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Catalogo_1974-2007_01

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taurar una sociedad que finalmente sea capaz de fabricar automóviles<br />

tan buenos como los norteamericanos, es una empresa que no<br />

puede contar con mi apoyo. Estas duras experiencias tenemos que<br />

tenerlas siempre presentes, y ya que somos países a medio desarrollo<br />

no seamos tan candorosos como para repetir el camino de los<br />

Estados Unidos de Norteamérica ni el de Rusia soviética. Tenemos<br />

los resultados del hiperdesarrollo a la vista y de la sobrevaloración<br />

de los atributos materiales en los Estados Unidos, con una juventud<br />

drogada y desorientada, con una formidable crisis espiritual en sus<br />

seres más frágiles y representativos; y además el ejemplo de que los<br />

valores espirituales son en definitiva mucho más poderosos que<br />

los materiales, puesto que esa superpotencia, después de inenarrables<br />

atrocidades ha perdido la guerra frente a uno de los países más pobres<br />

y desamparados del mundo, pero alentado por esas poderosas<br />

fuerzas del espíritu que son el amor por la patria y la libertad. Evitemos<br />

pues los males del hiperdesarrollo y no sacrifiquemos generaciones<br />

enteras para llegar a un deshumanizado mundo de cemento<br />

armado y aire acondicionado. Llevemos a cabo un desarrollo para<br />

un hombre que no sea una cosa, ni un número, ni un robot. Se me<br />

suele decir que quiero volver la historia para atrás, pero la historia<br />

nunca puede volver hacia atrás y cuando aquellas ciudades renacentistas<br />

pretendían reeditar la ciudad griega no hacían sino pretender<br />

una empresa descabellada, porque entre ambas había transcurrido<br />

la historia irreversible, y se interponía entre ellas, entre tantas otras<br />

cosas, el profundo fenómeno del cristianismo. No, nunca he pretendido<br />

semejante insensatez. Lo que he pretendido y lo que sostengo<br />

es que debemos aprovechar en América Latina la trágica<br />

experiencia del desarrollo tecnológico provocado por la ciencia<br />

amoral y el capitalismo que sólo ha tenido en cuenta sus propios intereses.<br />

Lo que pretendo es que en nuestra tierra, en lugar de repetir<br />

esos trágicos errores, seamos capaces de construir esa comunidad<br />

de hombres libres en una sociedad justiciera. Ustedes me dirán que<br />

se trata de una inalcanzable utopía. Pero qué otra cosa merece ser<br />

soñada que una utopía. Y además tengamos presente que las utopías<br />

suelen convertirse en realidades. Si los realistas (y habría que<br />

poner aquí comillas) se caracterizan hoy por ser destructores de todo<br />

género de realidades, desde la naturaleza hasta el mismo hombre,<br />

no es aventurado afirmar que sólo los llamados irrealistas, los<br />

poetas y los hombres de imaginación serán una vez más los grandes<br />

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