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SENTADO EN EL TRONCO DEL UMBRAL, Pedro Sierra le sacaba<br />
punta al cayado. Se acordó de padre y le vinieron a la<br />
mente las uñas de sus manos, torcidas, grandes, con una<br />
costra negra siempre metida hasta dentro. Sí, sus uñas<br />
eran <strong>com</strong>o las de padre.<br />
Él en cambio tenía todos sus dedos, mientras que a<br />
padre le faltaba el índice de la mano derecha casi desde<br />
la raíz. Se le notaba bastante el hueco entre el mayor y el<br />
pulgar, y a la luz de la vela, cuando por las noches contaba<br />
cómo había perdido su dedo, aquel parecía la sombra<br />
de un lobo.<br />
—¿Quieres que te cuente el cuento de Pan y Pimiento,<br />
que nunca se acaba y se lo llevó el viento?<br />
»Sucedió un día mientras andaba poniendo trampas.<br />
Era en pleno invierno, y tanto el bosque <strong>com</strong>o sus alrededores<br />
se encontraban blanquecinos; el pueblo también<br />
estaba blanco de una nevada que hundía hasta las<br />
rodillas, ¡qué digo hasta las rodillas!, ¡llegaba hasta el<br />
cuello! Los dos ríos del pueblo venían crecidos. Y <strong>com</strong>o<br />
ahora aún acontece, el de aguas frías formó placas de<br />
hielo bajo los árboles de sus orillas y el de aguas templa-<br />
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