Catalogo_1974-2007_01

LIBROS Y LIBERACIÓN
Ernesto Sabato
GENERALMENTE, cuando se habla de libros, los políticos y los economistas,
los que tienen en sus manos el destino de las naciones, aun
cuando sean buenos lectores, suelen juzgarlos como una especie de
adorno, de honorable adorno de una nación o una época y, con honrosas
excepciones, suelen pensar que los libros y la cultura en el sentido
estricto no tienen el peso que por el contrario tienen para la vida
real del país la economía y la geopolítica. Yo pienso, y como yo
muchísima gente, que de ninguna manera es así. Por eso doy tanta
trascendencia a esta idea de la Biblioteca Ayacucho y me permito decir
al gobierno venezolano que quizá esta empresa va a resultar mucho
más importante y trascendente de lo que a primera vista podría
creerse. Nuestro Continente (y cuando hablo de nuestro Continente
me refiero a la América Latina, a esta Patria grande que soñaran
nuestros libertadores, para emplear el verbo que ahora es un lugar
común pero que en su sentido originario fue una reveladora metáfora)
nuestro Continente puede y en realidad debe en este momento
de la segunda liberación tomar literal y definitivamente en serio las
palabras que pronunció Bolívar sobre nuestra Confederación, aquella
anfictionía que hoy tendrá que llegar a ser una realidad, aquellas
premonitorias ideas de ese hombre portentoso que unió a su talento
literario su capacidad de genio militar.
Pienso que los libros no han de ser uno de los aspectos de esta segunda
liberación sino, o tendría que equivocarme mucho, su fundamento
mismo. Tal vez no sea por azar que estemos reunidos aquí, en
una sala que lleva el nombre de uno de los grandes humanistas que
ha conocido nuestra lengua, pues en el mundo del espíritu las cosas
fundamentales no son azarosas sino que obedecen a un destino profundo
que parece llevarnos oscura pero seguramente a través de un
laberinto de contingencias. También la primera liberación fue obra
de libros. Muchas veces me ha tocado explicar en Europa, y en ocasiones
hasta a profesores universitarios, que estos pobres países que
desde lejos se ven como países bárbaros, fueron hechos por esa clase
de hombres que en Rusia se llamaba la intelligentzia; por hombres
que con libros a veces literalmente en la mano realizaron las proezas
militares y políticas más asombrosas. Tampoco fue un azar que aquel
monstruoso Bolívar (me siento inclinado a usar ese epíteto) haya jurado
la libertad de América en una de las colinas romanas sobre un
libro de Rousseau. Contra lo que puedan pensar los que creen en el
producto bruto nacional (nunca algo tan bien llamado) son las gran-
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