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Capitular_GhoticSoul

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Gothic Soul<br />

e l retorno de Maya<br />

LORENa AMKiE


Diseño de portada: Alejandra Ruiz Esparza Fernández<br />

Ilustraciones de portada e interiores: Axel Medellín<br />

Diseño de interiores: Víctor M. Ortíz Pelayo / www.nigiro.com<br />

© 2012, Lorena Amkie<br />

c/o Guillermo Schavelzon & Asoc., Agencia Literaria<br />

www.schavelzon.com<br />

Derechos exclusivos en español para México y América Latina<br />

© 2012, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.<br />

Bajo el sello editorial DESTINO M.R.<br />

Avenida Presidente Masarik núm. 111, 2o. piso<br />

Colonia Chapultepec Morales<br />

C.P. 11570 México, D.F.<br />

www.editorialplaneta.com.mx<br />

Primera edición: julio de 2012<br />

ISBN: 978-607-07-1248-7<br />

Se agradece a Elsa Keith, Mario Sánchez, Alee Orozco y Talia Ochoa por autorizar la<br />

reproducción de sus textos en esta obra.<br />

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un<br />

sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio,<br />

sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el<br />

permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.<br />

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la<br />

propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor<br />

y Arts. 424 y siguientes del Código Penal).<br />

Impreso en los talleres de Litográfica Ingramex, S.A. de C.V.<br />

Centeno núm. 162, colonia Granjas Esmeralda, México, D.F.<br />

Impreso y hecho en México – Printed and made in Mexico


Para mis lectores,<br />

que convierten a mis personajes de madera<br />

en niños de verdad


UNO


C aí<br />

de rodillas, hundiéndome en el charco color ocre.<br />

Mis pulmones se negaron a recibir el oxígeno que yo<br />

desesperadamente les enviaba por medio de ávidas<br />

bocanadas. Golpeé mi pecho con el puño, haciendo uso de mis<br />

últimas fuerzas, para reactivar mi corazón, despertar a mi cuerpo<br />

extenuado. Mis manos estaban enguantadas, cubiertas de los distintos<br />

tonos de la muerte: sangre vieja, sangre seca, sangre fresca. Los dedos<br />

se movían en contra de mi voluntad, convulsionándose como si<br />

espinas invisibles aguijonearan su áspera cubierta. Levanté la mirada<br />

con la esperanza última de que el cielo azul me devolviera la calma,<br />

pero la atmósfera estaba pintada de rojo: se acercaba el final del día.<br />

Las blancas nubes ahora eran bestias de fuego y, en la distancia, el<br />

Danubio era un río infernal.<br />

—¡El príncipe! ¡De pie, pronto! —me urgió Cristian. Intenté<br />

obedecer, pero mis músculos no respondieron. Alrededor, otros<br />

soldados anunciaban también la llegada del príncipe, quien se<br />

13


acercaba en su corcel de manchas negras. De pronto, un golpe de<br />

viento limpió el aire que me rodeaba y recuperé el aliento. Inhalé<br />

furiosamente, hasta que el viento escapó y solo quedó el calor pegajoso<br />

de la muerte, el olor a carne humana, a sangre derramada. Me puse de<br />

pie con las piernas temblorosas. Parpadeé un par de veces y el paisaje<br />

se pintó con total claridad: el cielo rojo servía de fondo para el bosque<br />

de cadáveres vivientes que habíamos sembrado. Los miles de infieles<br />

colgaban de distintas formas de las estacas de madera, muchos de<br />

ellos seguían agitándose con la pobre fantasía de huir. O tal vez sabían<br />

que así morirían más pronto. A la distancia, seguramente parecían<br />

insectos agonizantes, detenidos por alfileres para ser estudiados.<br />

La cabeza me punzaba a causa de los terribles aullidos, las<br />

súplicas que se hacían eco unas a otras en ese idioma desconocido<br />

que las hacía sonar aún más lúgubres. El bosque se regaba con<br />

la sangre de las víctimas, con los líquidos de sus entrañas, que<br />

quedaban enredadas en las estacas a medida que el peso natural les<br />

hacía resbalar con cruel lentitud, abriendo cada vez más el boquete<br />

en sus destrozados cuerpos.<br />

Esa era la forma predilecta de castigo del príncipe. Sus<br />

métodos de tortura lo hicieron célebre entre sus enemigos, los<br />

turcos, y después entre los sajones, los rusos y cualquiera que<br />

viviese en Europa.<br />

El príncipe era Vlad III. El año, 1461.<br />

En ese entonces yo no era Mael, era solo un soldado más y mi<br />

nombre era Dan Nicolaescu. Defender la tierra valaca contra el<br />

14


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

Imperio turco era lo único importante, y yo había peleado desde<br />

los 18 años de edad, sabiendo que podía morir cualquier día y que<br />

seguramente moriría pronto, como tantos. Todas las provincias<br />

de alrededor habían caído ya en manos de los otomanos, y<br />

quedábamos pocos. Pero ese día habíamos vencido, y el príncipe<br />

estaría complacido.<br />

—Ahí está, Dan, míralo —señaló Cristian, pegándose a mí<br />

y apretando mi mano con la suya, igualmente ensangrentada. Mi<br />

hermano había nacido para la guerra y su devoción por Vlad III<br />

era absoluta. El caballo se acercaba, trotando, recortada su figura<br />

contra los colores violentos del atardecer.<br />

—Dicen que una vez asó a tres gitanos —me susurró<br />

Cristian al oído, con la voz llena de emoción—, y que obligó a sus<br />

compañeros a comérselos.<br />

El vello de mis brazos se erizó. En los últimos años se había<br />

visto mucha barbarie, pero nada superaba la terrible creatividad de<br />

nuestro príncipe.<br />

—Imagina a esos gitanos —insistió Cristian, apretando<br />

más mi mano. De reojo vi que sonreía—. Imagínatelos dando<br />

vueltas sobre el fuego, como si fueran terneras.<br />

—No quiero imaginarlo —respondí, sin voltear a verlo.<br />

Soltó mi mano, fingiendo estar ofendido, y su mente siguió<br />

recreando esas horribles escenas. Yo no era ningún extraño a<br />

la violencia; mi padre solía infligirnos crueles torturas, a veces<br />

nos obligaba a pelear entre nosotros hasta sangrar. Cristian<br />

siempre disfrutó de estos juegos y no se rendía hasta que yo,<br />

que lo superaba en fuerza, lo lastimaba al punto de no poder<br />

continuar. Odiaba herirlo, pero ansiaba la aprobación de mi<br />

15


padre, por un lado. Por otro, una vez que comenzaba, mi<br />

conciencia desaparecía y me convertía en un animal incapaz de<br />

detenerse. Volvía en mí hasta que lo veía tendido en el suelo. Las<br />

culpas me destrozaban después; pero Cristian, lejos de odiarme,<br />

me admiraba. Así era él: en su mente, el temor se tornaba en<br />

respeto. La violencia le excitaba y solía asumir voluntariamente<br />

tareas de las que muchos escapaban, con la esperanza de que<br />

el príncipe lo notara. Esa tarde de invierno, logró su cometido,<br />

al fin.<br />

El caballo de manchas negras disminuyó su velocidad y su<br />

amo se dedicó a pasear por entre las estacas. Yo nunca lo había visto<br />

tan de cerca: ahora podía distinguir su rostro, su afilada nariz, sus<br />

grandes ojos, la textura brillante de su cabello. De cuando en cuando<br />

se detenía frente a uno de los infieles agonizantes y observaba con<br />

atención, con curiosidad, se podría decir. Parecía estar buscando<br />

la respuesta a alguna pregunta; intentaba comprender la naturaleza<br />

de la muerte. Como si se tratara de un espectáculo, de algo que no<br />

tenía que ver con él ni con sus órdenes explícitas.<br />

Los soldados estaban levantando sus armas del suelo con<br />

gran esfuerzo. La jornada había sido agotadora, todos ansiábamos<br />

lavarnos en el río helado y descansar. Yo necesitaba volver a ver el<br />

color de mi piel bajo toda esa sangre, dormir y tal vez soñar con<br />

la casa de mi padre, con los ojos de alguna muchacha del pueblo,<br />

con cualquier cosa. Pero nadie podía retirarse hasta que el príncipe<br />

lo indicara. Los gritos de dolor disminuyeron en intensidad poco<br />

a poco, se volvieron gemidos, plegarias que se quedaron en los<br />

labios, impronunciadas. En un día o dos todos morirían. Los<br />

pájaros vendrían a robarles trozos de carne seca con sus picos<br />

16


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

puntiagudos y quizás anidarían en el pecho aún tibio de algún<br />

muchacho más joven que yo.<br />

Volví a sentir que mis piernas cedían, que ya no aguantaba<br />

más los tonos ígneos del cielo, que me faltaba el aire. Alcancé a ver<br />

que Cristian levantaba su espada y antes de que pudiera siquiera<br />

cuestionarme qué se proponía, cortó de tajo el brazo de su víctima<br />

más cercana. La extremidad cayó al suelo, levantando un poco de<br />

polvo, y un chorro de sangre fluyó de la herida sin demasiada<br />

energía. El hombre encontró fuerzas para gritar: su aullido se<br />

levantó por sobre los lamentos del bosque entero y el príncipe<br />

volteó de inmediato en nuestra dirección.<br />

—¿Qué haces? —le pregunté en un furioso susurro a<br />

Cristian, quien sostenía su espada con ambas manos mientras<br />

apretaba los dientes.<br />

—Cállate, ahí viene.<br />

En efecto, el príncipe se aproximaba. Cristian había<br />

logrado su cometido y sonrió, satisfecho. El mutilado aullaba,<br />

suplicando en su extraño idioma que lo dejáramos morir. El sol<br />

estaba desapareciendo en el horizonte y las facciones de Vlad III<br />

no eran tan nítidas como antes. Yo habría preferido jamás llamar<br />

su atención, mantenerme al margen y ser uno más, simplemente.<br />

Bajé la mirada y esperé su llegada.<br />

—Mi príncipe —dijo Cristian, ensayando una ridícula<br />

reverencia.<br />

—Te gusta la sangre —observó el príncipe. Yo temblaba<br />

de miedo, ignorando cuál era la respuesta correcta. Cristian<br />

asintió. El príncipe bajó de su montura de un salto. Cristian y<br />

yo retrocedimos instintivamente; ni siquiera nos miró. Se acercó<br />

17


al pobre hombre, cuyo torso se convulsionaba sin control, y lo<br />

miró con la misma frialdad que le había dedicado al resto de sus<br />

enemigos empalados. Después volteó al suelo y al ver el brazo<br />

ahí tirado, inclinó levemente la cabeza y podría jurar que esbozó<br />

una sonrisa. Mi corazón se aceleró, los gritos del hombre estaban<br />

aturdiéndome, ansiaba que lo dejaran morir. Intenté inhalar, pero<br />

de nuevo fui incapaz. Cerré los ojos unos segundos y al abrirlos vi<br />

cómo el príncipe dejaba caer su bota sobre el miembro arrancado.<br />

Los huesos tronaron y su antiguo dueño gritó como si el brazo aún<br />

le perteneciera. Cristian dejó escapar una sonrisa desdeñosa y yo<br />

sentí unas náuseas tan poderosas, que por momentos no supe si<br />

lograría esperar a que el príncipe se alejara, para vomitar. No podía<br />

soportar más, necesitaba alejarme de esa voz, de los aullidos, de la<br />

imagen de esos dedos empolvados y pisoteados como hojas secas.<br />

Quise estar ciego y sordo, despertar de esa masacre de pesadilla<br />

que apenas comenzaba a comprender.<br />

El diabólico soberano subió a su caballo moteado y<br />

comenzó a alejarse, sin una palabra más. Yo solo escuchaba<br />

los cascos chocando suavemente contra la tierra y cuando<br />

presentí que estaba lejos, mi náusea se calmó y me dejé caer, de<br />

nuevo, de rodillas. Decidí que huiría, apenas se presentara una<br />

oportunidad. No importaba a dónde. La idea devolvió el oxígeno<br />

a mis pulmones y la oscuridad naciente me ayudó a imaginar que<br />

las siluetas a mi alrededor eran, en realidad, árboles. Pero Cristian<br />

estaba decepcionado: esperaba un mayor reconocimiento a su<br />

crueldad.<br />

—¡Mi príncipe! —gritó, mientras alzaba de nuevo su<br />

espada. Vlad se volvió, justo a tiempo para ver caer al suelo el<br />

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Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

otro brazo de aquella masa sanguinolenta que alguna vez fue un<br />

ser humano. Casi no le quedaba sangre que derramar ni fuerzas<br />

para gritar. Sus labios se abrieron pero el sonido quedó atrapado<br />

en su garganta. Su cabeza cayó hacia atrás y sus ojos muy abiertos<br />

me miraron por instantes. Parecía un perro sorprendido y con su<br />

mirada me acusaba y suplicaba al mismo tiempo. Cristian, al ver<br />

que tenía la atención que buscaba, levantó su arma de nuevo. No<br />

acabaría con el sufrimiento de ese pobre espantapájaros, eso era<br />

seguro. Encontraría el modo de humillarlo más, de prolongar su<br />

martirio. El príncipe se le uniría, sin duda: ya venía de vuelta.<br />

No pude soportarlo. Me lancé contra Cristian y caímos juntos al<br />

suelo. Su espada voló por los aires y quedó fuera de su alcance. Mi<br />

hermano me miró, confundido. Enterré mis puños manchados en<br />

su mandíbula, en las cuencas de sus ojos. Él trató de apartarme,<br />

pero mi fuerza era mayor. Lo mantuve contra el suelo y destrocé<br />

su nariz a golpes. No me detuve hasta que sentí que dejaba de<br />

resistirse. Me puse en pie de un salto, busqué una espada y decapité<br />

al infortunado turco. Su cabeza cayó entre sus manos y me pareció<br />

que al fin reinaba el silencio.<br />

Sentí la mirada penetrante del príncipe sobre mi cabeza. Solté la<br />

espada, con los ojos fijos en el suelo.<br />

—¿Y quién eres tú? —preguntó tranquilamente.<br />

—Dan Nicolaescu, mi príncipe —respondí sin moverme.<br />

—Y el del suelo, ¿quién es?<br />

—Cristian Nicolaescu, mi príncipe.<br />

19


—Defiendes a un infiel y golpeas a un hermano —dijo en<br />

el mismo tono de voz impasible. Incliné aún más la cabeza. Ahora<br />

me condenaría a un castigo terrible. No había escape, mi corta<br />

vida había llegado a su fin. Quizá mis brazos terminarían también<br />

en el suelo, como animales muertos, mi pecho atravesado, mis<br />

intestinos enredados en la estaca. La temperatura había bajado,<br />

o el miedo me helaba la piel. A lo lejos se oían los llamados de<br />

las aves de rapiña que se preparaban para un banquete inusual.<br />

El tiempo estaba detenido, el príncipe callaba y no me atreví a<br />

mirarlo. Mis pulmones volvieron a cerrarse, pronto mis piernas<br />

cederían haciéndome caer a los pies del caballo moteado. El<br />

príncipe creería que suplicaba: debía evitarlo. Iba a morir, lo haría<br />

con dignidad. Tal vez la muerte era el escape que había estado<br />

esperando. Me concentré en la respiración pausada del caballo,<br />

en su ritmo calmado, para recobrar la compostura. La condena<br />

no llegaba. Detrás de mí, Cristian comenzaba a levantarse. No<br />

le temía: nada que pudiera hacerme sería peor que lo que el<br />

cruel soberano maquinaba mientras quemaba mi cráneo con sus<br />

grandes ojos redondos. Pasaron muchos segundos, minutos, no<br />

lo sé. Se me acabó la paciencia y, creyendo que de cualquier<br />

modo solo podía esperarme la muerte, volteé hacia arriba para<br />

exigirla.<br />

—Defiéndete, Dan Nicolaescu —dijo el príncipe. Antes<br />

de que pudiera preguntarme a qué se refería, sentí un latigazo de<br />

acero en el hombro. Era la espada de mi hermano, y posiblemente<br />

había buscado mi garganta. Cristian la desencajó de mi carne y el<br />

ardor borró por completo el invierno de alrededor. Me desplomé<br />

sobre mi costado y rodé hasta chocar contra las patas delanteras<br />

20


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

del caballo. Busqué en el suelo algo con qué defenderme; hallé una<br />

roca y la apreté entre los dedos. Pero no quería pelear contra él.<br />

—Cristian… —comencé a decir. Me puse de pie<br />

trabajosamente, aferrándome a las crines del corcel. Levanté la<br />

mirada y alcancé a ver cómo la espada de Cristian se alzaba de<br />

nuevo por sobre su cabeza. Tuve un segundo para guardarme en<br />

la memoria una última imagen del rostro de mi hermano: estaba<br />

cubierto en sangre y desfigurado a causa del odio que me tenía. Lo<br />

había humillado frente a su más grande héroe. Sus ojos estaban<br />

desorbitados, ausentes. Supe que no iba a detenerse.<br />

Lancé la piedra y le golpeó la frente. Perdió el equilibrio<br />

al tiempo que descargaba su pesada arma en mi dirección. Me<br />

cubrí con las manos y apreté los párpados, esperando lo peor. El<br />

rostro furioso de Cristian estaba impreso dentro de mi cabeza y<br />

permanecería fijo ahí por siglos. Escuché un horrendo chillido, un<br />

grito de incomprensión que no podía ser humano. Abrí los ojos y<br />

sobre mí se agitaban las patas delanteras del caballo de Vlad III,<br />

que relinchaba y se agitaba, enloquecido de dolor. Su silueta se<br />

dibujaba nítida contra el cielo gris y un último vestigio de luz solar<br />

convertía en rojizas sus manchas pardas. Yo estaba en cuclillas, los<br />

saltos del animal herido eran impredecibles y no sabía hacia dónde<br />

moverme. Sentí en la cara unas gotas de lluvia ardiente y espesa<br />

y comprendí que mi hermano había errado el golpe y herido a la<br />

adorada montura de Vlad III; era la sangre del animal lo que me<br />

cegaba, lo que me llenaba la boca de un sabor amargo.<br />

Me arrastré por el suelo e intenté limpiarme. Busqué a<br />

Cristian con la mirada, mis entrañas temblaban de miedo y todo<br />

lo veía a través de un filtro escarlata. Mi hombro punzaba; Cristian<br />

21


había intentado asesinarme, pero era mi hermano y nada de eso<br />

importaba ya. Debía protegerlo, convencer al príncipe de que se<br />

había tratado de un accidente. Debía, si era necesario, ofrecerme<br />

para llevar a cabo cualquier terrible labor, lo que fuera con tal de<br />

redimirlo y salvarle la vida. Cuando estuve lejos del caballo, me<br />

puse de pie y miré a mi alrededor. Al fin vi a Cristian: estaba parado<br />

a unos metros, dándome la espalda. El arma funesta se hallaba a<br />

sus pies. Percibí la presencia del príncipe detrás de mí. Volteé y me<br />

tiré de rodillas, bloqueándole el paso.<br />

—Mi príncipe, le ruego… —comencé a suplicar. La luna<br />

gris se ocultó detrás de las nubes, como si no quisiera atestiguar lo<br />

que vendría. Más allá, el hermoso corcel de manchas negras yacía en<br />

el suelo. Parecía estar flotando sobre un plácido lago, pero el lago era<br />

su sangre y el animal estaba decapitado. Vlad se detuvo a mi lado.<br />

Los diamantes del mango de su espada no resplandecían y del metal<br />

chorreaba con lentitud el líquido oscuro que minutos atrás había<br />

fluido por las venas de la única criatura que el príncipe amaba—.<br />

Tenga piedad —supliqué. Él no me dirigió la mirada. Su rostro<br />

brillaba a causa de las lágrimas que resbalaban y quedaban atoradas<br />

en su grueso bigote. Sus labios apretados temblaron y durante un<br />

instante pensé que sería misericordioso, que si había sentido esa clase<br />

de amor por su corcel, podría encontrar en su interior la compasión.<br />

Cristian seguía inmóvil. O esperaba el castigo o estaba anonadado y<br />

era incapaz de reaccionar. Las voces de los moribundos se elevaron<br />

como un coro macabro e imaginé que en su extraño idioma repetían<br />

que no, no habría compasión. Tenía que hacer algo.<br />

—¡Cristian! ¡Corre, rápido! —grité con todas mis fuerzas,<br />

y me abracé a una de las piernas del príncipe, que me miró por un<br />

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Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

instante, ligeramente sorprendido. En mi mundo un hombre no se<br />

queda de rodillas, viendo morir a su hermano. Quizás en el suyo, sí.<br />

Se soltó de mi abrazo y me tumbó con una patada en el pecho. Mi<br />

hermano comenzó a correr y yo deseé egoístamente que volteara.<br />

Quería ver su rostro de nuevo, para borrarme su expresión de<br />

odio ciego, pero Cristian se concentró en huir. Corría velozmente,<br />

esquivando estacas y cadáveres y levantando polvo a su paso. Vlad<br />

corría detrás de él, con la espada apuntando hacia el frente. Detrás<br />

de mí empezó a formarse un numeroso grupo de soldados curiosos.<br />

¿Qué había sucedido? ¿Quién había matado al caballo?<br />

—Mira —comentó alguien—, le tronaron un ojo.<br />

Todos estuvieron de acuerdo en que debió ser algún turco<br />

que había escapado de la matanza. ¿Quién, si no, se atrevería a tocar<br />

al famoso corcel? Solo alguien que se supiera vencido, que supiera<br />

que solo podía esperarle la muerte. Un muchacho se me acercó y<br />

preguntó si necesitaba ayuda. Solo entonces noté que mi hombro<br />

sangraba profusamente y que el frío de la noche se colaba por la<br />

herida hasta mi hueso expuesto. El cielo se oscurecía segundo a<br />

segundo y pronto perdí de vista a Cristian y a su perseguidor.<br />

—¡Tras él! —exclamó uno de los soldados, desenvainando<br />

su espada. Aunque llevaban varios días de ardua batalla, muchos<br />

de los presentes salieron corriendo y se unieron a la persecución.<br />

No me atreví a decirles que el condenado era mi hermano. Dejaron<br />

atrás al caballo decapitado, a los brazos mutilados del turco, que<br />

ya había perdido toda importancia, y a mí. La oscuridad pronto se<br />

los tragó a todos y me sentí solo, tan solo, que agradecí el lamento<br />

de los moribundos que me acompañaba. Me parecieron en ese<br />

momento un sublime canto de pájaros que vuelven a casa.<br />

23


Mis ojos se cerraron y mi cuerpo se venció. Aún no logro admitir<br />

que dormí, que un ejército liderado por el hombre más cruel y<br />

desalmado del mundo perseguía a mi hermano y yo, con el rostro<br />

hundido en la tierra, en el pasto aplanado por las botas de los<br />

soldados, dormí. No, me digo que el terror y el agotamiento<br />

trastornaron mi mente, bloquearon mis movimientos y me<br />

obligaron a permanecer tendido en el suelo, como víctima de<br />

algún poderoso hechizo. No pude haber dormido.<br />

El hechizo me transportó a casa de mis padres. Crucé el<br />

umbral y ahí estaba el olor de la madera húmeda combinado con<br />

el de col hervida. Cristian estaba de pie junto a la pequeña mesa<br />

y me daba la espalda. Lo llamé. No volteó. Volví a llamarlo. Al<br />

fin giró sobre sus talones y antes de que pudiera ver su rostro,<br />

comenzó a gritar, sus brazos se desprendieron de su cuerpo y<br />

cayeron al suelo. El hechizo se rompió de golpe y abrí los ojos,<br />

sobresaltado. La luna había desaparecido y la temperatura había<br />

bajado. Los tonos rojizos de antes ahora eran grises y negros. Quise<br />

incorporarme pero cada músculo me dolía y permanecí contra el<br />

suelo. No había pasos ni voces, solo el llanto y las súplicas, que<br />

por su constancia empezaban a convertirse en ruido de fondo.<br />

De mi hombro seguía corriendo sangre y me pregunté cuánta<br />

había perdido y cuánto tiempo habría pasado. Una parte de mí<br />

insistía en quedarse inmóvil y desangrarme, olvidarme de todo.<br />

Finalmente, apoyado en mi brazo sano, me hinqué para después<br />

pararme. Estaba completamente solo.<br />

24


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

—Cristian —dije en voz baja. No lo estaba llamando; quería<br />

escuchar su nombre para tranquilizarme. Comencé a caminar,<br />

alejándome del bosque maldito, de los vapores de la muerte y del<br />

caballo decapitado de Vlad III—. Cristian —repetí. Un escalofrío<br />

recorrió mi columna y huyó por mi hombro abierto. Tenía que<br />

hacerme a la idea de que hallaría un cadáver, la probabilidad de<br />

que hubiera logrado huir era muy remota. Pero tenía que buscarlo<br />

y, si lo encontraba sin vida, debía enterrarlo lo más dignamente<br />

posible. Enterraría a mi hermano menor, asesinado por su ídolo<br />

y no por el enemigo tan odiado. Así no era como debían suceder<br />

las cosas. Continué avanzando tras las huellas de los soldados que,<br />

aun después de haber sembrado un bosque de cadáveres, seguían<br />

sedientos de sangre. Comencé a prepararme para lo que podría<br />

hallar: imaginé a Cristian degollado, atravesado por la espada del<br />

príncipe. Con cada nueva fantasía que mi mente creaba, mi cuerpo<br />

reaccionaba encogiéndose sobre sí mismo. Seguí arrastrándome en<br />

la oscuridad, con la cabeza llena de terribles imágenes. Nada podía<br />

haberme preparado para lo que encontré.<br />

Cristian no estaba muerto. Una espada atravesaba su<br />

torso, clavándolo al tronco de un árbol. Sus piernas, sus brazos,<br />

no estaban ahí. Era una mariposa agonizante inmovilizada con<br />

un alfiler. Me detuve a corta distancia y luché contra el impulso<br />

que tenía de vomitar hasta las entrañas. Las nubes se abrieron y la<br />

luz de la luna me permitió ver con toda claridad la espeluznante<br />

escena. De nuevo busqué el rostro de mi hermano, pero Vlad III<br />

no había dejado rastro de él en ese muñeco destrozado que aún<br />

respiraba. Llegué frente al árbol y vi que Cristian, lo que quedaba<br />

de él, no tenía orejas ni nariz. Vlad era famoso por su afición a las<br />

25


mutilaciones. El asco me hizo devolver el estómago; escupí una<br />

cascada de líquido amarillo. Respiré trabajosamente y mis ojos se<br />

llenaron de lágrimas.<br />

—Cristian —murmuré. Abrió la boca y un hilo de sangre<br />

ennegrecida comenzó a escurrir de ella. Sujeté la espada que ni<br />

lo mataba ni lo dejaba vivir, y traté de arrancarla. Cristian emitió<br />

un gemido suave que me desgarró el alma como su arma me<br />

había desgarrado la carne. Seguí repitiendo su nombre mientras<br />

jaloneaba el mango de acero. No era la espada de Vlad III. No había<br />

querido desperdiciarla, abandonar todas esas piedras preciosas<br />

en un miserable soldado que había cometido un error fatal. Mis<br />

ojos estaban cerrados, mis manos sangraban por el esfuerzo y el<br />

volumen de mis plegarias se había incrementado de modo que<br />

ahora gritaba el nombre de mi hermano con todas mis fuerzas. El<br />

terreno vacío no me devolvía ningún eco.<br />

Abrí los ojos al escuchar una dulce queja que sonó como<br />

mi nombre. Quería decirme algo.<br />

—Dime Cristian, qué hago, qué puedo hacer —sollocé.<br />

La sangre que salía de su boca era un delgado listón que lo unía<br />

con el suelo, con las raíces de ese árbol contra el que yo peleaba<br />

inútilmente. Sabía lo que debía hacer, aunque eso iba a condenarme<br />

para siempre. Volteé a mi alrededor en busca de otra espada, de<br />

algo que me ayudara a terminar con el sufrimiento de ese pobre<br />

monstruo que derramaba sus últimas gotas, sangre de mi sangre.<br />

No había nada a mi alcance. Habría preferido que Cristian estuviera<br />

chillando y llenando con su dolor el aire: todo menos ese silencio.<br />

La ira me tomó prestado e hice acopio de fuerzas que no tenía para<br />

arrancar esa espada del árbol y del cuerpo, que cayó pesadamente<br />

26


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

a mis pies mientras sus vísceras escapaban por el hueco del centro.<br />

Lancé la espada lejos de mí, me senté en el piso y apoyé la cabeza<br />

de mi hermano sobre mi regazo. Entreabrió un ojo y sostuve su<br />

horripilante mirada. Cristian no podía hablar, pero su súplica era<br />

tan clara que no soporté más y cerré los ojos.<br />

—Ya, ya —susurré, como si estuviera arrullando a un<br />

niño. Permanecí a su lado, egoístamente, durante unos segundos<br />

más. Después lo deposité en el suelo con suavidad y me puse en<br />

pie. Recogí la espada y le corté la cabeza.<br />

El amanecer llegó mientras yo, con la espalda recargada en el árbol<br />

cómplice, respiraba trabajosamente. Lloré de furia por horas, antes<br />

y después de enterrar los restos de Cristian, y cuando se me acabó<br />

el llanto seguí buscándolo en mi interior, pues me dio miedo darme<br />

cuenta de que mi corazón abandonaba la tristeza y se instalaba en<br />

un lugar terrible que quizá no podría abandonar.<br />

La salida del sol trajo consigo los rojos y anaranjados de<br />

horas atrás. Deseé que esos rayos me calentaran la piel, pero el<br />

invierno era frío y cruel. Me había avergonzado dormir, ahora me<br />

llenaba de vergüenza tener hambre y sed, desear limpiarme un<br />

poco. Yo no podía volver a casa, menos aun huyendo del ejército y<br />

sin Cristian a mi lado. Mi padre esperaba la muerte de sus dos hijos<br />

desde el día en que nos marchamos: moriríamos heroicamente en<br />

la guerra, así debía ser. Nunca me atrevería a narrar lo sucedido, y<br />

mi padre sabría si yo estaba mintiendo. Me había despedido años<br />

atrás, para siempre.<br />

27


Caminé, arrastrando mis piernas como si de dos muertos<br />

se tratara y sintiendo el dolor hasta en las uñas llenas de tierra.<br />

Quise tragar saliva, pero el polvo estaba demasiado encajado en mi<br />

garganta, todo mi interior seco y desgastado por lo que había tenido<br />

que presenciar. A los 22 años de edad ya era un hombre viejo, pero<br />

así ocurría en aquellos tiempos. Las vidas se sucedían, cortas y<br />

difíciles; la guerra, cosa de todos los días. Quizá debí volver con<br />

mis compañeros, seguir luchando para Vlad III y esperar que mi<br />

muerte llegara pronto y fuera indolora. Mucho se habría evitado.<br />

El cansancio extremo me hacía ver los colores y las formas<br />

como a través de una neblina, mas el frío exigía movimiento; si no<br />

continuaba, quedaría paralizado. Creía seguir los pasos de Vlad III<br />

y sus hombres, pero después de un tiempo me di cuenta de que no<br />

había huellas en el camino. Les había perdido la pista y además, en el<br />

estado en que me encontraba, nunca podría enfrentarme, acercarme<br />

siquiera, a Vlad. Era un plan desquiciado, pero lo único a lo que<br />

podía aferrarme en mi desesperación. Moriría vengando la muerte<br />

de Cristian, mi decisión era irrevocable. Al menos eso pensaba.<br />

Creí que alucinaba cuando escuché cascos, madera<br />

crujiendo, voces. Era un carruaje arrastrado por dos caballos, quizá<br />

más, y no estaba muy lejos. Giré sobre mis talones y lo busqué con<br />

la mirada. Venía en mi dirección, como si estuviera respondiendo<br />

a una plegaria que yo no había formulado. Me erguí y llamé a los<br />

ocupantes del carruaje, temeroso de que me pasaran de largo. Ni<br />

siquiera me detuve a considerar quiénes podían ser, si amigos o<br />

enemigos.<br />

—Ayuda, por favor —exclamé débilmente. El hombre que<br />

sostenía las riendas me miró con desprecio y lo imaginé clavado en<br />

28


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

un árbol, con las entrañas escurriendo. Azuzó a los caballos, que<br />

en mi mente eran todos moteados, todos el caballo degollado del<br />

príncipe. Corrí detrás de la estela de polvo y seguí gritando hasta<br />

que vi un perfil blanquísimo asomarse por una de las ventanillas<br />

del carruaje, que se detuvo de inmediato.<br />

—Soldado —dijo la joven desde la ventanilla. Traté de<br />

recordar hacía cuántos meses no escuchaba una voz tan dulce. La<br />

luz del sol me obligó a entrecerrar los párpados mientras caminaba<br />

hacia el carro de madera.<br />

—¿Está perdido? —preguntó. Ahora estaba lo<br />

suficientemente cerca como para ver el color de sus ojos. Ante la<br />

perspectiva de algo de compasión, todos los dolores en mi cuerpo<br />

volvieron.<br />

—Ileana, es suficiente —ordenó una voz masculina desde<br />

el interior. La cortinilla de encaje se cerró y me sentí aterrorizado.<br />

No podía permitir que me dejaran.<br />

—Por favor —gemí—, estoy herido.<br />

El anhelado rostro volvió a aparecer y, a su lado, el de una<br />

muchacha más joven y de cabello más oscuro.<br />

—Es de los nuestros, tătic. Está herido —dijo la nueva<br />

voz. El hombre debió haber accedido con alguna seña, pues a<br />

continuación se abrió la puerta del carruaje y el olor de frescos<br />

perfumes me acarició la piel. Inhalé ansiosamente, olvidando toda<br />

vergüenza e ignorando el asco que mi apariencia podría causar a las<br />

mujeres. El hombre bajó del carro y yo retrocedí respetuosamente.<br />

No sabía quiénes eran, pero estaban ricamente vestidos y las<br />

mujeres llevaban joyas. Mientras se cubría los ojos de la brillante<br />

luz con una mano, el hombre miró alrededor.<br />

29


—No hay nada ni nadie cerca —observó—. ¿Por qué estás<br />

aquí, solo y herido? ¿Dónde están tus compañeros?<br />

Si yo estaba huyendo de mis obligaciones, nadie debía<br />

ayudarme. El príncipe era muy estricto al respecto: todos los<br />

ciudadanos debían aportar algo; los pordioseros, los vagabundos<br />

y los enfermos morían masacrados. Los soldados que huían eran<br />

torturados y quien les diera refugio, también. Forcé a mi mente<br />

fatigada a inventar una historia, pero se negó. Mis lágrimas<br />

hablaron por mí, suplicando compasión.<br />

—Mira, tătic, no puede ni hablar. Está lleno de sangre,<br />

tenemos que ayudarlo —dijo la mayor de las mujeres. Su padre me<br />

analizó de pies a cabeza y yo bajé la mirada. Lo último que quería<br />

era parecer impertinente.<br />

—¿Cuál es tu nombre?<br />

—Dan… Dan —tartamudeé con la lengua seca.<br />

—Sube. Después podrás contarnos cómo fue que llegaste<br />

aquí.<br />

—¿Dónde…? —intenté preguntar a dónde nos dirigíamos,<br />

pero me di cuenta de que no importaba. Tampoco importaba qué<br />

era lo que hacían ellos ahí, en ese paraje desolado, de guerra.<br />

—Vamos camino a Corabia —dijo la más joven, casi una<br />

chiquilla—. Para después volver a casa en Târ…<br />

—Suficiente, Nico —silenció el hombre. La chica apretó<br />

los labios y desvió la mirada con miedo. Solo podían dirigirse a un<br />

lugar: Târgovişte. Ahí, hacia las montañas y junto al Argeş, estaba<br />

el castillo que Vlad III se había hecho construir. Si el hombre lo<br />

permitía, los acompañaría en su recorrido y estaría cerca de mi<br />

venganza en solo algunos días.<br />

30


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

—Te llevaremos hasta Corabia y ahí podrás descansar unos<br />

días. Después, ya veremos —decidió el hombre.<br />

Asentí y me indicó entrar en el carro. Se sentó a mi lado,<br />

evitando tocarme, y frente a nosotros estaban sus hijas. Corabia.<br />

En otro momento de mi vida me habría llenado de emoción<br />

conocer otro lugar, yo, que nunca había dejado mi pueblo más<br />

que para ir a la guerra, pero ahora cualquier sitio daba lo mismo.<br />

Había que llegar al castillo de Vlad, eso era lo único importante.<br />

Los caballos comenzaron a andar y el rítmico sonido de sus pasos<br />

me relajó de inmediato. El contacto suave del terciopelo azul era<br />

reconfortante también. Vi a Ileana de reojo, su tez blanquísima y<br />

su nariz afilada, las finas ropas que vestía, el brillo de las piedras<br />

preciosas que colgaban de su cuello y sentí, por un instante, que<br />

la guerra había terminado y que la vida podía ser diferente. Habría<br />

seguido sumido en estas reflexiones de no ser porque la hermana<br />

menor de Ileana me miraba fijamente y sin ningún reparo. Le<br />

devolví la mirada y frunció la nariz en un gesto absolutamente<br />

infantil.<br />

—Hueles a muerto —dijo.<br />

—¡Nicoleta! —le reprendió su padre. La observación, lejos<br />

de ofenderme, me pareció tan llena de candidez, que sonreí por<br />

primera vez en meses.<br />

—Lo siento mucho, señorita —dije, exagerando mi<br />

cortesía.<br />

—A muerto podrido —completó, animada. En ese<br />

momento volví a ver el cuerpo destrozado de Cristian y no pude<br />

evitar preguntarme dónde estarían sus extremidades arrancadas, si<br />

se pudrirían bajo el sol, si le servirían de alimento a alguna bestia.<br />

31


Comenzó a faltarme el aire. Al bajar la mirada vi mis manos, mis<br />

uñas sucias de tierra y de sangre de numerosos hombres. Me sentí<br />

mareado, enfermo, pero Nicoleta esperaba una respuesta y la exigía<br />

levantando las cejas con impaciencia.<br />

—Perdón —balbuceé, y se me encogió el pecho, porque<br />

esa disculpa no iba dirigida a la niña sentada frente a mí.<br />

—No importa —aseguró—, nosotros vemos sangre y<br />

muertos todo el tiempo.<br />

—Basta ya, Nicoleta. Silencio —dijo Ileana. Su hermana<br />

menor ni siquiera volteó en su dirección. Me sonrió con picardía<br />

para a continuación abrir la cortinilla de su lado y mirar el<br />

paisaje. Yo también dirigí mi mirada al exterior, donde una<br />

lluvia de livianos copos de nieve comenzaba a pintar el paraje<br />

de blanco. Al cabo de un rato la niña se quedó dormida y el<br />

movimiento del carruaje hacía que sus rizos castaños bailaran<br />

sobre su cuello. Me perdí en esa danza y me dediqué a mirarla,<br />

hipnotizado. Cualquier cosa bella, inocente, me ayudaba a huir<br />

de mis dolores y recuerdos. El sonido de un golpe seco me<br />

sustrajo de mi meditación: el padre de Nicoleta había estrellado<br />

su puño contra la madera. La muchachita despertó, sobresaltada,<br />

y se enderezó en su asiento.<br />

—Mira para otro lado, soldado —ordenó el hombre.<br />

Su voz ocultaba una rabia que me enmudeció. Supe que no<br />

tenía caso explicarle qué era lo que miraba, decirle que había<br />

malentendido. Asentí y dirigí mis ojos al suelo. Ansiaba recargar<br />

la espalda, pero no quise parecer demasiado cómodo. Era un<br />

invitado, después de todo, un invitado indeseable que olía a<br />

muerto.<br />

32


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

El silencio fue casi absoluto por el resto del trayecto. Paramos en<br />

una ocasión y los caballos bebieron agua. No me atreví a pedir un<br />

trago, aunque el sonido de los lengüetazos se repitió en mi cabeza<br />

por muchas horas. Las mujeres durmieron, envueltas en pieles,<br />

y su padre veía al frente, vigilándome de reojo. Yo no me atreví<br />

a levantar la vista; me sentía incómodo y me forcé a permanecer<br />

despierto porque me apenaba dormir.<br />

Atardecía cuando nos aproximamos al poblado de Corabia.<br />

Nos detuvimos, finalmente, frente a una pequeña casa, y el<br />

conductor fue a avisar que habíamos llegado. A continuación se<br />

abrió la puerta del carruaje y el hombre bajó y ofreció el brazo a<br />

sus hijas, que se apoyaron en él para descender graciosamente, sus<br />

finas botas de piel hundiéndose en la nieve mullida. Mis huesos<br />

estaban entumecidos y me costó trabajo moverme. Pisé tierra<br />

firme y me tambaleé como si hubiera pasado días a bordo de<br />

una embarcación. La dueña de la casa, un mujer alta, gruesa y<br />

de cabello gris, salió a recibirnos. Le indicó al conductor dónde<br />

podían descansar los caballos y después me miró con el ceño<br />

fruncido.<br />

—¿Y él? —preguntó, sin dirigirse a nadie en especial.<br />

Nicoleta bostezó, estiró los brazos y dijo:<br />

—Es un soldado perdido.<br />

La mujer se encogió de hombros y nos guió al interior<br />

de la casa de adobe. Había fuego en una esquina y la agradable<br />

temperatura de la estancia me hizo pensar de inmediato en la<br />

33


pequeña pero cálida casa de mis padres. Olía a lentejas y a pescado,<br />

y mi estómago reaccionó gruñendo y retorciéndose. Me sentía sucio<br />

como un animal, privado del derecho a exigir cualquier cosa, por lo<br />

que agradecí que la mujer, con un gesto de desagrado, anunciara que<br />

me daría un poco de agua caliente para que pudiera limpiarme antes<br />

de cenar. Nicoleta sonrió, feliz de haber tenido razón con respecto<br />

a mi pestilencia. Las dos hermanas se dirigieron al otro lado de la<br />

casa y se despojaron de sus ropas de pieles. Las dejaron encima de<br />

un jergón sobre el que sin duda ya habían dormido antes, pues al<br />

lado había un montón de ropa y otros objetos que seguramente les<br />

pertenecían. Quizás habían salido de paseo y ahora volvían.<br />

—¿Desea que prepare una tina caliente? —preguntó la<br />

dueña de la casa al jefe de la familia. Lo trataba con respeto pero de<br />

modo familiar. Él se volvió hacia Ileana, que asintió brevemente.<br />

¡Una tina caliente! Mi padre nos había llevado a los baños una<br />

sola vez, antes del carnaval, y habíamos esperado más de dos<br />

horas para entrar. El agua, según recuerdo, estaba apenas tibia. La<br />

mujer, que se llamaba Anna, comenzó a calentar el agua e instaló<br />

una improvisada pared de madera en una de las esquinas de la<br />

casa. Detrás estaba la tina, en la que lanzó algunas hierbas antes<br />

de verter el líquido. Nicoleta se puso de puntitas para ayudar a<br />

Ileana a destrenzar su cabello rubio. La melena liberada cayó sobre<br />

los hombros de la hermosa muchacha mientras yo, parado en el<br />

centro de la estancia como un jorobado herido y torpe, miraba.<br />

—Nicoleta, ayuda a tu hermana. Dan y yo tomaremos un<br />

vaso de vino antes de la cena —dijo el hombre. Con una mirada<br />

me indicó que debía acompañarlo y dejar solas a sus hijas. Lo<br />

seguí al exterior muy a mi pesar; me sentía profundamente<br />

34


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

agotado y lo único que deseaba era sentarme en una esquina y<br />

descansar.<br />

Caminamos en silencio mientras el viento silbaba y se<br />

metía por entre las ropas como un insecto enorme y furioso. Las<br />

tabernas en aquel entonces eran casas, simplemente, en las que los<br />

dueños servían vino y otros alcoholes y los hombres se reunían. Mi<br />

padre era un hombre religioso pero nos había llevado, a Cristian<br />

y a mí, a beber una copa de vino cuando cumplimos 15 años.<br />

Una copa, nada más. Era una especie de ritual. Los soldados a<br />

veces bebían a escondidas, pues la férrea disciplina de Vlad no lo<br />

admitía. Yo era hijo de mi padre y rechazaba cualquier cosa que<br />

pudiera debilitar la voluntad, aunque esto me trajera burlas por<br />

parte de mis compañeros. La dignidad, la fortaleza, el control, eran<br />

lo más importante.<br />

Cuando entré al tugurio que olía a sudor y al vino ya<br />

mezclado con el aliento de los que ahí esperaban el anochecer,<br />

pensé en mi padre. ¿Cómo pasaría sus días, solo en la pequeña<br />

casa? ¿Qué pensaría de verme en un lugar así? Nos sentamos en una<br />

esquina, cerca del fuego, y nos trajeron dos vasos de vino. Pensé<br />

rechazarlo y honrar los valores que mi padre se había afanado en<br />

inculcarme, pero mi garganta exigía líquido y además no podía<br />

arriesgarme a ofender a mi anfitrión. Bebí la mitad del vino de un<br />

solo trago. Tenía un sabor amargo y requemado, pero el calor bajó<br />

hasta mi pecho y reavivó los latidos de mi corazón.<br />

—Soy Andrei —dijo mi acompañante mientras miraba al<br />

frente, con el vaso en la mano. Supuse que querría interrogarme y<br />

traté de aclarar mi mente, decidir qué sería prudente decir y qué<br />

debía callar.<br />

35


encontramos?<br />

—Dime —continuó—, ¿por qué estabas solo ahí, donde te<br />

Mi lengua aún estaba asimilando la acidez de la bebida<br />

y se pegaba y despegaba del paladar como por voluntad propia.<br />

No podía ver a Andrei a los ojos y me concentré en el interior de<br />

mi vaso y en el calor del fuego. El reflejo de las llamas danzaba<br />

en la superficie del vino que parecía, bajo esa luz, sangre fresca,<br />

burbujeante. Cerré los ojos, me llené la boca de alcohol y un hilillo<br />

escapó, corriendo por mi barbilla. Antes de que pudiera tragar, el<br />

rostro desfigurado de Cristian apareció dentro de mis párpados:<br />

escupía sus entrañas por la boca y todas eran del color del vino.<br />

—Dan —insistió Andrei, y me zarandeó. Me apresuré a<br />

tragar y volteé a ver al hombre. Lo hice con tal fijeza, que no pudo<br />

sostener mi mirada. Yo no quería parpadear, no quería volver a ver<br />

esa imagen.<br />

—Tuve que quedarme… —comencé a explicar—, me<br />

quedé atrás para asegurarme de que todos estaban muertos. Los<br />

turcos. Que estuvieran muertos todos.<br />

—Estuvimos cerca de la batalla. Sé que vencimos —respondió<br />

Andrei.<br />

—Vencimos, sí… El príncipe me ordenó quedarme,<br />

montar guardia. Quizás había turcos alrededor.<br />

—¿El príncipe te lo ordenó? ¿Personalmente? —indagó,<br />

muy interesado. Su tono cambió. No estaba seguro de creerme, pero<br />

la duda le hacía respetarme un poco más. Asentí y el movimiento<br />

me recordó la herida que tenía en el hombro. Supongo que mi<br />

rostro se retorció, pues Andrei levantó las cejas con gesto de<br />

preocupación.<br />

36


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

—¿Estás herido? —preguntó. Quizás Andrei había asumido<br />

que la sangre que me cubría era ajena. O tal vez antes no le había<br />

importado mi bienestar y ahora sí.<br />

—El hombro… una espada —tartamudeé. Había<br />

subestimado el efecto que un vaso de vino podía tener en mi<br />

organismo extenuado y hambriento. Estuve a punto de suplicarle<br />

a Andrei que me permitiera volver a la casa, que me dejara al menos<br />

probar un puñado de lentejas, pero guardé silencio. Creo que comencé<br />

a balancear mi torso suavemente, eso o la construcción completa<br />

oscilaba de un lado a otro. Estaba mareado y adormecido. Mi vaso<br />

vacío fue sustituido por uno lleno y no me di cuenta ni cómo ni<br />

cuándo.<br />

—Tus compañeros te dejaron solo, a merced de los turcos<br />

que podían estar ocultos… Te dejaron solo, herido y sin manera<br />

de volver —dijo Andrei. Pero algo en su tono era extraño. Se<br />

llevó su vaso a los labios y yo lo imité, por inercia. Sorbí un gran<br />

trago e imaginé que el líquido recorría mis venas y limpiaba todo<br />

mi interior. Seguía teniendo sed y terminé con el nuevo vaso en<br />

segundos. Mi dolor se adormeció, mis recuerdos se disolvieron<br />

y solo quedó ese mareo agradable, ese calor que me recordaba<br />

mi hogar y que pronto se mezcló con la imagen de Ileana<br />

destrenzándose el cabello. En ese momento, Ileana estaba en la<br />

tina caliente, acariciando su piel con un paño e impregnándose de<br />

aroma a hierbas frescas.<br />

—No te creo —dijo Andrei—, quiero saber qué pasó en<br />

realidad. Por qué huyes de tu deber de soldado.<br />

Abrí y cerré la boca sin poder articular ni una palabra.<br />

Andrei repitió la pregunta y comencé a hablar desordenadamente.<br />

37


¿Qué le dije? Puede ser que la verdad. No lo recuerdo, nunca pude<br />

recordarlo. El alcohol, que primero me enredó la lengua, le dio<br />

después una libertad peligrosa. Recuerdo que bajé la mirada, una<br />

o más veces, y siempre encontré mi vaso desbordante de esa sangre<br />

perfumada. Creo que dormí un poco, creo que la oscuridad y las<br />

imágenes distorsionadas de esa taberna se alternaron por algunos<br />

minutos en mi cabeza y que después Andrei y yo emprendimos<br />

el regreso. Debe haberme ayudado a pararme, porque yo no era<br />

dueño de mi cuerpo. Recuerdo el golpe del viento helado cuando<br />

pisamos el exterior y estaba bien entrada la noche.<br />

La urgencia de volver el estómago me despertó y ensucié el<br />

lecho de paja sobre el que estaba dormido. Si horas antes mis<br />

sufrimientos habían desaparecido, ahora volvían ensanchados<br />

y acompañados de dolores nuevos. Mis entrañas se quejaban<br />

por el exceso de alcohol y sentía mi cabeza como atravesada<br />

por un puñal. Tragué algo de saliva amarga y pastosa y el sabor<br />

en mi boca casi me hace vomitar de nuevo. Quise averiguar<br />

dónde estaba, pero cualquier movimiento me mareaba y decidí<br />

quedarme quieto unos instantes, acostado de lado como estaba.<br />

El olor indicaba la presencia de caballos. Forzando la mirada<br />

distinguí las siluetas de los animales de Andrei y solo entonces<br />

me di cuenta de que había una suave luz en algún lado, no muy<br />

lejos de mí. La llama de una vela.<br />

—No sé qué huele peor, si tú o los caballos —dijo la<br />

única voz capaz de esa frase. La sorpresa me hizo incorporarme<br />

38


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

a toda prisa y apoyé las manos en mi propia suciedad de bilis y<br />

vino. Nicoleta rio por lo bajo. Estaba detrás de mí y sostenía un<br />

candelabro. La luz acentuaba algunas líneas de su rostro y ocultaba<br />

otras, por lo que a primera vista me pareció un duende infernal, de<br />

piel roja y ojos vacíos. Contuve la respiración e intenté calmarme;<br />

mi cabeza sabía que se trataba de una niña, pero me arrastré por el<br />

suelo para alejarme de ella, dominado por el terror.<br />

—Oh, el soldado valiente tiene miedo, mucho miedo…<br />

—agregó en tono burlón. Paseó sus dedos frente a la flama y me vi<br />

rodeado de sombras largas y temblorosas; sus dedos, como ramas,<br />

caminaban por las paredes. El establo era un infierno de tonos<br />

rojizos como los del atardecer, sombras de árboles y personas<br />

colgando de ellos como ramas temblorosas y agonizantes.<br />

Me escabullí como un insecto asustado y me cubrí la<br />

cabeza con las manos. No podía pensar, respiré trabajosamente,<br />

mis palmas comenzaron a sudar.<br />

—Dan-Dan… —dijo Nicoleta cariñosamente. Su voz me<br />

tranquilizó, pero de inmediato hice conciencia de lo que la niña<br />

acababa de ver y la vergüenza no me permitió levantar la cabeza.<br />

Deseaba que se fuera y me dejara solo.<br />

—Solo fue una pesadilla —aseguró con dulzura. Yo seguía<br />

temblando, ahora quizás a causa de la rabia y la humillación. Me<br />

asomé por entre mis dedos y vi que la figura fantasmal de Nicoleta<br />

se aproximaba. Había dejado la vela en el suelo, caminaba de<br />

puntitas, calzando gruesos calcetines de lana y envuelta en una de<br />

sus pesadas pieles. Quería gritarle que se fuera, pero no lo hice.<br />

La dejé acercarse y sentarse a mi lado sobre el heno, envolver mis<br />

hombros con su manta.<br />

39


—Perdóname, Dan-Dan… no podía dormir —dijo en voz<br />

baja. Su aliento olía a flores de manzanilla.<br />

—No importa. Estaba despierto —dije, abriendo la boca<br />

lo menos posible y volteando hacia otro lado. Mi corazón empezó<br />

a calmarse.<br />

—Ya lo sé. Estaba viéndote dormir —replicó, sin ninguna<br />

vergüenza—. Te movías mucho y hablabas, pero no entendí nada.<br />

Sonreí y volteé para mirarla. La débil luz ahora dibujaba su<br />

perfil, el largo de sus pestañas, sus labios que ya no eran de niña, su<br />

diminuta nariz, todo enmarcado por sus cabellos de oro quemado.<br />

No me había fijado en ella hasta el momento, pues la evidente<br />

belleza de su hermana la eclipsaba. En esos tiempos una mujer de<br />

15 años ya era eso, una mujer, y Nicoleta era muy guapa y se dejó<br />

mirar. Me pareció que se sonrojaba, pero quizás había sido la luz.<br />

Miré sus calcetas empolvadas y la orilla de su camisa para dormir,<br />

bordada con un encaje intrincado y de apariencia cara.<br />

—¿Quieres comer? —preguntó mirando al frente. Sabía<br />

que ese ángulo la embellecía y no se movió.<br />

—Sí —respondí de inmediato. El recuerdo del aroma a<br />

pescado y lentejas volvió a mi mente y ahora, con el estómago<br />

vacío, añoraba un bocado.<br />

—Ahora regreso —susurró, y se puso de pie. Me envolvió<br />

con la manta y se quedó parada a mi lado. La miré de nuevo, no<br />

pude evitarlo. Fantaseé por unos segundos con una vida perfecta,<br />

una en la que podría cortejar a una muchacha como Nicoleta,<br />

casarme con ella y compartir un hogar. Estiré el brazo y acaricié<br />

su pequeño pie. Mi gesto le sorprendió y retrocedió de un saltito.<br />

Después sonrió y volvió a ser una chiquilla. Se abrazó los hombros<br />

40


Gothic Soul e l retorno de Maya<br />

y salió corriendo sin hacer ningún ruido. Yo no me moví. Olí la<br />

manta en busca del aroma de esa niña-mujer y encontré solo la<br />

fragancia de la pureza, de una piel limpia y joven. Hundí la nariz<br />

y me quedé ahí a la espera de que volviera, pues de pronto, era lo<br />

que más ansiaba.<br />

Esa madrugada comí pan, pescado y lentejas. Nicoleta me limpió<br />

la cara y el pecho, como si fuera un niño afiebrado, con un paño<br />

húmedo que olía a hierbas. Yo me dejé hacer, tirado sobre la paja,<br />

exagerando un poco mi malestar para merecer sus cuidados.<br />

Enjuagaba el paño en agua fresca y lo exprimía, y después se<br />

dedicó a tallar cada uno de mis dedos con gran concentración.<br />

La sangre seca, mía, de Cristian y de muchos más, le dio batalla,<br />

pero no se rindió hasta dejarme más limpio de lo que había estado<br />

en años. En algún momento olvidó mi presencia, aunque era mi<br />

piel la que recorría incansablemente, y se puso a tararear como<br />

si estuviera haciendo alguna tarea doméstica común y corriente.<br />

Su voz me sumió en un limbo celestial, mi mente escapó de ese<br />

granero y se fue a fantasear con banquetes, grandes tinas calientes<br />

y encajes rozando pies hermosos. A mis 22 años había conocido<br />

otras mujeres, claro, pero había algo distinto en este ángel que<br />

luchaba tanto por borrar las huellas de mis muertos y purificarme.<br />

Encontró mi herida del hombro y preguntó si me dolía.<br />

—Solo un poco —mentí. Mi orgullo de hombre no me<br />

permitió admitir que la herida había ido creciendo junto a mi nuca<br />

como una joroba punzante y dolorosa.<br />

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