde el proceso legal, aunque hay elegía, la -<br />

mentos y demás, pero los “Villancicos” son algo que hizo uno de ellos, una<br />

cosa, un objeto —cómo lo concreto siempre funciona tan bien—: el indio Mi -<br />

guel de Urbina quemó al niño, ojalá lo hubiera inventado yo, pero le encontra -<br />

ron su niño quemado, lo quemó de desesperación: yo ya nada más lo transcribí.<br />

Y traté de hacer un acto remotamente similar al tomar una forma poética, el<br />

villancico, que es casi como un pesebre, el nacimiento del niño dios, esa for -<br />

ma que además es muy dulce, musical, para transgredirla, para transgredir esa<br />

forma, para transgredir justamente una figura tan dulce como el niño, el niño<br />

dios, al que Miguel de Urbina quema en un rapto de desesperación: qué mal<br />

la pasaron, qué angustia. Lo concreto es lo que funciona: es verdadero, digamos,<br />

y crea un símbolo. Cuando he hablado de poder generar una ico nografía tiene<br />

que ver con esto: ojalá pudiera uno resignificar un jacinto, ojalá pudiera uno<br />

resignificar… ojalá alguien hiciera una bandera con un niño quemado.<br />

123


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

124<br />

—Te preguntábamos al principio si La sodomía era poesía o teatro. Y lue -<br />

go has hablado de un yo mascara y de sketches de cabaret. ¿Podrías comentar<br />

un poco toda esa galería de personajes que a veces son masculinos y terminan<br />

siendo femeninos, o al revés, y que parecen personajes encima de un escenario?<br />

Porque, efectivamente, si hacemos un recorrido por los poemas recogidos en<br />

Cabaret Provenza lo que encontramos es una galería de personajes.<br />

—Es un dramatis personae, digamos. Me gusta leer teatro. Creo que ante<br />

esa imposibilidad del yo lo que ha surgido es una proliferación de máscaras<br />

y de personajes… y que tengo tendencia por cierto tipo de personajes. Me gus -<br />

tan mucho esas divas sospechosamente travestis. Finalmente también yo estoy<br />

jugando al travesti, digamos, en la enunciación. Me gusta algún que otro mal -<br />

hechor por ahí, gente sospechosa… pero me gusta mucho la idea del cabaret<br />

porque el cabaret es como el espacio natural del travesti. Y la figura del tra -<br />

vesti me parece una figura básica que queda muy bien con mis poemas, con<br />

mi poética, porque el travesti es una criatura artificial que no pretende natu -<br />

ralidad jamás. El travesti es mero artificio y al mismo tiempo es una superfi -<br />

cie radical: eso es lo que más me interesa del travesti. Creo que ni siquiera los<br />

punks pudieron hacer de la superficie, de la vestimenta, algo al mismo tiempo<br />

tan feroz como un travesti: el grado de desquiciamiento social que puede gene -<br />

rar un travesti aun en estos momentos no lo lograron los punks, que es otra<br />

vestimenta feroz y me gusta mucho. Porque también voy un poco contra la<br />

profundidad… esas cosas que he dicho del yo, de la profundidad, la hondura<br />

y demás… creo que me gusta mucho el juego con la frivolidad y con la super -<br />

ficialidad porque además pienso que el arte, en gran medida, es una superfi -<br />

cie, una forma, una materia, más que un contenido. El contenido es un efecto,<br />

y a lo mejor ahí sí retomo, no quiero resultar chocante, pero retomo un concepto<br />

que me parece más claro al respecto que es el de pliegue, de Deleuze<br />

y Guattari: la idea de que el barroco se puede cifrar en la idea del pliegue,<br />

esta tela drapeada y que siendo superficie da una idea de profundidad o una<br />

sensación de profundidad… Hablamos de otro tipo de superficie, la superficie<br />

del travesti: no es como un transexual, digamos, donde sí hay una operación fí -<br />

sica, corporal. Los travestis, como digo, son criaturas de carne y tela: la tela<br />

adquiere un poder, que en el teatro también adquiere el disfraz, que es pura<br />

superficie, pero en el caso del travesti me interesa esa superficie feroz, esa su -


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

perficie radical… Porque todo el mundo<br />

critica: “ah, qué persona tan super fi -<br />

cial, mira cómo se fija en la ropa”, pero<br />

lo interesante del travesti es que lleva<br />

esa superficialidad a tal extremo que la<br />

vuelve una radicalidad que muchos que<br />

van de profundos no podrían tener.<br />

—Pero no aclaras qué pone en jue -<br />

go esa radicalidad.<br />

—Yo no sé que ponga en juego yo,<br />

pero en el caso del travesti por lo menos<br />

pone en jaque lo binario del mundo, la<br />

masculinidad, la feminidad… Además,<br />

como dice Juan Carlos Bautista, un tra -<br />

vesti rara vez aspira a pasar por mujer,<br />

aspira a pasar por travesti. No le interesa<br />

engañar ni que lo confundas con una mujer, lo que le interesa es ir de traves -<br />

ti. Son pocos los travestis que fin gen la voz, por ejemplo. No es un ocultamiento<br />

sino una muestra, un evidenciar que va desquiciando, digamos, los órdenes de<br />

una sociedad. El orden más básico: eres hombre o mujer, y a partir de eso ha -<br />

cemos parejas de todo lo de más: bueno/malo, arriba/abajo, es como una hete -<br />

rosexualidad compulsiva, como cuando una pareja tiene un bebé, le nace niño,<br />

“¿y para cuándo la pa rejita?”, les preguntan, porque quieren hacer parejitas<br />

hasta con los hijos. El travesti justamente desquicia ese orden básico. Creo<br />

que mis poemas no llegan a tanto ni son tan valientes como un travesti, pero<br />

retomando un poco lo de es te juego de aparentar —que el libro es teatro o que<br />

es ensayo y es poema o que va de poema y es una nota al pie de página—,<br />

el asunto es desquiciar un poco los órdenes que tranquilizan y que nos hacen<br />

decir: “ah, esto es claramente un poema”. Ojalá fuera un poco así.<br />

—De hecho, como decíamos antes, La sodomía se presenta muchas veces<br />

como muy poética; pero en su origen hay pura prosa (la de edictos, testimo -<br />

nios, estudios históricos). ¿Podríamos plantear que se trata de una prosa, la pro -<br />

sa de la Historia o de la Ley, ataviada de poesía? ¿O incluso más: que se<br />

trata de una poesía disfrazada de Poesía?<br />

125


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

126<br />

—Sí, porque en el fondo lo que digo es que para mí la poesía es impo -<br />

sible… Me resulta insostenible, imposible. Sí creo que es una no poesía disfra -<br />

zada de poesía, o una poesía disfrazada de imposibilidad. Ahora bien, además<br />

de esto, digamos que hay un asunto más concreto: me interesaba mucho que<br />

La sodomía, por aquello de lo que habla, estuviera muy blindada literariamen -<br />

te. Me parece que mucha escritura gay o feminista, digamos, ha sido descalifi -<br />

cada desde lo formal como un recurso eufemístico para guardar silencio sobre<br />

todo lo demás. En este caso quería que nadie pudiera decir nada desde ahí,<br />

desde lo formal, para que tuvieran que tragarse a fuerza lo otro. En ese senti -<br />

do, lo “literario”, o lo “muy poético”, como lo llamas, era una especie de estra -<br />

tegia, un disfraz. Es cierto que en mi caso hay una fascinación por lo literario,<br />

pues me permite decir ciertas frases, frases cursis por ejemplo, que de otra ma -<br />

nera me sería imposible. Por otra parte, tenemos versos como “¿Qué fueron<br />

sino verduras / de las eras?”: ahí no me importa que el autor fuera un niño bien<br />

y que su padre se muriera, hay ahí una belleza que me fascina y punto. Sin em -<br />

bargo, claro, no apelaría a esa belleza formal como algo eterno pues siempre<br />

hay una suerte de conciencia histórica en su lectura: las coplas de Manrique<br />

me fascinan, mientras que los endecasílabos de Gorostiza, por poner un ejem -<br />

plo de algo que en México siempre se asocia con belleza formal, me parecen<br />

anacrónicos.<br />

—Muchas veces has dicho, retomando a Pignatari, que lo que te interesa<br />

de la poesía es lo que no es poesía y, parafraseando a Rimbaud, dices que la<br />

poesía está en otra parte. Y cuando eliges y comentas textos de otros en tu<br />

libro de ensayos, Leyendo agujeros, lo que te ha interesado son los agujeros<br />

que hay en esos poemas, lo que en esos poemas no es poesía.<br />

—Vuelvo a lo de antes. Mi poesía realmente es casi una no poesía, y<br />

estoy atento a ver la no poesía en los demás o dónde entronca. Por otra parte,<br />

me interesa el poema que sale del poema y se convierte en otra cosa. Me inte -<br />

resa primero el poema como centro, pero el poema no se acaba ahí. Me interesa<br />

con qué se pone en relación un poema, con qué entra en contacto. Me<br />

interesa mucho ver la trayectoria de los poemas. Tengo una especie de feti -<br />

che por coleccionar poemas de ocasión del siglo XIX. Me gustaba mucho cuando<br />

la poesía tenía una función casi social: es tu cumpleaños y te escribo un<br />

poema, es el aniversario y voy a leer un poema... esa cosa sin mayor preten-


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

sión de durabilidad, sin idea de eternidad: sólo la idea de que se agotara en<br />

su momento. Me parece que eso tiene una parte muy moderna, en tanto poe -<br />

mas para un lugar y un momento específicos, casi de arte conceptual, instala -<br />

ción o performance; más performático que instalación, como algo que se<br />

cumplía para ese momento y renunciaba a la eternidad. Eso me gusta mucho<br />

de la poesía de ocasión. A mí no me interesa la poesía escrita para la posteri -<br />

dad, para la eternidad, sino la poesía que conecta con su momento y puede<br />

desaparecer allí o convertirse en otra cosa o dar pie a otra cosa. Además del<br />

texto me interesa la trayectoria de un texto, cuando el texto deja de ser texto y<br />

se convierte en otra cosa. Por eso me gustaban también los trovadores: cómo<br />

un poema puede convertirse en una visión, en una cosmología del amor, en una<br />

idea y luego en una costumbre y en unos modales… No tenemos que leer a<br />

los trovadores para que vivamos a los trovadores porque nuestra sociedad está<br />

estructurada a partir de ciertas cosas que surgieron en determinados poemas<br />

suyos. Creo que lo mejor que le puede pasar al poema es que se convierta en<br />

otra cosa.<br />

—Sin embargo, en tus libros anteriores siempre parece haber un gesto,<br />

un gesto no textual —una disposición plástica, una referencia cultural, una cier -<br />

ta forma digamos social de presentar los textos, en fin— que contribuye al poe -<br />

ma desde fuera del poema. En La sodomía, en cambio, podría parecer que<br />

todo es muy terso, casi desaparece el gesto, lo que incluso se ve reforzado por<br />

la bella edición de Pre-Textos…<br />

—Es que el gesto en este libro era justo ése: el disfraz de “gran litera -<br />

tura”, o sólo de literatura si tú quieres. Hay que verlo así. Y ya que mencionas<br />

la edición, yo quería que el libro apareciera como consagrado, en una edito -<br />

rial así. Si lo hubiera publicado en Quimera, por ejemplo, su recepción po -<br />

dría ser muy distinta. Porque además habría que tomar en cuenta otra cosa:<br />

La sodomía es todo lo que no se debe hacer, de acuerdo con mi propia tradición,<br />

con mi formación: mientras lo escribía me angustiaba pensar que no le<br />

iba a gustar nada a Eduardo Milán, que ha sido mi maestro. Siglos de Oro, ver -<br />

sos medidos, poemas cerraditos: el libro puede fastidiar, pero ojo, no sólo a<br />

los conservadores sino a mi propia escuela, la que proviene de las vanguardias.<br />

Así que el gesto puede estar ahí: es un disfraz de “gran literatura” que in -<br />

cluso, sí, tal vez muestra que soy un tradicional de clóset, pero también era<br />

127


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

128<br />

una ruptura, una ruptura con mi propia escuela de ruptura. En todo caso,<br />

y aunque al final a Milán sí le gustó, para mí era un gesto para mantenerme en<br />

el alambre: no me interesa estar ni por completo fuera ni por completo dentro<br />

de la literatura, ni en el margen o la pureza absolutos ni en la integración total.<br />

—Me da la sensación de que cuando buscas agujeros en la obra de los<br />

otros estás tanteando el cuerpo del poema para hallar una apertura por donde<br />

meterle el dedo, por donde entrarle al poema. Creo que aquí estamos en un<br />

asunto de penetración, convirtiendo además el orificio de salida en orificio de<br />

entrada.<br />

—Sí, me interesa ese otro recorrido. Hay una hermenéutica, una erótica<br />

del texto, creo que fue Susan Sontag en Contra la interpretación quien lo dijo,<br />

y además es muy morboso. Yo pensaba en un eslogan para La sodomía que<br />

podía ser: “Entrada a la historia de México por la puerta de atrás.” Sí hay<br />

una idea de que mi poética es sodomítica en un sentido deleuziano, hay una<br />

sodomía del texto en mi manera de leer los textos. Y lo del erotismo es real.<br />

Durante mucho tiempo —mi adolescencia fue antes de internet— mi acceso al<br />

erotismo era básicamente a través de la literatura o a través de enciclopedias<br />

de arte griego. Pero aun ahora me excita mucho más leer un pasaje erótico<br />

que verlo, porque mi formación está ahí. Y creo que también reconocer a un<br />

autor homosexual en un texto, ya sea de una manera más visible, abiertamen -<br />

te, o con guiños, a mí me abrió posibilidades, era como si alguien desde el pa -<br />

sado te echara una cuerda. Y volviendo a la idea de los agujeros… creo que<br />

mi lectura es sodomítica, sí: me interesa follarme al texto, digamos, en el<br />

sentido de disfrutarlo y en el sentido de preñarlo a traición, como lo que dice<br />

maravillosamente Deleuze, y hacerle decir otra cosa… A lo mejor en el mo -<br />

mento de la escritura vendría esa fecundación traicionera o en el momento de<br />

interpretación del texto vendría otro tipo de escritura... Pero no por donde de -<br />

bería de ser sino por donde se me pegue la gana.<br />

—Pero sí que hay un agujero que se repite constantemente en tus poemas.<br />

Me refiero al contenido en el signo de los dos puntos.<br />

—Me gustan porque son casi como un signo de igual. Es una pausa nece -<br />

saria a veces en el texto, pero al mismo tiempo es un seguido y no un punto y<br />

coma; a mí no me gusta mucho el punto y coma. Es un juego que vuelve ines -<br />

table el texto: si esto es igual a esto pero esto está negando esto, entonces está


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

poniendo en entredicho esta cosa y la otra. Creo que es un signo que le da<br />

inestabilidad al texto y que puede significar una inequivalencia; a veces hay<br />

una cosa casi de ecuaciones, como de dos incógnitas con un signo de igual:<br />

ecuaciones que no se resuelven exactamente, o a veces sí, digamos. Es un sig -<br />

no suficientemente ambiguo: no se sabe si es una pausa o una continuación o<br />

un fin. A veces es también un modo de unir cosas que no se pueden unir de<br />

otra manera. Porque si dices “Manzana. Pera” son dos cosas distintas, pero si<br />

pones “Manzana: Pera” estás haciendo como equivalencias imposibles. Sí,<br />

a mí los dos puntos me encantan por las posibilidades que abren. Son inesta -<br />

bles y abiertos, pero al mismo tiempo muy matemáticos.<br />

—Por seguir con las operaciones de lógica, en tus poemas, y pienso por<br />

ejemplo en la sección “Vacas Sagradas” de Cabaret Provenza, aparece cons -<br />

tantemente el recurso a la tautología.<br />

—Me encantan las tautologías, pero no tengo claro de dónde vienen. Creo<br />

que tienen que ver con la neurosis. De alguna manera pienso que son versos<br />

neuróticos que se obsesionan y se cierran sobre sí mismos, casi como ese sím -<br />

bolo de infinito, como uróboros que se muerden la cola y dan vueltas y vueltas.<br />

Son versos neuróticos, más simétricos no pueden ser. Me parece que es bási -<br />

camente neurosis.<br />

—Dos puntos, tautología… pero también encabalgamiento, ¿cierto?<br />

—Agamben lo dice muy bien: realmente, lo que podría definir un poe -<br />

ma es el encabalgamiento. Y además, cuando uno no está haciendo versos por<br />

motivos métricos o por motivos de formas fijas y demás, creo que se hace<br />

por motivos de ritmo, y el encabalgamiento te da el ritmo pero al mismo tiem -<br />

po es ahí donde se cumple la función del verso, que es ir hacia delante y a la<br />

vez replegarse sobre sí mismo. Creo que la tautología tiene que ver con hacer<br />

evidente este repliegue sobre sí misma de la poesía, la poesía va —en esta lí -<br />

nea tradicional: no diré que la prosa no va así—, la poesía esencialmente va<br />

así, en dos direcciones, hacia delante y hacia atrás. Por eso verso viene de<br />

versura, de esta vuelta que se daba cuando terminaba el surco, la vuelta que<br />

daba el arado para hacer el siguiente surco, ese círculo se denominaba versura.<br />

Creo que ahí está bien cifrado lo que es un verso. Por una parte va en<br />

el tiempo, como el discurso que va avanzando, y por otra parte se repliega so -<br />

bre su propia materialidad y su propia sonoridad. El encabalgamiento tiene<br />

129


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

130<br />

eso de ir hacia delante y al mismo tiempo hacia atrás, y por eso me encanta<br />

el poema de sor Juana que empieza diciendo “Detente, sombra de mi bien es -<br />

quivo”: ahí hay algo que parece que va a avanzar y lo primero que hace es<br />

fre narte, jalarte las riendas con una coma e ir hacia atrás. Creo que la poe -<br />

sía es siempre ir hacia delante y hacia atrás al mismo tiempo, ahí está la tensión<br />

del verso.<br />

—Sin embargo, el lector de tus poemas se sorprende al escucharte leer -<br />

los: tú siempre cortas el verso y nunca haces el encabalgamiento.<br />

—Sí, no sé por qué, a mí me dijeron a una temprana edad que el corte<br />

de verso equivalía a media coma y yo me lo tomé muy en serio. Tuve un no -<br />

vio actor que me regañaba cuando yo leía porque me decía: “No versees.”<br />

Cuando leo versos siempre hago la marca del corte de verso, y en teatro sería<br />

horrible estar leyendo a Calderón marcando el corte de verso: sería espantoso.<br />

Pero para mí es importante el corte y dónde cortas, si interrumpes o no la se -<br />

cuencia lógica, por qué, en qué palabra: no puede serme neutro. Parece que<br />

hay gente que no sabe cortar versos, los cortaron porque se les pegó la gana o<br />

se les acabó el renglón, sin ninguna lógica.<br />

—En una reseña, Christopher Domínguez alertó contra el peligro de que<br />

La sodomía pudiera pasar de manera equívoca por literatura de género, mis -<br />

ma reseña donde te emparentó con nombres ya clásicos de las letras mexica -<br />

nas del siglo XX —Novo, Monsiváis, López Velarde—. ¿Crees que exista la<br />

posibilidad de que con este doble movimiento se pudiera llegar a encasillar<br />

la discusión de manera un poco maniquea: o literatura de género o Gran Lite -<br />

ratura, postulada nuevamente como una entidad sagrada y única?<br />

—Más que una literatura que reivindica causas, prefiero la que proble -<br />

matiza cosas, que dinamita cosas: cuestiones de género, ideológicas, filosóficas,<br />

religiosas, políticas, lo que quieras: artísticas y demás. Creo que en mi<br />

libro hay una cosa de hacer visibles momentos de la historia que a lo mejor no<br />

han interesado lo suficiente, hay historiadores que han trabajado sobre eso, pero<br />

desde el espacio de la poesía, desde el espacio de la literatura… porque yo me<br />

basé en historiadores que han trabajado al respecto, yo no hice la investiga -<br />

ción de archivo. Pero curiosamente uno de los primeros que subrayó ese ca -<br />

pítulo de la historia de la Nueva España fue un escritor, fue Novo, que desde<br />

la literatura vio ese asunto del que luego se ocuparon los historiadores, en un


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

pequeño ensayo, “Las locas y la Inquisición”. Sí creo que Christopher Domín -<br />

guez dice que mi libro no viene con su instructivo ni está hecho para que lo lea<br />

la o el académico gringo o seudogringo —pues en las universidades de todo<br />

el mundo hay departamentos así— desde ese espacio de mucha comodidad<br />

que puede ser la literatura de género. Aunque fuera muy cómodo entrar en ese<br />

espacio, yo quiero pensar que lo que podría leerse en La sodomía es más pro -<br />

blemático. También me interesa que se diga que no es literatura de género<br />

porque es un círculo mucho más restringido dentro de la literatura. A mí lo que<br />

no me gusta es que, si entras en ese círculo, eximes a los demás lectores de<br />

leerlo, pero si pones el libro a circular en un espacio más amplio se lo tienen<br />

que tragar aunque no les guste, como decíamos. Los problemas de edición que<br />

tuve se debieron a que yo buscaba editoriales no especializadas en literatura<br />

de género, donde a lo mejor me habría sido mucho más sencillo publicarlo.<br />

No me interesa la literatura de gueto, y no por la idea de normalización sino<br />

por la idea de que, fuera del gueto, aunque a la gente le incomode no lo pue -<br />

da obviar. Finalmente, a los entendidos no les incomoda. Me ha tocado gente<br />

que no puede pronunciar el título, dicen “tu nuevo libro”, les da un poco de<br />

vergüenza decir La sodomía, pero tienen que referirse a él. Eso me interesa<br />

más que lo otro. No porque desprecie el espacio de la literatura de género: creo<br />

que el libro puede admitir perfectamente una lectura de género. Pero lo que me<br />

interesa es que el libro circule fuera de ese espacio de género: donde puede<br />

incomodar o puede constituir una pequeña transgresión. También me ha toca -<br />

do alguna reseña que decía: “pese a su título, el libro no es grosero”. A mí, el<br />

título me parece lo menos grosero, casi aséptico, yo esperaba la obscenidad<br />

dentro. Es muy raro que mucha gente obvie el tema y se vayan nada más por<br />

la forma. Pero se tuvieron que comer el tema. Si no pueden hablar de eso, ése<br />

es su problema. A mí me divierte un poco porque… es como estar viendo una<br />

película porno diciendo “qué hermosa fotografía”… Creo que hay algo de los<br />

intereses sexuales cuando uno elige ciertos temas. Tampoco puedo obviar que<br />

hay una materia verbal que elegí allí, como digo en la nota final del libro. Y<br />

que hay una carga de reivindicación y que esa reivindicación me sirve a mí<br />

para dialogar con una tradición cargada de una ideología católica y unas formas<br />

determinadas. Sí tomo un auto sacramental, que servía justamente para<br />

valorar, para festejar la eucaristía, que se representaba en Corpus Christi —creo<br />

131


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

132<br />

que es el día en que se representaban—, y juego un poco con el auto de fe y<br />

pongo en el lugar de la hostia, en el centro, la nada. Por eso me gusta pensar<br />

que hay un fondo negro… Me gustaría que se sintiera que hay un fondo negro<br />

en todo esto: como que sucede el poema y atrás está la cámara negra, como un<br />

teatro sin escenografía; están las figuras, las letras, y en el fondo está el retrato<br />

de Cotita de la Encarnación como un fondo negro, eso es lo que me gustaría,<br />

ese fondo de misterio, y que ahí aparezcan las palabras, con claridad o no…<br />

Pero el diálogo con esa tradición me lo brindó el capítulo histórico que elegí.<br />

Aquí elegí primero el tema antes que la forma, y el tema me llevó a visitar la<br />

literatura de la época desde otra perspectiva, como decimos a veces de ha -<br />

cer un hijo por la espalda, una inmaculada concepción: me llevó a traicionar<br />

esa forma.<br />

—Antes hablabas del gran aparato formal de tu libro como de una es -<br />

pecie de estrategia…<br />

—A ver: armé un gran armatoste, si tú quieres, para poder contar lo<br />

que quería contar, pero diría que en algún lado del libro debe de haber un<br />

guiño, un hueco, que es el que me permitió hacer Literatura sin hacer Lite -<br />

ratura y sin creer en la Gran Literatura. Por ejemplo: me asumí escribiendo<br />

en esa posición muy conservadora y muy mexicana de la erudición. Yo no<br />

creo en la erudición, pero —y tal vez ahí está lo más mexicano del asunto— lo<br />

que hice fue, digamos, falsa erudición, bluff: yo no soy un intelectual, me mue -<br />

vo más en el plano de los artistas, donde ese plano quiere decir una mayor ig -<br />

norancia y al mismo tiempo una mayor libertad. Entonces espero que en el<br />

libro haya todo el tiempo un sí y no: sí literatura pero no, sí canon pero no, sí<br />

reivindicación pero no. Nada es del todo ni meramente literario ni meramen -<br />

te político. Pensemos que la literatura, la verdadera literatura, aun la que pa -<br />

rece intachable por haber sido incluida dentro de determinado canon, tiene,<br />

o tuvo en su momento, un elemento transgresor, de insurrección, aunque a<br />

veces, con el paso del tiempo, ya no sea muy evidente. En arte y literatura<br />

siempre se pacta algo y se transgrede algo, lo mismo Shakespeare y sor Jua -<br />

na que Rimbaud. El canon está conformado, realmente, por los malos hijos.<br />

Los buenos hijos no sirven para la literatura. Ahora bien, cuando hablo peyo -<br />

rativamente de la “Literatura” o incluso de la “Gran Literatura”, más que a<br />

autores o textos me refiero a una idea de la literatura, una idea anacrónica


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

que la considera un lenguaje sublime, ahistórico, fuera de la sociedad, una<br />

belleza que se justifica a sí misma, etcétera.<br />

—Y no obstante, junto a la estrategia a la que nos hemos referido, está lo<br />

que podríamos llamar el asunto, la materia de tu libro, y ahí no hay una elec -<br />

ción entre otras posibles…<br />

—Sí hay una carga allí, tampoco me voy a desdecir, no voy a afirmar<br />

que no la hay, que no la había calculado y que no me ha traído ciertos proble -<br />

mas. Me habría sido más fácil publicar ese libro si… bueno, ese libro no ha -<br />

bría existido sin ese tema. Evidentemente no tomé la historia de la gente que<br />

hace donas o la masacre contra los criadores de borregos: tomé un tema que de<br />

alguna manera me toca personalmente, y además me interesaba generar imá -<br />

genes, una especie de iconografía en una tradición de resistencia, en una tra -<br />

dición gay también, digamos. No sé si los gays mexicanos lean el libro o no,<br />

pero creo que me interesaba que Cotita de la Encarnación fuera un personaje<br />

que esté ahí, me interesaba rescatar e inventar ciertos símbolos… Ese capítulo<br />

de la historia lleva a una literatura que me gusta y que es una tradición,<br />

se puede decir, de los conquistadores, aunque es cierto que mucha de esa tra -<br />

dición a la que apelo no la encontré en libros de literatura sino de historia.<br />

Me refiero a esos poemas y canciones populares, anónimos, y sobre todo a esos<br />

textos escritos por locos y herejes, que quedaron como pruebas de delito en<br />

los archivos de la Inquisición, textos sin mucho valor literario, entonces y aho -<br />

ra, si se los mira desde una perspectiva tradicional: una tradición que no ha<br />

sido leída desde la literatura sino rescatada por historiadores, una tradición<br />

chica, no grande, que no ha sido casi renovada y con la que me interesa me -<br />

terme. Pero en fin, hablaba de esa tradición de los conquistadores, conside -<br />

rada peninsular frente a la Colonia, una literatura que me sirviera de modelo<br />

de alguna manera, y mi deseo fue intervenir ese modelo en un momento en<br />

que España no se encarga de su modelo porque en este momento España<br />

tiene un enorme desprecio por su barroco. Volvemos a lo de la poesía de la<br />

claridad y demás. San Juan de la Cruz es barroquísimo y al mismo tiempo es<br />

diáfano y al mismo tiempo es misterioso —eso por no hablar de que es proba -<br />

blemente el primer poeta trans: “la amada en el amado transformada”: en<br />

realidad, la Santa Patrona del Transgénero—. No todo el barroco se reduce<br />

a Góngora y Góngora además tiene momentos diáfanos y momentos oscuros<br />

133


134<br />

y tan fascinantes unos como otros. Así<br />

que está esto y también está ese otro<br />

juego político y otro juego ideológico…<br />

Digamos que el tema me sirvió de coar -<br />

tada para revisitar los Siglos de Oro des -<br />

de un flanco moralmente transgresor<br />

—a mí no me lo parece pero a mucha<br />

gente le sigue pareciendo transgresor.<br />

—Para mí, lo más transgresor de<br />

todo el libro es la risa. Porque creo que<br />

efectivamente en la primera parte estás<br />

jugando, en el momento de la hoguera,<br />

con la imagen del purgatorio, de las áni -<br />

mas benditas, lo que normalmente se<br />

figura como idea del horror. Sin em -<br />

bargo, en el poema el fuego es fuego de<br />

papel, y salen a cantar los sodomitas.<br />

Me parece que ahí hay un salto del ho -<br />

rror a la risa, una risa que es como un grito contra esa instancia represora.<br />

Pero además juega en toda la obra, y ese verso de “Vayamos, pastoras, al Be -<br />

lén de la repisa” tiene una cosa de chiste. Por eso, a mí lo más transgresor<br />

del libro me parece el recurso a la risa, como si todo lo que hemos visto fue -<br />

ra una obra de teatro y ahora vinieran los personajes a cantar la cancioncita<br />

del final, que es como chistosa; vienen todos sonrientes y a jugar: no sé lo<br />

que hay detrás, pero es que hasta pienso en Rabelais, en esa risa que acaba<br />

con todo y que, me parece, atraviesa toda tu obra.<br />

—Creo que aquí hay además como… hay como chistes vulgares, es de -<br />

cir: me gusta la ironía, y más en la vida cotidiana, pero tiene algo ojete, algo<br />

cruel, porque te pone por encima. Y creo que la risa más rabelesiana no es<br />

irónica, es la risa de bajar a la Tierra, es otro tipo de humor. La ironía siempre<br />

te eleva, estás viendo todo por arriba, y me interesaba en este caso un humor<br />

menos irónico, menos perdonando la vida a los demás, digamos: me intere -<br />

saba un humor más de chiste de borracho, de chiste de retrete, de albur, y eso<br />

no es irónico, eso es… más cabaretero. Y eso no te salva: te incluye en esa


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

mierda que somos y uno se ríe de eso. Y creo que me interesaba, además,<br />

frente al horror, la risa que es ahí sí una manera de salvar, de salvar el texto,<br />

porque también podía naufragar en una elegía. No sé, es como una risa de ho -<br />

rror, por una parte —porque el asunto es: o ríes o lloras—, y por otra parte<br />

es también como voltear un poco la tortilla: frente a la solemnidad, frente a<br />

los poderes instaurados, la risa siempre es un recurso corrosivo, y creo que<br />

es a lo que menos se puede resistir un poder. Es como de salón de clases: al<br />

profesor lo peor que le puede pasar es que los alumnos se estén riendo y no<br />

sepa de qué, siente que su poder… y a lo mejor pasa por un chiste que no tie -<br />

ne absolutamente nada que ver con él, pero el profesor siente que se están<br />

riendo de él: la risa es un atentado frente al poder.<br />

—En tus poemas, abordas a veces problemas sociales, anécdotas, suce -<br />

sos o cosas puntuales, y hay como estrategias de resistencia. Pienso, por<br />

ejemplo, en “Investigación de mercado”, que es una crítica a la imagen que<br />

se tiene del mendigo.<br />

—Me interesa más un humor que no deja títere con cabeza, y creo que,<br />

generalmente, me molestan los biempensantes del mundo, que cada vez más<br />

me parecen pura hipocresía. Habrá gente que esté luchando por cosas que<br />

valen la pena, pero hay una postura generalizada, una cosa políticamente co -<br />

rrecta y biempensante que no te deja decir nada: efectivamente son los nue -<br />

vos modales del mundo. Creo que habría que tener mucho cuidado con eso.<br />

Ahí también algo me hace ruido, me pone en alerta. A veces es más respetuo -<br />

so reírte de lo que hay que reírse que aguantarte la risa. Me gusta reírme del<br />

respeto de los biempensantes.<br />

—¿Y no hay además un interés por denunciar ciertas cosas?<br />

—Mira, uno de los problemas, sobre todo de la literatura… porque el arte<br />

en general va de otra cosa: tú vas a un museo y el arte se está encargando de<br />

problemas sociales, antropológicos, políticos, sin empacho alguno. Yo no sé<br />

por qué la poesía de repente parece que está totalmente separada de eso: o<br />

tocas temas literarios o tocas temas del mundo, y si tocas temas del mundo<br />

son reivindicaciones o panfletos. Creo que pueden ser cuestionamientos sobre<br />

el mundo, diálogo con el mundo, sin tener que estar necesariamente defendiendo<br />

una causa o comprando una ideología o estando en el lugar correcto<br />

o en el incorrecto: creo que estoy pidiendo libertad para el poema. Curiosa -<br />

135


GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />

136<br />

mente la poesía parece muy acotada: puedes hablar de tu ombligo, puedes<br />

hablar de la tradición o puedes hablar de que estás escribiendo un poema so -<br />

bre el poema, pero no puedes hablar de nada más. Uno de los discursos más<br />

amordazados, más censurados que hay, fíjate, es la poesía, sobre todo la poesía<br />

en español; creo que la poesía en inglés, o al menos de las tradiciones que<br />

más o menos conozco —no conozco la poesía italiana contemporánea, la fran -<br />

cesa del XX un poco, digamos, pero no, no las conozco—, en el siglo XX la nor -<br />

teamericana no tuvo ningún empacho de tocar absolutamente nada. Pero en<br />

la poesía mexicana parece que todo tenía que ser muy retórico, no podías decir<br />

nada directamente. Y no que haya que decirle cosas a la gente, pero sí creo<br />

que de pronto se convirtió en un discurso muy restringido en el peor de los<br />

sentidos: hay cosas de las que se puede hablar en poesía y hay cosas de las<br />

que no se puede hablar en poesía. Pues no.<br />

—De la misma manera que decías antes que la literatura española tiene<br />

un problema para aceptar su pasado barroco, Octavio piensa que la literatura<br />

mexicana tiene un problema con México. ¿Qué dices?<br />

—Sí, es evidente. Es un tema que se tendría que tocar extensamente.<br />

Pienso que durante muchos años la poesía en México fue una manera de eva -<br />

dir México. Es muy raro: todo mundo habla de la televisión como evasión, y<br />

del entretenimiento como evasión, pero también habría que hablar del arte<br />

como evasión, y creo que para determinados países el arte es una evasión, una<br />

evasión hacia lo sublime si quieres, pero una evasión de tu realidad. Y creo que<br />

la poesía mexicana de los últimos treinta años tiene muy poco que decir, por -<br />

que trabajó como una evasión de su propia realidad: su presente y su contex -<br />

to eran lo más imposible para el poema. Se podía hablar del silencio, del pájaro,<br />

del río, pero no podías hablar de nada más: a eso voy. Creo que la cosa está<br />

empezando a cambiar tanto para bien como para mal, digamos. Por una par -<br />

te, desde hace tiempo los poetas más jóvenes —los nacidos a partir del 76:<br />

Inti García Santamaría, Marisela Guerrero, Rodrigo Flores, Paula Abramo,<br />

Óscar de Pablo, Daniel Saldaña, Yaxkin Melchi o Iván Ortega López— tratan<br />

con mayor naturalidad su contexto; por otra parte, me parece que, de una<br />

manera más artificial, los poetas que durante estos treinta años hablaron de<br />

pajaritos, ante el momento que está viviendo México, se sienten obligados a<br />

hablar de lo que está sucediendo, pero en la mayor parte de los casos lo


ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />

hacen torpemente, porque sigue siendo el mismo concepto de poesía: lo su -<br />

blime, lo eterno, lo trascendente, y entonces realmente no pueden tocar lo que<br />

está pasando. Y es que no es un problema meramente temático o léxico: es<br />

un problema de forma, de una forma que responda al momento, y más aún:<br />

el problema de qué se entiende o no se entiende por poesía. Gerardo Deniz es<br />

en este y muchos otros sentidos una excepción. Entonces creo que es un pro -<br />

blema de la tradición mexicana, una tradición que todo el siglo XX se la ha pa -<br />

sado luchando entre lo universal y lo nacional, que es una falsa dicotomía:<br />

había que ser nacionales o había que ser universales, y finalmente ganó el<br />

partido de los universales, digamos; ganó una parte de los Contemporáneos,<br />

ganó finalmente la tradición de Paz. Ahora bien, Paz podía hablar de México,<br />

pero los que son más pacianos que Paz se tomaron muy en serio esta cosa,<br />

aquello de “la lengua es una”, que es una frase de Paz, como si el español<br />

fuera todo igual, y no trabajaron a partir de las diferencias del español, co -<br />

mo hicieron muchos argentinos: es un idioma, es un español neutro desde el<br />

cual se escribe la poesía. Partiendo de ahí, cómo vas a hablar, digamos, de<br />

tu país, o de tu contexto, si ni siquiera en tu propia materia dejas que se tras -<br />

mine eso. Creo que, más allá, hay un concepto de la poesía como algo que<br />

está hecho para durar, como que si hablan de algo que va a caducar no se<br />

va a entender dentro de mil años: mejor regálale a la poesía algo eterno co -<br />

mo un pájaro.<br />

137


138<br />

Tres poemas<br />

LUIS ALBERTO ARELLANO<br />

EFECTO NOCTURNO<br />

No mire a sus espaldas/ no hay nadie<br />

No camine a sus espaldas/ no hay nadie<br />

No entienda las voces a sus espaldas/ no hay nadie<br />

No finja conocer el barrio a sus espaldas/ es de Nadie<br />

No mire de frente a los hombres a sus espaldas/ se llaman Nadie<br />

No esconda sus plumas en el puño cerrado a sus espaldas/ el muro es<br />

de Nadie<br />

No escriba su nombre completo a sus espaldas/ es lectura de Nadie<br />

No escuche consejos de viajeros a sus espaldas/ es tierra de Nadie<br />

No pague con billetes en público a sus espaldas/ nada es el valor de<br />

Nadie<br />

No vaya a lugares públicos a sus espaldas/ el festejo es de Nadie<br />

No se quede en casa solo a sus espaldas/ lo visitará Nadie<br />

No encienda aparatos electrónicos durante el despegue a sus espaldas/<br />

el vuelo lo pilota Nadie<br />

No recline su asiento antes de que se encienda la luz roja a sus espaldas/<br />

caemos por culpa de Nadie<br />

No registre su teléfono a sus espaldas/ es trabajo de Nadie


No espera detrás de la puerta a sus espaldas/ la escucha es para<br />

favorecer a Nadie<br />

No intente esto en casa a sus espaldas/ usted vive en casa de Nadie<br />

No discuta cuando le pidan sus objetos de valor a sus espaldas/ Todo<br />

pertenece a Nadie<br />

No exponga a sus hijos al fuego a sus espaldas/ la materia es porosa<br />

como Nadie<br />

No se deje al alcance de los niños a sus espaldas/ la precaución es<br />

objeto de estudio de Nadie<br />

No conteste el teléfono a cualquiera a sus espaldas/ su posición en el<br />

mapa es saber de Nadie<br />

No camine por calles sin iluminación a sus espaldas/ la oscuridad es<br />

premisa de Nadie<br />

No finja que sabe la respuesta a sus espaldas/ la pregunta la formula<br />

Nadie<br />

No negocie con terroristas a sus espaldas/ no tiene permiso de Nadie<br />

CELEBRACIÓN<br />

Es particular entre las normas oraculares que se tome el dicho de un<br />

hígado multiforme por bueno<br />

No importa si el ganado ha sido sometido a estulticia vegetal o se ha<br />

impedido de la acción heroica de la guerra entre iguales<br />

Ni las sustancias prohibidas son todo lo prohibidas que dice la<br />

139


140<br />

propaganda comunista Ni el ardor en los ojos es consecuencia de<br />

la lluvia química producto del desaseo moderno<br />

Toda ola contiene en sí misma su reflejo e índice como un pequeño<br />

manual de instrucciones Es compromiso de los ciegos tomar partido<br />

por todo lo escrito en ellas De lo contrario la furia de los ciclos hará<br />

que los elementos desbocados no reconozcan origen ni celebración<br />

alguna<br />

Sometidos a este rigor de creencias el ayuno cobra sentido de<br />

responsabilidad cívica y el castigo corporal es una minucia para<br />

quejosos sin vocación de servicio<br />

Mal visto por sus pares el amor entre miembros de la familia debe ser<br />

reconocido como un elemento de distrofia muscular avanzada a fin de<br />

que la población someta sus deseos a la delirante producción masiva<br />

de glosolalias en público<br />

TIPOS DUROS<br />

Usted llegará esa noche temprano a casa.<br />

Festejo, emergencia o flujo hormonal.<br />

Encontrará todo dispuesto.<br />

Festejo, emergencia o flujo hormonal.<br />

Cada evento tiene su lenguaje que lo distingue de los otros eventos.<br />

Cada evento tiene sus protagonistas y sus antagonistas. Unos buenos,<br />

otros malos.


Así funciona el entretenimiento masivo.<br />

Signos reconocibles: el color de la ropa, el tipo de peinado, si tiene<br />

vello facial o carece de lo mínimo varonil.<br />

La música incidental es propia de las producciones caras.<br />

Usted llegará temprano esa noche a casa.<br />

Celebración, apuro o libido.<br />

Los colores ocres y las combinaciones chillonas señalan culpable.<br />

Usted llegará esa noche temprano a casa y encontrará un objeto costoso<br />

decorado con grandes piedras que sean signo de la entrega al capital<br />

y sus ciclos.<br />

Ese objeto decorado será un arma o una joya o un instrumento de<br />

placer destinada al ocio contemplativo.<br />

Usted recibirá una llamada que lo apure a llegar a casa.<br />

Amable, cínica o provocadora.<br />

Una llamada que haga que tome todo por perdido y se dirija con<br />

premura a su casa.<br />

La voz en el teléfono es la organización material del evento.<br />

La voz en el aparato es la consecuencia práctica del evento.<br />

Todos los eventos serán organizados de acuerdo a los flujos de personal<br />

que se adecúen a la sociedad en curso.<br />

Usted llegará a casa con tiempo para resolver imprevistos.<br />

Cosas que no son de uso cotidiano.<br />

Como joyas o armas o dildos. Usted llegará a casa con tiempo.<br />

La fantasía confirma la regla: todos somos puntuales.<br />

141


142<br />

Dioses con ojeras<br />

GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA<br />

Laura sale del Metro Insurgentes. El suelo está lleno de charcos almacenan -<br />

do agua de distintos aguaceros. Ahora mismo llueve sin malicia. Ella abre su<br />

paraguas y sostiene el mango con fuerza, como si más bien empuñara un ar -<br />

ma. Insegura entra por uno de lo tantos túneles que conectan la glorieta con<br />

la calle. El pasillo está lleno de policías quitándose los uniformes. Laura des -<br />

conoce las razones de tal ceremonia, camina entre policías obesos cambián -<br />

dose de ropa en la vía pública. Al ver a Laura decenas de oficiales con el<br />

cuerpo venidísimo a menos, en trusa y agujerada camiseta rimbros se agarran<br />

el pene por encima del calzón, le silban y la desnudan con la mirada. Un ofi -<br />

cial le truena los dedos exigiéndole que apure el paso.<br />

A Laura entre que sí le gusta y no le gusta pasearse por ahí. Sale a la<br />

calle, del lado donde se ubica la tienda de ropa para prostitutas y los negocios<br />

de artículos sexuales. En esa cuadra de Insurgentes las paredes sudan y el sue -<br />

lo pegajoso abraza las pisadas con tronidos grotescos. Apesta a estornudo.<br />

Avanza entre los changarros que ofertan penes de goma, dvds tres equis,<br />

jaleas especiales, tinta china, falsos labios de mujer y una especie de rosario<br />

para el ano. Se detiene en una pared de la que cuelgan películas pornográficas<br />

debajo de un letrero que dice: Videos Reales. Viaja la mirada leyendo<br />

las inscripciones. Hoteles de Tlalpan. Hoteles de Viaducto. Tacubaya. Revolu -<br />

ción. Salida a Cuernavaca. Salida a Pachuca. Cámaras escondidas. Prepa Seis.<br />

La ciudad y sus habitantes cogiendo.<br />

—Dos por treinta pesos. Una por quince —dice el dependiente. Un tipo<br />

mugriento y con los pelos embadurnados en exagerado gel. En sus piernas


DIOSES CON OJERAS<br />

está sentada una mujer embarazada. Ella, desinteresadamente, reitera la es -<br />

túpida promoción:<br />

—De a dos por treinta.<br />

Aunque no es la primera vez que compra pornografía, la sensación siem -<br />

pre es la misma: algo que la inquieta y ensucia se introduce entre sus piernas<br />

y presiona su estómago sometiéndolo dentro de un puño. En otras palabras:<br />

no sabe si está nerviosa o excitada. Le da pena estar ahí, sospecha que en cual -<br />

quier momento aparecerá detrás de ella su madre difunta, alguna maestra de<br />

la infancia o un compañero del trabajo. Lo que sí aparece súbitamente es<br />

una niña de la calle. La mocosa extiende la mano solicitando dinero. “Para<br />

un taco”, balbucea. Laura se deshace de ella meneando la cabeza en rotunda<br />

negativa. La niña insiste. Laura no soporta a los niños de la calle. No soporta<br />

a los niños en general. “Maldita especie de no deseados”, piensa observando<br />

de reojo el vientre hinchado de la vendedora.<br />

—Quiero cambiar estas dos…. —explica Laura y saca de su mochila un<br />

par de películas.<br />

—El cambio te sale en diez por disco —responde el hombre del peinado<br />

horrendo…— pero ya es la última vez que te lo hago efectivo…<br />

—O no nos sale —concluye su preñada mujer.<br />

Laura elige los primeros dos discos que se encuentra, lo que menos quie -<br />

re en este momento es ponerse a negociar con un matrimonio de fayuqueros.<br />

Una de las películas corresponde a la colección “Hoteles de Tlalpan”, la otra<br />

simplemente dice “Casa Silencio”.<br />

Laura paga y se marcha. Tres estaciones después entra a casa comple -<br />

tamente empapada. Coloca uno de los discos en su computadora y en escasos<br />

diez minutos revisa cada una de las cogidas que forman la recopilación.<br />

Las atiende en fast forward y sin atajos, tampoco se detiene en una sola de<br />

ellas. No hay créditos finales. No se lleva la mano a la entrepierna. Nada.<br />

Inserta el segundo disco. Lo revisa completito y a toda velocidad. Des -<br />

pués ve un poco de tele, cena cereal y se recuesta. Como sucede cada noche,<br />

duerme aterrada, deseando que el sueño de las cubetas de sangre no se presente<br />

de nuevo.<br />

En la pornografía de finales del siglo XX uno presenciaba la sexualidad huma -<br />

143


GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA<br />

144<br />

na no como es, sino como desearía que fuera: poderosos machos sometiendo<br />

a incansables mujeres voluptuosas, multiorgásmicas y flexibles, un guión sexual<br />

que inicia con una mamadita y termina con la mujer degustando el chorro<br />

seminal. Motivada por los avances electrónicos, la pornografía de inicios de<br />

siglo tiende a retratar la brutal y boba realidad del ayuntamiento carnal. Las<br />

filmaciones pecan de amateurs y poco profesionales. Ese descuido le da al<br />

coito videograbado una atmósfera inigualable, como si por unos momentos<br />

el sexo de nuevo fuera pecado y origen. En muchas ocasiones las chicas in -<br />

volucradas ni siquiera saben de la existencia de la cámara que filma sus vaivenes<br />

y favores. El sexo real es bien pagado. Basilio conoce a un tipo que<br />

por cada grabación le da “una buena lana”. De sus sesiones con Teresita sa -<br />

có para una cámara digital bastante eficiente. Solía acomodarla en un librero.<br />

Programaba el aparato para filmar con acercamientos automáticos a la chica<br />

en turno y sus senos rebotando.<br />

Conoció a Laura en el club de videorrentas donde trabajaba. Él era ca -<br />

jero ahí y ella tenía la costumbre de ir cada martes a rentar algo. Poco a poco<br />

se empezaron a saludar. Intercambiaron teléfonos, estaturas y directores favo -<br />

ritos. Ella siempre se llevaba los títulos que Basilio le recomendaba. Un día<br />

fueron al cine. A la salida, tomando café, se besaron por primera vez con las<br />

lenguas quemadas por la bebida caliente. Fueron al cine otras tres ocasiones.<br />

En las últimas dos Laura se dejó meter la mano.<br />

—El estudio de mi papá está cerca, ¿vamos? —le dijo Basilio. Laura<br />

asintió y abandonaron la función sin darle una segunda pensada.<br />

Basilio detuvo el primer taxi que pasó y ya abordo prefirió hacerle plática<br />

al chofer que a la mujer excitada a su lado. Estaba peculiarmente nervioso.<br />

La ciudad brillaba más que otras noches. Laura sonreía con los ojos<br />

cerrados, apretándolos fuerte. No quería enterarse de a qué parte de la ciudad<br />

la llevaban.<br />

—¡Cuántos libros! —exclamó ella apenas entraron al domicilio aquel.<br />

—Mi papá me los compró todos. Siempre dice que él hubiera deseado<br />

crecer con una buena biblioteca a la mano. Pero a mí no me interesa leer, lo<br />

que me gusta es el cine.<br />

Ella paseaba los dedos entre los libros como si más bien acariciara la<br />

nuca de cada uno de los autores. Basilio encendió todas las luces del estudio.


DIOSES CON OJERAS<br />

Laura se descalzó. Y fue como un au -<br />

gurio. Acabarían sin ropa. Era cuestión<br />

de tiempo.<br />

—Yo sí leo —exclamó ella—. Y<br />

de hecho me hubiera encantado que<br />

mis papás me tuvieran preparada una<br />

biblioteca así…<br />

—Llévate el que quieras. Pero<br />

ahorita ven. Siéntate conmigo.<br />

Laura descubrió la cámara es -<br />

condida, entre Las cajas y Las uvas<br />

de la ira. Él se puso rojo. No supo<br />

qué decir, el plan entero se le venía<br />

abajo. Quiso pedir perdón pero antes<br />

de que abriera la boca Laura ya se<br />

estaba bajando los pantalones y los<br />

calzones en un mismo esfuerzo.<br />

—Pero lo borras, ¿eh? —le dijo sonriendo.<br />

Él tomó asiento. A gatas, ella se le aproximó ronroneando y con maes -<br />

tría le bajó el cierre del pantalón utilizando los dientes.<br />

—¡Está de la mierda tener un hijo contigo! —exclamó Laura amenazando con<br />

arrojar el teléfono. Prefirió simplemente colgarle.<br />

Basilio estaba en la esquina, resguardándose debajo de un techito. Tenía<br />

hasta los calcetines mojados y unas inmensas ganas de orinar. Tomó el teléfono<br />

celular y volvió a marcarle. Desde ahí alcanzaba a observar la habitación<br />

de Laura, en el segundo piso. Primero oscura y luego momentáneamente ilu -<br />

minada por el tenue brillo del teléfono sonando. Después oscura de nuevo.<br />

“No va a responder”, pensó. Basilio lucía completamente pálido y trasnocha -<br />

do. La posibilidad de crear una vida le impedía dormir bien. Aún quedaban<br />

rastros de la granizada: escarcha apilada, hielo sucio y ni un solo peatón. Lau -<br />

ra no respondió a un tercer llamado. Basilio estuvo escupiendo a un charco.<br />

Le urgía echarse una meada, tenía dolor de cabeza. Ni siquiera bebió tanto.<br />

Cerró los ojos, apretándolos como si fueran sus puños. Hizo una llamada te -<br />

<strong>145</strong>


GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA<br />

146<br />

lefónica tras otra. Quería suplicarle que lo dejara pasar al baño. También que -<br />

ría convencerla de que abortara al hijo. Llevaba poco menos de cuatro meses<br />

gestándose. El tiempo pasó rapidísimo. Le quedaban dos cigarros. Los últimos<br />

dos cigarros del mundo. Le dolían los dientes, necesitaba mear. Nece -<br />

sitaba solucionar el problema antes que Teresita se enterara. Basilio marcó<br />

de nuevo pero ella seguía empotrada en la necedad de no responder.<br />

Adentro y arriba, Laura lloraba vestida de sombras. Cada que su teléfono<br />

sonaba, el rostro se le iluminaba de un verde fluorescente más bien té -<br />

trico. Cada que leía en la pantalla del celular el nombre de Basilio, lo maldecía.<br />

Hace rato que asomó la mirada entre las cortinas rumbo a la calle no pudo dis -<br />

tinguirlo de pie en la esquina. Sólo se alcanzaba a ver un pequeño punto rojo<br />

subiendo y bajando entre eructos de humo. Laura miraba con miedo. En ca -<br />

da una de las esquinas del cuarto aparecía y desaparecía un niño de piel os -<br />

cura solicitando teta entre berridos.<br />

Laura no quería ser madre. ¿Pero… y si decidía serlo? Brillaba el teléfono<br />

testarudamente. Harta, decidió silenciar su luz aprisionándola primero<br />

con ambas manos y luego entre sus muslos. Su mente elegía probables nombres<br />

para el bebé o la bebé: Luis, Luisa. Mario, María. Gustavo, Daniela,<br />

Javier... No había dormido en días. Para evitar observarse en los espejos, los<br />

retiró momentáneamente. No quería reconocerse hinchada y macilenta. Tam -<br />

bién le urgía un corte de cabello. Menos mal que no se hizo el estúpido ta -<br />

tuaje de mariposa en la cintura, lo imaginaba deforme y rasgado por culpa<br />

de una panza con hijo. Un hijo que tiene calentura porque le están saliendo<br />

los dientes o que necesita dinero para el recreo o tiene alergias en la piel<br />

y muelas picadas. Laura sentía ganas de vomitar solamente porque le dijeron<br />

que iba a sentirlas. Imaginaba su carne desgarrándose, sus diminutos senos<br />

alimentando, el centro del mundo entre sus piernas brillando como un sol.<br />

Basilio se sacó la verga dispuesto a orinar en el mismo charco que aparentemente<br />

formó con escupidas. En medio de la meada comenzó a vibrar<br />

su teléfono.<br />

—¿Bueno? ¿Tere? —respondió suspendiendo la chis.<br />

Era Laura.<br />

—¿Cómo planeas pagarlo? —dijo ella con voz firme.


DIOSES CON OJERAS<br />

Laura ingresa a Plaza Meave. Le toca ver cómo preparan el gigantesco trom -<br />

po de pastor en la taquería que está a la entrada. Aquella disciplina artesanal<br />

asquea a Laura. Ella evoca el sueño de las cubetas con sangre cada vez que<br />

los taqueros remojan los tajos de carne en una cubeta llena de un líquido<br />

bravo y carmesí. Pacientemente van armando la descomunal perinola colocando<br />

uno por uno los tajos de carne. Cientos de tortillas apiladas aguardan<br />

su turno. El fuego está apagado. Laura desearía no estar en sus días. Va a com -<br />

prar pornografía. Siente el mismo hormigueo de siempre: su estómago es un<br />

avispero, una comezón vanidosa, ganas de cagar, ganas de tener un pene<br />

adentro.<br />

Camina entre los pasillos de calzado deportivo, artículos electrónicos,<br />

juguetes, falluca, montañas de ropa, medicamentos, ruido. Ruido. Laura se<br />

interna en las entrañas del búnker. Se suena la nariz innecesariamente.<br />

Sube dos grupos de diez escaleras. El olor a tacos no desaparece, se le ha im -<br />

pregnado en la ropa. Un cólico tormentoso la amenaza. A lo lejos suena un<br />

relámpago. Diferentes canciones se hilvanan en un solo gemido intimidante.<br />

Canciones de cogedera. Películas de cogedera. Al lado de una virgen de<br />

Guadalupe con foquitos hay una pantalla plasma empotrada. Un grupo de<br />

estudiantes uniformados y dos militares observan dicha televisión con agita -<br />

do interés. En la película un obeso masturba con el puño entero a una prieta<br />

bustona.<br />

Laura se acerca al negocio. Lo atiende un tipo que parece un pollo rostizado.<br />

Ella le explica lo que está buscando. Él señala una arrinconada caja<br />

de zapatos que tiene escrito con plumón: “Pornos Reales”. Laura lee los tí -<br />

tulos: Hoteles de Satélite, Hoteles de Cuernavaca, Tierra Caliente, Ambos<br />

Mundos, Las Fuentes, Hotel Tijuana, Videos reales Gay, Gordas, Día de la<br />

secretaria, Hoteles de Coapa, Monterrey, Bloopers…<br />

El país y sus habitantes cogiendo.<br />

—¿Cuánto por estas cuatro? —pregunta Laura.<br />

Huye de Plaza Meave. El enorme trompo al pastor aún no está listo. Se<br />

interna en el trajín del Eje Central. Abre su paraguas mientras camina rum -<br />

bo a Bellas Artes. Está lloviendo bien feo. No ha dejado de llover en años.<br />

Jamás pensó que el diluvio universal fuera tan desesperante.<br />

No ha sabido nada de Basilio en más de cinco años. No siente nada<br />

147


GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA<br />

148<br />

por él. Ni odio, ni rencor, ni deseo. Recuerda su nombre pero no sus gestos<br />

ni el aroma de su piel o el sabor de su semen. Hace poco espió su página de<br />

internet. Ha engordado y tiene pésima ortografía. Sin embargo sueña muy<br />

seguido con él: caminan de la mano en un inmenso sendero formado por cu -<br />

betas llenas de sangre. En algunas aún flotan los fetos desmembrados.<br />

Basilio pagó el aborto vendiendo las grabaciones de sus encuentros se -<br />

xuales a un pornógrafo. En aquel entonces ese tipo de películas no era tan<br />

normal como hoy en día. Ella lo acompañó para firmar unos papeles, el com -<br />

prador era una persona común y corriente, no el demonio que ella había ima -<br />

ginado. Hasta les sobró dinero para desayunar al día siguiente en un bar de<br />

Sanborn’s. Ella se la pasó llorando frente a dos molletes fríos y él, en silencio,<br />

no paraba de darle sorbitos a una cuba interminable que sabía a lodo.<br />

No desea verlo en persona. Aún así lo busca. O más bien, se busca a sí<br />

misma chupándole la verga. Se busca masturbándose para él, completamen -<br />

te ebria; sonriendo, siempre sonriendo. Busca el registro audiovisual de que<br />

un día fue hermosa y estúpidamente feliz y sin ojeras. Quiere observarse con<br />

Basilio adentro. Por ahí debe estar extraviada la grabación en que se embarazó.<br />

Esa misma cogida sirvió para matar a Gerardo o Mariana o Maribel o<br />

Bruno o Jessica o Mario o Estefanía o Rocío...<br />

Laura sabe que jamás encontrará los videos que busca, pero le tranqui -<br />

liza imaginar que cuando ocurra será como esas fotografías en las que aparece<br />

un fantasma o un brillo providencial. O tal vez Dios cagándose de risa.


Dos poemas<br />

AGUSTÍN CALVO GALÁN<br />

DESNUDAR NOMBRES<br />

I. LA ESPERA<br />

Los muchachos del polígono<br />

son de plumaje<br />

oscuro<br />

se acallan silbidos, oraciones en voz baja<br />

ondulan las voces sobre el agua negra<br />

espejeando<br />

mientras, en las esquinas, los contenedores<br />

y las furgonetas de los mossos d’esquadra<br />

se camuflan en verde y azul marino<br />

y una colilla que olvida su humo y se ahoga en saliva.<br />

149


150<br />

Los muchachos se acurrucan en nidos<br />

de alambres<br />

y liman sus alas con esponjas y espanto<br />

algunos se marchitan<br />

bajo el óxido del atardecer<br />

saben de esta hora, las luces que se van persiguiendo<br />

hacia el límite de la ciudad<br />

y un sinfín de mequetrefes que vendrán al insulto<br />

en procesión de esvásticas<br />

y puñales.<br />

II. EL ENCUENTRO<br />

Por fin, en la madrugada se abren las puertas<br />

del infierno,<br />

y todos caen. Yo caigo tras ellos<br />

preguntándoles<br />

¿quiénes de vosotros<br />

me reconocerá?<br />

El amanecer<br />

es una línea sobre la que se sostienen<br />

las palabras del atrevimiento<br />

unto mis manos con el eccema de sus plumas


¿quién de entre vosotros?<br />

quiero su deseo gris, fugaz,<br />

el escozor de este dolor humanizado<br />

subiéndome por las fosas nasales<br />

¿quién<br />

me aguardará en su abrazo líquido?<br />

el aire nos separa, su naturaleza<br />

me niega, todo se despide ante mí,<br />

ni siquiera me queda el peso de sus nombres<br />

ascienden ligeros, ya sin añoranza<br />

la coraza que sostiene mi mirar<br />

no se disolvió ante su aletear de enamorados<br />

y espío su extraño adiós.<br />

AL BORDE DE TI<br />

Lo supe después:<br />

las sombras acudieron a tu encuentro.<br />

Sin nombre, calles sin nombre<br />

151


152<br />

bajo la capa del insomnio se desvanecían.<br />

He visto como soñabas temblando de furia<br />

entre<br />

mis brazos<br />

abriendo balcones en medio de la oscuridad.<br />

Calles, calles que corren bajo un cielo sereno.<br />

No hubo ruido,<br />

nadie salió, nadie dijo yo lo vi todo,<br />

ni siquiera yo mismo<br />

y me dolía.<br />

Un momento fatídico,<br />

no las buscabas, pero las sombras llegaron<br />

para encontrarte; no las creías y ellas vinieron<br />

para arrancarnos un pedazo de aquellas madrugadas<br />

y los años.<br />

Calles, calles que pisan mis palabras y las tuyas.


Andrés Henestrosa, el último liberal<br />

ALEJANDRO GARCÍA<br />

Cuando se publique lo que Henestrosa ha escrito, habrá que<br />

darse tiempo para leerlo. Su producción en el periódico alcanza<br />

un área espacial que, cuando se ordene y publique, llenará muchos<br />

y fornidos volúmenes de indagación mexicana del siglo XIX.<br />

Mauricio Magdaleno, Cartas autobiográficas<br />

Andrés Henestrosa —prolífera pluma, acuciosa palabra, lenguaje labrado<br />

en la precisión— fue hombre de tres centurias (nació el 30 de noviembre<br />

de 1906 cuando aun perduraban costumbres decimonónicas, vivió durante to -<br />

do el siglo XX y conoció los albores del XXI, ya que falleció el 10 de enero de<br />

2008 a la edad de 101 años). Orgulloso de su natal Oaxaca, nació en el mis -<br />

mo año en que apareció la revista Savia Moderna en la ciudad de México y<br />

ya cuando la <strong>Revista</strong> Moderna llevaba ocho de haber sido fundada por Ber -<br />

nardo Couto Castillo. Época del cénit del porfiriato, de simbolismo, parnasia -<br />

nismo y decadentismo representado, entre otros, por Amado Nervo, Balbino<br />

Dávalos, José Juan Tablada y los grabados de Julio Ruelas, pero que en He -<br />

nestrosa significó una apacible niñez en San Francisco Ixhuatán enclavado en<br />

pleno Istmo de Tehuantepec, como él mismo recordaría después: “puebleci -<br />

to con golpes de mar en los costados”, de días “anclados a un río a cuyo rumor<br />

se aduerme”, arrullado por tradiciones y relatos zapotecas en los que apren -<br />

dió las primeras lecciones de la vida al través de la sabiduría popular de los<br />

refranes. Uno de ellos lo escuchó, como el mismo lo refiere en su emblemá -<br />

tico libro Retrato de mi madre, escrito en 1937, de labios de Martina, su<br />

mamá: “Un diablo se parece a otro diablo”.<br />

153


ALEJANDRO GARCÍA<br />

Sabiduría del pueblo, que ya en<br />

1816 José Joaquín Fernández de Lizardi<br />

había registrado en El periquillo sarnien -<br />

to, primera novela mexicana. Henestrosa<br />

jamás olvidó a Lizardi y a su obra. En<br />

1946, en la caudalosa antología Cuatro si -<br />

glos de literatura mexicana (realizada jun -<br />

to con Ermilo Abreu Gómez, Jesús Zavala<br />

y Clemen te López Trujillo) señaló que “en<br />

la aurora del siglo XIX Fernández de Li -<br />

zardi llevará un sentimiento pleno de polé -<br />

mica y sátira”. Cinco años después, el 17<br />

de junio de 1951, Henestrosa inició su<br />

sección Alacena de Minucias en el perió -<br />

dico El Nacional, inspirada en el periódi -<br />

co Alacena de frioleras fundado por el<br />

mismo Li zardi. 1<br />

ANDRÉS HENESTROSA<br />

Reflejo de la profunda admira ción de Henestrosa hacia un periodista<br />

representativo de los escritores del siglo XIX (admiración forjada en él por el<br />

mismo José Vasconcelos, quien tenía el ideal de que “nuestras referencias y<br />

nuestras fuentes fueran escritores nacio nales”). Es así como Henestrosa de -<br />

sarrolló en su obra un constante y profundo examen de personajes e ideas de<br />

esa época: “seguro de lo mucho que todavía está por discutir y establecer<br />

en nuestra historia el siglo XIX”, en un momento en que las tendencias políti-<br />

154<br />

1 Henestrosa comenzó su carrera dentro del periodismo en 1924 con artículos publicados<br />

en el periódico La Raza (actualmente imposible de conseguir en nuestros acervos); des -<br />

pués colaboró en los ocho números de El Zapoteco (1928); y un año después participó en un<br />

periódico estudiantil de sólo dos números llamado El Tren Blindado (nombre de una novela<br />

del ruso Vsevolod Ivanov), dirigido por el revolucionario cubano Juan Antonio Mella y Tina<br />

Modotti; pero realmente fue en 1938, por invitación de Fernando Benítez, cuando Henestrosa<br />

participaría toda su vida en periódicos de presencia nacional. Años después, realizaría su más<br />

célebre columna: Alacena de Minucias, que duró cerca de veinte años (1951-1970). Suce -<br />

dieron a ella, las columnas Factores de la Cultura de México y La Nota Cultural. Además,<br />

dirigió la revista El Libro y el Pueblo y fundó Las Letras Patrias.


ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />

cas e historiográficas se centraban en valorar —y sobrevalorar— la etapa de<br />

la Revolución Mexicana como fundamen to de las instituciones del México<br />

con temporáneo (aunque ya Jesús Reyes Heroles, en la introducción de sus<br />

tres volúmenes que conforman El libera lismo mexicano, señaló que “para<br />

comprender la Revolución Mexicana, su constitucionalismo social, tenemos<br />

que considerar nuestra evolución liberal”). En palabras de Adolfo Castañón:<br />

“al igual que otros mexicanos de la época, como Daniel Cosío Villegas o<br />

Manuel Gómez Morín, o los escritores de la lla mada generación de 1915,<br />

Andrés Henestrosa está, por así decir, cautivado por una época y por sus<br />

hombres: la de la Reforma y la Intervención”. 2<br />

Ignacio M. Altamirano, Juan Bautista Morales, Hilarión Frías y Soto, Carlos<br />

María de Bustamante, Vicente Gómez Farías, Ignacio Ramírez, Vicente Riva<br />

Palacio, Luis de la Rosa, Benito Juárez, Justo Sierra y Francisco Zarco, en -<br />

tre otros, fueron los personajes con quienes Henestrosa mantuvo una profun -<br />

da línea de afinidad creada “por el lenguaje, que es la mayor obra del hombre”<br />

(no olvidar que fue hasta los quince años que Henestrosa aprendió a hablar<br />

español, cuando se trasladó a la ciudad de México para pedirle a Vas conce -<br />

los, intérprete de por medio, una beca para ingresar a la Escuela Nor mal de<br />

Maestros). Todos ellos fueron novelistas y poetas, también periodistas, que en<br />

sus artículos reflexionaban sobre los cambios necesarios para el país —“¿dón -<br />

de se hicieron Gutiérrez Nájera, Urbina, Amado Nervo, Altamirano, Sierra,<br />

Riva Palacio? En la redacción de los periódicos”, se pregunta y contesta He -<br />

nestrosa—; o diputados en el Congreso que legislaban en torno a los derechos<br />

civiles y la creación del Estado mexicano; y soldados que, con fusiles y caño -<br />

nes, se debatían en diferentes trincheras, crisol de ideales: “hasta aquellos por<br />

definición literatos, y artistas, se vieron sojuzgados por el quehacer político”. 3<br />

2 Castañón lo puntualizó muy bien: “cabe decir que Andrés Henestrosa es un escritor li -<br />

beral del siglo XIX extraviado en el siglo XX, como lo fueron en cierto modo Daniel Cosío Ville -<br />

gas o el investigador Boris Rozen, admirable editor de las obras completas de Altamirano,<br />

Ramírez y Payno”. “El hombre que dispersó su sombra. Cien años de Andrés Henestrosa”,<br />

en <strong>Revista</strong> de la Universidad de México, núm. 33 (noviembre de 2006), pp. 48-58.<br />

3 Respecto a este tema, véase del mismo Henestrosa “El México literario en las primeras<br />

décadas del siglo XIX”, en El Nacional (26 de junio de 1956); y “Literatura y periodismo”,<br />

en Novedades (17 de enero de 1957).<br />

155


ALEJANDRO GARCÍA<br />

156<br />

En la entrevista que realizó Martha Chapa, De domingo a domingo. Con -<br />

versaciones con Andrés Henestrosa (2001), al contestar la pregunta de quién<br />

había sido el más grande periodista mexicano, respondió que Lizardi, Busta -<br />

mante, Juan Bautista Morales, Zarco; para acotar que “vivos están en nuestros<br />

anales los nombres de los grandes periodistas independientes que México ha<br />

producido. Y debiéramos tomar el hilo de sus tareas donde las dejaron, y no<br />

echar en olvido la alta misión del periodismo”. Personajes que en cada uno de<br />

sus actos detentaron las libertades civiles y políticas del hombre, defendieron<br />

la vinculación del liberalismo con la democracia, apos taron por la seculariza -<br />

ción de la sociedad, reafirmaron la supremacía estatal sobre la identidad del<br />

federalismo. Por lo anterior —y como se abordará en las siguientes páginas—,<br />

considero a don Andrés Henestrosa “el último liberal” de ese siglo XIX que<br />

determinó todos sus actos de su vida y las páginas de su oceánica obra, la cual<br />

abarcó, en fría estadística, más de cuarenta libros y casi veinte mil artículos<br />

aun dispersos en revistas, periódicos y suplementos culturales, que ameritan,<br />

no sólo su compendio y publicación, sino una inves tigación que abarque los<br />

diferentes temas que permearon su quehacer.<br />

Cuatro fueron las personalidades a quienes Henestrosa dedicó afanes y estu -<br />

dios: Altamirano, Bustamante, Juárez y Zarco. El primero de ellos representaba<br />

la raíz indígena que se nutrió en el liberalismo mexicano —legado<br />

vernáculo que también corría por las venas de Henestrosa, que daría como<br />

resultado, años después, la realización de su deslumbrante libro Los hombres<br />

que dispersó la danza—. El segundo, Bustamante, es el ideal del periodista<br />

de la primera mitad del siglo XIX que registró en sus crónicas y artículos la<br />

lucha por la Independencia, el enfrentamientos entre logias, fueros e intereses<br />

de diversos grupos políticos, la llegada de caudillos y el desaliento ante la in -<br />

vasión extranjera. Por su parte, Juárez significaba la consolidación del triunfo<br />

ante la corte de ilusos que se derrumbaron por el devenir del liberalismo y el<br />

parteaguas que significó la Constitución de 1857. Zarco era el quehacer y la<br />

honestidad de la profesión del hombre de letras que registró minuciosamente<br />

su entorno y el inicio de una historia nacional. Henestrosa lo confirmó así<br />

al recibir la presea “Belisario Domín guez” (1993) que otorga el Senado mexi -<br />

cano: “en otras encrucijadas nos puso la historia. De algunas pareció que no


ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />

sal dríamos y salimos. Guerras intestinas, guerras nacionales, guerras contra<br />

invasores, ésa ha sido nues tra historia. A las desventuras estamos hechas. Afron -<br />

tarlas es nuestra gran deza. No regirla nuestra gloria”. 4<br />

A la par de estos personajes, tres fueron los temas que, según mi apre -<br />

ciación, Henestrosa desarrolló minu ciosamente sobre el siglo XIX: el rescate bi -<br />

bliográfico de escritores, lo cotidiano de la historia y los viajeros extranjeros<br />

en México.<br />

BUSTAMANTE, TIEMPO DE HABLAR<br />

Paisano oaxaqueño, huérfano desde la infancia, Carlos María de Bustaman -<br />

te (1774-1848), historiador y periodista, se distinguió por ser “escritor abun -<br />

dante, descuidado, pero lleno de variedad”, quien murió “de la tristeza de<br />

ver derrumbarse la patria que soñó y que ayudó a levantar”. Henestrosa escri -<br />

bió su primer artículo sobre Bustamante en la sección Agua del Tiempo pu -<br />

blicado en Novedades (13 de octubre de 1955). Dicho texto versaba sobre<br />

El Diario de México fundado por Bustamante y Jacobo de Villa Urrutia en oc -<br />

tubre de 1805, publicación que constituyó un definitivo avance en la actividad<br />

periodística ya que “acogió, prohijó, empolló a los escritores públicos que iban<br />

a llenar el primer tercio del siglo XIX”; y además, por su periodicidad diaria,<br />

“un definitivo avance en la actividad periodística de la época”.<br />

La querencia no terminó ahí. Henestrosa publicó en 1968 la edición de<br />

4 No fue el único homenaje que tuvo en vida Henestrosa: en 1964 ingresó a la Academia<br />

Mexicana de la Lengua. En 1973 recibió la Medalla Elías Sourasky; Premio Nacional de Perio -<br />

dismo de México (1983); Presea Ciudad de México (1990); Premio Internacional Alfonso Re -<br />

yes y Medalla Ponciano Arriaga, por méritos legislativos, Premio Juchitán de Plata (1991);<br />

Medalla René Cassin, de la Tribuna Israelita (1992); Medalla al Mérito Benito Juárez, de la<br />

Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1993); Premio Nacional de Lingüística y Lite -<br />

ratura (1994). Así como la Medalla al Mérito Cívico Eduardo Neri, Legisladores de 1913,<br />

otorgada por la Cámara de Diputados, y la Medalla de Oro del Instituto Nacional de Bellas<br />

Artes (INBA) (2002). Con motivo de sus cien años de vida, recibió el doctorado Honoris<br />

Causa por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana (2007). En su honor se crearon:<br />

Medalla Andrés Henestrosa, de Escritores Oaxaqueños (1992) y Medalla de la Comisión del<br />

Deporte Andrés Henestrosa. El 30 de noviembre de 2003, en la ciudad de Oaxaca, se inau -<br />

guró la biblioteca que lleva su nombre y en la que se resguardan los cuarenta mil volúme -<br />

nes que adquirió a lo largo de su vida.<br />

157


ALEJANDRO GARCÍA<br />

158<br />

Historia antigua de Oaxaca en la colección que él mismo impulsó: Bibliófilos<br />

Oaxaqueños (con doce tomos, 1966-1974 , lo que le permitió difundir aquellas<br />

obras que por su rareza y por su importancia eran verdaderas joyas de la<br />

bibliografía mexicana); así como en el periódico Novedades, entre 1972 y<br />

1974, los artículos: “El llevado y traído Bustamante”, “Los primeros perio -<br />

distas”, “Bicentenario de Bustamante” y “Otra vez Bustamante”; y la edición<br />

de No conviene a la libertad de la nación mexicana el nombramiento de<br />

un supremo director de ella en la segunda serie de Bibliófilos Oaxaqueños<br />

(1974). Un año después, el prólogo a Páginas escogidas de don Carlos María<br />

de Bustamante, en la colección Metropolitana, número 37, publicada por el<br />

Departamento del Distrito Federal.<br />

En 1986, Henestrosa reunió tres textos de Bustamante: Hay tiempos de<br />

hablar y tiempos de callar, y el Informe crítico-legal dado al muy ilustre y ve -<br />

nerable cabildo de la Santa Iglesia Metropolitana de México. El primero de ellos<br />

es una reflexión sobre su vida y el segundo es un opúsculo sobre la aparición<br />

guadalupana como elemento de unidad nacional. Afanes que dieron lu gar al<br />

tercero: Carlos María de Bustamante, con una presentación y notas suyas, pu -<br />

blicado por el Senado de la República. En donde Bustamante podría repre sen -<br />

tar “la historia del republicano mexicano, entendido fundamentalmente como<br />

la historia de la expansión de los derechos del hombre a partir de la tensión en -<br />

tre la libertad de los ciudadanos y el poder ejercido por los gobernantes”. 5<br />

Lecciones que el mismo Henestrosa trató de llevar a cabo, primero como<br />

diputado y, en 1982, al ser electo senador de su natal Oaxaca, preludio de<br />

su anhelo incumplido de ser gobernador del estado, pero que consolidan el pen -<br />

samiento de los dos oaxaqueños, lejanos en el tiempo, pero hermanados por<br />

propósitos en común, como parte de una misma tradición liberal.<br />

JUÁREZ, SIEMPRE JUÁREZ<br />

Henestrosa siempre mostró su admiración ante el constante afán de supera -<br />

ción del originario de Guelatao, de quien aprendió que los altibajos lo mismo<br />

5 Alicia Hernández Chávez, La tradición republicana del buen gobierno, FCE, México,<br />

1993, p. 201.


ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />

provocan aplausos que maledicencias.<br />

Admiración traducida en ensa -<br />

yos, pró logos, discursos, artículos y<br />

estudios biográficos. En 1944 prepa -<br />

ró dos obras: Benito Juárez. Textos po -<br />

líticos (selección y prólogo de cartas,<br />

discursos y manifiestos), publicada por<br />

la SEP en su Biblioteca Enciclopédica<br />

Popular; y Flor y látigo. Ideario polí -<br />

tico (cuidadosa antología, como perlas<br />

hiladas por la refle xión, del principio<br />

juarista al través de sentencias, apo -<br />

tegmas o aforismos). El nombre de es -<br />

ta última se debió, en palabras del<br />

propio Henestrosa, a que “quise in -<br />

dicar que en Juárez concurrían dos naturalezas que actuaban sin contrade -<br />

cirse, riguroso y firme, sin dobleces; manso y tierno, sin blanduras, pero todo<br />

a su debido tiempo”.<br />

Henestrosa tuvo el honor de inaugurar una de las colecciones editoria -<br />

les más importantes del siglo XX: SepSetentas que surgió por los afanes de<br />

María del Carmen Millán, quien encabezaba en la década de los setenta la<br />

Dirección General de Educación Audiovisual y Divulgación de la SEP, y también<br />

al apoyo de Gonzalo Aguirre Beltrán, a la sazón subsecretario de Cultura<br />

Popular y Educación Extraescolar. Dicha colección tuvo un inmediato éxito<br />

debido al prestigio de sus autores, el bajo precio de los ejemplares y por la<br />

diversidad de temas que se abordaron.<br />

El número uno de SepSetentas fue la obra Benito Juárez. Su vida y su<br />

obra, de Rafael de Zayas Enríquez, con prólogo de Henestrosa. También prolo -<br />

gó la excelente biografía Juárez y su México de Ralph Roeder, de quien fue<br />

amigo personal. Monumental, exegética obra, de quien Henestrosa señalaba<br />

con admiración que:<br />

hecho escritor famoso, vino Ralph Roeder a México al iniciarse la década de los<br />

cuarenta, en 1942. Venía a documentar, ambientar y escribir una vida sobre Be -<br />

159


ALEJANDRO GARCÍA<br />

160<br />

nito Juárez; pero le tomó súbita querencia a México y se quedó para siempre<br />

entre nosotros. Visitó la sierra de Ixtlán, el pueblo de Guelatao, el lago de la leyen -<br />

da. Hizo el mismo camino que el niño indio, sólo que de manera inversa, pero igual -<br />

mente penosa: si uno descendió el valle, el otro remontó las alturas, superó la<br />

sierra para vislumbrar desde allí el tamaño de la hazaña. 6<br />

Hay otras dos obras significativas de Henestrosa: Los caminos de Juá -<br />

rez publicado por invitación de Antonio Carrillo Flores en el Fondo de Cultura<br />

Económica a principios de la década de los setenta del siglo pasado, dentro<br />

de su colección Popular. Excelsa antología que reunió varios pasajes que dan<br />

una visión más completa y humana del hombre que gobernó el destino de Mé -<br />

xico durante casi tres lustros. A manera de epílogo, Henestrosa escribió dos<br />

textos, “El camino de Juárez” y “La lección permanente”, en donde señaló<br />

que Juárez “nació indio, y nunca dejó de serlo, se formó mestizo y tampoco<br />

dejo de serlo. Era, así, un auténtico y cabal americano, es decir, aquel que con -<br />

cebía las dos razas, las dos sangres y las dos almas de que viene”.<br />

Martha Chapa, en su obra De domingo a domingo, conversaciones con<br />

Andrés Henestrosa (2001), resumió todo este monumental quehacer al se -<br />

ñalar que “Henestrosa construyó su futuro con las pinceladas universales de<br />

su talento, reconociendo siempre a los héroes de su nación oaxaqueña”. 7<br />

6 “Prólogo” a Juárez y su México, FCE, México, 1972, pp. X-XI. Es ésta una de las po -<br />

cas semblanzas que se tiene sobre Roeder —escritor extranjero envuelto en la incertidumbre<br />

de la leyenda, de quien apenas se conocen unos cuantos datos sobre su vida—, pero a quien<br />

se le debe una de las obras más significativas sobre esa época. Henestrosa realizó dos textos<br />

más en Novedades: “Roeder, biógrafo de Juárez” (11 de octubre de 1956) y “Un recuerdo<br />

a Ralph Roeder” (9 de abril de 1970). En contraparte, Henestrosa calificaba a otra biografía<br />

escrita décadas antes (Francisco Bulnes, El verdadero Juárez, 1904), como “panfleto o libe -<br />

lo”. En su sección Agua del Tiempo del periódico le dedicó una amplia, fundamentada refu -<br />

tación, capítulo por capítulo, durante dieciséis artículos.<br />

7 Juárez: memoria e imagen, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, México, 1998.<br />

Henestrosa también publicó otros dieciséis artículos sobre Juárez en Novedades: “La vieja<br />

controversia” (15 de marzo-5 de mayo de 1956); “El apotegma juarista” (21 de junio de<br />

1956); “¿Qué son los moderados? (26 de enero de 1957); “El legado de los liberales” (7<br />

de febrero de 1957); “La patria, a Juárez” (23 de marzo de 1957); “Juárez y la República<br />

Dominicana” (1º de noviembre de 1957); “Juárez, visto por Diego” (5 de febrero de 1958);<br />

“Una gran tarea” (1º de septiembre de 1966); “Juárez en el habla cotidiana” (7 de octubre


EL RESCATE EDITORIAL<br />

ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />

Al recibir Henestrosa la medalla “Ignacio Manuel Altamirano” (1992) era a<br />

su vez un reconocimiento a una larga trayectoria y respeto hacia el originario<br />

de Tixtla, Guerrero, de quien aspiraba a ser vago sucesor: en variados artícu -<br />

los, en cálidas palabras, en contundentes frases, Henestrosa lo consideró siem -<br />

pre como “uno de nuestros grandes indios. De nuestros mármoles y bronces.<br />

Fue un cobre, que luego mostró el oro”. 8 Hay vasos comunicantes entre uno<br />

y otro: la pobreza de la cuna materna, la marginación por la raigambre indíge -<br />

na, la tenacidad para superar los obstáculos de la vida y el magisterio ante<br />

la vida, la pulcritud de las acciones.<br />

Heredero del propósito de reafirmar la cultura nacional (como lo hizo una<br />

vez Altamirano con la publicación del periódico El Renacimiento en 1869),<br />

Henestrosa fue destacado editor: tuvo a su cargo la Biblioteca Iberoameri -<br />

cana (1932); jefe del Departamento de Literatura del INBA (1955-1959); sub -<br />

director de la Biblioteca del Congreso de la Unión; y en su natal Oaxaca<br />

rescató y editó la ya mencionada serie Bibliófilos Oaxaqueños. Ejemplo es la<br />

edición del folleto que en 1831 reunió poemas en torno al Grito de Dolores:<br />

Páginas presentadas por los ciudadanos Francisco Manuel Sánchez de Tagle,<br />

licenciado Manuel de la Barrera y Troncoso, Ignacio Sierra y Rosso, Luis Ante -<br />

para y Anastasio Ochoa, individuos de la comisión encargada de este ramo.<br />

Fueron colocadas en lugares que se expresan. Otra rareza bibliográfica que<br />

rescató fue el Manuscrito de Miguel Beruete y Abarca o Diario del Primer Im -<br />

perio, que abordaba la víspera de la proclamación de Iturbide como empera -<br />

de 1971); “Carriedo: biógrafo de Juárez” (14 de octubre de 1971); “Epistolario de Juárez”<br />

(24 de noviembre de 1972); “Juárez y el toreo” (23 de marzo de 1972); “Juárez en el grito”<br />

(22 de septiembre de 1972); “Juárez en la anécdota” (3 de enero de 1974); “Otra lección<br />

de Juárez” (8 de mayo de 1982); “Mitología de Juárez” (3 de julio de 1982); y “Juárez, siem -<br />

pre Juárez” (17 de septiembre de 1983); así como “Juárez, elogio y recordación” en Cua -<br />

dernos Americanos, núm. 6 (noviembre-diciembre de 1957); y “Valoración de Juárez” en<br />

México en la cultura (30 de noviembre de 1972).<br />

8 Los artículos que publicó sobre Altamirano fueron “Un problema literario” (27 de abril<br />

de 1957); “El indio Altamirano” (20 de febrero de 1969); “Un libro de Altamirano” (6 de oc -<br />

tubre de 1972); y “Altamirano: bronce y mármol” (9 de noviembre de 1973). Todos ellos<br />

en Novedades.<br />

161


ALEJANDRO GARCÍA<br />

162<br />

dor de México y llegaba hasta su muerte. Dentro del océano de textos que<br />

era necesario rescatar del olvido de remotos acervos, del polvo de los anaque -<br />

les, está también Del movimiento literario de México del cubano Pedro San -<br />

tacilia —yerno de Juárez y ferviente promotor del liberalismo—, publicado<br />

por Las Letras Patrias en 1952.<br />

También en 1965 Henestrosa editó, con prólogo suyo, Historia de la lite -<br />

ratura en México. Poetas y escritores modernos mexicanos (1877) de Juan de<br />

Dios Peza, escritor, hasta ese momento, ceñido en silencio y olvido (Henestrosa<br />

recuerda que su madre, en su pueblo natal, le había leído a Peza, junto con<br />

Juan A. Mateos y Amado Nervo). La edición salió bajo el sello de la Secre -<br />

taría de Educación Pública con el apoyo de la Subsecretaría de Asuntos Cul -<br />

turales y la revista El Libro y el Pueblo que Henestrosa dirigía por esa época.<br />

El prólogo se destaca por una breve interpretación de la poesía de Juan de<br />

Dios Peza: “habituado a los viejos moldes, a las rimas sonoras, al verso rotun -<br />

do, a las consonantes y asonantes obvios”; así como un análisis sobre uno de<br />

nuestros primeros cronistas de la historia literaria mexicana y una amplia sem -<br />

blanza biográfica y bibliográfica de su obra.<br />

Pero uno de los aportes más significativos de Henestrosa fue dar a conocer<br />

en “Alacena de minucias” un texto que era de Hilarión Frías y Soto —es -<br />

critor de vastas lecturas, médico de profesión, poeta joven, fecundo perio dista,<br />

de prosa elegante y correcta en un México que hervía ante el enfrentamiento<br />

de posturas ideológicas, de la cual escogió el liberalismo, de ahí la admi -<br />

ración de Henestrosa por su vida y obra—, titulado “La lavandera” y que<br />

estaba destinado para la obra conjunta Los mexicanos pintados por sí mismos<br />

(1854).<br />

El cuadro de costumbres fue publicado originalmente en el periódico jocoserio<br />

La Orquesta (15 de abril de 1868), en donde Frías y Soto fue redactor<br />

en jefe y responsable, el cual había permanecido en el olvido hasta el resca -<br />

te de Henestrosa quien lo editó en forma de libro en 1993. También logró<br />

encontrar las colaboraciones que, bajo el título de “Álbum fotográfico”,<br />

publicó el mismo Hilarión en La Orquesta, serie de artículos costumbristas<br />

que fueron la continuación de Los mexicanos pintados por sí mismos. Para<br />

completar los textos, Henestrosa redactó “El panadero” al mejor estilo costumbrista<br />

del siglo XIX y que nada le pide a los de Prieto y Altamirano:


ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />

Juan Panadero se tumba en el petate y duerme a pierna suelta hasta la madruga -<br />

da en que se levanta para ir a la tahona, a amasar la harina con que han de hacerse<br />

los cuernos, el pambazo, las regañaderas, la reja, la mariposa, el beso, la empano -<br />

chada, la panocha, los ojos de Pancha, las roscas de blanco, el chimisclán, el nopal,<br />

la fruta al horno, el ladrillo, la lima, el moño, la trenza, el volcán.<br />

Y así, siempre, mísero y lloroso, desde que Dios amanece. Porque al po -<br />

bre siempre le va del cocol, todo para él son cocolixtles. Y aunque lo fabrique,<br />

el pan siempre fue escaso en su mesa. 9<br />

No fue la única vez que don Andrés realizó esta valiosa obra de rescate.<br />

En el estudio biográfico publicado en 2001, Henestrosa. Nombre y renombre,<br />

de Adán Cruz Bencomo, se citan otros textos decimonónicos: una décima iné -<br />

dita de Manuel Acuña titulada “Dios”; un cuento de Guillermo Prieto llamado<br />

“Angelita” y el discurso “El 5 de mayo”; poemas de Francisco González Bo -<br />

canegra (autor del Himno Nacional); dos romances: “El chinaco”, atribuido<br />

a Riva Palacio —“conjunción armoniosa de un hombre, un poeta y un solda -<br />

do”, lo definió Henestrosa—; 10 así como la letra y música de la canción “La<br />

soldadera” cantada en la época de la Intervención Norteamericana. Otro texto<br />

que encontró y transcribió fue el Diario de Miguel Beruete, el cual dio a cono -<br />

cer en la sección Agua del Tiempo; y la Visión de Cuernavaca, de Manuel Gu -<br />

tiérrez Nájera, con un prólogo titulado “El aroma de un recuerdo” en 1992.<br />

A Zarco, a quien ya señalamos en líneas anteriores como uno de los<br />

más queridos por Henestrosa, lo consideraba como “el más brillante paladín<br />

del liberalismo mexicano” —en tan breves cuarenta años de vida escribió más<br />

de mil trabajos sobre diversos y variados temas—, por lo cual, un excelente<br />

“modelo por seguir para un escritor público de nuestros días”. Henestrosa<br />

fue uno de los grandes promotores para que se reunieran sus obras comple -<br />

tas ya que para esa época “sus escritos costumbristas, apenas han sido alu-<br />

9 Véase Los mexicanos pintados por sí mismos, Querétaro, México, 1986, t. 2, p. 207, y<br />

Álbum fotográfico. Hilarión Frías y Soto (ed., pról. y notas de Andrés Henestrosa), Las Le -<br />

tras Patrias, México, 1954. Otros tipos populares a quienes también les dedicó atención fue -<br />

ron: “Chinaco, chinacaste y chinaca” (12 de mayo de 1966) y “La Chinaca” (15 de junio de<br />

1967). Ambos publicados en Novedades.<br />

10 Henestrosa también realizó el prólogo a El libro rojo de Vicente Riva Palacio, Leyen -<br />

da, México, 1946; y “Riva Palacio, poeta y soldado”, en Novedades (14 de marzo de 1957).<br />

163


164<br />

didos, y están todavía por reunirse en<br />

volumen”, lo cual se logró años después<br />

gracias a la tenacidad de Boris Rosen. 11<br />

De Ignacio Ramírez “El Nigro -<br />

mante”, no sólo estudio su postura ideo -<br />

lógica (la cual Henestrosa conocía muy<br />

bien, ya que en 1932, ante la derrota<br />

vasconcelista, junto con Alejandro Gó -<br />

mez Arias planeó la publicación de una<br />

hoja periódica titulada El Nigromante),<br />

sino también su poesía. Dio a conocer<br />

un soneto suyo dedicado a la Virgen<br />

de Guadalupe con su artículo publica -<br />

do en Novedades: “Ignacio Ramírez,<br />

poeta” (19 de julio de 1956), lo cual,<br />

bajo el pensamiento liberal, era una apa -<br />

rente contradicción (ya que Ramírez se<br />

distinguió por su furibunda posición an -<br />

te la Iglesia), pero Henestrosa descubre la congruencia de tal hecho en dos<br />

textos también publicados en Novedades: “Retorno a Ignacio Ramírez” (8 de<br />

agosto de 1970) y “El discurso de Ignacio Ramírez” (9 de marzo de 1972) en<br />

donde señala la dicotomía de los liberales que buscaban la secularización,<br />

pero “cuando la Patria lo reclamaba, sabía sobreponerse a sus doctrinas y<br />

vencer sus naturales oposiciones”, tal y como lo señaló don Justo Sierra:<br />

“Antes de la letra está la patria”. 12<br />

11 Véase Obras completas de Ignacio Ramírez “El Niogromante”, comp. David R. Maciel<br />

y Boris Rosen, Centro de Investigación Científica Jorge L. Tamayo, México, 1984. Por su<br />

parte, los textos que Henestrosa escribió sobre Zarco fueron: “El escritor Francisco Zarco”<br />

(23 de febrero de 1956); “Un modelo de juventudes” (14 de febrero de 1957); “Los días<br />

nublados” (18 de enero de 1968); “La estatua de Zarco” (18 de diciembre de 1969); y “Zar -<br />

co, una vez más” (16 de junio de 1984). Todos ellos en Novedades.<br />

12 Consigna que Henestrosa retomó en su artículo “Primero la Patria”, en Novedades, 16<br />

de agosto de 1956. También a Sierra le dedicó varios afanes: Justo Sierra. Conversaciones,<br />

cartas y ensayos, con prólogo suyo, publicado por la SEP en 1947 en su Biblioteca Enci clo -


LO COTIDIANO DE LA HISTORIA<br />

ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />

Ajeno a los retruécanos de la controversia teórica que discute si la postura<br />

liberal implicaba adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición, 13 He -<br />

nestrosa se acercó a un público lector más amplio, con el fin de difundir la his -<br />

toria de una manera agradable, anecdótica, al través de una columna diaria:<br />

“En el Museo Nacional” (18 de diciembre de 1938-27 de noviembre de 1940).<br />

Consistía en un texto literario inspirado en una pieza que se exhibía en dicho<br />

museo. Verdadera recreación de la vida cotidiana. Una manera ocurrente e in -<br />

geniosa de narrar la historia. De aquí surgieron breves y memorables textos<br />

sobre diversos episodios: el tintero de Hidalgo, una honda usada por los insur -<br />

gentes, la espada de Javier Mina, un mechón de cabello de Guerrero, el tam -<br />

bor con que se tocó al llamado al Plan de Iguala, el crucifijo de Iturbide cuando<br />

fue llevado al paredón, el sombrero de copa de Juárez y el de Tomás Mejía,<br />

la pierna de palo de Santa Anna, el fusil con que se le dio el tiro de gracia a<br />

Maximiliano, una boquilla del general Miguel Negrete, una bandera quitada<br />

a los texanos, la cartera del general Prim, la espada de Manuel Gómez Pedra -<br />

za y la pluma de Riva Palacio; así como la peineta, el abanico y los gemelos<br />

de Carlota. Años después, se hizo una selección bajo el título de Primores de<br />

lo mínimo con una portada de Francisco Toledo (1996). Textos intempora -<br />

les y agradables. Informaban, comunicaban y trascendieron hacia una verda -<br />

dera complicidad entre el autor y el lector, al mostrarles la historia como algo<br />

cercano, hecha por costumbres y tradiciones.<br />

VIAJEROS EXTRANJEROS<br />

Henestrosa rescató también a varios escritores extranjeros que, a través de<br />

sus textos, permiten una mejor comprensión de la cultura mexicana. Entre ellos<br />

a Ramón Elices Montes, quien llegó a nuestro país en 1881 con la misión de<br />

dirigir el diario El Pabellón Español. Durante su estancia recorrió el país, co -<br />

pédica Popular, número 172; la edición Páginas escogidas. Justo Sierra, también editada por<br />

la SEP en 1948; y el artículo “Páginas de don Justo”, en Novedades (2 de mayo de 1957).<br />

13 Sobre este tópico, véase el apartado “La trágica incomprensión: conservadores y libera -<br />

les”, en Edmundo O’Gorman, El trauma de la historia, CONACULTA, México, 1997.<br />

165


ALEJANDRO GARCÍA<br />

166<br />

noció y frecuentó los círculos literarios de la época y escribió en 1885 Cuatro<br />

años en Méjico. Memorias íntimas de un periodista español. Henestrosa tam -<br />

bién realizó el prólogo al Anecdotario de viajeros extranjeros en México. Siglos<br />

XVI-XX de José N. Iturriaga, publicado por el Fondo de Cultura Económica<br />

en 1988.<br />

Con su franqueza acostumbrada —“lengua afilada y certera que no per -<br />

dona jerarquías ni apariencias”, la define Adolfo Castañón—, con base en una<br />

firme postura liberal y personal, Henestrosa tuvo una fuerte crítica hacia la<br />

figura de José Zorrilla. Huésped palaciego de la corte de Maximiliano, de quien<br />

recibió obsequios y prebendas, no sólo de los emperadores, sino del pueblo<br />

mexicano y después, ante el triunfo liberal, huyó del país para escribir agrias<br />

contra México. 14<br />

A manera de epílogo, no queda más que evocar las palabras del último<br />

liberal, don Andrés Henestrosa, publicadas en la sección Agua del Tiempo<br />

(1957), en una época de andares de nostalgia pero de inmensa actualidad:<br />

“mas en Ocampo, Ramírez, Zarco, Arriaga, De la Rosa o Altamirano, la ho -<br />

nestidad fue un escudo, una meta en la conducta pública y privada, y un rigor<br />

íntimamente vinculado a la idea de que sólo con insobornable apostolado pue -<br />

den implantarse las instituciones capaces de elevar la dignidad de los pueblos”.<br />

14 En Novedades publicó “El Don Juan de Zorrilla” (29 de octubre de 1955), “Zorrilla,<br />

Pelayo y García Icazbalceta” (27 de septiembre de 1956), “Zorrilla, Pelayo y Casimiro del<br />

Collado” (29 de septiembre de 1956), “Zorrilla se va de México” (26 de mayo de 1966),<br />

“José Zorrilla del Moral” (21 de julio de 1966), “Una vez más” (4 de agosto de 1966), “Un<br />

madrigal de Zorrilla” (27 de julio de 1967), “Zorrilla, una vez más” (2 de noviembre de<br />

1967), “Zorrilla y los mexicanos” (5 de noviembre de 1970), “El poeta Zorrilla y el pintor<br />

Gallardo” (22 de junio de 1972), “El frustrado monumento a Zorrilla” (3 de noviembre<br />

de 1972), y “Zorrilla, última llamada”, en Novedades (5 de noviembre de 1983); así como<br />

“Zorrilla en México”, en La vida y la cultura en México al triunfo de la república en 1867,<br />

INBA, México, 1968.


La actualidad de la poesía escrita en Méxi -<br />

co sostiene cuando menos dos polos esté -<br />

ticos desde los cuales se reflexiona y se<br />

delínean horizontes, sesgos peculiares ante<br />

el canon o tradición nacional. No se trata<br />

de dogmas suscritos a pie juntillas, pero al -<br />

rededor de estos polos se trazan zonas de<br />

coincidencia entre comunidades de auto -<br />

res. Haciendo a un lado la reflexión erosiva<br />

del concepto de tradición, acotaré somera -<br />

mente la naturaleza de los polos estéticos<br />

a los que me refiero.<br />

Por un lado, existe una amplia zona que<br />

considera que el poema, ante todo, debe ser<br />

un registro de impecables hechuras, de cla -<br />

ros vuelos retóricos, cuya factura subjetiva<br />

afirme un Yo lírico que debe ser el<br />

portavoz de una expresión privilegiada y<br />

comunicante; es decir, el poema como ob -<br />

jeto que nos hace participar del mundo des -<br />

de la visión única, emotivísima del bardo;<br />

considera además que es adecuado, para<br />

salvaguardar el tesoro de la poesía nacio -<br />

nal, adscribirse a los ritmos y a las preocu -<br />

paciones propias que la han caracterizado:<br />

La vigilia de la aldea<br />

La hoja fresca entre la hierba que arde<br />

DANIEL BENCOMO<br />

Juan José Macías, La expansión de las cosas infinitas, Mantis Editores/Selo Sebastiao<br />

Grifo, Guadalajara, 2010, 122 p.<br />

ritmos y métrica estables y un tratamiento<br />

solemne del poema como objeto de reve -<br />

lación metafísica certera, a través de una<br />

asimilación disciplinada de lo que entendemos<br />

por tradición mexicana.<br />

Por el otro lado, la segunda amplia zona<br />

opta por cuestionar el ejercicio lírico y la<br />

imperturbabilidad del sujeto poético, des -<br />

de intuiciones que recurren a la ironía, al<br />

escepticismo, a la problematización formal<br />

e intelectual del objeto-poema, al uso de<br />

neologismos, slang e hibridación de idio -<br />

mas; todo ello remite a la estética siempre<br />

renovable y en mutación de lo que entendemos<br />

por vanguardia, aunque ya sin la<br />

pretensión de desplegarse violentamente<br />

contra una verdad anquilosada para impo -<br />

ner una por anquilosar, mediando un es -<br />

cepticismo propio de la modernidad tardía.<br />

Se opta aquí por atender a influencias dis -<br />

tintas, entre las que se distinguen poéticas<br />

estadunidenses y sudamericanas. Hay en<br />

este polo estético una apuesta por la contingencia,<br />

por lo imprevisto, por la desa cra -<br />

lización del objeto poético. Una apuesta<br />

167


168<br />

por resonancias diferentes en el poema, la<br />

aceptación de formas no perfectas, la dilu -<br />

ción de la experiencia solipsista en pos de<br />

la frescura y el desequilibrio que fracasa<br />

y, por ello, se celebra.<br />

Es cierto que durante los últimos años<br />

ambas posturas han dado lugar a una in -<br />

tensa polémica en torno a lo que debe privi -<br />

legiarse en una obra. Creo que tal polémica,<br />

cuando es bien reflexionada, no puede ser<br />

perniciosa y, además, hace patente que la<br />

idea de tradición es, en todo caso, la de un<br />

cuerpo que debe aceptar sus mutaciones,<br />

sin recurrir a posturas “humanistas” —pues<br />

todo poema es en cierto sentido inhuma -<br />

no— o a llamamientos cuasichovinistas.<br />

Creo también que la excesiva radicalidad<br />

en los postulados de los que aquí hago un<br />

esbozo pueden conducir a una práctica frí -<br />

vola y poco generosa: cada poética debe<br />

encontrar el equilibrio entre el estado de<br />

inocencia —lo dicho, lo dionisíaco— y el<br />

estado de alerta —lo apolíneo, la forma<br />

de lo dicho—, como bien entiende Edgar<br />

Bayley.<br />

Decidí este preámbulo para ubicar la<br />

obra de Juan José Macías (Fresnillo, 1960),<br />

pues ocupa un lugar peculiar en tales asun -<br />

tos: el de dar el paso a un lado y discurrir<br />

poéticamente por una senda paralela. Lo<br />

que marca una diferencia en el trabajo de<br />

Macías consiste en reencauzar la lírica ha -<br />

cia la experiencia filosófica. El segundo tre -<br />

cho de su producción poética tiene como<br />

pregunta inicial la pregunta por la pala -<br />

bra y, con ello, por el origen del hombre,<br />

si se atiende a Rilke: “Canto es existencia.”<br />

La pregunta por la palabra es una<br />

pregunta a su vez por la poesía. Sus poemas<br />

participan con serenidad de aquello<br />

que está en la base de su incursión poética,<br />

la experiencia del pensamiento. Qui -<br />

zás el mejor ejemplo de ello es el libro La<br />

expansión de las cosas infinitas.<br />

Hay un verso de Juan José al que acu -<br />

do con frecuencia: “Aquí brota arbolado.”<br />

Ese “Aquí” nos hace recordar una de las<br />

caracterizaciones que hace el filósofo ale -<br />

mán Martin Heidegger del ser humano: el<br />

hombre (o Dasein, como él lo llama) es un<br />

Aquí. Sólo el Aquí puede establecer una<br />

distancia remisiva con el mundo, diferen -<br />

cia de quien nombra con aquello a lo que<br />

nombra: un Aquí que funda en su pensa -<br />

miento un horizonte de mundo, basado en<br />

la posibilidad y en la finitud. Ser y tiempo,<br />

la obra más famosa de Heidegger, es -<br />

tá cifrada en un lenguaje fenomenológico<br />

de considerable complejidad. En ella se<br />

analiza lo que hace hombre al hombre: su<br />

capacidad de fundar un mundo sobre la<br />

tierra; y ante todo, definir al Ser ya no co -<br />

mo el sustrato estable de la tradición meta -<br />

física europea, sino pensar al Ser como<br />

acontecimiento, como suceso que se desoculta<br />

fugazmente en la palabra poética;<br />

tal desocultamiento precisa de la espera.<br />

Cito a Heidegger porque es una referencia<br />

imprescindible para Macías, que se ads -<br />

cribe a su pensamiento con frecuencia y<br />

lo alude en su producción lírica, desde un<br />

lenguaje que tiene como única arma retó -<br />

rica su limpidez y precisión.<br />

En Expansión de las cosas infinitas, el<br />

sujeto lírico no protagoniza: desde las pa -<br />

labras acerca a nuestra intuición lo que


ya no puede ser dicho. Sólo después que<br />

en la lectura de los versos hemos dejado<br />

atrás la palabra, para percibir aquel rema -<br />

nente en el silencio, es cuando al fin bri -<br />

lla el verso como corpus verbal, en un acto<br />

de refracción luminosa que se produce por<br />

vía de la paradoja:<br />

no aspiro más que a la decepción<br />

escribo para lo único ilegible: la pureza<br />

El acto puro de escribir es entonces el<br />

de incomunicar la pureza. Hacer legible lo<br />

ilegible. Lo que no tiene sentido, que es<br />

al mismo tiempo la base de todo sentido<br />

posible. Si el hombre se aísla del sentido,<br />

del darle dirección y finalidad a todos sus<br />

actos, el mundo aparece como no dispo -<br />

nible. No hay nada. El mundo no se presta.<br />

El mundo no es. He ahí su origen. Sólo<br />

el tedio nos hace comprender lo que nos<br />

constituye: en el tedio aparecen, cercanas e<br />

indisponibles, todas nuestras posibilida des:<br />

el mundo necesita una crisis de tedio<br />

el tedio es la verdadera fisonomía de la<br />

conciencia —su despertar<br />

hacia la monstruosa vacuidad del mundo<br />

ser prescindibles nos vuelve incomparables<br />

El tedio hace ser consciente y, al mismo<br />

tiempo, posible, prescindible, incompara -<br />

ble, a “ese dios insuficiente que es el hom -<br />

bre”. El tedio nos hace ser humanos; sólo<br />

padeciéndolo puede acaecer el asombro<br />

y lograr también una experiencia comple -<br />

ta. El asombro nos hace, a diferencia del<br />

tedio, sentir todas las posibilidades del pre -<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

sente, de lo que mana brillante e indis po -<br />

nible y que puede pensarse sólo como<br />

acontecimiento.<br />

Agrupados como ciclos de poemas nu -<br />

merados del uno al cero, cada poema en<br />

Expansión de las cosas infinitas nos convida<br />

con su alimento paciente, de brillo y<br />

de presencia. Los motivos que desencade -<br />

nan la poesía de este libro siempre son fun -<br />

damentales: ser humano, ser tiempo, ser<br />

palabra, ser poesía. La mayoría de los poe -<br />

mas se distinguen por su concisión, por su<br />

puntualidad, por su disposición a lo refle -<br />

xivo. En el idioma alemán la palabra con<br />

la que se nombra al poema es Gedicht, en<br />

franca relación con la partícula dicht que<br />

tiene el sentido de lo denso, lo espeso, lo<br />

concentrado. En Expansión de las cosas<br />

infinitas podemos sentir cómo cada poe -<br />

ma se convierte en un núcleo que irradia:<br />

es materia concentrada devenida concentración.<br />

Nos invita a acercar “al alma pro -<br />

pia las orejas” para escucharnos a nosotros<br />

mismos al mismo tiempo que escuchamos<br />

al mundo. No hay egoísmo. A decir de Hu -<br />

go Mujica: “Se oye lo que llega, se mira<br />

desde sí.” * Hay que aprender a escuchar,<br />

porque aguardar es la condición propicia -<br />

toria; a decir de Macías:<br />

escucha esa cascada jamás vista<br />

esa caída de agua que refresca el oído desde<br />

lejos<br />

y que permite pensar<br />

En este libro no escuchamos a un<br />

* Hugo Mujica, “Orfeo”, en Poéticas del<br />

vacío, Trotta, Madrid, 2010.<br />

169


170<br />

poeta que nos quiere decir qué tan altamente<br />

vive su “yo” el mundo. Escuchamos<br />

a alguien que escucha. Cada poema funda<br />

un lugar desde el cual el mundo se sabe,<br />

se cree, se crea intenso. Tal lugar se lla -<br />

ma siempre sensación, se llama mundo,<br />

pero se llama también uno mismo.<br />

puedes imaginarte la playa o puedes pensar<br />

el desierto<br />

ahora imagina un grano de arena<br />

fuera de estos amplios y profusos recintos<br />

un único grano de arena existiendo<br />

en no se qué confines<br />

un pajar por ejemplo<br />

donde suelen alojarse las agujas<br />

un único grano de arena —¿puedes verlo?—<br />

y estás creando el mundo nuevamente<br />

La única complejidad formal que admi -<br />

te es, como decíamos, la de la precisión;<br />

distante también del solipsismo lírico, el to -<br />

no y los registros de Juan José Macías col -<br />

man las frondas de su árbol genealógico,<br />

el cual crece en el diálogo con poetas co -<br />

mo Silesius, Leopardi, Hölderlin, Rilke y el<br />

Eliot de Los cuatro cuartetos; pero sobre<br />

todo con los poetas que, a cierto contra -<br />

rritmo de la actualidad poética argentina,<br />

han germinado la semilla de lo esencial en<br />

su poesía: Antonio Porchia, Roberto Jua -<br />

rroz y Hugo Mujica —los dos primeros son<br />

incluso el motivo principal de otro más re -<br />

ciente libro de ensayos de Macías, La expe -<br />

riencia del pensar. Distante de las poéticas<br />

que asumen con riesgos estilísticos la tardomodernidad,<br />

Juan José Macías se aleja<br />

también con paulatina constancia de la es -<br />

cuela zacatecana, de esa figura señera de<br />

exquisito lirismo que es Ramón López Ve -<br />

larde. Y se hace cercano, casi íntimo, con<br />

un poeta potosino que, sabemos, ha leído<br />

con toda atención y amistad poética. Me re -<br />

fiero a Félix Dauajare. Con estrecha cercanía,<br />

en los versos de Juan José vibra un<br />

íntimo acompañarse con los versos de Daua -<br />

jare, tal en uno de los últimos poemas del<br />

potosino: “me falta solamente asentar / una<br />

palabra inexpresable”. * A fin de cuentas,<br />

ambos son poetas que buscan un lugar, el<br />

único viable para ellos, a saber: el de pensar<br />

una lejanía y tornarla algo profundamente<br />

cercano.<br />

hacia donde camina la música del piano<br />

o más bien se extingue su remanente de<br />

sonido<br />

(...)<br />

más allá de donde los minutos se extravían<br />

en tanto las horas duermen<br />

(...)<br />

supongamos que hay una hoja fresca de<br />

eucalipto<br />

perdida entre la hierba seca.<br />

La obra poética de Juan José Macías<br />

no busca los reflectores, está hecha de in -<br />

tensidad y espera; es como las piedras que<br />

saben esplender en la cerrada noche con<br />

la tenue luz.<br />

* Félix Dauajare, Cuadernos de memoria<br />

y cenizas, Ediciones NOD, SLP, 2000. Toda<br />

la obra poética anterior de Dauajare se reúne<br />

en La vida del relámpago, Verdehalago, Mé -<br />

xico, 1995.


Poner en crisis la memoria<br />

ALEJANDRO BADILLO<br />

Álvaro Enrigue, Decencia, Anagrama,<br />

España, 2011, 228 p.<br />

La novela de la Revolución Mexicana fue<br />

influencia decisiva para varias generacio -<br />

nes de escritores que crecieron bajo su co -<br />

bijo y que usaron su experiencia en el frente<br />

de batalla o en la política para construir<br />

sus obras. El reflejo de la Revolu ción en la<br />

literatura abarcó aspectos como la denun -<br />

cia social, la biografía, la novela de costumbres<br />

o de aventuras. Sin embargo, al<br />

paso de los años, este movimiento literario<br />

fue perdiendo frescura sobre todo por la<br />

apropiación de los ideales y del discurso re -<br />

volucionario por la estructura política del<br />

partido en el poder. Como sucedió en los<br />

Estados totalitarios, el gobierno mexicano<br />

influyó decisivamente en la creación artís -<br />

tica pero al mismo tiempo condujo la escri -<br />

tura a un callejón sin salida: censura oficial<br />

y repetición de modelos que, en un inicio,<br />

habían dado resultados. La construcción de<br />

“lo mexicano” se transformó en un discur -<br />

so de legitimación unidimensional que abar -<br />

có no sólo las letras sino también el teatro,<br />

la pintura y el cine. De entre las obras que<br />

trascendieron el tiempo destacan las de<br />

Martín Luis Guzmán, Rafael F. Muñoz y,<br />

sobre todo, la de Mauricio Magdaleno,<br />

cuya novela El resplandor —lejos de sen -<br />

timentalismos o posiciones maniqueas—<br />

construye una trama inteligente que de -<br />

semboca en una tragedia de la que nadie<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

sale indemne. Hablo de estos anteceden -<br />

tes ya que la Revolución Mexicana es la<br />

fuente de la que abreva Decencia, de Álva -<br />

ro Enrigue (México, 1969), una nueva apro -<br />

ximación al movimiento armado y a sus<br />

ramificaciones que trastocaron vidas y des -<br />

tinos. Enrigue parte con las apuestas en<br />

contra por el reto de encontrar una nueva<br />

arista, una vuelta de tuerca que aporte al -<br />

go distinto a una larga genealogía de obras;<br />

algo que convenza al lector de que está<br />

frente a una novela que pone en crisis la<br />

narrativa de la Revolución. Los autores con -<br />

temporáneos, a falta de experiencia vital<br />

sobre los acontecimientos, buscan el so -<br />

porte de sus obras en la documentación,<br />

en una mirada crítica o en una estética que<br />

revitalice el tema. Está el caso de Pedro<br />

Ángel Palou, cuyas novelas históricas se ba -<br />

san en una reconstrucción documentada<br />

con minucia en archivos y materiales de<br />

referencia que, en ciertos momentos, terminan<br />

por abrumar la trama. También des -<br />

taca Fernando del Paso, quien en Noticias<br />

del imperio, además de la investigación,<br />

crea un mundo basado en el deslumbra -<br />

miento del lenguaje. Enrigue, al contrario<br />

de estos autores, plantea su juego sin recu -<br />

rrir a los archivos y con una prosa cuya sol -<br />

vencia radica en el ingenio de las frases,<br />

en el ritmo de los diálogos y en un cúmulo<br />

de adjetivos engarzados a la perfección. El<br />

juego del tiempo y el intercambio de voces<br />

que fluyen del pasado al presente son los<br />

otros elementos en los que Decencia se<br />

basa. La Revolución Mexicana aparece, es<br />

cierto, como detonante e influye de alguna<br />

forma en el destino de los personajes pero<br />

171


172<br />

no desborda la trama, no es una gran épi -<br />

ca, sólo transcurre, avanza en un tono me -<br />

dio cuya función es encadenar sucesos<br />

hasta la última línea.<br />

Con estas referencias, el lector se in -<br />

terna en dos historias: una cuenta, en tercera<br />

persona, la historia de Longinos, un hombre<br />

adinerado que, en los años setenta, es<br />

secuestrado por un comando de izquierda<br />

que busca una buena suma de dinero por<br />

su rescate; la otra, narrada en primera per -<br />

sona, es la voz del mismo personaje que<br />

recuerda su niñez en Guadalajara, el en -<br />

cuentro de su familia con el movimiento<br />

revolucionario y sus amores con la Flaca<br />

Osorio, mujer de su socio en el florecien -<br />

te mercado del tequila. La novela se defi -<br />

ne, a grandes rasgos, por el movimiento<br />

de ambas historias que transcurren paralelas<br />

y que de vez en cuando tienen algu -<br />

nos puntos de contacto. La lectura avanza<br />

y Longinos rememora las dificultades de<br />

su familia para pactar con la turba armada,<br />

jugando un papel ambiguo ante fe de -<br />

rales y revolucionarios para rescatar lo más<br />

posible frente a la desgracia. La otra tra -<br />

ma se concentra en el secuestro y en la<br />

relación de la víctima con el comando in -<br />

tegrado por una madre y sus dos hijos que<br />

buscan que la esposa de Longinos ofrezca<br />

un buen rescate. La primera historia pre -<br />

tende ser el marco para la crítica de un<br />

movimiento revolucionario que con el tiem -<br />

po se pervirtió y, la segunda, una recapitu -<br />

lación de la izquierda militante que usó los<br />

métodos de la guerrilla para presionar al<br />

poder priista en los años de la “guerra su -<br />

cia” en México.<br />

Analizando estas dos intenciones,<br />

queda claro que Decencia está a medio ca -<br />

mino de una crítica al sistema político me -<br />

xicano y a la clase revolucionaria que traficó<br />

con el poder en las siguientes décadas. El<br />

narrador que rememora pasa lista a sus re -<br />

cuerdos pero la violencia de la Revolución<br />

es apenas el telón de fondo para contextualizar<br />

las anécdotas que se hilvanan. En<br />

efecto, hay sucesos históricos identificables<br />

pero cualquier asomo de crítica es filtrado<br />

por la frase afortunada, la sentencia ingeniosa<br />

que late página a página y conduce<br />

la escritura a una atmósfera tersa, donde el<br />

lector esboza una sonrisa que se mantiene<br />

hasta otro descubrimiento. En términos<br />

generales, la novela no plantea una crisis,<br />

un camino sin retorno como el que condensa<br />

el “¿En qué momento se jodió el<br />

Perú?”, de Mario Vargas Llosa, en Con -<br />

versación en la catedral. El autor, antes de<br />

construir una trama donde los personajes<br />

se confronten con su entorno y reten desde<br />

ahí al lector, limita su escritura al recuerdo,<br />

al mundo íntimo que, si ignoramos algu -<br />

nos detalles, podría suceder en otro tiempo<br />

y espacio. En vez de la crisis y el riesgo<br />

que implica, Enrigue parece apresurado<br />

por engarzar otra acción, un nuevo diálo -<br />

go, un nuevo elemento para describir o para<br />

regodearse con sus sentencias que trans -<br />

curren en calma hasta la última página.<br />

Otro elemento que impide que Decen -<br />

cia se separe del resto de novelas históricas<br />

es la falta de innovación en el planteamien -<br />

to. Si prescindimos del juego de voces nos<br />

quedamos con una obra resuelta técnicamente<br />

pero cuyas bases no subvierten la


novela tradicional cuyo objetivo es pasar<br />

lista a los detalles, pulir diálogos hasta vol -<br />

verlos atractivos y el infaltable esbozo de<br />

la época: cabarés, pistoleros que recuerdan<br />

con nostalgia cuando los hombres tenían<br />

palabra, Agustín Lara tocando el piano, la<br />

ciudad de México en pleno desarrollo eco -<br />

nómico. Como apunta la reseña de Eduar -<br />

do Huchín Sosa para la revista Letras Libres:<br />

“es una vuelta a la novela tradicional, se<br />

diría que incluso decimonónica”.<br />

La poca tensión en la novela se evidencia<br />

además por la ausencia de una anéc -<br />

dota fuerte que sirva de andamiaje y que<br />

dé fuerza a los sucesos relatados. Quizá por<br />

esto, a pesar de la sucesión cronológica,<br />

las acciones parecen dispersas. Sobresale<br />

esto por la intención del autor, pues su in -<br />

terés no es plantear una atmósfera o una<br />

colección de elementos intrascendentes,<br />

sino capturar al lector a partir de la peripe -<br />

cia y la anécdota. Donde más se destaca<br />

esta sucesión de escenas para lograr un<br />

avance en la historia sin profundizar en los<br />

personajes es en el periplo de Longinos con<br />

sus secuestradores. La relación pasa de una<br />

aparente violencia a una camaradería, a gra -<br />

do tal que la víctima termina intercediendo<br />

por ellos a través de sus relaciones. En es -<br />

te aspecto la reflexión del secuestrado y<br />

sus captores es escasa, incluso el contexto<br />

casi desaparece por completo: no hay mo -<br />

tivaciones políticas más allá del dinero, no<br />

sabemos las relaciones de los secuestrado -<br />

res con movimientos de izquierda, entre<br />

otras omisiones. Todo se sostiene en la frá -<br />

gil línea del ingenio que pronto se disuelve<br />

en un humor que no alcanza a la parodia y<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

que naufraga en una caricatura de los acto -<br />

res que parecen sufrir un “síndrome de Es -<br />

tocolmo” involuntario.<br />

Como apunte final señalaré las políti -<br />

cas editoriales en la redacción de las contra -<br />

portadas: no es un secreto que en la mayor<br />

parte de los casos abundan la desmesura<br />

y los lugares comunes. Es excesivo en es -<br />

te caso el comentario a Decencia: “Es al<br />

mismo tiempo un bildungsroman subvertido<br />

por el caos en la experiencia recobrada<br />

y una road novel que dura cien años.”<br />

La primera afirmación es endeble por la tra -<br />

dición que significa la bildugsroman, pues<br />

la obra de Enrigue carece del conflicto, el<br />

desarrollo psicológico o el rito de iniciación<br />

que refleje el crecimiento del personaje<br />

principal que es significativo en novelas co -<br />

mo Los años de aprendizaje de Wilhelm<br />

Meister, de Goethe; Bajo la rueda, de Her -<br />

man Hesse, o Retrato del artista adolescen -<br />

te, de James Joyce. Incluso está lejos de<br />

novelas mexicanas que se acercan un po -<br />

co más al modelo como Gazapo o La tumba,<br />

de Gustavo Sáinz y José Agustín, respectivamente.<br />

La segunda afirmación, a pe -<br />

sar de ser más flexible por la connotación<br />

cinematográfica, también implica un reco -<br />

rrido lineal donde existe un aprendizaje<br />

o cambio notorio, sin embargo en Enri gue<br />

sus personajes no están sujetos a una trans -<br />

formación y su evolución es limitada. Al<br />

acabar de leer Decencia se tiene la impre -<br />

sión de abandonar unas páginas en el lim -<br />

bo, en medio de la parodia, la revisión<br />

histórica y la aventura. Hay personajes in -<br />

volucrados en la Revolución Mexicana, hay<br />

anécdotas sobre las familias que tuvieron<br />

173


174<br />

que pactar con los jefes revolucionarios,<br />

hay un viejo secuestrado, un recuerdo de<br />

época en la provincia y en la ciudad de Mé -<br />

xico, pero nada más.<br />

Temple de alto octanaje<br />

VÍCTOR CABRERA<br />

Francisco Martínez Negrete, El temple,<br />

Ediciones sin Nombre, México, 2011, 120 p.<br />

Hace algunos años, en un ensayo cuya ma -<br />

teria central no alcanzo a recordar, Eduar -<br />

do Uribe elucubraba sobre la naturaleza<br />

posible de las conversaciones entre Joyce<br />

y Beckett. Conjeturaba el poeta, en aquellos<br />

párrafos, que, tocadas por el espíritu<br />

de la amistad o de la mera camaradería,<br />

las charlas entre ambos escritores debían<br />

de haber transitado entre la trascendencia<br />

y la banalidad, dibujado su periplo de<br />

las elevadas cimas de la cultura universal<br />

a los barriobajeros sótanos de la vulgaridad<br />

de los pubs dublineses.<br />

Como las hipotéticas charlas amistosas<br />

imaginadas por Uribe, la poesía de Francis -<br />

co Martínez Negrete conoce esos extremos<br />

complementarios del discurso que se (con)<br />

funden en una masa verbal notoriamente<br />

vital, por visceral, y notablemente honesta,<br />

por directa y descarnada, que con trasta,<br />

por oposición, con la corrección de cierta<br />

poesía mexicana escrita por sus con tempo -<br />

ráneos. Es Martínez Negrete, en este senti -<br />

do, un outsider de nuestras letras, un sub -<br />

terráneo a base de congruencia (no im por -<br />

ta si se comulga o no con ella) entre lo que<br />

vive, piensa y escribe. Esa congruen cia exis -<br />

tencial y literaria queda ahora, una vez más,<br />

de manifiesto en las páginas de El temple.<br />

Como los anteriores poemarios del au -<br />

tor, El temple es también un libro extraño,<br />

caprichoso, sin asideros visibles ni unidad<br />

formal o temática aparentes, como no sea<br />

la que le confiere el yo poético que cohesiona<br />

y da coherencia al conjunto de poemas,<br />

el sujeto común a cada uno de éstos:<br />

Paco Martínez Negrete. El temple es, así,<br />

un libro múltiple, o mejor: mutante. Cam -<br />

bia y recomienza de uno a otro poema, en<br />

cada verso se desploma para ofrecernos,<br />

enseguida, el espectáculo de erigirse nue -<br />

vamente, merced a sus potencias lingüísti -<br />

cas y emocionales, hasta alcanzar la altura<br />

vertiginosa de las revelaciones que duelen<br />

al enunciarse: “Apenas una línea para de -<br />

cir amor / el horizonte arde / en la tarde<br />

azulenca en desbandada / me deja entre las<br />

ruinas humeantes de mi vida / entre pecho<br />

y espalda —corazón— / ahí donde sabía -<br />

mos que nada quedaría / que no fuese<br />

calcinado por la llama.”<br />

Entre muchos libros posibles, El temple<br />

es, primero y sobre todo, un libro de<br />

amor, una celebración (anómala, paradó -<br />

jica) en la que, como en algunos de los<br />

poemas más célebres del Siglo de Oro, el<br />

goce es una antesala de la ruina, del olvido,<br />

del desconocimiento del ser amado:<br />

“Nada hubo más / que aquello que nos<br />

diéramos / sin saber que nos dábamos / a<br />

la fruición del tiempo / que todo lo devo-


a / desintegra / olvida…” Y del dolor que<br />

heredan sus cicatrices: “Y tanto amor pa -<br />

ra llegar a esto / a este andén a esta despedida<br />

/ para siempre jamás… / Hoy que<br />

comenzamos a vernos como extraños.”<br />

“Incómodo aguafiestas en la casa del<br />

amor”, muy pronto, desde el primer poe -<br />

ma del libro, Martínez Negrete pone de ma -<br />

nifiesto una noción que contradice cualquier<br />

idea sensiblera o francamente cursi: el amor<br />

guarda un “tufillo a requesón ba rato”, es<br />

la moneda de caras repetidas de un volado<br />

en el que alguien (todos) siempre pierde.<br />

Es eso, finalmente: una pérdida que vuel -<br />

ve la dorada felicidad de ayer bisutería,<br />

fantasmagoría. En esa tóni ca del discurso<br />

amoroso, el lenguaje es un paliativo al dolor,<br />

una tabla de salvación contra la muerte y<br />

el olvido: “¡Y los mal ditos poemas para<br />

qué?”, se pregunta el poeta antes de respon -<br />

der: “para arrancarle al tiempo la belleza /<br />

y detenerla tré mula un instante”. Refuta -<br />

ción del silencio, las palabras abren heridas<br />

paradójicas que nos alivian de la ausencia.<br />

Al fijar en el tiempo el instante trémulo<br />

de la plenitud, al arrojarse a su vacío colmado<br />

de lengua je, la poesía, sugiere el poe -<br />

ta, nos salva de la muerte: “…pensando<br />

seriamente / en sal tar / al vacío pero / me<br />

gana la pasión por el poema / y una / vez /<br />

más / la poesía me salva el pellejo”.<br />

En otro nivel, El temple puede leerse<br />

como una oda urbana, un canto al no-lu -<br />

gar y sus esquinas, un catálogo de los mar -<br />

ginales y oscuros que las pueblan. En este<br />

sentido, dos poemas, me parece, conforman<br />

el centro vital de este libro: en primer lugar<br />

“Freak show”, delirante inventario de cria -<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

turas adictas a su miseria existencial, tera -<br />

pia de choque de la escoria caída en el fragor<br />

de la batalla contra la aliena ción individual<br />

y la excesiva carga de ser, celebración y<br />

denuesto de los paraísos ar tificiales:<br />

Tras de cortar cartucho insisto en que la<br />

droga está de pocamadre (—el jodido fui<br />

yo— recalco receloso calibrando el sentido<br />

de la frase) y me lanzo tendido en una<br />

perorata tornada apología ferviente del atas -<br />

que (pienso en Coleridge Shelley Baude -<br />

laire y Rimbaud):<br />

El ajo y sus vislumbres mercuriales el<br />

opio y su dulzura trepidante la brutal cla -<br />

ridad del peyotazo la aguda percepción<br />

chamánica-jolística-ego-desinfladora del de -<br />

rrumbe serrano la buena calidad del chu -<br />

rro azteca el amargo sopor del nembutal<br />

el corazón sensual de la tachuela las vi -<br />

siones infinitas del san pedro la telaraña<br />

astral de la ayahuasca el patadón de mu -<br />

la —puro hirviente placer— de la tecata<br />

arponeada…<br />

Luego viene el bajón de la prendida fiesta<br />

desciendo al albañal: la huida de la<br />

novia y los amigos la oscura soledad del<br />

apestado el descenso cabal al inframundo<br />

la música funérea que deja lo perdido las<br />

sombrías presencias de ultratumba el deli -<br />

rio y su roedor aleteo de cristales la caída<br />

en la horrenda bocaza del vacío la desintegración<br />

en la locura (derretido cerebro/<br />

corazón chamuscado)…<br />

En segundo lugar, destaco “Gasoline -<br />

ra”, poema mecánico-amoroso de altísimo<br />

octanaje en el que, como un redivivo y de -<br />

senfadado Álvaro de Campos, el poeta con -<br />

templa desde su ventana ya no el estanco<br />

175


176<br />

de su incertidumbre ni “el carro de todo<br />

alejándose por el camino de nada”, sino el<br />

local combustible de donde nacen el orden<br />

y el caos de las ciudades y, en última ins -<br />

tancia, el combustible purificado del amor:<br />

“y de noche fosforece como un faro / y es<br />

promesa de santuario a los perdidos / de ki -<br />

lometraje a las exhaustas gargantas / de los<br />

carburadores que han andado / muertos<br />

de sed la noche interminable / expendio de<br />

vida y especie de hospital / da neuma a las<br />

llantas deprimidas / aceite al ponchis pon -<br />

chis de pistones y engranes / claridad a los<br />

cristales empañados / de los autos que lle -<br />

gan enfermos de amor / —como yo a tus<br />

brazos”.<br />

Hace unos meses, en un artículo sobre<br />

el incómodo Louis-Ferdinand Celine, J.M.<br />

Servín rescató estas líneas que el mismísi -<br />

mo León Trotsky escribiera a propósito de<br />

Viaje al final de la noche: “a través de este<br />

estilo rápido, que pudiera parecer descui -<br />

dado e incorrecto, apasionado, vive, brota<br />

y palpita la verdadera riqueza de la cultu -<br />

ra francesa (…) Este artista sacude de arri -<br />

ba abajo el vocabulario de la literatura<br />

francesa”. Podríamos decir algo similar de<br />

Paco Martínez Negrete, quien al renunciar<br />

a la exactitud semántica, a manierismos va -<br />

cuos y efectistas, a la corrección del discurso<br />

políticamente hipócrita, confiere a su<br />

poesía una fuerza inusitada en nuestro, mu -<br />

chas veces, pacato panorama poético. Ma -<br />

nual de sobrevivencia física y anímica o<br />

mapa que al desplegarse señala las cumbres<br />

y las simas profundas del alma, El<br />

temple es, ante todo una muestra contun -<br />

dente de vigor verbal y pasión por la poesía.<br />

Un espacio donde nada florece<br />

HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ<br />

Geney Beltrán Félix, Cartas ajenas,<br />

Ediciones B, México, 2011, 144 p.<br />

Me había propuesto escribir estas líneas ha -<br />

cía un par de semanas cuando leí Cartas<br />

ajenas, sin embargo la intrusión de mi ma -<br />

dre en mi biblioteca me impidió regresar<br />

a algunos fragmentos, revisar ciertas líneas<br />

y releer como se necesita para poder es -<br />

cribir algo coherente. Ahora que lo tengo<br />

en mi escritorio, después de que me lo han<br />

devuelto habiéndolo leído de cabo a rabo,<br />

y que he podido pensar un buen rato, lo pri -<br />

mero que se me podría ocurrir es la pregunta<br />

acerca de ¿qué sentido puede tener<br />

escribir una novela sobre cartas, precisamente<br />

en este tiempo de correos electró -<br />

nicos y redes sociales, estas herramientas<br />

que hacen de la comunicación un asunto<br />

acelerado y trepidante? También me puse<br />

a reflexionar sobre qué tipo de personali -<br />

dad es la de Marioralio, un personaje de<br />

nombre inusitado, pero que puede resultarnos<br />

un tanto familiar. Y, antes de respon -<br />

der a mi primera pregunta, veo en el diario<br />

El País que la editorial francesa Grasset<br />

está a punto de sacar al mercado las Le -<br />

ttres à Hélène [Ryttman](“Cartas a Hele -<br />

na”), del filósofo francés Louis Althusser.<br />

Como se sabe, uno de los maestros del ma -<br />

terialismo histórico, quien, presa de un<br />

arranque que lo encegueció, mató a su com -<br />

pañera Hélène Ryttman para poco tiempo<br />

después entregarse a la policía. La noticia


fue muy sonada por aquel entonces e in -<br />

cluso dio carne a los fariseos que nunca<br />

tuvieron argumentos contra sus ideas para<br />

vilipendiar contra la enorme personalidad<br />

de Althusser. Por otro lado, me encuentro<br />

que, no hace mucho, nuestro FCE publicó<br />

la Correspondencia (1951-1970) de Paul<br />

Celan con Gisèle Celan-Lestrange. Ambas<br />

correspondencias, compuestas de los se -<br />

cre tos, complicidades, confesiones, mues -<br />

tras de afecto, proyectos a realizar entre<br />

estas parejas, fueron el preámbulo a sendas<br />

tragedias, aquella de Althusser y el suici -<br />

dio de Paul Antsche, llamado Celan. Lo<br />

cual me orilla a volver a replantearme la<br />

pregunta, pero de una forma más amplia:<br />

¿Por qué en el siglo de los correos electró -<br />

nicos y las redes sociales siguen interesan -<br />

do las correspondencias ajenas? Ahora sale<br />

la palabra correspondencia con su peso se -<br />

mántico que marca una “relación” o una<br />

“comunicación realmente existente”. És -<br />

te es el punto de partida, a mi modo de ver,<br />

para leer Cartas ajenas, obra que tiene lu -<br />

gar a partir de una transgresión a una co -<br />

rrespondencia ajena.<br />

Su protagonista es uno más de los cien -<br />

tos de miles de burócratas que sobrevive<br />

gracias al Estado; ese tipo de personas que<br />

siempre es vilipendiada por los tecnócra -<br />

tas, o por aquellos que se sienten empresa -<br />

rios en potencia, los que arengan con la<br />

competitividad y la optimización de recur -<br />

sos que, según ellos, tendrían que destinar -<br />

se a la eficiencia, y no a la manutención de<br />

la escoria burocrática. En un inicio había<br />

concebido a Marioralio como el Agrimen -<br />

sor de Kafka o como un heterónimo de Pe -<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

ssoa, sin embargo éstos tenían la certeza<br />

de que el Leviatán no tendría prisa en des -<br />

hacerse de ellos. Todo lo contrario de Ma -<br />

rioralio pues, en pocas palabras, él es un<br />

ser enquistado en los circuitos del neoli -<br />

beralismo, un ser destinado a desaparecer.<br />

Sin embargo, en medio de la monotonía<br />

de las oficina de correos, Marioralio inten -<br />

ta un acto de transgresión que va a cambiar<br />

su vida, ¿para bien o para mal?, es una cues -<br />

tión que no nos toca abordar; el hecho es<br />

que su curiosidad lo hace entrar en un mun -<br />

do de enredos, lo hace partícipe de un cam -<br />

po donde lo resbaloso de la realidad lo va<br />

impregnando con sentimientos desagrada -<br />

bles y, lo peor de todo, con la constatación<br />

fehaciente de que los personajes con los que<br />

se va encontrando en esa dinámica están<br />

igual o más vacíos que él, igual o más so -<br />

los que él y que son igual o más miserables<br />

que él mismo. Cuando veía los rasgos del<br />

personaje, me venía a la mente el Meur -<br />

sault de Camus, aquel tipo que le daba igual<br />

casarse o no, tener un ascenso o no, asesi -<br />

nar o no. Sin embargo, en Marioralio en -<br />

contré más soledad y más mezquindad en<br />

torno suyo que en las páginas de L’étranger<br />

(1942), porque a diferencia del argelino,<br />

el personaje mexicano (?) no tenía señales<br />

de que afuera de su solitaria intimidad hu -<br />

biera signos de ternura, de fra ter nidad o<br />

de amor. La voz narrativa de Cartas ajenas<br />

impregna las páginas de una sensa ción aso -<br />

ladora, concibe un mundo sin espe ranza y<br />

mete al lector jaloneándolo del cuello de la<br />

camisa a este espacio donde nada florece.<br />

Más allá de esto, de su personaje tan ais -<br />

lado y su acto de transgresión, está la tra -<br />

177


178<br />

ma. Una trama que por momentos se codea<br />

más con el cine de Hitchcock que con la<br />

exangüe corpulencia de las novelas contem -<br />

poráneas. Atisbos de La ventana indiscre -<br />

ta, de Vértigo o incluso de Trama ma cabra<br />

surgen a medida de que avanzan las pági -<br />

nas. Lo cual me permite pensar que el tiem -<br />

po en que se escribió la obra fue antecedido<br />

por otro tanto de reflexión, premeditación,<br />

alevosía y ventaja, de la misma manera que<br />

las historias que valen la pena ser contadas<br />

son planeadas. No dudaría que detrás de es -<br />

ta novela existieran previamen te algún tipo<br />

de mapas, entrevistas con gente del gremio,<br />

esquemas, fichas de los personajes, notas<br />

y anotaciones a manera de bocetos de los<br />

diálogos, que terminarían redundando en<br />

un ritmo narrativo que in flige al lector el<br />

sentimiento de experimen tar lo ominoso.<br />

Sobre el estilo, me permitiré una analo -<br />

gía con el estilo del pugilato. Después de<br />

haber leído Habla de lo que sabes (Jus,<br />

2009), libro de relatos del mismo autor,<br />

puedo decir que la pluma de este libro ha<br />

ganado piernas: es más ágil y más certera.<br />

De momentos, se percibía que en los relatos<br />

anteriores el estilo se quedaba en las cuer -<br />

das, jugaba un tanto con su suerte y se de -<br />

jaba alcanzar por lo ralentizado del bending<br />

(flexionar). En cambio en esta no vela el na -<br />

rrador da pasos certeros, cuida las metáfo -<br />

ras al punto que se percibe una experiencia<br />

con la escritura que sólo la da el propio tra -<br />

bajo frente al espejo en el gimnasio o al<br />

teclado y la pantalla. Es di fícil escapar de<br />

este libro, incluso su rit mo exige un atención<br />

particular, no es una lec tura para rea -<br />

lizar mientras uno come o es cucha música,<br />

porque su modulación es aquella de quien<br />

nos dice un secreto al oí do. Así de exigen -<br />

te es la obra de la que ha blamos.<br />

Cabe hacer una breve digresión, no pa -<br />

ra escapar, sino para profundizar en el asun -<br />

to del estilo. Pues por una extraña razón, se<br />

ha abundado en el error de pensar que no<br />

hay mejor halago para definir un estilo na -<br />

rrativo que llamarlo “prosa poética”, como<br />

si en el entendido de que, al ser superior<br />

el verso a la prosa, o más difícil de escri -<br />

bir (como dicta el Diccionario de lugares<br />

comunes de Flaubert), esta última —me -<br />

diante un esfuerzo denodado— alcanzara<br />

a rozar la cúspide del Monte Parnaso.<br />

Efectivamente, en gran medida, y de<br />

esto ha tratado Reyes en su Deslinde, lo<br />

poético siempre es algo que no llega a ser<br />

poema, que se queda en una especie de<br />

aproximación, impregnamiento que hace<br />

referencia o que sugiere, pero que por na -<br />

da del mundo es el poema. Pero que —sea -<br />

mos claros— el estilo narrativo no necesita<br />

reflejar en su composición los logros de la<br />

poesía, y que, al contrario, al traerlos a<br />

cuento desdora el arte narrativo más que<br />

bruñirlo. Sin embargo, en esta obra no de -<br />

bemos cometer tal gazapo, la prosa que<br />

teje la obra no es poética (¡gracias a Dios!),<br />

es simplemente exacta. Con una exactitud<br />

que se permite arrojos como el de trastocar<br />

toda lógica precedente y, por algunos<br />

capítulos, cambiar el ritmo: algo así como<br />

si después de estar escuchando un vals de<br />

Strauss empezaran a entrar los acordes<br />

de una melodía de redova o un corrido, pa -<br />

ra regresar después a la cadencia austriaca.<br />

Cartas ajenas es atractiva y arriesgada,


incluso, puede ser demasiado arriesgada<br />

para ciertos lectores, aquellos que buscan<br />

algo que Daniel Sada llama la “escritura<br />

mema”, porque Geney se va por el nocaut<br />

y juega en el último tramo de la novela con<br />

sus propias reglas —escribo “juega” en tan -<br />

to que trampea, engaña y busca concesiones—<br />

cuyo resultado es la deliberada<br />

descomposición de la realidad. Es decir,<br />

a medida que su personaje va tocando el<br />

fondo de la experiencia, y a la vez de un es -<br />

tado mental, el lector puede presentir una<br />

suerte de desquiciamiento, una corrosión<br />

del lenguaje que se amalgama con la oxida -<br />

ción de la trama. Hay en las últimas páginas<br />

una descomposición o desvirtuación que<br />

se percibe en algunos momentos. Pensaría<br />

un poco en logros del Sabato más osado,<br />

de un Onetti rodeado de jeringas de mezcalina<br />

o de un Dostoievski desdoblándose<br />

y percibiendo el divorcio entre su versión<br />

de la realidad y la realidad misma, tal y<br />

como debieron sentir Althusser al aflojar la<br />

corbata que le arrancó el aliento a Hélène<br />

o el restallar del cuerpo de Celan al sentir<br />

la brevísima resistencia de las aguas del Se -<br />

na. Y se me ocurre que la intromisión de<br />

Marioralio en las correspondencias ajenas<br />

es debido al mismo móvil que mueve al lec -<br />

tor contemporáneo a adquirir y leer los<br />

epistolarios de sus autores, la cual radica<br />

en una profunda soledad y a la terrible ace -<br />

dia que contiene la vida, respirable en las<br />

páginas de esta primera novela de Geney<br />

Beltrán Félix. Por lo cual solamente diría,<br />

como en los depósitos radiactivos: Cartas<br />

ajenas es material inflamable: manéjese cui -<br />

dadosamente.<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

Ciencia y belleza<br />

HÉCTOR M. SÁNCHEZ<br />

Malva Flores, El ocaso de los poetas<br />

intelectuales y la “generación del desencanto”,<br />

Universidad Veracruzana, Xalapa, 2010, 228 p.<br />

Dos son los principios articuladores que,<br />

casi con igual fuerza, aparecen en El oca -<br />

so de los poetas intelectuales, y dos, por<br />

tanto, las perspectivas desde las que te -<br />

nemos que acercarnos a cada uno de ellos,<br />

a fin de poder comprenderlos con mayor<br />

exacti tud: por una parte, me refiero a la<br />

vertien te de este ensayo que se encuentra<br />

orientada hacia la producción de cierto co -<br />

nocimien to científico y, por otra, a la que<br />

está orien tada hacia la búsqueda de la be -<br />

lleza artística —otra forma de conocimien -<br />

to, por lo demás.<br />

En cuanto a su dimensión científica, hay<br />

que decir, como primer punto, que El oca -<br />

so… se encuentra dividido en dos seccio -<br />

nes: una de carácter sociológico (“El ocaso<br />

de los poetas intelectuales”, pp. 19-80), y<br />

otra en la que más bien se echa mano de<br />

la investigación literaria (“La generación<br />

del desencanto”, pp. 81-195). La hipótesis<br />

defendida por el libro puede resumirse<br />

de la siguiente manera: a partir de la re -<br />

presión oficial, en México, a los movimien -<br />

tos estudiantiles de 1968 y 1971, los poetas<br />

de esa generación (nacidos entre 1943 y<br />

1955, aproximadamente) o, mejor dicho,<br />

los poetas vinculados como generación por<br />

ese par de coyunturas, dejaron de pronun -<br />

ciarse (críticamente), salvo contadas excep -<br />

179


180<br />

ciones, acerca de situaciones extralitera -<br />

rias (políticas, económicas, sociales, etc.),<br />

como sí había venido sucediendo en Méxi -<br />

co ya desde el siglo XIX, y se concentraron<br />

exclusivamente en escribir poesía (“Pró -<br />

logo”, pp. 11-15) —pero, ¿qué clase de<br />

poesía?, apunta Malva Flores (pp. 15-18),<br />

pregunta que ya me genera ciertas suspicacias,<br />

de las que, sin embargo, hablaré<br />

más adelante; por ahora, pongámoslas a un<br />

lado—. La propuesta de trabajo (hasta an -<br />

tes de la pregunta) me resulta, así, bastante<br />

clara y, más aún, increíblemente atractiva;<br />

sin embargo, el tipo de argumentos seleccionados<br />

para desarrollarla y, en consecuen -<br />

cia, los resultados directos que se obtienen,<br />

no son, a mi parecer, los más efectivos.<br />

Veamos a qué me refiero.<br />

La parte sociológica del ensayo —tipo<br />

de investigación que la hipótesis requiere pa -<br />

ra ser demostrada— se estructura mediante<br />

una revisión de las publicaciones literarias<br />

más importantes del país en el último tercio<br />

del siglo XX (Plural, Nexos, Vuelta, México<br />

en la Cultura, etc.); de entre ellas, la auto -<br />

ra va resaltando a los poetas (nacidos antes<br />

o después de 1943, pero activos en ese mo -<br />

mento) que sí manifestaron (críticamente)<br />

sus ideas, en artículos, congresos y edito -<br />

riales —y, a veces, en poemas (p. 42), re -<br />

gistro que, por ser tan diferente a los otros<br />

tres, no debió de haber sido incluido en es -<br />

ta parte del ensayo, a mi juicio— acerca<br />

de la situación política y cultural en Méxi -<br />

co: Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Da -<br />

vid Huerta, Eduardo Lizalde, etc. Es decir,<br />

la argumentación, en este momento, es in -<br />

directa: se nos hace mención de los poetas<br />

que sí cumplieron el papel de intelectua -<br />

les —lo que, por cierto, nos va causando la<br />

impresión de que el panorama no estuvo<br />

tan desolado como el título del libro lo su -<br />

giere— y, por contraste, tenemos que ima -<br />

ginar que todos —una inmensa cantidad<br />

posible— los que no son aquí citados se<br />

mantuvieron completamente ajenos a esa<br />

función. Hasta ahora, bien, salvo porque<br />

el texto mismo va dando pie a una duda<br />

que, a su vez, nos conduce a otra: prime -<br />

ro, ¿en realidad fue el desencanto —cual -<br />

quiera que fuese su contenido: falta de<br />

confianza en el gobierno y su pretendida<br />

democracia, escepticismo ante los sistemas<br />

ideológicos “revolucionarios”: socialismo,<br />

comunismo, etc.— producido luego de<br />

1968 y 1971, el que condujo a los poetas<br />

mexicanos a dejar de pronunciarse sobre<br />

los asuntos públicos? Dice la autora, ha -<br />

blando de 1953: “La idea de una revista<br />

cultural naturalmente inclinada hacia las<br />

manifestaciones literarias y, al mismo tiem -<br />

po, abierta al análisis de los acontecimien -<br />

tos nacionales, parecía imposible” (p. 38)<br />

y, líneas más abajo, todavía sin llegar cro -<br />

nológicamente al 68: “Visto lo anterior,<br />

resulta evidente que con la excepción de<br />

Paz, Lizalde, Pacheco, Becerra y el joven<br />

David Huerta, la manifestación escrita y<br />

pública de la mayoría de los poetas apenas<br />

si se hizo notar mediante la firma de<br />

desplegados (…) Sin embargo, el rechazo<br />

de los poetas sí se expresó mediante su<br />

vehículo natural: la escritura de poemas”<br />

(p. 42). Hagamos abstracción, por ahora,<br />

del hecho de que la última afirmación de<br />

esta cita apunta a una confusión epistemo -


lógica —en manifiestos no, pero en la poe -<br />

sía sí : ¿estábamos hablando, entonces, de<br />

la pronunciación en torno a asuntos pú -<br />

blicos en artículos, editoriales, etc., o en<br />

poemas?, ¿se puede decir que un poema<br />

se pronuncia sobre un asunto público?—<br />

y señalemos que, más bien, estos fragmen -<br />

tos nos hacen pensar que el punto de quie -<br />

bra se localiza en un momento anterior al<br />

68: ¿Villaurrutia y López Velarde, me pre -<br />

gunto, sí se manifestaban públicamente so -<br />

bre la economía y la política nacionales?<br />

Por la misma autora sabemos que, al me -<br />

nos en la década de los sesenta, Novo, Go -<br />

rostiza y Torres Bodet no lo hacían de<br />

forma muy crítica (pp. 40-42) —es decir,<br />

que, según la definición de intelectual adop -<br />

tada por Malva Flores, procedente de Zaid<br />

(p. 45), no podríamos considerarlos enton -<br />

ces dentro de ese rubro—. Segunda pregunta,<br />

consecuencia lógica de la primera:<br />

¿a qué otra situación podría deberse el oca -<br />

so de los poetas intelectuales? El hecho de<br />

que el mismo texto me genere esta duda,<br />

así como la falta de explicitez terminoló -<br />

gica y metodológica que lo recorre [¿habla -<br />

remos de artículos, editoriales y manifiestos,<br />

o de poemas (pp. 42-43, 47) que se pronuncian<br />

sobre asuntos públicos?, ¿por qué<br />

diferenciar a los poetas de los narradores<br />

—el mismo título del ensayo marca que<br />

sólo habremos de enfocarnos en los prime -<br />

ros— si a veces se les cita a los segundos<br />

(a Carlos Fuentes, Juan García Ponce y<br />

Gustavo Sáinz, por ejemplo, pp. 54, 64)<br />

para hablar de la relación intelectuales-si -<br />

tuación nacional?, ¿no era más fructífero<br />

referirnos, en general, a los escritores inte -<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

lectuales?], circunstancia que entorpeció<br />

bastante mi lectura, son factores que le res -<br />

tan fuerza al ensayo —una argumentación<br />

que se me antoja eficaz para esta sección<br />

del volumen habría sido, digamos, contras -<br />

tar, así mediante el comentario de sus<br />

textos como por resúmenes estadísticos,<br />

información de la que así yo como mu -<br />

chos otros carecemos, y que la autora da<br />

por sabida, cuando haberla expuesto aquí<br />

habría sido muy contundente, a la última<br />

generación de poetas que sí cumplían con<br />

la función de intelectuales (que podrían ser,<br />

especulo, los de la <strong>Revista</strong> Azul o los de<br />

la revista Contemporáneos), con la prime -<br />

ra que dejó de hacerlo—. En síntesis: has -<br />

ta este punto, fin de la parte sociológica del<br />

ensayo, la autora no me ha convencido so -<br />

bre la validez de su hipótesis.<br />

La segunda sección del libro, en mi ho -<br />

rizonte de expectativas, habría requerido<br />

precisamente de la demostración directa,<br />

desde un punto de vista sociológico, de la<br />

hipótesis de trabajo, apenas desarrollada<br />

indirectamente en la parte previa, esto es,<br />

de un comentario y un consecuente regis -<br />

tro numérico de las publicaciones de los<br />

poetas en las revistas y periódicos litera -<br />

rios más importantes del último tercio del<br />

siglo XX para comprobar cómo sus textos,<br />

o bien eran poesía —que aun cuando su<br />

contenido parezca manifestarse sobre un<br />

asunto público, no puede ser, por sus ca -<br />

racterísticas epistémicas, considerada co -<br />

mo una pronunciación sobre un asunto<br />

público— o, bien, simplemente no hacían<br />

referencia a las condiciones económicas<br />

y políticas de México. Lo que encontra -<br />

181


182<br />

mos, no obstante, es una investigación li -<br />

teraria a propósito de la “generación del<br />

desencanto” (poetas nacidos entre 1943<br />

y 1955, con los sucesos de 1968 y 1971<br />

como punto de vinculación entre sí, p. 16),<br />

investigación magnífica que, más allá de<br />

la clasificación que propone para estudiar<br />

las vertientes de la poesía mexicana contemporánea<br />

—clasificación que, se intuye,<br />

sólo tiene fines expositivos y nunca precep -<br />

tivos—, nos comparte una lectura muy pro -<br />

funda y personal que constituye una línea<br />

bastante sólida para orientarnos en el pano -<br />

rama literario moderno. Esta sección, sin<br />

embargo, no contribuye a demostrar la hi -<br />

pótesis que articula el libro, ya que, para<br />

lograr este propósito, se requiere de un<br />

argumento sociológico —no literario—, co -<br />

mo en la sección inicial de la obra: es nece -<br />

sario orientarse a la crítica del poeta como<br />

intelectual, no como poeta —se trata de dos<br />

registros muy diferentes, hemos dicho—;<br />

en efecto: el hecho de que, en sus versos,<br />

la “generación del desencanto” —o cual -<br />

quier otra, para ser precisos— no hable de<br />

la realidad social mexicana no constituye,<br />

en sí mismo, un criterio para juzgar su<br />

función de intelectuales: para ello, habría<br />

que recurrir a su producción de artículos,<br />

editoriales, conferencias, declaraciones, etc.;<br />

por lo demás, la propia Malva Flores, al<br />

buscar la tradición en la que se inserta la<br />

poesía mexicana contemporánea, nos re -<br />

cuerda que, ya desde Baudelaire y Rimbaud,<br />

o Tablada y Paz, la actitud de autorrefe -<br />

rencialidad y desencanto crítico ha predo -<br />

minado en la poesía: el desencanto de<br />

Baudelaire, no es, por supuesto, el de los<br />

autores mexicanos nacidos entre 1943 y<br />

1955 pero, aun así, queda claro que la<br />

desilusión en la poesía no es un fenóme -<br />

no particular de los más recientes cuaren -<br />

ta años: nuevamente, creo que se le está<br />

dando al movimiento del 68 y a su consecuente<br />

represión un significado que, al<br />

menos en el rubro poético, no es tan de -<br />

cisivo —o que, si lo es, al menos en este<br />

ensayo no se demuestra con eficacia—. En<br />

resumen (y esto explicará la reticencia que<br />

nos generaba el cuestionamiento añadido<br />

—¿qué tipo de poesía escribió la “gene -<br />

ración del desencanto?”— a la hipótesis<br />

central de la obra, reticencia que señala -<br />

mos al principio de estas líneas): la impro -<br />

cedencia lógica de la segunda parte del<br />

libro como argumento para corroborar la<br />

hipótesis de trabajo general sólo puede<br />

entenderse si pensamos que la verdadera<br />

intención del ensayo era hablar sobre la<br />

poesía contemporánea en México, y que<br />

la primera parte no ha sido sino un pretex -<br />

to que nos conduce hacia ella.<br />

No obstante, es aquí donde ya es justo<br />

empezar a referirnos al principio de belle -<br />

za que recorre la obra, y que hace que<br />

nos olvidemos de casi todos los reparos<br />

que le hemos puesto a su sistema lógicoargumentativo;<br />

en efecto: si la búsqueda<br />

de una coherencia absoluta, así dentro de<br />

la primera sección de El ocaso…, como<br />

entre ésta y la segunda, nos lleva a cuestionar<br />

la eficacia demostrativa del texto,<br />

la lectura del mismo desde una perspectiva<br />

estética nos permite comprender que<br />

aquellos elementos que la lógica esquemá -<br />

tica tacharía —y, como se ha visto, ha ta -


chado— de errores, son en realidad virtudes.<br />

Así, la aclaración terminológica y<br />

epistemológica de conceptos como “nove -<br />

lista”, “poeta” y “escritor intelectual”, y<br />

la diferenciación entre el estudio de textos<br />

poéticos y artículos críticos que hemos so -<br />

licitado, queda sacrificada, ya voluntaria<br />

o involuntariamente, en favor de la ameni -<br />

dad expositiva —que, de perderse en preci -<br />

siones técnicas, se vería bastante opacada,<br />

y que, por tanto, apunta más bien a la des -<br />

cripción de los ambientes y los colores del<br />

siglo XX— y la interacción crítica: el lector<br />

va llenando los huecos e interpretando<br />

todas las afirmaciones implícitas en la obra,<br />

lo que lo mantiene en una continua activi -<br />

dad mental; a su vez, el horizonte de expec -<br />

tativas que nos produce la primera parte<br />

del ensayo con respecto a la segunda sir -<br />

ve para generar una tensión lectora —de -<br />

bo decir que, una vez empezado el libro,<br />

me costó un gran esfuerzo soltarlo— que,<br />

si bien desde un punto de vista lógico que -<br />

da decepcionada al pasar a aquélla, no só -<br />

lo no se comporta de esa forma desde el<br />

punto de vista estético, sino que se ve am -<br />

pliamente reconfortada: la segunda sección<br />

del libro nos sorprende no sólo por<br />

el cambio de objeto de estudio —la vuelta<br />

de tuerca— que implica, sino también por<br />

la profundidad y originalidad con la que<br />

Malva Flores nos comparte su lectura de<br />

los poetas mexicanos contemporáneos. A<br />

esto hay que agregar una redacción casi<br />

perfecta y el uso muy puntual de símbolos<br />

e imágenes —el de la cancha de futbol,<br />

por ejemplo—, para así obtener una valo -<br />

ración más integral de El ocaso de los poe -<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

tas intelectuales y la “generación del desencanto”,<br />

libro que, más allá de la opinión<br />

encontrada que me ha merecido —y estas<br />

líneas son la prueba más fehaciente de<br />

ello—, me ha puesto a reflexionar, muy se -<br />

riamente, que, en el género ensayo —y, por<br />

extensión, en la narrativa, en la poesía y en<br />

la vida misma—, todo argumento por desa -<br />

rrollar, todo contenido —toda historia, todo<br />

suceso—, no constituyen sino un paliativo<br />

para producir y contemplar la belleza,<br />

principio que, tal vez, debería regir nues -<br />

tro mundo contemporáneo.<br />

Del pasmo al movimiento<br />

VÍCTOR ALEJANDRO RAMÍREZ<br />

Pura López Colomé, Una y fugaz,<br />

Bonobos/UNAM, México, 2010, 108 p.<br />

No es poeta aquel que no ha<br />

sentido la tentación de destruir<br />

o crear otro lenguaje<br />

Octavio Paz<br />

¿Qué acontece cuando las palabras danzan<br />

en su musicalidad? Una bifurcación. En<br />

183


184<br />

el destinatario de esas palabras danzantes<br />

se da el asombro; en la palabra un gesto de<br />

interioridad. Así, el pasmo proveniente del<br />

contacto con palabras que de tal manera<br />

se manifiestan provoca un quiebre en la re -<br />

lación de la lectura con la interpretación.<br />

Palabras que se musicalizan y que danzan<br />

en su musicalidad son las que conforman<br />

los poemas de la reciente obra publicada<br />

por Pura López Colomé, Una y fugaz, don -<br />

de la lectura se desplaza sin esfuerzo y con<br />

claridad mientras que la interpretación<br />

se pasma en la impotencia de la dificultad.<br />

En el primer contacto con la palabra<br />

que danza se enmudece. Por tanto, de la<br />

admiración que el asombro conlleva se<br />

pasa a la cólera por el silencio insumiso.<br />

Debido al paroxismo, los poemas de Ló -<br />

pez Colomé invitan a la relectura para pro -<br />

poner una interpretación, tratando de pasar<br />

del goce de la lectura al placer de la es -<br />

critura donde se declaren los sentidos ger -<br />

minados en los poemas.<br />

La transparencia necesaria en la práctica<br />

habitual hace de la palabra un pasa -<br />

je, en ella se transporta el sujeto con sus<br />

razones, sus pasiones, las cosas con su<br />

complejidad o trivialidad, los conceptos<br />

con su capacidad de hacer entender o de<br />

condensar los conocimientos. Comúnmen -<br />

te la palabra traslada y se traslada, es de -<br />

cir, cuando la palabra habla de algo que<br />

no es ella sin dar cuenta de sí misma. En<br />

el caso del traslado, la musicalidad que<br />

habita en la palabra se vuelve marco y la<br />

danza a la que puede mover cesa. Y así<br />

como un cristal de tanto ser tocado se<br />

opa ca, la palabra de tanto circular se en -<br />

turbia y su musicalidad deviene bullicio.<br />

Gra cias al ingenio la palabra se revela, se<br />

redescubre y se la recibe con asombro.<br />

De ser un cristal ora translúcido ora opa -<br />

co, de ser un marco, se vuelve presencia<br />

por que se deja oír como la pintura se de -<br />

ja ver. En la poesía de Pura López Colo -<br />

mé la pala bra se deja oír no como bullicio<br />

ni en su clara articulación sino en su in -<br />

tensidad so nora exaltada por su musica -<br />

lidad.<br />

Pero el nuevo brillo que la palabra aquí<br />

adquiere no proviene de los recovecos de<br />

la lengua ni surge de las acrobacias sintácticas,<br />

ya que el poemario no destaca,<br />

por ejemplo, por el diseño de hipérbatos<br />

que harían, aunque intricada, llamativa la<br />

lectura; en todo caso la figura sintáctica<br />

más recurrente sería el retruécano, del que<br />

hablaré más adelante. Dicho resplandor no<br />

brota sino por las relaciones insólitas en -<br />

tre palabras que conforman expresiones<br />

del habla coloquial, las que corrientemen -<br />

te se les conoce como “frases hechas”. Y<br />

más que las frases hechas, son los fragmen -<br />

tos y variantes de éstas los que conforman<br />

los presentes poemas. En el espacio inters -<br />

ticial entre el fragmento y la variación se<br />

propicia lo insólito de un sentido transfor -<br />

mado porque las retahílas pasan de su es -<br />

tado contrahecho, de gestos afectados, al<br />

de maravillas, rehaciéndose con otras y di -<br />

solviendo las costuras de su hechura, co -<br />

mo leemos en “Seminal”:<br />

un peso con tiempo, muy mucho y tanto<br />

que aunque retumbe la certeza de que ya<br />

ocurrió,<br />

que ya ni llorar es bueno


Por gracia del ingenio las frases he -<br />

chas se vuelven otras y se logra el sentido<br />

insólito que las reviste de una nueva<br />

apariencia. El ingenio construye una poé -<br />

tica de la fragmentación porque con los<br />

trozos de expresiones ordinarias se cons -<br />

truye un discurso inesperado, asombroso,<br />

no sólo por el aspecto del significado,<br />

sino también por el lado sensible del significante<br />

donde se pone “a flor de piel” la<br />

musicalidad inherente a la palabra, que si<br />

bien se opaca por el contacto diario esa<br />

misma recurrencia conlleva el aflorar del<br />

sentido musical como una piel que, de tan -<br />

to ser frotada, se despierta volviéndose más<br />

sensible al tacto. De manera tal, esos trozos<br />

de expresiones ordinarias al enunciar -<br />

se del modo peculiar que se expresa en<br />

Una y fugaz se presentan a flor de piel,<br />

es decir, musicalizados, y sin embargo no<br />

sólo se hace festividad sonora, también asis -<br />

timos a reflexiones sobre el lenguaje, co -<br />

mo lo muestra la siguiente estrofa en forma<br />

de retahíla:<br />

Morir, no; dejar de respirar, sí,<br />

dijo el otro,<br />

el que se sentó a la entrada de su tienda<br />

a ver pasar el cadáver de,<br />

el que puso a remojar sus barbas,<br />

el que repetía como merolico<br />

frases a saber en qué idiolecto.<br />

El despertar del sentido sonoro trae<br />

consigo la aparición de ritmos insinuan -<br />

tes que invitan a crear la imagen de una<br />

danza. En el ritmo de los versos, en la en -<br />

tonación de las frases, así como en su res -<br />

piración y en las rimas intermitentes, se<br />

musicalizan las palabras mientras danzan<br />

con retruécanos, con juegos de rima inter -<br />

na o con cambios de vocales, sílabas o<br />

consonantes:<br />

Hay una red entreambos,<br />

de cera y seda delicadas,<br />

que indistingue las fronteras,<br />

los adentros los afueras.<br />

Otra bifurcación que se da en la pala -<br />

bra se manifiesta en la forma del retruéca -<br />

no, un recurso que moviliza la mirada del<br />

lector hasta el vértigo de las interpretaciones:<br />

La mirada de la sombra fija.<br />

La mirada fija de la sombra.<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

Como se lee al inicio de “Ondas opa -<br />

cas”, poema contenido en “Una”, la pri -<br />

mera sección del libro, o como cierra “En<br />

su origen”, poema del penúltimo apartado<br />

de “Por aire”:<br />

llegó volando, entró gritando, murió llorando,<br />

voló llegando, gritó entrando, lloró muriendo.<br />

Las bifuraciones son aquí posibilidades<br />

de retruécanos, de invertir el orden de las<br />

expresiones, en ocasiones comunes; buscando<br />

sentidos novedosos que derivan en<br />

juegos sonoros inauditos: “mal de ojo, ojo<br />

del mal”.<br />

Pero la frase hecha es una petrificación.<br />

Proveniente de un mítico movimiento en el<br />

que las palabras fluían sin cesar, la frase<br />

hecha queda como el rastro de una osci -<br />

lación: la del habla, que va de lo común<br />

a lo insólito. Unas cuantas formas perma -<br />

185


186<br />

necen como las marcas de agua que opa -<br />

can cierta cristalina superficie. Poetizar en<br />

la frase hecha, con ella y desde ella, trae<br />

consigo salir del pasmo reanimando el mí -<br />

tico pasado, significa entrar en movimien -<br />

to, tratándose de un dinamismo particular.<br />

No siendo el caso del desplazamiento de<br />

un caminante sino de los gestos del cuerpo<br />

que danza, los versos de Una y fugaz<br />

invitan a recrear una danza, para lograr de<br />

tal manera alguna interpretación.<br />

Gracias a este movimiento dancístico la<br />

palabra se vuelca sobre sí, queriendo reali -<br />

zarse en su musicalidad. Si en el significa -<br />

do se traslada hacia las cosas del mundo<br />

en ademán de apertura, en el significante<br />

encuentra su identificación consigo, volvién -<br />

dose tan íntima de sí que levanta en su<br />

musicalidad un muro apartándose del ex -<br />

terior y creando un mundo de lo interior<br />

donde danza en su solitaria soberanía.<br />

Bifurcación en las bifurcaciones: el lec -<br />

tor lleva a cabo una lectura sencilla, lige -<br />

ra, pero la interpretación resulta compleja<br />

y densa. Los poemas gozan de clara re -<br />

dacción y el recurso de frases hechas,<br />

extraídas de la jerga cotidiana, lo hacen<br />

sentir en un terreno familiar. Mas la in -<br />

terpretación nos encamina a percatarnos<br />

de que esta poesía nos mira desde lejos y<br />

que resulta extraña al pensamiento. Por<br />

tal razón, la mirada de quien recorre sus<br />

versos teme tanto ahondar en ellos por -<br />

que los atisbos de las interpretaciones intu -<br />

yen la proximidad del abismo.<br />

La poesía de López Colomé, con esta<br />

reciente entrega, nos deja apreciar la capa -<br />

cidad creadora de su ingenio que, más<br />

que destruir, construye, recrea fragmentando<br />

las frases de la vida cotidiana de<br />

nuestro modo de hablar rehaciéndolas al<br />

integrarlas como versos, dándoles un sen -<br />

tido otro que maravilla. No crea nuevos<br />

lenguajes, porque el lenguaje sólo es uno,<br />

sino que busca posibilidades novedosas<br />

de manifestación, de hacer una forma otra.<br />

Como se sabe, desde la perspectiva de<br />

Arnold Hauser dos eran los ejes del arte,<br />

cuando éste se manifiesta para indicar al -<br />

go que no sea él mismo o cuando, en un<br />

giro narcisista, lo primero que hace es de -<br />

jarse ver, volviéndose espectáculo. Siguien -<br />

do este último eje se nos presentan los<br />

poemas de Una y fugaz.<br />

Completar el rompecabezas<br />

JUDITH CASTAÑEDA SUARÍ<br />

Valeria Luiselli, Los ingrávidos, Sexto<br />

Piso, España, 2011, 144 p.<br />

Un libro puede leerse en más de una for -<br />

ma, lo sabemos, aunque en el caso de Los<br />

ingrávidos, primera novela de Valeria Lui -


selli, pareciera ofrecérsenos una especie<br />

de mapa en el que las rutas son varias y de<br />

un mismo color; el personaje femenino, o<br />

tal vez la propia autora, lo dice en varias<br />

ocasiones: “Generar una estructura llena<br />

de huecos para que siempre sea posible<br />

llegar a una página, habitarla”, o “una no -<br />

vela compacta, porosa. Como el corazón<br />

de un bebé”. Estas frases ponen en tinta<br />

y papel las interpretaciones de los lecto -<br />

res, dándole a cada uno la posibilidad de<br />

armar un rompecabezas incompleto con<br />

una o varias piezas propias.<br />

Llama la atención el título que, hacien -<br />

do uso de una palabra cuyo significado<br />

es el no estar sometido a la fuerza de gra -<br />

vedad, se refiere a personajes distantes<br />

entre sí, más en específico a una mujer sin<br />

lazos sólidos con su entorno actual, con<br />

su familia —llama a sus hijos el niño me -<br />

diano y la bebé; a su marido, mi marido;<br />

el vecino tampoco tiene nombre, es el ve -<br />

cino que cría “sapos y cucarachas de Ma -<br />

dagascar”.<br />

Yendo más allá, podríamos aplicar<br />

otro término al personaje femenino: el de<br />

gravidez. El estado de una mujer embara -<br />

zada, un cuerpo que guarda vida, como<br />

lo es el de ella, quien parece narrar las<br />

vidas que aún lleva dentro de sus recuerdos:<br />

“Todo empezó en otra ciudad y en otra<br />

vida, anterior a esta de ahora pero posterior<br />

a aquélla.”<br />

Texto fragmentario, experimentación,<br />

prosa, novela o no novela; los calificati -<br />

vos se multiplican, y tal vez cada uno de<br />

ellos sea correcto. Texto fragmentario: los<br />

episodios, pequeños capítulos, van de un<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

par de líneas, un diálogo corto, a párrafos<br />

que ocupan una página, página y me dia<br />

o dos, sin otra ley que el propio lenguaje<br />

—el libro manda—. Experimentación: tér -<br />

minos como “Consincara” para referirse<br />

a un fantasma, o las frases “ecos de personas”,<br />

“volverse un hueco para los amigos”,<br />

reafirman lo maleable y dúctil del<br />

idioma, sus posibilidades. Prosa, novela<br />

o no novela: no hay un inicio, nudo, reso -<br />

lución como tales, sino una serie de acon -<br />

tecimientos —cotidianidades los más, como<br />

atender a los hijos, jugar con ellos, estan -<br />

cias en bibliotecas públicas, salidas a bares,<br />

un empleo—, un antes y un después, tres<br />

historias en las que el personaje central<br />

es, muy probablemente, el subway, la es -<br />

tación del metro inundada de rostros he -<br />

chos de carne y hueso y de humo.<br />

Novela de fantasmas, si le creemos a<br />

la autora en voz del personaje femenino<br />

que responde: “¿De qué es tu libro, ma -<br />

má? Es una novela de fantasmas.” Y en<br />

ella se pueden distinguir tres hilos que van<br />

entretejiéndose: el de la madre del niño<br />

mediano, el de la editora radicada en Nue -<br />

va York, y el del poeta Gilberto Owen.<br />

La madre del niño nos recuerda a al -<br />

guien que necesita una habitación propia;<br />

su esposo lee los fragmentos que componen<br />

su novela —la historia de la editora<br />

de Nueva York—, pregunta si eso en verdad<br />

ocurrió, si Moby existe, si ella lo co -<br />

noció, pide: “Por favor, borra lo de los<br />

zombies”, califica: “Es horrible lo de la<br />

masturbación con la foto, opina mi marido.”<br />

Ello, aunado a las actividades de ma -<br />

dre de dos niños pequeños —jugar a las<br />

187


188<br />

escondidillas o alimentar a la bebé—, res -<br />

tan minutos al tiempo que podría pasar<br />

tecleando en la computadora; minutos que,<br />

sumados, son los más: “Los ciclos de aho -<br />

ra son breves y necesarios. Es imposible<br />

tratar de escribir.”<br />

Ella, en los archivos de su computadora,<br />

en apariencia, va tejiendo lo que su<br />

esposo piensa puede ser su vida de solte -<br />

ra. Aunque ella afirma que es una nove -<br />

la: “Todo es ficción, le digo a mi marido,<br />

pero no me cree.” Y le damos el beneficio<br />

de la duda al hombre; además de que<br />

la vida de la joven editora parece muy cer -<br />

cana, muchas veces la obra guarda algún<br />

dato autobiográfico de su autor.<br />

En esa otra vida de bibliotecas, libros<br />

prestados y traducciones, de amigos que<br />

llegan a dormir, a desayunar o a bañar -<br />

se, de viviendas casi vacías y bares, va<br />

abriéndose paso el poeta Gilberto Owen.<br />

La biografía del autor nacido en El Ro -<br />

sario, Sinaloa, en 1904 es, en un principio,<br />

tan porosa y llena de huecos como el<br />

libro en Los ingrávidos. Esto, consecuencia<br />

de un empleo en la embajada mexicana.<br />

Owen salió de México desde muy<br />

joven, en 1928, radicando en Nueva York,<br />

por lo que “su regreso al país fue… un<br />

pretexto de curiosidad para aquellos que<br />

nunca antes lo habíamos tratado”, dice<br />

Alí Chumacero en su prólogo a las Obras<br />

de Owen.<br />

Valeria Luiselli aprovecha esta estructura<br />

llena de huecos y la amuebla, tal<br />

vez, con más de un dato ficticio —aunque<br />

también retoma fragmentos de las cartas<br />

de Gilberto Owen incluidas en sus Obras—.<br />

Del primero es responsable la joven editora<br />

de “piernas fuertes y flacas”. Mien -<br />

tras hojea libros en la biblioteca, da con<br />

una carta de Owen dirigida a Xavier Vi -<br />

llaurrutia: “Vivo en Mourningside Av. 63.”<br />

Y luego, quizás impulsada por un cierto<br />

entusiasmo que se siente cuando nos en -<br />

teramos que vivimos cerca de donde vive<br />

o vivió alguien importante, o alguien famo -<br />

so, decide proponer al poeta en la editorial<br />

donde trabaja. Y para terminar de<br />

convencer a su jefe, White, decide presen -<br />

tarle un manuscrito que es una traducción<br />

de varios de sus poemas a cargo de<br />

Louis Zukofsky. Manuscrito hecho por ella<br />

misma con ayuda de un amigo, Moby.<br />

Es a partir de entonces que los tres<br />

hilos forman un solo conjunto. La autora<br />

va esbozando lo que bien podría ser una<br />

réplica a palabras del “Drawing hands”<br />

de M. C. Escher. Al tiempo que la madre<br />

del niño mediano escribe “un libro sobre<br />

el fantasma de Gilberto Owen”, el poeta<br />

planea escribir una novela narrada en pri -<br />

mera persona “por una mujer de rostro<br />

moreno y ojeras hondas que tal vez ya se<br />

haya muerto”. Se escriben uno al otro,<br />

como en el trabajo de Escher, donde dos<br />

manos que emergen de la página empu -<br />

ñan cada una un bolígrafo y esbozan el<br />

puño de la camisa de la otra.<br />

Consinrostro, el fantasma en la casa<br />

del niño mediano, y el fantasma —“o va -<br />

rios”— en el departamento de Gilberto<br />

Owen en Filadelfia, el árbol plantado en<br />

una maceta, sequísimo en solo dos sema -<br />

nas, abandonado por el poeta en la azo -<br />

tea de su edificio, y luego encontrado por


la editora muchos años después, luego<br />

de tropezar con la carta a Villaurrutia en<br />

el Obras de la biblioteca, son algunos de<br />

los elementos que van anudando las tres<br />

vidas, pero el principal parece ser el me -<br />

tro, el subway, en el que la editora ve a<br />

Gilberto Owen, la cabeza recargada en una<br />

ventanilla del tren contiguo, el que “por<br />

unos instantes anduvo a la misma velocidad<br />

que el tren donde iba yo”, y en el que,<br />

a su vez, Owen la ve a ella, en circuns -<br />

tancias parecidas y con un libro de tapas<br />

blancas, de título en español: un ejemplar<br />

de sus Obras.<br />

La propia autora lo sugiere —incluso<br />

desde la portada, estación hecha con gri -<br />

ses, blancos y negros—. Como en una de<br />

esas notas que escribe Owen sobre su<br />

novela no escrita pero pensada, o los postits<br />

que la editora hace florecer entre las<br />

ramas del árbol seco del poeta, Valeria<br />

Luiselli va dejando anotaciones a lo largo<br />

del libro. Una de ellas dice: “El metro,<br />

sus múltiples paradas, sus averías, sus ace -<br />

leraciones repentinas, sus zonas oscuras,<br />

podría funcionar como esquema del tiem -<br />

po de esa otra novela.”<br />

Y así funciona; la editora de piernas<br />

flacas ve a Gilberto Owen al otro lado de<br />

la ventanilla, él ve a Ezra Pound entre la<br />

multitud que espera en el andén, la ve a<br />

ella leyéndolo a él… Tanto dentro como fue -<br />

ra del libro, un vagón, el subway, el me -<br />

tro, es un lugar donde infinidad de vidas<br />

—¿de tiempos?— se cruzan, donde se guar -<br />

dan por un determinado lapso, lo que du -<br />

re el viaje.<br />

De la misma forma giran su mecanis-<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

mo las páginas, las de la computadora,<br />

dispuestas verticalmente, las de un libro:<br />

en el papel descansan vidas y tiempos he -<br />

chos con letras, con párrafos; vidas entran,<br />

salen y vuelven a entrar veinte cuartillas<br />

después o nunca.<br />

Y en Los ingrávidos, libro-vagón, Vale -<br />

ria Luiselli ha colocado un hato de perso -<br />

najes, de historias, que más que responder<br />

a la composición tradicional de una no -<br />

vela, forman parte de un deseo de expe -<br />

rimentar tanto con el lenguaje como con<br />

la estructura de la narración, lo que al fi -<br />

nal prevalece sobre los hechos que se<br />

relatan y termina siendo el aspecto a des -<br />

tacar del libro.<br />

El factor Reyes<br />

ANTONIO MORENO MONTERO<br />

Hugo Hiriart, El arte de perdurar,<br />

Almadía, Oaxaca, 2010, 176 p.<br />

Los ensayos de El arte de perdurar, de<br />

Hugo Hiriart (Ciudad de México, 1942),<br />

189


190<br />

nos conducen a un territorio que no sólo<br />

fomenta el mito, el misterio y los dilemas,<br />

sino que pone en juego la atracción y repul -<br />

sión literarias como un sistema de fuerzas<br />

antagónicas: por un lado, Alfonso Reyes,<br />

una de las figuras por antonomasia de la<br />

ensayística en lengua castellana; y por otro,<br />

Jorge Luis Borges, quien de cierta mane -<br />

ra es dueño de una obra que sabe resistir<br />

y adaptarse mejor al paso del tiempo.<br />

¿Por qué la obra de Reyes se asemeja a<br />

un objeto monolítico del pasado, mientras<br />

que la de Borges es cada vez más imponente?<br />

En un plano más general, ¿en qué<br />

consiste la perdurabilidad y la vigencia<br />

de un texto? Quiero decir: la lógica de es -<br />

te sistema de fuerzas la impone el lector,<br />

e Hiriart responde a estas preguntas en la<br />

primera parte del libro bajo un consisten -<br />

te estilo que hace de lo simple y lo claro<br />

requisitos para que un ensayo sea extraordinariamente<br />

sofisticado. La segunda par -<br />

te está conformada por una colección de<br />

ensayos breves dedicados a la presencia<br />

de la luz en las artes pictóricas y litera rias.<br />

Si Reyes exhuma aquellas imágenes<br />

telúricas sobre nuestro origen cultural que<br />

alude en la Visión de Anáhuac [1519]<br />

(1917), que por su estilización literaria<br />

idealiza nuestra raíz, estableciendo a partir<br />

de allí una sensación y visión de mun -<br />

do semejante a la antigüedad clásica, es<br />

para instaurar y reivindicar nuestra Ilus -<br />

tración; y al mismo tiempo, para proponer<br />

dentro del género ensayístico otra lógica<br />

de argumentación: jurídica, científica y ar -<br />

tística, etc. El ensayo de Reyes se destaca<br />

por su elegancia, además de una lumi-<br />

nosidad meridiana sin igual. Siguiendo<br />

los razonamientos de Hiriart, y sin soslayar<br />

estas virtudes, ¿por qué entonces los<br />

ensayos de Reyes no siguen teniendo vi -<br />

gencia? Si se lee por primera vez a Reyes,<br />

se advierte de inmediato, y lo mismo suce -<br />

derá en la relectura, que esa luminosidad<br />

(des)favorablemente sublima al texto, y pa -<br />

ra deducir lo propuesto por Dionisio Lon -<br />

gino, lo sublime cohíbe y excluye. Reyes y<br />

Longino tienen algo en común: el monopo -<br />

lio del juicio. Para decirlo eufemísticamen -<br />

te: la manera soberana de Reyes para<br />

expresar sus razonamientos tiene algo de<br />

aristocratismo que resulta un desafío para<br />

el lector, pese a que el ensayo alfonsino,<br />

sostiene Hiriart, se sitúa siempre en el or -<br />

den de la conversación. Sin embargo, la<br />

prosa de Reyes transita sin estridencias,<br />

con armónica y aceitada suavidad, ad -<br />

vierte Hiriart; así, inevitablemente, estas<br />

virtudes nos conducen a lo sublime.<br />

Es difícil proponer una respuesta sólida<br />

partiendo de la posibilidad de que si<br />

Reyes hubiera sido un ensayista satírico<br />

y feroz polemista, como plantea Hiriart,<br />

más allá de su cuota de lectores, gozaría<br />

hoy de una recepción crítica más entusias -<br />

ta, porque da la impresión que las nuevas<br />

generaciones de lectores (y especialmente<br />

las conformadas por la academia), descono -<br />

cen su obra o si la conocen la consi deran<br />

un objeto anticuado e inútil. La de Reyes<br />

es producto de un largo periplo de lectu -<br />

ras que ayudó a transformar las convenciones<br />

del ensayo, como la de Borges, que<br />

revolucionó la manera de contar. Es cierto<br />

que el Reyes mundano revela un aura


atrayente, cercana a nosotros, con intereses<br />

plebeyos como los que muestra en<br />

Memorias de cocina y bodega (1953), un<br />

libro que podría servir de lectura iniciática<br />

para eliminar el miedo y las distancias.<br />

O no tan plebeyos, como las intimidades<br />

que cuenta Edgardo Cozarinsky en su Mu -<br />

seo del chisme (2005), con un Reyes apa -<br />

sionado por el amor de una actriz porteña<br />

que puso en riesgo su cargo como embajador<br />

en la Argentina, y atrás de este idi -<br />

lio estaba la imperturbable presencia de un<br />

Lázaro Cárdenas que le hizo ver su suer -<br />

te en un telegrama categórico: “La puta o<br />

la embajada. Cárdenas.” Uno podría supo -<br />

ner que este libro de Hiriart tiene un origen<br />

edípico, narcisista e implacable hacia<br />

la obra de Reyes. Sin embargo, no hay en<br />

él ningún ánimo de menosprecio o riva -<br />

lidad.<br />

El arte de perdurar tiene una noción<br />

freudiana del complejo de Edipo, pero<br />

para escarnecerlo al modo de Epicuro, en<br />

el sentido que son menos problemáticos<br />

los vínculos que puedan estrecharse entre<br />

el escritor y sus continuadores, los cuales<br />

—en ocasiones— se establecen a partir del<br />

placer: de la lectura, la escritura, el diálo -<br />

go, el reconocimiento de las ideas y el res -<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

peto. Hiriart no confronta a Borges con<br />

Reyes, y tampoco toma partido por uno o<br />

por el otro, aunque sí deja en el camino<br />

huellas que revelan que es un brillante<br />

discípulo de ambos escritores. Este libro<br />

enriquece la tradición del ensayo en len -<br />

gua castellana, visto como una repetición<br />

de los mejores patrones literarios, y menos<br />

como una elaboración de comparaciones<br />

estériles o diferencias accidentadas. El arte<br />

de perdurar goza de un poder especulati -<br />

vo de alto nivel, como cada texto de Borges,<br />

quien fue un perito de la especulación y<br />

hábil promotor de paradojas, cuya sabidu -<br />

ría—no salomónica como la de Reyes—es<br />

fáustica y fundadora de herejías; y poseedor<br />

de un estilo lacónico que nos proyecta<br />

hacia una laberinto infinito (¿quién no<br />

recuerda El sur?), relato que nos deja en<br />

claro que las casualidades no existen. Para<br />

Borges los libros significan la oportunidad<br />

de entablar diálogo, asimismo la oportuni -<br />

dad para fundar los cimientos de una<br />

nueva herejía. En ese sentido, el libro de<br />

Hiriart es más borgeano que alfonsino,<br />

en cuya tarea no sólo cabe el asombro, la<br />

diversidad de ideas, junto a la vastedad y<br />

riqueza humanísticas, sino que predomina<br />

tam bién un sentimiento fuerte de gratitud.<br />

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