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oct. 1942 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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REVISTA NACIONAL 95<br />

otro colorean juntos en la tela <strong>del</strong> mundo, ancho campo de torneo<br />

donde combaten a rostro firme, buscando cada cual su primacía, los<br />

heroísmos y las vilezas, los acendrados y los impuros pensamientos,<br />

los cantos y las quejas, los canallas y los honrados, matices diversos<br />

<strong>del</strong> cuadro universal bien obtenido. Los colores claros y los oscuros,<br />

]as grandezas y las bajezas, cumplen el cometido de patentizar con<br />

acentuados relieves la enfermedad de la especie razonante que no<br />

razona, porque razonar equivaldría a cederle insensatamente a la salud<br />

la posición que por derecho humano le corresponde a la dolencia.<br />

Bien sabe el hombre lo que hace; bien sabe que de no sufrir<br />

malestares tan graves en su espíritu sería un lastimoso mentecato, un<br />

trapiento muñeco inexpresivo, la mírada fija, los nervios algodonados,<br />

el cerebro de aserrín y el corazón de paño. En suma, el hombre<br />

inmaculado, ni pecador ni virtuoso, ejemplar desconocido que si alguna<br />

vez se conociera no respiraría en la pecaminosa atmósfera terrestre,<br />

ingenuo solitario, paseante sin compañía, gallina en corral<br />

ajeno. No confunda el lector a este tipo de hombre inverosímil con<br />

otro disfrazado de pureza e idealismo que por esas calles ambula, cuyo<br />

gesto es grave, la palabra escasa, el sobrecejo caído, máscara tras<br />

la cual trabaja a escondidas un ladino buscador de provechos. En<br />

verdad que la vida <strong>del</strong> hombre inmaculado sería triste y breve. Desconocería<br />

las virtudes tanto como los pecados, virtudes y pecados de<br />

gracioso juego alternado, y a veces simultáneo, que llevan al hombre<br />

a un convencimiento alborozado de que es hombre en toda la exteneión<br />

de la palabra, debiendo dejar sentado, claro está, que la exteniión<br />

de la palabra «hombre» tiene por prudente y discreta medida<br />

la de sus enredadas imaginaciones.<br />

V<br />

LA ETERNA ESCENA DEL ESPEJO<br />

Entre los juegos divertidos <strong>del</strong> artista enfermo sobresale el fruto<br />

más sazonado de su ingenio, una tragicomedia que arranca es·<br />

truendosos aplausos al boquiabierto público, compuesto de adictos<br />

y famíliares. Toma el actor un espejo, se mira en él con <strong>del</strong>ectación,<br />

sonríe y gesticula satisfecho a usanza de Narciso, mostrando en el<br />

rostro toda la recóndita alegría de su propio amor henchido de va·<br />

nagloria. Es una fantasía egolátrica. Pero de pronto, sin saberse por·<br />

qué -aunque el porqué lo sabe muy bieu su dolencia- el enfermo<br />

cómíco se demuda y encoleriza, arroja el espejo al suelo haciéndolo<br />

añicos, gruñe, ruge, aúlla, se araña y se golpea; la carne cae a peda·<br />

zos, desgarrada por las uñas puntiagudas; el corazón <strong>del</strong> comediante<br />

queda al descubierto y su alma se transparenta pálida, presa de es·<br />

tertores, sangrando a chorros copiosos que tiñen de vivo color grana<br />

al teatro entero. El artista se desploma exánime sobre las tablai. Lue~

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