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Cuando la ballena se va<br />

3


Jurij Rytcheau<br />

Cuando la ballena<br />

se va<br />

Traducción a cargo de Justo E. Vasco<br />

5


Edición:<br />

Editorial <strong>Txalaparta</strong> s.l.<br />

Navaz y Vides 1-2<br />

Apdo. 78<br />

31300 Tafalla<br />

NAFARROA<br />

Tfno. 948 703934<br />

Fax 948 704072<br />

txalaparta@txalaparta.<strong>com</strong><br />

http://www.txalaparta.<strong>com</strong><br />

Primera edición<br />

Zurich, 1977<br />

Primera edición de <strong>Txalaparta</strong><br />

Tafalla, enero de 2005<br />

Copyright<br />

© <strong>Txalaparta</strong> para la presente edición<br />

© Jurij Rytcheau<br />

Foto<strong>com</strong>posición<br />

Nabarreria gestión editorial<br />

Impresión<br />

Gráficas Lizarra<br />

E DITORES I NDEPENDIENTES<br />

ERA, México/LOM, Chile/TRILCE, Uruguay<br />

TXALAPARTA, País Vasco<br />

www.editoresindependientes.<strong>com</strong><br />

I.S.B.N.<br />

84-8136-393-6<br />

Depósito legal<br />

NA-4-2005<br />

Título: Cuando la ballena se va<br />

Título original: Kogda kity ujodiat<br />

Autor: Jurij Rytcheau<br />

Traductor: Justo E. Vasco<br />

Portada y diseño colección: Esteban Montorio<br />

6


Primera parte<br />

7


Capítulo 1<br />

Nau buscaba con la mirada el brillo inesperado<br />

que resaltaba junto a la orilla: el surtidor lanzaba<br />

el agua muy alto y la luz del sol se reflejaba en ella<br />

formando un arco iris multicolor.<br />

Nau corría por la hierba fresca y húmeda. Los<br />

guijarros de la orilla le hacían cosquillas en los pies<br />

descalzos y la risa queda de la muchacha se perdía<br />

en el estruendo de las grandes piedras desnudas<br />

que las olas hacían entrechocar.<br />

Nau se sentía a la vez viento muelle, hierba verde<br />

y guijarro mojado, nube alta, y cielo azul y profundo.<br />

Y cuando de debajo de sus pies huyeron pajarillos<br />

asustados, ardillas de tierra y grises armiños<br />

estivales, Nau les gritó alegre, estentórea, y los<br />

animales la entendieron. Siguieron con la vista a la<br />

joven alta de cabello negro que tremolaba al aire<br />

<strong>com</strong>o si de alas se tratara.<br />

9


Ella nunca se veía a sí misma desde fuera y no<br />

se ponía a meditar sobre qué era lo que la distinguía<br />

de los habitantes de las guaridas terrestres, de<br />

los que hacían sus nidos en las rocas, de los que se<br />

arrastraban por la hierba. Para Nau, hasta las piedras<br />

negras y sombrías eran vivas y queridas.<br />

Se relacionaba con todo lo que veía –lo vivo, lo<br />

que poseía voz y grito, lo que callaba, lo que se movía<br />

y lo que permanecía en reposo eterno– de la<br />

misma manera y con serenidad.<br />

Se <strong>com</strong>portó así hasta el momento en que percibió<br />

el surtidor de una ballena que se acercaba, muy<br />

alto, tanto que se oía desde la orilla; hasta que vio<br />

el cuerpo elástico, brillante y largo del leviatán marino<br />

Reu.<br />

La ballena se desplazó hasta la orilla, y bajo su<br />

peso las piedrecillas gimieron. La ola que levantó<br />

se deslizó quemando con su frío los pies desnudos<br />

de Nau.<br />

Los primeros días algo retenía a la chica y ella<br />

evitaba acercarse. Algo fuerte y poderoso la detenía<br />

al borde del agua, en aquella línea donde bastaba<br />

el menor contacto para que se hicieran polvo<br />

las conchas secas, donde yacían, impregnados por<br />

la sal del agua de mar, trozos de corteza de árbol y,<br />

en ocasiones, troncos enteros.<br />

Nau miraba desde lejos a la ballena, su enorme<br />

cuerpo negro en el que se reflejaban profundamente<br />

los rayos del sol, y le parecía que la ballena estaba<br />

iluminada desde dentro por una luz propia.<br />

El agua entraba en sus fauces con un sonoro borboteo,<br />

a<strong>com</strong>pañada de pequeños caracoles rojos y<br />

medusas, y por encima de la cabeza de Reu nacía<br />

un arco iris solar en el agua pulverizada.<br />

10


El arco iris atraía a la muchacha, la llamaba, obligándola<br />

a infringir la callada prohibición, el umbral<br />

invisible marcado por una fila de piedrecillas multicolores<br />

lavadas por las olas. Ella quería acercarse al<br />

arco iris, quería que cayera sobre su cuerpo aunque<br />

fuera una gota en la que destellara un pequeño sol.<br />

Una vez Nau se acercó tanto a la ballena que el<br />

surtidor la bañó de pies a cabeza.<br />

Fue algo inesperado, pero todo ocurrió <strong>com</strong>o<br />

ella lo había imaginado: las gotas eran cálidas, refulgentes,<br />

y Nau percibió cómo los rayos del sol la<br />

envolvían, cómo por todo su cuerpo se difundía una<br />

sensación nueva, desconocida, de suave caricia,<br />

una levísima presión dentro del pecho. Su respiración<br />

jadeante se interrumpió, la cabeza <strong>com</strong>enzó a<br />

darle vueltas <strong>com</strong>o si Nau llevara largo rato mirando<br />

desde gran altura la sombra de las nubes que corría<br />

por el agua.<br />

La ballena continuó bañándola con chorros cálidos<br />

impregnados de luz solar, acariciándola con<br />

golpes blandos, cariñosos, y con el borboteo quedo<br />

de su surtidor.<br />

Nau notó cómo le crecía dentro del pecho su<br />

pequeño corazón, llenándola toda, impidiéndole<br />

respirar con calma. La sangre se le calentaba, asimilando<br />

el calor del surtidor y la chica, confusa, estaba<br />

allí de pie, inmóvil, sin saber qué hacer. Antes, nunca<br />

había pensado en lo que hacía. Igual que el viento,<br />

las nubes, la hierba que crecía y las flores que se<br />

escondían dentro de ella, del mismo modo que las<br />

ardillas de la tierra y los pájaros que volaban, que<br />

los animales y los peces que nadaban en el mar...<br />

Ella era parte de este mundo enorme, vivo y muerto,<br />

reluciente y sumido en las tinieblas, arrullado<br />

por el silencio del alto cielo y el manto de las blan-<br />

11


das nubes, rugiente cuando un repentino huracán<br />

sacudía las olas del mar, haciéndolas lanzarse contra<br />

la orilla con la intención de llegar hasta la hierba<br />

en las que Nau escondía sus pies helados.<br />

Pero ahora se sentía invadida por algo diferente.<br />

Como si acabara de despertar y el instante de llegar<br />

a la vigilia se dilatara y volviera a ver de una manera<br />

nueva el cielo, el mar azul, las colinas con sus laderas<br />

verdes y herbosas, y oyera por primera vez el<br />

chillido de un topo, el escándalo de los pajarillos<br />

bajo las rocas, el murmullo del arroyo... Como si<br />

acabara de descubrir de repente que el agua de<br />

mar tenía un sabor diferente de la del arroyo, y que<br />

el frío matinal desaparecía a medida que el sol se<br />

elevaba por encima del mar.<br />

Ahora, cuando Nau corría por la tundra, impulsándose<br />

con pisadas elásticas en los macizos de<br />

hierba, se detenía de repente y se inclinaba sobre<br />

una flor azul, mínima, semejante a un <strong>fragmento</strong> de<br />

cielo que hubiera caído desde el cenit. Los pétalos<br />

azules se bamboleaban sobre el delgado tallo verde<br />

y Nau oía un tañido penetrante que se perdía en<br />

la lejanía.<br />

El mundo de los sonidos se había vuelto más variado,<br />

<strong>com</strong>o el visible, y ahora Nau sabía de dónde<br />

venía el estruendo de las olas que golpeaban las<br />

rocas, el susurrante sonido del viento que aplanaba<br />

con su enorme mano invisible las hierbas de la tundra,<br />

el golpeteo de las pequeñas olas en la laguna,<br />

las aguas susurrantes en el arroyo que corrían por la<br />

ladera pedregosa.<br />

Los pájaros y las fieras <strong>com</strong>enzaron a hablar de<br />

modo diferente.<br />

El cuervo negro graznaba sonidos negros, y este<br />

sonido era oscuro y frío, <strong>com</strong>o la sombra en la otra<br />

12


orilla, a la que no llegaban los rayos del sol y donde<br />

había nieves eternas, oscuras y porosas de viejas.<br />

Los peludos zorros azules estivales ladraban<br />

<strong>com</strong>o si escupieran pequeñas semillas de frambuesa<br />

de pantano, los topos emitían silbidos agudos y<br />

penetrantes, <strong>com</strong>o si llamaran a Nau para pedirle<br />

que echara un vistazo a las bocas negras de las guaridas,<br />

excavadas bajo una piedra protectora.<br />

Hacían ruido las aves marinas, que anidaban en<br />

las rocas ribereñas y, en ocasiones, cuando salían<br />

volando a la vez asustadas por un glotón, todos los<br />

demás sonidos se ahogaban en sus graznidos y el<br />

mundo se volvía triste y monótono, gris y plano.<br />

Nau descubrió que los sonidos podían ser placenteros<br />

para el oído, y que otros invitaban a huir<br />

y esconderse en algún sitio lejano. Sin embargo,<br />

Nau estaba dispuesta a escuchar el tiempo que fuera<br />

el piar de los pájaros sobre el arroyo mañanero.<br />

En él había algo que recordaba el arco iris sobre el<br />

surtidor de la ballena, y los sonidos de los pájaros<br />

generaban en su alma la luminosa espera de un milagro<br />

inminente.<br />

De día en día, la tundra se volvía más brillante y<br />

multicolor. El zumo de las bayas ennegrecía los<br />

pies de Nau. Una vieja loba de la tundra se los lamió<br />

y le miró a los ojos con los suyos, llenos de fidelidad<br />

y nostalgia. Percibía la aproximación del<br />

invierno, y también su propia muerte, porque ya no<br />

servía para nada: la vida dura y la edad habían gastado<br />

todos sus dientes...<br />

Aquel día, <strong>com</strong>o siempre, los rayos del sol despertaron<br />

a Nau.<br />

A juzgar por su brillo, eran <strong>com</strong>o los de antes, sin<br />

embargo, en ellos ya no había aquel calor de días<br />

previos que lo permeaba todo. En su caricia sobre<br />

13


los párpados cerrados, Nau percibió un aviso, el retumbar<br />

del mal tiempo que se acercaba.<br />

Se despertó del todo y calmó el hambre con un<br />

puñado de frambuesas del pantano.<br />

Sus oídos atentos percibieron el ruido del mar<br />

en la orilla, el piar de los pájaros sobre el arroyo y<br />

el murmullo de la hierba.<br />

Nau se puso de pie y echó a andar hacia el mar.<br />

El rocío era particularmente frío. Nau corría para<br />

entrar en calor y sacudirse de encima los jirones<br />

del sueño. Los topos le silbaban al pasar, las perdices<br />

asustadas salían volando de debajo de sus<br />

pies, pero Nau no se detenía, movida por un presentimiento<br />

alarmante y alegre. Por lo general, en<br />

la última fila de piedrecillas bañadas por las olas,<br />

Nau recogía una guirnalda de plantas marinas para<br />

<strong>com</strong>pletar su magro desayuno. Pero esta vez ni siquiera<br />

ralentizó el paso.<br />

En el retumbar de las olas oía ya el silbido familiar<br />

del surtidor de la ballena, que ascendía hacia el<br />

cielo.<br />

El brillo del mar la encegueció y no fue capaz de<br />

examinar detalladamente la orilla.<br />

Y de repente, vio algo inusitado... Creyó que se<br />

trataba sólo de una visión de sus ojos, deslumbrados<br />

por los destellos del agua.<br />

Sí, había un surtidor en el que se fragmentaba el<br />

resplandor solar, y una ballena que se a<strong>com</strong>odaba<br />

junto a la orilla. Pero a medida que Nau contemplaba<br />

al gigante marino, éste se hacía más espectral,<br />

<strong>com</strong>o si se disolviera en una nube de pequeñísimas<br />

gotas de agua...<br />

Nau parpadeó varias veces para ver claramente<br />

a la ballena.<br />

14


Pero no estaba.<br />

Tampoco estaba el surtidor con su arco iris solar.<br />

En lugar de todo aquello, vio a un hombre sobre<br />

la espuma de las ondas.<br />

Estaba de pie y la miraba con unos ojos negros<br />

<strong>com</strong>o los de una foca. Nau echó un vistazo rápido al<br />

mar. Estaba desierto. Nada mostraba que la ballena<br />

que acababa de estar junto a la orilla, se había alejado<br />

nadando. En las crestas de las olas flotaban los<br />

chorlitos, que movían las cabecitas espasmódicamente.<br />

Sobre el agua, muy bajo, volaban bandadas<br />

de aves migratorias.<br />

Nau sintió el frío en torno a ella. Las piedrecillas<br />

gélidas le quemaban los pies, el aire estaba frío y ni<br />

siquiera los rayos del sol calentaban. El hombre dio<br />

un paso hacia ella y por un instante a Nau le pareció<br />

que el arco iris surgía detrás de sus hombros. De<br />

pronto, el rostro del hombre cambió: los ojos se<br />

hicieron más estrechos, entreabrió la boca, y un calor<br />

inusitado brotó de toda su silueta. Emitía un<br />

calor cariñoso, que calentaba a distancia, un calor<br />

que atraía, que la envolvía en una blanda nube.<br />

Nau también dio un paso hacia él después de<br />

sentir repentinamente el deseo de apretarse contra<br />

el pecho del desconocido, de esconderse del frío<br />

en sus brazos.<br />

El hombre tomó a Nau de la mano.<br />

Caminaba con ligereza, rodeando los pequeños<br />

charcos, saltando por encima de los pequeños torrentes,<br />

y su manera de caminar se parecía al vuelo<br />

de los pájaros. Nau avanzaba tras el desconocido<br />

<strong>com</strong>o llevada por las alas de su tremolante cabello<br />

negro.<br />

15


El frío mañanero se había evaporado, incluso <strong>com</strong>enzó<br />

a sentir calor y los pies le ardían, <strong>com</strong>o si no<br />

corriera por la hierba fría sino por las orillas arenosas<br />

de los ríos de la tundra, caldeadas por el sol de<br />

verano.<br />

El destello del sol corría detrás de ellos por la<br />

superficie plana de la laguna, por las corrientes de<br />

los arroyos y torrentes, por los numerosos charcos y<br />

laguitos.<br />

¿Qué era aquello?<br />

Una alegría inusitada, <strong>com</strong>parable sólo con el<br />

sol. Ligereza y un presentimiento dulce y alarmante<br />

a la vez, una cálida presión en el pecho al pensar<br />

que él estaba a su lado, ése en el que confluía todo<br />

lo ocurrido aquel verano: la enorme ballena, el<br />

asombroso calor, y el inesperado descubrimiento<br />

de que ella difería en algo de los pájaros y las fieras,<br />

de la hierba y las olas, del cielo y la tierra...<br />

¿Qué era aquello?<br />

Subieron las colinas de la tundra, cubiertas por<br />

una hierba suave, levemente amarilla. Bajo la hierba<br />

yacía el musgo seco, el liquen de los alces, una<br />

gruesa capa que protegía a las plantas de la agresión<br />

mortal de la congelación perpetua.<br />

Desde la cima de las colinas se veía el mar ya lejano,<br />

con sus olas que apenas se escuchaban.<br />

El hombre se detuvo, sin soltar la mano de Nau.<br />

Se volvieron de frente al mar, y junto con él la<br />

chica miró hacia la lejanía azul.<br />

Más allá de la franja blanca de la rompiente, jugaban<br />

las ballenas. Un banco de cetáceos se aproximaba<br />

a la orilla, coloreando las olas con el arco iris<br />

de sus surtidores y espantando las bandadas de<br />

chorlitos.<br />

16


Y de nuevo, el rostro del hombre se iluminó con<br />

una expresión de la que brotaba el calor, y en sus<br />

enormes ojos negros de foca se encendió una cálida<br />

llama amarilla.<br />

El hombre la agarró con la otra mano y tiró levemente<br />

de ella hacia sí. El calor parecía insoportable,<br />

quemante, pero atrayente. Nau sintió un leve<br />

mareo, y recordó cómo había subido a los altos riscos<br />

de la orilla para mirar durante largo rato desde<br />

allí el mar, las incansables ondas, las olas que se sucedían<br />

unas a otras. Así mismo le había dado vueltas<br />

la cabeza, y la abrupta lejanía la llamaba, dando<br />

lugar a un temblor de pasión en sus piernas...<br />

Pero eso era algo totalmente diferente, que sólo<br />

recordaba de lejos el llamado del abismo.<br />

De nuevo aquel calor, tierno, suave, <strong>com</strong>o el<br />

plumón delicado en el nido del colimbo ártico en<br />

las frías rocas que miraban al mar, sacudidas siempre<br />

por el viento, y humedecidas por salpicaduras<br />

saladas...<br />

Tenía cerca el rostro del hombre, que cambiaba<br />

<strong>com</strong>o cambian la tundra y el mar bajo el viento y las<br />

nubes que descubren u ocultan el sol.<br />

Él olía a viento marino y a algas.<br />

Sí, ella lo esperaba precisamente a él, tan cercano,<br />

<strong>com</strong>prensible, fuerte y tierno a la vez. Y toda<br />

su alarma matutina, su intranquilidad vespertina<br />

cuando el sol se marchaba más allá del horizonte<br />

marino, y la percepción de alegría cuando la ballena<br />

nadaba hacia la orilla, era el presentimiento de<br />

aquel encuentro, la espera de la felicidad.<br />

Reu se dejó caer sobre la hierba, arrastrando a<br />

Nau consigo. La cabeza le daba vueltas, todo parecía<br />

inmerso en una niebla multicolor, y era <strong>com</strong>o si<br />

17


el cuerpo se hubiera hundido en el cálido surtidor<br />

de la ballena, que envolvía y acariciaba con sus dulces<br />

chorros.<br />

En ocasiones, a Nau le parecía que volaba muy<br />

alto sobre la superficie de la tierra y las nubes,<br />

blandas y luminosas, la transportaban persiguiendo<br />

el viento. Pero, junto con esta percepción, iba<br />

creciendo otra: el deseo de fundirse con el hombre<br />

en un solo ser. Aquel deseo era tan fuerte que a<br />

Nau le causaba dolor. A veces el dolor la llenaba<br />

toda por dentro, tratando de escapar fuera, pero no<br />

encontraba una salida.<br />

Nau sentía deseos de gritar a causa de los gemidos<br />

que pugnaban por escapar de ella, pero no sabía...<br />

aún no sabía que en eso consistía la felicidad<br />

suprema de la mujer, de la que nace la canción, la<br />

ternura y una nueva vida...<br />

Nau oía el ruido del surtidor de la ballena, que hacía<br />

estallar el aire sobre las olas marinas... “R-r-r-e-u”<br />

le pareció oír.<br />

– Reu, Reu, Reu –pronunció varias veces y abrió<br />

los ojos.<br />

El rostro de Reu estaba muy cerca y sus enormes<br />

ojos negros la atraparon, sumergiéndola en una negrura<br />

titilante y ardiente.<br />

Ahora Nau no sentía alarma o temor. Se convencía,<br />

una y otra vez, de que eso era lo único que le faltaba,<br />

que ella esperaba precisamente aquello. Sólo<br />

que no había imaginado que le llegaría en la forma<br />

de un hombre salido de una ballena.<br />

Y de repente, fue <strong>com</strong>o si un candente rayo de<br />

sol le atravesara todo el cuerpo. Y su primer pensamiento<br />

fue: ¿acaso el dolor puede ser alegría? Y al<br />

momento, llegó la respuesta: sí, el dolor puede ser<br />

18


una alegría tan grande que dé ganas de gritar y de<br />

llorar con grandes lágrimas ardientes. El rayo le recorrió<br />

el cuerpo haciéndolo arder, generando un<br />

fuego invisible, y sólo deseaba una cosa, que aquello<br />

durara un tiempo infinitamente largo, por siempre...<br />

Cuando Nau volvió en sí, en un primer instante<br />

se asustó de que todo aquello hubiera sido sólo un<br />

sueño o su imaginación.<br />

Pero Reu –así llamaba al hombre en su cabeza–<br />

estaba sentado a su lado y tenía en las manos sus<br />

cabellos negros mientras pasaba los mechones de<br />

una mano a otra. Ella sonrió y el rostro del hombre<br />

se iluminó con una luz extraordinaria.<br />

Miró a Nau, acercando su rostro al de ella, rozando<br />

su nariz con la punta de la suya, y aquel contacto<br />

avivó de nuevo el fuego escondido en su corazón.<br />

– ¿Acaso el dolor puede ser alegría?<br />

– La alegría suprema llega mediante el dolor<br />

–respondió Reu.<br />

Junto con sus palabras, Nau percibió los olores<br />

familiares del mar: polvo salado, algas, piedras<br />

húmedas y rojas estrellas de mar, dispersas por la<br />

orilla.<br />

Antes de la puesta de sol, Reu se levantó de la<br />

hierba aplastada y echó a andar hacia el mar.<br />

Nau caminó a su lado.<br />

Y mientras más cerca estaba el ruido de las olas,<br />

más alarmada se sentía su alma. Por primera vez en<br />

su vida se acercaba al mar sin alegría.<br />

Allí estaban ya las olas, y las bandadas de chorlitos<br />

sobre ellas.<br />

Reu se detuvo.<br />

19


El sol se hundía en el agua. Sobre la línea donde<br />

se unían el mar y el cielo, asomaba el extremo superior<br />

del disco y desde él, por el agua, se extendía<br />

un retumbante camino de luz que terminaba en la<br />

húmeda orilla de piedrecitas.<br />

Reu puso un pie en el camino, entró en el agua,<br />

y en el lugar donde acababa de estar un hombre,<br />

apareció por un segundo el surtidor de una ballena.<br />

Nau se metió impulsivamente en el agua, pero<br />

algo fuerte y poderoso la empujó de vuelta a la orilla.<br />

La ballena se alejaba más y más, y pronto su surtidor<br />

desapareció junto con los últimos destellos<br />

del sol que se habían hundido en el mar.<br />

20


Capítulo 2<br />

Cuando el sol ascendió sobre la laguna y llegó<br />

a su punto más alto. Nau bajó a la orilla y permaneció<br />

de pie hasta que, a lo lejos, <strong>com</strong>enzó a verse el<br />

arco iris.<br />

Su alegría crecía a medida que la ballena se acercaba<br />

a la orilla y su respiración agitada se hacía más<br />

sonora.<br />

Transformado en hombre, Reu tomó a Nau de la<br />

mano y se dirigió junto con ella hacia las blandas<br />

hierbas de la tundra.<br />

Hablaron poco. Mucho de lo que debían transmitirse<br />

mutuamente lo hacían de forma natural mediante<br />

la mirada, el contacto e incluso a través de<br />

largos silencios.<br />

Transcurrieron los días, llenos de felicidad, de<br />

vuelos invisibles e inaudibles del alma. Y en una<br />

21


ocasión, Nau vio que las lejanas montañas se habían<br />

cubierto de nieve.<br />

– ¿Qué es eso?<br />

– Es lo que nos espantará hacia otros mares –respondió<br />

Reu.<br />

– ¿Significa que me abandonarás?<br />

Reu calló.<br />

Cada día los encuentros se hacían más cortos<br />

porque el sol se apresuraba a meterse en el agua,<br />

reduciendo su recorrido celestial. En el aire, blancos<br />

copos de nieve <strong>com</strong>enzaron a volar en círculo.<br />

Al caer a tierra, en los charcos, en las cañadas, se<br />

transformaban en agua fría.<br />

Sobre la tierra había cada vez más in<strong>com</strong>odidad.<br />

Los pájaros <strong>com</strong>enzaron a marcharse al sur,<br />

anunciándolo con tristes graznidos a la tundra que<br />

se iba quedando vacía.<br />

Cesó el ruidoso sonido de los pájaros sobre el<br />

arroyo, y hasta el agua que corría por él se oscureció,<br />

se hizo más espesa a causa de las lluvias frecuentes.<br />

Nau vagaba por la tundra y excavaba las guaridas<br />

de los ratones para sacar de allí raicillas dulces.<br />

Había días en los que no podía acercarse a la orilla<br />

del mar: olas enormes chocaban contra las rocas,<br />

barrían los salientes pedregosos, se lanzaban contra<br />

la muchacha solitaria, de pie sobre los guijarros.<br />

En días así, Nau temía que Reu no apareciera.<br />

Pero él aparecía.<br />

Una vez, en sus caricias se hicieron presentes la<br />

alarma y la impaciencia.<br />

– ¿Por qué no te quedas conmigo hasta la mañana?<br />

22


– Porque si no regreso con el último rayo de sol,<br />

me quedaré en la tierra para siempre –respondió<br />

Reu.<br />

– Y tú ¿quieres eso, o no?<br />

– No lo sé.<br />

Muy poco tiempo atrás, en primavera, cuando<br />

él, joven y fuerte, jugaba en las elásticas olas marinas,<br />

podía decir con seguridad que nunca por<br />

nada cambiaría la libertad del mar por la solidez<br />

de la tierra. Pero ahora... No había sospechado<br />

que existiera en el mundo una fuerza semejante<br />

que transformara a una ballena en un hombre y lo<br />

mantuviera en la orilla, obligándolo a olvidar el<br />

enorme peligro de quedarse para siempre en tierra,<br />

convertido en hombre.<br />

Las hermanas ballenas se lo habían advertido.<br />

El padre le mostró la franja blanca en el horizonte.<br />

De día en día se aproximaba más a la orilla. Pronto,<br />

aquello blanco y frío atenazaría el agua marina y cerraría<br />

el camino hacia el aire vivificante. Ya las orcas<br />

marinas, los enemigos más encarnizados de las ballenas,<br />

habían partido hacia zonas cálidas, se habían<br />

marchado las morsas, las focas, hasta los más pequeños<br />

habitantes del mar que pululaban en los<br />

bajíos habían seguido a los animales mayores. Las<br />

orillas del mar septentrional se volvían cada vez<br />

más silenciosas y desiertas.<br />

Llegó el día en que, tras el cabo rocoso, apareció<br />

una franja de hielo blanco, que traía un aire frío y un<br />

olor gélido, cortante. Reu no llegó solo. Las demás<br />

ballenas se mantenían junto al borde del hielo, lanzando<br />

sus surtidores bien alto en el aire, claramente<br />

visibles en la niebla helada. Había tantas que los<br />

chorlitos, asustados, echaron a volar y se largaron.<br />

23


Reu se aproximó lentamente a la orilla, a<strong>com</strong>pañado<br />

por sus hermanos. Era <strong>com</strong>o si lo retuvieran,<br />

<strong>com</strong>o si no le dejaran tocar las piedras de la orilla.<br />

Pero Reu logró llegar a la franja de espuma y apareció<br />

en la orilla.<br />

Respiraba con dificultad y su pecho se elevaba<br />

muy alto.<br />

– Nau –dijo–, vengo a quedarme contigo.<br />

– ¿Para siempre?<br />

– Para siempre –dijo Reu, y <strong>com</strong>o en respuesta a<br />

sus palabras, decenas de surtidores de ballenas se<br />

elevaron en el aire, fragmentando la luz solar y acallando<br />

todos los demás sonidos.<br />

Reu tomó a Nau de la mano y la llevó hacia la<br />

tundra, alejándola de la orilla del mar, de sus <strong>com</strong>pañeras<br />

ballenas enardecidas. Se apresuraba a distanciarse,<br />

temiendo cambiar de opinión e irse lejos<br />

con su tribu a los distantes mares del Sur, a mucha<br />

distancia de los hielos que avanzaban.<br />

Atravesaron la tundra por las verdes orillas de la<br />

laguna y se adentraron en las colinas, donde la hierba<br />

no era ya tan blanda y en la tierra se percibía la<br />

llegada inminente de la congelación perpetua, que<br />

se había ocultado del cálido sol del verano bajo una<br />

gruesa capa de musgo y hierbas del año anterior.<br />

Se sentaron sobre un montículo y estuvieron largo<br />

rato en silencio.<br />

Reu estaba triste y en su rostro había niebla,<br />

<strong>com</strong>o en aquellas mañanas otoñales.<br />

Nau le acarició una mejilla con un dedo.<br />

Reu se estremeció y suspiró.<br />

– ¿Qué vamos a hacer? –preguntó Nau.<br />

24


– Viviremos –fue la corta respuesta de Reu–. Una<br />

vida nueva, la vida de los seres humanos.<br />

Los primeros días del invierno fueron difíciles.<br />

Reu excavó un agujero en la tierra y lo cubrió con un<br />

techado de varas recogidas en la orilla. Encima pusieron<br />

hierba seca y musgo. Él confeccionó una lanza<br />

con un trozo de hueso de morsa y abatió un alce<br />

salvaje. Tendieron la piel sobre un lecho de hierba<br />

para protegerse del eterno frío subterráneo.<br />

Nau recordó los días sin preocupaciones <strong>com</strong>o<br />

un hermoso sueño, <strong>com</strong>o algo que nunca había ocurrido<br />

en realidad. A veces le parecía que Reu nunca<br />

había sido una ballena, porque ya no había mar<br />

abierto, y en todo lo que abarcaba la vista se extendía<br />

una sábana blanca cubierta de bancos de hielo<br />

destrozados por los campos helados, que se iluminaban<br />

con penetrantes destellos gélidos. El viento<br />

vagaba entre los hielos, batía la orilla y la nieve barría<br />

minuciosamente todo lo oscuro, lanzándose airada<br />

contra la guarida-trinchera con la intención de<br />

ponerla al mismo nivel que la llanura blanca. El<br />

viento se enfurecía al descubrir todas las mañanas<br />

la entrada oscura por la que salía el vapor del aliento<br />

de personas vivas.<br />

Aunque por las noches el cansancio apenas permitía<br />

que los primeros habitantes de la franja entre<br />

la laguna y el mar se mantuvieran de pie, estaban<br />

felices, y aquello grande, alto y eterno que unía a<br />

Nau y Reu ardía con la constancia y la fuerza del sol<br />

estival que nunca se ponía.<br />

La suerte del cazador a<strong>com</strong>pañaba a Reu, y ahora<br />

tenían suficientes pieles de renos no sólo para<br />

25


cubrir el suelo, sino también para protegerse del<br />

frío.<br />

Nau preparó hilos con tendones secos de alce, y<br />

con una aguja, hecha del hueso de una orca, cosió<br />

las pieles secas y curtidas. Para que la rugosa parte<br />

interior de la piel no frotara el cuerpo de Reu, sobre<br />

el suelo de la choza mínima Nau ablandaba la piel<br />

de reno con los talones de sus fuertes pies.<br />

Ardía el fuego en el hogar de piedra, <strong>com</strong>o si un<br />

pequeño sol se hubiera aposentado en aquella<br />

chabola cubierta por una gruesa capa de nieve.<br />

La oscuridad era cada vez más densa, más cercana.<br />

El sol era ya apenas una estrecha línea rojiza,<br />

pero en los corazones de Nau y Reu vivía la firme<br />

esperanza de que llegaría sin falta un nuevo día de<br />

verdad que sería mejor que el anterior, de la misma<br />

manera que todas las mañanas cada uno de ellos<br />

consideraba al otro maravilloso.<br />

Era <strong>com</strong>o si el pasado no existiera para ellos,<br />

porque lo fundamental de lo que dependía la vida,<br />

el calor en la choza y el fuego en el hogar de piedra<br />

era el presente. Y del presente dependía lo que habría<br />

mañana.<br />

Los huracanes eran frecuentes. La nieve vieja se<br />

levantaba del suelo y una densa cortina de nieve<br />

húmeda y viento elástico derribaba a las personas y<br />

las aplastaba contra el suelo.<br />

Atenta al estruendo de la nieve sobre el techo<br />

de la chabola, Nau percibió de repente una sacudida<br />

en su interior.<br />

– ¿Qué pasa? –preguntó alarmada, llevándose la<br />

mano al vientre.<br />

26


Reu colocó la mano sobre la piel morena y cálida<br />

de su esposa, por encima del punto negro del<br />

ombligo.<br />

Y percibió el latido de algo vivo.<br />

– ¡Es la vida futura! –exclamó, alegre–. ¡Es la<br />

nueva mañana de nuestra vida! ¡Es aquello por lo<br />

que estamos juntos!<br />

– Es la vida futura –repitió quedamente Nau,<br />

prestando atención a sí misma.<br />

Cuando la tormenta se calmó y Nau y Reu salieron<br />

fuera, el sol apareció más allá de las lejanas<br />

montañas.<br />

– Ha vuelto, ¡la fuente de calor!<br />

Los dos gritaban, fascinados, y se miraban con<br />

ojos felices.<br />

El sol aún estaba bajo y sus rayos coloreaban la<br />

nieve de rojo hasta el horizonte, que se divisaba a<br />

lo lejos con dificultad.<br />

Reu confeccionó varias herramientas. Al mirarlo,<br />

al contemplar el cabello que le caía sobre la frente,<br />

Nau recordó algo nebuloso, inverosímil, mágico,<br />

que le había ocurrido quién sabe cuándo, en sueños<br />

o despierta. ¿De veras era él una ballena?<br />

Al amanecer, Reu partió al hielo marino.<br />

Nau lo esperaba con impaciencia. Miraba los<br />

témpanos. En ocasiones le parecía divisar a lo lejos<br />

el mar abierto, olas verdes y destellos irisados.<br />

¿Qué era aquello? El corazón le latía con más fuerza,<br />

en su pecho crecía una emoción ardiente, y sintió<br />

tanto calor que echó atrás el capuchón de piel<br />

de reno.<br />

Reu volvió con sus presas y Nau no volvió a acordarse<br />

de aquellos extraños pensamientos e ideas,<br />

27


ocupada en despiezar los animales y preparar la<br />

<strong>com</strong>ida.<br />

El sol se apartaba de la Sierra Lejana y se puso a<br />

flotar en el cielo.<br />

En una ocasión, Reu divisó unos carámbanos mínimos,<br />

apenas visibles a simple vista, en la ladera<br />

sur de un gran témpano.<br />

El conocido canto de un pájaro despertó a Nau.<br />

Al principio no podía discernir si el canto venía de<br />

sus entrañas o de más allá de las paredes de la<br />

choza.<br />

Un gorrión polar, pequeño y gris, saltaba sobre<br />

sus patitas finas y heladas y piaba sonoro, recogiendo<br />

los restos de <strong>com</strong>ida.<br />

Chillaba, y con su pequeño ojito agudo miraba<br />

con picardía a Nau, <strong>com</strong>o dándole la enhorabuena<br />

por la llegada de la temporada de la Gran Luz.<br />

Nau se había vuelto más pesada, su cuerpo se<br />

había redondeado. Llevaba su enorme vientre con<br />

dificultad. Junto con el calor, llegaron a la franja costera<br />

unas focas bien cebadas. Salían arrastrándose,<br />

para calentarse al sol, y allí mismo las atrapaba el<br />

cazador. En algunas ocasiones cazaba varias focas a<br />

la vez, y entonces se quedaba en casa los días siguientes,<br />

reparando la choza tan maltratada por los<br />

crueles vientos del invierno.<br />

A<strong>com</strong>odados en el lado del sol, donde la nieve<br />

ya se había fundido, los seres humanos hablaban<br />

sobre el futuro.<br />

– Pasará el tiempo –decía Reu, pensativo–, y<br />

junto a nuestra choza crecerán otras, y el género humano,<br />

al que hemos dado <strong>com</strong>ienzo, se dispersará<br />

por la orilla del mar. Aquí hay espacio, el mar está<br />

lleno de vida, los renos corren por la tundra, es po-<br />

28


sible vivir y esperar las alegrías que nos promete el<br />

día de mañana...<br />

– Qué bueno mirar al futuro –respondía Nau–.<br />

Cuando miras hacia delante, la cabeza da vueltas<br />

<strong>com</strong>o si estuvieras mirando desde una gran altura.<br />

La nieve <strong>com</strong>enzaba a derretirse en la laguna y<br />

su superficie se parecía ahora a una piel de reno<br />

medio podrida por la humedad.<br />

En cierta ocasión, al regresar de una colina desde<br />

donde había vigilado las manadas de renos salvajes<br />

que se aproximaban, Reu dijo con excitación:<br />

– He visto el mar abierto.<br />

– ¿El mar abierto? –repitió Nau con alarma.<br />

– El hielo se ha quebrado –dijo Reu–. Y por encima<br />

de nuestra lengua de tierra, grandes bandadas<br />

de pájaros vuelan hacia el agua.<br />

– ¿De dónde vienen tantos seres vivos a nuestras<br />

tierras? –preguntó Nau.<br />

– Debe ser que, en alguna parte, hay otra tierra<br />

–respondió Reu–. Y quizá existan otros <strong>com</strong>o tú y<br />

<strong>com</strong>o yo en alguna otra parte. Sencillamente, no los<br />

conocemos todavía, aún no nos hemos encontrado.<br />

Un cálido aguacero despertó a los habitantes de<br />

la choza. Cuando salieron fuera, vieron que sólo<br />

quedaban unos trocitos del hielo de la laguna, que<br />

flotaban junto a la orilla y se alejaban hacia la desembocadura<br />

sometiéndose a la corriente. Y en el<br />

mar, el agua, libre de hielo, se divisaba ya desde<br />

el umbral de la choza, y el olor del mar, semiolvidado,<br />

cosquilleaba de nuevo las narices, haciendo<br />

surgir deseos nebulosos.<br />

29


Reu fabricó una red con tendones de reno y la<br />

estiró sobre un círculo de ramas flexibles. Subió los<br />

riscos de la orilla y con la red atrapó unos colimbos<br />

árticos de picos rojos.<br />

Los últimos trozos de hielo desaparecieron de<br />

la laguna.<br />

Nau sentía una atracción confusa e irresistible<br />

hacia el agua, y estaba dispuesta a pasar días enteros<br />

sentada allí, mirando la superficie plana, observando<br />

a las ahítas aves pescadoras, a los peces<br />

grises que se desplazaban por el agua transparente,<br />

a los peces planos que se adherían al fondo rocoso.<br />

Aquello tuvo lugar una mañana temprano, cuando<br />

el sol ya estaba muy alto sobre el cabo y se preparaba<br />

a emprender su largo recorrido sobre las<br />

colinas de la tundra.<br />

Nau descendió hasta un estanque ribereño rodeado<br />

de hierba fresca y brillante, junto a la desembocadura<br />

del arroyito que fluía desde las montañas.<br />

Al oírla gritar, Reu acudió a la carrera.<br />

– Llévame más cerca del agua –pidió Nau.<br />

Los pequeños ballenatos salieron cuando Nau<br />

tenía las piernas metidas hasta la mitad en el agua.<br />

Los recién nacidos <strong>com</strong>enzaron a nadar, soltando<br />

pequeños surtidores.<br />

Nau se volvió hacia Reu y sonrió feliz.<br />

– Me alegra que se parezcan a ti.<br />

Nau entró en el agua hasta que sus pechos, rebosantes<br />

de leche, se hundieron. Los ballenatos se<br />

acercaron y se pusieron a mamar ruidosamente, pegándose<br />

a los pezones con labios gruesos y tiernos,<br />

entre los que se veían, rosados y tiernos, los primeros<br />

brotes de sus bigotes de ballena.<br />

30


Capítulo 3<br />

Desde una frágil cornisa de hielo, Reu cazaba<br />

focas y liebres árticas.<br />

Nau no se apartaba casi de la orilla, se afanaba<br />

con sus pequeñuelos, que crecían, haciéndose<br />

cada vez más fuertes, y ya se atrevían a alejarse<br />

hasta el centro de la laguna, el sitio más profundo.<br />

En ese momento, Nau los llamaba alarmada,<br />

pronunciando el nombre del padre:<br />

– ¡Reu! ¡Reu! ¡Reu!<br />

Los ballenatos lanzaban muy alto sus surtidores<br />

y nadaban presurosos hacia ella, pegaban sus tiernos<br />

labios a los pechos que flotaban en el agua y<br />

succionaban con placer durante largo rato la espesa<br />

leche de la madre.<br />

Al caer la noche, cuando el sol abandonaba la<br />

tierra y se dirigía al mar para darse un baño en las<br />

frías aguas tras el largo recorrido diurno, el padre<br />

31


volvía y jugaba con los niños. Lanzaba bien lejos al<br />

agua piedras de variados colores, los ballenatos<br />

salían tras ellas y las buscaban en el fondo de la<br />

laguna.<br />

El ruido estremecía la superficie: salpicaba el<br />

agua, silbaban y siseaban los surtidores de las ballenas,<br />

se oían los gritos de Nau y Reu, todo aquello<br />

se mezclaba con el piar de los pájaros sobre el<br />

arroyo, la sacudida de las alas de los chorlitos que<br />

huían de la rápida aproximación de los ballenatos.<br />

Los topos, sobre los macizos de hierba, silbaban<br />

con aprobación.<br />

Cuando el sol se ponía, los ballenatos se iban a<br />

dormir, y los padres se a<strong>com</strong>odaban allí mismo en la<br />

orilla, colocando las pieles de reno bajo el cuerpo.<br />

Con frecuencia Nau se despertaba en medio de<br />

la noche, escuchaba con atención el sonido de las<br />

olas hasta distinguir la respiración soñolienta de<br />

sus hijos. Con ojos bien abiertos, miraba el cielo<br />

iluminado donde aún no había estrellas: se encenderían<br />

sólo cuando el día solar fuera más corto.<br />

Acostada allí, sin dormir, Nau se sentía <strong>com</strong>o un<br />

viento leve que se desplazaba lentamente sobre<br />

las flores y hierbas dormidas, sobre las olas que<br />

rompían al pie de los riscos, formando parte de la<br />

orilla rocosa junto a la que fluía la gélida corriente<br />

del océano, se sentía una nube debajo del extremo<br />

agudo de la pálida luna... Sabía que, con la llegada<br />

de la aurora, cuando los rayos solares golpearan las<br />

rocas empapadas del cabo y saltaran por encima de<br />

él hasta la pedregosa franja de tierra y se pusieran a<br />

jugar con las ondas en la laguna, todo aquello desaparecería,<br />

y sería <strong>com</strong>o si ella se transformara de<br />

nuevo en un ser muy diferente de su entorno. Precisamente,<br />

por el día le venían a la cabeza pensamientos<br />

sobre que sus niños, carne de su carne y<br />

32


de la de Reu, de todos modos eran ballenatos y ni<br />

siquiera podían salir a la orilla y entrar en la choza<br />

de sus padres...<br />

Nau se consolaba con la débil esperanza de<br />

que, al paso del tiempo, los ballenatos se convertirían<br />

en personas, <strong>com</strong>o le había ocurrido a Reu.<br />

A veces, Nau tenía el deseo de <strong>com</strong>partir aquellos<br />

pensamientos alarmantes con Reu, pero al parecer<br />

éste no encontraba ninguna diferencia entre<br />

él mismo y los ballenatos. Obviamente, no se le<br />

ocurría que fueran seres diferentes a él. Quizá porque<br />

el mismo Reu era una ballena con forma de<br />

hombre...<br />

Durante el día, Nau volvía a convertirse en una<br />

persona corriente. Tenía que poner en tensión la<br />

mente para entender qué quería el cuervo viejo<br />

que se posaba en el cráneo de una morsa, blanqueado<br />

por la intemperie y pulido por los vientos;<br />

tenía que meditar para entender el sentido del<br />

canto de los gorriones polares y el silbido de las ardillas<br />

de tierra. Eso le causaba preocupación y<br />

daba lugar a pensamientos y reflexiones sobre lo<br />

que le estaba ocurriendo.<br />

Reu se mantenía ocupado de la mañana a la<br />

noche.<br />

En primavera, había arponeado varias morsas<br />

sobre el hielo, y le había enseñado a Nau cómo<br />

debía tratar las pieles para que se hicieran finas y<br />

elásticas. Metía las pieles crudas durante largo<br />

tiempo en el agua poco profunda de la laguna, y<br />

mientras se empapaban, Reu recogía los cartílagos<br />

de las aletas y los ataba muy prietos. A Nau le parecía<br />

que estaba confeccionando el esqueleto de un<br />

pez enorme, nunca visto. Afilaba la madera con cuchillos<br />

de piedra aguzada, pulía y agujereaba los<br />

33


huesos tubulares y después, los ataba bien con tiras<br />

de piel de liebre ártica. Cuando todo estuvo listo,<br />

Reu sacó las pieles de morsa del agua y cubrió<br />

con ellas el esqueleto de madera.<br />

– En este bote –explicó–, uno puede alejarse<br />

mucho de la orilla.<br />

El primer viaje lo hicieron por la laguna.<br />

El agua saltarina golpeaba el fondo, generando<br />

un sonido retumbante, el viento hinchaba la vela,<br />

confeccionada con pieles de foca recién curtidas, y<br />

el bote volaba por la laguna. Los niños-ballenatos<br />

nadaban delante, saltando alegremente al aire, intentando<br />

salpicar a sus padres con enormes surtidores.<br />

El bote avanzaba a lo largo de la lengua de tierra<br />

hacia el estrecho que unía la laguna con el mar<br />

abierto.<br />

Nau llamaba a los hijos a gritos, y le parecía que<br />

le respondían, que balbuceaban palabras infantiles,<br />

que se alegraban junto con ella del invento del<br />

padre.<br />

Reu, orgulloso por haber creado semejante maravilla,<br />

daba gritos muy altos, fuertes, agradables al<br />

oído. Los corvejones cebados cedían el paso de<br />

mala gana, aleteando largo rato para alzarse del<br />

agua, las golondrinas volaban sobre el bote emitiendo<br />

gritos de alarma, interponiéndose en su<br />

ruta, y las focas saltaban y los seguían con la vista,<br />

sin <strong>com</strong>prender lo que pasaba, intentando entender<br />

qué era aquel monstruo nunca visto que había<br />

aparecido en sus aguas.<br />

– Ahora estamos más cerca de los niños –dijo<br />

Nau con alegría cuando regresaron y sacaron el<br />

bote a la orilla.<br />

34


– Mañana saldremos a mar abierto –dijo Reu.<br />

El mar acogió al bote con cariño. Nau percibió<br />

cuán fuerte y potente era el mar, cuán grandes eran<br />

las olas que no se veían desde la orilla. Llevaban<br />

con facilidad sobre sus espaldas el bote de pieles.<br />

Un viento fuerte y constante hinchaba la vela y el<br />

agua bullía junto a los bordes del bote que se alejaba<br />

de la orilla.<br />

Nau miró a Reu y se asombró: nunca había visto<br />

semejante expresión en su rostro. Era <strong>com</strong>o si Reu<br />

se hubiera fundido con el bote y ambos formaran<br />

un único ser. Cada golpe de las olas, cada ráfaga de<br />

viento se reflejaban en él. Al subir a la cresta de una<br />

ola junto con el bote, Reu suspiraba de modo extraño,<br />

<strong>com</strong>o si lanzara un surtidor de ballena. El viento<br />

sacudía sus cabellos, le azotaba el rostro, que ahora<br />

estaba tenso y <strong>com</strong>o más estrecho, y hacía salir lágrimas<br />

de los ojos muy abiertos.<br />

Y después, Reu <strong>com</strong>enzó a dar gritos, potentes y<br />

prolongados; y en aquellos gritos había palabras<br />

sorprendentes, que parecían estar iluminadas por<br />

un arco iris:<br />

¡Viento, fuerte viento,<br />

mezclado con gotitas de agua del mar!<br />

Levanta sobre tu espalda potente<br />

este bote de piel y deposítalo<br />

en el sendero de mis semejantes<br />

para que pueda verlos yo y<br />

decirles que existe una fuerza potente<br />

en la naturaleza, que hace de una ballena<br />

un ser humano y da vida a algo nuevo,<br />

antes nunca visto<br />

en la naturaleza...<br />

35


Nau, que involuntariamente se había rendido<br />

ante el encanto de aquel grito rítmico, descubrió de<br />

repente que gritaba junto a Reu, y la canción humana<br />

recién nacida resonaba junto con el viento al golpear<br />

la vela.<br />

La pedregosa franja de tierra había desaparecido<br />

de la vista un buen rato atrás, y los cabos rocosos,<br />

multicolores en las cercanías de los líquenes y<br />

musgos, cubiertos en algunas partes de hierba verde,<br />

se tornaron azules, la distancia difuminó sus<br />

contornos y redujo sus dimensiones. Ahora, la enorme<br />

extensión marina separaba el bote de pieles de<br />

la tierra y eso estimulaba a Reu, llenándolo de nueva<br />

fuerza.<br />

Repentinamente Nau se aterrorizó.<br />

La tierra, firme y segura, quedaba ya muy lejos.<br />

Era imposible distinguir la pequeña choza.<br />

–¿Hacia dónde navegamos, Reu? –preguntó.<br />

Reu interrumpió su canto y el último sonido voló<br />

por encima de la vela, mezclándose con el siseo de<br />

las verdes olas.<br />

La expresión del rostro de Reu cambió, <strong>com</strong>o si<br />

una nube se hubiera apoderado de él.<br />

– No lo sé –respondió.<br />

Se sentó en el fondo del bote, encima de la urdimbre<br />

de tablas sobre la que había tendido la piel<br />

de morsa.<br />

– Recordé años lejanos–dijo Reu–. Era joven y<br />

curioso, y me apartaba de los míos con frecuencia.<br />

Me iba lejos, sintiéndome parte del mar, del viento<br />

y del cielo azul. Me hacían advertencias. Pero yo<br />

nunca hacía caso a lo que decían los mayores. En<br />

una ocasión me atacaron las orcas. Me persiguieron<br />

con furia, largo tiempo, intentando acorralarme con-<br />

36


tra la orilla. Pero pude escapar de ellas y reunirme<br />

con los míos. En otra ocasión, me metí entre témpanos<br />

flotantes, y a duras penas pude salir de allí después<br />

de arañarme todo el cuerpo hasta sacarme<br />

sangre. Y hoy, al salir al mar, de nuevo me he sentido<br />

joven y lleno de fuerzas...<br />

Reu hizo que el bote diera la vuelta y enfilara<br />

hacia la orilla.<br />

Cuando la franja de tierra apareció delante de<br />

ellos <strong>com</strong>o una línea delgada, un surtidor brotó junto<br />

al bote y de las profundidades surgió la cabeza<br />

de una ballena.<br />

–¡Es mi hermano! –gritó Reu con alegría–. Mira,<br />

Nau, hay otra más. ¡Y otro a nuestras espaldas! ¡Han<br />

venido a verme! ¡Nau, están contentos de vernos!<br />

Las ballenas se aproximaban con cuidado al<br />

bote de pieles y lo empujaban hacia delante, dándole<br />

más velocidad. Sus fauces abiertas, adornadas<br />

con los pinchos de sus tupidos bigotes, parecían<br />

sonreír a Nau.<br />

Reu estaba de pie, <strong>com</strong>pletamente erguido, y<br />

contemplaba a sus hermanos.<br />

– Qué lástima que no entiendan el habla humana<br />

–dijo Nau.<br />

–La entienden, la entienden –respondió Reu–,<br />

sólo que no pueden hablar. Para poder hablar hay<br />

que convertirse en ser humano, hay que amar a una<br />

mujer, <strong>com</strong>o me pasó a mí... Eso me dijo mi madre<br />

cuando se enteró de que yo siempre iba a la orilla y<br />

pasaba mucho tiempo sin volver con los míos. También<br />

me dijo que todo lo que se vive en la orilla<br />

proviene de las ballenas que fueron transformadas<br />

por el amor.<br />

37


– ¿Eso quiere decir que no estamos solos en la<br />

orilla?<br />

– Posiblemente –respondió Reu.<br />

– Entonces, ¿por qué di a luz ballenatos?<br />

– Porque yo soy una ballena –respondió Reu, y<br />

a coro con él, las ballenas que los seguían se elevaron<br />

en un salto, sacando del agua sus enormes<br />

cuerpos.<br />

Las olas que levantaron estuvieron a punto de<br />

hundir el bote, pero Reu se limitaba a reír y a proferir<br />

gritos de alegría, dirigidos a sus hermanos.<br />

Nau se alegraba junto con él, y la tranquilidad<br />

volvía a ella a medida que la orilla se aproximaba y<br />

<strong>com</strong>enzaba a distinguirse a lo lejos la espuma blanca<br />

de la rompiente.<br />

Reu dirigió el bote hacia el estrecho canal que<br />

unía la laguna con el mar.<br />

A unos pasos de la orilla, los pequeñuelos dieron<br />

la bienvenida al bote de pieles y se pegaron a<br />

las bordas, a<strong>com</strong>pañándolo mientras se alejaba del<br />

canal a lo largo de las verdes orillas de la tundra.<br />

Al crepúsculo, Nau alimentó a los pequeños,<br />

quienes se dirigieron después hacia el centro de la<br />

laguna, donde siempre pasaban la noche.<br />

– Mis hermanos me han reconocido –dijo Reu<br />

mientras cenaban–. Vieron que he vuelto al mar,<br />

que le sigo siendo fiel.<br />

Cuando los rocíos se hicieron fríos y las bayas de<br />

la tundra se llenaron de zumo, Nau <strong>com</strong>enzó a darse<br />

cuenta de que los pequeños tenían dificultad<br />

para nadar hacia ella: habían crecido.<br />

38


Al amanecer, Nau caminó hasta las verdes colinas,<br />

atravesando un prado pantanoso sobre el que<br />

se veían los puntitos rojos de las frambuesas de<br />

pantano maduras. Recogió varios tipos de bayas en<br />

un zurrón de piel, y retornó a la choza a mediodía.<br />

Reu no había vuelto aún, había salido en el bote de<br />

pieles hacia las Rocas Solitarias que asomaban lejos<br />

en el mar, y allí cazaba focas, arponeaba morsas<br />

y se reunía con sus hermanos.<br />

Nau mezcló las bayas, las frotó con grasa de foca<br />

y las puso al frío, para agasajar al cazador a su regreso.<br />

Esperaba el retorno de Reu en la franja de tierra,<br />

del lado más cercano al mar.<br />

Primero, apareció la vela. Crecía lentamente, oscilando<br />

al viento. Sobre la vela volaban los pájaros,<br />

mostrando el camino hacia la orilla, y a los lados del<br />

bote se desplazaban los hermanos ballena.<br />

Nau contemplaba el bote que se acercaba. Ya<br />

podía distinguir al cazador, sentado en la embarcación,<br />

con sus cabellos negros que tremolaban al<br />

viento. En los costados se veían los cuerpos de las<br />

focas y las morsas.<br />

En esta ocasión, Reu había conseguido cazar<br />

una morsa enorme.<br />

Los colmillos amarillentos del animal sobresalían<br />

del agua. Reu y Nau tuvieron que trabajar largo<br />

rato para sacar del agua al gigantesco animal.<br />

– Esta morsa tiene una piel enorme –dijo Reu–.<br />

Con ella haremos el techo de la nueva choza, para<br />

vivir con amplitud.<br />

Hacía tiempo que se había dado cuenta de que<br />

Nau se preparaba para ser madre otra vez y eso lo<br />

llenaba de alegría.<br />

39

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