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<strong>Un</strong> <strong>Tal</strong> <strong>Lucas</strong> – Julio Cortáz<strong>ar</strong><br />
no se movió en toda la velada. El personal del teatro puso una alfombra y macetas con<br />
heléchos p<strong>ar</strong>a llen<strong>ar</strong> el sensible vacío producido.<br />
El timbalero Alcides Radaelli aprovechaba los poemas sinfónicos de Rich<strong>ar</strong>d<br />
Strauss p<strong>ar</strong>a envi<strong>ar</strong> mensajes en Morse a su novia, abonada al superpúlman, izquierda ocho.<br />
<strong>Un</strong> telegrafista del Ejército, presente en el concierto por haberse suspendido el box<br />
en el Luna P<strong>ar</strong>k a causa del duelo famili<strong>ar</strong> de uno de los contendientes, descifró con gran<br />
estupefacción la siguiente frase que brotaba a la mitad de Así hablaba Z<strong>ar</strong>atustra: «¿Vas<br />
mejor de la urtic<strong>ar</strong>ia, Cuca? »<br />
Quintaesencias<br />
El tenor Américo Scravellini, del elenco del teatro M<strong>ar</strong>coni, cantaba con tanta<br />
dulzura que sus admiradores lo llamaban «el ángel».<br />
Así nadie se sintió demasiado sorprendido cuando a mitad de un concierto, vióse<br />
baj<strong>ar</strong> por el aire a cuatro hermosos serafines que, con un susurro inefable de alas de oro y<br />
de c<strong>ar</strong>mín, a<strong>com</strong>pañaban la voz del gran cantante. Si una p<strong>ar</strong>te del público dio<br />
<strong>com</strong>prensibles señales de asombro, el resto, fascinado por la perfección vocal del tenor<br />
Scravellini, acató la presencia de los ángeles <strong>com</strong>o un milagro casi neces<strong>ar</strong>io, o más bien<br />
<strong>com</strong>o si no fuese un milagro. El mismo cantante, entregado a su efusión, limitábase a alz<strong>ar</strong><br />
los ojos hacia los ángeles y seguía cantando con esa media voz impalpable que le había<br />
dado celebridad en todos los teatros subvencionados.<br />
Dulcemente los ángeles lo rode<strong>ar</strong>on, y sosteniéndole con infinita ternura y gentileza,<br />
ascendieron por el escen<strong>ar</strong>io mientras los asistentes temblaban de emoción y m<strong>ar</strong>avilla, y el<br />
cantante continuaba su melodía que, en el aire, se volvía más y más etérea.<br />
Así los ángeles lo fueron alejando del público, que por fin <strong>com</strong>prendía que el tenor<br />
Scravellini no era de este mundo. El celeste grupo llegó hasta lo más alto del teatro; la voz<br />
del cantante era cada vez más extraterrena. Cuando de su g<strong>ar</strong>ganta nacía la nota final y<br />
perfectísima del <strong>ar</strong>ia, los ángeles lo solt<strong>ar</strong>on.<br />
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