jun.-jul. 1966 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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La<br />
Historia de un dia<br />
Un hombre mira el cielo ciudadano desde<br />
el ventanal de un café; ve pasar las nubes<br />
en un espectáculo fabuloso, en combinaciones<br />
de colores, de movimientos y<br />
de formas. La gente, entretanto, se mueve<br />
por las calles, entra y sale <strong>del</strong> café, recorre<br />
las aceras azotadas por el viento.<br />
Imagen común, ciertamente, y harto<br />
frecuente en las ciudades <strong>del</strong> Plata; actitud<br />
ritual en la que se paladean sinsabores,<br />
se planean crímenes' o, sencilbmente,<br />
se deja errar al pensamiento en una suerte<br />
de dichosa indolencia. Tan común y frecuente<br />
como la <strong>del</strong> solitario caminante<br />
que se sumerge en la multitud, que recorre<br />
plazas, avenidas y muelles, que escruta'<br />
el perfil de los edificios, que es testigo<br />
de la prisa, la fiebre, la indiferencia, la<br />
mendicidad, el vasto hervor -en sumade<br />
la vida callejera. No obstante la familiaridad<br />
y l'ecurrencia de ambas imágenes,<br />
Murena no ha vacilado en hacer de la primera'<br />
el comienzo de su reciente novela,<br />
"Los herederos de la promesa" (1); y de<br />
la segunda, su amplia y ambiciosa conclusión.<br />
"Junto al ventanal de aquel café<br />
yo miraba el cielo", dice el protagonista<br />
al empezar la narración. "Miré durante<br />
horas". Y el mismo personaje señala al final<br />
de la novela: "He caminado sin cesar.<br />
Amaneció y vi amanecer." Y también:<br />
"Erro entre las gentes y las cosas. Erro<br />
entre eUas. Mirándolos." Pero entre un<br />
mirar y otro existe la diferencia que va<br />
de la visión de un prisionero a la <strong>del</strong> que<br />
ha recuperado su libertad. Mientras la mirada<br />
<strong>del</strong> comienzo sólo reconoce en los<br />
cielos variantes de las paredes de la mazmorra,<br />
el mirar de las últimas páginas ha<br />
cobrado la fuerza y el éxtasis de un acto<br />
de alabanza. "Y al mediodía, cuando suena<br />
una sirena que quién sabe qué anuncia a<br />
las gentes de la ciudad y el puerto, pero<br />
que es en realidad la grave voz de júbilo<br />
de un oboe que dice que la construcción<br />
ha llegado a su ápice, el palacio arranca<br />
Alejandro Paternain<br />
de mi un asentimiento. Yo alabo". El hombre<br />
y la ciudad son ahora, uno. Tal es el<br />
prodigio de la alabanza; tal es, también,<br />
su recompensa. ¿Qué ha ocurrido en esa<br />
historia de más de trescientas páginas para<br />
que este personaje de Murena haya podido<br />
transformar en alabanza lo que al<br />
principio fue un mirar en el que no cabían<br />
ilusiones con el cielo, en que casi no<br />
había mirada sino un dejar resbalar la<br />
vista por las paredes de la prisión? ¿Qué<br />
ha ocurrido en ese orbe novelesco, qué<br />
fatalidad de los cuerpos, qué leyes de la<br />
noche han pesado y regido para que esta<br />
humanidad doliente llegue a decir que<br />
"nada es bueno ní malo. Nada es propicio<br />
ni adverso. Nada falta ni sobra. Todo es?"<br />
El acceso a la alabanza sólo tiene un<br />
camino: el <strong>del</strong> amor. Camino ancho y estrecho<br />
a la vez, lleno de acechanzas y<br />
riesgos, de zanjones y espejismos. Una<br />
historia de amor es la trama narrativa de<br />
la novela: dos seres que se aman y se desaman,<br />
un proceso ¡erótico en el que el<br />
amor se impone como el quehacer más urgente<br />
y despíadado, como un rito en el<br />
que hay que fabricar constantemente a la<br />
divinídad ("hacer el amor", dice a menudo<br />
Murena, y no presisamente para esquivar<br />
crudezas) como un sacrificio en el que<br />
cada uno de los amantes es a un tiempo<br />
sacerdote y ofrenda. Por supuesto que ningún<br />
lector debe aguardar en esta historia<br />
de amor la superación novedosa y estridente<br />
de todas las historias eróticas que<br />
se ha complacido en elaborar la humanidad.<br />
En un terreno no muy propicio a las<br />
variaciones, hay que resignarse a la reaparición<br />
de todo el tradicional repertorio<br />
amoroso: la intensidad <strong>del</strong> amor físico, los<br />
pensamientos secretos nacidos en la ausencia,<br />
los celos y los arrebatos, el ser, uno<br />
para el otro, alguien totalmente distinto,<br />
que renueva la existencia dándole un sentido;<br />
o alguien que es capaz de aniquilar<br />
todo sentido, de adorar y maldecir a la<br />
vez. Y luego las caricias y los reproches,<br />
las amenazas y los suspiros, los ruegos y<br />
los desdenes. Y al cabo, la vida nueva que<br />
se anuncia: el embarazo que llena de una<br />
infinita alegría, y el horror de la paterni-<br />
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