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San Pío de Pietrelcina estigmatizado del Siglo XXI - Autores Catolicos

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señora y <strong>de</strong> sus lágrimas. Él mismo se unió a la madre para pedir la curación.<br />

Su padre quería sacarlo <strong>de</strong> la iglesia y él le pedía que le <strong>de</strong>jara un momento<br />

más. A un cierto momento, la madre le dijo a san Pellegrino: “Si no me<br />

escuchas, tómalo”. Y lo <strong>de</strong>jó sobre el altar. Apenas el niño <strong>de</strong>forme tocó el altar,<br />

quedó curado. La multitud se emocionó y casi se aplastan unos a otros por el<br />

entusiasmo <strong>de</strong>l milagro. El padre <strong>Pío</strong> contaba que su padre se preocupó <strong>de</strong> que<br />

le pasara algo ante la avalancha <strong>de</strong> gente. Sus paisanos <strong>de</strong> <strong>Pietrelcina</strong>, muchos<br />

años <strong>de</strong>spués, recordaban este suceso diciendo: “¿No habrá sido éste el primer<br />

milagro hecho por el padre <strong>Pío</strong>?” 8 .<br />

Amaba la soledad y entre los nueve y once años se hacía cerrar en la<br />

iglesia por el sacristán, fijando con él la hora en que <strong>de</strong>bía irle a abrir, pero sin<br />

<strong>de</strong>cirle nada a nadie 9 .<br />

El padre Marcelino Iasenzaniro <strong>de</strong>claró: Teniendo unos diez años, el niño<br />

Francesco fue enviado a “Piana Romana”. El tío Pellegrino le dio un dinero<br />

para que le comprara un cigarro y una caja <strong>de</strong> fósforos. Al regresar <strong>de</strong> la<br />

tienda, Francesco quiso saber a qué sabía el cigarro. Encendió el cigarro y<br />

aspiró una bocanada. De pronto, se encontró con que se le revolvió el estómago<br />

y se mareaba. Al llegar don<strong>de</strong> su tío, le contó con sinceridad lo que le había<br />

pasado y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, puso una barrera entre él y el humo 10 .<br />

A esa misma edad cayó gravemente enfermo, <strong>de</strong>biendo guardar cama más<br />

<strong>de</strong> un mes. Su madre, preocupada, rezaba a la patrona <strong>de</strong> <strong>Pietrelcina</strong>, la Virgen <strong>de</strong><br />

la Libera. Como estaban en tiempo <strong>de</strong> la siega, su madre preparó un plato <strong>de</strong><br />

pimientos para los trabajadores. El padre <strong>Pío</strong> recordaba: Sentí el olor <strong>de</strong> los<br />

pimientos y se me abrió el apetito. Mi madre se fue con la mitad <strong>de</strong> los pimientos<br />

y <strong>de</strong>jó la otra mitad en casa. Me levanté, y me comí todos los pimientos que<br />

había <strong>de</strong>jado mi madre y me quedé profundamente dormido. Al regresar mi<br />

madre, me encontró todavía durmiendo, la cara roja y empapado <strong>de</strong> sudor. Los<br />

pimientos habían hecho <strong>de</strong> somnífero y poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> purga. Al día siguiente<br />

estaba restablecido y con salud 11 .<br />

Un día su madre oyó ruidos y vio que se daba latigazos con una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

hierro. Le preguntó: “¿Por qué lo haces, hijo mío? La ca<strong>de</strong>na te hace mal”. Y él<br />

respondió: “Me <strong>de</strong>bo golpear como los judíos golpearon a Jesús hasta hacerle<br />

8 Positio I/1, p. 603.<br />

9 Positio II, p. 501.<br />

10 Positio I/1, p. 600.<br />

11 Positio II, p. 501.<br />

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