26 La Rosa Blanca <strong>LA</strong> FERIA DEL LIBRO
EL MAESTRO CUBANO Y EL HOMBRE NUEVO Aún puedo cerrar los ojos y ver las cuantiosas manos levantadas en el grupo sexto-uno del antiguo internado de primaria “Coco Peredo”, de Encrucijada, allá por el año 1971, para anotarnos en el círculo de interés “Guerrilleros de la Enseñanza” -cantera importante para futuros maestros primarios, conocidos aún como maestros makarenkos en alusión al célebre pedagogo soviético. Nada material se nos prometía a cambio, solo el orgullo de pertenecer al patrimonio heroico del magisterio cubano. Era también la época del romanticismo ideológico, en aras de formar, al fin, bajo la concepción guevariana del siglo XXI, al hombre nuevo. A las alturas de El Escambray nos marchamos un día de agosto de 1972 con el aliento de los continuadores de la obra de los Caballeros, los Varela, los Martí, los Varona, los Conrado y los Ascunce Domenech. Más de un millar de adolescentes nos vimos arrancados de las faldas de nuestras madres y becados en el vetusto sanatorio de otros tiempos. Detrás quedaban las voces de nuestros educadores de la Enseñanza Primaria. Aprieto bien los ojos y veo desfilar por el aula a aquellos maestros, que con su ejemplo se convirtieron en nuestros primeros paradigmas profesionales. De todos, una huella profunda de amor. En Topes de Collantes otro número de profesores quedaron incluidos en el abrazo enorme de los agradecimientos. Y en esa escuela recibimos con la nostalgia familiar los cambios físicos y morales propios de la adolescencia; tuvimos nuestras primeras ambiciones amoro- Amador Hernández Hernández sas y sexuales, escondidos tras la privacidad de una puerta o bajo el chorro de la ducha helada; las primeras grandes pasiones por las conquistas revolucionarias, por sus líderes -los mismos de la Sierra-, por las responsabilidades que nos entregaba la patria socialista, contra aquellos que pecaban de egoístas, de “blanditos” o de “enfermitos” por querer imitar a John Lennon o Elvis Presley, o contra los que profesaban alguna fe religiosa o mantenían relación con familiares que residían en el extranjero; o aquellos encendidos debates en el seno de la FEEM o de la Juventud comunista sobre las cualidades del hombre nuevo, que decidieron el futuro de muchos de los que alguna vez anhelaron una vida dedicada al magisterio y no la lograron. Allí los sueños dejaron de serlos, y después de colosales esfuerzos académicos y productivos -vinculados a las duras faenas agrícolas de la montaña- nos graduamos. Lejos quedaban las novias, las voces didácticas de los “profe”, las letanías autoritarias del director, las riñas fugaces con compañeros, y los irrisorios estipendios con que se nos pagaban las prácticas docentes, que solo alcanzaban para retribuirle al campesino los servicios de la comida y el albergue. Pero la huella de querer había sido profunda. Al fin quedábamos solos con los alumnos y la clase, frente a la responsabilidad moral con el ser humano que nos entregaban para educarlo en bien de la nueva sociedad. Entonces no pensábamos en esos goces La Rosa Blanca 27