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Un Tal Lucas.pdf - Textosenlinea.com.ar

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36<br />

<strong>Un</strong> <strong>Tal</strong> <strong>Lucas</strong> – Julio Cortáz<strong>ar</strong><br />

no se movió en toda la velada. El personal del teatro puso una alfombra y macetas con<br />

heléchos p<strong>ar</strong>a llen<strong>ar</strong> el sensible vacío producido.<br />

El timbalero Alcides Radaelli aprovechaba los poemas sinfónicos de Rich<strong>ar</strong>d<br />

Strauss p<strong>ar</strong>a envi<strong>ar</strong> mensajes en Morse a su novia, abonada al superpúlman, izquierda ocho.<br />

<strong>Un</strong> telegrafista del Ejército, presente en el concierto por haberse suspendido el box<br />

en el Luna P<strong>ar</strong>k a causa del duelo famili<strong>ar</strong> de uno de los contendientes, descifró con gran<br />

estupefacción la siguiente frase que brotaba a la mitad de Así hablaba Z<strong>ar</strong>atustra: «¿Vas<br />

mejor de la urtic<strong>ar</strong>ia, Cuca? »<br />

Quintaesencias<br />

El tenor Américo Scravellini, del elenco del teatro M<strong>ar</strong>coni, cantaba con tanta<br />

dulzura que sus admiradores lo llamaban «el ángel».<br />

Así nadie se sintió demasiado sorprendido cuando a mitad de un concierto, vióse<br />

baj<strong>ar</strong> por el aire a cuatro hermosos serafines que, con un susurro inefable de alas de oro y<br />

de c<strong>ar</strong>mín, a<strong>com</strong>pañaban la voz del gran cantante. Si una p<strong>ar</strong>te del público dio<br />

<strong>com</strong>prensibles señales de asombro, el resto, fascinado por la perfección vocal del tenor<br />

Scravellini, acató la presencia de los ángeles <strong>com</strong>o un milagro casi neces<strong>ar</strong>io, o más bien<br />

<strong>com</strong>o si no fuese un milagro. El mismo cantante, entregado a su efusión, limitábase a alz<strong>ar</strong><br />

los ojos hacia los ángeles y seguía cantando con esa media voz impalpable que le había<br />

dado celebridad en todos los teatros subvencionados.<br />

Dulcemente los ángeles lo rode<strong>ar</strong>on, y sosteniéndole con infinita ternura y gentileza,<br />

ascendieron por el escen<strong>ar</strong>io mientras los asistentes temblaban de emoción y m<strong>ar</strong>avilla, y el<br />

cantante continuaba su melodía que, en el aire, se volvía más y más etérea.<br />

Así los ángeles lo fueron alejando del público, que por fin <strong>com</strong>prendía que el tenor<br />

Scravellini no era de este mundo. El celeste grupo llegó hasta lo más alto del teatro; la voz<br />

del cantante era cada vez más extraterrena. Cuando de su g<strong>ar</strong>ganta nacía la nota final y<br />

perfectísima del <strong>ar</strong>ia, los ángeles lo solt<strong>ar</strong>on.<br />

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