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Quatro - Febrero

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presteza de un relojero. Ningún otro<br />

erradicador, en la historia de la institución,<br />

había hecho despliegue de un talento<br />

como el mío. La admiración colectiva no<br />

se hizo esperar y el virtuosismo de mis<br />

dedos me propulsó como un meteoro<br />

a lo largo de todos los cargos en orden<br />

ascendente dentro de la compañía; en<br />

menos de un año me convertí en el CEO<br />

más joven que se hubiese tenido jamás.<br />

Gloria presumía a todo aquel que se<br />

dispusiese a escucharla, de su asertividad<br />

al haberme reclutado; durante meses<br />

previos a mi incorporación había dado<br />

seguimiento a mis actividades; desde la<br />

documentación de todos los libros que<br />

había tomado prestados de la biblioteca<br />

hasta el espionaje de cuánto hacía en mis<br />

ratos libres. Me conocía mejor que nadie<br />

y su admiración por mí era inestimable.<br />

Una tarde no pudo contenerse<br />

más y esperó a que estuviese solo en<br />

mi oficina para irrumpir en ella con un<br />

arrebato no muy<br />

común entre<br />

los de nuestra<br />

especie. No cabía<br />

en mi extrañeza; la<br />

mujer enfiló hacía<br />

mí con firmeza,<br />

colocó sus manos<br />

a los costados<br />

de mi cabeza<br />

y plantó sus<br />

labios sobre los<br />

míos esperando<br />

el ardor de un<br />

beso al que mi<br />

frialdad no podía<br />

corresponder de<br />

ninguna manera.<br />

Golpeó mi<br />

pecho con fuerza,<br />

para después<br />

estrecharme<br />

entre sus brazos<br />

con vehemencia;<br />

era como si sus<br />

emociones fuesen<br />

fruto de violentas<br />

reacciones<br />

químicas en plena<br />

efervescencia.<br />

Desconcertado<br />

escuché como<br />

me confesaba estar profundamente<br />

enamorada de mí; era algo que no podría<br />

haber esperado, pero el sentimiento<br />

había brotado y el resistirse a su ímpetu<br />

era algo que estaba más allá de los<br />

alcances de su carácter.<br />

Frustrada me declaró que<br />

sería capaz de lo que fuera por hacer<br />

brotar cualquier cosa en “la aridez de<br />

mi corazón”. Yo me ofrecí a erradicar<br />

personalmente aquello que sentía por mí<br />

y mantenerlo en secreto con la intención<br />

de que nadie pudiese recriminarle por<br />

ello. Decepcionada, alegó sentir lástima<br />

por mí y por todos los demás, antes de<br />

partir de ahí para no volver nunca más.<br />

No volví a saber de Gloria.<br />

Desconozco si la peligrosidad de lo que<br />

emergió de sus entrañas la condujo a<br />

cometer suicidio o a intentar incorporarse<br />

a la cotidianeidad de la vida humana, no<br />

obstante, de lo que sí estoy seguro es<br />

del valor que entraña lo que me enseñó<br />

aquel día que se lanzó sobre mí en mi<br />

oficina; el amor es una condición peligrosa<br />

que anula la razón y conduce a quién lo<br />

padece a tomar decisiones absurdas.<br />

El amor pues, embrutece. Y<br />

embrutece bastante, según lo que ella<br />

me demostró.

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