Destino de las explicaciones 26 <strong>Un</strong> <strong>Tal</strong> <strong>Lucas</strong> – Julio Cortáz<strong>ar</strong> En algún lug<strong>ar</strong> debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones. <strong>Un</strong>a sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explic<strong>ar</strong> también el basural.
El copiloto silencioso 27 <strong>Un</strong> <strong>Tal</strong> <strong>Lucas</strong> – Julio Cortáz<strong>ar</strong> Curioso enlace de una historia y una hipótesis a muchos años y a una remota distancia; algo que ahora puede ser un hecho exacto pero que hasta el az<strong>ar</strong> de una ch<strong>ar</strong>la en P<strong>ar</strong>ís no cuajó, veinte años antes, en una c<strong>ar</strong>retera solit<strong>ar</strong>ia de la provincia de Córdoba en la Argentina. La historia la contó Aldo Franceschini, la hipótesis la puse yo, y las dos sucedieron en un taller de pintura de la callé Paul Valéry entre tragos de vino, tabaco, y ese gusto de habl<strong>ar</strong> sobre cosas de nuestra tierra sin los meritorios suspiros folklóricos de tantos otros <strong>ar</strong>gentinos que andan por ahí sin que se sepa bien por qué. Me p<strong>ar</strong>ece que se empezó con los hermanos Gálvez y con los álamos de Uspallata; en todo caso yo aludí a Mendoza, y Aldo que es de allí se apiló firme y cuando acordamos ya se venía en auto de Mendoza a Buenos Aires, cruzaba Córdoba en plena noche y de golpe se quedaba sin nafta o sin agua p<strong>ar</strong>a el radiador en mitad de la c<strong>ar</strong>retera. Su historia puede caber en estas palabras: «Era una noche muy oscura en un lug<strong>ar</strong> <strong>com</strong>pletamente desierto, y no se podía hacer otra cosa que esper<strong>ar</strong> el paso de algún auto que nos sac<strong>ar</strong>a de apuros. En esos años era r<strong>ar</strong>o que en tramos tan l<strong>ar</strong>gos no se llev<strong>ar</strong>an latas con nafta y agua de repuesto; en el peor de los casos el que pas<strong>ar</strong>a podría levant<strong>ar</strong>nos a mi mujer y a mí hasta el hotel del primer pueblo que tuviera un hotel. Nos quedamos en la oscuridad, el auto bien <strong>ar</strong>rimado a la banquina, fumando y esperando. A eso de la una vimos venir un coche que bajaba hacia Buenos Aires, y yo me puse a hacer señas con la linterna en mitad de la c<strong>ar</strong>retera. »Esas cosas no se entienden ni se verifican en el momento, pero antes de que el auto se detuviera sentí que el conductor no quería p<strong>ar</strong><strong>ar</strong>, que en ese auto que llegaba a toda máquina había <strong>com</strong>o un deseo de seguir de l<strong>ar</strong>go aunque me hubiesen visto tirado en el camino con la cabeza rota. Tuve que hacerme a un lado a último momento porque la mala voluntad de la frenada se lo llevó cu<strong>ar</strong>enta metros más adelante; corrí p<strong>ar</strong>a alcanz<strong>ar</strong>lo, y me acerqué a la ventanilla del lado del volante. Había apagado la linterna porque el reflejo del tablero de dirección bastaba p<strong>ar</strong>a recort<strong>ar</strong> la c<strong>ar</strong>a del hombre que manejaba. Rápidamente le expliqué lo que pasaba y le pedí auxilio, y mientras lo hacía se me apretaba el estómago, porque la verdad es que ya al acerc<strong>ar</strong>me a ese auto había empezado a sentir miedo, un miedo sin razón puesto que el más inquieto debía ser el automovilista en esa oscuridad y en ese lug<strong>ar</strong>. Mientras le explicaba la cosa miraba dentro del auto, atrás no viajaba nadie, pero en el otro asiento delantero había algo sentado. Te digo algo por falta de mejor palabra y porque todo empezó y acabó con tal rapidez, que lo único verdaderamente definido era un miedo <strong>com</strong>o no había sentido nunca. Te juro que cuando el conductor aceleró brutalmente el motor mientras decía: «No tenemos nafta», y <strong>ar</strong>rancaba al mismo tiempo, me sentí <strong>com</strong>o aliviado. Volví a mi coche; no hubiera podido explic<strong>ar</strong>le a mi mujer lo que había pasado, pero lo mismo se lo expliqué y ella <strong>com</strong>prendió ese absurdo <strong>com</strong>o si lo que nos amenazaba desde ese auto la hubiese alcanzado también a tanta distancia y sin ver lo que yo había visto. »Ahora vos me pregunt<strong>ar</strong>ás qué había visto, y tampoco sé. Al lado del que manejaba había algo sentado, ya te dije, una forma negra que no hacía el menor movimiento ni volvía la c<strong>ar</strong>a hacia mí. Al fin y al cabo nada me hubiera impedido encender la linterna p<strong>ar</strong>a
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