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Quatro - Febrero

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Monólogo<br />

del<br />

desamor<br />

Por: Miguel Ángel Verdusco<br />

Eros es un miserable regordete con pinta de zoquete.<br />

Seguramente tú, al igual que el resto del vulgo, le conoces<br />

como Cupido. Sí, Cupido; ese cúmulo de colesterol alado<br />

que pulula por doquier como un molesto mosquito. Solo que él,<br />

en lugar de succionar sangre, lanza flechas directo al corazón de<br />

tontos desafortunados. Y digo desafortunados porque a pesar<br />

de que inicialmente sonríen como idiotas y se sienten danzar<br />

sobre las nubes en zapatillas de satén, están después llorando a<br />

moco tendido añorando que un meteoro asole la tierra y ponga<br />

fin a su desdicha.<br />

Pero es ahí donde entro precisamente yo, el desamor. Mi<br />

tez, a diferencia de la de ese presumido, no es lechosa ni tampoco<br />

tersa como la cáscara de un ciruela; mi cuerpo está cubierto de<br />

escamas ásperas al tacto y desagradables a la vista. Mis alas<br />

no son de color perlado ni se despliegan con sutileza; desde mi<br />

espalda asoman alas de murciélago de tejido membranoso que<br />

repugnan a cualquiera. ¿Te asqueo acaso?, ¿Piensas que soy un<br />

fracasado?... pues permíteme aclararte algo; estoy siempre más<br />

ocupado que ese antagonista mío cuya visita con seguro anhelo<br />

esperas.<br />

A pesar de que chistes como un asno, permíteme<br />

confesarte algo; de cada diez parejas que Cupido flecha, siete<br />

convocan mi presencia de diversas maneras; infidelidad, egoísmo,<br />

celos, tedio… agrega cuantos quieras. Tan pronto los enamorados<br />

incurren en tales faltas con frecuencia, acudo yo con mis garras<br />

aprestadas a arrancar las flechas que entonces débilmente<br />

sostenidas por sus vacilantes corazones a nadie más que a mí<br />

esperan.<br />

Así pues, ¿te dices estar enamorado?, ¿aseguras vivir en<br />

un mundo de dicha y alegría?... Disfruta el presente puesto que, en<br />

cualquier instante, puedo agriarte la vida con mi visita.<br />

//sobredosis<br />

Era un día normal, tal vez como algunos tantos olvidados en<br />

otras vidas y otros tiempos. Quizá el sol irradiaba con más<br />

fuerza, nada que no sea causa de un calentamiento global<br />

latente. El reloj marcaba las nueve y pico antes del meridiano<br />

en el cuarto de Santiago; Santiago un tipo como cualquier otro<br />

sujeto, cual tú o cual yo por ejemplo, un alma en ocasiones vaga<br />

y llena de ilusiones, y en otras circunstancias sola, tan sola como<br />

aquel viejo olvidado, falto de un diálogo con otra persona.<br />

Santiago abrió los ojos causa de la terrible jaqueca<br />

que sentía, con la vista nublada y un estómago que parecía<br />

contener más de mil estrellas colapsando entre ellas. Se dirigió<br />

a la ventana, pensando que todo su malestar era resultado de<br />

un mal viaje de la noche anterior; pero muy dentro existía cierta<br />

ambivalencia, sabía que algo había cambiado, algo que no podía<br />

tener explicación, algo que hasta para llegar a cierta hipótesis<br />

resultaba pesado. Se miro al espejo, su mirada estaba difusa,<br />

desvanecida entre ese trayecto de su rostro al espejo, de pronto<br />

por sus oídos pasaron más de mil sonidos; como si ciertas lenguas<br />

antiguas le hablaran, como si trataran de comunicarle algo.<br />

Santiago salió a la calle, tal vez con el pretexto de cómo luego<br />

decimos por ahí “a que nos dé el aire”, pero él y su inconsciente<br />

sabían que no era así, ambos querían una respuesta a todo este<br />

sentir tan extraño. Al caminar observo un árbol y fue testigo de<br />

cómo ese gigante danzaba y se comunicaba armoniosamente<br />

con el elemento aire, algo que en toda su vida no había logrado<br />

ver; siguiendo el paso, el camino lo llevo a un terreno donde unos<br />

cuantos niños detenían el tiempo jugando como los antiguos<br />

nahuales de esos que forman parte de las platicas de los<br />

abuelos. Al girar la cabeza, observo como una pluma levitaba en<br />

el aire pasivamente.<br />

Decidió ponerse en marcha, por su cabeza pasaban mil<br />

pensamientos capturados como fotografías o como animales<br />

para explotarse en un circo, sintió como la vida cotidiana de otras<br />

personas, era como una constante danza a base de sonrisas,<br />

besos, saludos, gritos, y constantes preocupaciones; se sentía<br />

extraño puesto que nunca en su vida había percibido algo así.<br />

Al girar en la esquina le ocurrió algo rarísimo, algo que<br />

abrió las puertas para que todas sus preocupaciones estuvieran<br />

de vuelta acosándolo, algo que lo paro de golpe, algo como ver<br />

sacar su cuerpo frio, pálido, en una camilla acompañada de<br />

lagrimas y hubieras y uno que otro “¿por qué?” Triste resultado<br />

de una sobredosis.

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