Leer fragmento - Txalaparta.com

volvía y jugaba con los niños. Lanzaba bien lejos al
agua piedras de variados colores, los ballenatos
salían tras ellas y las buscaban en el fondo de la
laguna.
El ruido estremecía la superficie: salpicaba el
agua, silbaban y siseaban los surtidores de las ballenas,
se oían los gritos de Nau y Reu, todo aquello
se mezclaba con el piar de los pájaros sobre el
arroyo, la sacudida de las alas de los chorlitos que
huían de la rápida aproximación de los ballenatos.
Los topos, sobre los macizos de hierba, silbaban
con aprobación.
Cuando el sol se ponía, los ballenatos se iban a
dormir, y los padres se acomodaban allí mismo en la
orilla, colocando las pieles de reno bajo el cuerpo.
Con frecuencia Nau se despertaba en medio de
la noche, escuchaba con atención el sonido de las
olas hasta distinguir la respiración soñolienta de
sus hijos. Con ojos bien abiertos, miraba el cielo
iluminado donde aún no había estrellas: se encenderían
sólo cuando el día solar fuera más corto.
Acostada allí, sin dormir, Nau se sentía como un
viento leve que se desplazaba lentamente sobre
las flores y hierbas dormidas, sobre las olas que
rompían al pie de los riscos, formando parte de la
orilla rocosa junto a la que fluía la gélida corriente
del océano, se sentía una nube debajo del extremo
agudo de la pálida luna... Sabía que, con la llegada
de la aurora, cuando los rayos solares golpearan las
rocas empapadas del cabo y saltaran por encima de
él hasta la pedregosa franja de tierra y se pusieran a
jugar con las ondas en la laguna, todo aquello desaparecería,
y sería como si ella se transformara de
nuevo en un ser muy diferente de su entorno. Precisamente,
por el día le venían a la cabeza pensamientos
sobre que sus niños, carne de su carne y
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