San Pío de Pietrelcina estigmatizado del Siglo XXI - Autores Catolicos
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<strong>de</strong> 1912) estaba en la iglesia dando gracias <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la misa, cuando<br />
inesperadamente, <strong>de</strong> golpe, sentí que me herían el corazón con un dardo <strong>de</strong><br />
fuego tan vivo y ardiente que creía morirme. Me faltan palabras a<strong>de</strong>cuadas para<br />
hacer compren<strong>de</strong>r la intensidad <strong>de</strong> esta llama, me es <strong>de</strong>l todo imposible expresar<br />
esto. ¿Me lo podría creer? El alma, víctima <strong>de</strong> este consuelo, quedó muda. Me<br />
parecía como si una fuerza invisible me sumergiese todo en fuego. ¡Dios mío!<br />
¡Qué fuego! ¡Qué dulzura! He sentido muchas veces estos transportes <strong>de</strong> amor y,<br />
durante ellos, he permanecido como fuera <strong>de</strong> este mundo, pero en otras<br />
ocasiones este fuego ha sido menos intenso. Esta vez, por el contrario, ha sido<br />
tan vehemente y tan fuerte que un instante más y mi alma se hubiera separado<br />
<strong>de</strong>l cuerpo. ¡Qué cosa tan hermosa es ser víctima <strong>de</strong> amor! Pero, al presente,<br />
Jesús ha retirado su dardo <strong>de</strong> fuego, pero la herida es mortal.<br />
Este fenómeno se repite el 5 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong> 1918, como preludio <strong>de</strong> la<br />
estigmatización. Él lo refiere así: Estaba confesando a nuestros muchachos en la<br />
tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l día 5 cuando, <strong>de</strong> repente, me sentí dominado por un gran terror a la<br />
vista <strong>de</strong> un personaje celeste que se me presentaba ante la vista <strong>de</strong> la<br />
inteligencia. Tenía en su mano una especie <strong>de</strong> arnés, instrumento semejante a<br />
una larga lámina <strong>de</strong> hierro con una punta muy afilada y <strong>de</strong> la punta parecía<br />
salir fuego. Ver todo esto y observar como dicho personaje lanzaba dicha lámina<br />
<strong>de</strong> hierro sobre mi alma fue todo uno. Lancé un gemido y me sentí morir. Dije al<br />
niño que se retirase, porque me sentía mal y no podía seguir confesando. Este<br />
martirio duró sin interrupción hasta la mañana <strong>de</strong>l día 7. Sentía que me<br />
arrancaban las vísceras y que todo quedaba sometido a fuego y hierro. Des<strong>de</strong><br />
aquel día hasta ahora me siento herido <strong>de</strong> muerte. Siento en lo profundo <strong>de</strong> mi<br />
alma una herida que está siempre abierta y que me hace pa<strong>de</strong>cer espasmos 59 .<br />
Y sigue diciendo: La herida, que está abierta, sangra y sangra siempre.<br />
Eso sólo bastaría para producirme mil y mil veces la muerte. Oh, Dios mío, ¿por<br />
qué no muero? 60 .<br />
El padre Paolino, atestiguó: La herida <strong>de</strong>l costado tiene forma <strong>de</strong> X, <strong>de</strong> lo<br />
que se <strong>de</strong>duce que son como dos heridas. Otra cosa que me impresionó es que la<br />
llaga tiene las apariencias <strong>de</strong> una fuerte quemadura, que no es superficial, pues<br />
llega hasta el costado 61 .<br />
Sobre la estigmatización hay que <strong>de</strong>cir que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1910, ya sentía los<br />
dolores <strong>de</strong> las llagas, pero invisibles. Se hicieron visibles el 20 <strong>de</strong> setiembre <strong>de</strong><br />
59 Carta al padre Benito <strong>de</strong>l 21 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong> 1918.<br />
60 Carta al padre Benito <strong>de</strong>l 5 <strong>de</strong> setiembre <strong>de</strong> 1918.<br />
61 Positio III/1, p. 167.<br />
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