Critica 145 - Revista Crítica
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×<br />
Renato Leduc y la huella<br />
de López Velarde<br />
JUAN LEYVA<br />
Mito y verdad, vida y obra convirtie -<br />
ron a Leduc en un icono de humor, le -<br />
yenda, transgresión y desfachatez que<br />
asustaba a incautos y pudibundos, y<br />
complacía a aquellos que sabían apre -<br />
ciar la ruptura de límites gastada por<br />
un hombre longilíneo, desfajado y rejo -<br />
neador impermeable al patetismo. Des -<br />
de sus recorridos con las tropas de la<br />
Revolución hasta su itinerario como<br />
miembro de una asociación mundial de<br />
periodistas; desde su experiencia del<br />
arrabal hasta la del palacio; desde sus<br />
vínculos con obreros y campesinos has -<br />
ta su amistad con Lara, Frida Kahlo o<br />
el torero “Dominguín”, no dejaba de<br />
sorprenderle la admiración de la multitud<br />
por su obra ni de entusiasmarle<br />
el ejercicio de la provocación (incluso<br />
a costa de la poesía), ya fuera por me -<br />
dio de la risa, la altisonancia o la crítica<br />
al poder instituido. Por eso, un poco an -<br />
tes de morir se sorprendía ante Monsi -<br />
váis: “no sé qué carajos hago en el<br />
Olimpo”.<br />
Era de tal índole que, por ejemplo,<br />
en un solemne foro de poetas —ya se<br />
sabe que abundan— hubiera sido ca -<br />
RENATO LEDUC (ARCHIVO PATRICIA LEDUC)<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
paz de abrir su charla más o menos<br />
así (invento sobre sus huellas): “A to -<br />
do mundo le entusiasma que Octavio<br />
Paz haya escrito un sabio, si algo cho -<br />
cante, tratadito sobre la chingada, cuan -<br />
do es mucho más importante, y está por<br />
hacerse, un ensayo sobre, por ejemplo,<br />
las nalgas, harto más divertidas que la<br />
chingada, creo yo; y en lo que se re -<br />
fie re a usos, tanto o más flexibles que<br />
aquélla. Y si no que lo digan estas fra -<br />
ses: lo trae de nalgas; escribe con las<br />
nalgas; estoy hasta las nalgas; ¡qué ri -<br />
cas nalgas!; está en un lío de nalgas;<br />
ya dio las nalgas; no es más que un<br />
ofre ce-las-nalgas; es nada menos que<br />
la otra nalga del licenciado; se siente<br />
muy nal ga; me daba hasta las nalgas,<br />
pero aho ra me ha de llegar como al<br />
hombro; o, finalmente, en este mun -<br />
do, amigo, sólo hay dos cosas: las nalgas,<br />
y lo demás…”<br />
Claro que la filosofía de las nalgas<br />
nunca ha sido bien vista; por eso, un<br />
día Leduc le dijo a un censor, diccio -<br />
nario en mano, “mire usted, nalga es<br />
cada una de las dos porciones carnosas<br />
situadas donde termina la espalda…”,<br />
en un intento por documentar el linaje<br />
del vocablo.<br />
En Leduc el chiste opaca los procedi -<br />
mientos: fusión de géneros cultos y<br />
populares; rima obscena y bilingüe;<br />
3
4<br />
alejandrinos de pie quebrado, versoli -<br />
brismo. El sarcasmo oculta la lírica; la<br />
risa, todo viso de seriedad; el jue go ali -<br />
via la melancolía. Ése es el temple de<br />
su primer libro, El aula, etc… (1929),<br />
imprescindible para entender la poesía<br />
de aquella década, y una contraparte<br />
festiva de las solemnidades contempo -<br />
ráneas. A pesar de la advertencia inclui -<br />
da (“No haremos obra perdurable. No /<br />
tenemos de la mosca la voluntad te -<br />
naz” [1929]), nunca, ni siquiera hoy,<br />
han faltado críticos que le reprochen<br />
su “falta de seriedad” y disciplina, sus<br />
“salidas de tono” o su aplomo antipoé -<br />
tico. Pero, con todo y los pleitos tras<br />
bambalinas en torno a su inclusión, ya<br />
en Poesía en movimiento (1966) el au -<br />
tor empezó a ser aceptado dentro del<br />
canon, sin olvidar los esfuerzos anteriores<br />
de Maples Arce o Monsiváis.<br />
Así, parecería que a nadie asustan ya<br />
los versos de las Oceánidas a Pro me -<br />
teo, preso esta vez por robar los secre -<br />
tos del placer sexual, en el durante años<br />
prohibido, oculto o vergonzante Prome -<br />
teo sifilítico (traducido al portugués<br />
en 2008):<br />
Desdichado titán, hemos venido<br />
veloces desde el fondo del océano<br />
para tenderte una piadosa mano<br />
en el momento en que te ves jodido.<br />
Relátanos por qué quiso el Cronida<br />
tenerte así, con la cabeza erguida,<br />
con los brazos en cruz y ¡oh, cruel tirano!<br />
con un falo metido por el ano.<br />
Ni estas resonancias del Arcipres te<br />
de Hita:<br />
O como el jubiloso campanero<br />
que con igual fervor mueve el badajo<br />
en la boda, el bautizo y el postrero<br />
instante en que nos vamos al carajo.<br />
Ni finalmente éstas:<br />
Esto mismo afirmaba don Pepe<br />
Marroquín:<br />
no me las den morenas, no valen un<br />
comín,<br />
sólo llegan las rubias, en amor, hasta el<br />
fin…<br />
Aquél, ávido busca las carnes de canela,<br />
aquél busca las negras, y el otro se<br />
desvela<br />
por una flaca y triste y llamada<br />
Manoela…<br />
A propósito de rubias y morenas, de -<br />
cía un profesor que en otras épocas el<br />
prototipo de hembra fogosa era exacta -<br />
mente contrario al de Leduc, de modo<br />
que un día le pregunté a Federico Ál -<br />
varez, en su clase de teoría literaria, en<br />
qué zona de las temperaturas eróticas<br />
nos hallamos cuando una morena se<br />
tiñe de rubia, o viceversa. Luego de un<br />
instante de enjundia meditativa, respon -<br />
dió: “¡Ah, eso es la posmoderni dad…!”
No temía, Leduc, el escándalo; pero<br />
sí, y mucho, la seriedad, porque era<br />
de la estirpe de Rabelais cuando éste<br />
de cía, refiriéndose a los enemigos de<br />
la risa, aquellos hipócritas, aguafiestas<br />
y melancólicos: “¡Atrás, mastines, fuera<br />
de la cantera, lejos de mi sol, frailuchos,<br />
idos al diablo!…” Y así, nuestro autor<br />
no sólo se divertía con la altisonancia<br />
y el albur, sino aun con cándidos alar -<br />
des farmacológicos:<br />
El triste lamentar de Nemoroso<br />
que a Salicio le cuenta sus pesares<br />
Garcilaso me manda y no dilato<br />
en pensar que el autor de estos cantares<br />
no pudo a Nemoroso dar reposo<br />
porque un Salicio no es salicilato.<br />
Siempre en guasa, hasta la Virgen<br />
de Guadalupe posó en sus páginas co -<br />
mo una dulce y vigorosa diva, lo que no<br />
dejó de costarle una quema de libros<br />
allá por tiempos de Miguel Alemán<br />
(¿venganza contra el antirreeleccionis -<br />
mo que él y Piñó Sandoval gastaban<br />
por entonces?):<br />
Anhelantes de sed y de impotencia<br />
en turbias fuentes beberemos ciencia…<br />
¿para qué…?<br />
Si el caramelo que mi boca chupe<br />
será siempre tu nombre: Guadalupe…<br />
Insobornable ante lo solemne, Le -<br />
duc amplió la crítica que ejercía en<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
LEDUC Y FCO. ORTIZ MONASTERIO (ARCHIVO PATRICIA LEDUC)<br />
sus columnas diaristas al ámbito de<br />
los versos, si bien los Catorce poemas<br />
burocráticos y un corrido reacciona -<br />
rio no forman parte de lo mejor de su<br />
escritura:<br />
Algo a cada cual nos da la vida…<br />
Tu marido es cornudo y millonario,<br />
a mí nada me dio… pero eres mía<br />
cual grato complemento a mi salario.<br />
Si con reparos, no dejó de colarse<br />
a la poesía llamada seria, pese a aque -<br />
lla rotunda declaración: “escribir en<br />
5
6<br />
serio es fácil. El chiste es hacerlo en<br />
pitorreo (…) yo admiro más a un ci -<br />
clista acróbata que a uno que sea cam -<br />
peón de carretera”. No sólo publicó<br />
Algunos poemas deliberadamente ro -<br />
mánticos y un prólogo en cierto modo<br />
innecesario, justificándose en que fue -<br />
ron hechos a fin de que se viera su ap -<br />
titud para ese tipo de poesía, sino que<br />
en realidad estaba enamorado al escri -<br />
birlos y versaba a tono de los Veinte<br />
poemas de amor y una canción deses -<br />
perada —muy de moda entre universi -<br />
tarios de la segunda mitad de los<br />
veinte—, todo sin descuidar el toque<br />
humorístico:<br />
Tal vez la quise mucho, pero tal vez la<br />
quiero.<br />
Esta frase te ofrezco, cuyo único pero<br />
es que la dijo antes un autor extranjero.<br />
Con Leduc estamos ante el Mé xico<br />
posrevolucionario, donde empieza a des -<br />
puntar la generación de Frida Kahlo<br />
y se abrirán paso, después, mu jeres co -<br />
mo María Félix (también ami ga del poe -<br />
ta). Al mismo tiempo, estamos ante un<br />
país que ya en 1918 había decepciona -<br />
do a López Velarde en su esperanza<br />
política y de cambio social. Es el país<br />
de la nueva repartición de la riqueza<br />
y de su renovada concentración; el país<br />
machista y misógino, violento y conser -<br />
vador; al mismo tiem po que aquel que<br />
requiere abrirse, aun que sea un poco,<br />
ante las necesidades de su propio mer -<br />
cado y el empuje de nacientes genera -<br />
ciones ilustradas. El país de licenciados<br />
y oratorias, que Le duc rechaza, pese<br />
a ser amigo de Mi guel Alemán y Adol -<br />
fo López Mateos desde la edad prepa -<br />
ratoriana. Por cier to, se ha hablado de<br />
misoginia y homo fobia en Leduc. ¿Có -<br />
mo explicar entonces sus vínculos con<br />
mujeres de todo estilo, o el verdadero<br />
afecto y amistad que le tuvieron Leo -<br />
nora Carrington, María Félix o la pintora<br />
Aurora Reyes (sólo por mencionar<br />
amigas de toda la vi da)?; ¿o su amistad<br />
con Monsiváis y su reconocimiento a No -<br />
vo o, en fin, su admiración por Proust?<br />
Nadie va a ne gar sus bromas y exa -<br />
bruptos (espíritu provocador), pero pa -<br />
rece haber teni do mayor pluralismo que<br />
los defenso res de una corrección po -<br />
lítico-cultural muy de hoy que se cree<br />
ahistórica e impoluta, y a veces no es<br />
más que otra forma de intolerancia y<br />
rigidez o, peor, bandera para escalar<br />
posiciones y ha cerse con prerrogativas<br />
a menudo ex cluyentes.<br />
Es Leduc un poeta adverso al mo -<br />
dernismo y su romanticismo tardío, y<br />
tampoco se apega al posmodernismo<br />
de López Velarde: comparte con el poe -<br />
ta de Jerez un tono jovial e inclusivo,<br />
escéptico e irónico; pero en Leduc la<br />
calle y el arrabal, la ilustración fran -
ce sa de origen paterno, el andar citadi -<br />
no, el baile de salón, la chocarrería<br />
popu lar inundan los sistemas poéticos<br />
pro venientes de la cultura letrada, y<br />
no menos el catolicismo que se les aso -<br />
cia; va en contra de óleos beatíficos y<br />
prin cesas guiñol, faunos de jardinería<br />
o me tafísicas de seminario. Y, más allá<br />
de la poesía, se opone a un México que<br />
re sulta hostil a quien carezca de áni -<br />
mo para acomodarse a la corrupción<br />
y sus circuitos de ineficiencia. El Méxi -<br />
co ra cista e intolerante, reacio al diá -<br />
logo y el respeto a la diferencia. El<br />
México de la alegría corporativista que<br />
Huerta y el estridentismo aplauden y<br />
Leduc ob serva de soslayo y a distancia,<br />
y que nos mantiene atados a la he -<br />
rencia de un intermediarismo caciquil<br />
propio de la nobleza indígena, argama -<br />
sa entre el invasor y los macehuales,<br />
y hoy entre el capital y el paisanaje.<br />
Leduc no se resigna, pero tampo co<br />
se flagela; ríe, critica, es solidario, am -<br />
plía el espacio de la cantina y el bur -<br />
del hasta las esferas de la poesía y la<br />
diplomacia: como escribió Iduarte (ci -<br />
tando a Bassols), pese a ser un bohemio<br />
incurable, era el primero en llegar a su<br />
oficina —la pagaduría de Hacienda en<br />
París— para que todos tuvieran su che -<br />
que a tiempo, en aquellos años de as -<br />
censo fascista y todavía unos me ses<br />
luego de la ocupación alemana (antes<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
de irse a Bruselas y más tarde empren -<br />
der la retirada a Lisboa). También era<br />
capaz de frenar las riñas más violentas<br />
e incluso convertir en amigos a fatuos<br />
púgiles de cuadrilátero escolar.<br />
Se trata de una jovialidad igua lato -<br />
ria que viene de lejos, de la heren cia<br />
paterna y el relativismo milenario y cam -<br />
pesino en scorzo rabelesiano, pe ro tam -<br />
bién de la vida en vecindad y la noción<br />
abierta del otro, por más di verso que<br />
fuera; de la tropa y el baile, de la fiesta<br />
y el aula, de la guerra y la oficina,<br />
de Tlaxcala y París (madre y abuelo).<br />
La antisolemnidad de El aula… brilla -<br />
rá en Breve glosa al Libro de buen<br />
amor, con cierta burla de la poesía pu -<br />
ra (que el autor conocía bien), y en -<br />
lazará los barrios urbanos con la risa<br />
medieval, luego de un intermedio re -<br />
luctante (Algunos poemas…) y otro obs -<br />
ceno (Prometeo…). Por último vendrían<br />
las XV fabulillas… y los Catorce poemas<br />
burocráticos y un corrido reaccio -<br />
nario para solaz y esparcimiento de<br />
las clases económicamente débiles.<br />
[Ramón López Velarde: poeta de sol y<br />
de sombra], el ensayo de Leduc que aquí<br />
publicamos, es una conferencia dada<br />
en Columbia University en noviembre<br />
de 1941. El poeta había llegado a Nue -<br />
va York un par de meses antes en com -<br />
pañía de Leonora Carrington, huyendo<br />
7
LEDUC Y FCO. ORTIZ MONASTERIO (ARCHIVO PATRICIA LEDUC)<br />
8<br />
de la situación precaria y peligrosa que<br />
cundía en Europa. La historia ha sido<br />
contada, pero recordemos que la pa -<br />
reja se había casado en Lisboa como<br />
solución ante la dificultad para actua -<br />
lizar la visa de la pintora y la lentitud<br />
de los arreglos para embarcarse (Leduc<br />
incluso había escrito a Miguel Alemán,<br />
entonces secretario de Gobernación, pa -<br />
ra tratar de ayudarla, mas la respuesta<br />
nunca llegó). No del todo a disgusto<br />
pese a la circunstancia, vivieron unos<br />
meses en Nueva York y finalmente lle -<br />
garon a México, donde el poeta iba a<br />
iniciarse en el oficio de periodista, que<br />
hasta entonces sólo había ejercido de<br />
forma incidental.<br />
Habían sido recibidos en Manhattan<br />
por Andrés Iduarte, muy ligado a esa<br />
universidad y organizador de encuentros<br />
entre hispanohablantes y la comunidad<br />
local. Ambos mexicanos se conocían<br />
desde los veinte, y cuando Iduarte se<br />
marchó a España sostuvie ron corres -<br />
pondencia para, más tarde, encontrar -<br />
se en París. En sus Semblan zas Iduarte<br />
dedica una a Leduc y men ciona la con -<br />
ferencia, extraviada por décadas entre<br />
los papeles de este último, admirador<br />
del jerezano, a quien se refería como<br />
su maestro. La huella de López Velar -<br />
de es clara en la “Oda a la ciudad” y<br />
en otros poemas (“¿Quién no insinuó<br />
a su prima con violetas / u otra flor,<br />
esperanzas tan concretas / cual dormir<br />
una noche entre sus tetas?”), pero, ade -<br />
más, en 1921 Leduc estuvo inscrito en<br />
Literatura Castellana, ma teria que el<br />
poeta de Jerez empezó a impartir ese<br />
año (murió al poco, no en noviembre,<br />
como recordaba Leduc, si no en junio,<br />
y no era el único en im partirla).<br />
La carrera universitaria de ambos só -<br />
lo pudo cruzarse en 1921. Leduc ingre -<br />
só a las aulas de la Preparatoria en<br />
1911, como oyente, a una clase de ma -<br />
temáticas, pero sus estudios formales
de bachillerato van de 1919 a 1925<br />
(andanzas, trabajo, primer matrimonio<br />
y dificultades económicas hicieron que<br />
de 1923 a 1925 aprobara materias re -<br />
zagadas); y cerró su trayectoria en oc -<br />
tubre de 1936, a casi dos años de<br />
vivir en Francia (luego de pasar de la<br />
carre ra de Economía a Derecho sin<br />
concluir la). López Velarde recibió su<br />
primer nombramiento en la Nacional<br />
Prepara toria con el “2º Curso de Lite -<br />
ratura” en 1914. Y las únicas dos ma -<br />
terias de literatura cursadas por Leduc<br />
son de 1921 (hay otras de lengua cas -<br />
tellana, además de latín, italiano, inglés<br />
y fran cés, pero no de literatura). La cla -<br />
se de López Velarde cuyo título figura<br />
en el certificado de Leduc se inicia en<br />
mar zo y termina en junio, con su muer -<br />
te, de manera que hay sólo cuatro me -<br />
ses para el encuentro. (Inimaginable que<br />
Leduc hubiera ido de oyente a alguna<br />
clase previa del zacatecano, con los de -<br />
beres y distracciones que tenía de sobra;<br />
de hecho, la mayor parte del tiempo<br />
parece haber estado inscrito en la Pre -<br />
paratoria Libre, modalidad creada en -<br />
tre 1917 y 1918 para resistir la política<br />
carrancista en torno a la Universidad<br />
e inicio de una lucha que desembocaría<br />
en la autonomía diez años más tarde.)<br />
Además de lo que sugiere la confe -<br />
rencia, una declaración de Leduc señala<br />
aquel contacto: “mire usted, López Ve -<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
larde fue mi maestro de literatura, y<br />
López Velarde decía que le debía mu -<br />
cho a Aguascalientes, que él se sentía de<br />
allá, porque allí hizo su bachillerato…”<br />
Sin embargo, hasta ahora es difí cil pro -<br />
barlo: tanto en la modalidad libre como<br />
en la convencional había dos cur sos de<br />
lengua y uno de literatura caste llanas,<br />
más uno de literatura “General”, pero<br />
no he hallado a Leduc en las actas de<br />
exámenes ni en las listas de inscripción<br />
de Castellana, como figura en su certificado,<br />
mientras que en el papeleo de<br />
López Velarde un día se escribe Len -<br />
gua y Literatura Castellana como una<br />
sola materia y otro como dos distintas,<br />
e incluso como Literatura Es pañola (así<br />
la recordaba Villaurrutia, que, a sus<br />
15 años y habiendo leído Zozobra, en<br />
compañía de Novo se aso maba por ahí<br />
para esperar a la salida de clase al pro -<br />
fesor). Habría posibilita do el encuentro<br />
una transferencia súbi ta del jerezano<br />
de la Facultad de Altos Estudios a la<br />
Nacional Preparatoria, de bida a dos<br />
causas: grupos saturados para esa ma -<br />
teria en la Preparatoria, y cero alumnos<br />
en Literatura Mexicana e Hispano-Ame -<br />
ricana, que tenía asignada en Altos<br />
Estudios. En su conferencia Leduc dice<br />
que las clases de López Velarde eran<br />
aburridas, según “la mayoría de sus jó -<br />
venes alumnos”. ¿No concordaba o no<br />
había sido testigo?<br />
9
10<br />
Por entonces, el autor jerezano goza -<br />
ba ya de cierta fama gracias a La sangre<br />
devota (1916) y Zozobra (1919);<br />
y su temprano éxito había llegado in -<br />
cluso a convertirlo en objeto de parodia<br />
en la revista estudiantil San-Ev-Ank<br />
(1918), fundada y dirigida por Luis En -<br />
rique Erro (y redactada en parte por<br />
algunos de quienes iban a ser los Con -<br />
temporáneos):<br />
Como los oradores pueblerinos<br />
a vosotras, también, gatas eclécticas,<br />
gala de mis destinos,<br />
llegan mis estrofas irrevocables.<br />
Usáis de la paciencia a cada paso,<br />
gatas anónimas y es cuando el “niño”<br />
con desprecio cursi pide un pedazo<br />
de salchicha o un beefsteak a la parrilla<br />
en bisoño pambazo…<br />
De modo que Leduc pudo haber vis -<br />
to en persona a López Velarde sa bien -<br />
do ya de sus libros, y haberlo oído en<br />
charla casual (no sólo en clase), pe ro<br />
el magisterio sería una combinación de<br />
la breve experiencia escolar, el im pac -<br />
to de la muerte de un profesor jo ven<br />
y famoso (sin siquiera concluir el curso),<br />
y la inmediata aparición en la revista<br />
El Maestro de “La Suave Pa tria” (más<br />
próxima a su temperamento que las dos<br />
primeras obras): “Oda a la ciudad”,<br />
de El aula…, muestra una temprana<br />
lectura del poema y, pese a lo dicho, ha -<br />
bría sido el prime ro de su autor leído<br />
por Leduc. La ex periencia de contacto,<br />
incluso precaria, se habría tornado<br />
relevante.<br />
Leduc no escribía crítica literaria y<br />
seguramente no pensó en publicar la<br />
conferencia, de la que se conservan dos<br />
versiones, una inconclusa y con introducción<br />
alusiva al contexto político y<br />
de guerra. Agradecemos a su hija Pa -<br />
tricia la autorización para publicar la<br />
versión acabada. El autor suprimió<br />
aquella página inicial; nosotros añadimos<br />
palabras suyas a manera de título.<br />
Ramón López Velarde:<br />
poeta de sol y de sombra<br />
RENATO LEDUC<br />
Un día —no recuerdo ya si claro o bru -<br />
moso—, un día del melancólico mes<br />
de noviembre del año 1921, los perso -<br />
najes más eminentes de la vieja Univer -<br />
sidad de México vistieron traje de luto<br />
para acompañar al cementerio los des -<br />
pojos de un joven catedrático de entre<br />
ellos que acababa de morir, angustiosamente,<br />
en el seno de la santa madre<br />
iglesia.<br />
El catedrático difunto, que en vida
se llamó Ramón López Velarde, había<br />
nacido treinta y tres años antes —en<br />
1888— en el corazón de la República<br />
Mexicana, en un pueblecito del Esta -<br />
do de Zacatecas, llamado Jerez, famo -<br />
so en todos aquellos contornos por la<br />
opulencia de sus rosales y por la hermo -<br />
sura cándida y fuerte de sus mujeres.<br />
El catedrático difunto había nacido<br />
y había crecido en la paz, mitad campesina,<br />
mitad pequeño-burguesa de que<br />
disfrutaba en México la clase media pro -<br />
vinciana de fines del siglo pasado y<br />
principios del presente.<br />
Hijo de una familia honesta, católica<br />
y tradicionalista; robusto de cuerpo<br />
y limpio y, en apariencia, un tanto sim -<br />
ple de espíritu —en alguno de sus poemas<br />
declara que era entonces “yo<br />
seminarista sin Baudelaire, sin rima y<br />
sin olfato”; robusto de cuerpo y limpio<br />
de corazón, Ramón López Velarde lle -<br />
gó a la adolescencia con el alma henchida<br />
ya por los gérmenes que más<br />
tarde, fermentando, habían de dar tan<br />
peculiar aroma a su poesía; llegó a la<br />
pubertad con el alma henchida de in -<br />
sondables dudas metafísicas y de graves<br />
crepúsculos cuaresmales y con la<br />
carne atenazada por impetuosas urgen -<br />
cias varoniles.<br />
“Eres un lampo —dice a una de sus<br />
amadas imaginarias—, eres un lampo<br />
ante las fauces lóbregas de mi apetito”.<br />
Y luego, más concretamente: “Yo era<br />
rapaz y Agueda que tejía mansa y per -<br />
severante en el sonoro / corredor, me<br />
causaba / calosfríos ignotos / (Creo que<br />
hasta le debo la costumbre —heroicamente<br />
insana de hablar solo).”<br />
Y el pobre adolescente, como por lo<br />
demás todos los pobres adolescentes<br />
de su época, tenía, en efecto, que con -<br />
formarse con hablar solo o, cuando más,<br />
con las piedras de la calle, porque la<br />
vida del México de aquellos días y, so -<br />
bre todo, la vida de la provincia mexi -<br />
cana de aquellos días, estrecha, mojigata<br />
y asustadiza, no le ofrecía ni podía ofre -<br />
cerle la amable medicina que, por lo<br />
11
12<br />
común, calma el género de ardor que<br />
padecen los adolescentes; pues sin la<br />
aquiescencia parroquial, sin el matrimonio<br />
—albur audaz— las decantadas<br />
doncellas provincianas, aquellas vírge -<br />
nes hoscas y suaves, detentoras de “se -<br />
xos como sañudos escorpiones” eran<br />
punto menos que inexpugnable para los<br />
jóvenes coetáneos de López Velarde.<br />
Pero mientras la generalidad de sus<br />
jóvenes coetáneos, de extracción ordi -<br />
naria, encontraban con más o menos<br />
facilidad el sucedáneo de la medicina<br />
susodicha en el alcohol, en el matrimo -<br />
nio prematuro, en la carambola a tres<br />
bandas o en los sórdidos lupanares del<br />
lugar, la sensibilidad mórbida de Ra -<br />
món, refrenada por una incurable timi -<br />
dez y por un gratuito sentido de culpa -<br />
bilidad ante el simple deseo, destilaba<br />
ya las estrofas quejumbrosas de La san -<br />
gre devota, su primer libro: “Ser una<br />
casta pequeñez…”<br />
O bien:<br />
¿Imaginas acaso<br />
mi amargura impotente?<br />
O la suplicante Epístola a su inolvi -<br />
dable Fuensanta:<br />
Yo no sé si estoy triste por el alma<br />
de mis fieles difuntos<br />
o porque nuestros mustios corazones<br />
nunca estarán sobre la tierra juntos.<br />
O el melancólico frenesí de:<br />
Y pensar que pudimos<br />
enlazar nuestras manos<br />
(…)<br />
Y pensar que pudimos<br />
en una onda secreta<br />
de embriaguez, deslizarnos,<br />
valsando un vals sin fin, por el planeta...<br />
Podemos creer que el arte —y con<br />
el arte la poesía— es un don de la di -<br />
vinidad; podemos decir que es un re -<br />
sultado o producto de fuerzas físicas,<br />
fisiológicas, psicológicas, sociales, eco -<br />
nómicas o, incluso, metereológicas; po -<br />
demos afirmar que la poesía es o debe<br />
ser la expresión de la razón pura o de<br />
la voluntad creadora o bien de los im -<br />
pulsos irreflexivos que bullen en la sub -<br />
conciencia. Puede uno tener sobre la<br />
poesía, como sobre todas las cosas de<br />
este mundo, una opinión modesta o pre -<br />
tenciosa, pero casi resulta obvio suponer<br />
que siendo la poesía una de tantas ma -<br />
nifestaciones de la personalidad huma -<br />
na, debe estar, forzosamente tiene que<br />
estar influida, entre otras cosas, por las<br />
condiciones de vida del individuo, como<br />
—perdóneseme lo sobado del símil— la<br />
nota musical está condicionada, entre<br />
otras cosas, por la calidad del instrumento<br />
que la emite.<br />
Y tampoco cabe dudar que, en las<br />
voces que el instrumento hombre emi -<br />
te, tiene mucho que ver el funcionamiento<br />
normal o irregular de las vís-
ceras, pues no reacciona lo mismo un<br />
hombre rebosante de salud que un hom -<br />
bre —poeta o no— que padece un dolor<br />
de muelas o que tiene el hígado congestionado.<br />
Ahora bien, resulta que en la primera<br />
década de este siglo en que, precisamen -<br />
te, Ramón López Velarde sufría los ine -<br />
ludibles ahogos de la pubertad, la vida<br />
de México estaba regida por la mano pa -<br />
ternal y ya suficientemente ca llosa o en -<br />
callecida del viejo dictador Porfirio Díaz.<br />
El viejo dictador había sido héroe<br />
de las guerras de Intervención y Refor -<br />
ma, había militado bajo el presidente<br />
Juárez en las filas del Partido Liberal<br />
que es tanto como decir que el viejo<br />
dictador era, si no precisamente enemigo<br />
personal de dios, sí, por lo menos,<br />
enemigo jurado de los ministros de dios<br />
sobre la Tierra.<br />
Pero es de sabios —reza el refrán—<br />
cambiar de opinión y tal vez por eso<br />
los dictadores de la América española<br />
han manifestado siempre una pasmosa<br />
facilidad para mudar de convicciones<br />
o, como dice gráficamente el pueblo de<br />
México, para voltear chaqueta.<br />
Por otra parte, los dictadores de la<br />
América española tienen, por lo común,<br />
un lado flaco: las mujeres o, si ustedes<br />
prefieren, la mujer, que a veces, cuan -<br />
do le da por colaborar con ellos, les re -<br />
sulta mujer fatal. (Parece que el ochen ta<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
por ciento de la incontestable fuerza po -<br />
lítica de Hitler le viene de que en sus de -<br />
cisiones nada tienen que ver las señoras.)<br />
Y así fue como por alguna de las dos<br />
razones apuntadas —señoras, cambio de<br />
chaqueta—, o por ambas a la vez, el an -<br />
tiguo perseguidor de curas permi tió que<br />
en las postrimerías de su gobier no los<br />
curas, abierta o solapadamente, dirigie -<br />
ran las conciencias de los mexicanos.<br />
Y como el clero católico conoce, des -<br />
de mucho tiempo antes que el doctor<br />
Goebels, los frutos que se recogen de<br />
una propaganda eficaz y no desaprovecha<br />
en un ápice las oportunidades que<br />
se le ofrecen, con la amable complicidad<br />
de las distinguidas damas del régimen,<br />
aprovechó admirablemente su posición<br />
para sembrar, en las ingenuas concien -<br />
cias que le estaban confiadas, un santo<br />
horror al pecado, advirtiendo que el pe -<br />
cado en aquellos días iba des de mirar<br />
al soslayo a una mujer hasta murmurar<br />
del gobierno y sus satélites.<br />
Y como, además, por aquellos días<br />
no se habían descubierto aun las mara -<br />
villosas propiedades terapéuticas de los<br />
arsenicales, el alma cándida y temero -<br />
sa de los jóvenes católicos de la época<br />
oscilaba como un péndulo entre el su -<br />
sodicho santo horror al pecado y al in -<br />
fierno y el horror, no menos santo pero<br />
mucho más concreto, a la sífilis y al<br />
hospital.<br />
13
14<br />
De manera es que conforme aquel<br />
adolescente salido del Seminario y nu -<br />
trido de Biblia y Teología —Ramón Ló -<br />
pez Velarde fue, parece, un estudiante<br />
de teología fracasado— se iba haciendo<br />
hombre; conforme aquel adolescente<br />
que llevaba “un encono de hormigas en<br />
las venas voraces” iba acrecentando<br />
su “experiencia licenciosa y fúnebre”<br />
el conflicto entre su “sangre briosa” y<br />
su “conciencia mojada por el hisopo”<br />
se iba haciendo más y más dramático<br />
y el deseo, poderoso pero refrenado o<br />
mal satisfecho, le iba volviendo la voz<br />
más ronca, más opaca y más entrecor -<br />
tada y desde entonces sus poemas tras -<br />
cienden un erotismo fúnebre, a veces<br />
macabro, gemelo del de Baudelaire;<br />
y si no, oídlo:<br />
No soy más que una nave de parroquia<br />
en penuria,<br />
nave en que se celebran eternos funerales…<br />
*<br />
Soy el mendigo cósmico y mi inopia es<br />
la suma<br />
de todos los voraces ayunos pordioseros<br />
(...)<br />
Prosigue descubriendo mi pupila famélica<br />
más panes y más lindas mujeres...<br />
*<br />
Mi única virtud es sentirme desollado<br />
en el templo y en la calle, en la alcoba<br />
y en el prado.<br />
*<br />
Para volar a ti le dio su vuelo<br />
el Espíritu Santo a mi esqueleto.<br />
Y así por el estilo, como un campo -<br />
santo, toda su poesía está sembrada<br />
de estas cruces y estelas funerarias.<br />
To da su poesía está iluminada por la<br />
luz ce nicienta de los relámpagos que<br />
produce el choque continuo de las<br />
electricidades contrarias que sacudían<br />
dolorosamente a este espíritu raro y<br />
tenebroso.<br />
Xavier Villaurrutia, el más atento de<br />
sus comentadores y el que indudablemente<br />
lo ha entendido mejor, dice de<br />
López Velarde: “Bien pronto se dio<br />
cuenta de que en su mundo interior se<br />
abrazaban en una lucha incesante, en<br />
un conflicto evidente, dos vidas enemi -<br />
gas, y con ellas, dos aspiraciones extre -
mas que imantándolo con igual fuerza<br />
lo ponían fuera de sí.<br />
”Con una lucidez magnífica, comprendió<br />
que su vida eran dos vidas. Y<br />
esta aguda conciencia, an te la fuerza<br />
misma de las vidas opuestas que dentro<br />
de él se agitaban, fue lo bastante<br />
clara para dejarlas convivir y, por fortuna,<br />
no lo llevó a la mutilación de una<br />
de ellas a fin de lograr, como lo hizo<br />
Amado Nervo, una coherencia simplis -<br />
ta y, al fin de cuentas, una serenidad<br />
vacía.”<br />
Y más adelante, en su sagaz estudio<br />
sobre López Velarde, nos explica<br />
Villaurrutia cómo este poeta (que, se -<br />
gún confesión propia, nada pudo enten -<br />
der ni sentir sino a través de la mujer),<br />
sin renunciar a su religiosidad ni a su<br />
erotismo, logró al fin conciliarlos me -<br />
diante la fórmula dichosa de los paraí -<br />
sos mahometanos, cuando nos refiere<br />
que “gasto mis talentos en la lucha de<br />
la Arabia feliz con Galilea”, o cuando<br />
declara que es<br />
…árabe sin cuitas<br />
que siempre está de vuelta de la cruel<br />
continencia<br />
del desierto y que en medio de un júbilo<br />
de huríes,<br />
las halla a todas bellas y a todas favoritas.<br />
Como Góngora, que es sin duda su<br />
muy próximo ancestro poético, Ramón<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
López Velarde es poeta de luz y de<br />
sombra o, para valernos de un símil<br />
de tauromaquia, es poeta de sol y de<br />
sombra. Como Góngora, tiene un as -<br />
pecto claro y soleado. Como un circo<br />
taurino, tiene un tendido de sol al al -<br />
cance de todas las fortunas, que es el<br />
que sus imitadores han invadido y han<br />
difundido a tal punto que, a estas ho -<br />
ras, López Velarde es en México lo que<br />
seguramente jamás imaginó ni pretendió<br />
ser: un poeta popular. Esta sección<br />
accesible y clara de su obra la constituyen<br />
particularmente sus cantos fervorosos<br />
a la provincia, tema o motivo<br />
que, como lo hace notar don Federico<br />
de Onís, se extiende a veces hasta abar -<br />
car la patria mexicana. López Velar de<br />
es ya un poeta popular e, incluso, no ha<br />
faltado quien descubra profecías políticas<br />
o programas económicos a seguir<br />
en ciertos y determinados pasajes de su<br />
obra, tales como el famoso dístico de<br />
La suave Patria:<br />
El Niño Dios te escrituró un establo<br />
y los veneros de petróleo el diablo.<br />
Pero seguramente no será esta par -<br />
te de su obra, en la que los mexicanos<br />
hemos querido ver la expresión del alma<br />
nacional, la que un día quizá coloque<br />
su poesía al lado de la poesía universal,<br />
torturada y desoladoramente huma -<br />
na de Baudelaire.<br />
15
16<br />
Pero decía yo antes, Ramón López<br />
Velarde ofrece también un tendido de<br />
sombra al que no entra todo mundo;<br />
Ramón López Velarde tiene también<br />
una vertiente escarpada, abstrusa y por<br />
momentos estrafalaria que lectores po -<br />
co atentos le perdonan como una hu -<br />
morada y por la que pasan como sobre<br />
ascuas. Y a quienes logran penetrar allí,<br />
al tendido de sombra, el poeta ofrece<br />
un espectáculo bizarro, mitad orgía mi -<br />
tad misa negra de una tenebrosa y sin -<br />
gular belleza.<br />
En el prólogo de una pequeña edición<br />
de las Soledades, Antonio Marichalar,<br />
si mal no recuerdo, explica la creación<br />
del lenguaje gongorino como la necesidad,<br />
en determinadas épocas y en de -<br />
terminados medios, de comunicar o<br />
expresar ideas o sentimientos cuya di -<br />
fusión se juzga peligrosa o inconvenien -<br />
te; la necesidad de expresar, por medio<br />
de metáforas o alegorías más o menos<br />
oscuras, aquellas cosas que por decen -<br />
cia, temor u otra consideración análoga,<br />
no es permitido llamar por sus nombres.<br />
Necesidad en cierto modo semejante<br />
a la que ha dado origen así al lenguaje<br />
esotérico de ciertas religiones como<br />
el argot o jerigonza, caló o slang de los<br />
merceros, truhanes, gitanos, pordiose -<br />
ros, gangsters y demás clases peligrosas<br />
de la sociedad.<br />
Xavier Villaurrutia, a quien antes ci -<br />
té, se pregunta si la oscuridad de ex -<br />
presión de López Velarde fue voluntad<br />
de exactitud o simple deseo de singularizarse;<br />
si las metáforas de su poesía<br />
son rebuscadas o inevitables.<br />
Tal vez haya lo uno y lo otro. Tal vez<br />
para aquel espíritu impregnado de la<br />
suntuosa liturgia eclesiástica era co -<br />
rriente e inevitable esa manera, digamos<br />
ornamental, de expresar los sentimientos<br />
más inconsútiles.<br />
Tal vez ese espíritu que nunca perdió<br />
su limpia candidez aldeana em -<br />
pleaba, sin quererlo, el ingenuo y un<br />
poco atolondrado truco que todos he -<br />
mos empleado cuando, adolescentes,<br />
intentábamos seducir a la primera no -<br />
via hablándole de la luna y de las<br />
estrellas. Tal vez el horror de López<br />
Velarde al lugar común y la metáfora<br />
gastada venía sencillamente de que no<br />
olvidó nunca aquella breve y aguda<br />
lección de Juan Ramón Jiménez que<br />
reza: el primero que dijo que las perlas<br />
eran lágrimas fue un genio y el<br />
último que lo repite es un idiota. O tal<br />
vez, como ocurre frecuentemente, no<br />
se trata en este caso tanto de la oscuridad<br />
del artista cuanto de la miopía o<br />
descuido de los espectadores, pues re -<br />
sulta que muchos de sus adjetivos —que<br />
según alguno de sus panegiristas ten -<br />
drían “coroza y vela verde en un auto
de fe”— resultan, examinados de cer -<br />
ca, de una pasmosa precisión. Por<br />
ejemplo: estamos acostumbrados a oír<br />
decir de la humanidad —con inicial ma -<br />
yúscula o minúscula— que es buena,<br />
mala, feliz, desdichada, perecedera, in -<br />
mortal, divina y, hasta humana; pero<br />
de pronto abrimos un libro de López<br />
Velarde y nos encontramos allí una hu -<br />
manidad giratoria, y este calificativo,<br />
para la humanidad, nos parece absurdo<br />
pero gracioso, y cerramos los ojos y<br />
vemos una multitud de hombrecillos que<br />
giran como peonzas o trompos de colo -<br />
res. Y la imagen chusca nos hace sonreír<br />
y estamos ya a punto de perdonar<br />
al poeta la bizarría de su imaginación,<br />
cuando caemos en la cuenta de que la<br />
humanidad —con mayúscula o sin ella—<br />
ha vivido y vive y está condenada a vi -<br />
vir sobre la faz de la Tierra —planeta<br />
doblemente giratorio— y que, por lo<br />
tanto, la humanidad podrá corregirse<br />
o empeorar, podrá reír o llorar, podrá<br />
vivificarse o perecer, pero mientras no<br />
cambie de planeta estará condenada a<br />
girar por los siglos de los siglos y, por<br />
consiguiente, la única calidad o cualidad<br />
imprescriptible de la humanidad es su<br />
calidad o cualidad giratoria.<br />
El adjetivo, la metáfora, la alegoría<br />
velardeana podrán ser rebuscados e<br />
inevitables, su poesía podrá ser barro -<br />
ca, ininteligible y aun absurda, pero en<br />
todo caso es de una plasticidad casi tan -<br />
gible y de un poder de sugerencia que<br />
es muy difícil superar.<br />
Señores y señoras: sé del amor que<br />
en este país, los Estados Unidos, se tie -<br />
ne a las estadísticas, incluso a las es -<br />
tadísticas poéticas; el dato preciso, y<br />
hubiera querido dar a ustedes pormenores<br />
más concretos, más exactos, más<br />
precisos acerca de la vida y de la obra<br />
de este poeta que es, a no dudarlo, el<br />
más fino y el más hondo de los poetas<br />
mexicanos del presente siglo. Quisiera<br />
decir a ustedes, por ejemplo, el nombre<br />
del cura que lo bautizó y la hora exacta<br />
17
18<br />
de su muerte; quisiera decir a ustedes<br />
el tiro de cada una de las ediciones de<br />
sus libros y el número de ejemplares<br />
vendidos; quisiera decirles la marca y<br />
el precio de los amplios sombreros ne -<br />
gros que usaba y, aunque no estoy se -<br />
guro de que en Wall Street se cotice<br />
el viejo doblón español, quisiera decir<br />
a ustedes el equivalente en dólares de<br />
los doblones a que alude en su poema<br />
dístico a Tórtola Valencia, pero des -<br />
graciadamente hace años ando rodando<br />
por el mundo, desconectado de mi<br />
país y el recuerdo de Ramón López Ve -<br />
larde se me ha vuelto un recuerdo rigu -<br />
rosamente poético, esto es, nebuloso,<br />
flotante y ya muy deshilvanado.<br />
Sólo puedo decirles que era catedrá -<br />
tico de literatura en la Escuela Nacional<br />
Preparatoria de México, que la mayoría<br />
de sus jóvenes alumnos se quejaban de<br />
que su tono divagado y ausente hacía<br />
sus clases muy aburridas. Escribió tres<br />
libros de poemas: La sangre devota, Zo -<br />
zobra y El son del corazón, este último<br />
publicado después de su muerte.<br />
Escribió, además, una serie de peque -<br />
ños ensayos que publicó con el nombre<br />
de Minutero, cuyo tono recuerda,<br />
por momentos, a Baltazar Gracián.<br />
Y, coincidencia curiosa, dos de sus<br />
poemas llevan por título sendas cifras.<br />
Uno de los más inquietantes poemas<br />
de Zozobra se llama “Día 13”, día al<br />
que él llama “temerosa fecha” y Ramón<br />
López Velarde murió el 13 de noviem -<br />
bre. Uno de los poemas de El son del<br />
corazón se llama “Treinta y tres” y en<br />
él dice: “No tengo miedo de morir, /<br />
porque probé de todo un poco…” * Aho -<br />
ra bien, Ramón López Velarde murió<br />
exactamente cuando tenía 33 años y,<br />
para fortuna suya y de su poesía, dudo<br />
mucho que haya probado de todo un<br />
poco.<br />
Nueva York, nov. 1941<br />
* Por hallarse Renato Leduc en el ex tran -<br />
jero, es probable que citara de memoria los<br />
versos de López Velarde, como parece que<br />
ocurre a lo largo de la conferencia. Pero tam -<br />
bién es posible que la transcripción fuese la<br />
causante de los yerros. Aquí, como es evidente,<br />
los versos referidos no corresponden<br />
a “Treinta y tres” sino a “Gavota”. De todos<br />
modos, las lagunas o los equívocos han sido<br />
subsanados. (N. del E.)
La memoria inconforme<br />
LUIS VICENTE DE AGUINAGA<br />
Casi tan original como inventar el agua<br />
tibia es proclamar que todo lector de<br />
poesía es, en tanto sujeto, el espacio<br />
donde se dan cita, enriqueciéndose, un<br />
texto leído en el presente y muchos<br />
otros leídos —recordados, oídos, com -<br />
prendidos— en el pasado. No hacen<br />
otra cosa, en realidad, los aficionados<br />
a la música, la pintura o el cine: per -<br />
cibir, en la obra que se oye o se ve,<br />
no sólo un tema ya expresado en por<br />
lo menos otra obra, sino igualmente una<br />
técnica, un ritmo y una tonalidad emo -<br />
cional que, aunque indispensables para<br />
entender la obra en cuestión, proceden<br />
o se asemejan a los de obras anterio -<br />
res. Esto, que por lo tanto es aplicable<br />
a cualquier experiencia de recepción<br />
artística, le da sustento y razón de ser<br />
a toda tradición. Las tradiciones, en con -<br />
secuencia, son fenómenos que, nutridos<br />
en la comunidad, incluso en la co lec -<br />
tividad, sólo adquieren forma cuando<br />
acceden a una subjetividad y, al acce -<br />
der a ella, colaboran en su plural e in -<br />
cansable configuración.<br />
Circunstancia personal y tradición<br />
colectiva, en este sentido, al reconocer -<br />
se como polos de una misma esfera,<br />
posibilitan la tensión interior de toda<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
identidad, que va de lo uno a lo diverso<br />
de la misma forma que un lector de<br />
poemas oye, mientras lee un poema,<br />
las voces de otros poetas, y deja inclu -<br />
so el poemario que leía en un principio<br />
con tal ir en busca de aquellos libros<br />
en que le parece recordar que había<br />
escuchado resonancias anticipadas del<br />
presente. Leer poesía es, por ello, ex -<br />
ponerse a una tormenta de premonicio -<br />
nes, a un flujo de intuiciones que se<br />
verán confirmadas o descartadas en<br />
cuanto el poema de referencia llegue<br />
o no a saberse reconocido en la biblio -<br />
teca de quien está leyéndolo. Desde<br />
luego, no tiene sentido afirmar que se -<br />
mejante vaivén de un texto a otro sea ex -<br />
clusivo de la lírica, o sea de su lectura,<br />
pero es un hecho que la poesía, más que<br />
ninguna otra especie literaria, exige ser<br />
leída frase por frase, verso por verso,<br />
sílaba por sílaba, de modo que su cono -<br />
cimiento implica recorridos más breves<br />
y pausas más frecuentes que, por ejem -<br />
plo, el de un párrafo de nove la, un ar -<br />
tículo de prensa o una escena dramática.<br />
En esas pausas caben, a manera de reme -<br />
moraciones casi siem pre involuntarias,<br />
galaxias enteras de poemas vagamente<br />
recordados o perfectamente conocidos.<br />
En las notas que siguen he que -<br />
rido reproducir mi experiencia como<br />
lector de cuatro poetas mexicanos. No<br />
intento cerrar un círculo de poetas “im -<br />
19
20<br />
portantes” ni busco postular a mis favo -<br />
ritos. Tampoco aspiro a recorrer sus<br />
obras exhaustivamente —no aquí, en to -<br />
do caso— ni a fijar sus versos con alfi -<br />
leres, como harían ciertos aspirantes a<br />
entomólogos. Ya que no puedo ver en<br />
sus poemas otra cosa que la reacción<br />
que han suscitado en mí, en consecuen -<br />
cia tampoco logro hacer de mis apun -<br />
tes a propósito de sus libros otra cosa<br />
que la materialización de una lectura<br />
en episodios: la lectura o inspección<br />
que hago de mi propia conciencia poé -<br />
tica, de mis dudas y convicciones, de<br />
mis fidelidades y cambios de bandera,<br />
siempre que tal cosa pueda existir en<br />
un lector no como un sucedáneo de la<br />
conciencia poética del autor leído, sino<br />
como una modalidad autónoma de pen -<br />
samiento.<br />
Leyendo a David Huerta, Raúl<br />
Bañuelos, Jorge Esquinca y Javier Sici -<br />
lia (quiero decir: leyéndolos por escri -<br />
to) me parece ver cómo se acentúa en<br />
cada uno de los cuatro alguna opera -<br />
ción o facultad específica. En la poesía<br />
de Huerta el acento recae, por así de -<br />
cirlo, en el plano sensorial más arcai -<br />
co de toda percepción, de modo que<br />
sus poemas van apareciendo ante quien<br />
los lee bajo una luz como de irraciona -<br />
lismo caótico. Ninguna figura le resulta<br />
más propia que la sinestesia. La<br />
poesía de Bañuelos, en cambio, parece<br />
gobernada por el retruécano: sus poemas<br />
tienden a ordenarse alrededor de<br />
un punto de flexión o articulación rítmica<br />
entre la observación directa de la<br />
realidad y la expresión conceptual abs -<br />
tracta. Esquinca, más que decir o can -<br />
tar, parece orar: en su obra la poesía<br />
toma la forma de un sistema de creen -<br />
cias, casi la de una religión, y se diría<br />
que su propósito es la restauración de<br />
los antiguos ritos órficos. Por ello mis -<br />
mo es importante notar cómo, a lo largo<br />
de los años, Esquinca ha ido ejercien -<br />
do, en sus propios poemas, cada vez<br />
más la función del oferente, del que<br />
presenta una ofrenda, y cada vez me -<br />
nos la del sacerdote o custodio. Y el más<br />
aparentemente religioso de los cuatro,<br />
Sicilia, es el que más energía invierte<br />
no en mostrarse inspirado ni absorto<br />
ni arrobado, sino en componer sus poe -<br />
mas como un testimonio de lucidez,<br />
dialogando con otros poemas, modernos<br />
y antiguos. Sicilia practica una poe -<br />
sía en permanente reelaboración: la<br />
concibe como una escucha que, si bien<br />
parece anteceder a la expresión pro pia -<br />
mente dicha, sólo puede cobrar forma<br />
conforme se va escribiendo el poema.<br />
DAVID HUERTA: “QUE LA MANO SE ABRA”<br />
De vez en cuando los poetas identifican<br />
a sus maestros con determinado na -
hual o animal totémico, atribuyéndole<br />
sus principales características o ambiciones.<br />
José Ángel Valente, por ejemplo,<br />
solía vincular a José Lezama Lima con<br />
el pulpo, expansivo y moroso, ávido de<br />
abrazar. Otras veces los periodistas cul -<br />
turales invitan a los escritores a formar<br />
equipos con sus pares a imagen y seme -<br />
janza de ciertas escuadras de futbol,<br />
de donde malamente resulta que sor<br />
Juana, tan buena defendiéndose como<br />
atacando, hábil y atenta, sería el mejor<br />
diez que pudiera imaginarse, o que Al -<br />
fonso Reyes no desentonaría en el rol<br />
erguido y desenvuelto, pero no irres -<br />
ponsable, de un Franz Beckenbauer<br />
literario. No podrían faltar los editores,<br />
agentes y propagandistas, que hace más<br />
de trescientos años hacían de Góngo -<br />
ra un Homero español y de Quevedo<br />
un Heráclito cristiano (por no hablar<br />
de Cervantes, que llegó a referirse a una<br />
de sus obras como si fuera la de un<br />
“Ovidio español”).<br />
Yo, por mi parte, juego en ocasiones<br />
a establecer lazos entre algunos poetas<br />
y ciertas frases anónimas y usuales,<br />
ya sancionadas por el idioma, en consideración<br />
de lo que tales frases repre -<br />
sentan para los hablantes y también,<br />
por supuesto, de lo que tales poetas re -<br />
presentan para mí como lector suyo.<br />
En este sentido, relaciono a Ramón Ló -<br />
pez Velarde con la expresión con todo<br />
DAVID HUERTA<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
gusto y a José Gorostiza con hecho y<br />
derecho. Frases hechas, como poetas,<br />
hay para todos los gustos, y tan descabe -<br />
llado y temerario es pedir a los poetas<br />
que se adapten al gusto de sus lectores<br />
como esperar de las frases que se re -<br />
formulen espontáneamente según las<br />
expectativas del hablante. La expresión<br />
con la que yo suelo asociar a David<br />
Huerta es manojo de nervios.<br />
Así los nervios de la vista y el oído<br />
como los del gusto y el olfato, pero so -<br />
bre todo las innumerables terminales<br />
nerviosas del tacto, se organizan en ver -<br />
daderos manojos a lo largo de la poe -<br />
21
22<br />
sía de Huerta. Cada uno de sus poemas,<br />
a decir verdad, funciona como un órga -<br />
no del tacto, y cada una de sus pala -<br />
bras actúa como una suerte de ventosa<br />
o papila sensible a lo rugoso, a lo liso, a<br />
lo poroso, a lo seco, a lo húmedo, a lo<br />
frío, a lo caliente de la realidad. El tac -<br />
to es, desde luego, un asunto de la piel,<br />
de la piel viva, cuya profundidad —si<br />
se me permite parafrasear a Eduardo<br />
Lizalde— no está sino en la superficie.<br />
Obsérvese, por si lo anterior fuera po -<br />
co, cómo se habla de un manojo de ner -<br />
vios en “Conjuro desde septiembre”,<br />
poema de La calle blanca (libro de<br />
Huerta publicado en 2006):<br />
Que la mano se abra hacia el espejo del<br />
sueño<br />
Que el ojo se cierre hacia el manojo de<br />
los nervios<br />
Que la espalda se suavice en el reposo<br />
cristalino<br />
Que la boca se distienda bajo la electricidad<br />
de la noche<br />
Que el cuello se afloje en la flor del<br />
reposo<br />
Que la nariz se eleve en el perfume<br />
blanco del día<br />
Que la pierna se alargue detrás del<br />
magnetismo del viaje<br />
Que el pubis se encienda en el terciopelo<br />
del abrazo<br />
Que la cadera se curve en el esplendor<br />
de la brisa<br />
Que la oreja se despierte bajo el tintineo<br />
del contacto<br />
Que el pelo se derrame desde el muro<br />
del cráneo<br />
Que el pecho se ilumine entre las astillas<br />
del grito<br />
Que el hombro se duerma ante la huella<br />
del neblí<br />
Que el pie se extravíe entre las magias<br />
del tiempo<br />
Que la garganta se oscurezca con la sílaba<br />
del espacio<br />
Meticulosa travesía del cuerpo, la<br />
poesía de Huerta es notoriamente acu -<br />
mulativa y enumerativa. Las percepcio -<br />
nes la guían (si bien los datos del tacto<br />
más elemental, insisto, la guían por en -<br />
cima del resto de percepciones) y toda<br />
percepción es acumulativa. La sofisticación<br />
del tacto es, al mismo tiempo,<br />
su vastedad, su amplitud, ya que ningún<br />
roce, ninguna pulsación es concluyen -<br />
te ni excluyente con respecto al roce,<br />
a la pulsación inmediatamente anterior.<br />
Desde sus primeros libros, David Huer -<br />
ta sabe muy bien que no está compitiendo<br />
en una carrera ni siguiendo un<br />
camino, sino buscando repetir una cari -<br />
cia y, al hacerlo, reproducir un es tre -<br />
mecimiento.<br />
RAÚL BAÑUELOS:<br />
TARDANZA DE NOMBRAR LO DICHO<br />
Alguna vez oí decir que hay dos tipos<br />
de artistas: los que tienen vocación de<br />
maestros y los que tienen vocación de dis -
cípulos. Con el tiempo entendí que se -<br />
mejante disyuntiva era falsa, pues todo<br />
artista con vocación de maestro ha si -<br />
do primeramente un discípulo agrade -<br />
cido. Yo diría más bien que, si de verdad<br />
hay dos tipos de artistas, unos tienen<br />
vocación de maestros y otros, con to -<br />
da sencillez, no la tienen. Y es proba -<br />
ble que Antonio Machado sea el mejor<br />
ejemplo moderno de poeta-maestro en<br />
lengua española: vivo, fue maestro de<br />
niños y adolescentes vocingleros y aca -<br />
so un tanto desaprensivos, y muerto lo<br />
ha sido de varias generaciones de poe -<br />
tas, y tanto fue lo que buscó él mismo<br />
ser discípulo de alguien que terminó in -<br />
ventando a su maestro, Juan de Mairena.<br />
Sería inapropiado referirse aquí a<br />
la devoción magisterial de Raúl Bañue -<br />
los. Baste adelantar que sus poemas<br />
tienen, dada su disposición constructi -<br />
va, una calidad ejemplar (o sea peda -<br />
gógica) innegable. Y si digo ejemplar<br />
es porque me interesa referirme al em -<br />
pleo que Bañuelos, notable observador<br />
de los fenómenos más humildes, hace de<br />
la realidad cotidiana en sus poemas.<br />
Cuando, por ejemplo, Bañuelos obser -<br />
va el vuelo de un colibrí, o cuando se<br />
ve a sí mismo dar unos pasos en la ca -<br />
lle, o cuando mira el “montón de pie -<br />
dras” que ha ido formando al filo de<br />
sus viajes y caminatas, invariablemente<br />
se pregunta qué aprendizaje que dará<br />
RAÚL BAÑUELOS<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
por extraer de andanzas, pájaros y<br />
piedras.<br />
Ahora bien, por el solo hecho de<br />
que semejante aprendizaje sea, para<br />
Bañuelos, posible, se intuye que un an -<br />
tes y un después delimitan el pasado<br />
y ensanchan el porvenir de las pala -<br />
bras que desembocan en sus poemas.<br />
No hay aprendizaje sin cambio ni hay<br />
cambio sin transcurso, por lo que sólo<br />
es dable conocer y transformarse ca -<br />
23
24<br />
yendo en la cuenta del paso del tiempo<br />
y, con él, de una tardanza que no<br />
por enigmática es menos palpable:<br />
Porque las palabras no son las cosas<br />
te tardas en nombrar lo dicho<br />
te tardas en hacer lo hecho<br />
te tardas en tardar lo ido<br />
A propósito de Juan de Mairena, el<br />
profundo y simpático personaje y al -<br />
ter ego de Antonio Machado, es oportuno<br />
recordar un fragmento de su libro.<br />
Al comenzar el capítulo XLIX, dice de<br />
Mairena un periodista tan apócrifo co -<br />
mo él: “El señor de Mairena lleva siem -<br />
pre su reloj con veinticuatro horas justas<br />
de retraso. De este modo ha resuelto el<br />
difícil problema de vivir en el pasado y<br />
poder acudir con puntualidad, cuando<br />
le conviene, a toda cita. Sin embargo,<br />
como es un hombre un tanto desmemo -<br />
riado, cuando oye sonar las doce en el<br />
silencio de la noche, consulta su reloj<br />
y exclama: ¡Qué casuali dad! También<br />
las doce. Pero después añade sonrien -<br />
te: Claro es que las mías son las de<br />
ayer.”<br />
Se trata, por supuesto, del mismo<br />
Juan de Mairena que habría definido<br />
la poesía como “palabra en el tiempo”<br />
y “diálogo del hombre, de un hombre<br />
con su tiempo”. Y es útil recordar que<br />
Mairena, profesor de gimnasia y retóri -<br />
ca, no habla de la poesía en términos<br />
abstractos: para él escritura y enseñan -<br />
za, creación y educación van de la mano,<br />
y “el deber de un maestro de Poética<br />
consiste en enseñar a sus alumnos a<br />
reforzar la temporalidad de su verso”.<br />
Todo esto, si puedo introducir aquí una<br />
breve nota personal, yo tengo la sensa -<br />
ción de oírlo siempre con la voz de Raúl<br />
Bañuelos. Lector entusiasta de Macha -<br />
do y partidario activo de sus ideas es -<br />
téticas, Bañuelos entiende que la poesía<br />
es no sólo una frecuencia emocional<br />
de particular intensidad, una mirada y<br />
una fe, sino ante todo la conjunción del<br />
tacto y el oído en la constancia más ar -<br />
caica de la naturaleza: la constancia del<br />
ritmo.<br />
El ritmo precede a la realidad y la<br />
rebasa. No sólo está en el mundo des -<br />
de antes que nadie: también es anterior<br />
al mundo y está en el origen de<br />
su existir. Aquí seguirá estando cuando<br />
todo, incluso la tierra misma, sea<br />
polvo nuevamente. De haber fortuna,<br />
un día ese ritmo animará una garganta<br />
individual y hará que profiera soni -<br />
dos que lo signifiquen todo:<br />
Hay palabras que dicen<br />
más de lo que tú podrías decir<br />
con ellas…<br />
Las “veinticuatro horas justas de re -<br />
traso” del reloj de Mairena constituyen<br />
un día de anacronismo con respecto a
las novedades periodísticas y noticio -<br />
sas, pero también un día de ventaja<br />
con respecto a la historia. El poema se<br />
hace “temporal” cuando no sólo se pro -<br />
yecta en dirección del porvenir, sino<br />
hacia el fondo de la memoria y la ex -<br />
periencia:<br />
He limpiado de limo la pila de agua<br />
cuando empezaba a ser más limo<br />
que agua en la pila.<br />
Poeta y maestro de poesía, en el<br />
sentido más práctico y afectuoso de la<br />
palabra maestro y en el sentido más no -<br />
ble de la palabra poeta, o al revés, Raúl<br />
Bañuelos puede reivindicar con toda<br />
serenidad la herencia de Juan de Mai -<br />
rena. Una multitud está con él: es la<br />
familia enorme de sus propios maestros<br />
y discípulos.<br />
JORGE ESQUINCA:<br />
INSPIRACIÓN Y RESPIRACIÓN<br />
Con asombrosa nitidez, en la poesía de<br />
Jorge Esquinca se dan cita dos tradiciones<br />
decisivas para la conformación<br />
del oficio lírico mediterráneo (al cual<br />
me refiero con este nombre para des -<br />
vincularlo de toda fantasmagoría más<br />
o menos occidental, o sea eurocéntrica,<br />
por inoperante y hasta enojosa en<br />
el contexto al que aludo). Pienso, por<br />
un lado, en el acervo estético y espiri -<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
tual de la religión órfica y, por el otro,<br />
en la escuela trovadoresca y su particu -<br />
lar concepción del poema como entidad<br />
orgánica, del poeta como individuo en<br />
trance de liberación o toma de concien -<br />
cia y de los temas, formas y figuras<br />
como partes de un repertorio vivo que<br />
aspira incansablemente a su propia co -<br />
herencia. No ignoro que la poética tro -<br />
vadoresca es, en buena medida, un<br />
avatar del culto a Orfeo, y reconozco<br />
desde luego que muchos otros poetas<br />
de lengua española son, cada uno a su<br />
modo, herederos muy meritorios de<br />
ambas corrientes. Me importa destacar<br />
tan sólo en qué medida en Esquinca<br />
esta filiación se presenta como una vo -<br />
luntad, es decir: como un deseo explí -<br />
cito y un esfuerzo manifiesto.<br />
Ya en su primer libro, La noche en<br />
blanco (1982), Esquinca decidió poner<br />
bajo la protección de Rilke una serie<br />
de poemas de alto refinamiento, lindantes<br />
incluso con cierto preciosismo,<br />
cuyo tema principal era la llegada del<br />
amanecer en el cuarto de los amantes,<br />
quienes deploran el comienzo del día<br />
porque señala el fin de la complicidad<br />
nocturna. Todo lector más o menos fa -<br />
miliarizado con la poesía moderna reco -<br />
nocerá en Rilke al mayor exponente<br />
del orfismo en la poesía del siglo XX y<br />
en el tópico del amanecer la principal<br />
característica del alba (llamada también<br />
25
JORGE ESQUINCA<br />
26<br />
albada o alborada) de los trovadores<br />
occitanos. En el mismo sentido, en<br />
Alianza de los reinos (1988), la figura<br />
del enamorado que vela el sueño de su<br />
amada se transforma en la del caballe -<br />
ro que vela sus armas en la noche que<br />
antecede a la batalla. Pero el motivo<br />
que más intensa y claramente ilustra la<br />
confluencia de ambas tradiciones, la ór -<br />
fica y la trovadoresca, es el de la mucha -<br />
cha que, si bien es una joven hermosa<br />
y más bien precoz, también es la virgen<br />
María y, por lo tanto, la diosa madre,<br />
cuando no la madre sin más, la madre<br />
del propio Esquinca, en poemas tan<br />
bellos como “Muchacha en la playa<br />
junto a una palmera”, recogido en El<br />
cardo en la voz (1991), o “Consola -<br />
ment”, de Vena cava (2002).<br />
El título mismo de “Consolament”<br />
ya es de por sí una huella cultural que<br />
sería negligente pasar por alto. Se sabe<br />
que consolament era el nombre del sa -<br />
cramento universal —bautismo, comu -<br />
nión, ordenación y extremaunción,<br />
según el caso— administrado en la re -<br />
ligión cátara, indisociable a su vez del<br />
espíritu de los trovadores. Esquinca<br />
da ese título a una conmovedora ele -<br />
gía por la muerte de su madre, poema<br />
que anuncia por añadidura una espe -<br />
cie de segunda juventud o cambio de<br />
piel en sus libros. El poeta delicado,<br />
culto y perfeccionista, partidario de la<br />
tersura y la continuidad expresiva,<br />
llega en Isla de las manos reunidas<br />
(1997) a una especie de frontera o,<br />
más aún, de cornisa o acantilado, y to -<br />
ma la valiente decisión de arrojarse al<br />
vacío.<br />
Además de Vena cava, los poema -<br />
rios Uccello (2005) y Descripción de<br />
un brillo azul cobalto (2008) articulan<br />
ese arrojo, ese vacío y ese vuelo de<br />
rejuvenecimiento. Puede temerse que<br />
Uccello sea una inmersión en el sinsen -<br />
tido pero en realidad es un desmontaje<br />
del sentido. Por su parte, Descripción<br />
de un brillo azul cobalto es una recom -
posición de la identidad personal a par -<br />
tir de la muerte del padre y a través de<br />
una doble memoria: la memoria de la<br />
infancia y la memoria de la poesía. Ner -<br />
val y Rilke (Rilke, una vez más) guían<br />
a Esquinca por las carreteras mexica -<br />
nas de hace medio siglo tras el rastro<br />
de un Vauxhall azul, tan azul como un<br />
paisaje de agaves o un cielo sin fisuras<br />
atravesado por el avión de Charles<br />
Lindbergh.<br />
La desconcertante mascota con que<br />
Nerval recorría las calles de París al<br />
final de su vida, una langosta, se trans -<br />
forma en cangrejo —el cáncer o la<br />
constelación del mismo nombre— en<br />
Descripción de un brillo azul cobalto.<br />
El poemario estructura las etapas de<br />
un mismo sueño y de una misma cami -<br />
nata, o sea de una misma experiencia<br />
de sonambulismo. El texto, a medida<br />
que avanzan las páginas, va decantán -<br />
dose por estrofas de tres versos que,<br />
sin ser tercetos convencionales, aluden<br />
a éstos por su aritmética más elemental<br />
y por su dinámico empleo del encabal -<br />
gamiento, que suscita una respiración<br />
agitada y prospectiva, sedienta de su<br />
propia resolución. María, entre cisnes<br />
de Andersen, domina el panorama.<br />
Subrayo un aspecto del párrafo ante -<br />
rior por considerarlo de particular im -<br />
portancia: el terceto en Descripción de<br />
un brillo azul cobalto se va improvisan -<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
do, esto es: toma forma conforme avan -<br />
za la lectura, y en esta improvisación<br />
va presintiéndose la cercanía de César<br />
Vallejo y Gonzalo Rojas, de Blas de<br />
Otero y Claudio Rodríguez, grandes<br />
maestros del encabalgamiento en la poe -<br />
sía contemporánea en castellano. Ahora<br />
bien, si la música de los primeros li -<br />
bros de Jorge Esquinca fascinaba por<br />
su continuidad y tersura, la de sus últi -<br />
mos poemarios impresiona por sus in -<br />
terrupciones, por sus rupturas, por su<br />
polifonía y por su movilidad. Como el<br />
asunto del poema es doloroso, pronun -<br />
ciarlo se vuelve materialmente difícil.<br />
Y en la musicalidad, la nobleza expre -<br />
siva, el acento puesto en las presencias<br />
de la enamorada y la virgen-madre, la<br />
inspiración como sucedáneo poético de<br />
la gracia y el respeto innegociable por<br />
la palabra queda resumida esa “virtud<br />
frenética de Orfeo” que ya cultiva -<br />
ra López Velarde y que supone la ma -<br />
yor de las referencias para Esquinca.<br />
JAVIER SICILIA: EL RÍO Y EL ESPEJO<br />
La primera estrofa de Trinidad, ex -<br />
tenso poema de Javier Sicilia fechado<br />
en 1992, puede aclarar al mismo tiem -<br />
po cómo fue, cómo ha sido y cómo ya<br />
no es la obra de su autor. He aquí sus<br />
quince versos, que son también tres li -<br />
ras garcilasianas con obvias resonancias<br />
27
JAVIER SICILIA<br />
28<br />
de fray Luis de León y de san Juan de<br />
la Cruz:<br />
No sé mucho de Él,<br />
mas creo que en su Amor hay un espejo<br />
donde se mira y fiel<br />
emerge del reflejo<br />
el canto de su Verbo y su festejo,<br />
y gozoso de verse,<br />
de tanto amar, oh Dios Transfigurado,<br />
dichoso de saberse,<br />
Amante en Él y Amado,<br />
va vaciando su Ser enamorado,<br />
en esta hora oscura,<br />
en este instante eterno y suspendido<br />
que tras sus ojos dura<br />
y en un gesto innacido<br />
abre la realidad, crea el sentido.<br />
No me parece que tenga ningún ca -<br />
so atribuir esto que acabo de citar al<br />
eventual y bastante improbable conser -<br />
vadurismo del autor (literario, religioso,<br />
político) ni a su conjetural deseo de mo -<br />
lestar o provocar a sus posibles lecto -<br />
res vanguardistas. Aun así, es fácil caer<br />
en la trampa de catalogar a Sicilia como<br />
poeta católico y, con perdón, crucificar -<br />
lo bajo esa etiqueta. Ello, en realidad,<br />
más que abrir, clausura toda posible in -<br />
terpretación y la resguarda tras la mole<br />
de una inmensa pero también rancia<br />
biblioteca, una tradición inmóvil —o<br />
sea una falsa tradición, porque las au -<br />
ténticas palpitan y se mueven— y un<br />
sistema de referencias fijo de antema -<br />
no. El árbol del Siglo de Oro, por lo de -<br />
más, acaso nos impida percibir el bosque<br />
de toda la poesía, moderna o antigua,<br />
y no sólo de aquella que superficialmente<br />
nos parece ver convocada en sus<br />
metros y rimas, al grado que un lector<br />
desatento dejaría pasar el eco de “The<br />
Dry Salvages”, tercero de los Cuatro<br />
cuartetos de T. S. Eliot, que cito aquí en<br />
la bellísima versión de Vicente Gaos:<br />
No sé mucho de dioses; pero creo que el<br />
río<br />
Es un fuerte dios pardo —adusto, indómito,<br />
intratable,<br />
Paciente hasta cierto punto, reconocido<br />
al principio como frontera;<br />
Útil, indigno de confianza, como un
viajante de comercio;<br />
Sólo, pues, un problema que se opone al<br />
constructor de puentes.<br />
Una vez resuelto el problema, el pardo<br />
dios es casi olvidado<br />
Por los moradores de las ciudades<br />
—siempre, sin embargo, implacable,<br />
Conservando sus épocas y sus iras,<br />
destructor, recordando<br />
Lo que los hombres prefieren olvidar.<br />
El manierismo es acaso la mayor ten -<br />
tación —y, por lo tanto, el mayor peligro—<br />
en la poesía del primer Sicilia.<br />
Pero no se trata nada más de un peligro<br />
y una tentación para el poeta: lo es igual -<br />
mente para el crítico y, en general, para<br />
todo lector, desconcertado por los re -<br />
ferentes formales de un estilo que, al<br />
menos en el México posterior al mo -<br />
dernismo, no tiene casi representantes,<br />
como no se trate de Manuel Ponce y<br />
dos o tres poetas afines a él que, una<br />
vez más, deben sobrellevar la etiqueta<br />
o estigma de poetas católicos. Adherir -<br />
le al Javier Sicilia de Permanencia en<br />
los puertos (1982), Oro (1990), el ya<br />
citado Trinidad (1992), Vigilias (1994),<br />
Resurrección (1995) y Pascua (2000)<br />
la etiqueta de versificador tradicional<br />
y epígono de tales o cuales maestros no<br />
aclararía, sin embargo, ni la sonoridad<br />
ni el misterio de un verso en apariencia<br />
reiterativo, incluso redundante, pero en<br />
verdad atractivo y sugerente, amasado<br />
en un ritmo de yambos y percusiones<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
arcaicas: “en este instante eterno y sus -<br />
pendido”.<br />
Pero hay otro Javier Sicilia: el de<br />
Lectio (2004) y Tríptico del desierto<br />
(2009). Y es necesario volver al diá -<br />
logo entablado en Trinidad con T. S.<br />
Eliot para entender de lo que hablo.<br />
Ese mismo pasaje de los Cuatro cuartetos<br />
resuena en los primeros versos<br />
del Tríptico, al grado que su muy particular<br />
planteamiento sintáctico, casi<br />
el propio de una frase adversativa, se<br />
comprende mejor —o sólo se compren -<br />
de bien— cuando se admite que detrás,<br />
en palimpsesto, hay un texto que se<br />
deja oír con persistencia. Eliot, y Herá -<br />
clito en Eliot, pero también Jorge Luis<br />
Borges, y el Juan Ramón Jiménez de<br />
madurez y el Octavio Paz de La esta -<br />
ción violenta, conviven aquí:<br />
No sólo el río, tiempo incontenible,<br />
sino la carne es un hermoso dios desnudo,<br />
un puente edificado entre el allá y el acá,<br />
débil, a veces fuerte y, no obstante, pleno<br />
en sus límites<br />
como un ave tendida en el viento,<br />
un signo en el abismo,<br />
no una mera consecuencia de los dioses,<br />
sino Dios mismo en su hueco,<br />
en su presencia retraída<br />
como un canto que emerge de los<br />
excavamientos del tiempo<br />
y nos permite ser, habitar en su abismo…<br />
Hace algún tiempo, el filósofo Geor -<br />
ges Didi-Huberman estuvo en la Feria<br />
29
30<br />
del Libro de Madrid y, entrevistado por<br />
Javier Rodríguez Marcos, hizo una de -<br />
claración que parece definir la relación<br />
de Sicilia con la tradición poética, cató -<br />
lica o no. Me ha dado gusto leer des -<br />
pués, en otro contexto, estas mismas<br />
palabras del filósofo francés, justamen -<br />
te citado por Sicilia: “Hay que arrancarle<br />
a la tradición el conformismo que<br />
la pone en peligro, trabajar en el espa -<br />
cio que dejan las oposiciones al uso:<br />
entre la tabula ra sa de la modernidad<br />
y esa especie de supermercado de la<br />
memoria que es la posmodernidad. Ino -<br />
centemente, la vanguardia cree que po -<br />
demos olvidar lo todo (y digo vanguardia,<br />
no artistas de vanguardia, porque Male -<br />
vich no olvidó jamás los iconos y Pi -<br />
casso nun ca olvidó a El Greco). La otra<br />
inocencia es la de los que creen que<br />
la memoria consiste en conservar el pa -<br />
sado. Unos creen que pueden matar la<br />
memoria y otros, hacer de ella un te -<br />
soro.”<br />
En ese tercer espacio, que no es el<br />
de la desmemoria del vanguardismo a<br />
ultranza ni el de la memoria inverte -<br />
bra da de la posmodernidad, está fincada<br />
la relación de Javier Sicilia con<br />
la pa labra. Calificar esa palabra de<br />
poética es, en su caso, un flagrante<br />
pleonasmo.
Poema<br />
RAFAEL CADENAS<br />
Excavo en busca de palabras<br />
para dárselas al cuerpo,<br />
polvo erguido,<br />
venero de la fábula,<br />
dispensador de los dados.<br />
Las sopeso;<br />
algunas las cambio de lugar,<br />
otras las dejo donde estén,<br />
pero todas han de llevar nuevas<br />
de mi rendición.<br />
para Adolfo Castañón<br />
31
32<br />
Poesía, lenguaje y poder<br />
YANIRA B. PAZ<br />
A un poco más de un cuarto de siglo de la publicación de En torno al lengua -<br />
je (1985), de Rafael Cadenas, el propósito era conversar con él sobre la vigen -<br />
cia de lo que es el eje central de ese ensayo: la angustiante relación en tre la<br />
crisis del lenguaje y la crisis de la sociedad. No obstante, muchas de las preguntas<br />
se quedan en el cuaderno de notas y la entrevista comienza en media<br />
res discutiendo sobre un tema ineludible en todas las conversaciones recientes<br />
con el poeta y ensayista venezolano, el discurso político...<br />
—...penetra en un sector enorme de la población, precisamente el que tiene un<br />
nivel un poco deficiente, pero es evidente que establece un contacto con ese sec -<br />
tor de la población. Yo creo que ha hecho mucho daño ya que ha creado una es -<br />
pecie de esquizofrenia, esquizofrenia significa división y el país está dividido....<br />
—¿Qué paralelismo ve entre este comportamiento y el de la Austria de<br />
Kraus? ¿Cómo a través de la palabra se conforma un comportamiento so -<br />
cial, es decir, se crean estereotipos: escuálidos vs. revolucionarios, reforma<br />
vs. enmienda constitucional?<br />
—¿Viste cómo está el lenguaje presente? Uno tiene que imaginarse el<br />
periodo de Kraus. La prensa en la época de Kraus tiene que haber sido muy<br />
diferente a la que existe hoy. Yo me imagino que era una prensa completamen -<br />
te dominada por la clase superior y donde no había la pluralidad que existe<br />
hoy. Fíjate que en esta especie de dictadura atípica que vivimos en Venezue -<br />
la hoy todavía circulan periódicos críticos. Es más, yo creo que éste ha sido<br />
el presidente más criticado.
POESÍA, LENGUAJE Y PODER<br />
—¿Pero no cree que ese “permi so” es porque le da visos democráticos<br />
al proceso?<br />
—Claro. Él usa eso como argumento. ¿Cómo me van a llamar a mí dictador<br />
si aquí ha habido no sé cuántas elecciones y además hay libertad de<br />
expresión? Ése es el argumento de él.<br />
—¿No hay presos políticos?<br />
—Sí, presos políticos sí hay y perseguidos también. Precisamente una<br />
frase genial del que era Defensor del Pueblo fue aquélla de que “aquí no<br />
hay presos políticos, sino políticos presos”.<br />
—Y pensar que ésa es una construcción lingüística cuya significación<br />
cambia al mover la posición del adjetivo.<br />
—Sí, pero significa lo mismo. Yo lo que creo es que un país donde no<br />
hay poderes públicos, ya que están totalmente dominados por el presidente,<br />
no es un país; es otra cosa. El dominio es tal que él no necesita dar órdenes<br />
sino que la gente lo complace de antemano. Le adivinan lo que él quiere y se<br />
adelantan y a veces se adelantan más que él. Es una cosa vergonzosa.<br />
—¿Cuál cree usted que debe ser el papel del poeta y de la poesía en estas<br />
circunstancias?<br />
—Hay algo que yo no entiendo y es cómo él tiene apoyo de intelectua -<br />
les, de escritores, de poetas, porque para mí ésta es una especie de barbarie<br />
que no sabemos hasta dónde va a llegar. Hay una presión tanto interna como<br />
externa que lo frena un poco; porque es muy difícil frenarlo. Pero para mí es<br />
como la anticultura y, sin embargo, hay poetas y escritores que están con el<br />
proceso.<br />
—Para una persona como usted, que militó políticamente en la izquierda *<br />
y que inclusive tuvo que ir al destierro, ¿qué diferencia ve?<br />
—Por eso es que los conozco bien. En esa época, la impresión con los co -<br />
munistas que yo trabajé era de gente honesta, creían en eso. Yo nunca los<br />
descubrí en una acción deshonesta. Pero claro, potencialmente estaba pre -<br />
sente el peligro. Yo recuerdo que hablando con un camarada, dirigente comu -<br />
nista de allá de Lara, yo le dije pero por qué nosotros no ayudamos a alfabetizar<br />
* Rafael Cadenas militó en el Partido Comunista, al cual abandonó hace más de cuarenta<br />
años. (N. del E.)<br />
33
YANIRA B. PAZ<br />
34<br />
a la gente. Entonces me dijo, no, eso cuando la revolución se haga. Alfabeti -<br />
zamos entonces. Ésa es la idea que han tenido siempre. Es la idea del futuro<br />
siempre. Hay una frase tremenda de Schrödinger, el físico: “lo único que no<br />
termina nunca es el presente”. El presente está dentro de un millón de años<br />
en el futuro o hace dos mil o diez mil. Siempre es el ahora, porque todo lo de -<br />
más termina, las galaxias terminan, el mismo universo (hoy se habla de universos<br />
paralelos).<br />
—¿Cree que el socialismo de los años cincuenta o sesenta era más un<br />
socialismo utópico mientras que el socialismo del siglo XXI es más pragmático<br />
o inmediatista?<br />
—Los partidos comunistas sencillamente seguían las indicaciones de Mos -<br />
cú. Lo que decía Stalin se hacía en el mundo entero. Eso se ha venido abajo<br />
y ha habido modificaciones. Por ejemplo, lo que existe en China ahora es un<br />
capitalismo salvaje; ese sí es salvaje de verdad. No el capitalismo europeo. [Los<br />
chinos] no tienen idea de lo que es el capitalismo, lo están inventando. Ellos<br />
son unos trabajadores increíbles. Un amigo que vivió mucho tiempo en la China<br />
no comunista me hablaba de eso: que los chinos son increíbles como trabaja -<br />
dores. Para ellos una jornada de doce o catorce horas no significa nada; eso<br />
lo aceptan tranquilamente.<br />
—Pero en Venezuela se están proponiendo jornadas laborales de seis horas.<br />
—El problema que tenemos, y que ha ocurrido, es que no tenemos un<br />
proletariado fuerte ni un empresariado vigoroso, y además este hombre ha de -<br />
bilitado todo. Se habla que han desaparecido, de doce mil empresas que había,<br />
unas seis mil. ¿Qué más queda del comunismo? Cuba, que ya sabemos cómo<br />
es. Aquí lo que predomina es la marginalidad. Esa marginalidad recibe dádi -<br />
vas; gente con un nivel bajísimo que no tiene idea de sus derechos. Entonces<br />
le agradece al presidente esas dádivas. Falta mucho tiempo para que logremos<br />
una nueva conciencia en ese sector de la población, incluso en la clase media.<br />
Yo creo que esa clase media, así como la democracia, tiene mucha responsa -<br />
bilidad en lo que ha pasado porque no educó a la gente, le faltó una actitud<br />
didáctica. Se hizo mucho, es cierto. Pero nunca vi a un político explicándole al<br />
pueblo: “Miren, el Estado es esto y lo que se entiende por gobierno es esto”;<br />
qué es el congreso, qué son los poderes públicos. Esa cuestión elemental.<br />
—¿Y usted cree que este proceso lo está haciendo?
POESÍA, LENGUAJE Y PODER<br />
—No. Lo está haciendo pero de<br />
manera parcializada, porque lo que él<br />
y su gente plantean es lo que a ellos les<br />
interesa. ¿Qué es lo que hacen? Atacar<br />
a la democracia, atacar al capitalismo,<br />
atacar los regímenes más civilizados y<br />
plantear un socialismo. En la educación<br />
el pueblo es muy difícil. Ellos, por ejem -<br />
plo, editan libros, muchísimos y baratí -<br />
simos, pero ¿quién lee esos libros? Ése<br />
es el asunto. A uno le cuesta en la universidad<br />
que los estudiantes lean, ima -<br />
gínate el caso de los demás.<br />
—En En torno al lenguaje, usted<br />
insiste en el problema de la lectura. Us -<br />
ted critica a la educación en su ex pre -<br />
sión “la gramática va en contra de la<br />
lengua” ya que no es la única vía para<br />
enseñarla, pero reivindica el placer de<br />
RAFAEL CADENAS<br />
la lectura.<br />
—Hay nuevos analfabetas. Yo soy un analfabeta en términos de tecnología;<br />
en cambio la nieta nuestra, que tiene siete años, es una “alfabeta”<br />
porque domina el aparato y las nuevas tecnologías.<br />
—¿Qué diferencia ve entre su “analfabetismo crítico” y el consumidor<br />
de tecnología que no puede discernir entre una buena fuente de información<br />
y otra que no lo es?<br />
—Estoy pensándolo porque al final uno termina cediendo. Yo tengo<br />
que ponerme a aprender algunas cosas. Por lo menos a escribir y a mandar.<br />
Sé que no es difícil. Pero mi nieta tiene que aprender a leer.<br />
—Alguien ha dicho que hay una nueva Era, aún más angustiante, que es<br />
de generación y difusión de conocimiento. ¿De qué manera el escritor y la nie -<br />
ta (las nuevas generaciones) asumen ese reto y cómo queda la lectura en este<br />
nuevo horizonte tecnológico?<br />
—La lectura no desaparece, tampoco el libro. Hay personas que sostie -<br />
35
YANIRA B. PAZ<br />
36<br />
nen que el libro va a desaparecer y lo dicen precisamente en la época en que<br />
se editan más libros. No creo eso. Es que todos los días se producen libros. Re -<br />
cuerdo el libro de Gabriel Zaid que se llama Los demasiados libros. Ocurre<br />
en esta época en que estamos viviendo una situación que puede convertir -<br />
se en tragedia. ¡Ojalá no! Aquí se presentan por lo menos tres libros sema -<br />
nales. A mí no me alcanza el tiempo para ir a las presentaciones de li bros.<br />
Lo que quiero decir es que el movimiento cultural es fuerte, por lo menos en<br />
ese aspecto.<br />
—Ahora, ¿quién publica esos libros?<br />
—Hay varias editoriales; luego están las publicaciones que hace el gobier -<br />
no mismo, que son publicaciones dentro de esa corriente porque son muy sec -<br />
tarios. [La actual situación política] ha servido como de estímulo para desarrollar<br />
una labor crítica.<br />
—Google ha anunciado que dentro de cinco años se podrá acceder a<br />
través de su portal a todos los libros de la Biblioteca del Congreso.<br />
—Yo no podría leer un libro así. A mí me parece muy útil cuando te<br />
interesa parte de un libro. Eso sí, pero no el libro completo. Incluso para las<br />
personas acostumbradas será muy difícil. Esto expresa posibilidades enormes.<br />
Yo no estoy contra eso. Tú recuerdas que el mismo Octavio Paz hablaba que<br />
había que utilizar la televisión. Pero no se hace. Hay la idea de que un progra -<br />
ma de tipo cultural es fastidioso. Bien hecho no es fastidioso. Yo he visto pro -<br />
gramas en televisión, por ejemplo en Inglaterra, donde tres profesores discuten<br />
sobre un poema. Eso se puede hacer, pero no interesa. ¿Qué quedó de eso?<br />
Claro que se editaron libros como Valores humanos, pero Uslar Pietri no fue<br />
didáctico en el sentido amplio. Yo pienso mucho en esto que estamos viviendo<br />
cuando hablo con alguien de un país latinoamericano. Siempre digo “Cuiden<br />
su democracia aunque sea mala”, porque tienes la posibilidad dentro de la de -<br />
mocracia de ir modificando cosas, pero en un régimen como el cubano, no.<br />
Allí manda Fidel Castro y punto... y la televisión totalmente controlada. No hay<br />
periódicos. La gente no puede viajar. Por eso les digo a estos amigos “defien -<br />
dan la democracia”. Generalmente dentro de las democracias hay corrupción,<br />
pero también hay sanción. Eso lo ve en los países europeos. El problema nues -<br />
tro es que no hay sanción.<br />
—El problema es cómo el proceso se ha tergiversado y parcializado.
POESÍA, LENGUAJE Y PODER<br />
—Hay unas inmoralidades aquí. No hay justicia. Todo eso lo maneja ya<br />
sabemos quién. Otra de las grandes inmoralidades es la diferencia de los<br />
sueldos; lo que gana, por ejemplo, un miembro del consejo electoral, el fiscal,<br />
el contralor. Son sueldos millonarios. Ellos ya son millonarios. Uno siempre<br />
habla de Chávez, pero se tendría que hablar de “ellos”, porque son miles de<br />
personas que se benefician. Es la famosa nueva clase. Si hubiera un verda -<br />
dero cambio, habría que darle un sueldo digno a los maestros, los médicos,<br />
las enfermeras, los policías, la gente que barre las calles. A esa gente hay que<br />
subirle el sueldo para que pueda vivir bien.<br />
El otro día presenté el libro de un poeta polaco en una sala de la Uni -<br />
versidad [Central] y después en la [Universidad] Católica, y en la sala le sugerí<br />
al rector que reeditara el libro de Milovan Djilas que se llama La nueva clase.<br />
En la presentación yo decía que es una ley de la historia porque en todas las<br />
llamadas revoluciones ha surgido la “nueva clase”, que no es el pueblo, es una<br />
clase reducida. Tal vez otra ley de la historia es el culto a la personalidad.<br />
Una idolatría a los jefes que encuentras en todos los países ex-comunistas.<br />
Otra cosa tan evidente es que la tal revolución ha fracasado en más de cua -<br />
renta países, porque tienes que incluir a los países que formaban parte de la<br />
Unión Soviética. En esos países fracasó. Djilas se da cuenta de lo que está pa -<br />
sando, siendo comunista y compañero de Tito. Entonces escribe ese libro y<br />
su gran amigo lo pone preso. Pasa cuatro años preso y torturado. En una entre -<br />
vista, hasta aconseja cómo defenderse de la tortura. Dice que cuando lo tortu -<br />
raban (él sabía que no lo iban a matar porque generalmente la tortura no busca<br />
eliminar a la persona sino el sufrimiento) soportaba eso fijando la vista, concentrándose<br />
en una mancha que había en la pared. En esa entrevista relata<br />
que fue a hablar con Stalin porque estaba escandalizado porque los soldados<br />
comunistas saqueaban y violaban. Claro, él pensaba que era un ejército dife -<br />
rente; curiosamente, dice que el ejército inglés no hacía eso. Eran los comunis -<br />
tas. Le dice a Stalin eso y Stalin le dice: “usted sabe que ellos han luchado<br />
mucho; entonces tienen derecho a divertirse”. Ésa fue la respuesta de Stalin.<br />
Lo que se necesita, apartando el término revolución, es sentido común, resol -<br />
ver los problemas.<br />
—Volviendo al problema del poeta y la poesía, ¿cuál debería ser esa<br />
actitud para Rafael Cadenas frente al lenguaje y al poder?<br />
37
YANIRA B. PAZ<br />
38<br />
—Como ciudadano, cada vez que tengo la oportunidad, expreso la idea<br />
sobre lo que está pasando hasta donde se pueda. Espero que no llegue el<br />
momento en que uno tenga que apartarse. ¿Cuáles son las dos actitudes? La<br />
de los que apoyan el régimen, y que tampoco discuten, no hay diálogo, no hay<br />
discusión; otra actitud es la del que está en contra pero no hace nada porque<br />
quizás considera que no tiene mucho sentido. Una amiga escritora, para defen -<br />
derse (porque esto invade el espacio síquico), dice que ella lee la prensa el fin<br />
de semana y trata de no ver programas de televisión. Porque trata de proteger -<br />
se ya que este personaje está presente en todas partes. Ése es también un ras -<br />
go del fascismo. La imagen en todas partes, avasallante. La otra actitud sería<br />
la de unos amigos que escriben, que hablan en público sin ser políticos pero<br />
entran en lo político.<br />
—No ha mencionado usted, volviendo a Kraus y Steiner, el problema del<br />
silencio como opción.<br />
—Fíjate que pasaba en los países comunistas. Yo creo que es algo pare -<br />
cido, con la diferencia de que allá los que tenían una posición como la que ten -<br />
go yo paraban en la cárcel. Por ejemplo Vaclav Havel, quien era un intelectual,<br />
autor de obras de teatro, de ensayos, el destino lo llevó, cuando hubo cambio<br />
de régimen, a ser presidente. Él estuvo preso un tiempo. Queda de ese perio -<br />
do un libro: Cartas a Olga, cartas a la esposa, que tenían mucho que ver con<br />
su vida en la prisión, la vida cotidiana en la prisión. Así como hubo esa actitud,<br />
hubo la de otro poeta checo, el autor de Una noche con Hamlet [Vladimir<br />
Holan], que escribe una poesía bastante hermética. Él se retiró a escribir poesía.<br />
No participó ni nada. Lo que te quiero decir es que caben muchas actitudes.<br />
—¿Y frente al deterioro del lenguaje?<br />
—Eso no le preocupa a los escritores, por lo menos no como a mí. De<br />
pronto yo agarro un tema. El uso de la palabra “tema” es tan excesivo que<br />
sustituye a un montón de términos. Yo di un discurso sobre el lenguaje fue -<br />
ra de la universidad y ahora te doy un papel que le di a los estudiantes. No sólo<br />
se abusa de la palabra “tema” sino que se usa mal. Oyes expresiones tan<br />
absurdas como ésta: “Nosotros los caraqueños estamos azotados por el tema<br />
de la delincuencia.” No estamos azotados por el “tema” sino por la “delincuen -<br />
cia”. Es no querer hablar de la cosa real. Lo oyes constantemente: “El tema<br />
es que hay que votar.” En esos casos esa palabra es innecesaria. Hice una
POESÍA, LENGUAJE Y PODER<br />
lista de términos que se pueden usar, tales como “asunto”, “cuestión”, “pun -<br />
to”. Son muchísimas las palabras. Eso se nota sobre todo en la gente de la te -<br />
levisión y la radio y los invitados. Estos muchachos alcaldes no sueltan la<br />
palabra “tema”. ¿No les gusta la palabra “asunto”? Cito un verso de Miguel<br />
Hernández que dice “voy de mi corazón a mis asuntos”. Noté en El dardo en<br />
la palabra, de Carreter, que él se burla del uso de “tema” y a cada rato dice<br />
perdonen que no hable de “tema” porque en España también está ocurrien -<br />
do eso.<br />
—¿Que tal el problema con los neologismos como “aperturar”, “accesar”?<br />
—Son palabras innecesarias.<br />
—¿Usted no le perdona a los lingüistas lo de que “todo vale”?<br />
—Yo creo que ellos deberían preocuparse más por el problema del len -<br />
guaje en forma corriente, no tan técnica. Yo les decía allá en la escuela, cuando<br />
estaba activo: “ustedes sostienen eso teóricamente, pero cuando van a<br />
corregir el trabajo de un estudiante tienen que hacer las mismas correccio -<br />
nes que yo haría.” Creo que deberían participar más en esa defensa del idio -<br />
ma. Por supuesto, sabemos que el idioma cambia, y ahora va a cambiar con<br />
más rapidez por la aceleración que vivimos. Ése es el peligro precisamente.<br />
Pero es muy difícil atajar esas cosas. Hay dos fuerzas: una conservadora y otra<br />
renovadora, en muchos planos; por supuesto, en el lenguaje también. Enton -<br />
ces uno tendría que buscar un equilibrio. En mi caso, ser conservador pero<br />
tomar en cuenta lo nuevo que vaya surgiendo.<br />
—Frente a esta especie de verborrea o logomaquia usted propone en<br />
Ars poetica una especie de esencialismo, de minimalismo, de utilizar la pala -<br />
bra justa. ¿Cuál es el peso del aforismo, de esa mesura en el lenguaje cuando<br />
estamos arrollados constantemente por este tropel de palabras con muy po -<br />
ca sustancia.<br />
—Ars poetica sobre todo alude a la verdad, pero sobre todo a la verdad<br />
en uno.<br />
—¿Y a la verdad que hay en el lenguaje?<br />
—“Exactitudes aterradoras” es una expresión muy cíclica.<br />
—“Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame la im -<br />
postura, restrégame la estafa” (de Ars poetica).<br />
39
40<br />
Hacia el castillo<br />
MARIANNE GRUBER<br />
Traducción de Francisco Díaz<br />
Cuando K. despertó era temprano en la mañana. Se estiró sin cambiar de<br />
posición y miró asombrado la luz mortecina del día. El cielo estaba cubierto<br />
por una especie de velo de ceniza y plomo, cuya opacidad trataba de perfo -<br />
rar un sol pálido. Allá en lo alto nada se movía.<br />
K. permaneció mucho tiempo inmóvil, mirando directamente hacia arri -<br />
ba, con los ojos clavados en el aparente vacío. Su mano izquierda descansaba<br />
en la nieve, y su cuerpo estaba cubierto por una montaña de pieles y mantas<br />
que olían a moho y podredumbre. Había pasado entonces la noche a la intem -<br />
perie, en un rincón situado entre la casa de vivienda y los establos de algún<br />
edificio ruinoso. Como un perro, pensó, sorprendido de que su deterioro personal<br />
hubiera llegado al punto de permitirle mostrar su miseria sin vergüenza<br />
alguna. ¿No le habían aconsejado alguna vez ser más modesto? O quizás eso<br />
fuera todavía parte de un sueño que lo había rozado al despertar. Le vino a<br />
la mente el nombre Frieda. Y cierta posadera. Aún le resonaban en el oído las<br />
palabras que ésta le dijo, palabras escuchadas en el sueño: mañana me trae -<br />
rán un vestido nuevo, tal vez te haga llamar. Ella no lo había hecho llamar.<br />
Su mirada se detuvo en un hombre que estaba parado a sus pies y se<br />
inclinaba sobre él, contemplándolo con la boca abierta, junto a una mujer cuya<br />
vestimenta era anticuada, aunque no careciera de distinción.<br />
Ya lo ven, dijo la mujer, al notar que K. movía los ojos, ha vuelto a des -<br />
pertar. Todo no era más que habladurías. Mientras así se expresaba, lanzaba<br />
miradas de reproche hacia los que estaban allí.<br />
Por qué no hubiera debido despertar de nuevo, murmuró K., tratando
HACIA EL CASTILLO<br />
de incorporarse; pero las pieles y mantas impregnadas de barro y nieve, apel -<br />
mazadas por la helada nocturna, lo envolvían como una coraza impidiéndole<br />
todo movimiento. Tenía la cabeza pesada y se sentía aturdido como si antes<br />
de dormirse hubiera bebido demasiado vino de ese que solían diluir los posa -<br />
deros, agregándole ingredientes de todo tipo para ocultar el sabor del agua.<br />
Por qué no hubiera debido despertar de nuevo, repitió, todavía aturdido.<br />
La mujer no se dio por enterada de la pregunta. Qué atrevimiento, dijo.<br />
Primero el susto porque el castillo no nos informó nada de su inminente falle -<br />
cimiento, y ahora despierta de manera completamente normal, y para colmo aquí.<br />
El castillo, preguntó K.<br />
El castillo, sí, respondió la mujer en tono desagradable. Los presentes se -<br />
guían con la vista clavada en K. Otros se sumaron al grupo; sobre todo dos de<br />
ellos le llamaron la atención. Se parecían como si fueran gemelos y le apunta -<br />
ban con los dedos al modo de niños mal educados.<br />
Ja, dijo uno, y el otro repitió: ja.<br />
K. trató nuevamente de liberarse de su encierro. Hizo presión con las<br />
rodillas contra las pieles, martilló el suelo con los talones y con movimientos<br />
rítmicos del tronco dio empujones contra la coraza que lo encerraba y restrin -<br />
gía sus movimientos. Debía ser cómico verlo allí sacudiendo la cabeza para con -<br />
seguir al menos aflojar aquella apretura que le daba la sensación de que nunca<br />
más podría liberarse y de que pronto ni siquiera le sería posible respirar.<br />
Pero mayor aún era su temor de que perdieran el interés en él y lo dejaran<br />
librado a su inmovilidad, ahora que sabían que su estado no tenía nada de<br />
particular y que no se encontraba agonizando. He estado soñando, dijo, tra -<br />
tando de despertar el interés de los presentes —al menos que no lo dejaran<br />
solo—, y pensó en la fugaz impresión que siguió a su despertar. Había sido un<br />
sueño sin recuerdos, que supuestamente sucedía en su patria. Cuando uno está<br />
en lugares lejanos se supone que sueña con su patria y olvida lo soñado en cuan -<br />
to abre los ojos, a no ser que despierte de manera completamente vo luntaria<br />
y lenta en un espacio sin tiempo. Sin embargo, lo habían despertado las mira -<br />
das clavadas en él. Trató de nuevo de incorporarse, pero volvió a fracasar<br />
bajo las miradas de los presentes, que al parecer se estaban divirtiendo.<br />
Los dos hombres que tanto se asemejaban entonaron una extraña cantilena.<br />
No se muere, no se muere, no se lo permiten. Ja.<br />
41
MARIANNE GRUBER<br />
42<br />
Es qué últimamente se necesita una autorización para morir, preguntó<br />
K. rebelándose.<br />
Últimamente, repitió sin dirigirse a él la mujer, que le tenía clavada una<br />
mirada severa. Ya lleva bastante tiempo en el pueblo y sigue sin comprender.<br />
Y en adelante tampoco comprenderá nada.<br />
¿Bastante tiempo aquí? Verdaderamente K. no comprendía nada. Las pa -<br />
labras parecían venir de lejos, carentes de sentido, como la escena en su tota -<br />
lidad: el estar acostado allí. La manera cómo le hablaban. De lo que hablaban.<br />
Tal vez no hablaban con él en lo absoluto. Pero en aquel momento todo eso le<br />
parecía secundario. Lo único importante era que aquellas personas se habían<br />
quedado allí. Como fuera. Y ya que se habían quedado allí, podía esperar que<br />
después de todo, cuando se rieran de él y lo atormentaran por un tiempo, cuan -<br />
do se aburrieran de aquella situación, podría convencerlos para que lo liberaran.<br />
Qué historia, dijo la mujer haciendo un gesto desdeñoso con la mano,<br />
dispuesta a apartarse.<br />
Esto no es ninguna historia, replicó K., para atraer de nuevo hacia su per -<br />
sona la atención de los que allí se encontraban. Y no puede hablarse de morir,<br />
más bien, si queremos hablar del asunto, se trata de reflexionar sobre una<br />
historia como si ya uno hubiera muerto pero todavía no lo hubieran enterra -<br />
do. Mientras no se está enterrado, queda algo de uno en el mundo, algo que<br />
se sabe más cercano a las cosas de lo que haya estado nunca antes.<br />
Un hombre se acercó y examinó a K. con mirada penetrante, exenta de<br />
curiosidad y sin embargo llena de simpatía, pero de pronto esa mirada se apa -<br />
gó, y dijo con ojos tristes: bien sabemos que debíamos haber enseñado eso.<br />
¿Pero cómo hacerlo? ¿Ha pensado alguien en lo imponente que es aquí la nie -<br />
ve, no sólo el castillo y el camino que lleva hasta él? Todo aquí es imponente,<br />
y si contra toda prudencia uno se atreve a alzar la cabeza, se siente abruma -<br />
do por completo y no puede hacer otra cosa que seguir callando. Ni siquiera<br />
perdura el recuerdo. También yo una vez...<br />
Sí, sí, a nuestro maestro le gusta filosofar, lo interrumpió la mujer. El<br />
maestro filosofa, y el señor de aquí, dijo señalando a K., sueña, y mientras tan -<br />
to la gente como nosotros se preocupa por causa de ellos, descuida el trabajo<br />
y desatiende lo necesario. ¿Acaso ha soñado el señor con palomas asadas que<br />
le caen en la boca?
HACIA EL CASTILLO<br />
He soñado que volvía a mi pa -<br />
tria, dijo K., que entonces se inte -<br />
rrumpió y examinó a la gente y las<br />
cosas que lo rodeaban, en cuanto se<br />
lo permitía su posición. Una niebla<br />
densa cubría el pueblo, de las casas<br />
apenas se distinguían más que unas<br />
siluetas borrosas, pero cabía suponer<br />
que estaban juntas unas a otras, for -<br />
mando una hilera que tenía su co -<br />
mienzo y su final. Estaban allí como<br />
en su sueño. Y había un castillo, co -<br />
mo pudo escuchar, y personas —como<br />
en su sueño—, aunque también allí<br />
eran diferentes a esta gentuza repug -<br />
nante que le tenía clavada la vista y<br />
se regodeaba en su desamparo. Obedeció un inesperado impulso de cólera<br />
ligera y dijo, más con ánimo de juego que con real rudeza: he soñado que<br />
lo necesario sucede, tal como se ha ordenado.<br />
Y qué sería lo necesario, preguntó con una entonación semejante la<br />
mujer, que al parecer no era ninguna campesina. Se había convertido defini -<br />
tivamente en la voz de los lugareños, que respetaban esa condición sin contra -<br />
decirla, hacía resaltar su papel con todo tipo de bailoteos grotescos, y exhortaba<br />
a los presentes a que la imitaran haciéndoles señales con las manos. Y se pres -<br />
taron a eso de inmediato, hicieron muecas, remedaron los convulsos movi -<br />
mientos de la cabeza de K. y prorrumpieron en lamentos.<br />
K. se dejó caer hacia atrás, absorbió el aroma de aquella región y trató<br />
de calmarse. Ahora comenzaban a moverse las cosas en el cielo. El sol se<br />
abrió paso a través de la capa de nubes, penetró en sus pupilas descubiertas<br />
causándole dolor y fue disolviendo la niebla que se extendía sobre aquel lugar.<br />
La belleza informe de la luz tenía en sí algo deprimente en su aparente ilimi -<br />
tación. En una fatalidad dorada como aquella, era fácil perderse sin darse<br />
cuenta. ¿Acaso no yacía moribundo, no estaba impedido de moverse, casi cie -<br />
go, no tendrían razón los aldeanos y el castillo? K. cerró los ojos. No, murmuró,<br />
43
MARIANNE GRUBER<br />
44<br />
y aquel no lo tranquilizó por unos instantes. No había motivo de preocupa -<br />
ción. Una vez más era sólo un sueño, un simple sueño. En algún momento<br />
despertaría en una cama con una sábana blanca y fundas blancas y reflexio -<br />
naría sobre aquellas extrañas imágenes, trataría de descubrirles un sentido<br />
oculto, para encontrar quizás lo contrario, una cadena de casualidades a la<br />
que se atribuía arbitrariamente un significado, o también para descubrir que<br />
el sentido consistía en la falta de sentido de las imágenes; un esfuerzo que bien<br />
podría equivaler al intento de hacerse de una visión de la vida en la cual ésta<br />
conservara sus naturales y graves ascensos y caídas, pero al mismo tiempo fue -<br />
ra reconocida como una nada, como un sueño, como un estar flotando. Como<br />
un sueño, repetía sin palabras, como un estado de suspensión para despertar<br />
en un cuarto blanco, en una cama con vestidura blanca. Y entonces le pasó<br />
por la cabeza que probablemente el blanco, aunque carente de sentido, podría<br />
significar algo, posiblemente el final de los colores. ¿Eso no sugería el final<br />
de todo? Entonces soñaría precisamente su propia muerte y también tendría<br />
que sufrirla si seguía soñando.<br />
Pero no era un sueño. Conocía a aquella gente aunque le fueran extra -<br />
ños, conocía la calle, las casas, el rincón donde yacía, aunque no reconocie -<br />
ra nada. Todo aquello existía y permanecería, nada podría apartar las sombras,<br />
las figuras, las miradas. Observó con un temor creciente a la gente del pueblo.<br />
¿Cómo había ido él a parar allí? ¿Cuándo? Y sobre todo, ¿por qué? ¿No había<br />
partido de su país con un plan definido, con un proyecto y con esperanzas, que<br />
a juzgar por su situación probablemente debió abandonar por completo. Todo<br />
movimiento que percibía, toda imagen le recordaba lo olvidado, aquello de lo<br />
que ya no tenía recuerdo alguno. El castillo, la eterna añoranza. Ningún padre<br />
le había hablado de eso, y sin embargo le parecía que se hubiera puesto en ca -<br />
mino por orden de un padre, para someter a prueba algo que era inescrutable.<br />
Basta ya, dijo en voz baja, pero los que lo rodeaban no se detuvieron.<br />
Unos animaban a los otros, bailaban alrededor de él en semicírculo y proba -<br />
blemente hubieran cerrado una rueda a no ser por la pared de la casa. Sólo<br />
una joven permanecía apartada, pálida e inmóvil, con la cabeza baja. Los de -<br />
más chillaban y de vez en cuando tiraban de la coraza que los encerraba,<br />
aunque sin tratar en serio de romperla. Por último parecieron haberlo olvidado<br />
casi por completo y se alejaron, un montón de gente que bailoteaba,
HACIA EL CASTILLO<br />
gemía y se convulsionaba, que había descubierto un nuevo juego y se entregaría<br />
a éste hasta extenuarse, mientras la angustia de K. aumentaba y hacía<br />
que el día se detuviera. Le daba la impresión de que el día llevaba horas de -<br />
tenido, aunque el cielo hubiera cambiado y el lugar comenzara a disolverse<br />
definitivamente bajo su resplandor. En ese cielo se sostenía inmóvil un pá -<br />
jaro negro, del otro lado de la hilera de casas que al ser bañadas por la luz<br />
sólo se percibían en silueta, como antes cuando había niebla. Y allí estaban<br />
aquellas otras sombras, la gente, y en el centro, en un cráter de asco y deses -<br />
peranza yacía él, K., a merced del padre, del castillo de todo el mundo y<br />
de sí mismo, para admitir que no se había presentado a la prueba. De pronto<br />
todo comenzó a moverse, el horizonte, la calle y el suelo empezaron a girar.<br />
Y en el mismo momento en que el horror por lo que sucedía aumentaba<br />
hasta ser insoportable, se transformó en cólera.<br />
Basta ya, repitió K., sorprendido por el volumen de su voz y también<br />
porque se hubiera atrevido a alzarla. Ya es bastante grave, continuó sin<br />
bajar la voz, poner a una persona a una posición como la mía, de lo cual di -<br />
fícilmente puedan enorgullecerse el pueblo y las autoridades. Aún peor que<br />
haya que explicar también qué debe hacerse. ¿Acaso no es evidente? Ahora<br />
bien, increpó a los que habían quedado paralizados ante la fuerza de su voz,<br />
quizás los señores se decidan a emprender algo y liberarme de mi situación,<br />
antes de que un mensajero del castillo o un funcionario, lo que sería aún peor,<br />
me descubra aquí y tenga que ver cómo el pueblo completo se divierte con<br />
esto, en lugar de cumplir su deber, pues es esto seguramente lo que se exige<br />
de todos. La mención del castillo interrumpió el ajetreo, aunque sólo por un<br />
breve tiempo. No el pueblo completo, dijo una voz, y otra comentó: ahora<br />
de repente sabe de los mensajeros del castillo, lo cual asombró al propio K.<br />
Después las primeras manos se dieron a la tarea de romper la coraza que<br />
cubría su cuerpo, pero también esos intentos desembocaron en un juego y<br />
fracasaron. A alguien se le ocurrió traer un hacha, y a otro un cuchillo, y el<br />
grupo comenzó a imaginarse cómo se debía manejar el hacha y dónde se<br />
debía apoyar el cuchillo. Primero en susurros y dirigiendo miradas furtivas<br />
a K., y por último en voz alta, discutieron el hacha de quién y el cuchillo de<br />
quién debía traerse, si debía ser uno del pueblo o de propiedad condal, y<br />
analizaron hasta qué punto sería posible establecer una división como esa, pues<br />
45
MARIANNE GRUBER<br />
46<br />
en definitiva todo lo que pertenecía al pueblo también pertenecía automática -<br />
mente al castillo, aunque, intervino el maestro, que se había acercado de nue -<br />
vo, existía de todos modos cierta diferencia, y sólo habría que preguntarse<br />
cuál sería y cómo describirla, en cierto sentido todo pertenecía al castillo, y sin<br />
embargo, todos sabían que los jarros de cerveza pertenecían a los taberne -<br />
ros, los rastrillos a los campesinos, etcétera.<br />
Por último, más por descuido que intencionalmente, el herrero liberó a<br />
K. de su penosa situación. A fin de mostrar su repugnancia por el que allí<br />
yacía, indefenso y sobre todo inútil, pues en esos términos se expresó, dio con<br />
su fuerza brutal un tirón tan violento a las pieles que la coraza estalló. K. salió<br />
trabajosamente de su encierro, como un gusano. Retorciéndose, deslizándose<br />
y por último a cuatro patas se quitó las mantas de encima. Con grandes esfuer -<br />
zos obligó a responder a sus extremidades entumecidas y se levantó con di -<br />
ficultad. Era un acto humillante, no sólo por su dependencia hacia aquella<br />
gente, sino también por causa del hedor que salía del capullo reventado y se<br />
pegó a su cuerpo. De inmediato los lugareños se apartaron de K., algunos<br />
se taparon la nariz, y sobre todo los dos hombres que tanto se asemejaban<br />
lo hicieron con gestos exagerados de los brazos. Con el cuerpo ligeramente<br />
encorvado, cada uno de ellos extendía el brazo derecho para después de acer -<br />
carlo a la cabeza en un amplio movimiento, taparse la nariz de una manera<br />
teatral con dos dedos, mientras mantenía igualmente extendido el brazo iz -<br />
quierdo con la palma de la mano en posición defensiva.<br />
¿Artur y cuál más?, fueron palabras que cruzaron la mente de K., que<br />
bajó la vista para mirarse. Su propio cuerpo, que no era fuerte ni hermoso,<br />
pero tampoco feo o de algún modo deforme, aunque carecía de todo atracti -<br />
vo, resultaba siempre para él un descubrimiento incómodo, cuando no franca -<br />
mente desagradable. K. lo observó con repugnancia, ahora bajo las miradas<br />
de la gente, aquellas miradas que una vez más, como poco antes, lo llenaban<br />
de vergüenza y despertaban en él aquel sentimiento que nunca antes<br />
había conocido: la cólera se apoderó de él.<br />
Un baño, dijo con rudeza.<br />
Sus palabras provocaron nuevas deliberaciones. A todos les parecía re -<br />
comendable aquel baño, y también muy necesario, pero ¿dónde, en casa de<br />
quién? ¿Y quién asumiría la responsabilidad?
HACIA EL CASTILLO<br />
Pues él mismo, dijo el herrero, y los que estaban allí asintieron ruidosa -<br />
mente, pero la mujer vestida con ropa elegante y anticuada, a la que alguno<br />
se había dirigido llamándola señora posadera y refiriéndose a la Posada de los<br />
Señores, tomó la palabra de inmediato.<br />
Oh, qué simpleza, exclamó, mientras miraba en círculo al cielo, al suelo<br />
y de nuevo al cielo. Si este hombre fuera capaz de asumir responsabilidad<br />
por algo, difícilmente lo hubiéramos encontrado en este estado, así que que -<br />
ramos o no es asunto del pueblo ocuparse de todo lo necesario. Pues para<br />
disgusto de todos y aunque esto sólo pueda aceptarse de mala gana, este in -<br />
dividuo repulsivo que suele andar errado en todo sólo tiene razón en una cosa:<br />
no le haría honor al pueblo ni al castillo que un mensajero o quizás un funcio -<br />
nario descubra personalmente a K. en su lamentable estado.<br />
También a causa de los niños no sería posible dejarlo así, dijo en su<br />
apoyo el maestro, que después de la sarcástica observación de la posadera<br />
se había comportado exactamente igual que los lugareños.<br />
De nuevo se oyó un murmullo y se repitieron las miradas recelosas diri -<br />
gidas a K. como un ritual establecido o al menos ensayado. A causa del hedor<br />
que despedía, K. no se atrevía a acercarse más, por mucho que hubiera que -<br />
rido oír lo que discutían de nuevo los lugareños. Por último, el maestro alzó<br />
la voz: por encima de todas las demás consideraciones, había que darle prefe -<br />
rencia a la rápida solución del problema. En estas condiciones —dijo señalan -<br />
do a K.— sería absolutamente imposible presentarse en el castillo para efectuar<br />
una reclamación por causa de este hombre. K. podría quitarse sus prendas<br />
aquí mismo, lo mejor sería quemarlas en este lugar, debe ser posible encontrar<br />
una manta, cubrir la vergüenza desnuda de este individuo, para que recorra<br />
los pocos pasos que lo separan de la casa más cercana, sobre todo la manta<br />
es importante, por los niños. Con eso quedaría suprimida por el momento la<br />
causa principal de toda la repugnancia, sobre la manera de proceder en ade -<br />
lante se podría deliberar después tranquilamente con el alcalde del pueblo.<br />
Así que iban a querellarse contra él. K. oyó decir eso sin inmutarse. Esos<br />
campesinos podrían hacer lo que quisieran, con tal de que terminara aquella<br />
situación humillante. Miró hacia el castillo y vio cómo se reflejaba el sol<br />
en más de una ventana. Así que hay allí ventanas que pueden abrirse y cerrar -<br />
se, y seguramente también personas que miran el pueblo desde allá en lo<br />
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MARIANNE GRUBER<br />
48<br />
alto. “Todas las demás consideracio -<br />
nes”, repitió mentalmente una parte<br />
de lo dicho por el maestro. Evidente -<br />
mente se reflexionaba mucho allí. Les<br />
daban vueltas a los pensamientos,<br />
frases y palabras, hasta que empeza -<br />
ban a significar lo contrario de lo que<br />
se había querido decir al principio,<br />
hasta que se volvían contra la intención<br />
original, incluso contra el que habla -<br />
ba, o ya no quedaba nada de ellos.<br />
El castillo. No le parecía ni por asomo<br />
tan lejano como había dado a enten -<br />
der el maestro, y era extraño que él<br />
nunca hubiera llegado allí de haberlo<br />
intentado.<br />
Se irguió. La manta, dijo.<br />
Trajeron rápidamente una. A juzgar por el olor, venía de la caballeriza.<br />
K. se quitó la ropa lo más rápido que pudo. Prácticamente se la arrancó del<br />
cuerpo, mientras los presentes, que evitaban acercársele, le daban la espalda<br />
y formaban una pared, esperando hasta que se desvistiera y se envolviera<br />
en la tosca manta. Después lo acompañaron, formando una columna, hasta<br />
la casa más cercana, donde ya habían comenzado a calentar agua y prepa -<br />
raban una tina en el lavadero.<br />
Todavía le queda un atado de ropa en mi casa, dijo para sorpresa de<br />
K. una mujer a la que se dirigían como la posadera de la Posada del Puente,<br />
pues aparentemente había dos posadas en aquel poblacho. En el desván se<br />
encontrarían probablemente un pantalón, una chaqueta y botas. Voy a traer -<br />
los, exclamó la posadera, y partió a toda prisa.<br />
También encontraron pronto un pedazo de jabón. K. se sentó en la tina<br />
y una de las campesinas, mujer ya vieja, de enérgicos movimientos, comenzó<br />
a cepillarlo. Lo lavaba como a un niño, cuidando de que también se portara<br />
bien, como correspondía a una criatura, y K. la dejó hacer, con esa obedien -<br />
cia fingida propia de los niños temerosos o tímidos.
HACIA EL CASTILLO<br />
Ahora todo de nuevo, dijo la campesina, que comenzó una vez más el<br />
procedimiento de limpieza. Lo enjabonó, le pasó el cepillo y comenzó a lavar -<br />
le el cabello una vez más.<br />
K. apoyó la espalda en la tina, con la cabeza bien inclinada hacia atrás,<br />
mientras le corría por los cabellos y la cara el agua caliente, que cambiaron<br />
varias veces, y sintió cómo al estar envuelto en el calor bienhechor la frialdad<br />
que había dentro de él empezaba a deshacerse. Cedió la rigidez en sus<br />
articulaciones, y sintió la cabeza agradablemente despejada. De esa manera,<br />
abandonado por completo al calor y a los cuidados de la aldeana, aunque<br />
ésta no se los prodigara de buena gana, dormitó un poco hasta que lo desper -<br />
tó la voz de la mujer.<br />
Está bien ya, dijo ella. También hay aquí ropa interior limpia y las<br />
otras prendas.<br />
Es ese mi atado, preguntó K., y la aldeana le dijo que sí. Mis prendas,<br />
repitió, y ella le respondió malhumorada: claro que sí, ¿no se lo estoy dicien -<br />
do? K. salió del agua, tomó una toalla que habían puesto a calentar en la<br />
estufa y después se vistió cuidadosamente. La aldeana lo observaba sin curio -<br />
sidad y también sin sorprenderse de que las prendas que K. se estaba po -<br />
niendo fueran mucho más elegantes que las que usaba anteriormente. La mujer<br />
miró con indiferencia su camisa de seda y la chaqueta de terciopelo. Cuando<br />
se la puso, ella abrió la puerta de un golpe y exclamó: está listo, es vuestro.<br />
K. salió a un mediodía radiante. Desde el lugar donde estaba veía bri -<br />
llar el castillo a lo lejos. La torre, que ahora podía ver, se asemejaba a la<br />
torre de su sueño, del cual lo habían despertado los habitantes del pueblo.<br />
Ahora volvía a recordar. Había estado en camino, hacia cualquier parte, evi -<br />
dentemente sin una meta definida, y el parecer fue así que llegó hasta allí.<br />
En sueños el edificio que se alzaba en una colina sobre otros edificios le pare -<br />
cía frágil, como si lo hubiera dibujado la mano insegura de un niño. Ahora se<br />
le presentaba como un indicador de camino al que era preciso seguir. De re -<br />
pente, le parecía que aquel día había sido creado para continuar su camino<br />
y superar todos los obstáculos. Se sentía el cuerpo ligero, como liberado de<br />
un peso insoportable, y la luz brillaba con un resplandor benigno y lejano.<br />
Pero entonces sopló el viento trayendo los olores de la región, que parecían<br />
mezclarse con otros aromas y olores venidos de muy lejos, mensajeros de<br />
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MARIANNE GRUBER<br />
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una lejanía triunfante y a la vez dolorosa, a cuya absurda seducción uno es -<br />
taba expuesto para extraviarse en ella, para extraviarse cada vez más y olvidar<br />
y ser olvidado. K. se entregó por completo a la sensación que despertaban<br />
en él aquellos olores, con la esperanza de que esa sensación lo absorbiera<br />
y en un proceso de disolución lo transportara a algún lugar donde ya no llegaría<br />
ninguna idea. El día había comenzado sin él, la noche comenzaría sin<br />
él. Todo comenzaría y terminaría sin él y mientras tanto existiría, sin que<br />
fueran visibles un comienzo y un final. Aquellos individuos podrían hacer<br />
con él lo que les viniera en gana. Se dirigió a ellos con ánimo apacible.<br />
Y ahora, preguntó.<br />
Eso lo decide el castillo, respondió el maestro.<br />
¿El castillo? K. miró hacia la elevación. Entonces me presentaré allí.<br />
La mujer que desde el primer momento había hablado a nombre de to -<br />
dos se echó a reír. Vuelve a jugar el viejo juego con nosotros. Este granuja.<br />
El castillo te hará saber lo que debe suceder, si es que algo debe suceder.<br />
¿Y hasta entonces?<br />
Hasta entonces, hasta entonces. Miradlo, exclamó la mujer.<br />
Y de nuevo le clavaron la vista como si fuera un animal extraño, o peor<br />
aún: como si fuera una enfermedad. Los que así lo miraban despertaron nuevamente<br />
la cólera de K., que se irguió.<br />
Puesto que no estaba previsto nada definido, dijo dirigiéndose a la<br />
mujer en tono imperioso, llame al castillo y dígales: K. vendrá ahora.
Heredar a Eliseo Diego<br />
ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
para que Fefé y Lichi (y quizás Rapi) no se olviden de nosotros<br />
“No hay memoria de lo que precedió, ni de lo que sucederá habrá memoria en<br />
los que serán después.” Contra esta sentencia del Eclesiastés quiso rebelarse a<br />
lo largo de su vida Eliseo Diego, y la prueba de su propósito nos queda en una<br />
obra sembrada de paradojas. ¿Por qué alguien a quien le preocupaba sobre -<br />
vivir de manera más perdurable que en el recuerdo, nos hacía, a decir de su<br />
hijo Rapi, “disfrutar el mundo como si acabase de salir de la fábrica y oliera<br />
a nuevo”? ¿Cómo la persona consciente de un esplendor presto a ser descu -<br />
bierto a su alrededor padecía un exterior que lo desconsolaba?<br />
Puede rastrearse el origen de varias de las constantes en los textos de Eli -<br />
seo Diego. Su propósito de enfrentarse al mundo con los ojos del principiante,<br />
en la curiosidad con que en la infancia domesticó el inmenso jardín al que<br />
resguardaba una gran reja de dos enormes hojas de hierro. El terror a la muer -<br />
te, al vacío, a la nada, en las historias sobre el demonio y el infierno que los<br />
hermanos de La Salle en el colegio del Vedado relataban a los alumnos de<br />
enseñanza primaria y que abrumaron a ese entonces niño de “imaginación<br />
bastante viva”.<br />
Suele ser muy solemne el tono cuando se habla del grupo Orígenes, y de<br />
cualquiera de sus integrantes, como si se tratara de arquetipos antes que de per -<br />
sonas. Por eso escoger conversar con Josefina de Diego, Fefé, para saber más<br />
de Eliseo, el autor consciente de la volatilidad del lenguaje, de todas las varian -<br />
tes lúdicas de la escritura, como se aprecia en las notas dedicadas a los poetas<br />
que tradujo: “A ojos de sus compatriotas y hermanos de idioma, G. K. Ches -<br />
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ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
ELISEO DIEGO JUNTO A SU HIJA FEFÉ EN MOSCÚ, 1981<br />
52<br />
terton puede dar la impresión de que ha<br />
comenzado a caer en el olvido. Teniendo<br />
en cuenta su peso y dimen siones corporales,<br />
semejante caída iba a re sultarles por lo<br />
menos incómoda a esos caínes de hermanos<br />
suyos, siquiera por las salpica duras que pro -<br />
vocaría. Dudo mucho, además, que el olvido<br />
tenga calado suficiente para cubrirlo.”<br />
Terminaba pesando siempre más en<br />
él, el sentido ético y de respeto hacia los<br />
demás, así fueran figuras muy lejanas en el<br />
tiempo, por ello añade a continuación:<br />
“Confieso que las líneas anteriores pecan<br />
de ligereza…” Si bien en todo lo que escribió<br />
Eliseo Diego com probamos el oficio (él<br />
mismo se refirió a sí mismo como orfebre<br />
de la palabra), grita la autenticidad en ese<br />
constante volver sobre sus obsesiones, de<br />
las que contribuían a res catarlo los libros<br />
que leyó y escribió para nosotros.<br />
—¿Qué les contaban Eliseo y Bella a sus hijos de la época en que se hicieron<br />
novios?<br />
—Siempre hablaban de eso. Hay un primer momento, en 1936, en el<br />
que papá estaba junto a Cintio en la platea alta del teatro Campoamor, du -<br />
rante una conferencia de la Hispano-Cubano de Cultura que dirigía Fernan -<br />
do Or tiz —después lo recordaría—, y vio sentadas abajo a dos muchachas<br />
que lleva ban unas boinas. Una de ellas subió y devolvió un libro de Gabrie -<br />
la Mistral a Cintio, quien las conocía, pero poco. Ésa fue mamá. Papá no la<br />
volvió a ver hasta el encuentro en la Universidad, en 1940, cuando él estudiaba<br />
Dere cho. Cintio le dijo: “Te quiero presentar a una muchacha muy bo -<br />
nita e inteli gente. Ella viene con su hermana.” Y en el encuentro con Bella<br />
y Fina, papá hablaba todo el tiempo con mamá, y contaba que de pronto se<br />
sintió mal. Pensaba que la muchacha a la que Cintio se refería era mamá y
HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />
que lo estaba traicionando, pero se trataba de Fina. Me parece que fue de<br />
regreso de un viaje a Matanzas en tren cuando mis padres se hicieron no -<br />
vios. Sospecho que un jueves de octubre de 1941, porque en sus cartas ha -<br />
blan de “nuestro día, el jueves”.<br />
—¿De dónde surge la denominación de Agustín Pí de El Turco Senta -<br />
do a las veladas diarias en casa de las hermanas García-Marruz?<br />
—Nunca se supo bien. Mamá y tía Fina vivían en el centro de La Haba -<br />
na: en los altos de Neptuno 308 entre Águila y Galiano, un edificio que ya<br />
se derrumbó, y en esa casa se reunían papá, Cintio, Agustín, Gastón Baquero,<br />
Octavio Smith, el padre Ángel Gaztelu, Virgilio Piñera. Lezama nunca fue.<br />
Eran jóvenes de 20, 21 años, que aparte de leer sus primeros textos, todo muy<br />
serio, escuchaban música, jugaban, hacían chistes. Papá cantaba una ópera<br />
en alemán, idioma que no sabía, y no era muy musical que digamos, nada afi -<br />
nado. Tampoco en materia de baile sabía dar un paso. Un poema de En otro<br />
reino frágil: “Versos para El Turco Sentado”, se lo dedica a Agustín Pí (mis<br />
hermanos y yo le decíamos “tío Agustín”).<br />
—¿Por qué Eliseo Diego afirmó que nunca fue un joven, sino de máscara?<br />
—Desde jovencito estuvo bajo tratamiento siquiátrico. Incluso, durante<br />
el noviazgo, papá se separó de mamá porque decía que no la iba a hacer fe -<br />
liz. Se fue a vivir a una propiedad de su familia en Cayo Smith, en Santiago<br />
de Cuba, con los pescadores. Sólo tenía 23 años y ya lo venían acorralando<br />
todas sus obsesiones con la muerte, la religión, tormentos que se ven en su<br />
poesía. En las cartas de entonces se nota muy triste, no la menciona a ella.<br />
Alguien como papá, con una sensibilidad, diría que a flor de piel, a veces<br />
sufría demasiado, lo agobiaban los misterios de la vida.<br />
—¿Fue Bella con usted y sus hermanos tan librepensadora como lo ha -<br />
bía sido su madre con ella y con Fina?<br />
—Mamá siguió esos pasos de mi abuelita —que fue una adelantada, pien -<br />
so yo— en el sentido que respetó nuestros deseos, nuestras individualida des.<br />
Imagino que, en la intimidad con papá, hablara todo lo de sus hijos, nos criticara.<br />
Nunca intervino en nuestras decisiones de qué íbamos a estudiar o con<br />
quién salíamos. Claro, le preocupaba si era una buena persona o no, pero no<br />
era una madre metida. Lo único que hizo fue querernos mucho, cui darnos,<br />
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ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
54<br />
educarnos lo mejor que pudo. No fue impositiva, al contrario, creo que pecó<br />
un poco de liberal. Quizás en algún momento uno necesitó que lo regañaran,<br />
y ella generalmente no lo hacía. Porque por encima de todo, eso fue lo que<br />
siempre quiso en su vida: tener sus hijos. Siempre lo dijo, era su alegría más<br />
grande. Disfrutaba la poesía, disfrutaba la música, pero no tenía esa inquietud<br />
por ser creadora en un grupo donde todos lo eran. Nunca sintió complejo ni<br />
mucho menos, fue una mujer muy plena con su familia. Papá y mamá se casa -<br />
ron en 1948 (fueron novios durante casi ocho años) en la igle sia del padre Gaz -<br />
telu, en Bauta. De la ceremonia, irían a su apartamento, an tes de continuar<br />
de luna de miel en Nueva York, Washington y Miami. Pero mamá desvió el<br />
trayecto —papá contaba esto un poco molesto siempre— y quiso pasar por Vi -<br />
lla Berta, en Arroyo Naranjo, y visitar luego a los descendien tes de Eliseo Gi -<br />
berga y su esposa María del Calvo (ya fallecidos), quienes le habían regalado<br />
esa finca a mis abuelos, Constante de Diego y Berta Fernán dez-Cuervo. Eliseo<br />
Giberga, el autonomista, era hermano de la abuela materna de mi papá. Mis<br />
padres vivieron los dos primeros años de su matrimonio en el Vedado, porque<br />
Villa Berta todavía permanecía alquilada. Para mamá significaba algo muy<br />
solemne pasar por la casa y saludar a esa familia antes de ir de luna de miel.<br />
Existe una fotografía de la primera vez que papá llevó a mamá a Villa Berta,<br />
y papá la mostraba: “Ésta es la foto que yo hice a tu ma dre el día que pasamos<br />
por Villa Berta y ella dijo que quería que sus hijos se criaran aquí.”<br />
—¿Conservaba Eliseo el mapa del jardín que había hecho cuando niño?<br />
—Ese mapa no lo vi nunca. Cuando empecé a escribir El reino del abue -<br />
lo, fue muy curioso, porque dibujé un mapita para ubicarme en los lugares<br />
que recordaba, y cuando se lo enseñé a papá, me dijo: “No, ése no es el<br />
jardín.” Entonces hizo su mapa con el jardín que conoció de niño, con todos<br />
esos frutales que sembró mi abuelo Constante para él. Porque el jardín había<br />
cambiado cuando mis hermanos y yo fuimos a vivir allá.<br />
—Lichi asegura que la infancia de su padre en Villa Berta, a diferencia<br />
de la de ustedes, fue mucho más triste<br />
—Papá fue hijo único. Su medio hermano, siete años mayor, Constantico,<br />
no vivía con él. Se describía como un niño solitario en medio de ese jardín: ju -<br />
gaba a los soldaditos, leía, y también percibía un problema familiar del cual<br />
nunca le gustó hablar, por la relación difícil entre su abuela materna, Ame lia
HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />
Giberga, y su padre. Amelia era una catalana aristócrata y mi abuelo un cam -<br />
pesino humilde de Asturias, dueño de una joyería cuando conoció a abue la.<br />
La había heredado de su dueño, otro asturiano, abuelo trabajaba con él y Bor -<br />
bolla no tenía descendientes. La señora Giberga le hizo un poco difícil la vida a<br />
su hija y al esposo. Y papá, como niño muy sensible, se percataba de esa tensión.<br />
—¿Qué beneficios reconocía Eliseo Diego en ese don utilísimo de mirar<br />
su casa desde lejos, ganado en su niñez con las incursiones por la tierra de los<br />
cuentos?<br />
—Él habló de que en ese viaje a Francia se había encontrado con la Poe -<br />
sía en mayúscula, a través de su contacto, cuando enfermó, con el guiñol y<br />
con los cuentos de Perrault que le narraban Luigi, el maître del Hotel León<br />
de Roayat, y su esposa Olga. Nunca más supo de ellos, incluso nunca más<br />
regresó a Francia. Mencionaba siempre ese viaje, tenía sólo seis años, recordaba<br />
su casa, su jardín, sus juegos, y el contacto con esas nuevas maravillas<br />
lo ayudó a apreciar más las que le rodeaban, en un jardín también encanta -<br />
do, como aquel de la Auvernia.<br />
—¿Llegó Eliseo a recuperar el tiempo perdido de su infancia junto a<br />
sus hijos en la quinta de Arroyo Naranjo?<br />
—Regresó a un lugar con mucha vida, con una atmósfera agradable que<br />
no sintió de niño. Aunque se pasaba la mayor parte del tiempo en su estudio,<br />
y eso era algo para mi mamá sagrado: “Su padre está trabajando, no lo interrumpan”,<br />
se asomaba a la ventana y nos veía jugando. En las Navidades era<br />
él quien preparaba el nacimiento. Papá era un católico, lo que se llama prac -<br />
ticante, igual que mis tíos Cintio y Fina. Mamá no tanto, era más a “su ma -<br />
nera”, como se dice. Sobre una mesa colocaba libros y los cubría con papel<br />
color piedra, simulaba montañas, y disponía luego las figuras. Otra cosa que<br />
también le gustó siempre fueron los trencitos eléctricos. Mandó a hacer una<br />
mesa rectangular bastante grande, y con un cristalito daba la idea del lago, hi -<br />
zo el puente, el túnel —no sé cómo— por el que pasaba el tren, que se veía<br />
de lo más bien, puso las luces. Eso debía ser para sus hijos, pero creo que prin -<br />
cipalmente era para jugar él.<br />
—¿Cuáles claves aclaran las canciones que escogía Eliseo para dormirlos?<br />
—Su padre era asturiano y, su madre, cubana, pero hija de catalana y<br />
asturiano. Ellos lo durmieron con canciones españolas, y él hizo lo mismo con<br />
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ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
56<br />
nosotros. Ésas eran las que se le ocurrían, aparte de “Duérmete, mi niño”, que<br />
la conoce todo el mundo. Las recogí en El reino del abuelo: “Ya se murió el<br />
burro, / que acarrea el vinagre, / ya lo llevó Dios / de esta vida miserable.” Ha -<br />
ce poco escuché un disco donde un español la canta, y no es exactamente la<br />
misma letra, pero es la canción: “ya estiró la pata, / ya torció el jocico / y con<br />
el rabico decía adiós, perico”. “Papá, ¿cómo se te ocurría dormirnos con esa<br />
canción tan triste?”, le decía. Él se quedaba un rato callado: “Pero es que<br />
la parte que a ustedes más le gustaba era: turuturuturu que turuturuturu.” Es<br />
verdad. “¡Pero, viejo, la letra es terrible!” Otra, que nos cantaba, era: “No<br />
llores, no / que la vida es muy breve, / todo se pasa, / como una sombra le -<br />
ve.” Se las enseñó Julián Orbón; es una tonada del cancionero anónimo as -<br />
turiano. Se podrán imaginar. Así y todo, mis hermanos, crueles, durmieron<br />
a sus hijos, y yo también a mis sobrinos Ismael y María José, con esas canciones,<br />
¡qué eran las que nos sabíamos!<br />
—¿En qué consistía la participación de Rapi, Lichi y Fefé en las tertulias<br />
de los amigos de Orígenes?<br />
—Un poco que El Turco Sentado se trasladó a ese pueblito perdido en<br />
los mapas de la ciudad. Los domingos llegaban Cintio, Fina, Octavio Smith,<br />
Agustín Pí, Lezama, Julián Orbón, Cleva Solís, Samuel Feijoó, y traían a<br />
nuestros primos. Hacíamos lo que hacen todos los niños, jugar, sencillamen -<br />
te; eran nuestros tíos que venían a casa. Algo de lo que me arrepentiré toda<br />
mi vida, pero qué le vamos a hacer, fue un día que papá nos dijo: “Hoy vie -<br />
ne un amigo, escritor argentino, y quiero que lo conozcan”, pero me coinci -<br />
día con un partido de baloncesto. Yo tendría trece o catorce años, estudiaba<br />
la secundaria y jugaba baloncesto. Cerca de la hora, mis hermanos no sé<br />
dónde estaban, y yo: “Papá, me tengo que ir.” “No, hijita, espera, que están<br />
al llegar.” Vestida para salir, llegó el carro, la visita subió al estudio, y mamá<br />
me avisó: “Ve, que tu padre quiere que te conozcan.” Vi a Lezama, y senta -<br />
do a su lado un señor al que me presentaron: Julio Cortázar. “Mucho gusto.”<br />
“¡Ah!, encantada.” “Bueno, me voy a un juego de básquet.” Dejé al señor Ju -<br />
lio Cortázar sentado en el estudio de mi casa, se podrán imaginar. Todavía me<br />
doy cabezazos contra la pared.<br />
—Se dice que Eliseo Diego sentía celos del cariño de María Zambrano<br />
hacia Lezama Lima.
HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />
—No puedo decir nada sobre eso, porque no sé si fue algo que papá<br />
dijo ni de dónde sacaron esa información. Toda la vida se habló de María Zam -<br />
brano en casa como una referencia, alguien que los había marcado con sus<br />
clases en la Universidad. Ella vivió varios años en Cuba, se marchó en el 53<br />
y nunca más volvió. En 1986, mis padres viajaron a Madrid. Zambrano hacía<br />
no mucho había regresado a España del exilio. Papá contaba que la llamó por<br />
teléfono: “María, ¿sabes quién te habla?” Y Zambrano dijo: “¡Ah, esa voz…!”,<br />
y recitó de memoria la dedicatoria de papá en el ejemplar que le regaló de En<br />
la calzada de Jesús del Monte. Se encontraron, y de ahí son las fotos muy<br />
bonitas de papá, mamá y María Zambrano.<br />
—¿Cuáles son las razones demasiado tristes que los obligaron a abandonar<br />
en 1968 la casa de Arroyo Naranjo?<br />
—El plan era conservar esa casa para siempre. Mi abuela paterna, Berta<br />
Fernández-Cuervo, la única con sentido práctico en la familia —los demás<br />
hemos sido un desastre hasta el sol de hoy—, no era rica ni mucho menos. De<br />
hecho, mi abuelo quebró durante la crisis del 29. Pero como ella (que nació<br />
en 1891 y se la llevaron muy pequeña a Estados Unidos, por la guerra) había<br />
aprendido a hablar inglés antes que español, comenzó a dar clases del idioma.<br />
Preparó un libro de texto en tres tomos, Exercises in Functional Grammar,<br />
y en la década del cincuenta llegó a ser inspectora general de los Centros<br />
Especiales de Inglés de Cuba. (Las personas de mi edad y un poco mayores<br />
recuerdan que en esos lugares se aprendía muy bien a hablar inglés.) De las<br />
entradas de los libros, y de la renta de unos apartamentos en la calle Com -<br />
postela —que heredó también de María del Calvo—, unidas a su mentalidad<br />
práctica —imagino que aprendida en Estados Unidos— compró terrenos para<br />
construir en Alamar y Nuevo Vedado, además de una propiedad suya en Va -<br />
radero. Lo hizo previendo el momento en que sus nietos crecieran, fuesen a<br />
estudiar a la Universidad o a trabajar, y conservaran siempre la finca de Arro -<br />
yo Naranjo como casa de campo. Ése era su plan. Dos cosas mi abuela no<br />
pudo prever: uno, que las nuevas leyes revolucionarias, aún vigentes, prohibían<br />
mantener dos casas en la ciudad; y dos, que esos terrenos, los tres, cayeron<br />
en zonas que llaman “congeladas”. Creo que en el de Nuevo Vedado cavaron<br />
un refugio; en el de Alamar construyeron un edificio; y, en Varadero, debe<br />
existir un hotel.<br />
57
ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
58<br />
Ya desde antes la casa presentaba muy mal estado, incluso el piso de<br />
madera vieja de la planta alta tenía comején, y no había posibilidad de cambiarlo.<br />
Además del problema con el transporte. Mamá, que estaba enferma,<br />
se levantaba a las cinco de la mañana para llegar temprano a su trabajo en la<br />
Biblioteca Nacional, y regresaba a las siete u ocho de la noche, con buen tiem -<br />
po. Papá tenía carro, pero no lo podía usar porque no había gasolina. Noso -<br />
tros empezábamos la Universidad, y llegar de Arroyo Naranjo al Vedado,<br />
como ahora, era difícil. Cuando yo iba a la Cinemateca, mi padre me espera -<br />
ba en la parada de la guagua, porque de ahí a la entrada de la casa había una<br />
oscuridad terrible.<br />
Un comandante llamado Argibáez, me parece recordar, quien murió des -<br />
pués en un accidente, nos propuso, en 1968, una permuta cambiando propiedad<br />
por propiedad. Pensaba destinar el lugar donde se ubicaba nuestra<br />
casa para unas oficinas de la industria agropecuaria, pues quedaba cerca de<br />
avenida 100 y Calzada de Bejucal, y de unos planes agrícolas que se desarrollaban<br />
en Managua. Nadie nos obligó a permutar, fue una decisión que mis<br />
padres y mi abuela tomaron. Claro, abuela nunca estuvo de acuerdo con lo<br />
que se recibió a cambio. Porque entregamos aquella finca maravillosa con<br />
una casa enorme de dos plantas, estudio-garaje aparte y un jardín inmenso;<br />
y lo que se resolvió —que no fue fácil, nadie nos obligó tampoco— fue los<br />
bajos de una casa en El Vedado (pues en los altos vivía otra familia). Mis pa -<br />
dres pudieron pedir algo mejor. No tuvieron en cuenta que sus hijos se iban<br />
a casar, y que a su vez iban a tener hijos. Papá y mamá dormían en un cuarto,<br />
Rapi y Lichi juntos, abuela en un tercero, y yo en otro. Se acabó la casa.<br />
Lichi después construyó en el patio. Rapi levantó una barbacoa, dormían arri -<br />
ba él y su esposa, y abajo estaban la cuna de Ismaelito y la mesa de dibujo.<br />
Difícil de resumir y asumir porque, como ven, el cuento es largo. Respeto la<br />
decisión de mis padres, para nosotros fue mucho más cómodo. Yo iba caminando<br />
a la Universidad, a las fiestas, los estudios. Pero el hecho cierto es que<br />
para todos en la familia fue una verdadera tragedia abandonar Arroyo Naran -<br />
jo. Tía Fina dice en su poema “Mudada”: “Desmantelan/ la casa. / Nos desmantelan/<br />
a todos/ el alma.”<br />
—¿Qué comprende y qué les per dona El reino del abuelo a usted y a<br />
sus hermanos?
HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />
—Pienso que el libro fue una ma -<br />
nera de pedir perdón a la finca, al pue -<br />
blo, por nuestra partida. Traté de contar<br />
allí esos momentos que vivimos y que<br />
tanto bien nos hicieron. Un poco agra -<br />
decerle al abuelo asturiano, pero tam -<br />
bién a los otros abuelos, a mis padres,<br />
por regalarnos un lugar así. Fue un re -<br />
conocimiento a todos y a todo lo que<br />
hizo posible nuestra felicidad en esos<br />
años tan importantes que son los de la<br />
infancia y la adolescencia temprana.<br />
—¿Cuándo comenzó a descubrir ELISEO DIEGO EN EL ESTUDIO DE SU CASA DEL VEDADO, RODEA -<br />
en los poemas de Eliseo Diego la DO DE SU FAMILIA. ENERO, 1970 (FOTO: LIBORIO NOVAL)<br />
misma perfección y pulcritud con que di bujaba los uniformes de sus soldaditos?<br />
—Con los años. Papá primero fue mi papá. (Sonríe). Fue el poeta Eliseo<br />
Diego después, porque ya les digo, dejé a Cortázar y a Lezama con la palabra<br />
en la boca y me fui. Sí lo miraba pintar —pintaba muy bien— los soldaditos,<br />
no los de plomo (esos se perdieron), sino unos de goma para unos juegos que<br />
él mismo inventó. No recuerdo cuándo lo leí por primera vez, pero fue en ese<br />
momento del preuniversitario, con diecipico de años: “Bueno, papá es un es -<br />
critor famoso, vamos a ver qué escribe.” Lo primero fue Divertimentos, uno<br />
de los libros suyos que más me ha gustado siempre.<br />
—¿Percibía los momentos de aprehensión en que Eliseo atendía a los<br />
colores y sombras de su patria, las costumbres de sus familias y la manera<br />
en que se decían las cosas?<br />
—Tiene que ver con su forma de ser, su atención a “las pequeñas co -<br />
sas”, y su comprensión, su acercamiento, a los demás y a la naturaleza que<br />
lo rodeaba, siempre con respeto, con un cuidado. Papá rechazaba esa poesía<br />
fabricada, la detectaba muy bien: buenos poemas, pero que no conmueven,<br />
no emocionan. Sabía que era un buen poeta, no les digo que no, le complacía<br />
que se lo dijeran. Tenía esa pequeña vanidad, pero una vanidad un poco infan -<br />
til, me parece. Le gustaba que lo visitaran los jóvenes, entraban a casa como<br />
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ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
60<br />
a un templo, tanto lo admiraban, pero papá se ponía a conversar con ellos con<br />
naturalidad, y terminaban hablando como si lo conocieran de mucho tiempo.<br />
Un día me contó que paseaba por G y se le acercaron dos jóvenes: “¿Usted<br />
es Eliseo Diego?” “Sí, hijo, ¿qué pasa?” “Mi novia y yo estamos enamorados<br />
de usted.” Y vinieron a casa. Eso lo halagaba muchísimo. Re cuerdo que unos<br />
días después de su muerte me vinieron a ver dos muchachos que habían esta -<br />
do en casa; creo que preparaban su tesis sobre papá, y me dijeron que al co -<br />
nocer la noticia de su muerte se sentaron en uno de los bancos de la Avenida<br />
G, al lado de nuestro apartamento, a leer sus poemas.<br />
—¿Por qué alguien que confesaba “un corazón de habla española” con -<br />
servaba la mayoría de sus libros más preciados en idioma inglés?<br />
—Eso se remonta a mi abuela Berta. Ella y mi padre se hablaban constantemente<br />
en inglés, y él, de niño, tuvo además una institutriz de ese idioma,<br />
por lo que llegó a conocerlo a la perfección. Abuela también inculcó el amor por<br />
escritores ingleses como Lewis Carrol y Charles Dickens. Eran sus lecturas,<br />
aparte de los clásicos españoles, que él dominaba. Quevedo, Cervantes, Gón -<br />
gora, Lope de Vega, Azorín, Gómez de la Serna, eran leídos y bien leídos. Para<br />
papá el Siglo de Oro español fue su fuente. Pero también la sintaxis del in -<br />
glés se aprecia en su poesía.<br />
—Eliseo Diego enfrenta, en ocasiones, la pequeña casa, el ámbito fami -<br />
liar, contra lo que él llama el infinito espacio, el atroz exterior. ¿Qué aspectos<br />
del carácter y cualidades de Eliseo pueden explicar su interés por lo cotidia -<br />
no y por un lenguaje que sirva de refugio frente a la realidad?<br />
—Pienso que en la familia, la casa, sus recuerdos de niño, mi padre en -<br />
contraba consuelo, y buscaba entender la realidad a partir de las relaciones y<br />
objetos más humildes, cercanos y tangibles. El oscuro esplendor incluye el poe -<br />
ma “Tesoros”, y es una enumeración: “Un laúd, un bastón, / unas mone das, /<br />
un ánfora, un abrigo, / una espada, un baúl, / unas hebillas, / un caracol, un lien -<br />
zo, / una pelota.” Esos objetos simples, su familia, sus amigos, por su transpa -<br />
rencia, lo acompañaban, lo ayudaban a comprender las tragedias: ver las cosas,<br />
nombrarlas. Era un hombre realmente sencillo porque su padre lo fue, porque<br />
así lo aprendió. Hizo un poema a un limpiabotas, porque el lim piabotas murió,<br />
y era su amigo. Tras la muerte de papá nos dieron el pésame muchos es critores,<br />
pero también gente del barrio, que a derechas no sabían ni que él era escritor.
HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />
—¿Por qué cree que sus cuentos queden en un terreno tan ambiguo y que<br />
él mismo los haya valorado como meros entrenamientos para escribir poesía?<br />
—Sus primeros cuentos son más largos, pero creo que ya En las oscuras<br />
manos del olvido evidencia la añoranza de trascender la prosa, un deseo que<br />
implica la poesía. Nunca hubiera podido escribir la novela que quiso, porque<br />
la novela requiere, como dice mi hermano Lichi, mucha “carpintería”, y papá<br />
tendía a la concisión. En Versiones, la prosa todavía es más destilada que<br />
en Divertimentos. No creo que considerara sus cuentos algo menor, quizás no<br />
se consideraba a sí mismo un cuentista. Siempre dijo que a partir de En la<br />
Calzada de Jesús del Monte fue buscando otra forma en la que decir, más<br />
sintética. El primer discurso, casi poemas en prosa, lo va reduciendo y redu -<br />
ciendo. Pocos poemas de papá pasan las dos páginas, y El oscuro esplendor,<br />
el libro que según él más le gustaba, manifiesta la idea lo más concisa posible.<br />
Son sus mismos temas: el tiempo, la muerte, la amistad…, repetidos una y otra<br />
vez, tratando de desvestirlos de todo adorno y dejarlos en su esencia misma.<br />
—¿Sabe qué llevó a Eliseo a no deshacerse nunca del borrador de su no -<br />
vela inconclusa Narración de domingo, que comenzó tras publicar en 1942<br />
En las oscuras manos del olvido?<br />
—No recuerdo que haya hablado nunca de ese proyecto, ni lo vi traba -<br />
jar en él. Al parecer comenzó a tomar unas notas extrañas en el año 45, y lue -<br />
go desechó la idea. Llegué a pensar que hasta se le había olvidado, pero no<br />
pudo ser, porque lo conservaba en la gavetica al costado de su buró. No he re -<br />
visado completo el borrador, la letra es muy incómoda de leer, pero se desarro -<br />
lla en un sueño y una irrealidad que después llevó a sus cuentos y a su poesía.<br />
Sí quiso hacer una novela histórica, y quedan anotaciones; le fascinaba la<br />
batalla naval de Santiago de Cuba, porque su padre vio de joven en España<br />
salir a la armada del almirante Cervera rumbo a Cuba.<br />
—Eliseo Diego creía en la inspiración, pero también en la necesidad de<br />
reescribir el poema hasta que quedara tal y como lo tenía pensado, ¿era disci -<br />
plinado a la hora de trabajar o esperaba a alcanzar determinados estados de<br />
ánimo?<br />
—Las dos cosas. Guardo casi doscientos poemas y conferencias ma -<br />
nus critas, incluso se demoró años en publicar algunos poemas porque no le<br />
satisfacían. El libro Cuatro de oros está compuesto, bá sicamente, de poemas<br />
61
ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
62<br />
que escribió en la década del setenta. Ahí están sus borrones. Comenzaba<br />
a escribir a mano, con su plumita, que era sagrada. Eso no se podía tocar, ni<br />
siquiera mamá. Llevaba los bolígrafos en el bolsillo de la camisa o los guardaba<br />
en una gavetica específica, cerrada. Si le pedíamos que nos prestara la<br />
pluma para anotar algo, no le gustaba, se quedaba con la ma no extendida<br />
hasta que se la devolvieras. Después, esa primera versión la vol vía a pasar<br />
a mano, la corregía otra vez, escribía de nuevo, y cuando creía que estaba<br />
bien, la pasaba a maquinita. Era un excelente mecanógrafo, teclea ba con la<br />
vista en la página, dejando los márgenes, los espacios, todo limpio, perfecto.<br />
Pero ahí también revisaba, y cambiaba una palabra. Leía luego en voz alta<br />
el poema, a mamá, siempre; a sus amigos: Agustín, Cintio, Fina, Octa vio, y<br />
después que fuimos grandes, a nosotros, hasta quedar satisfecho.<br />
—¿Y ustedes le hacían señalamientos?<br />
—Sí, cómo no. Algunos los aceptaba, otros no. A veces se picaba. Pero<br />
generalmente lo que nos leía —no es por nada— estaba bastante perfilado ya.<br />
—¿Cómo explica que entre tantos bienes inmateriales posibles Eliseo<br />
Diego nos haya dejado en herencia el tiempo, todo el tiempo?<br />
—El paso del tiempo era su mayor obsesión, el sentido de existencia del<br />
hombre; él se abrumaba con la naturaleza y con la vida. Y cuando se ponen a<br />
ver, no se puede pensar mucho en eso. Ves la inmensidad del universo, te ale -<br />
jas, te alejas, y no existimos prácticamente. Ésos eran sus temores y preocu pa -<br />
ciones que expresa en los poemas. Frente al espejo empieza: “En un abrir y<br />
cerrar de ojos / ya no estarás en donde estabas: / un triste viejo está mirándo -<br />
te / con qué terror desde tu cara. // Mirándote ávido y mirándote / mientras la<br />
luz te da en su cara: / en un abrir y cerrar de ojos, / ni tú, ni él, ni nada.” Cuan -<br />
do salió Inventario de asombros, un poeta amigo mío iba a una fiesta un sá -<br />
bado, pasó antes por una librería, compró el libro y se puso a leerlo en la<br />
guagua. Al terminarlo, regresó a su casa. A papá ese cuento lo entristecía:<br />
“¿Pero por qué tu amigo no fue a la fiesta?”, me preguntó, y yo le dije: “Pero<br />
papá, ¿tú no has leído ese libro?” Se sentía hasta culpable de que a ese pobre<br />
muchacho se le hubiese fastidiado su sábado. Tiene poemas tremendos, de -<br />
moledores. Él lograba penetrar en una zona de la realidad que asusta.<br />
—¿Explicaba Eliseo por qué su letra cambiaba tanto a lo largo de los<br />
años?
HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />
—No, y nunca le pregunté. Para papá el contenido de sus poemas era<br />
fundamental; pero, si se fijan, la forma del poema en la página, los espacios,<br />
también. Le gustaba ir escogiendo su letra, algo muy raro. Les he enseñado<br />
la de los trazos largos, él como que la dibujaba. Quizás era un problema de<br />
gusto gráfico, visual. Se demoraba cuando hacía una dedicatoria, dibujaba la<br />
letra. Su letra de jovencito no era fea, pero la fue mejorando en su afán por<br />
la perfección. Ya al final es una letra muy trabajada, casi estudiada.<br />
—Rapi asegura en “Una conversación para empezar” que su padre les<br />
regaló el asombro.<br />
—Por esa insistencia de papá en detenerse a captar las esencias. Ver un<br />
gatico, y más que el gatico, tratar de apreciar los secretos que los gaticos tam -<br />
bién tienen. Por eso en la dedicatoria de Por los extraños pueblos plantea<br />
que la poesía “es el acto de atender en toda su pureza”, poder captar, apreciar,<br />
sorprenderse, que no se le escape nada.<br />
—¿Qué viejas cosas no dejaba atrás en las estancias abandonadas?<br />
—Sus recuerdos, y sus libros de poemas, que también iban tras él.<br />
—¿Por qué sentía Eliseo que no podría acabar nunca a su gusto el home -<br />
naje a la tienda de su padre, La casa Borbolla, aún después de escribir el breve<br />
relato “Historia de una anticuario”?<br />
—Veía ese lugar como un sitio de infinitas posibilidades, porque lo recor -<br />
daba con los ojos del niño. Siempre hablaba de eso. Parece que le causó mu -<br />
cha impresión esa mueblería y joyería de mi abuelo, que reposaba en una<br />
especie de almacén de antigüedades, quizás igual que el de la novela de Dic -<br />
kens. Y quizás pensaba que no había agotado todo lo que ese lugar le dio.<br />
—¿Cómo se las arreglaban Eliseo y Bella para burlar y embromar la des -<br />
gracia en los momentos que aparecía?<br />
—Papá era un hombre taciturno, melancólico, con tendencia a la depresión.<br />
Él se refugiaba mucho en sus libros, sus lecturas y la religión. Para mamá, por<br />
el contrario, la vida era un regalo que había que disfrutar. Igual que Rapi, muy<br />
vitales en ese aspecto. Ellos dos asumían todo con alegría, como mamá enfren -<br />
tó su diabetes, y como mi hermano, al final, enfrentó su enfermedad, con un<br />
sentido del humor y una grandeza que no se podía creer. Rapi estaba muy mal,<br />
y me escribía unas cartas con las que yo empezaba a llorar y termi naba en<br />
carcajadas.<br />
63
ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
64<br />
—¿Era práctica habitual entre los de su familia intercambiar insultos e<br />
improperios?<br />
—Desde El Turco Sentado empezó a ser así. Tío Agustín era famoso por -<br />
que le decían El Bofe. Por supuesto, con cariño. Por ejemplo, tío Agustín ve -<br />
nía, y ésa era “su” visita, éstos eran sus predios. Estaba tomándose su cafecito,<br />
fumando —cuando podía, porque después lo dejó—, y si llegaba otra persona<br />
en ese momento que era de él, había que verlo. Mamá y papá le decían: “Tin,<br />
no pongas esa cara de palo”, pero no podía evitar transmitir su incomodidad.<br />
Un día —esto papá lo contaba delante de tío Agustín y él se moría de la risa—<br />
papá lo llevó a un almuerzo con un amigo, pero aquello no estaba en los planes<br />
de tío Agustín. Cuando se separaban, ese amigo le dijo a papá: “¿Por qué<br />
invitaste a ese hombre a almorzar?” “¿Pero por qué?”, le preguntó. “Porque<br />
a este hombre hay que llevarlo al cine: allí ni se le ve ni se le oye.” A Octavio<br />
le decían El Simple. Tío Octavio era un hombre muy bueno, ingenuo, despistado.<br />
Papá manejaba muy bien, porque él todo quería hacerlo a la perfección,<br />
y eso a veces era un problema. Excelente chofer, extremadamente precavido,<br />
nunca chocó. De ellos, era el único que manejaba, porque ni Agustín ni Oc -<br />
tavio ni Lezama sabían. Todos iban en taxi hasta Arroyo Naranjo, y papá luego<br />
los regresaba en su máquina. Lezama, con esa cadencia rara que tenía al ha -<br />
blar, por su asma, se burlaba: “Eliseo, cuando llega a una intersección, se baja<br />
del coche, otea a la derecha, otea a la izquierda, comprueba que no viene na -<br />
da, se monta en el coche, y sigue su curso.”<br />
Fue famoso en una época que el grupo de Jesús Díaz, Raúl Rivero, Wi -<br />
chy El Rojo, muchachos inteligentes, agudos, ideaban epitafios de escritores,<br />
y se metían con todo el mundo. Ellos venían a casa a leérselos a papá, y papá<br />
estaba espantado de que le fueran a hacer su epitafio, por lo que él mismo se<br />
hizo dos. También componía limericks, una forma poética inglesa popularizada<br />
por Edward Lear, que yo retomo en Rimas y divertimentos. Consiste en<br />
cinco versos: riman entre sí el primero, el segundo y el quinto (que pueden<br />
tener entre siete y diez sílabas), y el tercero con el cuarto (de cinco a siete sí -<br />
labas). Son nanas para niños, pero también con su carga política y de doble<br />
sentido. Él se moría de la risa inventando limericks en inglés a sus amigos, por -<br />
que la gracia de él era hacerlos en ese idioma, como un alarde.
HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />
—¿A qué atribuye que su padre y su madre aun en la vejez continua ran<br />
viéndose el uno al otro como un joven ciclista y una muchacha de apenas 19 años?<br />
—Papá decía que en realidad él era un joven al que una bruja muy ma -<br />
la había hechizado, y en vez de convertirlo en sapo lo había condenado en<br />
ese cuerpo de viejo. Veía a mamá como “la muchacha”, porque sus recuerdos<br />
más queridos eran de su juventud juntos. Su buró estaba lleno de retratos de<br />
mamá joven, hasta que ella un día enmarcó una foto reciente, la colocó junto<br />
a las otras, y le dijo: “Ésta es la vieja que soy.” Pero papá no podía evitarlo<br />
y continuaba refiriéndose a ella y a Fina como “las muchachitas”.<br />
—¿Cuáles eran las “clarísimas manifestaciones de malacrianza” de Eliseo<br />
a las que Lichi se refiere en La novela de mi padre?<br />
—Papá era hijo único. Ya eso dice mucho, pero además mi abuelita Berta<br />
era en exceso sobreprotectora con él, y así lo fue con mi hermano Rapi, que era<br />
igualito a papá. Por ejemplo, a papá había cosas que no le gustaba hacer, tan<br />
elementales como quitarle la cáscara a un huevo duro. Mamá los preparaba<br />
para comer cuando íbamos a la playa, y él le decía —lo cual la ponía frenéti -<br />
ca— que no sabía quitarle la cáscara al huevo. Y así, pequeños antojitos. Lo<br />
que lo distrajera de su mundo no le hacía mucha gracia. Yo le había puesto<br />
una tarea que detestaba, y consistía en buscar el pan por la tarde en la bode -<br />
ga de la esquina para que caminara, porque debía hacerlo. Siempre tenía un<br />
pretexto para no ir. Un día anunciaron un ciclón, había viento y lluvia, el ci -<br />
clón a punto de entrar en la ciudad y, al regresar a casa, veo a papá listo para<br />
salir. “¿A dónde tú vas?” “A buscar el pan”, contestó. “Mira, papá, regresa<br />
a la casa, que es peligroso.” No le gustaba hacer aquello, pero como había<br />
surgido la aventura, agarró gabán y sombrero, un poco a lo Humphrey Bogart,<br />
e iba a buscar el pan en medio del ciclón aquél.<br />
—¿Lograba Eliseo amansar la angustia y la soledad volviéndolas poesía?<br />
—Que mi papá no pudiera leer, no pudiera escribir, para mí siempre fue<br />
síntoma de que estaba muy mal. Entraba en sus crisis depresivas y no podía<br />
ni escribir ni leer. Cuando escribía se sentía muy pleno. Era una forma de<br />
conjurar eso. Mientras pudo, estuvo trabajando.<br />
¿Cómo se las arreglaban para rescatar a su padre de la melancolía y las<br />
depresiones relojeras?<br />
Yo le ponía su música de Mo zart, me sentaba con él, o le llevaba libre-<br />
65
ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
tas y una plumita muy buena que le<br />
regalé: “A ver, papá, escribe”, en -<br />
tonces él hacía un esfuerzo. Por eso<br />
los tres poemas que me de dica En<br />
otro reino frágil, en los que advierte:<br />
“Mi hija Fefé me está mirando.” Me<br />
hizo notas: en una de cía que no se<br />
le ocurría nada, y ya que no se le<br />
ocurría nada es que se le empezaba<br />
a ocurrir algo. Pe ro cuando él se<br />
adentraba en sus crisis pro fundas<br />
era muy difícil sa carlo. Mamá fue<br />
quien siempre es tuvo a su lado. Al<br />
principio, cuando Rapi, Lichi y yo<br />
teníamos veintipico de años, en trá -<br />
bamos, salíamos, que si la universidad,<br />
los amigos, las fiestas: “No te<br />
preocupes, pa pá, te vas a poner bien”<br />
(acaricia un cabello imagina rio), y<br />
nos íbamos. Y él ahí sentado, calla -<br />
do. Cuando so mos jóvenes, somos<br />
egoístas sin darnos cuenta, estamos apurados por vivir la vida y no nos que -<br />
da mucho tiempo para acompañar a “las personas ma yores”. Adorábamos a<br />
nuestro padre, pero su enfermedad requería constancia. Él después decía que<br />
en esos periodos caía en el “pozo negro de Calcuta”. Nunca vi a mamá per der<br />
la paciencia con papá, era muy dulce, muy tierna con él. Ahí me di cuenta<br />
de cuánto lo quería. Siempre lo supe, pero en esas crisis lo pude apreciar me -<br />
jor. Cuando papá murió, que regresamos a Cuba de México, ella se en fermó<br />
con una bronconeumonía brutal. La entramos en silla de ruedas al hospital,<br />
y no comía. Algo muy grave para un diabético. “Mamá, tienes que hacer un<br />
esfuerzo, pon de tu parte.” Y me dijo: “Hija, es que ustedes no entienden;<br />
durante cincuenta años mi vida fue un trazo perfecto —y dibujó una línea en<br />
el aire— y ese trazo se que bró.” Desde los 18 años había sido novia de mi<br />
padre. Batallé con ella y, por suerte, rebasó la enfermedad.<br />
ELISEO ALBERTO (LICHI), CONSTANTE (RAPI) Y JOSEFINA (FEFÉ),<br />
DELANTE DE UNO DE LOS NACIMIENTOS PREPARADOS POR SU<br />
PADRE, ELISEO DIEGO. NAVIDADES DE 1954.<br />
66
HEREDAR A ELISEO DIEGO<br />
—¿Cómo consigue su familia, a pesar de las pérdidas y las lejanías,<br />
conservar la fortaleza y la unidad salvadoras?<br />
—Con mucho cariño. Mi hermano Lichi ha escrito cosas muy fuertes,<br />
pero por encima de todo está el amor y el respeto a la familia como algo<br />
sagrado que no se puede romper. No porque sea un principio definido así,<br />
sino porque realmente nos queremos.<br />
—¿Qué cuentos escogería escuchar, si como cuando eran pequeños,<br />
Rapi y Lichi la despertaran para relatarle lo que no había podido ver?<br />
—Todos esos cuentos sobre los lugares a los que no me dejaban ir siendo<br />
yo pequeña, sobre todo al circo, esos circos de pueblo que ya han desaparecido,<br />
pero no podría escoger demasiado porque cualquier historia en<br />
boca de ellos siempre tenía una magia especial.<br />
—¿Por qué identifica como un emisario de Rapi al zunzún que la visita<br />
todas las tardes y toma agua en su ventana?<br />
—Cuando escribía Un gato siberian husky, Rapi enfermó. Y como un<br />
zunzún viene siempre a mi ventana y me alegra al igual que hacía mi herma -<br />
no. Yo decía que el zunzún era Rapi que quería darme una buena noticia<br />
sobre el tratamiento de su enfermedad. Y se lo comenté a él. La décima al<br />
zunzún que incluyo en ese libro para niños está completamente dedicada a<br />
Rapi, por eso incluyo su nombre, Constante: “Pajarillo, zunzún mío / que en<br />
mi ventana apareces / no te vayas, no me dejes / regresa siempre conmigo. /<br />
Eres ágil, tienes brío / en ti todo es emoción / te consume la pasión / siempre<br />
vuelas vigilante / y con tu entrega constante / alegras mi corazón.” La décima<br />
del personaje de María José a la paloma también está dedicada a él, es un<br />
momento en que la niña está muy triste y la paloma la viene a acompañar y<br />
a jugar con ella. Rapi me acompañó cuando escribí ese libro; estaba vivo cuan -<br />
do Abel Prieto me lo pidió para publicar, y tiene mucho que ver con él.<br />
—¿Le reveló Bella Esther el secreto de saber conversar con los ausentes?<br />
—Mamá siempre hablaba de su familia y mucho de lo que cuento en El<br />
reino del abuelo es resultado de sus anécdotas. De ella heredé la costumbre<br />
de rescatar nuestra historia. Por eso guardo las fotos, cada papelito, con la fe -<br />
cha y una aclaración. Incluso organicé un libro con datos biográficos, fotogra -<br />
fías y textos que llegan hasta donde he podido indagar, además de hacerle<br />
entrevistas a mamá y a papá.<br />
67
ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
68<br />
—¿Ha regresado alguna vez a Villa Berta?<br />
—Más de una vez, y me he subido al árbol, porque todavía lo veo y creo<br />
que puedo hacer como cuando era niña. Me da gusto ir al pueblito de Arroyo<br />
Naranjo. Y regreso contenta; no triste.<br />
—¿Por qué ahora, a diferencia de cuando era niña, su miedo es que la<br />
encuentren si se esconde?<br />
—Con los años me he vuelto más conversadora, pero sigo siendo reserva -<br />
da, tímida. Me gusta la tranquilidad, guardar mis secretos, mi mundo privado.<br />
Nunca quise escribir, me era muy difícil, y finalmente me decidí a hacerlo.<br />
Tratando siempre de que mi prosa sea, como me dijo papá después de leer El<br />
reino del abuelo, transparente, sin muchos adornos, esencial, honesta.<br />
—Al escribir Eliseo Alberto que usted no es sólo la más inteligente de los<br />
tres hermanos, sino la más buena, ¿lo movía únicamente hacer un cumplido?<br />
—A Lichi le gusta decir eso, creo yo, porque me quiere mucho y porque<br />
ellos se fueron a vivir a México y yo me quedé sola con nuestros padres, aun -<br />
que se ocupaban mucho de nosotros. Rapi incluso postergó su primera quimio -<br />
terapia porque mamá se acababa de caer y vino a verla, cosa que no debía<br />
haber hecho. Lichi piensa eso de verdad, pero es algo que yo no creo. Rapi<br />
era brillante, Lichi igual, en inteligencia y en bondad.<br />
—¿Quedará enterrado en medio de los seis pinos, cerca de la pequeña<br />
estatua del niño-vigía el cofre de los tesoros de Rapi, Lichi y Fefé con monedas<br />
o alguna carta a los Tres Reyes Magos?<br />
—Pues ahí está enterrado y ahí se va a quedar, porque ese jardín sigue<br />
siendo nuestro.<br />
—¿Cree en la posibilidad de que Rapi y Lichi la esperen con las caritas<br />
atrapadas entre las rejas, bajo la tutela constante de Bella y Eliseo?<br />
—Espero que sea así, que nos reunamos todos en algún momento y en<br />
algún lugar de la eternidad. Sueño con regresar a vivir a ese jardín. Rapi está<br />
muy cerca de mí, incluso más que mis padres, es una sensación muy real. Lichi<br />
y yo somos jimaguas y nos entendemos muy bien. Pienso que como todo es tan<br />
misterioso, quizás exista alguna posibilidad. Continuar lo que en realidad no se<br />
ha interrumpido nunca, estar todos juntos otra vez.<br />
La Habana, agosto 21 y 26 de 2008
Extinciones<br />
JOSU LANDA<br />
Hundo la azada en la misma tierra donde tantos cosecharon tantos frutos.<br />
Un pedazo de lata, una pila oxidada, girones de una bolsa de<br />
plástico, algún hueso indescifrable, es lo que desentraño ahora.<br />
Demasiadas cosas recordándome la muerte.<br />
*<br />
Tiene que venir el crepúsculo, para descubrir que he estado todo el<br />
día en medio de la luz, sin percatarme de ello.<br />
Cada vez que el agua limpia pasa por mi cuerpo, sale sucia.<br />
El fresno avienta miríadas de semillas a la acera, al pavimento.<br />
Nunca germinarán.<br />
*<br />
*<br />
69
70<br />
Llegan dos pájaros a guarecerse en el alero de mi ventana.<br />
*<br />
Pían confiados, se picotean el cuerpo, hinchan el plumaje, estiran<br />
las alas, se rascan el pico...<br />
Viven sus vidas, mientras no se percatan de que los observo.<br />
Todo está bien hasta que aparezco en su escenario.<br />
Yo: el espantapájaros.<br />
*<br />
Desde aquí veo a la luna dando la luz que le dan.<br />
*<br />
La telaraña ha pescado diamantes en la noche.<br />
La araña los mira con desdén y espera a que el sol se los lleve en<br />
la punta de sus rayos.<br />
Al sol, lo que es del sol.<br />
*<br />
Uno trata de pasar en silencio, pero la vieja puerta chirria.
¿Qué me quiere decir?<br />
¿Que también le duele el tiempo?<br />
¿Que también se hartó de tanta soledad?<br />
Acabo de abofetearme.<br />
*<br />
La mosca que debí haber aplastado, en mi mejilla, huyó otra vez<br />
a lugar seguro.<br />
Cada uno de sus asaltos a mi piel ha de confirmar mi olor a muerto.<br />
¿A qué espera esta calma?<br />
*<br />
¿Qué viene después de esta reverberación muda del aire, este vaho<br />
de metales muertos?<br />
No me ha hecho nada.<br />
No me consta que haya matado para vivir.<br />
*<br />
Y, sin embargo, la aplasto: de noche, a la cucaracha, cuando se<br />
atraviesa en mi camino.<br />
71
72<br />
Esta mañana, el sol apenas se fijó en mi piel.<br />
No le gustó mi carne fría.<br />
*<br />
*<br />
Después del aguacero, como si se me hubiera empapado, me pesa<br />
más la soledad.<br />
*<br />
Todo sigue su curso con libertad: los pájaros, las nubes, los perros<br />
callejeros, los transeúntes...<br />
Todo menos uno, varado eternidades en otro embotellamiento.<br />
Ladra el perro a mi paso por la calle.<br />
Su irritación aumenta según me acerco a él.<br />
Como si acabara de morder mi aura rancia, amarga.<br />
*
Una pareja del campo<br />
ELKIN RESTREPO<br />
“He ahí los estragos del tiempo”, fue lo que primero pensé cuando vi a la<br />
pareja entrar al mercado y dirigirse a la sección de frutas y carnes. Vestían<br />
quizás los mismos andrajos que tenían hace cinco años cuando se fueron a<br />
vivir a la finca que un tío harto del campo les había prestado. Sucios, desali -<br />
ñados, indiferentes, daban la impresión de que un mago bromista los hubie -<br />
ra sacado del presente, dejándolos abandonados en aquellos tiempos en que<br />
las comunas campestres, el sexo libre y la marihuana, pasaban por una filoso -<br />
fía. La ola que había traído y llevado a los demás, a ellos sencillamente los ha -<br />
bía sepultado, dejándolos en un lugar aparte, como a criaturas de otra especie.<br />
Habían envejecido y su aspecto, nada bueno, mostraba las señales de una<br />
vida difícil, poco amable, y seguramente muy distinta a la que soñaban cuan -<br />
do un día renunciaron a todo para irse a experimentar otras cosas. Algo en su<br />
actitud, una desazón, un temor de ave, daban a entender que su presencia en<br />
el mercado era quizás una equivocación, en todo caso algo pasajero, justifica -<br />
da por la necesidad de avituallarse para no morir de hambre.<br />
Aunque, en un principio, ella hizo ademán de reconocerme, pronto si -<br />
guió de largo, sin importarle que la última vez que nos vimos yo hubiese disfrutado<br />
de sus encantos nada desdeñables. De su marido, por la mirada vacía<br />
con la que me topé, colegí que nunca me había visto, así que fuera de observar -<br />
los y advertir lo que la vida hace de uno sin remedio, me puse a recordar su<br />
historia, sin olvidar a Araceli, la muchacha que luego se les unió, atraída por<br />
su tipo de existencia y las lecturas en voz alta que de Shakespeare, allá en<br />
lo hondo del jardín, hacía Jean Pierre cada que se daba la oportunidad.<br />
73
ELKIN RESTREPO<br />
74<br />
Cuando los conocí, Jean Pierre y<br />
Romina estaban recién casados y ju -<br />
gaban a ser modernos, como podían<br />
serlo dos cuya única preocupación era<br />
seguir el evangelio según san Bob Dy -<br />
lan. Por sus atuendos y extra vagancia<br />
despertaban la curiosidad allí donde<br />
aparecían y eran, o por lo menos así<br />
lo querían hacer parecer, el capítulo<br />
que faltó a Woodstock. Por supues -<br />
to que no se les tomaba muy en serio,<br />
pero eran divertidos y no ha cían daño<br />
a nadie y se les aceptaba como un or -<br />
nitólogo acepta a un hipo pótamo. Por<br />
pura simpatía con la creación entera.<br />
En su pequeño apartamento del barrio Los Ángeles, las macetas sembradas<br />
de marihuana se mezclaban caprichosamente con las plantas carnívo -<br />
ras, de manera que echarle moscas a unas y deshojar las otras constituía un<br />
pasatiempo al que eran invitados sus amigos.<br />
“Las chicas”, así llamaban a las plantas de su jardín casero, reverde -<br />
cían con el buen rock y languidecían con Joe Cocker y sus perros rabiosos,<br />
por ejemplo. Así que la música en las fiestas que programaban obedecía a<br />
cánones muy severos, no fuera a colarse alguien con pava. Con Janis Joplin,<br />
no sobra decirlo, las maticas se transformaban en verdeantes arbustos con<br />
pájaros y nidos y, también, habría que verlo, en una ocasión única para que<br />
las moscas, excitadas, contrariando cuanta ley existe, por su propia iniciativa,<br />
sucumbieran al placer divino de ser devoradas por las flores canallas que<br />
por allí cundían.<br />
Sus ideas sobre el sexo giraban alrededor de un ejemplar manoseado del<br />
Kama Sutra y la edición reciente, puesta sobre una silla, de Lolita de Nabo -<br />
kov. Claro que en la práctica las cosas siempre iban más allá porque Romina,<br />
la sacerdotisa, no tenía ninguna dificultad en aceptar lo inaceptable. Y, tratán -<br />
dose del sexo, el sano, fortificante, medicinal sexo, ¿qué más se puede pedir?<br />
Ambos eran, pues, de ideas libertarias, y como un día descubrieron
UNA PAREJA DEL CAMPO<br />
que a su vida de recién desposados le hacía falta paradójicamente un poco<br />
más de oxígeno, aceptaron vivir en aquel caserón en las afueras, metido en<br />
medio de un bosque umbrío, que el tío enfermizo les cedió a cambio de na -<br />
da. Hasta allí los acompañaron los amigos cuando se mudaron, y para no per -<br />
derse el espectáculo de la mutación de aquellas larvas en crisálidas, empezaron<br />
a visitarlos con cierta periodicidad.<br />
La casa era blanca, espaciosa, de dos pisos, con detalles de buen gusto<br />
por todos lados, a la que envolvía también una leyenda. Se contaba que allí<br />
la antigua dueña, una solterona neurótica, herida en lo más íntimo, había<br />
disparado al mayordomo cuando lo sorprendió en ciertas disquisiciones ama -<br />
torias con una oveja que apacentaba con sus corderillos en los alrededores,<br />
enterrándolo luego en el jardín. La fertilidad y belleza del sembrado de hor -<br />
tensias provenía al parecer de la calidad del abono, cuya composición quí -<br />
mica nadie desentrañaba hasta que el olfato de un experimentado sabueso,<br />
adscrito a la inspección policial, logró averiguar la causa.<br />
Pero esto había sucedido hacía tiempo, por lo que Romina, protegida<br />
por su mantra (remitido por un gurú californiano, falso por supuesto), al que<br />
se aferraba cada que la cogían los nervios en aquella desmañada soledad,<br />
decía no importarle.<br />
A la vuelta de la casa existía una caída de agua donde la pareja se baña -<br />
ba desnuda y entonaba cantos obscenos que hacían palidecer a la legión de ha -<br />
das gordas que merodeaba por allí, sin razón útil alguna. El tiempo, sobre todo<br />
al principio, fue su gran aliado y fuera de dar rienda suelta a sus instintos, que<br />
se extendían al hociqueo y la sodomía y al cosquillearse con una coliflor o una<br />
cola de marrano, su mínimo quehacer los gratificaba como a otros gratifica<br />
quebrarse el lomo veinte horas al día.<br />
Fue, llamémoslo así, su periodo azul, en el que Romina, hacendosa como<br />
era, para descansar del amor y sus somnolientas horas, fabricaba collares de<br />
achiras y hacía dulces variados, llenando aquellos predios de aromas ricos,<br />
que luego enfrascaba y vendía en la ciudad.<br />
Por su parte, Jean Pierre empezó a leer a Shakespeare en voz alta,<br />
primero a su amada y luego a quien apareciera por aquellos predios, a fin<br />
de superar el trauma de haber robado el volumen de las tragedias, allá en la<br />
infancia, con intenciones de prenderle fuego a la casa de sus padres.<br />
75
ELKIN RESTREPO<br />
76<br />
Leer era su primer oficio conocido y el consenso era que no lo hacía<br />
mal; por el contrario, por su dicción, tonos y compostura, aquel vozarrón, raro<br />
en alguien tan delgado, señal seguramente de alguna anomalía pulmonar, po -<br />
nía a pensar a los oyentes en un relumbrante esquife que se desliza con elegancia<br />
y hechizo por el torrente verbal y metafórico, un océano en sí, del bardo<br />
inglés.<br />
Y Jean Pierre, para la concurrencia, a veces era Antonio despidiendo<br />
el cadáver de César, Falstaff vinculando su condición de ladrón al mismo he -<br />
cho de las estrellas o Próspero aprovechando sus artes mágicas para engalanar<br />
las bodas de Miranda, su hija. Sin embargo, en su intimidad agreste, su mejor<br />
papel lo desempeñaba cuando se transformaba en el asno del que, por la burla<br />
de Buck, Titania se enamora con locura.<br />
El matrimonio vivía de lo que la huerta casera producía, sumándole<br />
por lo común frutos silvestres o algún animalillo de orejas largas o pico que,<br />
desprevenido, se acercaba hasta allí a curiosear. Sin embargo, con el tiempo,<br />
fueron cambiando sus hábitos y apetencias, entregándose cada vez más a una<br />
vida aislada, sin palabras, donde hasta lo acostumbrado constituía un exceso.<br />
Sus viajes a la ciudad empezaron entonces a espaciarse y cuando, intriga -<br />
dos, los amigos acudieron a averiguar la causa, aquéllos no disimularon su<br />
incomodidad, ni hicieron mucho para que se quedaran ni para atenderlos.<br />
Aunque su aspecto no era el mejor, no aceptaron atención profesional<br />
y, el último que apareció con intenciones samaritanas, fue devuelto con pie -<br />
dras y palos. De su admiración por Bob Dylan sólo restaba la dulzaina que<br />
Jean Pierre guardaba en su bolsillo trasero y ya no tocaba, y de Shakespeare,<br />
el ajado y roído ejemplar que en ocasiones escudriñaba como en busca de<br />
una razón que disipara la niebla que envolvía su alma y que era un vestigio<br />
de algo muy lejano, imposible ahora de precisar.<br />
Como ermitaños, vagaban por el bosque y las cañadas y defecaban y ha -<br />
cían el amor sin pudor alguno. Involucionaban, sumiéndose poco a poco en<br />
un ambiente cuyos rigores, poco líricos, los despojaban de todo ademán civi -<br />
lizado. Para atender a necesidades inmediatas, o por el simple gusto de hacer -<br />
lo, un día desmantelaron la casa y construyeron otra al lado que era una versión<br />
estúpida, sin función alguna, salvo la de ser un remedo sin luces de la original.<br />
Allí, en aquel sitio informe que no alcanzaba a ser un lugar, como atraídos
UNA PAREJA DEL CAMPO<br />
por viejos hábitos, se protegían de las<br />
inclemencias del sol, la lluvia y los re -<br />
lámpagos y de la amenaza ocasional<br />
de algún felino ocioso.<br />
En el fondo, tal conducta descri -<br />
bía su estado mental y, si se quiere, la<br />
manera cómo para ambos el tiempo se<br />
había vuelto de repente una cosa ex -<br />
tensa, insomne, a la que intentaban dar,<br />
si no una medida, al menos un nuevo<br />
comienzo, entregándose como primitivos<br />
a la tarea de colocar una piedra<br />
sobre otra, y en avanzar, tropezándo -<br />
se, en una dirección cualquiera.<br />
Su existencia, tan hija de la épo -<br />
ca, con el correr de los años, no sólo se<br />
había vuelto algo erróneo, sino incluso insignificante. Hasta el amor, esa dei -<br />
dad mayor, acabó indiferenciándose de los demás actos que componían su<br />
trivial existencia. A veces, mientras se abrazaban, no reconocían lo que esta -<br />
ban haciendo y si lo hacían era porque una cosa llevaba inevitablemente a la<br />
otra, y así, por pura inercia. Tampoco fue raro que, hijos de esta confusión,<br />
por periodos largos, sin darse cuenta, intercambiaran de rol, nombres, ropa -<br />
je y modo de hablar. El uno podía ser el otro, y viceversa, un suceso del que,<br />
valga decirlo, no sacaban tampoco conclusión alguna.<br />
Pero en ellos, tan semejantes ahora, no había angustia ni desespera -<br />
ción, ni sentimiento negativo alguno, sólo la perplejidad de un insecto que se<br />
da de cabezazos una y otra vez contra una vidriera.<br />
La historia, hasta cierto punto, la cuenta Araceli, la pupila que Jean Pierre se<br />
inventó en un primer momento, y que con el señuelo de leerle las 39 obras<br />
de Shakespeare e identificar sus mil y pico de personajes, que bien podrían<br />
llenar cualquier escenario, más tarde invitó a quedarse en la casona. Bueno,<br />
y para escuchar a Bob Dylan como se debe, allá en aquellos salones desiertos,<br />
donde la muchacha pronto descubrió que la inocencia es la carne más<br />
77
ELKIN RESTREPO<br />
78<br />
apetitosa para individuos libidinosos que fingen ser más inocentes que su<br />
víctima.<br />
Araceli era virginal como las flores de mayo y aún desconocía, joven co -<br />
mo era, qué suerte le guardaba la vida. Sabía, eso sí, que no era un interés<br />
ordinario el que la movía a escuchar a su sibilino maestro, y, si un día, como<br />
empezó a suceder luego, el placer se mezcló de manera descarada al capullo<br />
de sus ideales, fue porque —como se lo explicaron en detalle Jean Pierre y<br />
Romina durante una sesión redondeada de excesos alcohólicos—, no hay idea -<br />
les sin placer, al menos que éstos sean falsos.<br />
No digamos que Araceli cayó en la trampa de los juegos de palabras,<br />
pero sí en las que el sexo tiende a una núbil muchacha cuya curiosidad se<br />
abre como orquídea atrapamoscas. Una tarde aceptó que Romina, con deli -<br />
cadezas de Celestina improvisada, la desnudara, a la par que con palabras<br />
suntuosas, en griego antiguo, la instruyera acerca de aquellas prácticas an -<br />
cestrales que, sobre las plumas de los cojines desbaratados y dispuestos por<br />
la mano de la providencia en el piso del gran salón —a cada instante deforma -<br />
do por las llamas que envolvían los leños en la chimenea—, no tardaron en<br />
hacerse realidad allí mismo.<br />
Lo cierto es que Jean Pierre, aportando también lo suyo, tocaba la dul -<br />
zaina y bailaba a saltos como un macho cabrío, hasta que, molesto con su mu -<br />
jer porque ésta, olvidándose de todo pacto, demoraba en cederle el lugar entre<br />
las piernas, los abrazos y los besos de Araceli, refunfuñó, coceó y babeó has -<br />
ta perder la paciencia por completo, ya que aquélla, en pleno rapto, parecía<br />
sorda a sus reclamos, o, mejor, con oídos sólo para sus propios quejidos, mu -<br />
cho más rítmicos y acelerados que los muy tímidos arrullos de paloma de la<br />
muchacha, elevándola, a la señora de casa, en espiral hasta un punto del cual,<br />
por lo pronto, no podía descender.<br />
Jean Pierre, relegado, viéndose en el dilema de encallar en algún ángu -<br />
lo de esta figura doble o salir del festejo, optó por resignarse a labores complementarias,<br />
mientras Romina, gata siamesa, acabado lo empezado, de nuevo<br />
volvía a comenzar, hasta que, necesitados ambos de una solución, llamémos -<br />
la salomónica, cada uno se hizo a una región de la anatomía de la doncella,<br />
más presta aún a dejar de serlo, cualquiera fuera la forma, en medida que el<br />
tiempo transcurría.
UNA PAREJA DEL CAMPO<br />
Fue en verano, bajo la claridad de una luna repleta de aromas, que<br />
Araceli fue iniciada en el amor por el matrimonio amigo. Un amor de cuyas<br />
ambigüedades ya no pudo desprenderse en adelante y del cual disfrutaba, con<br />
mayor disposición y espíritu de aventura, cada vez que iba de visita con la idea,<br />
vuelta pretexto, de escuchar en la voz de tenor de su amigo la lectura de<br />
Shakespeare.<br />
La luna de miel con un tercero a bordo, que tanto bien trajo entonces<br />
a la vida conyugal de la pareja, duró poco más de seis meses, hasta que Ara -<br />
celi, husmeando en otros lados, decidió que sus intereses eran bien distintos.<br />
Sus visitas, por lo tanto, se hicieron menos frecuentes, raras incluso, olvidan -<br />
do la gratitud debida a su maestro, que fue lo que éste alegó cuando, a última<br />
hora, intentó retenerla en aquel arrume de tibiezas, olores y franca sexuali -<br />
dad que encerraba su casa.<br />
Para pagar la deuda, la muchacha pasó allí las vacaciones de mitad de<br />
año, que inusitadamente se fueron prolongando día tras día, quizás porque<br />
la vida en aquel lugar, al comenzar a perderse toda línea de frontera entre<br />
lo que piensa la mente y lo que las cosas son, a causa de la precaria dieta<br />
y los excesos, también la afectó.<br />
Incorporada al vacío de aquella existencia, faltó poco para que llegara<br />
al derrumbe. La salvó el miedo de enloquecer y el afán de sustraerse como<br />
fuera a aquel logaritmo insustancial en que, ajena a todo verdor o gracia mu -<br />
sical, se había reducido la vida allí.<br />
Decir que meditó su fuga no sería exacto, pero sí que aprovechó la pri -<br />
mera oportunidad que se le presentó, cuando una mañana salió a la carretera<br />
y le puso la mano a un bus de pasajeros. Después, ya recuperada, y pensan -<br />
do en ayudar en alguna forma a sus amigos, contó lo que ahora se conoce.<br />
Y lo que se conoce es bien poco respecto a lo que después contaron aquellos<br />
otros que fueron al rescate de la demencial pareja. Pero este capítulo el<br />
autor prefiere postergarlo hasta que el tiempo, los rumores y la maledicencia<br />
los haga públicos y generales, antes que su relato. Por lo que pasa la página.<br />
79
80<br />
La enseñanza de la literatura moderna<br />
LIONEL TRILLING<br />
Traducción de Armando Pinto<br />
Me propongo considerar un tema de la literatura moderna que aparece con<br />
tanta frecuencia y con tanto prestigio que podría decirse que constituye una<br />
de las ideas que controla y moldea nuestra época. Lo denominaré el desencan -<br />
to de la cultura con la cultura misma, pues me parece que el elemento carac -<br />
terístico de la literatura moderna, o por lo menos de la literatura moderna más<br />
desarrollada, es el amargo rasgo de hostilidad a la civilización que la contiene.<br />
Mi conciencia de este tema resulta de una experiencia personal, y me siento<br />
impulsado a abordarlo no de forma abstracta sino con los jirones de la expe -<br />
riencia colgados azarosamente de él. Iré tan lejos al hacerlo que describiré las<br />
circunstancias en las que la experiencia tuvo lugar. Estas circunstancias son<br />
pedagógicas —consisten en los problemas que encuentro al enseñar literatura<br />
y mis esfuerzos para solucionarlos—. Reconozco que la pedagogía es un asunto<br />
deprimente para toda persona sensible y sin embargo no me disculparé por<br />
tocarlo, pues el énfasis en la enseñanza de la literatura, y en especial de la li -<br />
teratura moderna, es en sí mismo una de las más destacadas y significativas<br />
manifestaciones de la cultura de nuestro tiempo. Si, teniendo en mente la con -<br />
ferencia de Matthew Arnold, “On the modern element in literatura,” buscamos<br />
el elemento moderno en la literatura moderna, podríamos de hecho encontrar -<br />
lo en la predisposición de la literatura moderna a convertirse en una discipli -<br />
na académica.<br />
Durante algunos años he dado el curso de literatura moderna en Columbia<br />
College. No lo he abordado sin dudas y no lo he enseñado jamás sin titubeos.<br />
Mis dudas no se refieren al valor de la literatura misma, sólo a la convenien -
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
cia educacional de ser enseñada en la licenciatura. Estas dudas persis ten a<br />
pesar de que entiendo perfectamente que la relación de nuestra enseñanza<br />
con la modernidad ya no es un asunto pendiente. El postulado no discutido<br />
de la mayoría de los programas escolares es que el tema real de estudio es el<br />
mundo moderno; que la justificación de todo estudio es su relevancia inmedia -<br />
ta y presumiblemente práctica con la modernidad; que el verdadero propósito<br />
de la enseñanza es hacer al joven sentirse en casa y en control del mundo<br />
moderno. No hay modo, en realidad, de oponerse a esa idea y la consecuencia<br />
que se sigue de ella: la de instituir cursos cuya sustancia sea marcadamente<br />
contemporánea o cuando menos haga referencia a lo que es contemporáneo.<br />
Podría preguntarse por qué alguien querría discutir ese objetivo. A esa<br />
pregunta puedo responder sólo con una respuesta defensiva, autodesprecia -<br />
tiva, excéntrica: porque a algunos de quienes enseñamos y pensamos en nues -<br />
tros alumnos como los creadores de la vida intelectual del futuro nos asalta<br />
una suerte de desesperación. No se debe a que nuestros estudiantes no respon -<br />
dan a las ideas, sino a que responden a las ideas con felices vaguedades, con<br />
encantadora facundia, con una alegre sensación de poder recurrir a generali -<br />
zaciones recibidas o admisibles, con la agradable sorpresa de lo fácil que es for -<br />
mular y juzgar, con la poca resistencia que el lenguaje opone a sus intenciones.<br />
Cuando esa desesperación nos golpea, nos sentimos tentados a abando nar la<br />
forma reconocida de evaluar la educación, y en lugar de premiar la compren -<br />
sión y la aptitud, valorarla mediante algún signo del carácter personal de nuestros<br />
estudiantes, alguna muestra de voluntad individual. Pensamos que ella<br />
puede tomar la forma de resistencia e impenetrabilidad, de concentración o gra -<br />
vedad personal, del poder de suponer que las ideas son reales, un poder que<br />
conduzca al joven a decir lo que Goethe pensaba que era la forma moder na de<br />
decirlo: “¿Pero esto es realmente verdadero… verdadero para mí ? Y decirlo<br />
no de una forma fácil, no siguiendo la receta de la educación progre sista de<br />
“pensar por ti mismo”, que consiste en pensar en las sensiblerías pro gresistas y<br />
no en las conservadoras (si alguna de éstas existe todavía), sino decirlo a partir<br />
de la sensación de sí mismo como persona más que como ma nojo de actitudes<br />
y respuestas listas para complacer al maestro y a la comunidad progresista.<br />
No podemos hacer nada con la cualidad existencial personal de nuestros<br />
estudiantes, pero tendemos a pensar en el equivalente al carácter perso-<br />
81
LIONEL TRILLING<br />
82<br />
nal grave, concentrado y resistente —so -<br />
mos llevados a pensar en el pasado—.<br />
El protagonista del relato de Thomas<br />
Mann, “Desorden y dolor precoz”, ese<br />
triste pro fesor Cornelius, con su intenso<br />
y ambivalente sentido de la historia, vie -<br />
ne a la mente. Para el profesor Corne -<br />
lius, quien es historiador, el pasado está<br />
muerto, es la muerte misma, pero por la<br />
misma razón es la fuente del orden, del<br />
valor, de la pie dad, e incluso del amor.<br />
Si pensamos en la educación bajo la os -<br />
cura luz de la desesperación que he des -<br />
crito, nos pre guntamos si tal vez no es en<br />
el pasado donde se encuentra ese tranquilo<br />
lu gar en el que el joven puede permanecer algunos años alejado, por lo<br />
menos un poco, de la actitudes competitivas y generalizadoras del presente,<br />
lejos, por lo menos un poco, de los problemas contemporáneos que le han di -<br />
cho puede dominar mediante actitudes y generalizaciones, ese lugar tranquilo<br />
en el que puede estar en silencio, en el que puede conocer algo —en qué<br />
año fue cons truido el Partenón, el orden de batalla en Trafalgar, cómo fue des -<br />
cifrado el Li neal B: algo que no tenga que ver nada con el verborreico y afec -<br />
tado presente, nada que ver con las variaciones de las fórmulas aceptadas<br />
sobre la ansiedad y la sociedad urbana y la alienación, y la Gemeinschaft y la<br />
Gesells chaft, la materia de las disciplinas académicas que se basan en la auto -<br />
concien cia y en la moderna autocompasión—. La moderna autocompasión<br />
ciertamente no care ce por completo de justificación; pero si las circunstancias<br />
que la en gendran han de ser superadas, debemos preguntarnos si el trabajo<br />
deben ha cerlo mentes que han sido enseñadas en su juventud a aceptar esas<br />
tristes condiciones nuestras como objetos de estudio adecuados. Y muy apar -<br />
te de cualquier consecuencia práctica, uno piensa en el simple placer estético<br />
per sonal de relacionarse con mentes jóvenes, y mentes maduras, que estén<br />
libres de hipocresía, que sean, para citar a un viejo poeta, “feroces, me -<br />
lancólicas, pacientes, atrevidas, modestas, tímidas”.
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
A esta línea del pensamiento la he llamada excéntrica y quizás debiera<br />
ser llamada oscurantista y reaccionaria. Sea llamada como sea, no es probable<br />
que impresione al Comité de Programas de Estudio. Fue ese, pienso, más o<br />
menos el razonamiento de mi Departamento en Columbia, cuando, hace unos<br />
años, al surgir la cuestión, decidió no llevar los cursos más allá del siglo XIX. Pe -<br />
ro nuestras razones no pudieron resistir la petición que un grupo de estudiantes<br />
le hizo a nuestro decano y que él nos comunicó. Los estudiantes querían un cur -<br />
so de literatura moderna —muy probablemente dijeron, al modo estudiantil,<br />
que era un escándalo que un curso de ese tipo no fuera ofrecido en el colegio—.<br />
No hubo argumento que pudiera oponerse a ese deseo expreso: sólo nos<br />
quedó capitular y luego, de buena gana, reunir las razones que justificaran<br />
nuestra aceptación. ¿No había avanzado el siglo XX más allá de la mitad? ¿No<br />
tenía casi cincuenta años que Eliot había escrito Portrait of a lady? ¿George Me -<br />
redith no había muerto en 1909, e incluso los más viejos entre nosotros, ¿no<br />
habían leído alguna de sus novelas en el colegio? —muchas universida des rápi -<br />
damente habían incluido en sus programas la literatura de finales del siglo XIX<br />
e incluso de principios del XX; había fuertes argumentos para nuestra capitula -<br />
ción—. ¿No había sido Yeats contemporáneo de Matthew Arnold du rante<br />
veinte años?<br />
Nuestra resistencia a la idea del curso jamás se había basado en un juicio<br />
adverso a la literatura en sí. Formábamos un Departamento no sólo de<br />
Inglés sino de Literatura Comparada, y si el conjunto de la literatura moderna<br />
fuera examinada, podría decirse —y estaríamos dispuestos a decirlo— que<br />
ninguna literatura del pasado superaba la literatura de nuestro tiempo en<br />
poder y mag nificencia. También es una literatura difícil, y es difícil no sólo<br />
en el sentido en que los defensores de la poesía moderna dicen que toda li -<br />
teratura es difícil. Hoy creemos que Keats es un poeta muy difícil, pero sus<br />
primeros lectores no lo creían. Ahora vemos la profundidad y sutileza de<br />
Dickens, pero sus lecto res contemporáneos lo encontraban tan accesible como<br />
un plato de ostras en su concha. La literatura moderna, sin embargo, muestra<br />
sus dificultades a las primeras de cambio; hay dificultades literales y doctrinales<br />
—si nuestros estu diantes tuvieran que conocer su herencia literaria<br />
moderna, seguramente nece sitarían toda la ayuda que el maestro pudiera<br />
darles.<br />
83
LIONEL TRILLING<br />
84<br />
Ésas fueron las convincentes razones de nuestra decisión de establecer,<br />
por fin, el curso de literatura moderna. Fueron también la base para nuestra<br />
mal disimulada venganza final. Recuerdo que dijimos algo como: Muy bien,<br />
si quieren a los modernos ténganlos, como dice Henry James, en plena cara.<br />
Daríamos el curso, pero lo daríamos al más alto nivel, y si creían, como los<br />
estudiantes creen, que lo moderno los recibirá amablemente, dejémoslos tener<br />
sus buenos y felices momentos con Yeats y Eliot, con Joyce, Proust Kafka,<br />
con Lawrence, Mann y Gide.<br />
Finalmente, me tocó a mí dar el curso. Lo abordé con un desasosiego que<br />
no ha disminuido con el paso del tiempo —incluso, creo, se ha incrementado—.<br />
El desasosiego se debía a mi relación personal con las obras que forman el nú -<br />
cleo del curso. Casi todas ellas han estado en relación conmigo durante largo<br />
tiempo. Invierto el orden natural no por falta de modestia sino a partir del seña -<br />
lamiento de W. H. Auden de que un verdadero libro nos lee a nosotros. He sido<br />
leído por los poemas de Eliot y por Ulysses y por En busca del tiempo perdido<br />
y por El castillo desde hace años, desde mi adolescencia. Al principio al gunos<br />
de estos libros me rechazaron; yo los aburría. Pero conforme crecí y me cono -<br />
cieron mejor, llegaron a tenerme simpatía y a entender mis ocultos signi ficados.<br />
Su naturaleza es tal que nuestra relación ha sido bastante íntima. Nin guna lite -<br />
ratura ha sido tan escandalosamente personal como la de nuestro tiempo —hace<br />
todas las preguntas que están prohibidas en una sociedad educada—. Nos pre -<br />
gunta si estamos contentos con nuestro matrimonio, con nuestra vida de familia,<br />
con nuestra vida profesional, con nuestros amigos. Me pareció bien es cribir en<br />
el catálogo del colegio que mi curso “ponía especial atención en el papel del es -<br />
critor como crítico de su cultura” —era puro sofisma: las preguntas plan teadas<br />
por nuestra literatura no eran sobre nuestra cultura, sino sobre nosotros mis -<br />
mos—. Nos pregunta si estamos satisfechos con nosotros mismos, si estamos<br />
salvados o condenados —más que con cualquier otra cosa nuestra literatura<br />
concierne a la salvación—. Ninguna literatura ha sido tan intensamente espiri tual<br />
como la nuestra. No me atrevo a llamarla realmente religiosa, pero cierta mente<br />
tiene la particular intensidad que se relaciona con la vida espiritual que Hegel<br />
hacía notar cuando hablaba del gran fenómeno moderno de la seculari zación<br />
de la espiritualidad.<br />
No sé cómo se las arreglan otros profesores con esta extravagante fuer-
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
za personal de la literatura moderna, pero para mí resulta difícil. La<br />
enseñanza de la literatura tiende ahora a ser considerablemente técnica,<br />
pero cuando el maestro ha dicho todo lo que puede decirse de cuestiones<br />
formales, sobre tipos de versos, métrica, convenciones de la prosa, ironía,<br />
tensión, etc., debe confrontar la necesidad de expresar un testimonio personal.<br />
Debe emplear cualquier autoridad que pueda tener para decir si una<br />
obra es verdadera o no; y si no, ¿por qué no? Y si lo es, ¿por qué sí? Puede<br />
hacer esto sólo a costa de su privacidad. ¿Cómo alguien puede decir que<br />
Lawrence está en lo correcto en su rabia contra las emociones modernas,<br />
contra el sentido moderno de la vida y sus formas de ser, a menos que hable<br />
desde la intimidad de sus propios sentimientos, de su propio sentido de la<br />
vida y de su aspiración a una forma de ser? ¿Cómo, excepto arriesgando un<br />
juicio personal, le dice uno a los estudiantes que Gide es sumamente preciso<br />
en su representación del terrible fastidio y lenta corrupción de la vida respe -<br />
table? Luego, probablemente, uno se apresurará a decir que eso no justifica<br />
por sí mismo la homosexualidad y el abandono de su esposa agonizante,<br />
no ciertamente. Pero entonces, después de cumplir nuestro deber con la mo -<br />
ralidad, ¿cómo rescata uno el punto esencial de Gide del supremo derecho<br />
del individuo, sin convertirlo en algo puramente histórico, académico?<br />
Mi primera reacción a la necesidad de manejar temas de esta clase fue<br />
de resentimiento por la incomodidad que me producía. Se trata de temas que<br />
siempre tratamos ya sea inconscientemente o en la privacidad de nuestra pro -<br />
pia conciencia, y si de vez en cuando revelamos nuestros pensamientos sobre<br />
ellos es a amigos de nuestra edad y especialmente cercanos. Y si los tocamos<br />
públicamente, lo hacemos con la relativa abstracción y anonimato de la im -<br />
prenta. Pararse y hablar de ellos con nuestra propia voz a un grupo de oyentes<br />
que se hace cada vez más joven conforme uno se hace más viejo no es<br />
fácil y, probablemente, tampoco decente.<br />
Pero si, en cambio, hacemos a un lado las consideraciones personales,<br />
o las tomamos simplemente como una indicación de algo erróneo en la situa -<br />
ción, ¿podemos dejar de reconocer que, cuando la literatura moderna es traí -<br />
da al salón de clases, el tema de estudio es traicionado por la pedagogía del<br />
tema? Tenemos que preguntarnos si en nuestros días el articulado de la academia<br />
no tiene previsto demasiado. Más y más, conforme las universidades<br />
85
LIONEL TRILLING<br />
86<br />
se liberalizan y vuelven su mirada imperialista a la Vida misma, crece el sen -<br />
timiento entre las clases educadas de que poco puede experimentarse a menos<br />
que esté validado por alguna disciplina intelectual, con el resultado de que la<br />
experiencia pierde mucho de su inmediatez personal y se convierte en parte de<br />
una actividad social acreditada. Esto no es enteramente cierto y no quiero jugar<br />
el aburrido juego académico de pretender que es completamente cierto que la<br />
mentalidad universitaria debilita y marchita todo lo que toca. Tengo que creer,<br />
y creo, que el estudio universitario del arte es capaz de confrontar el poder de<br />
la obra de arte completa y valerosamente. Incluso creo que puede descubrir<br />
y revelar el poder donde no se había visto antes. Pero el estudio universitario<br />
del arte alcanza este objetivo sobre todo con obras de arte de periodos anterio -<br />
res. El tiempo parece tener el efecto de sosegar la obra de arte, de domesti -<br />
carla y convertirla en clásica, lo que a menudo es una forma de decir que es<br />
simplemente un objeto de observación habitual. El estudio universitario de la<br />
clase correcta puede revertir este proceso y devolverle a la obra de arte su fres -<br />
cura y fuerza —puede, incluso, revelar poderes impensados—. Pero, con las<br />
obras de arte de nuestra propia época, el estudio universitario tiende a acelerar<br />
el proceso por el cual lo radical y subversivo se convierte en obra clásica, y el<br />
estudio universitario logra hacerlo en la medida en que es vivaz y perceptivo,<br />
y no académico. En uno de sus poemas, Yeats se burla de los eruditos litera -<br />
rios: “cabezas calvas que olvidan sus pecados”, las “viejas, eruditas, respetables<br />
cabezas calvas”, que editan los poemas de los poetas jóvenes y apasionados.<br />
Lord, what would they say<br />
Did their Catullus walk this way?<br />
Yeats está pensando en su propio futuro, y sin duda ve una discrepan -<br />
cia cómica radical entre las pasiones del poeta y la ciega concentración del eru -<br />
dito en el texto. Por mi parte, cuando pienso en Catulo, me siento tentado a<br />
alabar el tacto de esas viejas cabezas, de Heinsius y Bentley a Munro y Post -<br />
gate, quienes trabajaron en el Codex G y en el Codex O y de ellos sacaron<br />
conclusiones sobre el perdido Codex V —por hacer sólo esto y por no tratar de<br />
comprender y demostrar la verdadera intensidad y la verdadera cualidad y el<br />
verdadero significado cultural de la pasión de Catulo y arreglárselas por lograr<br />
un acuerdo eventual con su respetabilidad y calvicie—. En el presente, quie -
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
nes tratamos con libros en las universidades vivimos con el temor de que el<br />
Mundo, que imaginamos vital, palpitante, apasionado, amante de la realidad,<br />
piense en nosotros como viejos, respetables, calvos, y vemos que en nuestro<br />
trato con Yeats (para tomarlo como ejemplo) su desenfrenado grito de rabia y<br />
sexualidad es escuchado por nuestros estudiantes y entendido casi por completo<br />
como —lo que eventualmente llamamos— una significativa expresión de<br />
nuestra cultura. La exasperación de Lawrence y la subversión de Gide, para el<br />
momento en que las abordamos con resolución y claridad, son ejemplos nota -<br />
bles de la alienación del hombre moderno ejemplificado por el artista. “Com -<br />
pare el uso que Yeats, Gide, Lawrence y Eliot hacen del tema de la sexualidad<br />
para criticar las deficiencias de la cultura moderna. Apoye sus afirmaciones<br />
con referencias específicas al trabajo de cada autor. (Tiempo: una hora).” Y<br />
lo angustiante de nuestras preguntas de examen es que no son ridículas, son<br />
perfectamente sensatas —tanta sensatez que el joven que las contesta puede<br />
nunca saber la fuerza y el terror de lo que le ha sido comunicado por las<br />
obras sobre las cuales es examinado.<br />
Es muy probable que fuera la idea de librarme de la necesidad de hablar<br />
personalmente, y a mis estudiantes de tener que traicionar el duro significado<br />
de la gran literatura, por lo que al principio di mi curso en el modo más litera -<br />
rio posible. Hace un par de décadas se descubrió que la obra literaria es una<br />
estructura de palabras: no pareció que saberlo fuera algo sorprendente excepto<br />
por su tendencia política, la cual urgía minimizar el monto de atención que le<br />
dábamos a la voluntad personal y social del poeta, a lo que él quería que pasa -<br />
ra fuera del poema como resultado del poema; nos urgía a fijar nuestra atención<br />
en lo que sucede en el interior del poema. Para mí esta polémica tendencia fue<br />
de la mayor utilidad, pues corrigió mi propensión a fijar la atención principal -<br />
mente en lo que quería el poeta. Durante dos o tres años dirigí mis esfuerzos<br />
a tratar con la materia del curso principalmente como estructura de palabras,<br />
de un modo formal, con la atención puesta en las dificultades literales que dis -<br />
tinguían a muchos de los trabajos. Pero marchaba a contrapelo. Iba contra mi<br />
naturaleza. Iba contra la situación del salón de clases, pues el análisis formal<br />
se lleva a cabo mejor con preguntas y respuestas, lo que necesita grupos pe -<br />
queños, y la inscripción para el curso de literatura moderna en cualquier escue -<br />
la es seguramente numerosa. E iba contra la naturaleza de los autores mismos<br />
87
LIONEL TRILLING<br />
88<br />
—habían creado ciertamente estructuras de palabras—, pero esas estructuras<br />
no eran pirámides o arcos triunfales, habían sido creadas evidente mente para no<br />
ser estáticas y conmemorativas sino móviles y agresivas, y uno no describe un<br />
quinquerreme o un howitzer o un tanque sin calcular cuánto daño puede hacer.<br />
Finalmente tuve que decidir que sólo había una forma de dar el curso,<br />
que era darlo sin estrategias y sin ninguna precaución consciente. No era hono -<br />
rable, tanto para los estudiantes como para los autores, ocultar o disimular mi<br />
relación con la literatura, mi compromiso con ella, mi temor y ambivalencia<br />
con ella. La literatura tiene que abordarse en los términos planteados por ella.<br />
En cuanto a los estudiantes, jamás he estado de acuerdo con la concepción mo -<br />
derna de “enseñar estudiantes, no temas” —siempre he pensado que es co -<br />
rrecto enseñar temas, creo que si uno es fiel al tema, el estudiante será mejor<br />
instruido—. De modo que decidí dar el curso sin tener en mente más que mis<br />
propios intereses. Y como mis intereses me llevaban a ver las situaciones lite -<br />
rarias como situaciones culturales, y las situaciones culturales como luchas<br />
muy elaboradas de asuntos morales, y los asuntos morales como algo que tenía<br />
que ver con imágenes gratuitas de la existencia personal y las imágenes de<br />
la existencia personal con el estilo literario, me sentí libre de comenzar con lo<br />
que para mí era el interés principal, los motivos del autor, los objetivos de su<br />
voluntad, las cosas que quería o las cosas que quería que pasaran.<br />
Mi método, cultural y no literal, me condujo a decidir que comenzaría el<br />
curso con la presentación de ciertos temas o asuntos que podrían atraer especial -<br />
mente nuestra atención. Incluso fui tan lejos en mi alejamiento de la literalidad<br />
como para creer que mi objetivo se alcanzaría mejor si ideaba un “contexto”<br />
para las obras que leeríamos —quería proponer una historia para los temas o<br />
asuntos que esperaba descubrir—. No pretendía que esa historia fuera muy ex -<br />
tensa o precisa. Quería sencillamente estimular algún sentido de la historia,<br />
alguna intuición general del pasado en estudiantes que, me parecía, no habían<br />
sido provistos de ella por su educación y que eran en general felices sin ella.<br />
Y como no hay todavía una obra general adecuada de historia de la cultura de<br />
los últimos doscientos años, me pregunté cuáles libros de la época que precedía<br />
a la nuestra habían influido más en nuestra literatura o, como estaba menos in -<br />
teresado en mostrar alguna influencia que en discernir alguna tendencia, qué<br />
libros viejos parecían caer en la línea de dirección a la que apuntaba nues-
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
tra lite ratura y así servir como prolegómeno<br />
a nuestro curso.<br />
Fue casi inevitable que la primera<br />
obra que saltase a la mente fuera The Gol -<br />
den Bough, de sir James Frazer, no toda,<br />
por supuesto, sino ciertos capítulos, aque -<br />
llos que trataban de Osiris, Atis y Adonis.<br />
Todo aquel que medita en la literatura mo -<br />
derna de un modo sistemático da por he -<br />
cho el papel que juega en ella el mito, y en<br />
especial la parte del mito que habla de dio -<br />
ses que mueren y renacen —la creencia de<br />
muerte y resurrección, reiterada en el mun -<br />
do antiguo en infinitas varia ciones que son<br />
siempre la misma, cautivó el pensamiento literario en el momen to en que, co -<br />
mo coinciden los estudios de la era moderna, las más populares e irresistibles<br />
historias de resurrección habían perdido mucho de su influencia en el mundo.<br />
Tal vez ningún libro ha tenido un efecto tan decisivo en la literatura mo -<br />
derna como el de Frazer. Sumamente adecuado a mi propósito fue el que hu -<br />
biera sido publicado diez años antes de que el siglo XX comenzara. Cuarenta<br />
y tres años después, en 1933, Frazer pronunció una conferencia, muy elocuen -<br />
te, en la que invitaba a no perder la esperanza frente a la amenaza que el po -<br />
der nazi representaba para la inteligencia humana. Aún vivía en 1941. Pero<br />
había nacido en 1854, tres años antes de que Mathew Arnold diera su conferencia:<br />
“On the modern element in Literature.” Eso, ciertamente, era histo -<br />
ria, era el pasado que yo quería, maravillosamente conectado con el presente.<br />
Frazer fue por completo un hombre del siglo XIX, y aun más porque el siglo<br />
XVIII era tan compatible con él —la conferencia de 1933, en la que predijo<br />
la derrota nazi tuvo como tema el libro de Condorcet: Progress of the human<br />
mind; cuando le robaba tiempo a sus estudios antropológicos para tratar con<br />
la literatura, preparaba la edición de los ensayos de Addison y las cartas de<br />
Cowper—. Había perdido su vieja creencia en la virtud y poder de la racio -<br />
nalidad. Amaba y contaba con el orden, el decoro y el buen sentido. Este<br />
gran historiador de la imaginación primitiva se contaba en la tradición domi -<br />
89
LIONEL TRILLING<br />
90<br />
nante de Occidente que, desde los días de Sócrates, condenaba las formas de<br />
pensamiento que llamamos primitivas.<br />
Puede decirse de Frazer que en su propósito inconsciente fue un repre -<br />
sentante de lo que Arnold quería decir cuando hablaba de edad moderna. Y<br />
tal vez nada puede aclarar más cómo han cambiado en cien años las condicio -<br />
nes de la vida y la literatura que la forma en que Arnold define el elemento<br />
moderno en la literatura y el modo en que nosotros lo definimos.<br />
Arnold emplea la palabra “moderno” en un sentido completamente ho -<br />
norífico. Tanto que parece desestimar cualquier idea temporal del mundo y la<br />
hace significar virtudes cívicas e intelectuales intemporales —su conferencia,<br />
de hecho, fue sobre el elemento moderno de las antiguas literaturas—. Una so -<br />
ciedad es moderna, dice, cuando mantiene una situación de reposo, confianza,<br />
libre actividad intelectual, y tolerancia con las opiniones divergentes. Una so -<br />
ciedad es moderna cuando proporciona suficiente bienestar material para las<br />
comodidades de la vida y el desarrollo del gusto. Y, finalmente, una socie -<br />
dad es moderna cuando sus miembros son intelectualmente maduros, con lo<br />
que Arnold quiere significar que están dispuestos a juzgar mediante la razón,<br />
a observar los hechos con un espíritu crítico, e investigar la ley de las cosas.<br />
Con esta definición, la Atenas de Pericles para Arnold es moderna; la Inglate -<br />
rra Isabelina, no; Tucidides es un historiador moderno, sir Walter Raleigh no.<br />
No continuaré con más detalles de la definición de Arnold de lo moderno.<br />
He dicho suficiente, creo, para dar una idea de lo que quiso ver realizado<br />
como el desiderátum de su propia sociedad, el ideal que quiso proponer a las<br />
obras del intelecto y la imaginación de su tiempo. ¡Y a qué distancia lo puso<br />
este ideal de lo moderno de nuestra propia concepción de la modernidad, de<br />
nuestra literatura! El ideal de Arnold de orden, conveniencia, decoro y racio -<br />
nalidad pareciera reducirlo a las pequeñas ventajas y excesivas limitaciones de<br />
la clase media de unas cuantas naciones prósperas del siglo XIX. El sentido<br />
de la historia de Arnold presenta a su mente el largo, amargo, sangrienta pa -<br />
sado de Europa y él se agarra apasionadamente a la esperanza de que la ver -<br />
dadera civilización ha sido alcanzada. Pero el sentido histórico de nuestra<br />
literatura tiene en mente un exceso de civilización al cual pueden atribuirse<br />
las amarguras y atrocidades tanto del pasado como del presente y cuyos as -<br />
pectos pacíficos se consideran despreciables —su orden, alcanzado a costa de
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
una exagerada represión personal, mediante la coerción o la aquiescencia; su<br />
reposo, ocioso; su tolerancia flácida o caprichosa; su bienestar material co -<br />
rrupto o corruptor; su gusto, manifestación de la timidez o del orgullo; su<br />
racionalidad lograda por el sacrificio de la energía y la pasión.<br />
Para comprender este cambio radical de opinión nada es más ilumina -<br />
dor que tener conciencia de la duplicidad de la mente del autor de The Golden<br />
Bough. He dicho que Frazer ejemplifica conscientemente todo lo que Arnold<br />
entiende por moderno. A menudo habla severamente de la irracionalidad y<br />
de los excesos orgiásticos de las religiones primitivas que describe, e incluso<br />
el cristianismo es merecedor de sus críticas porque se interpone al pensamien -<br />
to racional y aparta al hombre de la participación inteligente en la vida social.<br />
Pero Frazer tiene más de una idea, tiene una noción consciente y una incons -<br />
ciente. Deplora la imaginación primitiva y al mismo tiempo no puede dejar de<br />
considerarla bella y maravillosa. Es raro el lector de The Golden Bough que<br />
encuentra las antiguas creencias y ritos completamente ajenos a él. Era de es -<br />
perarse que la deducción de las muchas semejanzas paganas con los mitos cris -<br />
tianos haría pensar a los lectores cristianos que tenía un efecto adverso a la<br />
fe, el propósito indudable de Frazer era ese, pero muchos lectores piensan que<br />
Frazer hace cualquier fe y ritual congénito a la humanidad, casi biológico;<br />
piensan, como dijo De Quincey, que no tener cuando menos una pequeña<br />
su perstición es carecer de generosidad mental. Por científico que fuera su<br />
pro pósito, Frazer tuvo el efecto de validar aquellos viejos modos de experimentar<br />
el mundo que los hombres modernos, comenzando con los románti -<br />
cos, habían buscado revivir para escapar del positivismo y el sentido común.<br />
Dirigir la imaginación hacia grandes y misteriosos objetos de adoración<br />
no es el único medio que el hombre usa para liberarse de la servidumbre de<br />
los hechos cotidianos, y aunque Frazer no puede ser considerado responsable<br />
de la creciente atracción moderna por los estados mentales extremos —el<br />
arro bamiento, el éxtasis y la trascendencia, que son alcanzados por las drogas,<br />
el trance, la música y la danza, la orgía y el trastorno de la personalidad— sí<br />
constituye un puente al entendimiento y la aceptación de esos estados; nos<br />
propone la idea de que el deseo y su empleo con propósitos heurísticos es una<br />
manifestación normal y aceptable de la naturaleza humana.<br />
Este aspecto de la obra maestra de Frazer difícilmente puede dejar de<br />
91
LIONEL TRILLING<br />
92<br />
sugerir el siguiente de mis prolegómenos. Vale la pena subrayar que su autor<br />
fue, a su modo, un erudito clásico tan importante como Frazer —Nietzsche era<br />
profesor de filología clásica en la universidad de Basilea cuando, a los 27 años,<br />
publicó El origen de la tragedia—. Después de la aparición de este recuento<br />
sorprendentemente brillante de la civilización griega, en la que Sócrates no es<br />
el héroe sino el villano, ¿qué puede quedarnos de la Grecia ordenada y<br />
racional, de esa moderna, de esa siglo-dieciochesca Atenas en la que Arnold<br />
tanto confiaba como modelo para juzgar todas las civilizaciones? El profesor<br />
Kaufmann está en lo correcto cuando nos aconseja no suponer que Nietzsche<br />
exalta a Dionisio sobre Apolo y nos dice que Nietzche “pone énfasis en Dio -<br />
nisio sólo porque siente que el genio apolíneo de los griegos no puede entender -<br />
se cabalmente sin él”. Pero nadie que lea el ensayo de Nietzsche por primera<br />
vez le prestará atención a esta advertencia. Quien lo aborde antes de que la<br />
precaución intervenga, antes de estar consciente de la portentosa dialéctica<br />
entre Dionisio y Apolo, sentirá la excitación de sentirse súbitamente liberado<br />
de Aristóteles, la alegría de compartir el juicio del autor de que “el arte más que<br />
la ética constituye la actividad metafísica esencial del hombre”, de que la tra -<br />
gedia tiene su fuente en el arrobamiento de Dionisio, “cuya clásica analogía<br />
es proporcionada por la intoxicación física”, y que este arrobamiento, en el que<br />
el individuo “se olvida completamente de sí mismo”, no es un estado meta -<br />
físico sino un despliegue orgiástico de lujuria y crueldad, “de promiscuidad<br />
sexual que se impone a cualquier forma de ley tribal”. Este frenesí sádico<br />
y masoquista, se empeña Nietzsche en insistir, necesita la mano domadora de<br />
Apolo antes de que se convierta en tragedia, pero es la materia prima del gran<br />
arte, y para la experiencia moderna de la tragedia esta explicación parece más<br />
pertinente que la de Aristóteles, con su ansiedad de olvidar sus orígenes para<br />
alcanzar un estado de noble imperturbabilidad.<br />
De suma importancia para mí fue que este ensayo tuviera la ventaja pe -<br />
dagógica añadida de permitirme establecer una línea histórica con William<br />
Blake. Nada es más característico de la literatura moderna que su descubri -<br />
miento y canonización de las energías no éticas primitivas, y el punto histórico<br />
puede perfeccionarse resaltando la correspondencia entre el pensamiento de<br />
dos hombres separados uno del otro por varias décadas, pues la orgía dioni -<br />
siaca de Nietzsche y el Infierno de Blake son en mucho la misma cosa.
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
Si Joseph Conrad leyó a Blake o a Nietzsche, no lo sé, pero su Heart<br />
of darkness es la siguiente en la línea. A esta gran obra jamás le ha faltado<br />
la admiración que merece, y le ha sido otorgada una suerte de sitio canónico<br />
en la leyenda de la literatura moderna al haber estado tan presente en la mente<br />
de Eliot cuando escribió The waste land y haber tomado de ella el epígrafe para<br />
“The hollow men”. Pero nadie, tengo entendido, ha confrontado explícitamen -<br />
te la ambivalencia de su extraño y terrible mensaje sobre la vida civilizada.<br />
Piense que su protagonista, Kurtz, es liberal y progresista y representante muy<br />
respetado de una sociedad que creemos generosa cuando, en realidad, es de -<br />
pravada. Piense también que es practicante de varias artes, pintor, escritor,<br />
músico y por añadidura orador político. Al mismo tiempo es el más idealista<br />
y el más exitoso de todos los agentes de la explotación belga del Congo. Todos<br />
conocen la verdad que Marlow descubre: que el éxito de Kurtz es el resultado<br />
de la terrible ascendencia que se deriva de sus pretendidos poderes mágicos<br />
o divinos, que ha ejercido su gobierno con una crueldad extrema, que se ha<br />
entregado a innominables actos de lujuria. Éste es el mundo de las páginas<br />
oscuras de The Golden Bough. Uno de los grandes atractivos del relato de<br />
Conrad es que Marlow habla de la vida primitiva de la jungla no como algo<br />
noble o encantador, o incluso liberador, sino como algo degradante y sórdido<br />
—y por esa razón irresistible: él mismo siente abiertamente su atroz atractivo—.<br />
Es a esta demoniaca depravación a la que Kurtz se entregó, y Marlow,<br />
aunque lo trata con hostil ironía, no lo deja de considerar un héroe del espí -<br />
ritu. Para mí, aún resulta ambiguo si el famoso grito de Kurtz en su lecho de<br />
agonizante, “¡el horror, el horror!”, se refiere a la proximidad de la muerte<br />
o a su experiencia de la vida salvaje. Sea como sea, para Marlow el hecho de<br />
que a punto de morir Kurtz pueda articular ese grito, mientras él mismo, cuando<br />
la muerte lo amenaza, la considere una cansada grisura, marca la diferencia<br />
entre el hombre ordinario y el héroe del espíritu. ¿No es esta la esencia de la<br />
creencia moderna sobre la naturaleza del artista, del hombre que desciende<br />
al infierno: el comienzo histórico del alma humana, un comienzo no dejado<br />
atrás sino arraigado en la humanidad tal como la conocemos, del hombre que<br />
prefiere la realidad de este infierno a las banales mentiras de la civilización<br />
que lo asfixia?<br />
Esta idea se propone nuevamente en un trabajo un poco menos pode -<br />
93
LIONEL TRILLING<br />
94<br />
roso pero aun así conmovedor con el que sigo después deHeart of darkness:<br />
Muerte en Venecia. Quise esta noveleta no tanto por su relato de una extrava -<br />
gante personalidad apolínea rindiéndose a fuerzas que consideraba vergonzo -<br />
sas —aunque ciertamente encajaba en mi objetivo— sino más bien por las<br />
enfebrecidos sueños del pasado erótico, y en particular de la orgía del macho<br />
cabrío que Mann, siendo de la clase de escritor que es, teniendo la relación<br />
que tiene con Nietzsche, podía haber escrito como una ilustración de lo que El<br />
origen de la tragedia entiende por frenesí religioso, más todavía porque, por<br />
supuesto, Mann elige ese ritual orgiástico en particular: el sacrificio y la inges -<br />
tión del macho cabrío, del que derivó la tragedia.<br />
Un elemento notable de esta narración, en la que el nacimiento de la<br />
tragedia juega una parte importante, es que la degradación y caída del prota -<br />
gonista no es representada como trágica en el sentido usual de la palabra —es<br />
decir, no se representa como un evento sumamente lamentable—. Es lugar<br />
común del pensamiento literario moderno que la forma trágica no sea accesi -<br />
ble ni aun a los más grandes y serios de nuestros escritores. No estoy seguro<br />
de que sea la carencia que alguna gente cree que es y una marca de nuestra<br />
inferioridad espiritual. Pero si preguntamos por qué es así, una razón es que<br />
hemos aprendido a pensar en nuestro pasado a través de la tragedia hasta la<br />
materia primitiva de la que procede. Si consideramos las formas prohibidas<br />
de comportamiento que en la tragedia tradicionalmente conducen al castigo<br />
mediante la muerte, pensamos en ellas como el medio que conduce a la rea -<br />
lidad y a la verdad, a la final autorrealización. Siempre nos hemos preguntado<br />
si la tragedia misma no habría estado diciendo justamente esto de una forma<br />
profundamente oscura, llevándonos a pensar en el pecado del héroe y su muer -<br />
te como algo que en cierto modo confiere justificación, incluso una especie de<br />
salvación —no hay duda de que Nietzsche tiene esto en mente cuando dice<br />
que “la tragedia niega a la ética”—. Lo que la tragedia alguna vez pareció suge -<br />
rir, ahora nuestra literatura está dispuesta a decirlo explícitamente. Si el As -<br />
chenbach muere en la cima de su poder intelectual y artístico, abrumado por<br />
una pasión que su razón ética condena, no pensamos que eso sea una derro -<br />
ta: al final de su vida el artista tiene conciencia de una realidad que hasta ese<br />
momento se había negado a admitir conscientemente.<br />
Razonamientos de ese tipo sugieren que otra obra de Nietzsche, La ge -
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
nealogía de la moral, puede ser pertinente. Ésta propone una visión de la<br />
sociedad en consonancia, junto con la validación y ratificación de la energía<br />
primitiva, con la creencia de que el arte, y no la ética, constituye la actividad<br />
metafísica esencial del hombre. La teoría de Nietzsche del orden social descar -<br />
ta de sus orígenes cualquier impulso ético —la base de la sociedad debe bus -<br />
carse en la racionalización de la crueldad: tan simple como eso—. Nietzsche<br />
no tiene ningún objetivo utópico al decir esto, ninguna expectativa de alterar<br />
la esencia del orden social, aunque piensa que su aflicción pueda mitigarse.<br />
Presenta la crueldad como una necesidad social, pues sólo mediante su ejer -<br />
cicio pudo el hombre ser inducido a desarrollar la persistencia de la voluntad:<br />
nada más que el dolor de la crueldad pudo crear en la humanidad la memoria<br />
del objetivo que hace a la sociedad posible. El método del cinismo que Nietz -<br />
sche persigue —dejemos claro que es un método y no una actitud— va tan<br />
lejos como para describir el castigo en términos del placer derivado del ejercicio<br />
de la crueldad: “Compensación, dice, consiste en una garantía legal auto -<br />
rizando a un hombre a ejercer la crueldad en otro.” De ahí sigue el notable<br />
pasaje en el que Nietzsche describe el proceso por el cual el individuo vuelve<br />
la crueldad del castigo contra sí mismo y crea la mala conciencia, la concien -<br />
cia de la culpa que se manifiesta como penetrante ansiedad. La complejidad<br />
del pensamiento de Nietzsche va más allá de cualquier comparación, pues en<br />
este libro, que está dedicado a la liberación de la conciencia, Nietzsche hace la<br />
defensa de la mala conciencia como una fuerza decisiva para la cultura. Es<br />
la misma línea de razonamiento que adopta cuando, al atacar la moralidad<br />
judía y la existencia canónica en nombre de la salud del espíritu, nos recuer -<br />
da que sólo por su enfermedad el hombre se hace interesante.<br />
De La genealogía de la moral a La civilización y sus descontentos hay<br />
un solo paso, y algunos podrían pensar, por razones pedagógicas, que el paso<br />
es tan pequeño que vuelve al segundo libro superfluo. Pero aunque la visión<br />
de Freud de la sociedad y la cultura tiene una gran afinidad con la de Nietz -<br />
sche, Freud agrega algunas consideraciones que son esenciales para nuestra<br />
comprensión del carácter moderno.<br />
Para comenzar, plantea la cuestión de si queremos o no aceptar la civi -<br />
lización. No es la primera vez que la paradoja de la civi lización se presen -<br />
ta a la razón de la gente ci vilizada: la sensación de que la civilización hace<br />
95
LIONEL TRILLING<br />
96<br />
al hombre actuar peor y sufrir más de lo que<br />
hacían estados menos desarrollados de la exis -<br />
tencia humana. Pero hasta ahora esas ideas<br />
habían sido formuladas en un sen tido mora -<br />
lizante —la civilización se presentaba como<br />
“corrupta”, como una divagación de un esta -<br />
do de inocencia—. Freud no se hace ilusio -<br />
nes sobre una inocencia primitiva, no concibe<br />
una alternativa práctica a la civi lización. En<br />
consecuencia, sólo hay una a la pregunta que<br />
plantea de si que remos civilización con to -<br />
das sus contradicciones, con todas sus penas<br />
—penas, para los “descontentos” no descri -<br />
be correctamente la idea que Freud tiene en<br />
mente—. Él tiene su propia respuesta a la cuestión —se la dicta su sentido de<br />
la vida, trágico, estoico: haríamos bien en aceptarla, aunque también habría<br />
que echar un ojo a las circunstancias que hacen que sea mejor que la acep -<br />
temos—. Como Nietzsche, Freud pensaba que la vida se justificaba por la<br />
res puesta heroica a este desafío.<br />
Pero la cuestión que Freud plantea no ha sido puesta a un lado o cancelada<br />
por la respuesta que él mismo da. Su respuesta, como la de Nietzsche,<br />
se encuentra en la línea del humanismo tradicional —lo podemos ver en la<br />
severidad con la que ordena a las mujeres no inteferir con el hombre en el<br />
cumplimiento de su deber natural, no reclamar al hombre por amor y por<br />
la familia en detrimento de su libre actividad en el mundo—. Pero es precisa -<br />
mente aquí donde reside la esencia de la cuestión que el mundo piensa cada<br />
vez más que Freud no responde. La pena que la civilización inflige es la de la<br />
renuncia al instinto, y parecería que cada vez más poca gente desea decir como<br />
Freud que la pérdida de la gratificación de los instintos, o el amor, es compen -<br />
sada por la seguridad de la vida civilizada o por los ascéticos placeres del<br />
carácter moral masculino.<br />
Con el ensayo de Freud terminé los prolegómenos para el primer curso.<br />
No haré mucho más que mencionar los libros con los que introduje el segundo<br />
curso, pero no quisiera dejar de hacerlo. Comencé con El sobrino de Rameau,
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
con la idea de que la peculiar autoridad moral que Diderot le atribuye al en -<br />
vidioso, sin talento e incorregible protagonista, era particularmente relevante<br />
para la exploración ética de la literatura moderna. Nada es más característico<br />
de la literatura de nuestro tiempo que el reemplazo del héroe por lo que<br />
ha llegado a ser llamado el anti-héroe, en cuya indiferencia u odio a la no -<br />
bleza ética se presume que hay una especial autenticidad. Diderot es muy fran -<br />
co en ese punto —él mismo, en su carácter público, es el deuteragonista, “la<br />
conciencia honesta”, como Hegel lo llamó, y se complace en el desconcierto<br />
de la persona decente y, para la mentalidad nihilista del sobrino, sin interés.<br />
Me parece que hay una particular utilidad en el hecho de que este antihéroe<br />
reconozca tan abiertamente su envidia, a la cual Tocqueville llamó la<br />
fuerza gobernante de la democracia, y que si bien envidia a todos aquellos<br />
que han tenido acceso a las comodidades materiales y a la condición social<br />
de las que él carece, lo que sobre todo lo anima es la envidia al hombre de<br />
ge nio. La nuestra es la primera época cultural en la que muchos hombres<br />
aspiran a grandes logros en las artes y, en su frustración, forman una clase<br />
desposeída que se sobrepone a los límites de las clases sociales tradiciona -<br />
les, convirtién dose en un proletariado del espíritu.<br />
Aunque El sobrino de Rameau no fue publicado sino bastante tarde en<br />
el siglo, fue conocido en manuscrito por Goethe y Hegel; se adaptó a su ca -<br />
rácter y se ganó la admiración de Marx y Freud por razones obvias. Y hay<br />
bases para creer que lo conoció Dostoievski, cuyas Memorias del subsuelo es<br />
un replanteamiento de la idea esencial del diálogo de Diderot en términos más<br />
extremos y menos amables. El sobrino está aún a la defensiva —es un píca -<br />
ro cuando cuenta secretos del hombre y la sociedad—. Pero el hombre del<br />
subsuelo de Dostoievski vocifera su odio y envidia y lleva la carga de su odio<br />
a sí mismo y su alienación a la batalla en contra de los que considera “bellos<br />
y buenos”, desencadenando un ataque sin remordimientos a toda creencia<br />
no sólo de la sociedad burguesa sino del conjunto de la tradición humanista.<br />
La inclusión de Memorias del subsuelo entre mis prolegómenos constituye<br />
una especie de riesgo pedagógico, pues si deseara enfatizar la tendencia sub -<br />
versiva de la literatura moderna ésta es una obra que hace que cualquier<br />
subversión ulterior parezca afirmación, tan radical y brillante es su negación de<br />
nuestras creencias tradicionales y su afirmación de las nuevas.<br />
97
LIONEL TRILLING<br />
98<br />
Vacilé compungido antes de incluir, después de Memorias del subsue -<br />
lo, La muerte de Ivan Ilich, de Tolstoi, la cual destruye despiadada y feroz -<br />
mente la ciudadela del lugar común en la que creemos poder guarecernos de<br />
nosotros y nuestro destino. Pero la incluí, y luego dos obras de Pirandello,<br />
las cuales, con la sórdida atmósfera de la vida común, socava las certidumbres<br />
del lugar común, del sentido común.<br />
De tanto en tanto me he planteado la pregunta de si mi elección de las<br />
obras introductorias no era extravagante, excesivamente tendenciosa. Nunca<br />
lo he creído. Y si estas obras sirven en verdad para indicar con precisión la<br />
naturaleza de la literatura moderna, un maestro podría considerar que vale<br />
la pena preguntarse cómo responden sus estudiantes a tan fuerte dosis.<br />
Una respuesta es la que ya he descrito —la disposición de los estudian -<br />
tes a involucrarse en el proceso que podríamos llamar de socialización de lo<br />
antisocial, aculturación de lo anticultural o legitimización de lo subversivo—.<br />
Cuando los ensayos de fin de curso llegaron, fue claro para mí que casi nin -<br />
gún estudiante se sintió sorprendido por lo que había leído: habían contenido<br />
por completo el ataque. La principal excepción fue de los pocos que sencilla -<br />
mente no entendieron, aunque pudieron sentirse atemorizados por el tipo de<br />
nuestro discurso. En sus ensayos, como pobres criaturas de un cuento de Kafka,<br />
hallaron refugio, primero, en largas frases malentendidas, luego en la mala<br />
gramática, luego en la incoherencia generalizada. Después de que mi exaspe -<br />
ración pedagógica se hubo agotado, descubrí que me sentía tentado a conce -<br />
derles un extraño respeto, como si se hubieran puesto de pie y dicho que de<br />
hecho no habían tenido la inteligencia de pararse y decir: “¿Por qué nos apre -<br />
sura? Déjenos solos. No somos el Hombre Moderno. Somos el Viejo. La nues -<br />
tra es la Vieja Fe. Servimos a los Pequeños Viejos Dioses, los dioses de los<br />
lugares comunes, de las pequeñas, oscuras y, de algún modo, poderosas dei -<br />
dades de abogados, médicos, ingenieros, contadores. Con ellos no hay sen si -<br />
bilidad ni angst. Con ellos no hay disgustos —son ellos en realidad los que<br />
preparan el camino a los ‘bellos y buenos’ sobre quienes han surgido en este<br />
curso dudas vulgares, esos ‘bellos y buenos’ que no posemos y que no que -<br />
remos poseer pero sabemos que justifican nuestras vidas. Déjenos solos y dé -<br />
jenos adorar a nuestros dioses en la forma en que ellos quieran, en paz y en<br />
la ignorancia.” Burdo pero —para emplear la interesante palabra que les he -
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
mos aprendido a los curadores de los museos— auténtico. El resto, las mentes<br />
que me entregan ensayos A, B e incluso C+, se mueven por los terrores y<br />
misterios de la literatura moderna como muchos Parsifal, sin hacer preguntas<br />
ante el mandato de la maravilla y el miedo. O como muchos seminaristas que<br />
han sido instruidos en la constitución del infierno y las formas de condena. O<br />
como muchos lectores, entretenidos por historias de horror moral. Les pedí<br />
que miraran en el Abismo y, obedientemente y con alegría, se asomaron al<br />
Abismo y el Abismo los recibió con la grave cortesía de los objetos de estudio<br />
serio diciéndoles: “Soy interesante, ¿no? Y excitante, si consideran lo profundo<br />
que soy y las terribles bestias que moran en mis profundidades. Tengan<br />
en mente que el conocimiento de mí contribuye materialmente a vuestra reali -<br />
zación, a vuestra plenitud.”<br />
Angustiado por el agravio que había conspirado a perpetrar contra la gran<br />
literatura, me pregunté si quizás no había estado leyendo esos ensayos dema -<br />
siado literalmente. Después de todo, el ensayo final del curso no es un diario<br />
del alma, no es una ocasión para decir la verdad. Lo que mis estudian tes po -<br />
dían revelar de sus auténticos sentimientos a un maestro más joven no me lo<br />
revelarían a mí; ellos me daban la que creían era la respuesta adecuada a la<br />
versión oficial del terror que yo les proporcionaba. Venían a mi mente sus ros -<br />
tros, que no eran necesariamente los rostros de esos imperturbables ensayos,<br />
no eran, no todavía, los rostros de los padres de familia, o de los amantes del<br />
teatro o de los compradores de pinturas modernas: no todavía. Tenía que pen -<br />
sar que era posible que, de algún modo y en un grado que mantuvieron secre -<br />
to, habían respondido directa y personalmente a lo que habían leído.<br />
¿Y si lo habían hecho? Y si lo habían hecho, ¿yo estaría más contento?<br />
¿Qué forma habría querido que tomaran sus respuestas? La que hago<br />
es la pregunta de un maestro, no la de un crítico. Hemos decidido en los años<br />
recientes pensar en el crítico y en el maestro de literatura como uno y el mis -<br />
mo, y sin duda es posible y útil hacerlo. Pero hay ciertos aspectos en los que<br />
las funciones de los dos no coinciden, o se puede hacer que coincidan sólo con<br />
gran dificultad. “La crítica —nos dijo Arnold— tiene que estar dotada para el<br />
estudio y el elogio de elementos que para la plenitud de la perfección espiri -<br />
tual son requeridos, a pesar de que pertenezcan a un poder que en la esfera<br />
práctica pudiera ser maléfico.” Pero a la enseñanza, o al menos a la ense -<br />
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LIONEL TRILLING<br />
100<br />
ñanza en la licenciatura, no se le otorga la misma licencia —no se le puede<br />
otorgar porque el público del maestro, el cual está frente a sus ojos, mientras<br />
el del crítico no lo está, hace preguntas sobre la “esfera práctica”, que el pú -<br />
blico del crítico no hace—. Por ejemplo, el mismo día en que escribo esto,<br />
cuando le dije a mi clase todo lo que podía pensar en decir sobre La monta -<br />
ña mágica la invité a hacer comentarios o preguntas, un estudiante preguntó:<br />
“¿Cómo generalizaría usted la idea del valor educativo de la enfermedad, de<br />
modo que fuera aplicable no sólo a un individuo particular, Hans Castorp,<br />
sino a la gente joven en general?” Nos hizo sonreír, pero fue hecha con toda se -<br />
riedad, y era esencialmente seria, y tenía que ser respondida con seriedad, en<br />
parte mediante la reflexión de que esta idea, como muchas de las ideas en -<br />
contradas en los libros del curso, tenían que pensarse sólo en referencia a<br />
la vida privada; que tocaban la vida pública sólo de una forma indirecta o tan -<br />
gencial; que debía uno toparse con ellas en soledad, incluso en secreto, desde<br />
el momento en que hablar de ellas en público y en nuestras instalaciones aca -<br />
démicas hacía que pareciesen propuestas para su práctica pública, distorsio -<br />
nando así su significado. A esto, otro estudiante respondió; dijo que, a pesar<br />
del ritual público del salón de clases, cada estudiante inevitablemente ex -<br />
perimentaba los libros en privado y encontraba su significado en referencia a<br />
su propia vida. Cierto, pero el maestro ve varias privacidades reuniéndose para<br />
formar un grupo, y ellas sugieren —sin duda además porque se reúnen todos<br />
los lunes, miércoles y viernes a una hora determinada— la idea de comuni -<br />
dad, es decir, de la “esfera práctica”.<br />
Siendo así las cosas, el maestro no puede escapar a la conciencia de cier -<br />
tas circunstancias que el crítico, que escribe para un lector ideal, sin circuns -<br />
tancias, no tiene que tomar en cuenta. El maestro considera, por ejemplo, la<br />
situación social de los estudiantes —no son de origen aristocrático, no proce -<br />
den de hogares en los que la obstinación, el orgullo y la costumbre conscien -<br />
te prevalezcan, no han nacido en una cultura marcada por esos rasgos, una<br />
cultura que resista ideas y compita con otras cosas valiosas o interesantes; pro -<br />
ceden, en su mayoría, de “buenos hogares” donde la autoridad y la evalua -<br />
ción son débiles o al menos no muy importantes o audaces, de modo que<br />
esas ideas tienen para ellos, en el estado actual de su desarrollo, un peculiar<br />
atractivo y poder. Y respecto a ello el maestro debe tener en mente el presti -
LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA MODERNA<br />
gio que nuestra cultura, en sus ámbitos superiores, otorga al arte y a las ideas<br />
que el arte propone —el convencimiento creciente de que el arte produce más<br />
verdades que cualquier otra actividad intelectual—. En esta cultura, qué im -<br />
presión supone descubrir el acerbo escepticismo de Santayana sobre el arte,<br />
o la afirmación de Keats, que los críticos y estudiosos nunca notan, presumi -<br />
blemente porque la consideran una aberración, de que la poesía no es tan “be -<br />
lla como la filosofía —por la misma razón de que un águila no es tan bella<br />
como la verdad”—. Para muchos estudiantes, ninguna idea que puedan en -<br />
contrar en alguna disciplina del colegio igualará en fuerza y autoridad las ideas<br />
que les proporciona la literatura moderna.<br />
El autor de La montaña mágica dijo alguna vez que toda su obra podía<br />
entenderse como su esfuerzo para liberarse de la clase media, y esto, por su -<br />
puesto, sirve para describir el objetivo principal de la literatura moderna. Y el<br />
instrumento para la libertad que Mann prescribe (a pesar de la ironía carac te -<br />
rística) es el instrumento de la libertad que de hecho toda la literatura moder -<br />
na prescribe. Esto es, en palabras de Claudia Chauchat, “se perdre et même…<br />
se laisser dépérir”, y así, nombrar los instrumentos es hacer evidente que el<br />
fin no es sólo liberarse de la clase media sino liberarse de la sociedad misma.<br />
Aventuro la idea de que perderse uno mismo hasta el punto de la autodes -<br />
trucción, o rendirse a la experiencia sin considerar el propio interés o la mora -<br />
lidad convencional, de escapar por completo a las ataduras sociales, es un<br />
“elemento” presente en algún lugar de la mente de cualquier hombre moderno<br />
que se atreva a pensar en lo que Arnold en su sincero modo victoriano llama<br />
“la plenitud de la perfección espiritual”. Pero el maestro que se compromete<br />
a presentar la literatura moderna a sus estudiantes podría no permitir que la<br />
idea permanezca en alguna parte, debe sacarlo del lugar donde habitualmente<br />
existe sin ser notado y ponerlo en la primera fila consciente de sus pensamien -<br />
tos. Y si está comprometido con la literatura moderna, también debe comprome -<br />
terse con la idea principal de la literatura moderna. Insisto en la lógica de la<br />
situación no para cuestionar la legitimidad del compromiso, o incluso la pertinen -<br />
cia de manifestar el compromiso en el salón de clases (¡aunque parecería ex -<br />
traño!), sino para enfrentar a aquellos de nosotros que enseñan literatura<br />
moderna con la sorprendente realidad de nuestra empresa.<br />
101
102<br />
Al fondo el mar,<br />
el sobrio mar de fondo<br />
que se nos desdibuja.<br />
Tres poemas<br />
JORGE ORTEGA<br />
SUBIDA AL MONTE URGULL<br />
Entre robles y helechos<br />
la espiral de piedra no pulida,<br />
las furtivas<br />
y onduladas<br />
terrazas del musgo.<br />
La espuma de la hiedra<br />
trepando por los troncos,<br />
los cauces de hojarasca<br />
crujiendo bajo una pisada en falso.<br />
Rampas. Escalones<br />
pacientemente relamidos<br />
por el inofensivo alud del vaho.
Y el final en dónde o para cuándo:<br />
la cumbre se escabulle a nuestros ojos,<br />
pirámide borrada por la selva<br />
en una distracción.<br />
A mayor esfuerzo, menor la extenuación,<br />
mejor la claridad de los confines<br />
o pronta la llegada.<br />
El poema se hace en el trayecto,<br />
trata lo que tardamos<br />
en alcanzar la cima<br />
y descubrir ahí lo perseguido en vano,<br />
la veleidad del aire, el resbaloso pez de las alturas.<br />
HORTUS CONCLUSUS<br />
He mirado de cerca al colibrí<br />
y se ha puesto a flotar, activo en la quietud,<br />
con la velocidad de una milésima.<br />
En cada uno de sus aleteos<br />
caben las rotaciones de la luz y el tañido remoto<br />
de la cítara homérica en el jardín de Alcínoo;<br />
los viajes del reflejo en la piscina<br />
y las secretas músicas del día<br />
103
104<br />
en las hondas cañadas de la hierba,<br />
lo que imaginas y percibes sin levantar un dedo.<br />
Qué podría añadir a su destreza<br />
sino estas apostillas, a manera de elogio,<br />
a lo que habla por sí con el hecho de ser.<br />
Afuera arde la épica de la sobrevivencia,<br />
marchan las multitudes, discurren los inventos<br />
y la historia se escribe con estruendo.<br />
Lejos de perecer en dicho intento<br />
me detengo a observar el picaflor<br />
cuya vivacidad baraja y aglutina los enigmas<br />
de todo el universo.<br />
BOSQUE DE NIEBLA<br />
Desescribir, borrar la exuberancia de esta línea<br />
hasta volver a lo blanco<br />
para decir la selva<br />
de otro modo.<br />
Para nombrar sin prodigar sus dones<br />
o tener que acabar de enumerarlos<br />
antes de que la lluvia nos alcance.
Como si el lenguaje,<br />
como si la escritura nos bastara<br />
para impedir que el agua.<br />
Para reconocer las aves por su canto<br />
o la vegetación<br />
de golpe, a simple vista.<br />
Andamos sobrados de nombres<br />
o faltos de saber.<br />
Cómo decir lo verde<br />
y no hacerlo brotar en un color.<br />
Igual que la belleza, la magnitud del bosque<br />
cabe en la renuncia a proclamarlo.<br />
105
106<br />
Treinta dólares<br />
OLIVERIO COELHO<br />
1<br />
¿Qué es eso irresistible que un hombre obtiene de un animal?<br />
A lo mejor lo mismo que de un niño: la posibilidad inmediata de amar.<br />
Esto escribe Park Chang-ho después de elaborar un extraño método para<br />
deshacerse de su mascota antes del viaje de su vida. A diferencia de otros amos<br />
que en ausencia proyectan lo mejor para su animal, él, harto de la demanda<br />
de una gata castrada de diez años llamada Lola, planea demorar un mes exacto<br />
en hacerla explotar, asesinarla sin culpa, concederle lo que siempre ha pe -<br />
dido su gula: sobrealimentación estricta, lácteos, hígado crudo.<br />
Destinará una semana al duelo y otros tres días a los preparativos de su<br />
viaje a Corea Sur. Imagina que cremar a una gata de diez kilos, si su plan da<br />
resultado, será arduo, pero esta dificultad la considera generosamente contemplada<br />
en esa primera semana de duelo.<br />
Lo cierto es que el problema de Park no es Lola, sino la mujer de la que<br />
se separó hace seis meses. Todavía no ha pasado tiempo suficiente como para<br />
sacar conclusiones evidentes a los ojos de cualquier otra persona: dilapidó su<br />
juventud y su talento en una mujer hermosa que se coló por un intersticio de<br />
su débil instinto, una mujer que lo usó para saldar cuentas con su propia femi -<br />
nidad, vengar su suerte —un viejo anatema advierte que las mujeres demasiado<br />
bellas padecen los amores más desdichados—. Tampoco sabe que la<br />
verdadera realización de ella consistió en torturar a un artista ignoto, de ascen -<br />
dencia coreana, criado en el bajo Flores, alimentando con una regularidad<br />
metódica sus celos y el miedo a ser abandonado.<br />
Lo cierto es que al cabo de cinco años de relación las ambiciones artís -
ticas de Park se esfumaron y él se transformó en la víctima perfecta para una<br />
mujer que venía abatida por las miserias del deseo masculino. Su suerte habría<br />
sido distinta si hubiera aceptado una mujer a su medida, pero el complemento<br />
para su ambición artística, por aquel entonces, consistió en tener al lado a una<br />
mujer deseada, según sus cálculos, por cualquier argentino. Como en un pacto<br />
diabólico, a cambio de una argentina bellísima, cedió de a poco el talento y<br />
el deseo de vivir. Logró a su vez que algunos lo miraran con otros ojos, como<br />
si definitivamente la compañía de una morocha de rasgos finos lo argentinizara,<br />
pero tras la separación perdió instantáneamente esos beneficios, volvió a<br />
ser, de un día para otro, el mismo descendiente de coreanos que pasaba inad -<br />
vertido ante las mujeres y al que los hombres en la cola del supermercado se<br />
le adelantaban.<br />
Lo que había sobrevivido a su drama amoroso era la gata que él y ella<br />
habían levantado de la calle, a poco de conocerse, y que habían bautizado<br />
como Lola porque así pensaban llamar a esa primera hija que, por distintas ra -<br />
zones, nunca tuvieron. Quizás por eso Park siente que desprendiéndose de<br />
la gata dejará de victimizarse.<br />
Cae en la cuenta de que su plan es absurdo cuando suena el teléfono y<br />
del otro lado escucha a la mujer que lo arruinó. Ahora ella lo saluda con indi -<br />
ferencia y le pregunta con quién dejará a la gata: Lola al fin y al cabo les per -<br />
tenece a ambos. Park piensa súbitamente que la mascota en realidad no es Lola<br />
sino él mismo. Tartamudea y no puede responder cuando ella dice “entonces me<br />
la llevo a casa”. Se termina de convencer entonces de que la única posibilidad<br />
de seguir viviendo es viajar y en todo caso, si algo distinto sucede en su patria<br />
desconocida, reencarnar.<br />
2<br />
TREINTA DÓLARES<br />
Un mes después, aunque sabe que no hay nada peor para un felino que ser<br />
privado de su hábitat, accede a que Lola se lleve a la gata. La entrega en la<br />
jaula de rigor que durante años usaron para trasladarla al veterinario.<br />
A partir de ese momento, para Park el mundo animal y el mundo feme -<br />
nino dejan de ser puertas de acceso al sufrimiento. Como en un duelo, ahora<br />
la soledad es la puerta de acceso a otro hombre. En un departamento que ha<br />
quedado vacío después de la ida de su exmujer y de Lola, y que con dos vali-<br />
107
OLIVERIO COELHO<br />
108<br />
jas en el pasillo parece a punto de ser abandonado, la imaginación de Park<br />
rebota de un lado a otro. Las paredes blancas transforman su mente en una<br />
cámara de ecos. Experimenta una especie de ebriedad optimista. En toda alu -<br />
cinación debe haber un límite para que no se desangre la sensibilidad, pero<br />
él ya está planeando otra vida en Seúl, se imagina hablando una lengua que<br />
nunca aprendió pero que se manifestará como un recuerdo innato, especula<br />
con la bondad y la sumisión de una mujer coreana, se ve a sí mismo como un<br />
modelo social de integración, un ejemplo de diáspora invertida acorde a las po -<br />
líticas de un país enriquecido que, apenas treinta años atrás, estaba sumido<br />
en la pobreza. Prepara las respuestas para una inminente entrevista en un dia -<br />
rio importante que por el momento desconoce, pero que en segundos, al tipear<br />
en google “important newspapers Korea”, incorporará a su coreografía fanta -<br />
seosa. Imagina el vernisage de las pinturas que, en el lapso de un mes, frené -<br />
ticamente realizará a pedido de galeristas conmovidos por su historia de vida.<br />
Aunque Park sabe que hay genios que pasan penurias y son reconocidos post<br />
mortem, considera que su caso es más grave: a la falta de reconocimiento se<br />
suma una catástrofe migratoria que lo ha dejado sin patria. Nunca ha terminado<br />
de acomodarse a la idiosincrasia de los argentinos, pese a haber nacido ahí.<br />
Quizás por esa suerte de desprecio que profesa internamente, y no por sus ras -<br />
gos orientales o su porte menudo, algunos argentinos lo adelanten en las colas<br />
o lo cuerpeen, como si fuera invisible, cuando cruza una calle. Por eso mismo<br />
quizás también perciba la falta de cortesía general y la torpeza de los cuerpos<br />
alienados en lo cotidiano como una agresión deliberada, cuando en verdad el<br />
dolor y la insatisfacción, según elucida siempre que se detiene a pensar en la<br />
Argentina, están distribuidos en la población, incluso en sus adefesios políticos.<br />
Esta vez no es el teléfono lo que lo vuelve en sí, sino el sonido del porte -<br />
ro eléctrico. Atiende. Juega con la idea de que su exmujer regrese arrepentida<br />
a devolverle la gata que, por fuerzas extrañas, intuye se le ha escurrido entre<br />
las manos. ¿Cómo puede dirimirse la propiedad de una mascota si éstas no ha -<br />
blan? Piensa que como en el resto de su vida cotidiana, debe aceptar la ley<br />
del más fuerte.<br />
El taxi que lo llevará al aeropuerto está en la puerta. No es necesario<br />
describir la imagen penosa de Park arrastrando dos valijas de veintitrés kilos<br />
repletas de cosas innecesarias. Las cosas importantes de su vida más reciente
no están ahí. Ya no existen en el horizonte de ese hombre a punto de reencarnar.<br />
3<br />
TREINTA DÓLARES<br />
En Los Ángeles, escala obligada camino a Seúl, Park por primera vez se sien -<br />
te argentino. Tiene catorce horas de espera y acepta el convite de su compa -<br />
ñero de asiento, John Barreth, un norteamericano voluminoso que vive en Los<br />
Ángeles y lo invita, según cree entender, a pasar unas horas en su casa, echar<br />
los huesos en el sofá y darse una ducha.<br />
Abordan juntos un taxi. John no deja de hablar sobre las bondades ame -<br />
ricanas en un inglés pastoso que Park comprende a medias. Entiende, sí, que<br />
John voló a Buenos Aires a acostarse con una mujer que conoció chateando<br />
y con la que pensaba casarse. Pero el encuentro fue absolutamente decepcio -<br />
nante: Gabriela vivía en un barrio decadente, en las afueras de Buenos Aires,<br />
no recuerda dónde —aunque de inmediato revisa su teléfono y acota “Gonzá -<br />
lez Catán”—, con una hija de tres años feísima y con una madre postrada. Él,<br />
John Barreth, no podía trasladar a su casa a una familia disfuncional. Tam -<br />
poco, después de evaluar el contexto humilde en el que se había criado Ga -<br />
briela, podía confiar en el futuro de la pareja, casarse y rifar sus bienes.<br />
Aunque el nivel sociocultural de Gabriela era satisfactorio, inexplicablemente<br />
satisfactorio, algo le decía que su humildad, una vez en Estados Unidos, rápi -<br />
damente mutaría en irracionalidad, y ella terminaría devorando sus bienes,<br />
colonizando la casa a través de una anciana inválida y una niña famélica. Ha -<br />
bía visto cientos de vidas desechas por una elección matrimonial inapropiada.<br />
Él, John Barreth, ingeniero informático, podía seguir esperando. Había viaja -<br />
do más bien para terminar de convencerse, en dos días y una noche, de que<br />
Gabriela era una de las tantas bellezas tercermundistas que habían encontrado<br />
en una conexión a internet y en una cámara la estrategia de escape a<br />
la miseria.<br />
El taxi poco después se detiene frente a un chalet con porche, edificado<br />
a imagen y semejanza de todos los que hay en el vecindario. John baja, paga,<br />
toma su equipaje del asiento de adelante, y como si olvidara la presencia de<br />
Park, camina hacia la puerta de su casa atravesando un pequeño jardín. Las<br />
piernas flacas, en contraste con el torso en forma de trompo invertido y las ca -<br />
109
OLIVERIO COELHO<br />
110<br />
deras obesas, subrayan un efecto óptico: parece un muñeco de nieve deslizán -<br />
dose en el césped.<br />
El taxista negro se vuelve y mira a Park un poco aterrado, tiene las pu -<br />
pilas irritadas, como si hubiera fumado marihuana o no hubiera dormido en<br />
días. De inmediato Park se siente expulsado por esa mirada, sale, pero John<br />
Barreth, a diez metros, da un portazo, evidentemente fastidiado, o bien por la<br />
tarifa del taxi, o bien por los malos recuerdos que revivió al hablar de su aven -<br />
tura bonaerense. Park piensa que no debería haberlo dejado hablar o que no<br />
debería haber aceptado el convite. Vuelve a entrar al taxi y, como un perro que<br />
ha quedado fuera del hogar, a través de la ventanilla mira fijamente la puerta,<br />
esperando una señal que nunca llega.<br />
Retrospectivamente, el viaje en avión junto a John se le representa de una<br />
complicidad patética. Ya había ahí señales de una hipocresía que no supo de -<br />
tectar. A todo Park asintió; con una fe resignada lo escuchó hablar de su nego -<br />
cio informático y hasta creyó identificar en él un modelo de hombre americano<br />
exitoso, para descubrir luego, en un suburbio prolijo de Los Ángeles, a un ca -<br />
renciado afectivo que vivía en un chalet impersonal que quizás fuera parte de<br />
un plan de vivienda social.<br />
Cuando el taxista pierde la paciencia, sin pensarlo él le dice “al centro”.<br />
“El centro es demasiado grande”… Entonces le viene a la mente el recuerdo<br />
de su profesor de coreano, que alguna vez le dijo que en Los Ángeles residía<br />
la mayor comunidad coreana del mundo.<br />
“Al barrio coreano”.<br />
“¿A qué zona del barrio coreano?”, pregunta el otro, desconfiado, y apro -<br />
vecha para desabrocharse dos botones de la hawaiana.<br />
“Al centro”.<br />
El taxista sacude la cabeza, fastidiado. Apenas llegan a Korea Town, de -<br />
tiene el coche. “Son treinta dólares”, dice bruscamente. Park paga y se baja<br />
desconcertado. Nada indica en realidad que no esté en Corea: carteles en Han -<br />
gul, calles repletas de restaurantes de cuyas puertas entreabiertas mana la<br />
inconfundible fermentación del kimchi, nativos hablando en coreano y co -<br />
miendo samgyopsa, bulgogi y bibimpap. Algo, quizás su súbita argentinidad,<br />
lo detiene. Se avergüenza de no hablar la lengua de sus ancestros. Retroce -<br />
de… Cae en la cuenta de que es un error viajar a Corea, nada lo emparenta
a ese país, salvo parientes que no hablan ni inglés ni castellano, y rasgos fa -<br />
ciales que le pesan como una máscara. En unas horas sus valijas seguirán rum -<br />
bo a Seúl y él deberá decidir si seguirlas o empezar en Los Ángeles una nueva<br />
vida. No contienen nada importante. Sólo restos de su pasado más íntimo que,<br />
como pedazos de un viejo transbordador, quedarán girando en una cinta, en<br />
el aeropuerto de Inchong.<br />
Como si fuera el amo de su destino o una barca a punto de cruzar el<br />
Hades, el taxi que lo ha traído sigue detenido en el mismo lugar.<br />
“Lo sabía”, dice el taxista cuando Park se escurre en el interior del ve -<br />
hículo y en una frase irracional, como pronunciada por alguien que habla a<br />
través suyo, expresa su deseo: “Quiero ir al barrio de las putas”.<br />
“Lo sabía”, repite el taxista, y arranca ese Lincoln automático en cuya<br />
marcha Park recién ahora repara: tiene el andar del Boeing 770 que lo de -<br />
positó en Los Ángeles.<br />
De a poco la ciudad se le representa espantosa. Sin ese chofer no podría<br />
llegar a ningún lado. Las avenidas anchas y las autopistas subrayan en Park la<br />
impresión de que el anhelado centro en Los Ángeles no existe, y que la topo -<br />
grafía urbana se reduce a una aglomeración de suburbios impersonales. El úni -<br />
co centro es ese Lincoln que ahora avanza por el bulevard Santa Mónica, en<br />
un trayecto sin retorno, cada vez más lejos del aeropuerto internacional.<br />
4<br />
TREINTA DÓLARES<br />
Park pensó siempre que la debilidad de los hombres argentinos por el sexo<br />
pago —tiene entendido que Buenos Aires es la ciudad con más prostíbulos por<br />
habitante masculino en el mundo— se debe menos al temperamento evasivo<br />
de la mujer porteña que a la genética fallada de los machos argentinos. Más<br />
allá de esas migajas de temperamento histriónico que dejó la inmigración ita -<br />
liana, los porteños combinan dos hilos del mismo ovillo, hilos ancestrales de<br />
melancolía y misoginia, y gracias a una tarifa que asegura una gama de servi -<br />
cios inmediatos, juegan a buscar lo que en las mujeres que cortejan no pueden<br />
encontrar, eso que es, a la vez, aquello que una prostituta, por instinto de au -<br />
toprotección, no podrá dar.<br />
La mujer que lo recibe en el bar de un hotel de mala muerte es mexica -<br />
111
OLIVERIO COELHO<br />
112<br />
na, se presenta como Jacinta y sonríe —¿se enternece?— al escuchar hablar a<br />
un coreano con acento sudamericano. Está apoyada sobre la barra sin ningún<br />
alarde de sensualidad, a punto de quedarse dormida. Detrás de las mechas<br />
de pelo que le ocultan la cara, boquea como un pez, habla sola, suelta palabras<br />
tenues.<br />
Park puede ver que le faltan dos dientes y que por esos huecos burbu -<br />
jean nudos de saliva cuando ella apura, cada tanto, un trago de cerveza. Juega<br />
un poco, como los bebés, a masticar el vacío, la sed o el hambre. Bajo la capa<br />
espesa de rímel que cubre los labios, hay estrías, una superficie agrietada por<br />
edades o padecimientos que Park no puede imaginar pero huele: bajo el ma -<br />
quillaje barato y tenue, detecta la dulzura somnífera del jarabe, esa especie de<br />
aliento enfermo y a la vez beatífico que cultivan quienes han pasado la noche<br />
bebiendo. Supone que el olor narcótico de Jacinta, y el hecho de que se presen -<br />
te con un nombre tan poco atractivo, la diferencia del prototipo de puta argen -<br />
tina. Parece venir de otra galaxia. O parece ser una mujer que la noche anterior<br />
tomó la decisión de hacerse pasar por puta y se disfrazó, sin ningún éxito, para<br />
yacer ahora en la barra, como si hubiera sobrevivido a un gran naufragio.<br />
Park no sabe si ofrecerle auxilio o solicitar sus servicios. Quizás una cosa<br />
implique la otra, de modo que le pregunta si pueden pasar a una habitación.<br />
Ella le contesta que está fuera de horario, se levanta la camiseta y le exhibe<br />
dos moretones, como si así demostrara que trabajó toda la noche, y le dice que<br />
de cualquier modo, si no tiene apuro, pueden ir a su casa. El taxi espera en<br />
la puerta. Park duda. Querría consultarlo con ese chofer que en menos de una<br />
hora se ha transformado en su ángel de la guarda. Se pregunta si entre Ja -<br />
cinta y el conductor no existirá alguna conexión, no un parentesco pero sí una<br />
relación venal e incluso afectiva. De estar en Buenos Aires, se creería víctima<br />
de una celada, pero en Estados Unidos, piensa, las cosas son diferentes, no ne -<br />
cesitan víctimas internas para hacer dinero, siempre existe la posibilidad de<br />
una guerra afuera. Mira alrededor: el bar está desierto, el único mozo en el<br />
campo de batalla duerme en una silla, con la boca entreabierta, junto a una<br />
ventana. En la mesa un haz de luz recorta un cuaderno de contabilidad.<br />
Entran en el taxi. El conductor, del cual Park sigue sin saber el nombre,<br />
los recibe sobresaltado. Ahora lleva anteojos de sol. La postura lánguida<br />
en el asiento lo hace más pequeño. ¿O hubo, en el lapso de tiempo que pasó
TREINTA DÓLARES<br />
en el bar, una sustitución? Park no está seguro de que sea el mismo taxista<br />
y descubre que de hecho ya no viste una camisa hawaiana, sino una remera<br />
negra y un saco gris arrugado. A través del vidrio trasero busca el Lincoln con<br />
su barquero, pero no hay ningún auto estacionado, el sol resplandece en la<br />
calle, como si el asfalto fuera metal. Jacinta susurra una dirección, apoya la ca -<br />
beza en un hombro de Park y sueña.<br />
Cuando despierta, están en el corazón de Korea Town. Park intenta per -<br />
suadir a ese nuevo chofer de que están en el lugar equivocado. Piensa en bajar -<br />
se y echarse a correr, aunque no tiene con el actual taxista la misma confianza<br />
que con el anterior. Seguramente éste, en vez de esperarlo, lo perseguirá.<br />
“Treinta dólares”.<br />
Park lee en esa cifra el precio de su libertad. Paga y se baja.<br />
La cabeza de Jacinta, sin apoyo, golpea contra un borde del asiento. Abre<br />
los ojos. Ve la cara de un coreano que desde afuera del coche le tiende la mano<br />
y extrañamente le habla en su lengua. Es el primer coreano que conoce que<br />
habla castellano. A duras penas, menos por la borrachera que por el sueño,<br />
ella conduce a Park por un callejón poblado de tachos de basura gigantes. Al -<br />
gunos perros huyen ante la presencia de humanos que a esa hora inmaculada<br />
de la mañana parecen cazadores.<br />
Entran a un edificio de dos plantas, a través de una puerta lateral, y su -<br />
ben una escalera de lo que parece ser una pensión. De la planta baja llegan<br />
diálogos en coreano que enseguida se ramifican en gritos. No terminan de<br />
llegar al descanso cuando un hombre en musculosa pasa fumando y se para en<br />
la puerta. No parece percibirlos, o al menos simula no verlos. Suelta el cigarri -<br />
llo, pisa la colilla con la suela de una ojota, y se queda inmóvil, mirando la fa -<br />
chada desteñida de la casa que tiene enfrente: una suerte de paisaje industrial<br />
en ruinas que remeda los recovecos más sórdidos de Seúl después de la gue -<br />
rra. Así permanecerá, fumando y aplastando colillas, mientras Park, un piso<br />
arriba, en un cuarto cuya ventana da al mismo paredón descascarado, desnu -<br />
da a Jacinta sobre un colchón y, casi en seco, con una erección incontrolable<br />
e inversamente proporcional a la duración que tendrá el acto, la penetra ha -<br />
ciendo a un lado la bombacha. Jacinta gime tres veces al ser penetrada. No<br />
atenderá al hecho de que Park, después de acabar, se subirá los pantalones<br />
y el cierre de la bragueta, como si saliera de un baño público, y dejará la habi -<br />
113
OLIVERIO COELHO<br />
114<br />
tación sin pagar un solo centavo. El hombre de musculosa lo detendrá en la<br />
salida, le hablará en coreano, al notar su incomprensión le señalará la habita -<br />
ción de arriba y le reclamará treinta dólares que, sin pensarlo, Park cubrirá<br />
con un billete de cincuenta. Transido por una repentina repulsión y por la cul -<br />
pa, recorrerá el callejón sin esperar el cambio, y encontrará un taxi, quizás<br />
conducido por el mismo hombre que lo arrimó a la perdición, y al que con un<br />
poco de urgencia y culpa le ordenará ir hacia el aeropuerto internacional.<br />
5<br />
Un día después, en un recuadro ínfimo del diario Los Ángeles Times, en la pá -<br />
gina destinada a crímenes y menudencias sensacionalistas, John Barreth leerá<br />
la siguiente noticia mientras hace un repaso de las mujeres argentinas, rusas<br />
y colombianas que ha conocido en el MSN durante la última semana:<br />
Inmigrante mexicana de veintiocho años fue hallada muerta en un edificio ubicado<br />
en la intersección de W5th Street y S Kingsley Jr., pleno Koreatown, según la poli -<br />
cía de Los Ángeles. Los detectives creen que la víctima estaría vinculada a una red<br />
de prostitución. La vivienda en la que fue hallada la víctima pertenecería al due -<br />
ño de una cadena de restaurantes coreanos procesado por estafa y proxenetismo.<br />
Ningún otro detalle fue revelado por la policía, que dijo que las investigaciones se -<br />
guirían.<br />
Casi al mismo tiempo, Park aterrizará en Seúl y pasará un puesto de mi -<br />
graciones atendido por una empleada rígida, tan rígida como la norteamerica -<br />
na que lo interrogó en Los Ángeles. Recogerá sus valijas repletas de cosas<br />
inútiles y saldrá a un nuevo mundo. Afuera lloverá y el calor será insoporta -<br />
blemente pegajoso, como en un país tropical. Abordará un taxi y le extenderá<br />
al conductor un papel con una dirección en coreano. Las autopistas monumen -<br />
tales, las ciudades satélite encadenadas, los restos informes de la gran capital,<br />
las cruces iluminadas en los techos de las casas, como si la urbe en la noche se<br />
invirtiera y mostrara un cementerio de vidas, producirán en Park una visión<br />
inmediata: después de mucho tiempo está verdaderamente sólo, y todo eso que<br />
ve a través de la ventanilla del auto es el paisaje muerto que lo habita y debe<br />
conjurar.
Entrevista a Luis Felipe Fabre<br />
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
Con sus dos primeras plaquettes, Vida quieta y Una temporada en el Mictlán,<br />
Luis Felipe Fabre se presentó en el escenario literario mexicano con una pro -<br />
puesta que distaba del debut que se hace perdonar la vida por su juventud<br />
o inexperiencia. En ellos aparecía ya lo que su producción siguiente iba a con -<br />
firmar y potenciar: una galería de personajes travestidos que transitan por las<br />
fronteras del género literario, político y sexual, monstruos que son fruto de una<br />
maquinaria de interpretación y actualización con la que el autor hace suyo el<br />
principio deleuziano de la “fecundación estéril” al restaurar tradiciones tan<br />
dispares como la canción ranchera o la poesía trovadoresca, la dicción aca -<br />
démica o los murmullos rulfianos.<br />
Junto con otros pequeños conjuntos o series, aquellos libros se integra -<br />
ron en Cabaret Provenza, uno de los cuatro títulos que hasta ahora conforman<br />
la obra de Fabre, una obra que se disfraza de breve y escasa pero cuyas re -<br />
sonancias vienen dadas por su oportunidad, pertinencia y concisión. Redactor<br />
ocasional de reseñas o comentarios críticos, Fabre más bien participa en la dis -<br />
cusión literaria y cultural de manera oblicua: a través de la lectura de lo que<br />
en principio no puede ser leído, los huecos o las ausencias, en un puñado de<br />
textos latinoamericanos (Leyendo agujeros: ensayos sobre (des)escritura, anti -<br />
escritura y no escritura), o mediante una antología que decididamente renun -<br />
cia a serlo (Divino Tesoro. Muestra de nueva poesía mexicana).<br />
El cuarto título de su obra, el poemario La sodomía en la Nueva Espa -<br />
ña, de reciente aparición, es el motivo central de la siguiente plática y pretexto<br />
para el resto de los caminos que en ella se abrieron. Concebida en conjunto,<br />
115
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
116<br />
una parte de la entrevista fue mantenida en<br />
París por Octavio Moreno y la otra parte en la<br />
Ciudad de México por Gabriel Wolfson.<br />
—Me gustaría saber un poco de la historia<br />
editorial de La sodomía en la Nueva España.<br />
¿Intentaste publicarlo aquí, en México? ¿Hu -<br />
bo algún tipo de resistencia a ello?<br />
—Bueno, sí. Yo habría querido en pri -<br />
mer lugar que se publicara en México, por -<br />
que es un libro sobre historia de México y<br />
me parecía que el lugar natural para que apa -<br />
reciera era México. La verdad es que lo tuve<br />
bastantes años y no me fue fácil, no encontré<br />
dónde publicarlo durante un tiempo. Coincidió después, cuando estaba apro -<br />
bado en Pre-Textos, que hubo alguna editorial interesada en México, pero<br />
ya el proceso estaba avanzado y además me gustaba la idea de publicarlo en<br />
Pre-Textos, no lo pensaba retirar de allí. Intenté mandarlo a varios concursos,<br />
donde corrió una suerte lamentable. Lo mandé también a una editorial mexi -<br />
cana importante; me enteré de que había pasado los dictámenes y demás,<br />
pero nunca se comunicaron conmigo, no hubo ningún interés: por eso acabó<br />
saliendo en España.<br />
—¿Crees que opera algún tipo de alteración de la lectura el hecho de<br />
que La sodomía se publicara en España y no en México, siendo además un<br />
libro que trata asuntos de la Colonia?<br />
—Diría que sí, porque mi idea de la literatura es eminentemente material,<br />
así que el lugar donde escribes o publicas puede provocar esa alteración.<br />
A ver: lo que hago es material —en realidad, toda la poesía lo es—, un trabajo<br />
material, heredero de una tradición programática, la de las vanguardias.<br />
Para La sodomía, por ejemplo, investigué la historia, el discurso histórico, lo<br />
cual, en México, casi es ir contra la poesía: un poema con bibliografía, diga -<br />
mos, lo que está muy bien visto para las novelas pero no para la poesía. Y entre<br />
otras, ésa es una de mis salidas de tono de la poesía: descreer de la poesía<br />
como revelación y encararla, insisto, como trabajo. Así que claro: el lugar don -<br />
LUIS FELIPE FABRE
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
de se publica un libro modifica su lectura. Con La sodomía lo que ocurre en<br />
este sentido es, casi sin querer, una vuelta, un ajuste poético, una suerte de<br />
justicia poética: que justamente una literatura colonial, o que juega justamente<br />
con la Colonia y que además es una relectura de los Siglos de Oro españoles,<br />
aparezca publicada en España por un mexicano. Eso me parece que alguna<br />
carga debe tener. También creo que los Siglos de Oro españoles, o sobre todo<br />
el barroco, la idea del barroco, ha sido retomada más por Latinoamérica que<br />
por la propia España en el siglo XX y en el siglo XXI. Mi libro es una suerte<br />
de retorno… como una cucharada de su propio chocolate. Creo que me habría<br />
ido mejor en España con otro libro que con este que juega con el barroco, tan<br />
mal visto en España. Pero me interesa lo mal visto. Creo que en México habría<br />
sido más fácil un libro barroco porque somos muy barrocos y, al mismo tiempo,<br />
me gusta que el tema de la homosexualidad pueda ser menos incómodo<br />
en España que en México aunque ahí lo que moleste muchísimo sea el barro -<br />
co. A lo mejor lo que no incomoda en México es lo que incomoda en España,<br />
y eso me gusta.<br />
—¿Qué opinas sobre la polémica que se ha establecido a raíz de la anto -<br />
logía Poesía ante la incertidumbre, donde se reivindica una poética de la cla -<br />
ridad que remitiría a esa noción de poesía como revelación?<br />
—Es curioso que la preocupación sea la claridad. Creo que el problema<br />
no es de claridad sino de densidad lingüística, de densidad verbal, de preocu -<br />
pación formal, de capacidad crítica de un texto. La claridad o la oscuridad por<br />
sí mismas no me parecen valores ni artísticos ni poéticos, creo que son matices<br />
de la paleta, y me parece muy tonto que se rompan lanzas a favor de la clari -<br />
dad —y hasta con una carga de moralina—, que se endiose la claridad y se<br />
condene la oscuridad. Tampoco es que yo endiose la oscuridad. En el fondo<br />
ni siquiera es algo moralino sino una cosa muy simple: sienten insultante aque -<br />
llo que no entienden, como si el arte tuviera que entenderse. Qué sería del arte<br />
si todo el arte fuera comprensible. Es más: creo que lo que interesa es aquello<br />
que aun en su claridad se nos escapa, que es misterioso aun en su claridad, y<br />
uno no puede consumirlo en su claridad. Creo que el asunto… dicen claridad<br />
pero ni siquiera es claridad, es aquella cosa que se puede consumir inmedia -<br />
tamente y que implica poco esfuerzo por parte del lector; apenas un puñado<br />
de anécdotas de lo que hicieron en sus vacaciones. Tampoco digo que el lec-<br />
117
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
118<br />
tor tenga que romperse la cabeza frente a un texto, pero creo que lo interesan -<br />
te de un texto es que no se consuma en su primera lectura. Todo este asunto<br />
se reduce a algo muy simple: textos que se entiendan. Consideran como si fue -<br />
ra un insulto o una afrenta algo que no entienden, eso me parece como una cosa<br />
de dictador, como que se están riendo de mí sin que yo lo sepa: casi casi una<br />
cosa de complot, de misterio, como si el misterio fuera contra ellos.<br />
—Sigamos entonces con lo barroco: La sodomía, así, a un primer golpe<br />
de vista, tiene un título que invitaría a pensar que lo que hay detrás es ensayo.<br />
Luego, uno empieza a leerlo y parece que está leyendo una obra de teatro, pe -<br />
ro resulta que es poesía, y que por un lado juega con una tradición poética o<br />
varias tradiciones que vienen de la Colonia, y por otro lado cita constantemen -<br />
te textos que son prosa, prosa legal. ¿Cuál es ese juego que se establece ahí?<br />
Porque… ¿qué es La sodomía?<br />
—Bueno, La sodomía es una cosa muy rica… Ciertamente es un juego<br />
intergenérico, hasta hay un verso que dice “nefandos afanes de transgénero”,<br />
hay un juego como de géneros inestables, me parece. Creo que hay que sos -<br />
pechar de esa poesía que es de pe a pa poesía, o que se presenta indudable -<br />
mente como poesía. Creo que no nada más la poesía sino básicamente el arte<br />
a partir del siglo XX empieza preguntándose por sus propios límites, siempre<br />
está tratando de que, frente al objeto, uno se formule la pregunta: “¿Esto que<br />
estoy viendo es arte?”, o “¿Esto que estoy leyendo es un poema?” Y me inte -<br />
resa que esa pregunta se formule. También creo que durante el barroco, sobre<br />
todo el tipo de género con el que dialogo en la primera parte del libro, que es<br />
el auto sacramental, pues no está nada separado de la poesía: algunos de los<br />
mejores poemas escritos en español están, me parece, dentro de los autos sa -<br />
cramentales de Calderón de la Barca. Había una mayor flexibilidad entre una<br />
cosa y otra. Una cosa distinta es la prosa legal y demás, y que es como un<br />
juego de alquimia, también como de volver, de convertir esa cosa condenato -<br />
ria, esa prosa de opresión, darle la vuelta y por momentos exhibirla, reírte. O<br />
volverla hermosa a su pesar, digamos. Creo que es también un ajuste de cuen -<br />
tas poético: desde el lenguaje hacia el lenguaje.<br />
—Hablando de transgenerismo, de fronteras, de límites, el primer libro<br />
que publicaste, Vida quieta, y sobre todo la sección “The moon ain’t nothing<br />
but a broken dish”, retoma la tradición de la poesía estadunidense, y, sin em -
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
bargo, me da la sensación de que la retomas a través de Gelman y que ade -<br />
más los personajes que planteas son personajes de palabra —ese vendedor de<br />
biblias que es en sí mismo la palabra que llega a venderse como palabra— y<br />
que describen puntos de fuga hacia la frontera misma. Es la sensación que ten -<br />
go: como si los habitantes, las palabras de ese poema no escaparan hacia Es -<br />
tados Unidos ni vinieran de Estados Unidos, sino que se quedaran habitando<br />
la frontera misma. De hecho, en un momento del poema, si no recuerdo<br />
mal, se llevan la casa a cuestas, como caracoles que van moviendo su misma<br />
casa.<br />
—Creo que en ese poema hay muchas cosas. Por una parte, lo que dices<br />
de Gelman. Yo había leído uno de los libros más queridos de Juan Gelman,<br />
Los poemas de Sidney West, y lo que me gusta de esos poemas es que suenan<br />
como a traducción: poemas escritos en español originalmente pero que suenan<br />
a traducción de poemas norteamericanos. Eso me llama mucho la atención.<br />
Pero por otra parte a veces me he sentido mucho más cercano a la poesía nor -<br />
teamericana que a la poesía mexicana. Hay autores mexicanos que me inte -<br />
resan mucho, más cercanos… los mexicanos están más cerca de la poesía<br />
francesa que de la poesía norteamericana, y a mí me parece que, así como el<br />
XIX en la poesía es francés, el XX es norteamericano, con esa capacidad que<br />
tiene esa poesía de tocar lo inmediato, frente a una poesía mucho más abs -<br />
tracta en términos generales que sería la francesa posterior a Mallarmé, más<br />
intelectual. La poesía norteamericana creo que tiene una capacidad de volver<br />
metafísico lo doméstico, que siempre me ha parecido envidiable. Entonces<br />
sí: cuando leí a Gelman vi que había hecho algo que a mí me gustaría haber<br />
hecho, y creo que Vida quieta surge un poco de allí. Por otra parte… México,<br />
y los mexicanos en general, tenemos una relación un poco difícil con Estados<br />
Unidos, no con los ciudadanos en particular, digamos, pero sí con el concepto<br />
de Estados Unidos, y siempre digo un poco de broma y un poco de verdad<br />
que el epígrafe que deberían tener esos poemas de Vida quieta es aquella<br />
frase de Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados<br />
Unidos.” Finalmente los destinos de Estados Unidos y de México están pegados.<br />
Entonces sí, creo que sí interviene el asunto fronterizo: de alguna manera<br />
el nombre mismo del personaje, Jack Mendoza, es transfronterizo, es como una<br />
mezcla de tradiciones poéticas que me interesan. Por una parte Gelman, la -<br />
119
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
120<br />
tinoamericano, la poesía mexicana, yo soy mexicano, y por otra parte, esas<br />
ganas de ir hacia la poesía norteamericana y traerla a la propia tradición.<br />
—Y en esto de traer tradiciones distintas a la propia tradición, es decir, de<br />
hacer propio lo que es distinto… En el primer libro, Vida quieta, retomas la<br />
tradición estadunidense a través de la lectura que hacen de ella otros autores<br />
que no pertenecen a esa tradición, y en lo que has ido haciendo después pare -<br />
ce que vas visitando otras tradiciones: te interesa la literatura estadunidense,<br />
e inmediatamente después es la literatura mexicana, la prehispánica, y luego<br />
ya cambias, ¿no?, y por ejemplo, has traducido textos de literatura provenzal<br />
y has escrito dialogando con esa misma literatura. ¿De dónde viene este inte -<br />
rés de visitar una tradición, otra y otra —incluso tienes un Sūtra y un poema<br />
que se titula “Sumi-e”?<br />
—A lo mejor esto es una simple curiosidad, o una avidez, digamos: me gus -<br />
tan muchas cosas, y tal vez en el fondo, más que una cosa como multicultural,<br />
tiene que ver más bien con una imposibilidad, es decir: como si yo sintiera que<br />
la poesía me es imposible y solamente me quedan las parodias de aquello<br />
que me gusta; como si la poesía fuera insostenible en este momento de Méxi -<br />
co, que se está cayendo a pedazos y donde hay una realidad urgente ahí… ¿có -<br />
mo sostienes la belleza, cómo sostienes lo sublime, cómo sostienes la supuesta<br />
perfección del lenguaje? A mí la poesía me resulta imposible pero al mismo tiem -<br />
po me niego a renunciar a ella. Y también están mis propias limitaciones, diga -<br />
mos: a lo mejor no me siento capaz de lo que yo considero poesía, entonces lo<br />
que hago es una suerte de nostalgia de la poesía. A lo mejor en el fondo todas<br />
esas cosas que aparecen como muchas tradiciones son únicamente una nostal -<br />
gia por la poesía: mis esfuerzos o mis renuncias o mis parodias de eso: lo que<br />
hago con la imposibilidad del poema.<br />
—Por un lado señalas los que consideras como momentos importantes<br />
de la poesía y, por otro lado, lo que tú puedes hacer con ello no son más que<br />
pedacitos de obsidiana y no la gran escultura.<br />
—Pedacería, sí, por eso me gusta mucho la imagen como de piececitas<br />
rotas. No me acuerdo quién decía que finalmente Safo es la primera poeta mo -<br />
derna porque son puros fragmentos, que podemos considerar los pedacitos de<br />
Safo como poesía, aunque la propia Safo no los consideraría como poesía: esos<br />
pedacitos serían nada, serían basura. Pero existe ya una estética del fragmen -
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
to —post-Mallarmé, digamos— que nos permite apreciar la belleza del fragmen -<br />
to y decir “¡Ah! ¡La Victoria de Samotracia!”, por decir algo. Entonces creo<br />
que sí: lo mío está hecho de pedacería. Pensaba también en que el gran rees -<br />
critor de todo también es norteamericano, Ezra Pound, el make it new : yo no<br />
sé si yo lo haría nuevo, más bien es como esto: me es imposible hacerlo, enton -<br />
ces lo señalo. Pero pensaba, para pensar más en Latinoamérica, en los brasi -<br />
leños, en el movimiento antropofágico, que tenían por ahí esta idea: devorar<br />
todo, toda la cultura occidental, comérsela, y devolverla transformada.<br />
—¿La palabra piedra, que aparece en muchos poemas tuyos, desde “La<br />
virgen y la piedra” hasta “Piedras. Camino a Comala”, de Cabaret Provenza,<br />
tiene que ver con esa pedacería?<br />
—Era mi palabra preferida, sonoramente me gustaba mucho, durante mu -<br />
chos años fue como mi palabra fetiche, y el objeto, el objeto piedra me parece<br />
de los objetos más hermosos que hay… los cantos rodados… ese tipo de pie -<br />
dras de río me parecen los objetos más bellos del mundo. La palabra piedra<br />
es como la palabra palabra pero acortada. Sí, mis poemas tienen algo como de<br />
bloquecito, de ladrillitos puestos unos sobre otros; siento que la piedra se aco -<br />
modaba muy bien, sobre todo los poemas de Cabaret Provenza tenían esto, dan<br />
la sensación de materia, como de bloques de materia, pilas de piedras, ésa era<br />
mi sensación y mi intención: que tuvieran peso y las palabras fueran como pie -<br />
dras puestas unas sobre otras.<br />
—Pero sin ánimo de construir nada con esas piedras…<br />
—No, pero sí de irlas amontonando, digamos: no construir una casa, pe -<br />
ro sí a lo mejor una especie de Stonehenge o una ruina arqueológica…<br />
—En esa sección “Piedras. Camino a Comala” de Cabaret Provenza, y tam -<br />
bién ahora en muchos trechos de La sodomía, aparece recurrentemente una<br />
mediación: dicen. Las voces no se enuncian de manera directa sino a través de<br />
la mediación: se refiere lo que alguien dijo, lo que alguien dice que otros dije -<br />
ron. Me gusta mucho este recurso porque, me parece, por un lado remite a un<br />
uso muy coloquial del español de México, incluso ya consagrado por los medios,<br />
y por otro porque inscribe permanentemente una distancia crítica, metapoé -<br />
tica, en la enunciación de tu poesía: un recurso que, en ese sentido, rompe toda<br />
vana ilusión de “sinceridad”, de emotividad directa. ¿Qué opinas de esto?<br />
—Me parecen dos observaciones muy pertinentes. Mucha gente dice: “¿Tu<br />
121
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
122<br />
poesía es contemporánea? Pero si en el fondo es muy bonita.” De pronto no<br />
se percibe que no hay un yo lírico. Creo que para mí eso es la piedra de toque<br />
de lo que hago. No hay un intento de sinceridad, es siempre artificial. De he -<br />
cho creo que es muy teatral en el sentido de que cuando hay un yo, es un yo<br />
máscara, pero claramente máscara. Y en ese sentido, creo que lo que está<br />
puesto en duda todo el tiempo es un yo romántico, un yo profundo, un yo que<br />
se exprese allí. A veces siento mis poemas más como skecthes de cabaret,<br />
como si fueran canciones… pero no los pienso como tradicionalmente se pien -<br />
sa en la poesía. Por eso no estoy muy seguro de que sea poesía lírica en el sen -<br />
tido tradicional del término, como la expresión de un yo profundo. Creo que<br />
tiene más que ver con la poesía dramática, con la narración, con la épica en<br />
cuanto narrativa —de hecho, uno de mis libros favoritos es el Gilgamesh en la<br />
maravillosa versión de Jorge Silva Castillo—. Creo que ese yo lo tengo mucho<br />
más que en entredicho, totalmente imposibilitado… Y creo que no tengo casi<br />
ningún poema desde un yo puesto así, hablando de lo que le sucede o lo que<br />
siente: nada de esa sinceridad.<br />
—De acuerdo, no hay emotividad, en eso coincide también Gabriel… pe -<br />
ro a mí, hay versos tuyos que me hacen llorar, como el “Monumento a Geró -<br />
nimo Calbo” donde juegas con la literatura clásica para hacer nacer de ahí una<br />
flor que vas a ofrecer al sodomita asesinado…<br />
—Sí, no lo había pensado tan bonito como tú… tenía ganas de una cosa<br />
como estatuaria. Me encantan esas imágenes de los arcos triunfales, donde<br />
está Júpiter, Venus, y luego hay un textito chiquito chiquito abajo. Así se me<br />
antojaba que fuera. Y finalmente, pues sí: es como un monumento, tiene que<br />
entrar algo así como una tumba, una tumba verbal, pero en vez de una cruz,<br />
algo que nos gustase a ambos, a Gerónimo Calbo y a mí, y seguramente Ja -<br />
cinto y Apolo sí le habrían gustado, ojalá los conociera. Creo que ahí me puse<br />
un poco liricón, metí un poco de la lírica. Sí, es una parte que me conmovía<br />
enormemente. A diferencia de otros tipos de poemas, digamos, donde son per -<br />
sonajes inventados, aquí no podía obviar que era gente que sufrió muchísimo,<br />
que los mataron, gente que amó y que estuvo allí… Creo que hay una parte de<br />
juego, hay una parte de pose, pero hay una parte… ahí sí, digamos, es un poe -<br />
ma histórico, es un poema que… no es por ponerme de… de nada, pero, per -<br />
sonalmente, de pronto me agobiaba un poco, me parecía horrible lo que les
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
pasó, me pesaba estar trabajando ese asunto: no se trataba de victimizarlos otra<br />
vez; se trataba de, digamos —suena muy pretencioso—, de hacer con ellos algo<br />
hermoso. Creo que eso es el Jacinto finalmente. Es decir: si hicieron con ellos<br />
algo horrible, yo quería hacer con eso algo hermoso. Sí hay un punto a lo mejor<br />
más tradicional en ese último poema: de tanto dolor, de tanta crueldad de la<br />
que fueron objeto, finalmente algo hermoso como lo es el placer, y el amor. Se<br />
los cobraron, se los cobraron las autoridades del momento, e hicieron de eso<br />
lo peor, pero lo peor fue la parte de los verdugos. Y de pronto sentí que había<br />
como un poco de paz. De la tragedia de Jacinto nace una flor, la muerte de Ja -<br />
cinto tiene algo mejor porque es una muerte por razones pasionales, y en cam -<br />
bio la otra historia, la de los sodomitas novohispanos, es una muerte por razones<br />
ideológicas y moralinas. Yo puedo entender más la pasión que el asesinato<br />
por motivos ideológicos o religiosos, que también es otra pasión: no lo podría<br />
decir, no la muerte desde un sistema legal frío que decide. Puedo entender un<br />
crimen pasional, de personas, pero no de una institución a un individuo. Pero<br />
sí pensé que había que exorcizarlo un poco, volver a dar la belleza que tienen<br />
el placer y el amor. Suena un poco cursi.<br />
—Así como el “Monumento” es bello y emocionante, los “Villancicos”<br />
son de una gran humanidad.<br />
—Sí, el “Monumento” es totalmente teatral, casi alegórico. El “Retablo”<br />
es histórico, va desde el juicio, desde el proceso legal, aunque hay elegía, la -<br />
mentos y demás, pero los “Villancicos” son algo que hizo uno de ellos, una<br />
cosa, un objeto —cómo lo concreto siempre funciona tan bien—: el indio Mi -<br />
guel de Urbina quemó al niño, ojalá lo hubiera inventado yo, pero le encontra -<br />
ron su niño quemado, lo quemó de desesperación: yo ya nada más lo transcribí.<br />
Y traté de hacer un acto remotamente similar al tomar una forma poética, el<br />
villancico, que es casi como un pesebre, el nacimiento del niño dios, esa for -<br />
ma que además es muy dulce, musical, para transgredirla, para transgredir esa<br />
forma, para transgredir justamente una figura tan dulce como el niño, el niño<br />
dios, al que Miguel de Urbina quema en un rapto de desesperación: qué mal<br />
la pasaron, qué angustia. Lo concreto es lo que funciona: es verdadero, digamos,<br />
y crea un símbolo. Cuando he hablado de poder generar una ico nografía tiene<br />
que ver con esto: ojalá pudiera uno resignificar un jacinto, ojalá pudiera uno<br />
resignificar… ojalá alguien hiciera una bandera con un niño quemado.<br />
123
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
124<br />
—Te preguntábamos al principio si La sodomía era poesía o teatro. Y lue -<br />
go has hablado de un yo mascara y de sketches de cabaret. ¿Podrías comentar<br />
un poco toda esa galería de personajes que a veces son masculinos y terminan<br />
siendo femeninos, o al revés, y que parecen personajes encima de un escenario?<br />
Porque, efectivamente, si hacemos un recorrido por los poemas recogidos en<br />
Cabaret Provenza lo que encontramos es una galería de personajes.<br />
—Es un dramatis personae, digamos. Me gusta leer teatro. Creo que ante<br />
esa imposibilidad del yo lo que ha surgido es una proliferación de máscaras<br />
y de personajes… y que tengo tendencia por cierto tipo de personajes. Me gus -<br />
tan mucho esas divas sospechosamente travestis. Finalmente también yo estoy<br />
jugando al travesti, digamos, en la enunciación. Me gusta algún que otro mal -<br />
hechor por ahí, gente sospechosa… pero me gusta mucho la idea del cabaret<br />
porque el cabaret es como el espacio natural del travesti. Y la figura del tra -<br />
vesti me parece una figura básica que queda muy bien con mis poemas, con<br />
mi poética, porque el travesti es una criatura artificial que no pretende natu -<br />
ralidad jamás. El travesti es mero artificio y al mismo tiempo es una superfi -<br />
cie radical: eso es lo que más me interesa del travesti. Creo que ni siquiera los<br />
punks pudieron hacer de la superficie, de la vestimenta, algo al mismo tiempo<br />
tan feroz como un travesti: el grado de desquiciamiento social que puede gene -<br />
rar un travesti aun en estos momentos no lo lograron los punks, que es otra<br />
vestimenta feroz y me gusta mucho. Porque también voy un poco contra la<br />
profundidad… esas cosas que he dicho del yo, de la profundidad, la hondura<br />
y demás… creo que me gusta mucho el juego con la frivolidad y con la super -<br />
ficialidad porque además pienso que el arte, en gran medida, es una superfi -<br />
cie, una forma, una materia, más que un contenido. El contenido es un efecto,<br />
y a lo mejor ahí sí retomo, no quiero resultar chocante, pero retomo un concepto<br />
que me parece más claro al respecto que es el de pliegue, de Deleuze<br />
y Guattari: la idea de que el barroco se puede cifrar en la idea del pliegue,<br />
esta tela drapeada y que siendo superficie da una idea de profundidad o una<br />
sensación de profundidad… Hablamos de otro tipo de superficie, la superficie<br />
del travesti: no es como un transexual, digamos, donde sí hay una operación fí -<br />
sica, corporal. Los travestis, como digo, son criaturas de carne y tela: la tela<br />
adquiere un poder, que en el teatro también adquiere el disfraz, que es pura<br />
superficie, pero en el caso del travesti me interesa esa superficie feroz, esa su -
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
perficie radical… Porque todo el mundo<br />
critica: “ah, qué persona tan super fi -<br />
cial, mira cómo se fija en la ropa”, pero<br />
lo interesante del travesti es que lleva<br />
esa superficialidad a tal extremo que la<br />
vuelve una radicalidad que muchos que<br />
van de profundos no podrían tener.<br />
—Pero no aclaras qué pone en jue -<br />
go esa radicalidad.<br />
—Yo no sé que ponga en juego yo,<br />
pero en el caso del travesti por lo menos<br />
pone en jaque lo binario del mundo, la<br />
masculinidad, la feminidad… Además,<br />
como dice Juan Carlos Bautista, un tra -<br />
vesti rara vez aspira a pasar por mujer,<br />
aspira a pasar por travesti. No le interesa<br />
engañar ni que lo confundas con una mujer, lo que le interesa es ir de traves -<br />
ti. Son pocos los travestis que fin gen la voz, por ejemplo. No es un ocultamiento<br />
sino una muestra, un evidenciar que va desquiciando, digamos, los órdenes de<br />
una sociedad. El orden más básico: eres hombre o mujer, y a partir de eso ha -<br />
cemos parejas de todo lo de más: bueno/malo, arriba/abajo, es como una hete -<br />
rosexualidad compulsiva, como cuando una pareja tiene un bebé, le nace niño,<br />
“¿y para cuándo la pa rejita?”, les preguntan, porque quieren hacer parejitas<br />
hasta con los hijos. El travesti justamente desquicia ese orden básico. Creo<br />
que mis poemas no llegan a tanto ni son tan valientes como un travesti, pero<br />
retomando un poco lo de es te juego de aparentar —que el libro es teatro o que<br />
es ensayo y es poema o que va de poema y es una nota al pie de página—,<br />
el asunto es desquiciar un poco los órdenes que tranquilizan y que nos hacen<br />
decir: “ah, esto es claramente un poema”. Ojalá fuera un poco así.<br />
—De hecho, como decíamos antes, La sodomía se presenta muchas veces<br />
como muy poética; pero en su origen hay pura prosa (la de edictos, testimo -<br />
nios, estudios históricos). ¿Podríamos plantear que se trata de una prosa, la pro -<br />
sa de la Historia o de la Ley, ataviada de poesía? ¿O incluso más: que se<br />
trata de una poesía disfrazada de Poesía?<br />
125
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
126<br />
—Sí, porque en el fondo lo que digo es que para mí la poesía es impo -<br />
sible… Me resulta insostenible, imposible. Sí creo que es una no poesía disfra -<br />
zada de poesía, o una poesía disfrazada de imposibilidad. Ahora bien, además<br />
de esto, digamos que hay un asunto más concreto: me interesaba mucho que<br />
La sodomía, por aquello de lo que habla, estuviera muy blindada literariamen -<br />
te. Me parece que mucha escritura gay o feminista, digamos, ha sido descalifi -<br />
cada desde lo formal como un recurso eufemístico para guardar silencio sobre<br />
todo lo demás. En este caso quería que nadie pudiera decir nada desde ahí,<br />
desde lo formal, para que tuvieran que tragarse a fuerza lo otro. En ese senti -<br />
do, lo “literario”, o lo “muy poético”, como lo llamas, era una especie de estra -<br />
tegia, un disfraz. Es cierto que en mi caso hay una fascinación por lo literario,<br />
pues me permite decir ciertas frases, frases cursis por ejemplo, que de otra ma -<br />
nera me sería imposible. Por otra parte, tenemos versos como “¿Qué fueron<br />
sino verduras / de las eras?”: ahí no me importa que el autor fuera un niño bien<br />
y que su padre se muriera, hay ahí una belleza que me fascina y punto. Sin em -<br />
bargo, claro, no apelaría a esa belleza formal como algo eterno pues siempre<br />
hay una suerte de conciencia histórica en su lectura: las coplas de Manrique<br />
me fascinan, mientras que los endecasílabos de Gorostiza, por poner un ejem -<br />
plo de algo que en México siempre se asocia con belleza formal, me parecen<br />
anacrónicos.<br />
—Muchas veces has dicho, retomando a Pignatari, que lo que te interesa<br />
de la poesía es lo que no es poesía y, parafraseando a Rimbaud, dices que la<br />
poesía está en otra parte. Y cuando eliges y comentas textos de otros en tu<br />
libro de ensayos, Leyendo agujeros, lo que te ha interesado son los agujeros<br />
que hay en esos poemas, lo que en esos poemas no es poesía.<br />
—Vuelvo a lo de antes. Mi poesía realmente es casi una no poesía, y<br />
estoy atento a ver la no poesía en los demás o dónde entronca. Por otra parte,<br />
me interesa el poema que sale del poema y se convierte en otra cosa. Me inte -<br />
resa primero el poema como centro, pero el poema no se acaba ahí. Me interesa<br />
con qué se pone en relación un poema, con qué entra en contacto. Me<br />
interesa mucho ver la trayectoria de los poemas. Tengo una especie de feti -<br />
che por coleccionar poemas de ocasión del siglo XIX. Me gustaba mucho cuando<br />
la poesía tenía una función casi social: es tu cumpleaños y te escribo un<br />
poema, es el aniversario y voy a leer un poema... esa cosa sin mayor preten-
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
sión de durabilidad, sin idea de eternidad: sólo la idea de que se agotara en<br />
su momento. Me parece que eso tiene una parte muy moderna, en tanto poe -<br />
mas para un lugar y un momento específicos, casi de arte conceptual, instala -<br />
ción o performance; más performático que instalación, como algo que se<br />
cumplía para ese momento y renunciaba a la eternidad. Eso me gusta mucho<br />
de la poesía de ocasión. A mí no me interesa la poesía escrita para la posteri -<br />
dad, para la eternidad, sino la poesía que conecta con su momento y puede<br />
desaparecer allí o convertirse en otra cosa o dar pie a otra cosa. Además del<br />
texto me interesa la trayectoria de un texto, cuando el texto deja de ser texto y<br />
se convierte en otra cosa. Por eso me gustaban también los trovadores: cómo<br />
un poema puede convertirse en una visión, en una cosmología del amor, en una<br />
idea y luego en una costumbre y en unos modales… No tenemos que leer a<br />
los trovadores para que vivamos a los trovadores porque nuestra sociedad está<br />
estructurada a partir de ciertas cosas que surgieron en determinados poemas<br />
suyos. Creo que lo mejor que le puede pasar al poema es que se convierta en<br />
otra cosa.<br />
—Sin embargo, en tus libros anteriores siempre parece haber un gesto,<br />
un gesto no textual —una disposición plástica, una referencia cultural, una cier -<br />
ta forma digamos social de presentar los textos, en fin— que contribuye al poe -<br />
ma desde fuera del poema. En La sodomía, en cambio, podría parecer que<br />
todo es muy terso, casi desaparece el gesto, lo que incluso se ve reforzado por<br />
la bella edición de Pre-Textos…<br />
—Es que el gesto en este libro era justo ése: el disfraz de “gran litera -<br />
tura”, o sólo de literatura si tú quieres. Hay que verlo así. Y ya que mencionas<br />
la edición, yo quería que el libro apareciera como consagrado, en una edito -<br />
rial así. Si lo hubiera publicado en Quimera, por ejemplo, su recepción po -<br />
dría ser muy distinta. Porque además habría que tomar en cuenta otra cosa:<br />
La sodomía es todo lo que no se debe hacer, de acuerdo con mi propia tradición,<br />
con mi formación: mientras lo escribía me angustiaba pensar que no le<br />
iba a gustar nada a Eduardo Milán, que ha sido mi maestro. Siglos de Oro, ver -<br />
sos medidos, poemas cerraditos: el libro puede fastidiar, pero ojo, no sólo a<br />
los conservadores sino a mi propia escuela, la que proviene de las vanguardias.<br />
Así que el gesto puede estar ahí: es un disfraz de “gran literatura” que in -<br />
cluso, sí, tal vez muestra que soy un tradicional de clóset, pero también era<br />
127
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
128<br />
una ruptura, una ruptura con mi propia escuela de ruptura. En todo caso,<br />
y aunque al final a Milán sí le gustó, para mí era un gesto para mantenerme en<br />
el alambre: no me interesa estar ni por completo fuera ni por completo dentro<br />
de la literatura, ni en el margen o la pureza absolutos ni en la integración total.<br />
—Me da la sensación de que cuando buscas agujeros en la obra de los<br />
otros estás tanteando el cuerpo del poema para hallar una apertura por donde<br />
meterle el dedo, por donde entrarle al poema. Creo que aquí estamos en un<br />
asunto de penetración, convirtiendo además el orificio de salida en orificio de<br />
entrada.<br />
—Sí, me interesa ese otro recorrido. Hay una hermenéutica, una erótica<br />
del texto, creo que fue Susan Sontag en Contra la interpretación quien lo dijo,<br />
y además es muy morboso. Yo pensaba en un eslogan para La sodomía que<br />
podía ser: “Entrada a la historia de México por la puerta de atrás.” Sí hay<br />
una idea de que mi poética es sodomítica en un sentido deleuziano, hay una<br />
sodomía del texto en mi manera de leer los textos. Y lo del erotismo es real.<br />
Durante mucho tiempo —mi adolescencia fue antes de internet— mi acceso al<br />
erotismo era básicamente a través de la literatura o a través de enciclopedias<br />
de arte griego. Pero aun ahora me excita mucho más leer un pasaje erótico<br />
que verlo, porque mi formación está ahí. Y creo que también reconocer a un<br />
autor homosexual en un texto, ya sea de una manera más visible, abiertamen -<br />
te, o con guiños, a mí me abrió posibilidades, era como si alguien desde el pa -<br />
sado te echara una cuerda. Y volviendo a la idea de los agujeros… creo que<br />
mi lectura es sodomítica, sí: me interesa follarme al texto, digamos, en el<br />
sentido de disfrutarlo y en el sentido de preñarlo a traición, como lo que dice<br />
maravillosamente Deleuze, y hacerle decir otra cosa… A lo mejor en el mo -<br />
mento de la escritura vendría esa fecundación traicionera o en el momento de<br />
interpretación del texto vendría otro tipo de escritura... Pero no por donde de -<br />
bería de ser sino por donde se me pegue la gana.<br />
—Pero sí que hay un agujero que se repite constantemente en tus poemas.<br />
Me refiero al contenido en el signo de los dos puntos.<br />
—Me gustan porque son casi como un signo de igual. Es una pausa nece -<br />
saria a veces en el texto, pero al mismo tiempo es un seguido y no un punto y<br />
coma; a mí no me gusta mucho el punto y coma. Es un juego que vuelve ines -<br />
table el texto: si esto es igual a esto pero esto está negando esto, entonces está
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
poniendo en entredicho esta cosa y la otra. Creo que es un signo que le da<br />
inestabilidad al texto y que puede significar una inequivalencia; a veces hay<br />
una cosa casi de ecuaciones, como de dos incógnitas con un signo de igual:<br />
ecuaciones que no se resuelven exactamente, o a veces sí, digamos. Es un sig -<br />
no suficientemente ambiguo: no se sabe si es una pausa o una continuación o<br />
un fin. A veces es también un modo de unir cosas que no se pueden unir de<br />
otra manera. Porque si dices “Manzana. Pera” son dos cosas distintas, pero si<br />
pones “Manzana: Pera” estás haciendo como equivalencias imposibles. Sí,<br />
a mí los dos puntos me encantan por las posibilidades que abren. Son inesta -<br />
bles y abiertos, pero al mismo tiempo muy matemáticos.<br />
—Por seguir con las operaciones de lógica, en tus poemas, y pienso por<br />
ejemplo en la sección “Vacas Sagradas” de Cabaret Provenza, aparece cons -<br />
tantemente el recurso a la tautología.<br />
—Me encantan las tautologías, pero no tengo claro de dónde vienen. Creo<br />
que tienen que ver con la neurosis. De alguna manera pienso que son versos<br />
neuróticos que se obsesionan y se cierran sobre sí mismos, casi como ese sím -<br />
bolo de infinito, como uróboros que se muerden la cola y dan vueltas y vueltas.<br />
Son versos neuróticos, más simétricos no pueden ser. Me parece que es bási -<br />
camente neurosis.<br />
—Dos puntos, tautología… pero también encabalgamiento, ¿cierto?<br />
—Agamben lo dice muy bien: realmente, lo que podría definir un poe -<br />
ma es el encabalgamiento. Y además, cuando uno no está haciendo versos por<br />
motivos métricos o por motivos de formas fijas y demás, creo que se hace<br />
por motivos de ritmo, y el encabalgamiento te da el ritmo pero al mismo tiem -<br />
po es ahí donde se cumple la función del verso, que es ir hacia delante y a la<br />
vez replegarse sobre sí mismo. Creo que la tautología tiene que ver con hacer<br />
evidente este repliegue sobre sí misma de la poesía, la poesía va —en esta lí -<br />
nea tradicional: no diré que la prosa no va así—, la poesía esencialmente va<br />
así, en dos direcciones, hacia delante y hacia atrás. Por eso verso viene de<br />
versura, de esta vuelta que se daba cuando terminaba el surco, la vuelta que<br />
daba el arado para hacer el siguiente surco, ese círculo se denominaba versura.<br />
Creo que ahí está bien cifrado lo que es un verso. Por una parte va en<br />
el tiempo, como el discurso que va avanzando, y por otra parte se repliega so -<br />
bre su propia materialidad y su propia sonoridad. El encabalgamiento tiene<br />
129
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
130<br />
eso de ir hacia delante y al mismo tiempo hacia atrás, y por eso me encanta<br />
el poema de sor Juana que empieza diciendo “Detente, sombra de mi bien es -<br />
quivo”: ahí hay algo que parece que va a avanzar y lo primero que hace es<br />
fre narte, jalarte las riendas con una coma e ir hacia atrás. Creo que la poe -<br />
sía es siempre ir hacia delante y hacia atrás al mismo tiempo, ahí está la tensión<br />
del verso.<br />
—Sin embargo, el lector de tus poemas se sorprende al escucharte leer -<br />
los: tú siempre cortas el verso y nunca haces el encabalgamiento.<br />
—Sí, no sé por qué, a mí me dijeron a una temprana edad que el corte<br />
de verso equivalía a media coma y yo me lo tomé muy en serio. Tuve un no -<br />
vio actor que me regañaba cuando yo leía porque me decía: “No versees.”<br />
Cuando leo versos siempre hago la marca del corte de verso, y en teatro sería<br />
horrible estar leyendo a Calderón marcando el corte de verso: sería espantoso.<br />
Pero para mí es importante el corte y dónde cortas, si interrumpes o no la se -<br />
cuencia lógica, por qué, en qué palabra: no puede serme neutro. Parece que<br />
hay gente que no sabe cortar versos, los cortaron porque se les pegó la gana o<br />
se les acabó el renglón, sin ninguna lógica.<br />
—En una reseña, Christopher Domínguez alertó contra el peligro de que<br />
La sodomía pudiera pasar de manera equívoca por literatura de género, mis -<br />
ma reseña donde te emparentó con nombres ya clásicos de las letras mexica -<br />
nas del siglo XX —Novo, Monsiváis, López Velarde—. ¿Crees que exista la<br />
posibilidad de que con este doble movimiento se pudiera llegar a encasillar<br />
la discusión de manera un poco maniquea: o literatura de género o Gran Lite -<br />
ratura, postulada nuevamente como una entidad sagrada y única?<br />
—Más que una literatura que reivindica causas, prefiero la que proble -<br />
matiza cosas, que dinamita cosas: cuestiones de género, ideológicas, filosóficas,<br />
religiosas, políticas, lo que quieras: artísticas y demás. Creo que en mi<br />
libro hay una cosa de hacer visibles momentos de la historia que a lo mejor no<br />
han interesado lo suficiente, hay historiadores que han trabajado sobre eso, pero<br />
desde el espacio de la poesía, desde el espacio de la literatura… porque yo me<br />
basé en historiadores que han trabajado al respecto, yo no hice la investiga -<br />
ción de archivo. Pero curiosamente uno de los primeros que subrayó ese ca -<br />
pítulo de la historia de la Nueva España fue un escritor, fue Novo, que desde<br />
la literatura vio ese asunto del que luego se ocuparon los historiadores, en un
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
pequeño ensayo, “Las locas y la Inquisición”. Sí creo que Christopher Domín -<br />
guez dice que mi libro no viene con su instructivo ni está hecho para que lo lea<br />
la o el académico gringo o seudogringo —pues en las universidades de todo<br />
el mundo hay departamentos así— desde ese espacio de mucha comodidad<br />
que puede ser la literatura de género. Aunque fuera muy cómodo entrar en ese<br />
espacio, yo quiero pensar que lo que podría leerse en La sodomía es más pro -<br />
blemático. También me interesa que se diga que no es literatura de género<br />
porque es un círculo mucho más restringido dentro de la literatura. A mí lo que<br />
no me gusta es que, si entras en ese círculo, eximes a los demás lectores de<br />
leerlo, pero si pones el libro a circular en un espacio más amplio se lo tienen<br />
que tragar aunque no les guste, como decíamos. Los problemas de edición que<br />
tuve se debieron a que yo buscaba editoriales no especializadas en literatura<br />
de género, donde a lo mejor me habría sido mucho más sencillo publicarlo.<br />
No me interesa la literatura de gueto, y no por la idea de normalización sino<br />
por la idea de que, fuera del gueto, aunque a la gente le incomode no lo pue -<br />
da obviar. Finalmente, a los entendidos no les incomoda. Me ha tocado gente<br />
que no puede pronunciar el título, dicen “tu nuevo libro”, les da un poco de<br />
vergüenza decir La sodomía, pero tienen que referirse a él. Eso me interesa<br />
más que lo otro. No porque desprecie el espacio de la literatura de género: creo<br />
que el libro puede admitir perfectamente una lectura de género. Pero lo que me<br />
interesa es que el libro circule fuera de ese espacio de género: donde puede<br />
incomodar o puede constituir una pequeña transgresión. También me ha toca -<br />
do alguna reseña que decía: “pese a su título, el libro no es grosero”. A mí, el<br />
título me parece lo menos grosero, casi aséptico, yo esperaba la obscenidad<br />
dentro. Es muy raro que mucha gente obvie el tema y se vayan nada más por<br />
la forma. Pero se tuvieron que comer el tema. Si no pueden hablar de eso, ése<br />
es su problema. A mí me divierte un poco porque… es como estar viendo una<br />
película porno diciendo “qué hermosa fotografía”… Creo que hay algo de los<br />
intereses sexuales cuando uno elige ciertos temas. Tampoco puedo obviar que<br />
hay una materia verbal que elegí allí, como digo en la nota final del libro. Y<br />
que hay una carga de reivindicación y que esa reivindicación me sirve a mí<br />
para dialogar con una tradición cargada de una ideología católica y unas formas<br />
determinadas. Sí tomo un auto sacramental, que servía justamente para<br />
valorar, para festejar la eucaristía, que se representaba en Corpus Christi —creo<br />
131
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
132<br />
que es el día en que se representaban—, y juego un poco con el auto de fe y<br />
pongo en el lugar de la hostia, en el centro, la nada. Por eso me gusta pensar<br />
que hay un fondo negro… Me gustaría que se sintiera que hay un fondo negro<br />
en todo esto: como que sucede el poema y atrás está la cámara negra, como un<br />
teatro sin escenografía; están las figuras, las letras, y en el fondo está el retrato<br />
de Cotita de la Encarnación como un fondo negro, eso es lo que me gustaría,<br />
ese fondo de misterio, y que ahí aparezcan las palabras, con claridad o no…<br />
Pero el diálogo con esa tradición me lo brindó el capítulo histórico que elegí.<br />
Aquí elegí primero el tema antes que la forma, y el tema me llevó a visitar la<br />
literatura de la época desde otra perspectiva, como decimos a veces de ha -<br />
cer un hijo por la espalda, una inmaculada concepción: me llevó a traicionar<br />
esa forma.<br />
—Antes hablabas del gran aparato formal de tu libro como de una es -<br />
pecie de estrategia…<br />
—A ver: armé un gran armatoste, si tú quieres, para poder contar lo<br />
que quería contar, pero diría que en algún lado del libro debe de haber un<br />
guiño, un hueco, que es el que me permitió hacer Literatura sin hacer Lite -<br />
ratura y sin creer en la Gran Literatura. Por ejemplo: me asumí escribiendo<br />
en esa posición muy conservadora y muy mexicana de la erudición. Yo no<br />
creo en la erudición, pero —y tal vez ahí está lo más mexicano del asunto— lo<br />
que hice fue, digamos, falsa erudición, bluff: yo no soy un intelectual, me mue -<br />
vo más en el plano de los artistas, donde ese plano quiere decir una mayor ig -<br />
norancia y al mismo tiempo una mayor libertad. Entonces espero que en el<br />
libro haya todo el tiempo un sí y no: sí literatura pero no, sí canon pero no, sí<br />
reivindicación pero no. Nada es del todo ni meramente literario ni meramen -<br />
te político. Pensemos que la literatura, la verdadera literatura, aun la que pa -<br />
rece intachable por haber sido incluida dentro de determinado canon, tiene,<br />
o tuvo en su momento, un elemento transgresor, de insurrección, aunque a<br />
veces, con el paso del tiempo, ya no sea muy evidente. En arte y literatura<br />
siempre se pacta algo y se transgrede algo, lo mismo Shakespeare y sor Jua -<br />
na que Rimbaud. El canon está conformado, realmente, por los malos hijos.<br />
Los buenos hijos no sirven para la literatura. Ahora bien, cuando hablo peyo -<br />
rativamente de la “Literatura” o incluso de la “Gran Literatura”, más que a<br />
autores o textos me refiero a una idea de la literatura, una idea anacrónica
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
que la considera un lenguaje sublime, ahistórico, fuera de la sociedad, una<br />
belleza que se justifica a sí misma, etcétera.<br />
—Y no obstante, junto a la estrategia a la que nos hemos referido, está lo<br />
que podríamos llamar el asunto, la materia de tu libro, y ahí no hay una elec -<br />
ción entre otras posibles…<br />
—Sí hay una carga allí, tampoco me voy a desdecir, no voy a afirmar<br />
que no la hay, que no la había calculado y que no me ha traído ciertos proble -<br />
mas. Me habría sido más fácil publicar ese libro si… bueno, ese libro no ha -<br />
bría existido sin ese tema. Evidentemente no tomé la historia de la gente que<br />
hace donas o la masacre contra los criadores de borregos: tomé un tema que de<br />
alguna manera me toca personalmente, y además me interesaba generar imá -<br />
genes, una especie de iconografía en una tradición de resistencia, en una tra -<br />
dición gay también, digamos. No sé si los gays mexicanos lean el libro o no,<br />
pero creo que me interesaba que Cotita de la Encarnación fuera un personaje<br />
que esté ahí, me interesaba rescatar e inventar ciertos símbolos… Ese capítulo<br />
de la historia lleva a una literatura que me gusta y que es una tradición,<br />
se puede decir, de los conquistadores, aunque es cierto que mucha de esa tra -<br />
dición a la que apelo no la encontré en libros de literatura sino de historia.<br />
Me refiero a esos poemas y canciones populares, anónimos, y sobre todo a esos<br />
textos escritos por locos y herejes, que quedaron como pruebas de delito en<br />
los archivos de la Inquisición, textos sin mucho valor literario, entonces y aho -<br />
ra, si se los mira desde una perspectiva tradicional: una tradición que no ha<br />
sido leída desde la literatura sino rescatada por historiadores, una tradición<br />
chica, no grande, que no ha sido casi renovada y con la que me interesa me -<br />
terme. Pero en fin, hablaba de esa tradición de los conquistadores, conside -<br />
rada peninsular frente a la Colonia, una literatura que me sirviera de modelo<br />
de alguna manera, y mi deseo fue intervenir ese modelo en un momento en<br />
que España no se encarga de su modelo porque en este momento España<br />
tiene un enorme desprecio por su barroco. Volvemos a lo de la poesía de la<br />
claridad y demás. San Juan de la Cruz es barroquísimo y al mismo tiempo es<br />
diáfano y al mismo tiempo es misterioso —eso por no hablar de que es proba -<br />
blemente el primer poeta trans: “la amada en el amado transformada”: en<br />
realidad, la Santa Patrona del Transgénero—. No todo el barroco se reduce<br />
a Góngora y Góngora además tiene momentos diáfanos y momentos oscuros<br />
133
134<br />
y tan fascinantes unos como otros. Así<br />
que está esto y también está ese otro<br />
juego político y otro juego ideológico…<br />
Digamos que el tema me sirvió de coar -<br />
tada para revisitar los Siglos de Oro des -<br />
de un flanco moralmente transgresor<br />
—a mí no me lo parece pero a mucha<br />
gente le sigue pareciendo transgresor.<br />
—Para mí, lo más transgresor de<br />
todo el libro es la risa. Porque creo que<br />
efectivamente en la primera parte estás<br />
jugando, en el momento de la hoguera,<br />
con la imagen del purgatorio, de las áni -<br />
mas benditas, lo que normalmente se<br />
figura como idea del horror. Sin em -<br />
bargo, en el poema el fuego es fuego de<br />
papel, y salen a cantar los sodomitas.<br />
Me parece que ahí hay un salto del ho -<br />
rror a la risa, una risa que es como un grito contra esa instancia represora.<br />
Pero además juega en toda la obra, y ese verso de “Vayamos, pastoras, al Be -<br />
lén de la repisa” tiene una cosa de chiste. Por eso, a mí lo más transgresor<br />
del libro me parece el recurso a la risa, como si todo lo que hemos visto fue -<br />
ra una obra de teatro y ahora vinieran los personajes a cantar la cancioncita<br />
del final, que es como chistosa; vienen todos sonrientes y a jugar: no sé lo<br />
que hay detrás, pero es que hasta pienso en Rabelais, en esa risa que acaba<br />
con todo y que, me parece, atraviesa toda tu obra.<br />
—Creo que aquí hay además como… hay como chistes vulgares, es de -<br />
cir: me gusta la ironía, y más en la vida cotidiana, pero tiene algo ojete, algo<br />
cruel, porque te pone por encima. Y creo que la risa más rabelesiana no es<br />
irónica, es la risa de bajar a la Tierra, es otro tipo de humor. La ironía siempre<br />
te eleva, estás viendo todo por arriba, y me interesaba en este caso un humor<br />
menos irónico, menos perdonando la vida a los demás, digamos: me intere -<br />
saba un humor más de chiste de borracho, de chiste de retrete, de albur, y eso<br />
no es irónico, eso es… más cabaretero. Y eso no te salva: te incluye en esa
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
mierda que somos y uno se ríe de eso. Y creo que me interesaba, además,<br />
frente al horror, la risa que es ahí sí una manera de salvar, de salvar el texto,<br />
porque también podía naufragar en una elegía. No sé, es como una risa de ho -<br />
rror, por una parte —porque el asunto es: o ríes o lloras—, y por otra parte<br />
es también como voltear un poco la tortilla: frente a la solemnidad, frente a<br />
los poderes instaurados, la risa siempre es un recurso corrosivo, y creo que<br />
es a lo que menos se puede resistir un poder. Es como de salón de clases: al<br />
profesor lo peor que le puede pasar es que los alumnos se estén riendo y no<br />
sepa de qué, siente que su poder… y a lo mejor pasa por un chiste que no tie -<br />
ne absolutamente nada que ver con él, pero el profesor siente que se están<br />
riendo de él: la risa es un atentado frente al poder.<br />
—En tus poemas, abordas a veces problemas sociales, anécdotas, suce -<br />
sos o cosas puntuales, y hay como estrategias de resistencia. Pienso, por<br />
ejemplo, en “Investigación de mercado”, que es una crítica a la imagen que<br />
se tiene del mendigo.<br />
—Me interesa más un humor que no deja títere con cabeza, y creo que,<br />
generalmente, me molestan los biempensantes del mundo, que cada vez más<br />
me parecen pura hipocresía. Habrá gente que esté luchando por cosas que<br />
valen la pena, pero hay una postura generalizada, una cosa políticamente co -<br />
rrecta y biempensante que no te deja decir nada: efectivamente son los nue -<br />
vos modales del mundo. Creo que habría que tener mucho cuidado con eso.<br />
Ahí también algo me hace ruido, me pone en alerta. A veces es más respetuo -<br />
so reírte de lo que hay que reírse que aguantarte la risa. Me gusta reírme del<br />
respeto de los biempensantes.<br />
—¿Y no hay además un interés por denunciar ciertas cosas?<br />
—Mira, uno de los problemas, sobre todo de la literatura… porque el arte<br />
en general va de otra cosa: tú vas a un museo y el arte se está encargando de<br />
problemas sociales, antropológicos, políticos, sin empacho alguno. Yo no sé<br />
por qué la poesía de repente parece que está totalmente separada de eso: o<br />
tocas temas literarios o tocas temas del mundo, y si tocas temas del mundo<br />
son reivindicaciones o panfletos. Creo que pueden ser cuestionamientos sobre<br />
el mundo, diálogo con el mundo, sin tener que estar necesariamente defendiendo<br />
una causa o comprando una ideología o estando en el lugar correcto<br />
o en el incorrecto: creo que estoy pidiendo libertad para el poema. Curiosa -<br />
135
GABRIEL WOLFSON Y OCTAVIO MORENO CABRERA<br />
136<br />
mente la poesía parece muy acotada: puedes hablar de tu ombligo, puedes<br />
hablar de la tradición o puedes hablar de que estás escribiendo un poema so -<br />
bre el poema, pero no puedes hablar de nada más. Uno de los discursos más<br />
amordazados, más censurados que hay, fíjate, es la poesía, sobre todo la poesía<br />
en español; creo que la poesía en inglés, o al menos de las tradiciones que<br />
más o menos conozco —no conozco la poesía italiana contemporánea, la fran -<br />
cesa del XX un poco, digamos, pero no, no las conozco—, en el siglo XX la nor -<br />
teamericana no tuvo ningún empacho de tocar absolutamente nada. Pero en<br />
la poesía mexicana parece que todo tenía que ser muy retórico, no podías decir<br />
nada directamente. Y no que haya que decirle cosas a la gente, pero sí creo<br />
que de pronto se convirtió en un discurso muy restringido en el peor de los<br />
sentidos: hay cosas de las que se puede hablar en poesía y hay cosas de las<br />
que no se puede hablar en poesía. Pues no.<br />
—De la misma manera que decías antes que la literatura española tiene<br />
un problema para aceptar su pasado barroco, Octavio piensa que la literatura<br />
mexicana tiene un problema con México. ¿Qué dices?<br />
—Sí, es evidente. Es un tema que se tendría que tocar extensamente.<br />
Pienso que durante muchos años la poesía en México fue una manera de eva -<br />
dir México. Es muy raro: todo mundo habla de la televisión como evasión, y<br />
del entretenimiento como evasión, pero también habría que hablar del arte<br />
como evasión, y creo que para determinados países el arte es una evasión, una<br />
evasión hacia lo sublime si quieres, pero una evasión de tu realidad. Y creo que<br />
la poesía mexicana de los últimos treinta años tiene muy poco que decir, por -<br />
que trabajó como una evasión de su propia realidad: su presente y su contex -<br />
to eran lo más imposible para el poema. Se podía hablar del silencio, del pájaro,<br />
del río, pero no podías hablar de nada más: a eso voy. Creo que la cosa está<br />
empezando a cambiar tanto para bien como para mal, digamos. Por una par -<br />
te, desde hace tiempo los poetas más jóvenes —los nacidos a partir del 76:<br />
Inti García Santamaría, Marisela Guerrero, Rodrigo Flores, Paula Abramo,<br />
Óscar de Pablo, Daniel Saldaña, Yaxkin Melchi o Iván Ortega López— tratan<br />
con mayor naturalidad su contexto; por otra parte, me parece que, de una<br />
manera más artificial, los poetas que durante estos treinta años hablaron de<br />
pajaritos, ante el momento que está viviendo México, se sienten obligados a<br />
hablar de lo que está sucediendo, pero en la mayor parte de los casos lo
ENTREVISTA A LUIS FELIPE FABRE<br />
hacen torpemente, porque sigue siendo el mismo concepto de poesía: lo su -<br />
blime, lo eterno, lo trascendente, y entonces realmente no pueden tocar lo que<br />
está pasando. Y es que no es un problema meramente temático o léxico: es<br />
un problema de forma, de una forma que responda al momento, y más aún:<br />
el problema de qué se entiende o no se entiende por poesía. Gerardo Deniz es<br />
en este y muchos otros sentidos una excepción. Entonces creo que es un pro -<br />
blema de la tradición mexicana, una tradición que todo el siglo XX se la ha pa -<br />
sado luchando entre lo universal y lo nacional, que es una falsa dicotomía:<br />
había que ser nacionales o había que ser universales, y finalmente ganó el<br />
partido de los universales, digamos; ganó una parte de los Contemporáneos,<br />
ganó finalmente la tradición de Paz. Ahora bien, Paz podía hablar de México,<br />
pero los que son más pacianos que Paz se tomaron muy en serio esta cosa,<br />
aquello de “la lengua es una”, que es una frase de Paz, como si el español<br />
fuera todo igual, y no trabajaron a partir de las diferencias del español, co -<br />
mo hicieron muchos argentinos: es un idioma, es un español neutro desde el<br />
cual se escribe la poesía. Partiendo de ahí, cómo vas a hablar, digamos, de<br />
tu país, o de tu contexto, si ni siquiera en tu propia materia dejas que se tras -<br />
mine eso. Creo que, más allá, hay un concepto de la poesía como algo que<br />
está hecho para durar, como que si hablan de algo que va a caducar no se<br />
va a entender dentro de mil años: mejor regálale a la poesía algo eterno co -<br />
mo un pájaro.<br />
137
138<br />
Tres poemas<br />
LUIS ALBERTO ARELLANO<br />
EFECTO NOCTURNO<br />
No mire a sus espaldas/ no hay nadie<br />
No camine a sus espaldas/ no hay nadie<br />
No entienda las voces a sus espaldas/ no hay nadie<br />
No finja conocer el barrio a sus espaldas/ es de Nadie<br />
No mire de frente a los hombres a sus espaldas/ se llaman Nadie<br />
No esconda sus plumas en el puño cerrado a sus espaldas/ el muro es<br />
de Nadie<br />
No escriba su nombre completo a sus espaldas/ es lectura de Nadie<br />
No escuche consejos de viajeros a sus espaldas/ es tierra de Nadie<br />
No pague con billetes en público a sus espaldas/ nada es el valor de<br />
Nadie<br />
No vaya a lugares públicos a sus espaldas/ el festejo es de Nadie<br />
No se quede en casa solo a sus espaldas/ lo visitará Nadie<br />
No encienda aparatos electrónicos durante el despegue a sus espaldas/<br />
el vuelo lo pilota Nadie<br />
No recline su asiento antes de que se encienda la luz roja a sus espaldas/<br />
caemos por culpa de Nadie<br />
No registre su teléfono a sus espaldas/ es trabajo de Nadie
No espera detrás de la puerta a sus espaldas/ la escucha es para<br />
favorecer a Nadie<br />
No intente esto en casa a sus espaldas/ usted vive en casa de Nadie<br />
No discuta cuando le pidan sus objetos de valor a sus espaldas/ Todo<br />
pertenece a Nadie<br />
No exponga a sus hijos al fuego a sus espaldas/ la materia es porosa<br />
como Nadie<br />
No se deje al alcance de los niños a sus espaldas/ la precaución es<br />
objeto de estudio de Nadie<br />
No conteste el teléfono a cualquiera a sus espaldas/ su posición en el<br />
mapa es saber de Nadie<br />
No camine por calles sin iluminación a sus espaldas/ la oscuridad es<br />
premisa de Nadie<br />
No finja que sabe la respuesta a sus espaldas/ la pregunta la formula<br />
Nadie<br />
No negocie con terroristas a sus espaldas/ no tiene permiso de Nadie<br />
CELEBRACIÓN<br />
Es particular entre las normas oraculares que se tome el dicho de un<br />
hígado multiforme por bueno<br />
No importa si el ganado ha sido sometido a estulticia vegetal o se ha<br />
impedido de la acción heroica de la guerra entre iguales<br />
Ni las sustancias prohibidas son todo lo prohibidas que dice la<br />
139
140<br />
propaganda comunista Ni el ardor en los ojos es consecuencia de<br />
la lluvia química producto del desaseo moderno<br />
Toda ola contiene en sí misma su reflejo e índice como un pequeño<br />
manual de instrucciones Es compromiso de los ciegos tomar partido<br />
por todo lo escrito en ellas De lo contrario la furia de los ciclos hará<br />
que los elementos desbocados no reconozcan origen ni celebración<br />
alguna<br />
Sometidos a este rigor de creencias el ayuno cobra sentido de<br />
responsabilidad cívica y el castigo corporal es una minucia para<br />
quejosos sin vocación de servicio<br />
Mal visto por sus pares el amor entre miembros de la familia debe ser<br />
reconocido como un elemento de distrofia muscular avanzada a fin de<br />
que la población someta sus deseos a la delirante producción masiva<br />
de glosolalias en público<br />
TIPOS DUROS<br />
Usted llegará esa noche temprano a casa.<br />
Festejo, emergencia o flujo hormonal.<br />
Encontrará todo dispuesto.<br />
Festejo, emergencia o flujo hormonal.<br />
Cada evento tiene su lenguaje que lo distingue de los otros eventos.<br />
Cada evento tiene sus protagonistas y sus antagonistas. Unos buenos,<br />
otros malos.
Así funciona el entretenimiento masivo.<br />
Signos reconocibles: el color de la ropa, el tipo de peinado, si tiene<br />
vello facial o carece de lo mínimo varonil.<br />
La música incidental es propia de las producciones caras.<br />
Usted llegará temprano esa noche a casa.<br />
Celebración, apuro o libido.<br />
Los colores ocres y las combinaciones chillonas señalan culpable.<br />
Usted llegará esa noche temprano a casa y encontrará un objeto costoso<br />
decorado con grandes piedras que sean signo de la entrega al capital<br />
y sus ciclos.<br />
Ese objeto decorado será un arma o una joya o un instrumento de<br />
placer destinada al ocio contemplativo.<br />
Usted recibirá una llamada que lo apure a llegar a casa.<br />
Amable, cínica o provocadora.<br />
Una llamada que haga que tome todo por perdido y se dirija con<br />
premura a su casa.<br />
La voz en el teléfono es la organización material del evento.<br />
La voz en el aparato es la consecuencia práctica del evento.<br />
Todos los eventos serán organizados de acuerdo a los flujos de personal<br />
que se adecúen a la sociedad en curso.<br />
Usted llegará a casa con tiempo para resolver imprevistos.<br />
Cosas que no son de uso cotidiano.<br />
Como joyas o armas o dildos. Usted llegará a casa con tiempo.<br />
La fantasía confirma la regla: todos somos puntuales.<br />
141
142<br />
Dioses con ojeras<br />
GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA<br />
Laura sale del Metro Insurgentes. El suelo está lleno de charcos almacenan -<br />
do agua de distintos aguaceros. Ahora mismo llueve sin malicia. Ella abre su<br />
paraguas y sostiene el mango con fuerza, como si más bien empuñara un ar -<br />
ma. Insegura entra por uno de lo tantos túneles que conectan la glorieta con<br />
la calle. El pasillo está lleno de policías quitándose los uniformes. Laura des -<br />
conoce las razones de tal ceremonia, camina entre policías obesos cambián -<br />
dose de ropa en la vía pública. Al ver a Laura decenas de oficiales con el<br />
cuerpo venidísimo a menos, en trusa y agujerada camiseta rimbros se agarran<br />
el pene por encima del calzón, le silban y la desnudan con la mirada. Un ofi -<br />
cial le truena los dedos exigiéndole que apure el paso.<br />
A Laura entre que sí le gusta y no le gusta pasearse por ahí. Sale a la<br />
calle, del lado donde se ubica la tienda de ropa para prostitutas y los negocios<br />
de artículos sexuales. En esa cuadra de Insurgentes las paredes sudan y el sue -<br />
lo pegajoso abraza las pisadas con tronidos grotescos. Apesta a estornudo.<br />
Avanza entre los changarros que ofertan penes de goma, dvds tres equis,<br />
jaleas especiales, tinta china, falsos labios de mujer y una especie de rosario<br />
para el ano. Se detiene en una pared de la que cuelgan películas pornográficas<br />
debajo de un letrero que dice: Videos Reales. Viaja la mirada leyendo<br />
las inscripciones. Hoteles de Tlalpan. Hoteles de Viaducto. Tacubaya. Revolu -<br />
ción. Salida a Cuernavaca. Salida a Pachuca. Cámaras escondidas. Prepa Seis.<br />
La ciudad y sus habitantes cogiendo.<br />
—Dos por treinta pesos. Una por quince —dice el dependiente. Un tipo<br />
mugriento y con los pelos embadurnados en exagerado gel. En sus piernas
DIOSES CON OJERAS<br />
está sentada una mujer embarazada. Ella, desinteresadamente, reitera la es -<br />
túpida promoción:<br />
—De a dos por treinta.<br />
Aunque no es la primera vez que compra pornografía, la sensación siem -<br />
pre es la misma: algo que la inquieta y ensucia se introduce entre sus piernas<br />
y presiona su estómago sometiéndolo dentro de un puño. En otras palabras:<br />
no sabe si está nerviosa o excitada. Le da pena estar ahí, sospecha que en cual -<br />
quier momento aparecerá detrás de ella su madre difunta, alguna maestra de<br />
la infancia o un compañero del trabajo. Lo que sí aparece súbitamente es<br />
una niña de la calle. La mocosa extiende la mano solicitando dinero. “Para<br />
un taco”, balbucea. Laura se deshace de ella meneando la cabeza en rotunda<br />
negativa. La niña insiste. Laura no soporta a los niños de la calle. No soporta<br />
a los niños en general. “Maldita especie de no deseados”, piensa observando<br />
de reojo el vientre hinchado de la vendedora.<br />
—Quiero cambiar estas dos…. —explica Laura y saca de su mochila un<br />
par de películas.<br />
—El cambio te sale en diez por disco —responde el hombre del peinado<br />
horrendo…— pero ya es la última vez que te lo hago efectivo…<br />
—O no nos sale —concluye su preñada mujer.<br />
Laura elige los primeros dos discos que se encuentra, lo que menos quie -<br />
re en este momento es ponerse a negociar con un matrimonio de fayuqueros.<br />
Una de las películas corresponde a la colección “Hoteles de Tlalpan”, la otra<br />
simplemente dice “Casa Silencio”.<br />
Laura paga y se marcha. Tres estaciones después entra a casa comple -<br />
tamente empapada. Coloca uno de los discos en su computadora y en escasos<br />
diez minutos revisa cada una de las cogidas que forman la recopilación.<br />
Las atiende en fast forward y sin atajos, tampoco se detiene en una sola de<br />
ellas. No hay créditos finales. No se lleva la mano a la entrepierna. Nada.<br />
Inserta el segundo disco. Lo revisa completito y a toda velocidad. Des -<br />
pués ve un poco de tele, cena cereal y se recuesta. Como sucede cada noche,<br />
duerme aterrada, deseando que el sueño de las cubetas de sangre no se presente<br />
de nuevo.<br />
En la pornografía de finales del siglo XX uno presenciaba la sexualidad huma -<br />
143
GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA<br />
144<br />
na no como es, sino como desearía que fuera: poderosos machos sometiendo<br />
a incansables mujeres voluptuosas, multiorgásmicas y flexibles, un guión sexual<br />
que inicia con una mamadita y termina con la mujer degustando el chorro<br />
seminal. Motivada por los avances electrónicos, la pornografía de inicios de<br />
siglo tiende a retratar la brutal y boba realidad del ayuntamiento carnal. Las<br />
filmaciones pecan de amateurs y poco profesionales. Ese descuido le da al<br />
coito videograbado una atmósfera inigualable, como si por unos momentos<br />
el sexo de nuevo fuera pecado y origen. En muchas ocasiones las chicas in -<br />
volucradas ni siquiera saben de la existencia de la cámara que filma sus vaivenes<br />
y favores. El sexo real es bien pagado. Basilio conoce a un tipo que<br />
por cada grabación le da “una buena lana”. De sus sesiones con Teresita sa -<br />
có para una cámara digital bastante eficiente. Solía acomodarla en un librero.<br />
Programaba el aparato para filmar con acercamientos automáticos a la chica<br />
en turno y sus senos rebotando.<br />
Conoció a Laura en el club de videorrentas donde trabajaba. Él era ca -<br />
jero ahí y ella tenía la costumbre de ir cada martes a rentar algo. Poco a poco<br />
se empezaron a saludar. Intercambiaron teléfonos, estaturas y directores favo -<br />
ritos. Ella siempre se llevaba los títulos que Basilio le recomendaba. Un día<br />
fueron al cine. A la salida, tomando café, se besaron por primera vez con las<br />
lenguas quemadas por la bebida caliente. Fueron al cine otras tres ocasiones.<br />
En las últimas dos Laura se dejó meter la mano.<br />
—El estudio de mi papá está cerca, ¿vamos? —le dijo Basilio. Laura<br />
asintió y abandonaron la función sin darle una segunda pensada.<br />
Basilio detuvo el primer taxi que pasó y ya abordo prefirió hacerle plática<br />
al chofer que a la mujer excitada a su lado. Estaba peculiarmente nervioso.<br />
La ciudad brillaba más que otras noches. Laura sonreía con los ojos<br />
cerrados, apretándolos fuerte. No quería enterarse de a qué parte de la ciudad<br />
la llevaban.<br />
—¡Cuántos libros! —exclamó ella apenas entraron al domicilio aquel.<br />
—Mi papá me los compró todos. Siempre dice que él hubiera deseado<br />
crecer con una buena biblioteca a la mano. Pero a mí no me interesa leer, lo<br />
que me gusta es el cine.<br />
Ella paseaba los dedos entre los libros como si más bien acariciara la<br />
nuca de cada uno de los autores. Basilio encendió todas las luces del estudio.
DIOSES CON OJERAS<br />
Laura se descalzó. Y fue como un au -<br />
gurio. Acabarían sin ropa. Era cuestión<br />
de tiempo.<br />
—Yo sí leo —exclamó ella—. Y<br />
de hecho me hubiera encantado que<br />
mis papás me tuvieran preparada una<br />
biblioteca así…<br />
—Llévate el que quieras. Pero<br />
ahorita ven. Siéntate conmigo.<br />
Laura descubrió la cámara es -<br />
condida, entre Las cajas y Las uvas<br />
de la ira. Él se puso rojo. No supo<br />
qué decir, el plan entero se le venía<br />
abajo. Quiso pedir perdón pero antes<br />
de que abriera la boca Laura ya se<br />
estaba bajando los pantalones y los<br />
calzones en un mismo esfuerzo.<br />
—Pero lo borras, ¿eh? —le dijo sonriendo.<br />
Él tomó asiento. A gatas, ella se le aproximó ronroneando y con maes -<br />
tría le bajó el cierre del pantalón utilizando los dientes.<br />
—¡Está de la mierda tener un hijo contigo! —exclamó Laura amenazando con<br />
arrojar el teléfono. Prefirió simplemente colgarle.<br />
Basilio estaba en la esquina, resguardándose debajo de un techito. Tenía<br />
hasta los calcetines mojados y unas inmensas ganas de orinar. Tomó el teléfono<br />
celular y volvió a marcarle. Desde ahí alcanzaba a observar la habitación<br />
de Laura, en el segundo piso. Primero oscura y luego momentáneamente ilu -<br />
minada por el tenue brillo del teléfono sonando. Después oscura de nuevo.<br />
“No va a responder”, pensó. Basilio lucía completamente pálido y trasnocha -<br />
do. La posibilidad de crear una vida le impedía dormir bien. Aún quedaban<br />
rastros de la granizada: escarcha apilada, hielo sucio y ni un solo peatón. Lau -<br />
ra no respondió a un tercer llamado. Basilio estuvo escupiendo a un charco.<br />
Le urgía echarse una meada, tenía dolor de cabeza. Ni siquiera bebió tanto.<br />
Cerró los ojos, apretándolos como si fueran sus puños. Hizo una llamada te -<br />
<strong>145</strong>
GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA<br />
146<br />
lefónica tras otra. Quería suplicarle que lo dejara pasar al baño. También que -<br />
ría convencerla de que abortara al hijo. Llevaba poco menos de cuatro meses<br />
gestándose. El tiempo pasó rapidísimo. Le quedaban dos cigarros. Los últimos<br />
dos cigarros del mundo. Le dolían los dientes, necesitaba mear. Nece -<br />
sitaba solucionar el problema antes que Teresita se enterara. Basilio marcó<br />
de nuevo pero ella seguía empotrada en la necedad de no responder.<br />
Adentro y arriba, Laura lloraba vestida de sombras. Cada que su teléfono<br />
sonaba, el rostro se le iluminaba de un verde fluorescente más bien té -<br />
trico. Cada que leía en la pantalla del celular el nombre de Basilio, lo maldecía.<br />
Hace rato que asomó la mirada entre las cortinas rumbo a la calle no pudo dis -<br />
tinguirlo de pie en la esquina. Sólo se alcanzaba a ver un pequeño punto rojo<br />
subiendo y bajando entre eructos de humo. Laura miraba con miedo. En ca -<br />
da una de las esquinas del cuarto aparecía y desaparecía un niño de piel os -<br />
cura solicitando teta entre berridos.<br />
Laura no quería ser madre. ¿Pero… y si decidía serlo? Brillaba el teléfono<br />
testarudamente. Harta, decidió silenciar su luz aprisionándola primero<br />
con ambas manos y luego entre sus muslos. Su mente elegía probables nombres<br />
para el bebé o la bebé: Luis, Luisa. Mario, María. Gustavo, Daniela,<br />
Javier... No había dormido en días. Para evitar observarse en los espejos, los<br />
retiró momentáneamente. No quería reconocerse hinchada y macilenta. Tam -<br />
bién le urgía un corte de cabello. Menos mal que no se hizo el estúpido ta -<br />
tuaje de mariposa en la cintura, lo imaginaba deforme y rasgado por culpa<br />
de una panza con hijo. Un hijo que tiene calentura porque le están saliendo<br />
los dientes o que necesita dinero para el recreo o tiene alergias en la piel<br />
y muelas picadas. Laura sentía ganas de vomitar solamente porque le dijeron<br />
que iba a sentirlas. Imaginaba su carne desgarrándose, sus diminutos senos<br />
alimentando, el centro del mundo entre sus piernas brillando como un sol.<br />
Basilio se sacó la verga dispuesto a orinar en el mismo charco que aparentemente<br />
formó con escupidas. En medio de la meada comenzó a vibrar<br />
su teléfono.<br />
—¿Bueno? ¿Tere? —respondió suspendiendo la chis.<br />
Era Laura.<br />
—¿Cómo planeas pagarlo? —dijo ella con voz firme.
DIOSES CON OJERAS<br />
Laura ingresa a Plaza Meave. Le toca ver cómo preparan el gigantesco trom -<br />
po de pastor en la taquería que está a la entrada. Aquella disciplina artesanal<br />
asquea a Laura. Ella evoca el sueño de las cubetas con sangre cada vez que<br />
los taqueros remojan los tajos de carne en una cubeta llena de un líquido<br />
bravo y carmesí. Pacientemente van armando la descomunal perinola colocando<br />
uno por uno los tajos de carne. Cientos de tortillas apiladas aguardan<br />
su turno. El fuego está apagado. Laura desearía no estar en sus días. Va a com -<br />
prar pornografía. Siente el mismo hormigueo de siempre: su estómago es un<br />
avispero, una comezón vanidosa, ganas de cagar, ganas de tener un pene<br />
adentro.<br />
Camina entre los pasillos de calzado deportivo, artículos electrónicos,<br />
juguetes, falluca, montañas de ropa, medicamentos, ruido. Ruido. Laura se<br />
interna en las entrañas del búnker. Se suena la nariz innecesariamente.<br />
Sube dos grupos de diez escaleras. El olor a tacos no desaparece, se le ha im -<br />
pregnado en la ropa. Un cólico tormentoso la amenaza. A lo lejos suena un<br />
relámpago. Diferentes canciones se hilvanan en un solo gemido intimidante.<br />
Canciones de cogedera. Películas de cogedera. Al lado de una virgen de<br />
Guadalupe con foquitos hay una pantalla plasma empotrada. Un grupo de<br />
estudiantes uniformados y dos militares observan dicha televisión con agita -<br />
do interés. En la película un obeso masturba con el puño entero a una prieta<br />
bustona.<br />
Laura se acerca al negocio. Lo atiende un tipo que parece un pollo rostizado.<br />
Ella le explica lo que está buscando. Él señala una arrinconada caja<br />
de zapatos que tiene escrito con plumón: “Pornos Reales”. Laura lee los tí -<br />
tulos: Hoteles de Satélite, Hoteles de Cuernavaca, Tierra Caliente, Ambos<br />
Mundos, Las Fuentes, Hotel Tijuana, Videos reales Gay, Gordas, Día de la<br />
secretaria, Hoteles de Coapa, Monterrey, Bloopers…<br />
El país y sus habitantes cogiendo.<br />
—¿Cuánto por estas cuatro? —pregunta Laura.<br />
Huye de Plaza Meave. El enorme trompo al pastor aún no está listo. Se<br />
interna en el trajín del Eje Central. Abre su paraguas mientras camina rum -<br />
bo a Bellas Artes. Está lloviendo bien feo. No ha dejado de llover en años.<br />
Jamás pensó que el diluvio universal fuera tan desesperante.<br />
No ha sabido nada de Basilio en más de cinco años. No siente nada<br />
147
GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA<br />
148<br />
por él. Ni odio, ni rencor, ni deseo. Recuerda su nombre pero no sus gestos<br />
ni el aroma de su piel o el sabor de su semen. Hace poco espió su página de<br />
internet. Ha engordado y tiene pésima ortografía. Sin embargo sueña muy<br />
seguido con él: caminan de la mano en un inmenso sendero formado por cu -<br />
betas llenas de sangre. En algunas aún flotan los fetos desmembrados.<br />
Basilio pagó el aborto vendiendo las grabaciones de sus encuentros se -<br />
xuales a un pornógrafo. En aquel entonces ese tipo de películas no era tan<br />
normal como hoy en día. Ella lo acompañó para firmar unos papeles, el com -<br />
prador era una persona común y corriente, no el demonio que ella había ima -<br />
ginado. Hasta les sobró dinero para desayunar al día siguiente en un bar de<br />
Sanborn’s. Ella se la pasó llorando frente a dos molletes fríos y él, en silencio,<br />
no paraba de darle sorbitos a una cuba interminable que sabía a lodo.<br />
No desea verlo en persona. Aún así lo busca. O más bien, se busca a sí<br />
misma chupándole la verga. Se busca masturbándose para él, completamen -<br />
te ebria; sonriendo, siempre sonriendo. Busca el registro audiovisual de que<br />
un día fue hermosa y estúpidamente feliz y sin ojeras. Quiere observarse con<br />
Basilio adentro. Por ahí debe estar extraviada la grabación en que se embarazó.<br />
Esa misma cogida sirvió para matar a Gerardo o Mariana o Maribel o<br />
Bruno o Jessica o Mario o Estefanía o Rocío...<br />
Laura sabe que jamás encontrará los videos que busca, pero le tranqui -<br />
liza imaginar que cuando ocurra será como esas fotografías en las que aparece<br />
un fantasma o un brillo providencial. O tal vez Dios cagándose de risa.
Dos poemas<br />
AGUSTÍN CALVO GALÁN<br />
DESNUDAR NOMBRES<br />
I. LA ESPERA<br />
Los muchachos del polígono<br />
son de plumaje<br />
oscuro<br />
se acallan silbidos, oraciones en voz baja<br />
ondulan las voces sobre el agua negra<br />
espejeando<br />
mientras, en las esquinas, los contenedores<br />
y las furgonetas de los mossos d’esquadra<br />
se camuflan en verde y azul marino<br />
y una colilla que olvida su humo y se ahoga en saliva.<br />
149
150<br />
Los muchachos se acurrucan en nidos<br />
de alambres<br />
y liman sus alas con esponjas y espanto<br />
algunos se marchitan<br />
bajo el óxido del atardecer<br />
saben de esta hora, las luces que se van persiguiendo<br />
hacia el límite de la ciudad<br />
y un sinfín de mequetrefes que vendrán al insulto<br />
en procesión de esvásticas<br />
y puñales.<br />
II. EL ENCUENTRO<br />
Por fin, en la madrugada se abren las puertas<br />
del infierno,<br />
y todos caen. Yo caigo tras ellos<br />
preguntándoles<br />
¿quiénes de vosotros<br />
me reconocerá?<br />
El amanecer<br />
es una línea sobre la que se sostienen<br />
las palabras del atrevimiento<br />
unto mis manos con el eccema de sus plumas
¿quién de entre vosotros?<br />
quiero su deseo gris, fugaz,<br />
el escozor de este dolor humanizado<br />
subiéndome por las fosas nasales<br />
¿quién<br />
me aguardará en su abrazo líquido?<br />
el aire nos separa, su naturaleza<br />
me niega, todo se despide ante mí,<br />
ni siquiera me queda el peso de sus nombres<br />
ascienden ligeros, ya sin añoranza<br />
la coraza que sostiene mi mirar<br />
no se disolvió ante su aletear de enamorados<br />
y espío su extraño adiós.<br />
AL BORDE DE TI<br />
Lo supe después:<br />
las sombras acudieron a tu encuentro.<br />
Sin nombre, calles sin nombre<br />
151
152<br />
bajo la capa del insomnio se desvanecían.<br />
He visto como soñabas temblando de furia<br />
entre<br />
mis brazos<br />
abriendo balcones en medio de la oscuridad.<br />
Calles, calles que corren bajo un cielo sereno.<br />
No hubo ruido,<br />
nadie salió, nadie dijo yo lo vi todo,<br />
ni siquiera yo mismo<br />
y me dolía.<br />
Un momento fatídico,<br />
no las buscabas, pero las sombras llegaron<br />
para encontrarte; no las creías y ellas vinieron<br />
para arrancarnos un pedazo de aquellas madrugadas<br />
y los años.<br />
Calles, calles que pisan mis palabras y las tuyas.
Andrés Henestrosa, el último liberal<br />
ALEJANDRO GARCÍA<br />
Cuando se publique lo que Henestrosa ha escrito, habrá que<br />
darse tiempo para leerlo. Su producción en el periódico alcanza<br />
un área espacial que, cuando se ordene y publique, llenará muchos<br />
y fornidos volúmenes de indagación mexicana del siglo XIX.<br />
Mauricio Magdaleno, Cartas autobiográficas<br />
Andrés Henestrosa —prolífera pluma, acuciosa palabra, lenguaje labrado<br />
en la precisión— fue hombre de tres centurias (nació el 30 de noviembre<br />
de 1906 cuando aun perduraban costumbres decimonónicas, vivió durante to -<br />
do el siglo XX y conoció los albores del XXI, ya que falleció el 10 de enero de<br />
2008 a la edad de 101 años). Orgulloso de su natal Oaxaca, nació en el mis -<br />
mo año en que apareció la revista Savia Moderna en la ciudad de México y<br />
ya cuando la <strong>Revista</strong> Moderna llevaba ocho de haber sido fundada por Ber -<br />
nardo Couto Castillo. Época del cénit del porfiriato, de simbolismo, parnasia -<br />
nismo y decadentismo representado, entre otros, por Amado Nervo, Balbino<br />
Dávalos, José Juan Tablada y los grabados de Julio Ruelas, pero que en He -<br />
nestrosa significó una apacible niñez en San Francisco Ixhuatán enclavado en<br />
pleno Istmo de Tehuantepec, como él mismo recordaría después: “puebleci -<br />
to con golpes de mar en los costados”, de días “anclados a un río a cuyo rumor<br />
se aduerme”, arrullado por tradiciones y relatos zapotecas en los que apren -<br />
dió las primeras lecciones de la vida al través de la sabiduría popular de los<br />
refranes. Uno de ellos lo escuchó, como el mismo lo refiere en su emblemá -<br />
tico libro Retrato de mi madre, escrito en 1937, de labios de Martina, su<br />
mamá: “Un diablo se parece a otro diablo”.<br />
153
ALEJANDRO GARCÍA<br />
Sabiduría del pueblo, que ya en<br />
1816 José Joaquín Fernández de Lizardi<br />
había registrado en El periquillo sarnien -<br />
to, primera novela mexicana. Henestrosa<br />
jamás olvidó a Lizardi y a su obra. En<br />
1946, en la caudalosa antología Cuatro si -<br />
glos de literatura mexicana (realizada jun -<br />
to con Ermilo Abreu Gómez, Jesús Zavala<br />
y Clemen te López Trujillo) señaló que “en<br />
la aurora del siglo XIX Fernández de Li -<br />
zardi llevará un sentimiento pleno de polé -<br />
mica y sátira”. Cinco años después, el 17<br />
de junio de 1951, Henestrosa inició su<br />
sección Alacena de Minucias en el perió -<br />
dico El Nacional, inspirada en el periódi -<br />
co Alacena de frioleras fundado por el<br />
mismo Li zardi. 1<br />
ANDRÉS HENESTROSA<br />
Reflejo de la profunda admira ción de Henestrosa hacia un periodista<br />
representativo de los escritores del siglo XIX (admiración forjada en él por el<br />
mismo José Vasconcelos, quien tenía el ideal de que “nuestras referencias y<br />
nuestras fuentes fueran escritores nacio nales”). Es así como Henestrosa de -<br />
sarrolló en su obra un constante y profundo examen de personajes e ideas de<br />
esa época: “seguro de lo mucho que todavía está por discutir y establecer<br />
en nuestra historia el siglo XIX”, en un momento en que las tendencias políti-<br />
154<br />
1 Henestrosa comenzó su carrera dentro del periodismo en 1924 con artículos publicados<br />
en el periódico La Raza (actualmente imposible de conseguir en nuestros acervos); des -<br />
pués colaboró en los ocho números de El Zapoteco (1928); y un año después participó en un<br />
periódico estudiantil de sólo dos números llamado El Tren Blindado (nombre de una novela<br />
del ruso Vsevolod Ivanov), dirigido por el revolucionario cubano Juan Antonio Mella y Tina<br />
Modotti; pero realmente fue en 1938, por invitación de Fernando Benítez, cuando Henestrosa<br />
participaría toda su vida en periódicos de presencia nacional. Años después, realizaría su más<br />
célebre columna: Alacena de Minucias, que duró cerca de veinte años (1951-1970). Suce -<br />
dieron a ella, las columnas Factores de la Cultura de México y La Nota Cultural. Además,<br />
dirigió la revista El Libro y el Pueblo y fundó Las Letras Patrias.
ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />
cas e historiográficas se centraban en valorar —y sobrevalorar— la etapa de<br />
la Revolución Mexicana como fundamen to de las instituciones del México<br />
con temporáneo (aunque ya Jesús Reyes Heroles, en la introducción de sus<br />
tres volúmenes que conforman El libera lismo mexicano, señaló que “para<br />
comprender la Revolución Mexicana, su constitucionalismo social, tenemos<br />
que considerar nuestra evolución liberal”). En palabras de Adolfo Castañón:<br />
“al igual que otros mexicanos de la época, como Daniel Cosío Villegas o<br />
Manuel Gómez Morín, o los escritores de la lla mada generación de 1915,<br />
Andrés Henestrosa está, por así decir, cautivado por una época y por sus<br />
hombres: la de la Reforma y la Intervención”. 2<br />
Ignacio M. Altamirano, Juan Bautista Morales, Hilarión Frías y Soto, Carlos<br />
María de Bustamante, Vicente Gómez Farías, Ignacio Ramírez, Vicente Riva<br />
Palacio, Luis de la Rosa, Benito Juárez, Justo Sierra y Francisco Zarco, en -<br />
tre otros, fueron los personajes con quienes Henestrosa mantuvo una profun -<br />
da línea de afinidad creada “por el lenguaje, que es la mayor obra del hombre”<br />
(no olvidar que fue hasta los quince años que Henestrosa aprendió a hablar<br />
español, cuando se trasladó a la ciudad de México para pedirle a Vas conce -<br />
los, intérprete de por medio, una beca para ingresar a la Escuela Nor mal de<br />
Maestros). Todos ellos fueron novelistas y poetas, también periodistas, que en<br />
sus artículos reflexionaban sobre los cambios necesarios para el país —“¿dón -<br />
de se hicieron Gutiérrez Nájera, Urbina, Amado Nervo, Altamirano, Sierra,<br />
Riva Palacio? En la redacción de los periódicos”, se pregunta y contesta He -<br />
nestrosa—; o diputados en el Congreso que legislaban en torno a los derechos<br />
civiles y la creación del Estado mexicano; y soldados que, con fusiles y caño -<br />
nes, se debatían en diferentes trincheras, crisol de ideales: “hasta aquellos por<br />
definición literatos, y artistas, se vieron sojuzgados por el quehacer político”. 3<br />
2 Castañón lo puntualizó muy bien: “cabe decir que Andrés Henestrosa es un escritor li -<br />
beral del siglo XIX extraviado en el siglo XX, como lo fueron en cierto modo Daniel Cosío Ville -<br />
gas o el investigador Boris Rozen, admirable editor de las obras completas de Altamirano,<br />
Ramírez y Payno”. “El hombre que dispersó su sombra. Cien años de Andrés Henestrosa”,<br />
en <strong>Revista</strong> de la Universidad de México, núm. 33 (noviembre de 2006), pp. 48-58.<br />
3 Respecto a este tema, véase del mismo Henestrosa “El México literario en las primeras<br />
décadas del siglo XIX”, en El Nacional (26 de junio de 1956); y “Literatura y periodismo”,<br />
en Novedades (17 de enero de 1957).<br />
155
ALEJANDRO GARCÍA<br />
156<br />
En la entrevista que realizó Martha Chapa, De domingo a domingo. Con -<br />
versaciones con Andrés Henestrosa (2001), al contestar la pregunta de quién<br />
había sido el más grande periodista mexicano, respondió que Lizardi, Busta -<br />
mante, Juan Bautista Morales, Zarco; para acotar que “vivos están en nuestros<br />
anales los nombres de los grandes periodistas independientes que México ha<br />
producido. Y debiéramos tomar el hilo de sus tareas donde las dejaron, y no<br />
echar en olvido la alta misión del periodismo”. Personajes que en cada uno de<br />
sus actos detentaron las libertades civiles y políticas del hombre, defendieron<br />
la vinculación del liberalismo con la democracia, apos taron por la seculariza -<br />
ción de la sociedad, reafirmaron la supremacía estatal sobre la identidad del<br />
federalismo. Por lo anterior —y como se abordará en las siguientes páginas—,<br />
considero a don Andrés Henestrosa “el último liberal” de ese siglo XIX que<br />
determinó todos sus actos de su vida y las páginas de su oceánica obra, la cual<br />
abarcó, en fría estadística, más de cuarenta libros y casi veinte mil artículos<br />
aun dispersos en revistas, periódicos y suplementos culturales, que ameritan,<br />
no sólo su compendio y publicación, sino una inves tigación que abarque los<br />
diferentes temas que permearon su quehacer.<br />
Cuatro fueron las personalidades a quienes Henestrosa dedicó afanes y estu -<br />
dios: Altamirano, Bustamante, Juárez y Zarco. El primero de ellos representaba<br />
la raíz indígena que se nutrió en el liberalismo mexicano —legado<br />
vernáculo que también corría por las venas de Henestrosa, que daría como<br />
resultado, años después, la realización de su deslumbrante libro Los hombres<br />
que dispersó la danza—. El segundo, Bustamante, es el ideal del periodista<br />
de la primera mitad del siglo XIX que registró en sus crónicas y artículos la<br />
lucha por la Independencia, el enfrentamientos entre logias, fueros e intereses<br />
de diversos grupos políticos, la llegada de caudillos y el desaliento ante la in -<br />
vasión extranjera. Por su parte, Juárez significaba la consolidación del triunfo<br />
ante la corte de ilusos que se derrumbaron por el devenir del liberalismo y el<br />
parteaguas que significó la Constitución de 1857. Zarco era el quehacer y la<br />
honestidad de la profesión del hombre de letras que registró minuciosamente<br />
su entorno y el inicio de una historia nacional. Henestrosa lo confirmó así<br />
al recibir la presea “Belisario Domín guez” (1993) que otorga el Senado mexi -<br />
cano: “en otras encrucijadas nos puso la historia. De algunas pareció que no
ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />
sal dríamos y salimos. Guerras intestinas, guerras nacionales, guerras contra<br />
invasores, ésa ha sido nues tra historia. A las desventuras estamos hechas. Afron -<br />
tarlas es nuestra gran deza. No regirla nuestra gloria”. 4<br />
A la par de estos personajes, tres fueron los temas que, según mi apre -<br />
ciación, Henestrosa desarrolló minu ciosamente sobre el siglo XIX: el rescate bi -<br />
bliográfico de escritores, lo cotidiano de la historia y los viajeros extranjeros<br />
en México.<br />
BUSTAMANTE, TIEMPO DE HABLAR<br />
Paisano oaxaqueño, huérfano desde la infancia, Carlos María de Bustaman -<br />
te (1774-1848), historiador y periodista, se distinguió por ser “escritor abun -<br />
dante, descuidado, pero lleno de variedad”, quien murió “de la tristeza de<br />
ver derrumbarse la patria que soñó y que ayudó a levantar”. Henestrosa escri -<br />
bió su primer artículo sobre Bustamante en la sección Agua del Tiempo pu -<br />
blicado en Novedades (13 de octubre de 1955). Dicho texto versaba sobre<br />
El Diario de México fundado por Bustamante y Jacobo de Villa Urrutia en oc -<br />
tubre de 1805, publicación que constituyó un definitivo avance en la actividad<br />
periodística ya que “acogió, prohijó, empolló a los escritores públicos que iban<br />
a llenar el primer tercio del siglo XIX”; y además, por su periodicidad diaria,<br />
“un definitivo avance en la actividad periodística de la época”.<br />
La querencia no terminó ahí. Henestrosa publicó en 1968 la edición de<br />
4 No fue el único homenaje que tuvo en vida Henestrosa: en 1964 ingresó a la Academia<br />
Mexicana de la Lengua. En 1973 recibió la Medalla Elías Sourasky; Premio Nacional de Perio -<br />
dismo de México (1983); Presea Ciudad de México (1990); Premio Internacional Alfonso Re -<br />
yes y Medalla Ponciano Arriaga, por méritos legislativos, Premio Juchitán de Plata (1991);<br />
Medalla René Cassin, de la Tribuna Israelita (1992); Medalla al Mérito Benito Juárez, de la<br />
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1993); Premio Nacional de Lingüística y Lite -<br />
ratura (1994). Así como la Medalla al Mérito Cívico Eduardo Neri, Legisladores de 1913,<br />
otorgada por la Cámara de Diputados, y la Medalla de Oro del Instituto Nacional de Bellas<br />
Artes (INBA) (2002). Con motivo de sus cien años de vida, recibió el doctorado Honoris<br />
Causa por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana (2007). En su honor se crearon:<br />
Medalla Andrés Henestrosa, de Escritores Oaxaqueños (1992) y Medalla de la Comisión del<br />
Deporte Andrés Henestrosa. El 30 de noviembre de 2003, en la ciudad de Oaxaca, se inau -<br />
guró la biblioteca que lleva su nombre y en la que se resguardan los cuarenta mil volúme -<br />
nes que adquirió a lo largo de su vida.<br />
157
ALEJANDRO GARCÍA<br />
158<br />
Historia antigua de Oaxaca en la colección que él mismo impulsó: Bibliófilos<br />
Oaxaqueños (con doce tomos, 1966-1974 , lo que le permitió difundir aquellas<br />
obras que por su rareza y por su importancia eran verdaderas joyas de la<br />
bibliografía mexicana); así como en el periódico Novedades, entre 1972 y<br />
1974, los artículos: “El llevado y traído Bustamante”, “Los primeros perio -<br />
distas”, “Bicentenario de Bustamante” y “Otra vez Bustamante”; y la edición<br />
de No conviene a la libertad de la nación mexicana el nombramiento de<br />
un supremo director de ella en la segunda serie de Bibliófilos Oaxaqueños<br />
(1974). Un año después, el prólogo a Páginas escogidas de don Carlos María<br />
de Bustamante, en la colección Metropolitana, número 37, publicada por el<br />
Departamento del Distrito Federal.<br />
En 1986, Henestrosa reunió tres textos de Bustamante: Hay tiempos de<br />
hablar y tiempos de callar, y el Informe crítico-legal dado al muy ilustre y ve -<br />
nerable cabildo de la Santa Iglesia Metropolitana de México. El primero de ellos<br />
es una reflexión sobre su vida y el segundo es un opúsculo sobre la aparición<br />
guadalupana como elemento de unidad nacional. Afanes que dieron lu gar al<br />
tercero: Carlos María de Bustamante, con una presentación y notas suyas, pu -<br />
blicado por el Senado de la República. En donde Bustamante podría repre sen -<br />
tar “la historia del republicano mexicano, entendido fundamentalmente como<br />
la historia de la expansión de los derechos del hombre a partir de la tensión en -<br />
tre la libertad de los ciudadanos y el poder ejercido por los gobernantes”. 5<br />
Lecciones que el mismo Henestrosa trató de llevar a cabo, primero como<br />
diputado y, en 1982, al ser electo senador de su natal Oaxaca, preludio de<br />
su anhelo incumplido de ser gobernador del estado, pero que consolidan el pen -<br />
samiento de los dos oaxaqueños, lejanos en el tiempo, pero hermanados por<br />
propósitos en común, como parte de una misma tradición liberal.<br />
JUÁREZ, SIEMPRE JUÁREZ<br />
Henestrosa siempre mostró su admiración ante el constante afán de supera -<br />
ción del originario de Guelatao, de quien aprendió que los altibajos lo mismo<br />
5 Alicia Hernández Chávez, La tradición republicana del buen gobierno, FCE, México,<br />
1993, p. 201.
ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />
provocan aplausos que maledicencias.<br />
Admiración traducida en ensa -<br />
yos, pró logos, discursos, artículos y<br />
estudios biográficos. En 1944 prepa -<br />
ró dos obras: Benito Juárez. Textos po -<br />
líticos (selección y prólogo de cartas,<br />
discursos y manifiestos), publicada por<br />
la SEP en su Biblioteca Enciclopédica<br />
Popular; y Flor y látigo. Ideario polí -<br />
tico (cuidadosa antología, como perlas<br />
hiladas por la refle xión, del principio<br />
juarista al través de sentencias, apo -<br />
tegmas o aforismos). El nombre de es -<br />
ta última se debió, en palabras del<br />
propio Henestrosa, a que “quise in -<br />
dicar que en Juárez concurrían dos naturalezas que actuaban sin contrade -<br />
cirse, riguroso y firme, sin dobleces; manso y tierno, sin blanduras, pero todo<br />
a su debido tiempo”.<br />
Henestrosa tuvo el honor de inaugurar una de las colecciones editoria -<br />
les más importantes del siglo XX: SepSetentas que surgió por los afanes de<br />
María del Carmen Millán, quien encabezaba en la década de los setenta la<br />
Dirección General de Educación Audiovisual y Divulgación de la SEP, y también<br />
al apoyo de Gonzalo Aguirre Beltrán, a la sazón subsecretario de Cultura<br />
Popular y Educación Extraescolar. Dicha colección tuvo un inmediato éxito<br />
debido al prestigio de sus autores, el bajo precio de los ejemplares y por la<br />
diversidad de temas que se abordaron.<br />
El número uno de SepSetentas fue la obra Benito Juárez. Su vida y su<br />
obra, de Rafael de Zayas Enríquez, con prólogo de Henestrosa. También prolo -<br />
gó la excelente biografía Juárez y su México de Ralph Roeder, de quien fue<br />
amigo personal. Monumental, exegética obra, de quien Henestrosa señalaba<br />
con admiración que:<br />
hecho escritor famoso, vino Ralph Roeder a México al iniciarse la década de los<br />
cuarenta, en 1942. Venía a documentar, ambientar y escribir una vida sobre Be -<br />
159
ALEJANDRO GARCÍA<br />
160<br />
nito Juárez; pero le tomó súbita querencia a México y se quedó para siempre<br />
entre nosotros. Visitó la sierra de Ixtlán, el pueblo de Guelatao, el lago de la leyen -<br />
da. Hizo el mismo camino que el niño indio, sólo que de manera inversa, pero igual -<br />
mente penosa: si uno descendió el valle, el otro remontó las alturas, superó la<br />
sierra para vislumbrar desde allí el tamaño de la hazaña. 6<br />
Hay otras dos obras significativas de Henestrosa: Los caminos de Juá -<br />
rez publicado por invitación de Antonio Carrillo Flores en el Fondo de Cultura<br />
Económica a principios de la década de los setenta del siglo pasado, dentro<br />
de su colección Popular. Excelsa antología que reunió varios pasajes que dan<br />
una visión más completa y humana del hombre que gobernó el destino de Mé -<br />
xico durante casi tres lustros. A manera de epílogo, Henestrosa escribió dos<br />
textos, “El camino de Juárez” y “La lección permanente”, en donde señaló<br />
que Juárez “nació indio, y nunca dejó de serlo, se formó mestizo y tampoco<br />
dejo de serlo. Era, así, un auténtico y cabal americano, es decir, aquel que con -<br />
cebía las dos razas, las dos sangres y las dos almas de que viene”.<br />
Martha Chapa, en su obra De domingo a domingo, conversaciones con<br />
Andrés Henestrosa (2001), resumió todo este monumental quehacer al se -<br />
ñalar que “Henestrosa construyó su futuro con las pinceladas universales de<br />
su talento, reconociendo siempre a los héroes de su nación oaxaqueña”. 7<br />
6 “Prólogo” a Juárez y su México, FCE, México, 1972, pp. X-XI. Es ésta una de las po -<br />
cas semblanzas que se tiene sobre Roeder —escritor extranjero envuelto en la incertidumbre<br />
de la leyenda, de quien apenas se conocen unos cuantos datos sobre su vida—, pero a quien<br />
se le debe una de las obras más significativas sobre esa época. Henestrosa realizó dos textos<br />
más en Novedades: “Roeder, biógrafo de Juárez” (11 de octubre de 1956) y “Un recuerdo<br />
a Ralph Roeder” (9 de abril de 1970). En contraparte, Henestrosa calificaba a otra biografía<br />
escrita décadas antes (Francisco Bulnes, El verdadero Juárez, 1904), como “panfleto o libe -<br />
lo”. En su sección Agua del Tiempo del periódico le dedicó una amplia, fundamentada refu -<br />
tación, capítulo por capítulo, durante dieciséis artículos.<br />
7 Juárez: memoria e imagen, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, México, 1998.<br />
Henestrosa también publicó otros dieciséis artículos sobre Juárez en Novedades: “La vieja<br />
controversia” (15 de marzo-5 de mayo de 1956); “El apotegma juarista” (21 de junio de<br />
1956); “¿Qué son los moderados? (26 de enero de 1957); “El legado de los liberales” (7<br />
de febrero de 1957); “La patria, a Juárez” (23 de marzo de 1957); “Juárez y la República<br />
Dominicana” (1º de noviembre de 1957); “Juárez, visto por Diego” (5 de febrero de 1958);<br />
“Una gran tarea” (1º de septiembre de 1966); “Juárez en el habla cotidiana” (7 de octubre
EL RESCATE EDITORIAL<br />
ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />
Al recibir Henestrosa la medalla “Ignacio Manuel Altamirano” (1992) era a<br />
su vez un reconocimiento a una larga trayectoria y respeto hacia el originario<br />
de Tixtla, Guerrero, de quien aspiraba a ser vago sucesor: en variados artícu -<br />
los, en cálidas palabras, en contundentes frases, Henestrosa lo consideró siem -<br />
pre como “uno de nuestros grandes indios. De nuestros mármoles y bronces.<br />
Fue un cobre, que luego mostró el oro”. 8 Hay vasos comunicantes entre uno<br />
y otro: la pobreza de la cuna materna, la marginación por la raigambre indíge -<br />
na, la tenacidad para superar los obstáculos de la vida y el magisterio ante<br />
la vida, la pulcritud de las acciones.<br />
Heredero del propósito de reafirmar la cultura nacional (como lo hizo una<br />
vez Altamirano con la publicación del periódico El Renacimiento en 1869),<br />
Henestrosa fue destacado editor: tuvo a su cargo la Biblioteca Iberoameri -<br />
cana (1932); jefe del Departamento de Literatura del INBA (1955-1959); sub -<br />
director de la Biblioteca del Congreso de la Unión; y en su natal Oaxaca<br />
rescató y editó la ya mencionada serie Bibliófilos Oaxaqueños. Ejemplo es la<br />
edición del folleto que en 1831 reunió poemas en torno al Grito de Dolores:<br />
Páginas presentadas por los ciudadanos Francisco Manuel Sánchez de Tagle,<br />
licenciado Manuel de la Barrera y Troncoso, Ignacio Sierra y Rosso, Luis Ante -<br />
para y Anastasio Ochoa, individuos de la comisión encargada de este ramo.<br />
Fueron colocadas en lugares que se expresan. Otra rareza bibliográfica que<br />
rescató fue el Manuscrito de Miguel Beruete y Abarca o Diario del Primer Im -<br />
perio, que abordaba la víspera de la proclamación de Iturbide como empera -<br />
de 1971); “Carriedo: biógrafo de Juárez” (14 de octubre de 1971); “Epistolario de Juárez”<br />
(24 de noviembre de 1972); “Juárez y el toreo” (23 de marzo de 1972); “Juárez en el grito”<br />
(22 de septiembre de 1972); “Juárez en la anécdota” (3 de enero de 1974); “Otra lección<br />
de Juárez” (8 de mayo de 1982); “Mitología de Juárez” (3 de julio de 1982); y “Juárez, siem -<br />
pre Juárez” (17 de septiembre de 1983); así como “Juárez, elogio y recordación” en Cua -<br />
dernos Americanos, núm. 6 (noviembre-diciembre de 1957); y “Valoración de Juárez” en<br />
México en la cultura (30 de noviembre de 1972).<br />
8 Los artículos que publicó sobre Altamirano fueron “Un problema literario” (27 de abril<br />
de 1957); “El indio Altamirano” (20 de febrero de 1969); “Un libro de Altamirano” (6 de oc -<br />
tubre de 1972); y “Altamirano: bronce y mármol” (9 de noviembre de 1973). Todos ellos<br />
en Novedades.<br />
161
ALEJANDRO GARCÍA<br />
162<br />
dor de México y llegaba hasta su muerte. Dentro del océano de textos que<br />
era necesario rescatar del olvido de remotos acervos, del polvo de los anaque -<br />
les, está también Del movimiento literario de México del cubano Pedro San -<br />
tacilia —yerno de Juárez y ferviente promotor del liberalismo—, publicado<br />
por Las Letras Patrias en 1952.<br />
También en 1965 Henestrosa editó, con prólogo suyo, Historia de la lite -<br />
ratura en México. Poetas y escritores modernos mexicanos (1877) de Juan de<br />
Dios Peza, escritor, hasta ese momento, ceñido en silencio y olvido (Henestrosa<br />
recuerda que su madre, en su pueblo natal, le había leído a Peza, junto con<br />
Juan A. Mateos y Amado Nervo). La edición salió bajo el sello de la Secre -<br />
taría de Educación Pública con el apoyo de la Subsecretaría de Asuntos Cul -<br />
turales y la revista El Libro y el Pueblo que Henestrosa dirigía por esa época.<br />
El prólogo se destaca por una breve interpretación de la poesía de Juan de<br />
Dios Peza: “habituado a los viejos moldes, a las rimas sonoras, al verso rotun -<br />
do, a las consonantes y asonantes obvios”; así como un análisis sobre uno de<br />
nuestros primeros cronistas de la historia literaria mexicana y una amplia sem -<br />
blanza biográfica y bibliográfica de su obra.<br />
Pero uno de los aportes más significativos de Henestrosa fue dar a conocer<br />
en “Alacena de minucias” un texto que era de Hilarión Frías y Soto —es -<br />
critor de vastas lecturas, médico de profesión, poeta joven, fecundo perio dista,<br />
de prosa elegante y correcta en un México que hervía ante el enfrentamiento<br />
de posturas ideológicas, de la cual escogió el liberalismo, de ahí la admi -<br />
ración de Henestrosa por su vida y obra—, titulado “La lavandera” y que<br />
estaba destinado para la obra conjunta Los mexicanos pintados por sí mismos<br />
(1854).<br />
El cuadro de costumbres fue publicado originalmente en el periódico jocoserio<br />
La Orquesta (15 de abril de 1868), en donde Frías y Soto fue redactor<br />
en jefe y responsable, el cual había permanecido en el olvido hasta el resca -<br />
te de Henestrosa quien lo editó en forma de libro en 1993. También logró<br />
encontrar las colaboraciones que, bajo el título de “Álbum fotográfico”,<br />
publicó el mismo Hilarión en La Orquesta, serie de artículos costumbristas<br />
que fueron la continuación de Los mexicanos pintados por sí mismos. Para<br />
completar los textos, Henestrosa redactó “El panadero” al mejor estilo costumbrista<br />
del siglo XIX y que nada le pide a los de Prieto y Altamirano:
ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />
Juan Panadero se tumba en el petate y duerme a pierna suelta hasta la madruga -<br />
da en que se levanta para ir a la tahona, a amasar la harina con que han de hacerse<br />
los cuernos, el pambazo, las regañaderas, la reja, la mariposa, el beso, la empano -<br />
chada, la panocha, los ojos de Pancha, las roscas de blanco, el chimisclán, el nopal,<br />
la fruta al horno, el ladrillo, la lima, el moño, la trenza, el volcán.<br />
Y así, siempre, mísero y lloroso, desde que Dios amanece. Porque al po -<br />
bre siempre le va del cocol, todo para él son cocolixtles. Y aunque lo fabrique,<br />
el pan siempre fue escaso en su mesa. 9<br />
No fue la única vez que don Andrés realizó esta valiosa obra de rescate.<br />
En el estudio biográfico publicado en 2001, Henestrosa. Nombre y renombre,<br />
de Adán Cruz Bencomo, se citan otros textos decimonónicos: una décima iné -<br />
dita de Manuel Acuña titulada “Dios”; un cuento de Guillermo Prieto llamado<br />
“Angelita” y el discurso “El 5 de mayo”; poemas de Francisco González Bo -<br />
canegra (autor del Himno Nacional); dos romances: “El chinaco”, atribuido<br />
a Riva Palacio —“conjunción armoniosa de un hombre, un poeta y un solda -<br />
do”, lo definió Henestrosa—; 10 así como la letra y música de la canción “La<br />
soldadera” cantada en la época de la Intervención Norteamericana. Otro texto<br />
que encontró y transcribió fue el Diario de Miguel Beruete, el cual dio a cono -<br />
cer en la sección Agua del Tiempo; y la Visión de Cuernavaca, de Manuel Gu -<br />
tiérrez Nájera, con un prólogo titulado “El aroma de un recuerdo” en 1992.<br />
A Zarco, a quien ya señalamos en líneas anteriores como uno de los<br />
más queridos por Henestrosa, lo consideraba como “el más brillante paladín<br />
del liberalismo mexicano” —en tan breves cuarenta años de vida escribió más<br />
de mil trabajos sobre diversos y variados temas—, por lo cual, un excelente<br />
“modelo por seguir para un escritor público de nuestros días”. Henestrosa<br />
fue uno de los grandes promotores para que se reunieran sus obras comple -<br />
tas ya que para esa época “sus escritos costumbristas, apenas han sido alu-<br />
9 Véase Los mexicanos pintados por sí mismos, Querétaro, México, 1986, t. 2, p. 207, y<br />
Álbum fotográfico. Hilarión Frías y Soto (ed., pról. y notas de Andrés Henestrosa), Las Le -<br />
tras Patrias, México, 1954. Otros tipos populares a quienes también les dedicó atención fue -<br />
ron: “Chinaco, chinacaste y chinaca” (12 de mayo de 1966) y “La Chinaca” (15 de junio de<br />
1967). Ambos publicados en Novedades.<br />
10 Henestrosa también realizó el prólogo a El libro rojo de Vicente Riva Palacio, Leyen -<br />
da, México, 1946; y “Riva Palacio, poeta y soldado”, en Novedades (14 de marzo de 1957).<br />
163
164<br />
didos, y están todavía por reunirse en<br />
volumen”, lo cual se logró años después<br />
gracias a la tenacidad de Boris Rosen. 11<br />
De Ignacio Ramírez “El Nigro -<br />
mante”, no sólo estudio su postura ideo -<br />
lógica (la cual Henestrosa conocía muy<br />
bien, ya que en 1932, ante la derrota<br />
vasconcelista, junto con Alejandro Gó -<br />
mez Arias planeó la publicación de una<br />
hoja periódica titulada El Nigromante),<br />
sino también su poesía. Dio a conocer<br />
un soneto suyo dedicado a la Virgen<br />
de Guadalupe con su artículo publica -<br />
do en Novedades: “Ignacio Ramírez,<br />
poeta” (19 de julio de 1956), lo cual,<br />
bajo el pensamiento liberal, era una apa -<br />
rente contradicción (ya que Ramírez se<br />
distinguió por su furibunda posición an -<br />
te la Iglesia), pero Henestrosa descubre la congruencia de tal hecho en dos<br />
textos también publicados en Novedades: “Retorno a Ignacio Ramírez” (8 de<br />
agosto de 1970) y “El discurso de Ignacio Ramírez” (9 de marzo de 1972) en<br />
donde señala la dicotomía de los liberales que buscaban la secularización,<br />
pero “cuando la Patria lo reclamaba, sabía sobreponerse a sus doctrinas y<br />
vencer sus naturales oposiciones”, tal y como lo señaló don Justo Sierra:<br />
“Antes de la letra está la patria”. 12<br />
11 Véase Obras completas de Ignacio Ramírez “El Niogromante”, comp. David R. Maciel<br />
y Boris Rosen, Centro de Investigación Científica Jorge L. Tamayo, México, 1984. Por su<br />
parte, los textos que Henestrosa escribió sobre Zarco fueron: “El escritor Francisco Zarco”<br />
(23 de febrero de 1956); “Un modelo de juventudes” (14 de febrero de 1957); “Los días<br />
nublados” (18 de enero de 1968); “La estatua de Zarco” (18 de diciembre de 1969); y “Zar -<br />
co, una vez más” (16 de junio de 1984). Todos ellos en Novedades.<br />
12 Consigna que Henestrosa retomó en su artículo “Primero la Patria”, en Novedades, 16<br />
de agosto de 1956. También a Sierra le dedicó varios afanes: Justo Sierra. Conversaciones,<br />
cartas y ensayos, con prólogo suyo, publicado por la SEP en 1947 en su Biblioteca Enci clo -
LO COTIDIANO DE LA HISTORIA<br />
ANDRÉS HENESTROSA, EL ÚLTIMO LIBERAL<br />
Ajeno a los retruécanos de la controversia teórica que discute si la postura<br />
liberal implicaba adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición, 13 He -<br />
nestrosa se acercó a un público lector más amplio, con el fin de difundir la his -<br />
toria de una manera agradable, anecdótica, al través de una columna diaria:<br />
“En el Museo Nacional” (18 de diciembre de 1938-27 de noviembre de 1940).<br />
Consistía en un texto literario inspirado en una pieza que se exhibía en dicho<br />
museo. Verdadera recreación de la vida cotidiana. Una manera ocurrente e in -<br />
geniosa de narrar la historia. De aquí surgieron breves y memorables textos<br />
sobre diversos episodios: el tintero de Hidalgo, una honda usada por los insur -<br />
gentes, la espada de Javier Mina, un mechón de cabello de Guerrero, el tam -<br />
bor con que se tocó al llamado al Plan de Iguala, el crucifijo de Iturbide cuando<br />
fue llevado al paredón, el sombrero de copa de Juárez y el de Tomás Mejía,<br />
la pierna de palo de Santa Anna, el fusil con que se le dio el tiro de gracia a<br />
Maximiliano, una boquilla del general Miguel Negrete, una bandera quitada<br />
a los texanos, la cartera del general Prim, la espada de Manuel Gómez Pedra -<br />
za y la pluma de Riva Palacio; así como la peineta, el abanico y los gemelos<br />
de Carlota. Años después, se hizo una selección bajo el título de Primores de<br />
lo mínimo con una portada de Francisco Toledo (1996). Textos intempora -<br />
les y agradables. Informaban, comunicaban y trascendieron hacia una verda -<br />
dera complicidad entre el autor y el lector, al mostrarles la historia como algo<br />
cercano, hecha por costumbres y tradiciones.<br />
VIAJEROS EXTRANJEROS<br />
Henestrosa rescató también a varios escritores extranjeros que, a través de<br />
sus textos, permiten una mejor comprensión de la cultura mexicana. Entre ellos<br />
a Ramón Elices Montes, quien llegó a nuestro país en 1881 con la misión de<br />
dirigir el diario El Pabellón Español. Durante su estancia recorrió el país, co -<br />
pédica Popular, número 172; la edición Páginas escogidas. Justo Sierra, también editada por<br />
la SEP en 1948; y el artículo “Páginas de don Justo”, en Novedades (2 de mayo de 1957).<br />
13 Sobre este tópico, véase el apartado “La trágica incomprensión: conservadores y libera -<br />
les”, en Edmundo O’Gorman, El trauma de la historia, CONACULTA, México, 1997.<br />
165
ALEJANDRO GARCÍA<br />
166<br />
noció y frecuentó los círculos literarios de la época y escribió en 1885 Cuatro<br />
años en Méjico. Memorias íntimas de un periodista español. Henestrosa tam -<br />
bién realizó el prólogo al Anecdotario de viajeros extranjeros en México. Siglos<br />
XVI-XX de José N. Iturriaga, publicado por el Fondo de Cultura Económica<br />
en 1988.<br />
Con su franqueza acostumbrada —“lengua afilada y certera que no per -<br />
dona jerarquías ni apariencias”, la define Adolfo Castañón—, con base en una<br />
firme postura liberal y personal, Henestrosa tuvo una fuerte crítica hacia la<br />
figura de José Zorrilla. Huésped palaciego de la corte de Maximiliano, de quien<br />
recibió obsequios y prebendas, no sólo de los emperadores, sino del pueblo<br />
mexicano y después, ante el triunfo liberal, huyó del país para escribir agrias<br />
contra México. 14<br />
A manera de epílogo, no queda más que evocar las palabras del último<br />
liberal, don Andrés Henestrosa, publicadas en la sección Agua del Tiempo<br />
(1957), en una época de andares de nostalgia pero de inmensa actualidad:<br />
“mas en Ocampo, Ramírez, Zarco, Arriaga, De la Rosa o Altamirano, la ho -<br />
nestidad fue un escudo, una meta en la conducta pública y privada, y un rigor<br />
íntimamente vinculado a la idea de que sólo con insobornable apostolado pue -<br />
den implantarse las instituciones capaces de elevar la dignidad de los pueblos”.<br />
14 En Novedades publicó “El Don Juan de Zorrilla” (29 de octubre de 1955), “Zorrilla,<br />
Pelayo y García Icazbalceta” (27 de septiembre de 1956), “Zorrilla, Pelayo y Casimiro del<br />
Collado” (29 de septiembre de 1956), “Zorrilla se va de México” (26 de mayo de 1966),<br />
“José Zorrilla del Moral” (21 de julio de 1966), “Una vez más” (4 de agosto de 1966), “Un<br />
madrigal de Zorrilla” (27 de julio de 1967), “Zorrilla, una vez más” (2 de noviembre de<br />
1967), “Zorrilla y los mexicanos” (5 de noviembre de 1970), “El poeta Zorrilla y el pintor<br />
Gallardo” (22 de junio de 1972), “El frustrado monumento a Zorrilla” (3 de noviembre<br />
de 1972), y “Zorrilla, última llamada”, en Novedades (5 de noviembre de 1983); así como<br />
“Zorrilla en México”, en La vida y la cultura en México al triunfo de la república en 1867,<br />
INBA, México, 1968.
La actualidad de la poesía escrita en Méxi -<br />
co sostiene cuando menos dos polos esté -<br />
ticos desde los cuales se reflexiona y se<br />
delínean horizontes, sesgos peculiares ante<br />
el canon o tradición nacional. No se trata<br />
de dogmas suscritos a pie juntillas, pero al -<br />
rededor de estos polos se trazan zonas de<br />
coincidencia entre comunidades de auto -<br />
res. Haciendo a un lado la reflexión erosiva<br />
del concepto de tradición, acotaré somera -<br />
mente la naturaleza de los polos estéticos<br />
a los que me refiero.<br />
Por un lado, existe una amplia zona que<br />
considera que el poema, ante todo, debe ser<br />
un registro de impecables hechuras, de cla -<br />
ros vuelos retóricos, cuya factura subjetiva<br />
afirme un Yo lírico que debe ser el<br />
portavoz de una expresión privilegiada y<br />
comunicante; es decir, el poema como ob -<br />
jeto que nos hace participar del mundo des -<br />
de la visión única, emotivísima del bardo;<br />
considera además que es adecuado, para<br />
salvaguardar el tesoro de la poesía nacio -<br />
nal, adscribirse a los ritmos y a las preocu -<br />
paciones propias que la han caracterizado:<br />
La vigilia de la aldea<br />
La hoja fresca entre la hierba que arde<br />
DANIEL BENCOMO<br />
Juan José Macías, La expansión de las cosas infinitas, Mantis Editores/Selo Sebastiao<br />
Grifo, Guadalajara, 2010, 122 p.<br />
ritmos y métrica estables y un tratamiento<br />
solemne del poema como objeto de reve -<br />
lación metafísica certera, a través de una<br />
asimilación disciplinada de lo que entendemos<br />
por tradición mexicana.<br />
Por el otro lado, la segunda amplia zona<br />
opta por cuestionar el ejercicio lírico y la<br />
imperturbabilidad del sujeto poético, des -<br />
de intuiciones que recurren a la ironía, al<br />
escepticismo, a la problematización formal<br />
e intelectual del objeto-poema, al uso de<br />
neologismos, slang e hibridación de idio -<br />
mas; todo ello remite a la estética siempre<br />
renovable y en mutación de lo que entendemos<br />
por vanguardia, aunque ya sin la<br />
pretensión de desplegarse violentamente<br />
contra una verdad anquilosada para impo -<br />
ner una por anquilosar, mediando un es -<br />
cepticismo propio de la modernidad tardía.<br />
Se opta aquí por atender a influencias dis -<br />
tintas, entre las que se distinguen poéticas<br />
estadunidenses y sudamericanas. Hay en<br />
este polo estético una apuesta por la contingencia,<br />
por lo imprevisto, por la desa cra -<br />
lización del objeto poético. Una apuesta<br />
167
168<br />
por resonancias diferentes en el poema, la<br />
aceptación de formas no perfectas, la dilu -<br />
ción de la experiencia solipsista en pos de<br />
la frescura y el desequilibrio que fracasa<br />
y, por ello, se celebra.<br />
Es cierto que durante los últimos años<br />
ambas posturas han dado lugar a una in -<br />
tensa polémica en torno a lo que debe privi -<br />
legiarse en una obra. Creo que tal polémica,<br />
cuando es bien reflexionada, no puede ser<br />
perniciosa y, además, hace patente que la<br />
idea de tradición es, en todo caso, la de un<br />
cuerpo que debe aceptar sus mutaciones,<br />
sin recurrir a posturas “humanistas” —pues<br />
todo poema es en cierto sentido inhuma -<br />
no— o a llamamientos cuasichovinistas.<br />
Creo también que la excesiva radicalidad<br />
en los postulados de los que aquí hago un<br />
esbozo pueden conducir a una práctica frí -<br />
vola y poco generosa: cada poética debe<br />
encontrar el equilibrio entre el estado de<br />
inocencia —lo dicho, lo dionisíaco— y el<br />
estado de alerta —lo apolíneo, la forma<br />
de lo dicho—, como bien entiende Edgar<br />
Bayley.<br />
Decidí este preámbulo para ubicar la<br />
obra de Juan José Macías (Fresnillo, 1960),<br />
pues ocupa un lugar peculiar en tales asun -<br />
tos: el de dar el paso a un lado y discurrir<br />
poéticamente por una senda paralela. Lo<br />
que marca una diferencia en el trabajo de<br />
Macías consiste en reencauzar la lírica ha -<br />
cia la experiencia filosófica. El segundo tre -<br />
cho de su producción poética tiene como<br />
pregunta inicial la pregunta por la pala -<br />
bra y, con ello, por el origen del hombre,<br />
si se atiende a Rilke: “Canto es existencia.”<br />
La pregunta por la palabra es una<br />
pregunta a su vez por la poesía. Sus poemas<br />
participan con serenidad de aquello<br />
que está en la base de su incursión poética,<br />
la experiencia del pensamiento. Qui -<br />
zás el mejor ejemplo de ello es el libro La<br />
expansión de las cosas infinitas.<br />
Hay un verso de Juan José al que acu -<br />
do con frecuencia: “Aquí brota arbolado.”<br />
Ese “Aquí” nos hace recordar una de las<br />
caracterizaciones que hace el filósofo ale -<br />
mán Martin Heidegger del ser humano: el<br />
hombre (o Dasein, como él lo llama) es un<br />
Aquí. Sólo el Aquí puede establecer una<br />
distancia remisiva con el mundo, diferen -<br />
cia de quien nombra con aquello a lo que<br />
nombra: un Aquí que funda en su pensa -<br />
miento un horizonte de mundo, basado en<br />
la posibilidad y en la finitud. Ser y tiempo,<br />
la obra más famosa de Heidegger, es -<br />
tá cifrada en un lenguaje fenomenológico<br />
de considerable complejidad. En ella se<br />
analiza lo que hace hombre al hombre: su<br />
capacidad de fundar un mundo sobre la<br />
tierra; y ante todo, definir al Ser ya no co -<br />
mo el sustrato estable de la tradición meta -<br />
física europea, sino pensar al Ser como<br />
acontecimiento, como suceso que se desoculta<br />
fugazmente en la palabra poética;<br />
tal desocultamiento precisa de la espera.<br />
Cito a Heidegger porque es una referencia<br />
imprescindible para Macías, que se ads -<br />
cribe a su pensamiento con frecuencia y<br />
lo alude en su producción lírica, desde un<br />
lenguaje que tiene como única arma retó -<br />
rica su limpidez y precisión.<br />
En Expansión de las cosas infinitas, el<br />
sujeto lírico no protagoniza: desde las pa -<br />
labras acerca a nuestra intuición lo que
ya no puede ser dicho. Sólo después que<br />
en la lectura de los versos hemos dejado<br />
atrás la palabra, para percibir aquel rema -<br />
nente en el silencio, es cuando al fin bri -<br />
lla el verso como corpus verbal, en un acto<br />
de refracción luminosa que se produce por<br />
vía de la paradoja:<br />
no aspiro más que a la decepción<br />
escribo para lo único ilegible: la pureza<br />
El acto puro de escribir es entonces el<br />
de incomunicar la pureza. Hacer legible lo<br />
ilegible. Lo que no tiene sentido, que es<br />
al mismo tiempo la base de todo sentido<br />
posible. Si el hombre se aísla del sentido,<br />
del darle dirección y finalidad a todos sus<br />
actos, el mundo aparece como no dispo -<br />
nible. No hay nada. El mundo no se presta.<br />
El mundo no es. He ahí su origen. Sólo<br />
el tedio nos hace comprender lo que nos<br />
constituye: en el tedio aparecen, cercanas e<br />
indisponibles, todas nuestras posibilida des:<br />
el mundo necesita una crisis de tedio<br />
el tedio es la verdadera fisonomía de la<br />
conciencia —su despertar<br />
hacia la monstruosa vacuidad del mundo<br />
ser prescindibles nos vuelve incomparables<br />
El tedio hace ser consciente y, al mismo<br />
tiempo, posible, prescindible, incompara -<br />
ble, a “ese dios insuficiente que es el hom -<br />
bre”. El tedio nos hace ser humanos; sólo<br />
padeciéndolo puede acaecer el asombro<br />
y lograr también una experiencia comple -<br />
ta. El asombro nos hace, a diferencia del<br />
tedio, sentir todas las posibilidades del pre -<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
sente, de lo que mana brillante e indis po -<br />
nible y que puede pensarse sólo como<br />
acontecimiento.<br />
Agrupados como ciclos de poemas nu -<br />
merados del uno al cero, cada poema en<br />
Expansión de las cosas infinitas nos convida<br />
con su alimento paciente, de brillo y<br />
de presencia. Los motivos que desencade -<br />
nan la poesía de este libro siempre son fun -<br />
damentales: ser humano, ser tiempo, ser<br />
palabra, ser poesía. La mayoría de los poe -<br />
mas se distinguen por su concisión, por su<br />
puntualidad, por su disposición a lo refle -<br />
xivo. En el idioma alemán la palabra con<br />
la que se nombra al poema es Gedicht, en<br />
franca relación con la partícula dicht que<br />
tiene el sentido de lo denso, lo espeso, lo<br />
concentrado. En Expansión de las cosas<br />
infinitas podemos sentir cómo cada poe -<br />
ma se convierte en un núcleo que irradia:<br />
es materia concentrada devenida concentración.<br />
Nos invita a acercar “al alma pro -<br />
pia las orejas” para escucharnos a nosotros<br />
mismos al mismo tiempo que escuchamos<br />
al mundo. No hay egoísmo. A decir de Hu -<br />
go Mujica: “Se oye lo que llega, se mira<br />
desde sí.” * Hay que aprender a escuchar,<br />
porque aguardar es la condición propicia -<br />
toria; a decir de Macías:<br />
escucha esa cascada jamás vista<br />
esa caída de agua que refresca el oído desde<br />
lejos<br />
y que permite pensar<br />
En este libro no escuchamos a un<br />
* Hugo Mujica, “Orfeo”, en Poéticas del<br />
vacío, Trotta, Madrid, 2010.<br />
169
170<br />
poeta que nos quiere decir qué tan altamente<br />
vive su “yo” el mundo. Escuchamos<br />
a alguien que escucha. Cada poema funda<br />
un lugar desde el cual el mundo se sabe,<br />
se cree, se crea intenso. Tal lugar se lla -<br />
ma siempre sensación, se llama mundo,<br />
pero se llama también uno mismo.<br />
puedes imaginarte la playa o puedes pensar<br />
el desierto<br />
ahora imagina un grano de arena<br />
fuera de estos amplios y profusos recintos<br />
un único grano de arena existiendo<br />
en no se qué confines<br />
un pajar por ejemplo<br />
donde suelen alojarse las agujas<br />
un único grano de arena —¿puedes verlo?—<br />
y estás creando el mundo nuevamente<br />
La única complejidad formal que admi -<br />
te es, como decíamos, la de la precisión;<br />
distante también del solipsismo lírico, el to -<br />
no y los registros de Juan José Macías col -<br />
man las frondas de su árbol genealógico,<br />
el cual crece en el diálogo con poetas co -<br />
mo Silesius, Leopardi, Hölderlin, Rilke y el<br />
Eliot de Los cuatro cuartetos; pero sobre<br />
todo con los poetas que, a cierto contra -<br />
rritmo de la actualidad poética argentina,<br />
han germinado la semilla de lo esencial en<br />
su poesía: Antonio Porchia, Roberto Jua -<br />
rroz y Hugo Mujica —los dos primeros son<br />
incluso el motivo principal de otro más re -<br />
ciente libro de ensayos de Macías, La expe -<br />
riencia del pensar. Distante de las poéticas<br />
que asumen con riesgos estilísticos la tardomodernidad,<br />
Juan José Macías se aleja<br />
también con paulatina constancia de la es -<br />
cuela zacatecana, de esa figura señera de<br />
exquisito lirismo que es Ramón López Ve -<br />
larde. Y se hace cercano, casi íntimo, con<br />
un poeta potosino que, sabemos, ha leído<br />
con toda atención y amistad poética. Me re -<br />
fiero a Félix Dauajare. Con estrecha cercanía,<br />
en los versos de Juan José vibra un<br />
íntimo acompañarse con los versos de Daua -<br />
jare, tal en uno de los últimos poemas del<br />
potosino: “me falta solamente asentar / una<br />
palabra inexpresable”. * A fin de cuentas,<br />
ambos son poetas que buscan un lugar, el<br />
único viable para ellos, a saber: el de pensar<br />
una lejanía y tornarla algo profundamente<br />
cercano.<br />
hacia donde camina la música del piano<br />
o más bien se extingue su remanente de<br />
sonido<br />
(...)<br />
más allá de donde los minutos se extravían<br />
en tanto las horas duermen<br />
(...)<br />
supongamos que hay una hoja fresca de<br />
eucalipto<br />
perdida entre la hierba seca.<br />
La obra poética de Juan José Macías<br />
no busca los reflectores, está hecha de in -<br />
tensidad y espera; es como las piedras que<br />
saben esplender en la cerrada noche con<br />
la tenue luz.<br />
* Félix Dauajare, Cuadernos de memoria<br />
y cenizas, Ediciones NOD, SLP, 2000. Toda<br />
la obra poética anterior de Dauajare se reúne<br />
en La vida del relámpago, Verdehalago, Mé -<br />
xico, 1995.
Poner en crisis la memoria<br />
ALEJANDRO BADILLO<br />
Álvaro Enrigue, Decencia, Anagrama,<br />
España, 2011, 228 p.<br />
La novela de la Revolución Mexicana fue<br />
influencia decisiva para varias generacio -<br />
nes de escritores que crecieron bajo su co -<br />
bijo y que usaron su experiencia en el frente<br />
de batalla o en la política para construir<br />
sus obras. El reflejo de la Revolu ción en la<br />
literatura abarcó aspectos como la denun -<br />
cia social, la biografía, la novela de costumbres<br />
o de aventuras. Sin embargo, al<br />
paso de los años, este movimiento literario<br />
fue perdiendo frescura sobre todo por la<br />
apropiación de los ideales y del discurso re -<br />
volucionario por la estructura política del<br />
partido en el poder. Como sucedió en los<br />
Estados totalitarios, el gobierno mexicano<br />
influyó decisivamente en la creación artís -<br />
tica pero al mismo tiempo condujo la escri -<br />
tura a un callejón sin salida: censura oficial<br />
y repetición de modelos que, en un inicio,<br />
habían dado resultados. La construcción de<br />
“lo mexicano” se transformó en un discur -<br />
so de legitimación unidimensional que abar -<br />
có no sólo las letras sino también el teatro,<br />
la pintura y el cine. De entre las obras que<br />
trascendieron el tiempo destacan las de<br />
Martín Luis Guzmán, Rafael F. Muñoz y,<br />
sobre todo, la de Mauricio Magdaleno,<br />
cuya novela El resplandor —lejos de sen -<br />
timentalismos o posiciones maniqueas—<br />
construye una trama inteligente que de -<br />
semboca en una tragedia de la que nadie<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
sale indemne. Hablo de estos anteceden -<br />
tes ya que la Revolución Mexicana es la<br />
fuente de la que abreva Decencia, de Álva -<br />
ro Enrigue (México, 1969), una nueva apro -<br />
ximación al movimiento armado y a sus<br />
ramificaciones que trastocaron vidas y des -<br />
tinos. Enrigue parte con las apuestas en<br />
contra por el reto de encontrar una nueva<br />
arista, una vuelta de tuerca que aporte al -<br />
go distinto a una larga genealogía de obras;<br />
algo que convenza al lector de que está<br />
frente a una novela que pone en crisis la<br />
narrativa de la Revolución. Los autores con -<br />
temporáneos, a falta de experiencia vital<br />
sobre los acontecimientos, buscan el so -<br />
porte de sus obras en la documentación,<br />
en una mirada crítica o en una estética que<br />
revitalice el tema. Está el caso de Pedro<br />
Ángel Palou, cuyas novelas históricas se ba -<br />
san en una reconstrucción documentada<br />
con minucia en archivos y materiales de<br />
referencia que, en ciertos momentos, terminan<br />
por abrumar la trama. También des -<br />
taca Fernando del Paso, quien en Noticias<br />
del imperio, además de la investigación,<br />
crea un mundo basado en el deslumbra -<br />
miento del lenguaje. Enrigue, al contrario<br />
de estos autores, plantea su juego sin recu -<br />
rrir a los archivos y con una prosa cuya sol -<br />
vencia radica en el ingenio de las frases,<br />
en el ritmo de los diálogos y en un cúmulo<br />
de adjetivos engarzados a la perfección. El<br />
juego del tiempo y el intercambio de voces<br />
que fluyen del pasado al presente son los<br />
otros elementos en los que Decencia se<br />
basa. La Revolución Mexicana aparece, es<br />
cierto, como detonante e influye de alguna<br />
forma en el destino de los personajes pero<br />
171
172<br />
no desborda la trama, no es una gran épi -<br />
ca, sólo transcurre, avanza en un tono me -<br />
dio cuya función es encadenar sucesos<br />
hasta la última línea.<br />
Con estas referencias, el lector se in -<br />
terna en dos historias: una cuenta, en tercera<br />
persona, la historia de Longinos, un hombre<br />
adinerado que, en los años setenta, es<br />
secuestrado por un comando de izquierda<br />
que busca una buena suma de dinero por<br />
su rescate; la otra, narrada en primera per -<br />
sona, es la voz del mismo personaje que<br />
recuerda su niñez en Guadalajara, el en -<br />
cuentro de su familia con el movimiento<br />
revolucionario y sus amores con la Flaca<br />
Osorio, mujer de su socio en el florecien -<br />
te mercado del tequila. La novela se defi -<br />
ne, a grandes rasgos, por el movimiento<br />
de ambas historias que transcurren paralelas<br />
y que de vez en cuando tienen algu -<br />
nos puntos de contacto. La lectura avanza<br />
y Longinos rememora las dificultades de<br />
su familia para pactar con la turba armada,<br />
jugando un papel ambiguo ante fe de -<br />
rales y revolucionarios para rescatar lo más<br />
posible frente a la desgracia. La otra tra -<br />
ma se concentra en el secuestro y en la<br />
relación de la víctima con el comando in -<br />
tegrado por una madre y sus dos hijos que<br />
buscan que la esposa de Longinos ofrezca<br />
un buen rescate. La primera historia pre -<br />
tende ser el marco para la crítica de un<br />
movimiento revolucionario que con el tiem -<br />
po se pervirtió y, la segunda, una recapitu -<br />
lación de la izquierda militante que usó los<br />
métodos de la guerrilla para presionar al<br />
poder priista en los años de la “guerra su -<br />
cia” en México.<br />
Analizando estas dos intenciones,<br />
queda claro que Decencia está a medio ca -<br />
mino de una crítica al sistema político me -<br />
xicano y a la clase revolucionaria que traficó<br />
con el poder en las siguientes décadas. El<br />
narrador que rememora pasa lista a sus re -<br />
cuerdos pero la violencia de la Revolución<br />
es apenas el telón de fondo para contextualizar<br />
las anécdotas que se hilvanan. En<br />
efecto, hay sucesos históricos identificables<br />
pero cualquier asomo de crítica es filtrado<br />
por la frase afortunada, la sentencia ingeniosa<br />
que late página a página y conduce<br />
la escritura a una atmósfera tersa, donde el<br />
lector esboza una sonrisa que se mantiene<br />
hasta otro descubrimiento. En términos<br />
generales, la novela no plantea una crisis,<br />
un camino sin retorno como el que condensa<br />
el “¿En qué momento se jodió el<br />
Perú?”, de Mario Vargas Llosa, en Con -<br />
versación en la catedral. El autor, antes de<br />
construir una trama donde los personajes<br />
se confronten con su entorno y reten desde<br />
ahí al lector, limita su escritura al recuerdo,<br />
al mundo íntimo que, si ignoramos algu -<br />
nos detalles, podría suceder en otro tiempo<br />
y espacio. En vez de la crisis y el riesgo<br />
que implica, Enrigue parece apresurado<br />
por engarzar otra acción, un nuevo diálo -<br />
go, un nuevo elemento para describir o para<br />
regodearse con sus sentencias que trans -<br />
curren en calma hasta la última página.<br />
Otro elemento que impide que Decen -<br />
cia se separe del resto de novelas históricas<br />
es la falta de innovación en el planteamien -<br />
to. Si prescindimos del juego de voces nos<br />
quedamos con una obra resuelta técnicamente<br />
pero cuyas bases no subvierten la
novela tradicional cuyo objetivo es pasar<br />
lista a los detalles, pulir diálogos hasta vol -<br />
verlos atractivos y el infaltable esbozo de<br />
la época: cabarés, pistoleros que recuerdan<br />
con nostalgia cuando los hombres tenían<br />
palabra, Agustín Lara tocando el piano, la<br />
ciudad de México en pleno desarrollo eco -<br />
nómico. Como apunta la reseña de Eduar -<br />
do Huchín Sosa para la revista Letras Libres:<br />
“es una vuelta a la novela tradicional, se<br />
diría que incluso decimonónica”.<br />
La poca tensión en la novela se evidencia<br />
además por la ausencia de una anéc -<br />
dota fuerte que sirva de andamiaje y que<br />
dé fuerza a los sucesos relatados. Quizá por<br />
esto, a pesar de la sucesión cronológica,<br />
las acciones parecen dispersas. Sobresale<br />
esto por la intención del autor, pues su in -<br />
terés no es plantear una atmósfera o una<br />
colección de elementos intrascendentes,<br />
sino capturar al lector a partir de la peripe -<br />
cia y la anécdota. Donde más se destaca<br />
esta sucesión de escenas para lograr un<br />
avance en la historia sin profundizar en los<br />
personajes es en el periplo de Longinos con<br />
sus secuestradores. La relación pasa de una<br />
aparente violencia a una camaradería, a gra -<br />
do tal que la víctima termina intercediendo<br />
por ellos a través de sus relaciones. En es -<br />
te aspecto la reflexión del secuestrado y<br />
sus captores es escasa, incluso el contexto<br />
casi desaparece por completo: no hay mo -<br />
tivaciones políticas más allá del dinero, no<br />
sabemos las relaciones de los secuestrado -<br />
res con movimientos de izquierda, entre<br />
otras omisiones. Todo se sostiene en la frá -<br />
gil línea del ingenio que pronto se disuelve<br />
en un humor que no alcanza a la parodia y<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
que naufraga en una caricatura de los acto -<br />
res que parecen sufrir un “síndrome de Es -<br />
tocolmo” involuntario.<br />
Como apunte final señalaré las políti -<br />
cas editoriales en la redacción de las contra -<br />
portadas: no es un secreto que en la mayor<br />
parte de los casos abundan la desmesura<br />
y los lugares comunes. Es excesivo en es -<br />
te caso el comentario a Decencia: “Es al<br />
mismo tiempo un bildungsroman subvertido<br />
por el caos en la experiencia recobrada<br />
y una road novel que dura cien años.”<br />
La primera afirmación es endeble por la tra -<br />
dición que significa la bildugsroman, pues<br />
la obra de Enrigue carece del conflicto, el<br />
desarrollo psicológico o el rito de iniciación<br />
que refleje el crecimiento del personaje<br />
principal que es significativo en novelas co -<br />
mo Los años de aprendizaje de Wilhelm<br />
Meister, de Goethe; Bajo la rueda, de Her -<br />
man Hesse, o Retrato del artista adolescen -<br />
te, de James Joyce. Incluso está lejos de<br />
novelas mexicanas que se acercan un po -<br />
co más al modelo como Gazapo o La tumba,<br />
de Gustavo Sáinz y José Agustín, respectivamente.<br />
La segunda afirmación, a pe -<br />
sar de ser más flexible por la connotación<br />
cinematográfica, también implica un reco -<br />
rrido lineal donde existe un aprendizaje<br />
o cambio notorio, sin embargo en Enri gue<br />
sus personajes no están sujetos a una trans -<br />
formación y su evolución es limitada. Al<br />
acabar de leer Decencia se tiene la impre -<br />
sión de abandonar unas páginas en el lim -<br />
bo, en medio de la parodia, la revisión<br />
histórica y la aventura. Hay personajes in -<br />
volucrados en la Revolución Mexicana, hay<br />
anécdotas sobre las familias que tuvieron<br />
173
174<br />
que pactar con los jefes revolucionarios,<br />
hay un viejo secuestrado, un recuerdo de<br />
época en la provincia y en la ciudad de Mé -<br />
xico, pero nada más.<br />
Temple de alto octanaje<br />
VÍCTOR CABRERA<br />
Francisco Martínez Negrete, El temple,<br />
Ediciones sin Nombre, México, 2011, 120 p.<br />
Hace algunos años, en un ensayo cuya ma -<br />
teria central no alcanzo a recordar, Eduar -<br />
do Uribe elucubraba sobre la naturaleza<br />
posible de las conversaciones entre Joyce<br />
y Beckett. Conjeturaba el poeta, en aquellos<br />
párrafos, que, tocadas por el espíritu<br />
de la amistad o de la mera camaradería,<br />
las charlas entre ambos escritores debían<br />
de haber transitado entre la trascendencia<br />
y la banalidad, dibujado su periplo de<br />
las elevadas cimas de la cultura universal<br />
a los barriobajeros sótanos de la vulgaridad<br />
de los pubs dublineses.<br />
Como las hipotéticas charlas amistosas<br />
imaginadas por Uribe, la poesía de Francis -<br />
co Martínez Negrete conoce esos extremos<br />
complementarios del discurso que se (con)<br />
funden en una masa verbal notoriamente<br />
vital, por visceral, y notablemente honesta,<br />
por directa y descarnada, que con trasta,<br />
por oposición, con la corrección de cierta<br />
poesía mexicana escrita por sus con tempo -<br />
ráneos. Es Martínez Negrete, en este senti -<br />
do, un outsider de nuestras letras, un sub -<br />
terráneo a base de congruencia (no im por -<br />
ta si se comulga o no con ella) entre lo que<br />
vive, piensa y escribe. Esa congruen cia exis -<br />
tencial y literaria queda ahora, una vez más,<br />
de manifiesto en las páginas de El temple.<br />
Como los anteriores poemarios del au -<br />
tor, El temple es también un libro extraño,<br />
caprichoso, sin asideros visibles ni unidad<br />
formal o temática aparentes, como no sea<br />
la que le confiere el yo poético que cohesiona<br />
y da coherencia al conjunto de poemas,<br />
el sujeto común a cada uno de éstos:<br />
Paco Martínez Negrete. El temple es, así,<br />
un libro múltiple, o mejor: mutante. Cam -<br />
bia y recomienza de uno a otro poema, en<br />
cada verso se desploma para ofrecernos,<br />
enseguida, el espectáculo de erigirse nue -<br />
vamente, merced a sus potencias lingüísti -<br />
cas y emocionales, hasta alcanzar la altura<br />
vertiginosa de las revelaciones que duelen<br />
al enunciarse: “Apenas una línea para de -<br />
cir amor / el horizonte arde / en la tarde<br />
azulenca en desbandada / me deja entre las<br />
ruinas humeantes de mi vida / entre pecho<br />
y espalda —corazón— / ahí donde sabía -<br />
mos que nada quedaría / que no fuese<br />
calcinado por la llama.”<br />
Entre muchos libros posibles, El temple<br />
es, primero y sobre todo, un libro de<br />
amor, una celebración (anómala, paradó -<br />
jica) en la que, como en algunos de los<br />
poemas más célebres del Siglo de Oro, el<br />
goce es una antesala de la ruina, del olvido,<br />
del desconocimiento del ser amado:<br />
“Nada hubo más / que aquello que nos<br />
diéramos / sin saber que nos dábamos / a<br />
la fruición del tiempo / que todo lo devo-
a / desintegra / olvida…” Y del dolor que<br />
heredan sus cicatrices: “Y tanto amor pa -<br />
ra llegar a esto / a este andén a esta despedida<br />
/ para siempre jamás… / Hoy que<br />
comenzamos a vernos como extraños.”<br />
“Incómodo aguafiestas en la casa del<br />
amor”, muy pronto, desde el primer poe -<br />
ma del libro, Martínez Negrete pone de ma -<br />
nifiesto una noción que contradice cualquier<br />
idea sensiblera o francamente cursi: el amor<br />
guarda un “tufillo a requesón ba rato”, es<br />
la moneda de caras repetidas de un volado<br />
en el que alguien (todos) siempre pierde.<br />
Es eso, finalmente: una pérdida que vuel -<br />
ve la dorada felicidad de ayer bisutería,<br />
fantasmagoría. En esa tóni ca del discurso<br />
amoroso, el lenguaje es un paliativo al dolor,<br />
una tabla de salvación contra la muerte y<br />
el olvido: “¡Y los mal ditos poemas para<br />
qué?”, se pregunta el poeta antes de respon -<br />
der: “para arrancarle al tiempo la belleza /<br />
y detenerla tré mula un instante”. Refuta -<br />
ción del silencio, las palabras abren heridas<br />
paradójicas que nos alivian de la ausencia.<br />
Al fijar en el tiempo el instante trémulo<br />
de la plenitud, al arrojarse a su vacío colmado<br />
de lengua je, la poesía, sugiere el poe -<br />
ta, nos salva de la muerte: “…pensando<br />
seriamente / en sal tar / al vacío pero / me<br />
gana la pasión por el poema / y una / vez /<br />
más / la poesía me salva el pellejo”.<br />
En otro nivel, El temple puede leerse<br />
como una oda urbana, un canto al no-lu -<br />
gar y sus esquinas, un catálogo de los mar -<br />
ginales y oscuros que las pueblan. En este<br />
sentido, dos poemas, me parece, conforman<br />
el centro vital de este libro: en primer lugar<br />
“Freak show”, delirante inventario de cria -<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
turas adictas a su miseria existencial, tera -<br />
pia de choque de la escoria caída en el fragor<br />
de la batalla contra la aliena ción individual<br />
y la excesiva carga de ser, celebración y<br />
denuesto de los paraísos ar tificiales:<br />
Tras de cortar cartucho insisto en que la<br />
droga está de pocamadre (—el jodido fui<br />
yo— recalco receloso calibrando el sentido<br />
de la frase) y me lanzo tendido en una<br />
perorata tornada apología ferviente del atas -<br />
que (pienso en Coleridge Shelley Baude -<br />
laire y Rimbaud):<br />
El ajo y sus vislumbres mercuriales el<br />
opio y su dulzura trepidante la brutal cla -<br />
ridad del peyotazo la aguda percepción<br />
chamánica-jolística-ego-desinfladora del de -<br />
rrumbe serrano la buena calidad del chu -<br />
rro azteca el amargo sopor del nembutal<br />
el corazón sensual de la tachuela las vi -<br />
siones infinitas del san pedro la telaraña<br />
astral de la ayahuasca el patadón de mu -<br />
la —puro hirviente placer— de la tecata<br />
arponeada…<br />
Luego viene el bajón de la prendida fiesta<br />
desciendo al albañal: la huida de la<br />
novia y los amigos la oscura soledad del<br />
apestado el descenso cabal al inframundo<br />
la música funérea que deja lo perdido las<br />
sombrías presencias de ultratumba el deli -<br />
rio y su roedor aleteo de cristales la caída<br />
en la horrenda bocaza del vacío la desintegración<br />
en la locura (derretido cerebro/<br />
corazón chamuscado)…<br />
En segundo lugar, destaco “Gasoline -<br />
ra”, poema mecánico-amoroso de altísimo<br />
octanaje en el que, como un redivivo y de -<br />
senfadado Álvaro de Campos, el poeta con -<br />
templa desde su ventana ya no el estanco<br />
175
176<br />
de su incertidumbre ni “el carro de todo<br />
alejándose por el camino de nada”, sino el<br />
local combustible de donde nacen el orden<br />
y el caos de las ciudades y, en última ins -<br />
tancia, el combustible purificado del amor:<br />
“y de noche fosforece como un faro / y es<br />
promesa de santuario a los perdidos / de ki -<br />
lometraje a las exhaustas gargantas / de los<br />
carburadores que han andado / muertos<br />
de sed la noche interminable / expendio de<br />
vida y especie de hospital / da neuma a las<br />
llantas deprimidas / aceite al ponchis pon -<br />
chis de pistones y engranes / claridad a los<br />
cristales empañados / de los autos que lle -<br />
gan enfermos de amor / —como yo a tus<br />
brazos”.<br />
Hace unos meses, en un artículo sobre<br />
el incómodo Louis-Ferdinand Celine, J.M.<br />
Servín rescató estas líneas que el mismísi -<br />
mo León Trotsky escribiera a propósito de<br />
Viaje al final de la noche: “a través de este<br />
estilo rápido, que pudiera parecer descui -<br />
dado e incorrecto, apasionado, vive, brota<br />
y palpita la verdadera riqueza de la cultu -<br />
ra francesa (…) Este artista sacude de arri -<br />
ba abajo el vocabulario de la literatura<br />
francesa”. Podríamos decir algo similar de<br />
Paco Martínez Negrete, quien al renunciar<br />
a la exactitud semántica, a manierismos va -<br />
cuos y efectistas, a la corrección del discurso<br />
políticamente hipócrita, confiere a su<br />
poesía una fuerza inusitada en nuestro, mu -<br />
chas veces, pacato panorama poético. Ma -<br />
nual de sobrevivencia física y anímica o<br />
mapa que al desplegarse señala las cumbres<br />
y las simas profundas del alma, El<br />
temple es, ante todo una muestra contun -<br />
dente de vigor verbal y pasión por la poesía.<br />
Un espacio donde nada florece<br />
HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ<br />
Geney Beltrán Félix, Cartas ajenas,<br />
Ediciones B, México, 2011, 144 p.<br />
Me había propuesto escribir estas líneas ha -<br />
cía un par de semanas cuando leí Cartas<br />
ajenas, sin embargo la intrusión de mi ma -<br />
dre en mi biblioteca me impidió regresar<br />
a algunos fragmentos, revisar ciertas líneas<br />
y releer como se necesita para poder es -<br />
cribir algo coherente. Ahora que lo tengo<br />
en mi escritorio, después de que me lo han<br />
devuelto habiéndolo leído de cabo a rabo,<br />
y que he podido pensar un buen rato, lo pri -<br />
mero que se me podría ocurrir es la pregunta<br />
acerca de ¿qué sentido puede tener<br />
escribir una novela sobre cartas, precisamente<br />
en este tiempo de correos electró -<br />
nicos y redes sociales, estas herramientas<br />
que hacen de la comunicación un asunto<br />
acelerado y trepidante? También me puse<br />
a reflexionar sobre qué tipo de personali -<br />
dad es la de Marioralio, un personaje de<br />
nombre inusitado, pero que puede resultarnos<br />
un tanto familiar. Y, antes de respon -<br />
der a mi primera pregunta, veo en el diario<br />
El País que la editorial francesa Grasset<br />
está a punto de sacar al mercado las Le -<br />
ttres à Hélène [Ryttman](“Cartas a Hele -<br />
na”), del filósofo francés Louis Althusser.<br />
Como se sabe, uno de los maestros del ma -<br />
terialismo histórico, quien, presa de un<br />
arranque que lo encegueció, mató a su com -<br />
pañera Hélène Ryttman para poco tiempo<br />
después entregarse a la policía. La noticia
fue muy sonada por aquel entonces e in -<br />
cluso dio carne a los fariseos que nunca<br />
tuvieron argumentos contra sus ideas para<br />
vilipendiar contra la enorme personalidad<br />
de Althusser. Por otro lado, me encuentro<br />
que, no hace mucho, nuestro FCE publicó<br />
la Correspondencia (1951-1970) de Paul<br />
Celan con Gisèle Celan-Lestrange. Ambas<br />
correspondencias, compuestas de los se -<br />
cre tos, complicidades, confesiones, mues -<br />
tras de afecto, proyectos a realizar entre<br />
estas parejas, fueron el preámbulo a sendas<br />
tragedias, aquella de Althusser y el suici -<br />
dio de Paul Antsche, llamado Celan. Lo<br />
cual me orilla a volver a replantearme la<br />
pregunta, pero de una forma más amplia:<br />
¿Por qué en el siglo de los correos electró -<br />
nicos y las redes sociales siguen interesan -<br />
do las correspondencias ajenas? Ahora sale<br />
la palabra correspondencia con su peso se -<br />
mántico que marca una “relación” o una<br />
“comunicación realmente existente”. És -<br />
te es el punto de partida, a mi modo de ver,<br />
para leer Cartas ajenas, obra que tiene lu -<br />
gar a partir de una transgresión a una co -<br />
rrespondencia ajena.<br />
Su protagonista es uno más de los cien -<br />
tos de miles de burócratas que sobrevive<br />
gracias al Estado; ese tipo de personas que<br />
siempre es vilipendiada por los tecnócra -<br />
tas, o por aquellos que se sienten empresa -<br />
rios en potencia, los que arengan con la<br />
competitividad y la optimización de recur -<br />
sos que, según ellos, tendrían que destinar -<br />
se a la eficiencia, y no a la manutención de<br />
la escoria burocrática. En un inicio había<br />
concebido a Marioralio como el Agrimen -<br />
sor de Kafka o como un heterónimo de Pe -<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
ssoa, sin embargo éstos tenían la certeza<br />
de que el Leviatán no tendría prisa en des -<br />
hacerse de ellos. Todo lo contrario de Ma -<br />
rioralio pues, en pocas palabras, él es un<br />
ser enquistado en los circuitos del neoli -<br />
beralismo, un ser destinado a desaparecer.<br />
Sin embargo, en medio de la monotonía<br />
de las oficina de correos, Marioralio inten -<br />
ta un acto de transgresión que va a cambiar<br />
su vida, ¿para bien o para mal?, es una cues -<br />
tión que no nos toca abordar; el hecho es<br />
que su curiosidad lo hace entrar en un mun -<br />
do de enredos, lo hace partícipe de un cam -<br />
po donde lo resbaloso de la realidad lo va<br />
impregnando con sentimientos desagrada -<br />
bles y, lo peor de todo, con la constatación<br />
fehaciente de que los personajes con los que<br />
se va encontrando en esa dinámica están<br />
igual o más vacíos que él, igual o más so -<br />
los que él y que son igual o más miserables<br />
que él mismo. Cuando veía los rasgos del<br />
personaje, me venía a la mente el Meur -<br />
sault de Camus, aquel tipo que le daba igual<br />
casarse o no, tener un ascenso o no, asesi -<br />
nar o no. Sin embargo, en Marioralio en -<br />
contré más soledad y más mezquindad en<br />
torno suyo que en las páginas de L’étranger<br />
(1942), porque a diferencia del argelino,<br />
el personaje mexicano (?) no tenía señales<br />
de que afuera de su solitaria intimidad hu -<br />
biera signos de ternura, de fra ter nidad o<br />
de amor. La voz narrativa de Cartas ajenas<br />
impregna las páginas de una sensa ción aso -<br />
ladora, concibe un mundo sin espe ranza y<br />
mete al lector jaloneándolo del cuello de la<br />
camisa a este espacio donde nada florece.<br />
Más allá de esto, de su personaje tan ais -<br />
lado y su acto de transgresión, está la tra -<br />
177
178<br />
ma. Una trama que por momentos se codea<br />
más con el cine de Hitchcock que con la<br />
exangüe corpulencia de las novelas contem -<br />
poráneas. Atisbos de La ventana indiscre -<br />
ta, de Vértigo o incluso de Trama ma cabra<br />
surgen a medida de que avanzan las pági -<br />
nas. Lo cual me permite pensar que el tiem -<br />
po en que se escribió la obra fue antecedido<br />
por otro tanto de reflexión, premeditación,<br />
alevosía y ventaja, de la misma manera que<br />
las historias que valen la pena ser contadas<br />
son planeadas. No dudaría que detrás de es -<br />
ta novela existieran previamen te algún tipo<br />
de mapas, entrevistas con gente del gremio,<br />
esquemas, fichas de los personajes, notas<br />
y anotaciones a manera de bocetos de los<br />
diálogos, que terminarían redundando en<br />
un ritmo narrativo que in flige al lector el<br />
sentimiento de experimen tar lo ominoso.<br />
Sobre el estilo, me permitiré una analo -<br />
gía con el estilo del pugilato. Después de<br />
haber leído Habla de lo que sabes (Jus,<br />
2009), libro de relatos del mismo autor,<br />
puedo decir que la pluma de este libro ha<br />
ganado piernas: es más ágil y más certera.<br />
De momentos, se percibía que en los relatos<br />
anteriores el estilo se quedaba en las cuer -<br />
das, jugaba un tanto con su suerte y se de -<br />
jaba alcanzar por lo ralentizado del bending<br />
(flexionar). En cambio en esta no vela el na -<br />
rrador da pasos certeros, cuida las metáfo -<br />
ras al punto que se percibe una experiencia<br />
con la escritura que sólo la da el propio tra -<br />
bajo frente al espejo en el gimnasio o al<br />
teclado y la pantalla. Es di fícil escapar de<br />
este libro, incluso su rit mo exige un atención<br />
particular, no es una lec tura para rea -<br />
lizar mientras uno come o es cucha música,<br />
porque su modulación es aquella de quien<br />
nos dice un secreto al oí do. Así de exigen -<br />
te es la obra de la que ha blamos.<br />
Cabe hacer una breve digresión, no pa -<br />
ra escapar, sino para profundizar en el asun -<br />
to del estilo. Pues por una extraña razón, se<br />
ha abundado en el error de pensar que no<br />
hay mejor halago para definir un estilo na -<br />
rrativo que llamarlo “prosa poética”, como<br />
si en el entendido de que, al ser superior<br />
el verso a la prosa, o más difícil de escri -<br />
bir (como dicta el Diccionario de lugares<br />
comunes de Flaubert), esta última —me -<br />
diante un esfuerzo denodado— alcanzara<br />
a rozar la cúspide del Monte Parnaso.<br />
Efectivamente, en gran medida, y de<br />
esto ha tratado Reyes en su Deslinde, lo<br />
poético siempre es algo que no llega a ser<br />
poema, que se queda en una especie de<br />
aproximación, impregnamiento que hace<br />
referencia o que sugiere, pero que por na -<br />
da del mundo es el poema. Pero que —sea -<br />
mos claros— el estilo narrativo no necesita<br />
reflejar en su composición los logros de la<br />
poesía, y que, al contrario, al traerlos a<br />
cuento desdora el arte narrativo más que<br />
bruñirlo. Sin embargo, en esta obra no de -<br />
bemos cometer tal gazapo, la prosa que<br />
teje la obra no es poética (¡gracias a Dios!),<br />
es simplemente exacta. Con una exactitud<br />
que se permite arrojos como el de trastocar<br />
toda lógica precedente y, por algunos<br />
capítulos, cambiar el ritmo: algo así como<br />
si después de estar escuchando un vals de<br />
Strauss empezaran a entrar los acordes<br />
de una melodía de redova o un corrido, pa -<br />
ra regresar después a la cadencia austriaca.<br />
Cartas ajenas es atractiva y arriesgada,
incluso, puede ser demasiado arriesgada<br />
para ciertos lectores, aquellos que buscan<br />
algo que Daniel Sada llama la “escritura<br />
mema”, porque Geney se va por el nocaut<br />
y juega en el último tramo de la novela con<br />
sus propias reglas —escribo “juega” en tan -<br />
to que trampea, engaña y busca concesiones—<br />
cuyo resultado es la deliberada<br />
descomposición de la realidad. Es decir,<br />
a medida que su personaje va tocando el<br />
fondo de la experiencia, y a la vez de un es -<br />
tado mental, el lector puede presentir una<br />
suerte de desquiciamiento, una corrosión<br />
del lenguaje que se amalgama con la oxida -<br />
ción de la trama. Hay en las últimas páginas<br />
una descomposición o desvirtuación que<br />
se percibe en algunos momentos. Pensaría<br />
un poco en logros del Sabato más osado,<br />
de un Onetti rodeado de jeringas de mezcalina<br />
o de un Dostoievski desdoblándose<br />
y percibiendo el divorcio entre su versión<br />
de la realidad y la realidad misma, tal y<br />
como debieron sentir Althusser al aflojar la<br />
corbata que le arrancó el aliento a Hélène<br />
o el restallar del cuerpo de Celan al sentir<br />
la brevísima resistencia de las aguas del Se -<br />
na. Y se me ocurre que la intromisión de<br />
Marioralio en las correspondencias ajenas<br />
es debido al mismo móvil que mueve al lec -<br />
tor contemporáneo a adquirir y leer los<br />
epistolarios de sus autores, la cual radica<br />
en una profunda soledad y a la terrible ace -<br />
dia que contiene la vida, respirable en las<br />
páginas de esta primera novela de Geney<br />
Beltrán Félix. Por lo cual solamente diría,<br />
como en los depósitos radiactivos: Cartas<br />
ajenas es material inflamable: manéjese cui -<br />
dadosamente.<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
Ciencia y belleza<br />
HÉCTOR M. SÁNCHEZ<br />
Malva Flores, El ocaso de los poetas<br />
intelectuales y la “generación del desencanto”,<br />
Universidad Veracruzana, Xalapa, 2010, 228 p.<br />
Dos son los principios articuladores que,<br />
casi con igual fuerza, aparecen en El oca -<br />
so de los poetas intelectuales, y dos, por<br />
tanto, las perspectivas desde las que te -<br />
nemos que acercarnos a cada uno de ellos,<br />
a fin de poder comprenderlos con mayor<br />
exacti tud: por una parte, me refiero a la<br />
vertien te de este ensayo que se encuentra<br />
orientada hacia la producción de cierto co -<br />
nocimien to científico y, por otra, a la que<br />
está orien tada hacia la búsqueda de la be -<br />
lleza artística —otra forma de conocimien -<br />
to, por lo demás.<br />
En cuanto a su dimensión científica, hay<br />
que decir, como primer punto, que El oca -<br />
so… se encuentra dividido en dos seccio -<br />
nes: una de carácter sociológico (“El ocaso<br />
de los poetas intelectuales”, pp. 19-80), y<br />
otra en la que más bien se echa mano de<br />
la investigación literaria (“La generación<br />
del desencanto”, pp. 81-195). La hipótesis<br />
defendida por el libro puede resumirse<br />
de la siguiente manera: a partir de la re -<br />
presión oficial, en México, a los movimien -<br />
tos estudiantiles de 1968 y 1971, los poetas<br />
de esa generación (nacidos entre 1943 y<br />
1955, aproximadamente) o, mejor dicho,<br />
los poetas vinculados como generación por<br />
ese par de coyunturas, dejaron de pronun -<br />
ciarse (críticamente), salvo contadas excep -<br />
179
180<br />
ciones, acerca de situaciones extralitera -<br />
rias (políticas, económicas, sociales, etc.),<br />
como sí había venido sucediendo en Méxi -<br />
co ya desde el siglo XIX, y se concentraron<br />
exclusivamente en escribir poesía (“Pró -<br />
logo”, pp. 11-15) —pero, ¿qué clase de<br />
poesía?, apunta Malva Flores (pp. 15-18),<br />
pregunta que ya me genera ciertas suspicacias,<br />
de las que, sin embargo, hablaré<br />
más adelante; por ahora, pongámoslas a un<br />
lado—. La propuesta de trabajo (hasta an -<br />
tes de la pregunta) me resulta, así, bastante<br />
clara y, más aún, increíblemente atractiva;<br />
sin embargo, el tipo de argumentos seleccionados<br />
para desarrollarla y, en consecuen -<br />
cia, los resultados directos que se obtienen,<br />
no son, a mi parecer, los más efectivos.<br />
Veamos a qué me refiero.<br />
La parte sociológica del ensayo —tipo<br />
de investigación que la hipótesis requiere pa -<br />
ra ser demostrada— se estructura mediante<br />
una revisión de las publicaciones literarias<br />
más importantes del país en el último tercio<br />
del siglo XX (Plural, Nexos, Vuelta, México<br />
en la Cultura, etc.); de entre ellas, la auto -<br />
ra va resaltando a los poetas (nacidos antes<br />
o después de 1943, pero activos en ese mo -<br />
mento) que sí manifestaron (críticamente)<br />
sus ideas, en artículos, congresos y edito -<br />
riales —y, a veces, en poemas (p. 42), re -<br />
gistro que, por ser tan diferente a los otros<br />
tres, no debió de haber sido incluido en es -<br />
ta parte del ensayo, a mi juicio— acerca<br />
de la situación política y cultural en Méxi -<br />
co: Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Da -<br />
vid Huerta, Eduardo Lizalde, etc. Es decir,<br />
la argumentación, en este momento, es in -<br />
directa: se nos hace mención de los poetas<br />
que sí cumplieron el papel de intelectua -<br />
les —lo que, por cierto, nos va causando la<br />
impresión de que el panorama no estuvo<br />
tan desolado como el título del libro lo su -<br />
giere— y, por contraste, tenemos que ima -<br />
ginar que todos —una inmensa cantidad<br />
posible— los que no son aquí citados se<br />
mantuvieron completamente ajenos a esa<br />
función. Hasta ahora, bien, salvo porque<br />
el texto mismo va dando pie a una duda<br />
que, a su vez, nos conduce a otra: prime -<br />
ro, ¿en realidad fue el desencanto —cual -<br />
quiera que fuese su contenido: falta de<br />
confianza en el gobierno y su pretendida<br />
democracia, escepticismo ante los sistemas<br />
ideológicos “revolucionarios”: socialismo,<br />
comunismo, etc.— producido luego de<br />
1968 y 1971, el que condujo a los poetas<br />
mexicanos a dejar de pronunciarse sobre<br />
los asuntos públicos? Dice la autora, ha -<br />
blando de 1953: “La idea de una revista<br />
cultural naturalmente inclinada hacia las<br />
manifestaciones literarias y, al mismo tiem -<br />
po, abierta al análisis de los acontecimien -<br />
tos nacionales, parecía imposible” (p. 38)<br />
y, líneas más abajo, todavía sin llegar cro -<br />
nológicamente al 68: “Visto lo anterior,<br />
resulta evidente que con la excepción de<br />
Paz, Lizalde, Pacheco, Becerra y el joven<br />
David Huerta, la manifestación escrita y<br />
pública de la mayoría de los poetas apenas<br />
si se hizo notar mediante la firma de<br />
desplegados (…) Sin embargo, el rechazo<br />
de los poetas sí se expresó mediante su<br />
vehículo natural: la escritura de poemas”<br />
(p. 42). Hagamos abstracción, por ahora,<br />
del hecho de que la última afirmación de<br />
esta cita apunta a una confusión epistemo -
lógica —en manifiestos no, pero en la poe -<br />
sía sí : ¿estábamos hablando, entonces, de<br />
la pronunciación en torno a asuntos pú -<br />
blicos en artículos, editoriales, etc., o en<br />
poemas?, ¿se puede decir que un poema<br />
se pronuncia sobre un asunto público?—<br />
y señalemos que, más bien, estos fragmen -<br />
tos nos hacen pensar que el punto de quie -<br />
bra se localiza en un momento anterior al<br />
68: ¿Villaurrutia y López Velarde, me pre -<br />
gunto, sí se manifestaban públicamente so -<br />
bre la economía y la política nacionales?<br />
Por la misma autora sabemos que, al me -<br />
nos en la década de los sesenta, Novo, Go -<br />
rostiza y Torres Bodet no lo hacían de<br />
forma muy crítica (pp. 40-42) —es decir,<br />
que, según la definición de intelectual adop -<br />
tada por Malva Flores, procedente de Zaid<br />
(p. 45), no podríamos considerarlos enton -<br />
ces dentro de ese rubro—. Segunda pregunta,<br />
consecuencia lógica de la primera:<br />
¿a qué otra situación podría deberse el oca -<br />
so de los poetas intelectuales? El hecho de<br />
que el mismo texto me genere esta duda,<br />
así como la falta de explicitez terminoló -<br />
gica y metodológica que lo recorre [¿habla -<br />
remos de artículos, editoriales y manifiestos,<br />
o de poemas (pp. 42-43, 47) que se pronuncian<br />
sobre asuntos públicos?, ¿por qué<br />
diferenciar a los poetas de los narradores<br />
—el mismo título del ensayo marca que<br />
sólo habremos de enfocarnos en los prime -<br />
ros— si a veces se les cita a los segundos<br />
(a Carlos Fuentes, Juan García Ponce y<br />
Gustavo Sáinz, por ejemplo, pp. 54, 64)<br />
para hablar de la relación intelectuales-si -<br />
tuación nacional?, ¿no era más fructífero<br />
referirnos, en general, a los escritores inte -<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
lectuales?], circunstancia que entorpeció<br />
bastante mi lectura, son factores que le res -<br />
tan fuerza al ensayo —una argumentación<br />
que se me antoja eficaz para esta sección<br />
del volumen habría sido, digamos, contras -<br />
tar, así mediante el comentario de sus<br />
textos como por resúmenes estadísticos,<br />
información de la que así yo como mu -<br />
chos otros carecemos, y que la autora da<br />
por sabida, cuando haberla expuesto aquí<br />
habría sido muy contundente, a la última<br />
generación de poetas que sí cumplían con<br />
la función de intelectuales (que podrían ser,<br />
especulo, los de la <strong>Revista</strong> Azul o los de<br />
la revista Contemporáneos), con la prime -<br />
ra que dejó de hacerlo—. En síntesis: has -<br />
ta este punto, fin de la parte sociológica del<br />
ensayo, la autora no me ha convencido so -<br />
bre la validez de su hipótesis.<br />
La segunda sección del libro, en mi ho -<br />
rizonte de expectativas, habría requerido<br />
precisamente de la demostración directa,<br />
desde un punto de vista sociológico, de la<br />
hipótesis de trabajo, apenas desarrollada<br />
indirectamente en la parte previa, esto es,<br />
de un comentario y un consecuente regis -<br />
tro numérico de las publicaciones de los<br />
poetas en las revistas y periódicos litera -<br />
rios más importantes del último tercio del<br />
siglo XX para comprobar cómo sus textos,<br />
o bien eran poesía —que aun cuando su<br />
contenido parezca manifestarse sobre un<br />
asunto público, no puede ser, por sus ca -<br />
racterísticas epistémicas, considerada co -<br />
mo una pronunciación sobre un asunto<br />
público— o, bien, simplemente no hacían<br />
referencia a las condiciones económicas<br />
y políticas de México. Lo que encontra -<br />
181
182<br />
mos, no obstante, es una investigación li -<br />
teraria a propósito de la “generación del<br />
desencanto” (poetas nacidos entre 1943<br />
y 1955, con los sucesos de 1968 y 1971<br />
como punto de vinculación entre sí, p. 16),<br />
investigación magnífica que, más allá de<br />
la clasificación que propone para estudiar<br />
las vertientes de la poesía mexicana contemporánea<br />
—clasificación que, se intuye,<br />
sólo tiene fines expositivos y nunca precep -<br />
tivos—, nos comparte una lectura muy pro -<br />
funda y personal que constituye una línea<br />
bastante sólida para orientarnos en el pano -<br />
rama literario moderno. Esta sección, sin<br />
embargo, no contribuye a demostrar la hi -<br />
pótesis que articula el libro, ya que, para<br />
lograr este propósito, se requiere de un<br />
argumento sociológico —no literario—, co -<br />
mo en la sección inicial de la obra: es nece -<br />
sario orientarse a la crítica del poeta como<br />
intelectual, no como poeta —se trata de dos<br />
registros muy diferentes, hemos dicho—;<br />
en efecto: el hecho de que, en sus versos,<br />
la “generación del desencanto” —o cual -<br />
quier otra, para ser precisos— no hable de<br />
la realidad social mexicana no constituye,<br />
en sí mismo, un criterio para juzgar su<br />
función de intelectuales: para ello, habría<br />
que recurrir a su producción de artículos,<br />
editoriales, conferencias, declaraciones, etc.;<br />
por lo demás, la propia Malva Flores, al<br />
buscar la tradición en la que se inserta la<br />
poesía mexicana contemporánea, nos re -<br />
cuerda que, ya desde Baudelaire y Rimbaud,<br />
o Tablada y Paz, la actitud de autorrefe -<br />
rencialidad y desencanto crítico ha predo -<br />
minado en la poesía: el desencanto de<br />
Baudelaire, no es, por supuesto, el de los<br />
autores mexicanos nacidos entre 1943 y<br />
1955 pero, aun así, queda claro que la<br />
desilusión en la poesía no es un fenóme -<br />
no particular de los más recientes cuaren -<br />
ta años: nuevamente, creo que se le está<br />
dando al movimiento del 68 y a su consecuente<br />
represión un significado que, al<br />
menos en el rubro poético, no es tan de -<br />
cisivo —o que, si lo es, al menos en este<br />
ensayo no se demuestra con eficacia—. En<br />
resumen (y esto explicará la reticencia que<br />
nos generaba el cuestionamiento añadido<br />
—¿qué tipo de poesía escribió la “gene -<br />
ración del desencanto?”— a la hipótesis<br />
central de la obra, reticencia que señala -<br />
mos al principio de estas líneas): la impro -<br />
cedencia lógica de la segunda parte del<br />
libro como argumento para corroborar la<br />
hipótesis de trabajo general sólo puede<br />
entenderse si pensamos que la verdadera<br />
intención del ensayo era hablar sobre la<br />
poesía contemporánea en México, y que<br />
la primera parte no ha sido sino un pretex -<br />
to que nos conduce hacia ella.<br />
No obstante, es aquí donde ya es justo<br />
empezar a referirnos al principio de belle -<br />
za que recorre la obra, y que hace que<br />
nos olvidemos de casi todos los reparos<br />
que le hemos puesto a su sistema lógicoargumentativo;<br />
en efecto: si la búsqueda<br />
de una coherencia absoluta, así dentro de<br />
la primera sección de El ocaso…, como<br />
entre ésta y la segunda, nos lleva a cuestionar<br />
la eficacia demostrativa del texto,<br />
la lectura del mismo desde una perspectiva<br />
estética nos permite comprender que<br />
aquellos elementos que la lógica esquemá -<br />
tica tacharía —y, como se ha visto, ha ta -
chado— de errores, son en realidad virtudes.<br />
Así, la aclaración terminológica y<br />
epistemológica de conceptos como “nove -<br />
lista”, “poeta” y “escritor intelectual”, y<br />
la diferenciación entre el estudio de textos<br />
poéticos y artículos críticos que hemos so -<br />
licitado, queda sacrificada, ya voluntaria<br />
o involuntariamente, en favor de la ameni -<br />
dad expositiva —que, de perderse en preci -<br />
siones técnicas, se vería bastante opacada,<br />
y que, por tanto, apunta más bien a la des -<br />
cripción de los ambientes y los colores del<br />
siglo XX— y la interacción crítica: el lector<br />
va llenando los huecos e interpretando<br />
todas las afirmaciones implícitas en la obra,<br />
lo que lo mantiene en una continua activi -<br />
dad mental; a su vez, el horizonte de expec -<br />
tativas que nos produce la primera parte<br />
del ensayo con respecto a la segunda sir -<br />
ve para generar una tensión lectora —de -<br />
bo decir que, una vez empezado el libro,<br />
me costó un gran esfuerzo soltarlo— que,<br />
si bien desde un punto de vista lógico que -<br />
da decepcionada al pasar a aquélla, no só -<br />
lo no se comporta de esa forma desde el<br />
punto de vista estético, sino que se ve am -<br />
pliamente reconfortada: la segunda sección<br />
del libro nos sorprende no sólo por<br />
el cambio de objeto de estudio —la vuelta<br />
de tuerca— que implica, sino también por<br />
la profundidad y originalidad con la que<br />
Malva Flores nos comparte su lectura de<br />
los poetas mexicanos contemporáneos. A<br />
esto hay que agregar una redacción casi<br />
perfecta y el uso muy puntual de símbolos<br />
e imágenes —el de la cancha de futbol,<br />
por ejemplo—, para así obtener una valo -<br />
ración más integral de El ocaso de los poe -<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
tas intelectuales y la “generación del desencanto”,<br />
libro que, más allá de la opinión<br />
encontrada que me ha merecido —y estas<br />
líneas son la prueba más fehaciente de<br />
ello—, me ha puesto a reflexionar, muy se -<br />
riamente, que, en el género ensayo —y, por<br />
extensión, en la narrativa, en la poesía y en<br />
la vida misma—, todo argumento por desa -<br />
rrollar, todo contenido —toda historia, todo<br />
suceso—, no constituyen sino un paliativo<br />
para producir y contemplar la belleza,<br />
principio que, tal vez, debería regir nues -<br />
tro mundo contemporáneo.<br />
Del pasmo al movimiento<br />
VÍCTOR ALEJANDRO RAMÍREZ<br />
Pura López Colomé, Una y fugaz,<br />
Bonobos/UNAM, México, 2010, 108 p.<br />
No es poeta aquel que no ha<br />
sentido la tentación de destruir<br />
o crear otro lenguaje<br />
Octavio Paz<br />
¿Qué acontece cuando las palabras danzan<br />
en su musicalidad? Una bifurcación. En<br />
183
184<br />
el destinatario de esas palabras danzantes<br />
se da el asombro; en la palabra un gesto de<br />
interioridad. Así, el pasmo proveniente del<br />
contacto con palabras que de tal manera<br />
se manifiestan provoca un quiebre en la re -<br />
lación de la lectura con la interpretación.<br />
Palabras que se musicalizan y que danzan<br />
en su musicalidad son las que conforman<br />
los poemas de la reciente obra publicada<br />
por Pura López Colomé, Una y fugaz, don -<br />
de la lectura se desplaza sin esfuerzo y con<br />
claridad mientras que la interpretación<br />
se pasma en la impotencia de la dificultad.<br />
En el primer contacto con la palabra<br />
que danza se enmudece. Por tanto, de la<br />
admiración que el asombro conlleva se<br />
pasa a la cólera por el silencio insumiso.<br />
Debido al paroxismo, los poemas de Ló -<br />
pez Colomé invitan a la relectura para pro -<br />
poner una interpretación, tratando de pasar<br />
del goce de la lectura al placer de la es -<br />
critura donde se declaren los sentidos ger -<br />
minados en los poemas.<br />
La transparencia necesaria en la práctica<br />
habitual hace de la palabra un pasa -<br />
je, en ella se transporta el sujeto con sus<br />
razones, sus pasiones, las cosas con su<br />
complejidad o trivialidad, los conceptos<br />
con su capacidad de hacer entender o de<br />
condensar los conocimientos. Comúnmen -<br />
te la palabra traslada y se traslada, es de -<br />
cir, cuando la palabra habla de algo que<br />
no es ella sin dar cuenta de sí misma. En<br />
el caso del traslado, la musicalidad que<br />
habita en la palabra se vuelve marco y la<br />
danza a la que puede mover cesa. Y así<br />
como un cristal de tanto ser tocado se<br />
opa ca, la palabra de tanto circular se en -<br />
turbia y su musicalidad deviene bullicio.<br />
Gra cias al ingenio la palabra se revela, se<br />
redescubre y se la recibe con asombro.<br />
De ser un cristal ora translúcido ora opa -<br />
co, de ser un marco, se vuelve presencia<br />
por que se deja oír como la pintura se de -<br />
ja ver. En la poesía de Pura López Colo -<br />
mé la pala bra se deja oír no como bullicio<br />
ni en su clara articulación sino en su in -<br />
tensidad so nora exaltada por su musica -<br />
lidad.<br />
Pero el nuevo brillo que la palabra aquí<br />
adquiere no proviene de los recovecos de<br />
la lengua ni surge de las acrobacias sintácticas,<br />
ya que el poemario no destaca,<br />
por ejemplo, por el diseño de hipérbatos<br />
que harían, aunque intricada, llamativa la<br />
lectura; en todo caso la figura sintáctica<br />
más recurrente sería el retruécano, del que<br />
hablaré más adelante. Dicho resplandor no<br />
brota sino por las relaciones insólitas en -<br />
tre palabras que conforman expresiones<br />
del habla coloquial, las que corrientemen -<br />
te se les conoce como “frases hechas”. Y<br />
más que las frases hechas, son los fragmen -<br />
tos y variantes de éstas los que conforman<br />
los presentes poemas. En el espacio inters -<br />
ticial entre el fragmento y la variación se<br />
propicia lo insólito de un sentido transfor -<br />
mado porque las retahílas pasan de su es -<br />
tado contrahecho, de gestos afectados, al<br />
de maravillas, rehaciéndose con otras y di -<br />
solviendo las costuras de su hechura, co -<br />
mo leemos en “Seminal”:<br />
un peso con tiempo, muy mucho y tanto<br />
que aunque retumbe la certeza de que ya<br />
ocurrió,<br />
que ya ni llorar es bueno
Por gracia del ingenio las frases he -<br />
chas se vuelven otras y se logra el sentido<br />
insólito que las reviste de una nueva<br />
apariencia. El ingenio construye una poé -<br />
tica de la fragmentación porque con los<br />
trozos de expresiones ordinarias se cons -<br />
truye un discurso inesperado, asombroso,<br />
no sólo por el aspecto del significado,<br />
sino también por el lado sensible del significante<br />
donde se pone “a flor de piel” la<br />
musicalidad inherente a la palabra, que si<br />
bien se opaca por el contacto diario esa<br />
misma recurrencia conlleva el aflorar del<br />
sentido musical como una piel que, de tan -<br />
to ser frotada, se despierta volviéndose más<br />
sensible al tacto. De manera tal, esos trozos<br />
de expresiones ordinarias al enunciar -<br />
se del modo peculiar que se expresa en<br />
Una y fugaz se presentan a flor de piel,<br />
es decir, musicalizados, y sin embargo no<br />
sólo se hace festividad sonora, también asis -<br />
timos a reflexiones sobre el lenguaje, co -<br />
mo lo muestra la siguiente estrofa en forma<br />
de retahíla:<br />
Morir, no; dejar de respirar, sí,<br />
dijo el otro,<br />
el que se sentó a la entrada de su tienda<br />
a ver pasar el cadáver de,<br />
el que puso a remojar sus barbas,<br />
el que repetía como merolico<br />
frases a saber en qué idiolecto.<br />
El despertar del sentido sonoro trae<br />
consigo la aparición de ritmos insinuan -<br />
tes que invitan a crear la imagen de una<br />
danza. En el ritmo de los versos, en la en -<br />
tonación de las frases, así como en su res -<br />
piración y en las rimas intermitentes, se<br />
musicalizan las palabras mientras danzan<br />
con retruécanos, con juegos de rima inter -<br />
na o con cambios de vocales, sílabas o<br />
consonantes:<br />
Hay una red entreambos,<br />
de cera y seda delicadas,<br />
que indistingue las fronteras,<br />
los adentros los afueras.<br />
Otra bifurcación que se da en la pala -<br />
bra se manifiesta en la forma del retruéca -<br />
no, un recurso que moviliza la mirada del<br />
lector hasta el vértigo de las interpretaciones:<br />
La mirada de la sombra fija.<br />
La mirada fija de la sombra.<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
Como se lee al inicio de “Ondas opa -<br />
cas”, poema contenido en “Una”, la pri -<br />
mera sección del libro, o como cierra “En<br />
su origen”, poema del penúltimo apartado<br />
de “Por aire”:<br />
llegó volando, entró gritando, murió llorando,<br />
voló llegando, gritó entrando, lloró muriendo.<br />
Las bifuraciones son aquí posibilidades<br />
de retruécanos, de invertir el orden de las<br />
expresiones, en ocasiones comunes; buscando<br />
sentidos novedosos que derivan en<br />
juegos sonoros inauditos: “mal de ojo, ojo<br />
del mal”.<br />
Pero la frase hecha es una petrificación.<br />
Proveniente de un mítico movimiento en el<br />
que las palabras fluían sin cesar, la frase<br />
hecha queda como el rastro de una osci -<br />
lación: la del habla, que va de lo común<br />
a lo insólito. Unas cuantas formas perma -<br />
185
186<br />
necen como las marcas de agua que opa -<br />
can cierta cristalina superficie. Poetizar en<br />
la frase hecha, con ella y desde ella, trae<br />
consigo salir del pasmo reanimando el mí -<br />
tico pasado, significa entrar en movimien -<br />
to, tratándose de un dinamismo particular.<br />
No siendo el caso del desplazamiento de<br />
un caminante sino de los gestos del cuerpo<br />
que danza, los versos de Una y fugaz<br />
invitan a recrear una danza, para lograr de<br />
tal manera alguna interpretación.<br />
Gracias a este movimiento dancístico la<br />
palabra se vuelca sobre sí, queriendo reali -<br />
zarse en su musicalidad. Si en el significa -<br />
do se traslada hacia las cosas del mundo<br />
en ademán de apertura, en el significante<br />
encuentra su identificación consigo, volvién -<br />
dose tan íntima de sí que levanta en su<br />
musicalidad un muro apartándose del ex -<br />
terior y creando un mundo de lo interior<br />
donde danza en su solitaria soberanía.<br />
Bifurcación en las bifurcaciones: el lec -<br />
tor lleva a cabo una lectura sencilla, lige -<br />
ra, pero la interpretación resulta compleja<br />
y densa. Los poemas gozan de clara re -<br />
dacción y el recurso de frases hechas,<br />
extraídas de la jerga cotidiana, lo hacen<br />
sentir en un terreno familiar. Mas la in -<br />
terpretación nos encamina a percatarnos<br />
de que esta poesía nos mira desde lejos y<br />
que resulta extraña al pensamiento. Por<br />
tal razón, la mirada de quien recorre sus<br />
versos teme tanto ahondar en ellos por -<br />
que los atisbos de las interpretaciones intu -<br />
yen la proximidad del abismo.<br />
La poesía de López Colomé, con esta<br />
reciente entrega, nos deja apreciar la capa -<br />
cidad creadora de su ingenio que, más<br />
que destruir, construye, recrea fragmentando<br />
las frases de la vida cotidiana de<br />
nuestro modo de hablar rehaciéndolas al<br />
integrarlas como versos, dándoles un sen -<br />
tido otro que maravilla. No crea nuevos<br />
lenguajes, porque el lenguaje sólo es uno,<br />
sino que busca posibilidades novedosas<br />
de manifestación, de hacer una forma otra.<br />
Como se sabe, desde la perspectiva de<br />
Arnold Hauser dos eran los ejes del arte,<br />
cuando éste se manifiesta para indicar al -<br />
go que no sea él mismo o cuando, en un<br />
giro narcisista, lo primero que hace es de -<br />
jarse ver, volviéndose espectáculo. Siguien -<br />
do este último eje se nos presentan los<br />
poemas de Una y fugaz.<br />
Completar el rompecabezas<br />
JUDITH CASTAÑEDA SUARÍ<br />
Valeria Luiselli, Los ingrávidos, Sexto<br />
Piso, España, 2011, 144 p.<br />
Un libro puede leerse en más de una for -<br />
ma, lo sabemos, aunque en el caso de Los<br />
ingrávidos, primera novela de Valeria Lui -
selli, pareciera ofrecérsenos una especie<br />
de mapa en el que las rutas son varias y de<br />
un mismo color; el personaje femenino, o<br />
tal vez la propia autora, lo dice en varias<br />
ocasiones: “Generar una estructura llena<br />
de huecos para que siempre sea posible<br />
llegar a una página, habitarla”, o “una no -<br />
vela compacta, porosa. Como el corazón<br />
de un bebé”. Estas frases ponen en tinta<br />
y papel las interpretaciones de los lecto -<br />
res, dándole a cada uno la posibilidad de<br />
armar un rompecabezas incompleto con<br />
una o varias piezas propias.<br />
Llama la atención el título que, hacien -<br />
do uso de una palabra cuyo significado<br />
es el no estar sometido a la fuerza de gra -<br />
vedad, se refiere a personajes distantes<br />
entre sí, más en específico a una mujer sin<br />
lazos sólidos con su entorno actual, con<br />
su familia —llama a sus hijos el niño me -<br />
diano y la bebé; a su marido, mi marido;<br />
el vecino tampoco tiene nombre, es el ve -<br />
cino que cría “sapos y cucarachas de Ma -<br />
dagascar”.<br />
Yendo más allá, podríamos aplicar<br />
otro término al personaje femenino: el de<br />
gravidez. El estado de una mujer embara -<br />
zada, un cuerpo que guarda vida, como<br />
lo es el de ella, quien parece narrar las<br />
vidas que aún lleva dentro de sus recuerdos:<br />
“Todo empezó en otra ciudad y en otra<br />
vida, anterior a esta de ahora pero posterior<br />
a aquélla.”<br />
Texto fragmentario, experimentación,<br />
prosa, novela o no novela; los calificati -<br />
vos se multiplican, y tal vez cada uno de<br />
ellos sea correcto. Texto fragmentario: los<br />
episodios, pequeños capítulos, van de un<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
par de líneas, un diálogo corto, a párrafos<br />
que ocupan una página, página y me dia<br />
o dos, sin otra ley que el propio lenguaje<br />
—el libro manda—. Experimentación: tér -<br />
minos como “Consincara” para referirse<br />
a un fantasma, o las frases “ecos de personas”,<br />
“volverse un hueco para los amigos”,<br />
reafirman lo maleable y dúctil del<br />
idioma, sus posibilidades. Prosa, novela<br />
o no novela: no hay un inicio, nudo, reso -<br />
lución como tales, sino una serie de acon -<br />
tecimientos —cotidianidades los más, como<br />
atender a los hijos, jugar con ellos, estan -<br />
cias en bibliotecas públicas, salidas a bares,<br />
un empleo—, un antes y un después, tres<br />
historias en las que el personaje central<br />
es, muy probablemente, el subway, la es -<br />
tación del metro inundada de rostros he -<br />
chos de carne y hueso y de humo.<br />
Novela de fantasmas, si le creemos a<br />
la autora en voz del personaje femenino<br />
que responde: “¿De qué es tu libro, ma -<br />
má? Es una novela de fantasmas.” Y en<br />
ella se pueden distinguir tres hilos que van<br />
entretejiéndose: el de la madre del niño<br />
mediano, el de la editora radicada en Nue -<br />
va York, y el del poeta Gilberto Owen.<br />
La madre del niño nos recuerda a al -<br />
guien que necesita una habitación propia;<br />
su esposo lee los fragmentos que componen<br />
su novela —la historia de la editora<br />
de Nueva York—, pregunta si eso en verdad<br />
ocurrió, si Moby existe, si ella lo co -<br />
noció, pide: “Por favor, borra lo de los<br />
zombies”, califica: “Es horrible lo de la<br />
masturbación con la foto, opina mi marido.”<br />
Ello, aunado a las actividades de ma -<br />
dre de dos niños pequeños —jugar a las<br />
187
188<br />
escondidillas o alimentar a la bebé—, res -<br />
tan minutos al tiempo que podría pasar<br />
tecleando en la computadora; minutos que,<br />
sumados, son los más: “Los ciclos de aho -<br />
ra son breves y necesarios. Es imposible<br />
tratar de escribir.”<br />
Ella, en los archivos de su computadora,<br />
en apariencia, va tejiendo lo que su<br />
esposo piensa puede ser su vida de solte -<br />
ra. Aunque ella afirma que es una nove -<br />
la: “Todo es ficción, le digo a mi marido,<br />
pero no me cree.” Y le damos el beneficio<br />
de la duda al hombre; además de que<br />
la vida de la joven editora parece muy cer -<br />
cana, muchas veces la obra guarda algún<br />
dato autobiográfico de su autor.<br />
En esa otra vida de bibliotecas, libros<br />
prestados y traducciones, de amigos que<br />
llegan a dormir, a desayunar o a bañar -<br />
se, de viviendas casi vacías y bares, va<br />
abriéndose paso el poeta Gilberto Owen.<br />
La biografía del autor nacido en El Ro -<br />
sario, Sinaloa, en 1904 es, en un principio,<br />
tan porosa y llena de huecos como el<br />
libro en Los ingrávidos. Esto, consecuencia<br />
de un empleo en la embajada mexicana.<br />
Owen salió de México desde muy<br />
joven, en 1928, radicando en Nueva York,<br />
por lo que “su regreso al país fue… un<br />
pretexto de curiosidad para aquellos que<br />
nunca antes lo habíamos tratado”, dice<br />
Alí Chumacero en su prólogo a las Obras<br />
de Owen.<br />
Valeria Luiselli aprovecha esta estructura<br />
llena de huecos y la amuebla, tal<br />
vez, con más de un dato ficticio —aunque<br />
también retoma fragmentos de las cartas<br />
de Gilberto Owen incluidas en sus Obras—.<br />
Del primero es responsable la joven editora<br />
de “piernas fuertes y flacas”. Mien -<br />
tras hojea libros en la biblioteca, da con<br />
una carta de Owen dirigida a Xavier Vi -<br />
llaurrutia: “Vivo en Mourningside Av. 63.”<br />
Y luego, quizás impulsada por un cierto<br />
entusiasmo que se siente cuando nos en -<br />
teramos que vivimos cerca de donde vive<br />
o vivió alguien importante, o alguien famo -<br />
so, decide proponer al poeta en la editorial<br />
donde trabaja. Y para terminar de<br />
convencer a su jefe, White, decide presen -<br />
tarle un manuscrito que es una traducción<br />
de varios de sus poemas a cargo de<br />
Louis Zukofsky. Manuscrito hecho por ella<br />
misma con ayuda de un amigo, Moby.<br />
Es a partir de entonces que los tres<br />
hilos forman un solo conjunto. La autora<br />
va esbozando lo que bien podría ser una<br />
réplica a palabras del “Drawing hands”<br />
de M. C. Escher. Al tiempo que la madre<br />
del niño mediano escribe “un libro sobre<br />
el fantasma de Gilberto Owen”, el poeta<br />
planea escribir una novela narrada en pri -<br />
mera persona “por una mujer de rostro<br />
moreno y ojeras hondas que tal vez ya se<br />
haya muerto”. Se escriben uno al otro,<br />
como en el trabajo de Escher, donde dos<br />
manos que emergen de la página empu -<br />
ñan cada una un bolígrafo y esbozan el<br />
puño de la camisa de la otra.<br />
Consinrostro, el fantasma en la casa<br />
del niño mediano, y el fantasma —“o va -<br />
rios”— en el departamento de Gilberto<br />
Owen en Filadelfia, el árbol plantado en<br />
una maceta, sequísimo en solo dos sema -<br />
nas, abandonado por el poeta en la azo -<br />
tea de su edificio, y luego encontrado por
la editora muchos años después, luego<br />
de tropezar con la carta a Villaurrutia en<br />
el Obras de la biblioteca, son algunos de<br />
los elementos que van anudando las tres<br />
vidas, pero el principal parece ser el me -<br />
tro, el subway, en el que la editora ve a<br />
Gilberto Owen, la cabeza recargada en una<br />
ventanilla del tren contiguo, el que “por<br />
unos instantes anduvo a la misma velocidad<br />
que el tren donde iba yo”, y en el que,<br />
a su vez, Owen la ve a ella, en circuns -<br />
tancias parecidas y con un libro de tapas<br />
blancas, de título en español: un ejemplar<br />
de sus Obras.<br />
La propia autora lo sugiere —incluso<br />
desde la portada, estación hecha con gri -<br />
ses, blancos y negros—. Como en una de<br />
esas notas que escribe Owen sobre su<br />
novela no escrita pero pensada, o los postits<br />
que la editora hace florecer entre las<br />
ramas del árbol seco del poeta, Valeria<br />
Luiselli va dejando anotaciones a lo largo<br />
del libro. Una de ellas dice: “El metro,<br />
sus múltiples paradas, sus averías, sus ace -<br />
leraciones repentinas, sus zonas oscuras,<br />
podría funcionar como esquema del tiem -<br />
po de esa otra novela.”<br />
Y así funciona; la editora de piernas<br />
flacas ve a Gilberto Owen al otro lado de<br />
la ventanilla, él ve a Ezra Pound entre la<br />
multitud que espera en el andén, la ve a<br />
ella leyéndolo a él… Tanto dentro como fue -<br />
ra del libro, un vagón, el subway, el me -<br />
tro, es un lugar donde infinidad de vidas<br />
—¿de tiempos?— se cruzan, donde se guar -<br />
dan por un determinado lapso, lo que du -<br />
re el viaje.<br />
De la misma forma giran su mecanis-<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
mo las páginas, las de la computadora,<br />
dispuestas verticalmente, las de un libro:<br />
en el papel descansan vidas y tiempos he -<br />
chos con letras, con párrafos; vidas entran,<br />
salen y vuelven a entrar veinte cuartillas<br />
después o nunca.<br />
Y en Los ingrávidos, libro-vagón, Vale -<br />
ria Luiselli ha colocado un hato de perso -<br />
najes, de historias, que más que responder<br />
a la composición tradicional de una no -<br />
vela, forman parte de un deseo de expe -<br />
rimentar tanto con el lenguaje como con<br />
la estructura de la narración, lo que al fi -<br />
nal prevalece sobre los hechos que se<br />
relatan y termina siendo el aspecto a des -<br />
tacar del libro.<br />
El factor Reyes<br />
ANTONIO MORENO MONTERO<br />
Hugo Hiriart, El arte de perdurar,<br />
Almadía, Oaxaca, 2010, 176 p.<br />
Los ensayos de El arte de perdurar, de<br />
Hugo Hiriart (Ciudad de México, 1942),<br />
189
190<br />
nos conducen a un territorio que no sólo<br />
fomenta el mito, el misterio y los dilemas,<br />
sino que pone en juego la atracción y repul -<br />
sión literarias como un sistema de fuerzas<br />
antagónicas: por un lado, Alfonso Reyes,<br />
una de las figuras por antonomasia de la<br />
ensayística en lengua castellana; y por otro,<br />
Jorge Luis Borges, quien de cierta mane -<br />
ra es dueño de una obra que sabe resistir<br />
y adaptarse mejor al paso del tiempo.<br />
¿Por qué la obra de Reyes se asemeja a<br />
un objeto monolítico del pasado, mientras<br />
que la de Borges es cada vez más imponente?<br />
En un plano más general, ¿en qué<br />
consiste la perdurabilidad y la vigencia<br />
de un texto? Quiero decir: la lógica de es -<br />
te sistema de fuerzas la impone el lector,<br />
e Hiriart responde a estas preguntas en la<br />
primera parte del libro bajo un consisten -<br />
te estilo que hace de lo simple y lo claro<br />
requisitos para que un ensayo sea extraordinariamente<br />
sofisticado. La segunda par -<br />
te está conformada por una colección de<br />
ensayos breves dedicados a la presencia<br />
de la luz en las artes pictóricas y litera rias.<br />
Si Reyes exhuma aquellas imágenes<br />
telúricas sobre nuestro origen cultural que<br />
alude en la Visión de Anáhuac [1519]<br />
(1917), que por su estilización literaria<br />
idealiza nuestra raíz, estableciendo a partir<br />
de allí una sensación y visión de mun -<br />
do semejante a la antigüedad clásica, es<br />
para instaurar y reivindicar nuestra Ilus -<br />
tración; y al mismo tiempo, para proponer<br />
dentro del género ensayístico otra lógica<br />
de argumentación: jurídica, científica y ar -<br />
tística, etc. El ensayo de Reyes se destaca<br />
por su elegancia, además de una lumi-<br />
nosidad meridiana sin igual. Siguiendo<br />
los razonamientos de Hiriart, y sin soslayar<br />
estas virtudes, ¿por qué entonces los<br />
ensayos de Reyes no siguen teniendo vi -<br />
gencia? Si se lee por primera vez a Reyes,<br />
se advierte de inmediato, y lo mismo suce -<br />
derá en la relectura, que esa luminosidad<br />
(des)favorablemente sublima al texto, y pa -<br />
ra deducir lo propuesto por Dionisio Lon -<br />
gino, lo sublime cohíbe y excluye. Reyes y<br />
Longino tienen algo en común: el monopo -<br />
lio del juicio. Para decirlo eufemísticamen -<br />
te: la manera soberana de Reyes para<br />
expresar sus razonamientos tiene algo de<br />
aristocratismo que resulta un desafío para<br />
el lector, pese a que el ensayo alfonsino,<br />
sostiene Hiriart, se sitúa siempre en el or -<br />
den de la conversación. Sin embargo, la<br />
prosa de Reyes transita sin estridencias,<br />
con armónica y aceitada suavidad, ad -<br />
vierte Hiriart; así, inevitablemente, estas<br />
virtudes nos conducen a lo sublime.<br />
Es difícil proponer una respuesta sólida<br />
partiendo de la posibilidad de que si<br />
Reyes hubiera sido un ensayista satírico<br />
y feroz polemista, como plantea Hiriart,<br />
más allá de su cuota de lectores, gozaría<br />
hoy de una recepción crítica más entusias -<br />
ta, porque da la impresión que las nuevas<br />
generaciones de lectores (y especialmente<br />
las conformadas por la academia), descono -<br />
cen su obra o si la conocen la consi deran<br />
un objeto anticuado e inútil. La de Reyes<br />
es producto de un largo periplo de lectu -<br />
ras que ayudó a transformar las convenciones<br />
del ensayo, como la de Borges, que<br />
revolucionó la manera de contar. Es cierto<br />
que el Reyes mundano revela un aura
atrayente, cercana a nosotros, con intereses<br />
plebeyos como los que muestra en<br />
Memorias de cocina y bodega (1953), un<br />
libro que podría servir de lectura iniciática<br />
para eliminar el miedo y las distancias.<br />
O no tan plebeyos, como las intimidades<br />
que cuenta Edgardo Cozarinsky en su Mu -<br />
seo del chisme (2005), con un Reyes apa -<br />
sionado por el amor de una actriz porteña<br />
que puso en riesgo su cargo como embajador<br />
en la Argentina, y atrás de este idi -<br />
lio estaba la imperturbable presencia de un<br />
Lázaro Cárdenas que le hizo ver su suer -<br />
te en un telegrama categórico: “La puta o<br />
la embajada. Cárdenas.” Uno podría supo -<br />
ner que este libro de Hiriart tiene un origen<br />
edípico, narcisista e implacable hacia<br />
la obra de Reyes. Sin embargo, no hay en<br />
él ningún ánimo de menosprecio o riva -<br />
lidad.<br />
El arte de perdurar tiene una noción<br />
freudiana del complejo de Edipo, pero<br />
para escarnecerlo al modo de Epicuro, en<br />
el sentido que son menos problemáticos<br />
los vínculos que puedan estrecharse entre<br />
el escritor y sus continuadores, los cuales<br />
—en ocasiones— se establecen a partir del<br />
placer: de la lectura, la escritura, el diálo -<br />
go, el reconocimiento de las ideas y el res -<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
peto. Hiriart no confronta a Borges con<br />
Reyes, y tampoco toma partido por uno o<br />
por el otro, aunque sí deja en el camino<br />
huellas que revelan que es un brillante<br />
discípulo de ambos escritores. Este libro<br />
enriquece la tradición del ensayo en len -<br />
gua castellana, visto como una repetición<br />
de los mejores patrones literarios, y menos<br />
como una elaboración de comparaciones<br />
estériles o diferencias accidentadas. El arte<br />
de perdurar goza de un poder especulati -<br />
vo de alto nivel, como cada texto de Borges,<br />
quien fue un perito de la especulación y<br />
hábil promotor de paradojas, cuya sabidu -<br />
ría—no salomónica como la de Reyes—es<br />
fáustica y fundadora de herejías; y poseedor<br />
de un estilo lacónico que nos proyecta<br />
hacia una laberinto infinito (¿quién no<br />
recuerda El sur?), relato que nos deja en<br />
claro que las casualidades no existen. Para<br />
Borges los libros significan la oportunidad<br />
de entablar diálogo, asimismo la oportuni -<br />
dad para fundar los cimientos de una<br />
nueva herejía. En ese sentido, el libro de<br />
Hiriart es más borgeano que alfonsino,<br />
en cuya tarea no sólo cabe el asombro, la<br />
diversidad de ideas, junto a la vastedad y<br />
riqueza humanísticas, sino que predomina<br />
tam bién un sentimiento fuerte de gratitud.<br />
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