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6<br />
KUKULKÁN CONTRA<br />
Un hombre está acostado. Otros cuatro le<br />
sujetan con fuerza brazos y piernas, usan plumas<br />
de colores de fuego y los rostros atemorizan<br />
por la severidad y el convencimiento de<br />
que hacen algo que se debe hacer. Un tercero, con<br />
mirada inexpresiva, pronuncia en voz alta palabras<br />
que miles de seres escuchan difícilmente<br />
pero con devoción allá abajo, hasta que con un<br />
movimiento estudiado y digno corta la carne<br />
viva y abre un espacio suficiente para que su<br />
mano entre en el cuerpo del otro y arranque el<br />
corazón. El sacrificador, un sacerdote, levanta<br />
el órgano palpitante de la víctima y lo muestra<br />
a los dioses, la multitud recita cánticos excitados;<br />
el sacrificado aún percibe cómo van a cortarle<br />
la cabeza. Kukulkán, el dios viento, el dios<br />
de los sacrificios, está satisfecho.<br />
Esta escena es muy parecida a la que puede<br />
verse en Apocalipsis, el provocativo filme de<br />
Mel Gibson, y hace más de 500 años era<br />
común en gran parte de nuestro continente.<br />
Podía repetirse unas veinte mil veces al año en<br />
un mismo lugar, como ocurría en la gran Tenochtitlán.<br />
Las culturas de Nuestra América,<br />
desde las imperiales azteca e inca, hasta las tribales<br />
de los caribes y los crees, eran, con nuestra<br />
mirada humanista de hoy, esa misma mirada<br />
con la que estamos acostumbrados a juzgar<br />
solamente al conquistador europeo, culturas<br />
crueles.<br />
La película que mencioné ha provocado<br />
esta reflexión, o mejor dicho, ha permitido que<br />
La Rosa Blanca<br />
MEL<br />
GIBSON<br />
Henry Constantín<br />
esta reflexión llegue a miles de personas que,<br />
hasta entonces, solo habían escuchado los proverbiales<br />
desmanes del colonizador español,<br />
inglés, portugués, francés y holandés.<br />
Nadie ha discutido la capacidad de mantener<br />
al espectador despierto de manera atroz,<br />
que consigue Apocalipsis gracias a un guión de<br />
vahos salgarianos que no desperdicia el cúmulo<br />
de experiencias extremas, habituales en cualquier<br />
selva como la yucateca. Asombran el<br />
habilísimo manejo de la cámara y la edición<br />
precisa que nos salpica de sangre y savia de<br />
plantas venenosas arrancadas a la carrera; y la<br />
fotografía de los dos grandes espectáculos, el<br />
humano, en la ciudad maya, y el de los elementos<br />
naturales en toda su virginal y áspera enormidad.<br />
La reconstrucción -relativamente fiel-<br />
de ritos, vestuarios, armas, arquitectura y modos<br />
de comportamiento social de la civilización<br />
vislumbrada, es quizá el eslabón más atacado,<br />
no obstante tratarse del filme que, probablemente,<br />
ha buscado más realismo, y con mayor<br />
énfasis, en la visión de lo americano prehispánico.<br />
Pueden señalarse un par de errores, en<br />
cuanto a la verosimilitud histórica (los templos<br />
de sacrificios no se construían dentro de las<br />
ciudades) y al manejo de los actores de fondo:<br />
uno de los perseguidores se empeña en observar<br />
la cámara aún cuando el lugar al que supuestamente<br />
dirige la mirada está a decenas de<br />
metros por debajo de la dirección de su vista