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Monólogo<br />
del<br />
desamor<br />
Por: Miguel Ángel Verdusco<br />
Eros es un miserable regordete con pinta de zoquete.<br />
Seguramente tú, al igual que el resto del vulgo, le conoces<br />
como Cupido. Sí, Cupido; ese cúmulo de colesterol alado<br />
que pulula por doquier como un molesto mosquito. Solo que él,<br />
en lugar de succionar sangre, lanza flechas directo al corazón de<br />
tontos desafortunados. Y digo desafortunados porque a pesar<br />
de que inicialmente sonríen como idiotas y se sienten danzar<br />
sobre las nubes en zapatillas de satén, están después llorando a<br />
moco tendido añorando que un meteoro asole la tierra y ponga<br />
fin a su desdicha.<br />
Pero es ahí donde entro precisamente yo, el desamor. Mi<br />
tez, a diferencia de la de ese presumido, no es lechosa ni tampoco<br />
tersa como la cáscara de un ciruela; mi cuerpo está cubierto de<br />
escamas ásperas al tacto y desagradables a la vista. Mis alas<br />
no son de color perlado ni se despliegan con sutileza; desde mi<br />
espalda asoman alas de murciélago de tejido membranoso que<br />
repugnan a cualquiera. ¿Te asqueo acaso?, ¿Piensas que soy un<br />
fracasado?... pues permíteme aclararte algo; estoy siempre más<br />
ocupado que ese antagonista mío cuya visita con seguro anhelo<br />
esperas.<br />
A pesar de que chistes como un asno, permíteme<br />
confesarte algo; de cada diez parejas que Cupido flecha, siete<br />
convocan mi presencia de diversas maneras; infidelidad, egoísmo,<br />
celos, tedio… agrega cuantos quieras. Tan pronto los enamorados<br />
incurren en tales faltas con frecuencia, acudo yo con mis garras<br />
aprestadas a arrancar las flechas que entonces débilmente<br />
sostenidas por sus vacilantes corazones a nadie más que a mí<br />
esperan.<br />
Así pues, ¿te dices estar enamorado?, ¿aseguras vivir en<br />
un mundo de dicha y alegría?... Disfruta el presente puesto que, en<br />
cualquier instante, puedo agriarte la vida con mi visita.<br />
//sobredosis<br />
Era un día normal, tal vez como algunos tantos olvidados en<br />
otras vidas y otros tiempos. Quizá el sol irradiaba con más<br />
fuerza, nada que no sea causa de un calentamiento global<br />
latente. El reloj marcaba las nueve y pico antes del meridiano<br />
en el cuarto de Santiago; Santiago un tipo como cualquier otro<br />
sujeto, cual tú o cual yo por ejemplo, un alma en ocasiones vaga<br />
y llena de ilusiones, y en otras circunstancias sola, tan sola como<br />
aquel viejo olvidado, falto de un diálogo con otra persona.<br />
Santiago abrió los ojos causa de la terrible jaqueca<br />
que sentía, con la vista nublada y un estómago que parecía<br />
contener más de mil estrellas colapsando entre ellas. Se dirigió<br />
a la ventana, pensando que todo su malestar era resultado de<br />
un mal viaje de la noche anterior; pero muy dentro existía cierta<br />
ambivalencia, sabía que algo había cambiado, algo que no podía<br />
tener explicación, algo que hasta para llegar a cierta hipótesis<br />
resultaba pesado. Se miro al espejo, su mirada estaba difusa,<br />
desvanecida entre ese trayecto de su rostro al espejo, de pronto<br />
por sus oídos pasaron más de mil sonidos; como si ciertas lenguas<br />
antiguas le hablaran, como si trataran de comunicarle algo.<br />
Santiago salió a la calle, tal vez con el pretexto de cómo luego<br />
decimos por ahí “a que nos dé el aire”, pero él y su inconsciente<br />
sabían que no era así, ambos querían una respuesta a todo este<br />
sentir tan extraño. Al caminar observo un árbol y fue testigo de<br />
cómo ese gigante danzaba y se comunicaba armoniosamente<br />
con el elemento aire, algo que en toda su vida no había logrado<br />
ver; siguiendo el paso, el camino lo llevo a un terreno donde unos<br />
cuantos niños detenían el tiempo jugando como los antiguos<br />
nahuales de esos que forman parte de las platicas de los<br />
abuelos. Al girar la cabeza, observo como una pluma levitaba en<br />
el aire pasivamente.<br />
Decidió ponerse en marcha, por su cabeza pasaban mil<br />
pensamientos capturados como fotografías o como animales<br />
para explotarse en un circo, sintió como la vida cotidiana de otras<br />
personas, era como una constante danza a base de sonrisas,<br />
besos, saludos, gritos, y constantes preocupaciones; se sentía<br />
extraño puesto que nunca en su vida había percibido algo así.<br />
Al girar en la esquina le ocurrió algo rarísimo, algo que<br />
abrió las puertas para que todas sus preocupaciones estuvieran<br />
de vuelta acosándolo, algo que lo paro de golpe, algo como ver<br />
sacar su cuerpo frio, pálido, en una camilla acompañada de<br />
lagrimas y hubieras y uno que otro “¿por qué?” Triste resultado<br />
de una sobredosis.