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Adiós, Anaïs Adiós…<br />
Los romances también son adicciones.<br />
Por: Salvador López<br />
¿Qué son las despedidas si no<br />
saludos disfrazados de tristeza?<br />
Cuenta una leyenda que a principios<br />
de los sucios años treintas, en medio<br />
de la Gran Depresión, Henry Miller<br />
conoció al amor de su vida.<br />
El autor era entonces un ánima en<br />
pena consagrada a la literatura y poco<br />
menos que un vagabundo recorriendo<br />
las calles de París. En realidad era sólo un<br />
escritor mediocre buscando la inspiración<br />
para su obra.<br />
Entonces Henry conoció a Anaïs. Ella<br />
era una hermosa modelo, bailarina, esposa<br />
de un banquero y escritora accidental<br />
gracias a la inspiración de D.H Lawrence. Las<br />
vidas de los vagabundos suelen cambiar<br />
en un instante. Incluso los escritores se<br />
enamoran.<br />
Cuenta una leyenda que Miller vivía<br />
entonces con su<br />
esposa June. Él<br />
interpretaba el<br />
papel del maestro<br />
de la vida y ella, el<br />
de la apasionada<br />
amante. La llegada<br />
de Anaïs a sus vidas<br />
no interrumpió<br />
la dinámica de<br />
la relación de la<br />
pareja, se integró<br />
a ella siguiendo el<br />
libreto del destino.<br />
Apenas en un<br />
par de semanas,<br />
Henry, June y Anaïs<br />
formaron un bizarro<br />
triángulo amoroso.<br />
Qué son<br />
aquellas noches<br />
lluviosas en medio<br />
de la cama de un hotel. Qué el recuerdo de<br />
nuestros pasos por la calle, en el teatro o en<br />
la sala de conciertos. Qué son los recuerdos<br />
de los celos y de tus amantes y de June y<br />
de mis amantes.<br />
Los Trópicos de Miller fueron el<br />
resultado literario de la apasionada relación.<br />
El deseo y el erotismo en ocasiones se<br />
confunden con romance. El amor y el sexo<br />
convirtieron al mediocre escritor en una<br />
leyenda censurada.<br />
El recuerdo puede ser cruel cuando<br />
estás volando febrilmente a tu próximo<br />
destino, a otros brazos que te reciban<br />
expectantes y hambrientos. El recuerdo<br />
de tu diario rojo que tirabas en la humedad<br />
de la cama entre tus labios entreabiertos<br />
y mis ganas de desearte. Te deseo. Te<br />
deseo con la desesperación y el anhelo de<br />
lo imposible y ya te has ido y tal vez, en un<br />
sueño imaginativo y romántico, leerás estas<br />
palabras una y otra vez, en medio de mi