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EL MISTERIO DE MURANO - Prisa Ediciones

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<strong>EL</strong> <strong>MISTERIO</strong> <strong>DE</strong> <strong>MURANO</strong><br />

so y delicado recipiente, colorido como el ala de una mariposa.<br />

O en espejos cuya calidad nadie había logrado igualar.<br />

«Sé que nunca más volveré a tocar el vidrio».<br />

Cuando entró en la Merceria dell’Oroglio vio que los comerciantes<br />

del mercado guardaban sus artículos. Llegada la<br />

noche, cerraban. Corradino pasó junto al vendedor de cristal,<br />

que ordenaba sus mercancías en el puesto con tanta delicadeza<br />

como si fueran joyas. En su imaginación, las copas y las baratijas<br />

comenzaban a adquirir un brillo sonrosado, y sus formas<br />

cambiaban poco a poco... casi era capaz de sentir otra vez<br />

el calor del horno y oler el azufre y la sílice. Desde su niñez,<br />

esas imágenes y esos olores le infundían tranquilidad. Ahora<br />

el recuerdo parecía una premonición del infierno. Pues ¿no<br />

era al infierno donde iban los traidores? El florentino Dante<br />

fue muy claro al respecto. ¿Corradino, igual que Bruto, Casio<br />

y Judas, sería devorado por Lucifer y las lágrimas del demonio<br />

se mezclarían con su sangre mientras éste lo abría de<br />

par en par? O quizá, como los traidores que habían engañado<br />

a sus familias, quedaría sepultado por toda la eternidad<br />

en «(...) un lago che per gelo avea di vetro e non d’acqua sembiante»<br />

(un lago que, congelado al instante, había perdido el<br />

aspecto del agua y parecía de cristal). Corradino recordó las<br />

palabras del poeta y casi sonrió. Sí, sería un castigo adecuado.<br />

Si el vidrio había sido todo en su vida, ¿por qué no iba a presidir<br />

también su muerte?<br />

«Antes debo hacer esto último, debo buscar la redención».<br />

Con renovada prisa volvió sobre sus pasos y, tal como<br />

había planeado, atravesó los angostos puentes y sinuosos callejones<br />

y calles que conducían de regreso a la Riva degli<br />

Schiavoni. Aquí y allá había altares colocados en rincones de<br />

las casas, con llamas que ardían e iluminaban el rostro de la<br />

Virgen.<br />

«No me atrevo a mirarla a los ojos, todavía no».<br />

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