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“De encajes, sedas y moños: una historia del performance burgués ...

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viaje que existía al atravesar desde el centro de la ciudad hasta sus quintas ubicadas en el<br />

barrio Chapinero.<br />

A pesar de que se crearon nuevos edificios, el pasado colonial todavía podía ser<br />

leído en las paredes de la ciudad: “La conformación básica de la estructura urbana, y los<br />

rasgos generales <strong>del</strong> paisaje a que dicha estructura daba lugar, no variaron sustancialmente<br />

[…] La resistencia de estos elementos al cambio es sorprendente, lo que sin duda<br />

contribuyó a que la imagen que se tenía de la ciudad permaneciera imperturbada” (Mejía,<br />

2000: 135). La situación de estancamiento era tal que las denuncias hechas por los editores<br />

de periódicos que se trazaban el objetivo de no tratar temas políticos hacían denuncias<br />

frente a lo anterior. Por ejemplo, la revista femenina La Mujer denunciaba en 1896 que:<br />

Hacen todavía falta en Bogotá, además de muchas otras cosas: un hotel, ó varios,<br />

de bastante capacidad y buenas comodidades, en donde se puedan alojar lo menos<br />

cien personas, con servicio para el rico como para el de pocos recursos, con baños,<br />

coches, carteros, teléfono, etc. etc.; uno ó varios establecimientos de heladería, bien<br />

surtidos y cómodos; un buen servicio de coches rurales y de precio barato; <strong>una</strong><br />

plaza de mercado en el barrio de Las Nieves; cafés y restaurantes bien montados<br />

para señoras; paseos, parques y multitud de otras cosas que las columnas de nuestro<br />

periódico sería muy pequeñas para poder enumerar siquiera la mitad de la mitad”<br />

(La Mujer, agosto 11 de 1896: 313-314).<br />

Podemos encontrar que durante la época de estudio Bogotá consiguió mantener<br />

su característica colonial pero incorporó alg<strong>una</strong>s características típicas de <strong>una</strong> ciudad<br />

cosmopolita y moderna. La anterior afirmación puede ser leída en el considerable aumento<br />

de establecimientos comerciales que se dedican al mercado de la apariencia. Germán Mejía<br />

calculó que para 1886 había un total de 18 peluquerías, 23 sastres, 6 sombrereros, 16<br />

joyeros y 33 fabricantes de calzado (Mejía, 2000: 548-450). Tan sólo dos años después hay<br />

un increíble despliegue de estas profesiones, el directorio de 1888 permite observar que<br />

había 33 joyeros, 35 moditas, 26 peluqueros, 31 sombrereros, 178 zapateros y 438<br />

costureras (Pombo y Obregón, 1888). Finalizando el siglo XIX sigue aumentando<br />

continuamente el número: 42 joyeros, 97 modistas, 30 peluquerías, 30 perfumerías, 161<br />

sastrerías y 36 sombrereros (Mejía, 2000: 548-450). En la época de estudio se dio el<br />

nacimiento de las grandes tiendas de moda, ubicadas en la Calle Real, que eran sucursales<br />

de grandes tiendas de trajes extranjeros, que permitían el consumo de la indumentaria<br />

extranjera de <strong>una</strong> forma más rápido de lo usual. Tal fue el de Carriza, Herrera y Compañía<br />

que mantenían contacto con <strong>una</strong> sucursal de Nueva York (Anónimo, 1918: 370).<br />

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