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Nuestro pasado –hábitos, tradiciones, sentido<br />
de lo que es correcto –puede impedirnos hacer y ser<br />
algo más allá de nuestra actual experiencia. Limitando<br />
a otros y a nosotros mismos a los puntos de vista<br />
que hemos desarrollado, bloqueamos el cumplimiento<br />
de nuestro potencial dado por Dios. También<br />
desalentamos a otros a llevar a cabo su discipulado<br />
pleno.<br />
Usualmente un pasaje de las escrituras no nos<br />
dice mucho acerca de lo que pasó a aquellos quienes<br />
Jesús les restauró la vista. Se van por su camino y no<br />
son mencionados nuevamente. Podemos imaginar,<br />
sin embargo, que la vida fue diferente para ellos a<br />
partir de aquel momento. Fueron libres de hacer<br />
cosas que no pudieron hacer antes. Y seguramente<br />
disfrutaron de una independencia que anteriormente<br />
les fue negada si es que habían dependido de otros<br />
para guiarlos.<br />
Pero con la libertad viene la responsabilidad.<br />
Aquellos a quienes les es dado el don de una nueva<br />
vista –cualquiera que sea la forma –son responsables<br />
de su recién adquirida capacidad. ¿Cómo se las arreglaron<br />
estas personas con estas nuevas demandas?<br />
¿Podría ser que a veces desearan estar ciegos otra vez,<br />
en un estado seguro y familiar en el cual se esperaba<br />
poco?<br />
Mateo 25 describe una forma de ceguera en<br />
donde Jesús habla a aquellos que vio hambrientos,<br />
sedientos, desnudos, enfermos, en prisión o como<br />
extranjeros. Ninguno de estos era consiente de que<br />
Jesús los había visto en tales circunstancias. Ellos<br />
preguntan, “¿Cuándo nos viste…” (versos 38, 39 y<br />
44). Y la respuesta de Jesús es, “en cuanto lo hiciste<br />
a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo<br />
hiciste” (verso 40). El mensaje aquí es claro. Ministrando<br />
en las necesidades de las personas que se<br />
cruzan en nuestro camino, ministramos a, o servimos<br />
a Jesús. Cuando ignoramos a quienes están en<br />
necesidad, estamos ignorando a Jesús (ver Mateo<br />
25:44-45).<br />
Una ceguera que aflige a muchos de nosotros los<br />
que deseamos seguir a Jesús es nuestra incapacidad<br />
para ver lo que se requiere de nosotros. Los verdaderos<br />
discípulos de Jesucristo de hoy se encontrarán<br />
a sí mismos tendiendo la mano al mismo tipo de<br />
personas a las que Él ayudó. Están los socialmente<br />
marginados, aquellos para quienes la sociedad dominante<br />
no tiene lugar, aquellos quienes son infravalorados<br />
o incluso devaluados. Cuando las escamas de<br />
nuestros ojos sean quitadas, veremos a cada persona<br />
como al Cristo, porque esa persona es el Cristo. Veremos<br />
a cada uno, como hermano o hermana, sin importar<br />
que tan distinto sea de nosotros en apariencia,<br />
8<br />
hábitos o creencias. Trataremos a cada persona como<br />
si su bienestar es tan importante como el nuestro.<br />
Compartiremos nuestros recursos de modo que cada<br />
uno pueda beneficiarse de la generosidad de Dios.<br />
Como individuos y como iglesia a veces estamos<br />
ciegos a nuevas posibilidades. Puede que necesitemos<br />
ser despertados para ver más allá de donde<br />
estamos. Somos llamados a la transformación, a ver<br />
una nueva visión para la iglesia. Debemos creer que<br />
podemos y seremos personas diferentes.<br />
A principios de 2011, el presidente de la iglesia<br />
Stephen M. Veazey presentó a la iglesia cinco Iniciativas<br />
de Misión. Estas nos ayudan a mantener nuestra<br />
mirada fija en lo que más importa: la misión de<br />
Jesucristo. Impidiendo que nuestros ojos divaguen<br />
en cosas de menor importancia. Las primeras tres<br />
iniciativas –Invitar personas a Cristo; Abolir la pobreza,<br />
acabar con el sufrimiento; y Buscar la paz en<br />
la tierra –están conectadas directamente con la cita<br />
de Jesús de Isaías que es el enfoque de este estudio.<br />
La clara visión viene con un conocimiento humilde<br />
de nuestra propia pecaminosidad y debilidad<br />
y con la voluntad para eliminar la fuente de nuestra<br />
propia ceguera. Esto no es fácil de hacer. Es únicamente<br />
posible cuando permitimos que la generosa<br />
gracia de Dios fluya en nuestras vidas, para limpiar<br />
y restaurar nuestra claridad de visión. Después de la<br />
resurrección de Jesús, dos de sus discípulos estaban<br />
caminando en el camino de Emaús. Durante el<br />
camino se encontraron con Jesús pero no lo reconocieron.<br />
Únicamente después de que partieron el pan<br />
juntos sus ojos fueron “abiertos” (ver Lucas 24:13-<br />
32).<br />
Muy frecuentemente, nosotros también estamos<br />
tan preocupados con las cargas y demandas de la<br />
vida que fracasamos en reconocer a Jesús cuando<br />
está cerca. Pero entonces por algún milagro de la<br />
gracia de Dios nuestros ojos son abiertos y podemos<br />
ver lo que previamente había estado escondido de<br />
nosotros. Dios quiere que veamos claramente para<br />
que podamos responder plenamente al llamado de<br />
seguir a Cristo. A través de la oración, del escuchar<br />
al Espíritu, y la atención alerta podemos recibir una<br />
vista restaurada. Nuestra ceguera será quitada.<br />
Para reflexión y discusión<br />
1. ¿Qué rutina y cosas familiares lo enceguecen?<br />
¿Cómo puede eliminarlas para obtener una<br />
visión más clara de la voluntad de Dios para su<br />
vida?<br />
2. ¿Cómo se le ha impedido ver las posibilidades<br />
en otras personas por las imágenes que ha de-