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presteza de un relojero. Ningún otro<br />
erradicador, en la historia de la institución,<br />
había hecho despliegue de un talento<br />
como el mío. La admiración colectiva no<br />
se hizo esperar y el virtuosismo de mis<br />
dedos me propulsó como un meteoro<br />
a lo largo de todos los cargos en orden<br />
ascendente dentro de la compañía; en<br />
menos de un año me convertí en el CEO<br />
más joven que se hubiese tenido jamás.<br />
Gloria presumía a todo aquel que se<br />
dispusiese a escucharla, de su asertividad<br />
al haberme reclutado; durante meses<br />
previos a mi incorporación había dado<br />
seguimiento a mis actividades; desde la<br />
documentación de todos los libros que<br />
había tomado prestados de la biblioteca<br />
hasta el espionaje de cuánto hacía en mis<br />
ratos libres. Me conocía mejor que nadie<br />
y su admiración por mí era inestimable.<br />
Una tarde no pudo contenerse<br />
más y esperó a que estuviese solo en<br />
mi oficina para irrumpir en ella con un<br />
arrebato no muy<br />
común entre<br />
los de nuestra<br />
especie. No cabía<br />
en mi extrañeza; la<br />
mujer enfiló hacía<br />
mí con firmeza,<br />
colocó sus manos<br />
a los costados<br />
de mi cabeza<br />
y plantó sus<br />
labios sobre los<br />
míos esperando<br />
el ardor de un<br />
beso al que mi<br />
frialdad no podía<br />
corresponder de<br />
ninguna manera.<br />
Golpeó mi<br />
pecho con fuerza,<br />
para después<br />
estrecharme<br />
entre sus brazos<br />
con vehemencia;<br />
era como si sus<br />
emociones fuesen<br />
fruto de violentas<br />
reacciones<br />
químicas en plena<br />
efervescencia.<br />
Desconcertado<br />
escuché como<br />
me confesaba estar profundamente<br />
enamorada de mí; era algo que no podría<br />
haber esperado, pero el sentimiento<br />
había brotado y el resistirse a su ímpetu<br />
era algo que estaba más allá de los<br />
alcances de su carácter.<br />
Frustrada me declaró que<br />
sería capaz de lo que fuera por hacer<br />
brotar cualquier cosa en “la aridez de<br />
mi corazón”. Yo me ofrecí a erradicar<br />
personalmente aquello que sentía por mí<br />
y mantenerlo en secreto con la intención<br />
de que nadie pudiese recriminarle por<br />
ello. Decepcionada, alegó sentir lástima<br />
por mí y por todos los demás, antes de<br />
partir de ahí para no volver nunca más.<br />
No volví a saber de Gloria.<br />
Desconozco si la peligrosidad de lo que<br />
emergió de sus entrañas la condujo a<br />
cometer suicidio o a intentar incorporarse<br />
a la cotidianeidad de la vida humana, no<br />
obstante, de lo que sí estoy seguro es<br />
del valor que entraña lo que me enseñó<br />
aquel día que se lanzó sobre mí en mi<br />
oficina; el amor es una condición peligrosa<br />
que anula la razón y conduce a quién lo<br />
padece a tomar decisiones absurdas.<br />
El amor pues, embrutece. Y<br />
embrutece bastante, según lo que ella<br />
me demostró.