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LA ROSA BLANCA - Inicio

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EL MAESTRO CUBANO<br />

Y EL HOMBRE NUEVO<br />

Aún puedo cerrar los ojos y ver las cuantiosas<br />

manos levantadas en el grupo sexto-uno<br />

del antiguo internado de primaria “Coco Peredo”,<br />

de Encrucijada, allá por el año 1971, para<br />

anotarnos en el círculo de interés “Guerrilleros<br />

de la Enseñanza” -cantera importante para futuros<br />

maestros primarios, conocidos aún como<br />

maestros makarenkos en alusión al célebre pedagogo<br />

soviético. Nada material se nos prometía<br />

a cambio, solo el orgullo de pertenecer al<br />

patrimonio heroico del magisterio cubano. Era<br />

también la época del romanticismo ideológico,<br />

en aras de formar, al fin, bajo la concepción<br />

guevariana del siglo XXI, al hombre nuevo.<br />

A las alturas de El Escambray nos marchamos<br />

un día de agosto de 1972 con el aliento de<br />

los continuadores de la obra de los Caballeros,<br />

los Varela, los Martí, los Varona, los Conrado<br />

y los Ascunce Domenech.<br />

Más de un millar de adolescentes nos vimos<br />

arrancados de las faldas de nuestras madres y<br />

becados en el vetusto sanatorio de otros tiempos.<br />

Detrás quedaban las voces de nuestros<br />

educadores de la Enseñanza Primaria. Aprieto<br />

bien los ojos y veo desfilar por el aula a aquellos<br />

maestros, que con su ejemplo se convirtieron<br />

en nuestros primeros paradigmas profesionales.<br />

De todos, una huella profunda de amor.<br />

En Topes de Collantes otro número de profesores<br />

quedaron incluidos en el abrazo enorme<br />

de los agradecimientos. Y en esa escuela<br />

recibimos con la nostalgia familiar los cambios<br />

físicos y morales propios de la adolescencia;<br />

tuvimos nuestras primeras ambiciones amoro-<br />

Amador Hernández Hernández<br />

sas y sexuales, escondidos tras la privacidad de<br />

una puerta o bajo el chorro de la ducha helada;<br />

las primeras grandes pasiones por las conquistas<br />

revolucionarias, por sus líderes -los mismos<br />

de la Sierra-, por las responsabilidades que nos<br />

entregaba la patria socialista, contra aquellos<br />

que pecaban de egoístas, de “blanditos” o de<br />

“enfermitos” por querer imitar a John Lennon<br />

o Elvis Presley, o contra los que profesaban<br />

alguna fe religiosa o mantenían relación con<br />

familiares que residían en el extranjero; o aquellos<br />

encendidos debates en el seno de la FEEM<br />

o de la Juventud comunista sobre las cualidades<br />

del hombre nuevo, que decidieron el futuro<br />

de muchos de los que alguna vez anhelaron<br />

una vida dedicada al magisterio y no la lograron.<br />

Allí los sueños dejaron de serlos, y después<br />

de colosales esfuerzos académicos y productivos<br />

-vinculados a las duras faenas agrícolas de<br />

la montaña- nos graduamos. Lejos quedaban<br />

las novias, las voces didácticas de los “profe”,<br />

las letanías autoritarias del director, las riñas<br />

fugaces con compañeros, y los irrisorios estipendios<br />

con que se nos pagaban las prácticas<br />

docentes, que solo alcanzaban para retribuirle<br />

al campesino los servicios de la comida y el<br />

albergue.<br />

Pero la huella de querer había sido profunda.<br />

Al fin quedábamos solos con los alumnos y<br />

la clase, frente a la responsabilidad moral con<br />

el ser humano que nos entregaban para educarlo<br />

en bien de la nueva sociedad.<br />

Entonces no pensábamos en esos goces<br />

La Rosa Blanca<br />

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